¿Son los piropos una forma de acoso?

Si hay un defecto en el llamado feminismo de la tercera ola (y el subsecuente hembrismo), es su obsesión por criminalizar cualquier cosa que afecte el estado emocional de las mujeres. Yo no tendría problemas con ello, si no fuera porque no hay un derecho que implique que uno no deba ser ofendido en alguna forma, y además la capacidad de tolerancia a algunas acciones difiere entre las mujeres, por lo que no se estaría representando a todas. Uno de esos actos que se busca sea tipificado como delito es el piropo.

Uno técnicamente decente (dependerá de la percepción de la receptora).


Hace unas semanas, vi una campaña en Facebook de una página que supuestamente quiere acabar con el acoso en las calles. Ponían tres frases: un piropo de un anciano hacia una joven (nada decente la expresión, por supuesto); un piropo hacia una madre que iba caminando con su hijo (del mismo calibre); y una frase cínica de un violador hacia su víctima. Cada frase venía con el testimonio de la aludida.

Me parece una grave falta de juicio comparar un piropo, por burdo y asqueroso que pueda ser, con un episodio de violación. No son lo mismo: las acciones son muy diferentes. Dirigir una frase hacia una mujer, sea poética o morbosa, es muy diferente a forzarla sexualmente. Sólo con esa observación ya rechazo de plano la mencionada campaña.

Centrémonos en el punto. ¿Por qué los piropos callejeros deberían considerarse una forma de acoso? ¿Realmente cumplen con dichas características?

Uno nada decente.


Antes de continuar, aclaremos: no soy hombre de piropos. No soy bueno con las palabras entre mis amistades, así que tengo menos actitud como para decirle cualquier cosa en la calle a una mujer que no conozco. Y desapruebo cualquier piropo burdo.

No obstante, no por ello estoy de acuerdo con la idea de que el piropo callejero es una forma de acoso, y peor, que deba criminalizarse. Primero, por una clara razón: salvo que se esté incitando directamente al daño hacia terceros, cualquier frase u opinión está amparada por la libertad de expresión, por estúpida o desagradable que sea. La libertad de expresión es, precisamente, poder decirle a otro lo que no quiere oír. Sí, el tipo que use un piropo como el de la segunda imagen probablemente sea un cerdo y un machista, o simplemente un idiota morboso. Sí, si a mí como hombre una mujer me dijera un piropo de grueso calibre en la calle me incomodaría muchísimo, y probablemente le pida respeto. Sí, si voy caminando con mi hermana, mi madre o una novia, me ofendería mucho si alguien les echa un piropo grosero. Pero eso es muy diferente a que alguien te ponga un cuchillo en el cuello y te obligue a tener sexo con él. Ser un imbécil no es un crimen, a menos que estés haciendo un daño a alguien más. Es por eso que las acciones, o las amenazas de acciones, deben primar en vez de los daños a “la moral” o a la integridad emocional a la hora de establecer ciertos delitos.

Basarnos en la incomodidad para definir un delito es complicado, porque nunca se sabrá trazar bien la línea. Para que se entienda mejor lo que digo, y que a pesar de que se repite constantemente muchos aún no parecen comprenderlo, pondré ejemplos más globales usándome. Cuando afirmo que el ser humano no está biológicamente adaptado para una dieta vegetal estricta, probablemente estoy ofendiendo a los veganos. Cuando digo que no hay evidencias reales de la existencia de un ser superior, seguramente estoy ofendiendo a los creyentes. Cuando sostengo que se puede criticar la situación política de Venezuela a pesar de tener nuestros propios problemas, muchos izquierdistas y chavistas se sentirán ofendidos. Cada uno de los grupos anteriores podría sentir que estoy vulnerando su integridad emocional, y en consiguiente presentar una demanda contra mí. ¿De qué diablos estaría hablando entonces en este blog? ¿Cómo se podrían cuestionar o debatir ideas, si siempre existirá la posibilidad de ofender a alguien al hacerlo, y tendrían la posibilidad de denunciar al interlocutor?

Ese, al final, es el propósito de muchas de las ideas posmodernistas y de corrección política de hoy: anular cualquier tipo de debate o crítica ante una postura, por nociva o equivocada que pueda ser. Y es por ello que no puedo defender la criminalización del piropo, por más que a alguien le dé ñáñaras que le griten cualquier porquería en la calle: sentirse ofendido no es un argumento para pedir que una forma de expresión se considere delito, pues nunca se podrá complacer a todos.

Por otra parte, piropos como “te rompería el orto hasta que sangraras” sí podrían tener una connotación legal, ya que se afirma una involucración directa que puede considerarse amenaza. Pero esto requiere de discusión más robusta.

La segunda razón que veo para rechazar la visión de la campaña es la definición misma de acoso, la cual es típicamente resumida como maltrato psicológico, verbal o físico que se presenta de forma reiterada hacia una persona dentro de un ambiente determinado. Creo que no hay mucho que ampliar en este caso. Ciertamente un piropo grosero en la calle es una ofensa, pero difícilmente podría llamársele acoso, puesto que por lo general son episodios aleatorios. Teniendo eso en cuenta, si siempre es la misma persona la que se dirige a usted con piropos desagradables una y otra vez, ya sea en un mismo lugar o en otros diferentes (lo que sería peor, porque entonces la está siguiendo), entonces usted tiene motivos razonables para sospechar de intenciones nada nobles, y sí podemos hablar de acoso. Aunque también puede que se trate de un simple imbécil que la tomó como su objeto de burla para pasar el día; aun así, habría acoso.

Con esto termino. Siempre es posible que haya lectores en desacuerdo con lo anterior; a esas personas las invito a reflexionar. Hay que saber enfocarse en las verdaderas características del acoso, y comprender que nuestro nivel de tolerancia ante la ofensa no es la mejor base para definir un delito.

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