Traduciendo un tema tabú
De forma similar a las traducciones que hice de
los artículos del debate “¿Es
tiempo de dejar atrás el Nuevo Ateísmo?” en New Humanist, la presente entrada es una traducción de una entrada
de Skeptic Ink. Antes de comentar
recuerde, señor lector, que ninguna idea es inmune a la crítica, y las posturas
discutidas a continuación son susceptibles de debate como cualquier otra.
Exprésese con la cabeza, no con la bilis.
Tropos* de los Justicieros Sociales (SJW) contra la humanidad: violación, un mal necesario
Por Rebecca Bradley.
Título original: SJW Tropes Against Humanity: Rape, a Necessary Evil
Sí, creo que la
violación es un mal. Y no, no creo que
sea ni remotamente necesaria –excepto para los proveedores de la ideología de la
cultura de violación, quienes la encuentran absolutamente indispensable. Y de
nuevo no, no quiero decir que ellos necesiten ser violados. Quiero decir que la
violación es un pilar central del dogma feminista radical. De acuerdo con la
revelación radfem (N.T., abreviatura de radical
feminist), nosotros en las democracias occidentales vivimos en un
patriarcado de estilo autómata donde la violencia sexual es el arma más grande
de los hombres para someter a las mujeres, para triturar nuestras mentes
aterrorizando nuestros cuerpos; donde la violación es normalizada y bienvenida;
donde a los muchachos pequeños se les enseña a estar preparados sexualmente,
donde a las muchachas pequeñas se les enseña a ser juguetes sexuales. En
síntesis, nos dicen que vivimos en una cultura
de la violación.
Tan crucial es la
violación para el numerito de las radfem, que tendrían que inventar algo como
si ya no existiera. En efecto, mientras las tasas de abuso sexual disminuyen dramáticamente
en Occidente, el eje de los SJW ha tenido que reajustar los límites de la
violación, casi como si no hubiera bastante de
ella alrededor para sostener su modelo. Al mismo tiempo, su alcance ha sido
reducido para incluir sólo mujeres como víctimas y hombres como perpetradores,
lo cual es una simplificación deshonesta de un fenómeno
complejo. En el proceso de impulsar esta
ideología, dañan no sólo a los hombres (a quienes podrían no considerar un
problema, pues eso sería “relajarse”), sino también a las mujeres que claman
estar defendiendo.
No vivimos en una
cultura de la violación. Vivimos en una cultura acosada por otra ideología
religiosa de rápida dispersión, completa, con verdades reveladas y mantras
sagrados, mártires y demonios, cruzadas morales y pánico moral. Como las de
cualquier religión, sus verdades son auto-referenciadas e infalsificables, y
tienen tanto que ver con la realidad de la sociedad occidental como el Génesis
tiene que ver con la biología evolutiva. Y por supuesto, tiene su propia
versión de blasfemia, la cual ya he cometido siendo escéptica de la cultura de
violación en primer lugar. Pero, oh, ¡hay muchas otras doctrinas para blasfemar!
Aquí hay unas pocas:
Mantra
Sagrado: no le enseñen a las chicas a evitar la violación; enséñenle a los
hombres a no violar.
Blasfemia:
la vasta mayoría de los hombres saben perfectamente bien que no deben violar, y
de cualquier forma les han enseñado desde la infancia que pegarles a las chicas
está mal. La vasta mayoría de los
hombres tienen una visión de la violación tan mala como la mayoría de las mujeres la tienen, calificando el acto como abominable, y a los violadores como despreciables.
La mayor parte del aproximadamente 4-6% de
los hombres que sí cometen abuso
sexual no será alcanzada o cambiada por la educación anti-violación porque a
ellos les importa un carajo lo que la sociedad piensa de ellos: los sociópatas
y depredadores sexuales se vienen a la mente. Es como decir que necesito entrenar
a los caniches locales para que no se coman mis gatos, porque hay coyotes en el
vecindario. Lo que tiene más sentido es tomar precauciones contra los coyotes.
Ver abajo.
Mantra
Sagrado: enseñarles a las mujeres a defenderse a sí mismas o a tomar
precauciones contra el abuso equivale a “culpar a la víctima”. “Una mujer debería ser capaz de caminar completamente desnuda por
la Main Street sin
ser violada”. Ella debería tener el derecho de
vestir exactamente lo que quiera, sin importar cuán sexy o revelador sea, sin
ser violada. Debería tener el derecho de beber hasta quedar borracha en un bar
de solteros, y no ser violada. Debería tener el derecho a ir dondequiera que ella
desee, incluso sola en el callejón más oscuro en medio de la noche, sin ser
violada.
Blasfemia:
no hay tales derechos. Cualquiera, del género que sea, necesita tomar algo de
responsabilidad por su propia seguridad. Los depredadores sexuales, en
realidad, son sólo un artículo en un menú de peligros que acechan. Un joven
corpulento sería un idiota si bajara por unos callejones oscuros en la noche,
así que ¿por qué debería una mujer reclamarlo como un derecho? (de hecho,
aunque la violencia contra las mujeres se mantiene en el centro del escenario,
los hombres son los que están en mucho más riesgo). Los comportamientos citados
arriba, en mi opinión, se reducen a una demanda por el derecho a hacer
elecciones tontas sin sufrir consecuencias.
Esto no es absolutamente decir que una mujer
que sea abusada sexualmente tenga la culpa –cosas terribles le pueden pasar a
cualquiera, sin importar cuán cuidadoso sea; y ser violada es un precio
desproporcionadamente alto por hacer algo estúpido o ingenuo. Más bien, el
punto es que ejercer el sentido común puede reducir sustancialmente las
oportunidades de convertirse en una estadística de crimen. ¿Por qué reconocer
esa simple verdad debería ser considerado “culpar a la víctima”? Deberíamos estar
enseñando precauciones
sensibles a nuestras hijas e hijos, no expectativas irreales acerca de cómo
el mundo debería tratarlos en una utopía radfem. Irónicamente, este manta
sagrado desempodera a las mujeres, remueve su agencia, y las reduce a objetos
cuya seguridad sexual está en manos de otros: los hombres a quienes se les
enseña a “no violar”. Ver arriba.
Mantra Sagrado: las mujeres viven
con miedo, puesto que cada hombre que encuentran es un potencial violador (violador
de Schrödinger). Ningún hombre puede entender la carga del miedo bajo la cual
sufren diariamente las mujeres.
Blasfemia: el miedo a los hombres es otra herramienta
indispensable de la ideología de la cultura de violación. De golpe, busca
demonizar a la mitad de la sociedad, y convertir al resto en víctimas
temblorosas, asustándose ante cada sombra con forma de hombre. Aunque se le
haga promoción a la verdad de que no todos los hombres son violadores, eso
fomenta de todos modos la desconfianza en todos los hombres: nuestros padres,
hermanos, hijos, amantes, esposos. La verdad es, hay momentos y lugares donde
un humano de cualquier género sería sabio al tener miedo; las mujeres no tienen
un monopolio del miedo o el riesgo. Pero seamos honestas, hermanas: ¿realmente
vamos caminando por ahí bajo una carga de miedo tan aplastante y penetrante que
posiblemente ningún hombre pueda imaginarlo? ¿Realmente somos así de tímidas y
frágiles?
Algunas
personas viven con un miedo genuino –de los abusadores en sus vidas, de las sombras
oscuras de su vecindario. No deberíamos trivializar su experiencia igualándola
con inquietudes estúpidas generadas por radfem.
Mantra Sagrado: créele a la
víctima.
Blasfemia: esta es, quizás, la doctrina de la cultura de
violación escrita con las letras más grandes en las tablas de piedra de las
radfem. Cuestionar la afirmación de una mujer de que ha sido abusada
sexualmente se mantiene como el pecado mortal de apología a la violación,
incluso una violación secundaria. Pedir evidencia es apología a la violación. Considerar el contexto es apología a la violación. Cualquier
respuesta distinta a la creencia incondicional para la acusadora y vilipendio
para el acusado es apología a la
violación. Pero eso es falaz en la misma forma en que está enmarcado: asume
que la acusadora es realmente una víctima. Es además una clara violación a la
presunción de inocencia, y un potencial destructor de vida para aquellos que
son falsamente acusados. En el mundo de la cultura de la violación, esto no
importa. En el mundo real, no es sólo injusto, es el borde fino de la cuña.
Verdad Sagrada: la violación es
devastación. No hay nada
peor que la violación que pueda pasarle a una mujer –es literalmente un destino
peor que la muerte, un trauma del cual uno nunca puede recuperarse por
completo-. Las sobrevivientes –o incluso “potenciales sobrevivientes” (mujeres
que no han sido violadas, pero temen que eventualmente podrían serlo)- requieren
deferencia especial, apoyo, lugares seguros, y fe incondicional, y sobre todo
nunca, jamás deben ser provocadas.
Blasfemia:
algunas víctimas quedan devastadas; otras no. Hay un amplio rango de reacciones
a la violación y el abuso sexual, desde recibir un horrible daño emocional
hasta no estar más que asqueadas o molestas. Algunas mujeres cuyas experiencias
calificarían como violación bajo las muy elásticas definiciones de las radfem
ni siquiera consideran que ellas mismas hayan sido violadas. Y por cierto,
muchas de nosotras podemos pensar en muchas cosas que consideraríamos mucho,
mucho peores, que ser violadas.
Sin embargo, la
ideología de la cultura de violación busca forzar a todas las mujeres que
experimenten abuso sexual dentro de un molde uniforme de víctima/sobreviviente –para
decirles cuán lastimadas están forzadas a sentirse, para que mantengan vivo el
trauma, incluso para implantar un trauma que puede no haberles surgido en
primer lugar. Esto hace daño a las
mujeres. ¿Qué mejor forma puede haber de lastimar permanentemente a alguien
que decirle que nunca podrá recuperarse?
Mantra
Sagrado: la violación es sobre poder, no sobre sexo.
Blasfemia:
a veces es por poder –a veces es sólo por sexo. Otras veces puede ser por
venganza, señales confusas, o fallos en la comunicación, particularmente porque
la definición se ha expandido para incluir contactos que fueron honestamente
percibidos como consensuales en el momento. El abuso sexual es un
comportamiento complejo con un rango enorme de causas próximas.
¿Por qué es importante
esto? Porque de acuerdo con la doctrina de la cultura de violación, la
violación es siempre un acto político que sirve para poner a las mujeres en su
lugar. Cada violador, desde la mierda serial que pone Rohypnol en la bebida de
su cita, al adolescente revuelto con hormonas que gritan en el asiento trasero
de su auto, está aparentemente usando su pene como un arma para reforzar la
cultura de la violación y profundizar la opresión de las mujeres. Eso es una
locura. En realidad –parafraseando a Freud-, a veces un pene sólo es un pene.
-O-
Hay sociedades en el
mundo donde el
abuso sexual está normalizado, y las víctimas no son tan culpadas como
golpeadas hasta quedar medio muertas. Eso, si les parece, es lo más cercano a
lo que podría parecerse una verdadera cultura de la violación. Pero nosotros en
Occidente –mimados, consentidos, y protegidos por leyes, normas sociales, y una
repugnancia general por los violadores que es compartida por cualquier género-
deberíamos reconocer la “cultura de la violación” como la porquería divisiva
que es, y mujeres al frente.
*En el original, trope. Alude al uso metafórico o figurativo de una palabra o expresión.
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