Lo que comprendí del final de Encanto



Advertencia: esta entrada contiene detalles importantes sobre el final de Encanto, la reciente película de Disney. Si aún no has visto la película, pero aun así te interesa un análisis al respecto, lee bajo tu propia responsabilidad.

Ah, Encanto… una película de Disney, esa compañía que me fastidia en su proceder, pero de la que a menudo admiro su trabajo. En este caso, la historia de una familia colombiana con dones especiales que intenta mantenerse unida fue una experiencia que me encantó, y no sólo porque es una representación cultural de mi país que escapa de los clichés de drogas y café (bueno, café si hay), sino porque también presenta unos mensajes interesantes.

En términos generales, la película me gustó bastante. Es una narración con un tema clásico (el protagonista que no encaja dentro de su familia, muggle nacido de magos), pero que es llevado de forma agradable, y demostró una increíble y concienzuda investigación sobre la cultura colombiana por parte de Disney. Pude conectar con los personajes, cosa importante para mí, y sus conflictos me llegaron bastante. A nivel técnico no puedo decir mucho porque no es mi área, pero los escenarios son fantásticos, la textura del cabello de muchos personajes -en especial aquellos con crespos y rizos- es excelente, la banda sonora fue muy buena, y en el doblaje latino la amplia cantidad de startalents no afectó su calidad, ya que sentí que hicieron un gran trabajo, excepto en el caso del tío Félix (con perdón de Mauro Castillo).

Como toda película de Disney, y sobre todo una que recurrió a una cultura más allá de Estados Unidos, Encanto no ha estado exenta de críticas, muchas de ellas francamente estúpidas. Que si es apropiación cultural, que si debió representar mejor la situación colombiana actual (como si tuviera que ser un documental…), un percibido caso de whitewashing que no fue tal y que más bien delató los prejuicios de ciertos justicieros sociales críticos (Miko tiene un video muy bueno diseccionando al respecto), que Coco ya lo había hecho antes (no: no abordan exactamente los mismos temas ni de la misma forma), que hizo falta un villano, que la abuela debió tener algún castigo… Pero si hay una que de verdad me parece interesante de comentar es el problema que tienen muchos con su final, uno que parece más bien una confusión sobre el mensaje que intentaba transmitir.

Contexto: como muchos imaginaron al ver el tráiler, en el punto de inflexión de la historia el Milagro se extingue, los Madrigal pierden sus dones y la Casita, el hogar que nació cincuenta años antes para proteger a la familia, se desmorona por completo, despojando al pueblo Encanto de la magia que lo protegía. Luego de un momento emotivo de reconciliación entre Mirabel, la protagonista de esta película, y la abuela Alma, la familia y el pueblo se dedican a reconstruir la Casita en conjunto. Y justo al final, cuando Mirabel pone el picaporte de la entrada, la magia se restaura por completo y retorna los dones a la familia, aunque nuestra simpática protagonista sigue sin tener el suyo pues, como bien dijo la abuela, ella era el don (suena cursi, pero como explicaré después, tiene más sentido de lo que imaginan).

Primero que nada, hay que admitir que Encanto no es una película perfecta. Como dije, la historia es clásica y sencilla, la segunda mitad se siente algo deslucida y acelerada por momentos, y hubo varios personajes de los que pudimos tener algo más de presencia, aunque es comprensible que por el tiempo en pantalla era difícil darles suficiente espacio a todos. Esas son críticas válidas. Y también lo es el problema que muchos tienen con el mencionado final, pues si estamos siguiendo el recorrido de una protagonista sin magia que intenta darse su lugar en la familia más allá de su falta de dones, que al final el Milagro regrese y restaure los dones de los Madrigal se puede percibir como una traición a su mensaje de que los dones no eran lo importante.

Pero, ¿en realidad ese era el mensaje que la película intentaba transmitir?

Usemos lupa. Encanto nos revela poco a poco que detrás de la fachada de alegría y compromiso que muestran al pueblo, la familia Madrigal tiene muchos problemas e inseguridades que no se están permitiendo mostrar. Luisa se siente agobiada por dentro de no ser lo bastante fuerte para servir a la gente y a su abuela, una señal de síndrome de impostor; Bruno (¡No se habla de Bruno!) abandonó la familia porque al parecer su don no le “servía” a sus intereses; Isabela, la “señorita perfecta”, está tan enfocada en cumplir las exigencias de su familia, al punto de comprometerse con un hombre que no ama, que se siente restringida al punto de envidiar a la misma Mirabel; e incluso el pequeño Antonio tiene miedo de la ceremonia del don, porque teme no recibir ninguno –como ocurrió con su prima- y decepcionar a su abuela.

Visto así, parece la historia clásica en la que nos dicen que “la magia no importa: quien importa eres tú”, y que Mirabel nació sin uno para ser quien lleve a la familia a este descubrimiento, y a que se ajusten poco a poco esta realidad. Pero si miramos atentamente, sería Luisa la única de los Madrigal que encaja con esa percepción, pues es la más absorbida por lo que significa su don, y se valora a sí misma de acuerdo a él; no es sorpresa que sea entonces la primera en perderlo. Porque lo que en realidad estamos viendo no es un problema con la magia y los dones: son las presiones, los estándares, las angustias de no ser lo suficiente, lo que está quebrando a la familia Madrigal, pues no son ellos mismos quienes se están definiendo y restringiendo por sus dones.

Si vemos los dones mágicos de los Madrigal desde una perspectiva más terrenal, donde no serían más que habilidades particulares (de hecho, los casos de Bruno y Mirabel bien podrían ser una metáfora sobre el capacitismo), el problema no son los talentos de los personajes, sino que no pueden aprovecharlos con libertad, como quieren, porque o deben limitarlos a las rígidas expectativas de la abuela Alma, o deben aplicarlos dentro de las mismas expectativas a un nivel en que parece ser su único valor. Desaparecer el Milagro por completo habría sido un final poderoso, pero si un mensaje de la película es que no debes temer ni limitar tus talentos por cumplir las expectativas de los demás, entonces pedir un final donde los miembros de la familia pierden sus talentos no es una lectura adecuada. El conflicto no es la dependencia del Milagro en sí, porque el problema no es el Milagro: el problema es la abuela Alma.

Recordemos que el Milagro que creó Encanto nació de una tragedia: el sacrificio del abuelo Pedro, quien fue asesinado a machetazos ante los ojos de su esposa Alma. Ella no sabe por qué se le entregó la magia, o cómo les otorgó dones a sus hijos, pero decide entonces esforzarse en que su familia dedique sus dones al bienestar del pueblo, demostrando así que son “dignos” del Milagro. Aquí la palabra clave es esa, demostrando. En un estilo muy humano, y ciertamente religioso, ya que hablamos de lo que es explícitamente llamado un milagro, Alma quiere dejar en claro que su familia merece esa bendición divina (nunca se menciona a Dios o una deidad, pero dado el contexto cultural católico de mi país no es difícil llegar a esa conclusión) a través de sus actos. Pero el impacto de la tragedia y el temor de volver a perder a quienes más amaba le hicieron perder de vista lo que de verdad significaba el Milagro para ellos. No una herramienta para trabajar, sino una nueva oportunidad de vivir, de unirse como familia, como comunidad.

Encerrada en su crisálida de dolor, incapaz de superar ese miedo, Alma impone unos estándares muy estrictos a su familia que, aunque nobles en el fondo, terminan generando inseguridades y brechas entre ellos ya que, en palabras de Mirabel, nunca serían entonces lo bastante buenos o dignos del Milagro a sus ojos. El problema es que antes de Mirabel nadie era capaz de decirle a Alma lo que estaba ocurriendo. La reacción más cercana a ello fue que Bruno desapareció porque sus visiones siempre eran malinterpretadas, y temía lo que su última visión podría causarle a su sobrina. Alma no tenía a nadie con la correcta perspectiva para señalarle el error en su camino, y es que le hacía falta una persona de su propia sangre pero a su vez del común, la noble sal de la tierra. Es decir, un Mervyn Calabaza.

Esperen, esperen, lo puedo explicar.

Para quienes no hayan leído The Sandman (háganse un favor y léanlo, por Tiamat), Mervyn es uno de los sirvientes de Sueño, una especie de espantapájaros con cabeza de calabaza que ejerce como albañil, construyendo y remodelando nuevos edificios y espacios dentro del Sueño. No obstante, como él mismo señala en ocasiones, su trabajo parece más bien redundante puesto que Sueño podría hacer todo eso con un simple chasquido de dedos, así que a diferencia de Lucien, el bibliotecario jefe y consejero de Sueño, y el cuervo Matthew, que actúa como mensajero –y voz de nosotros los lectores-, es difícil entender qué papel cumple Merv dentro de la historia más allá del alivio cómico.

Pero en el noveno volumen, Las Benévolas, ante otro de sus ácidos comentarios Sueño comenta: “Siempre ha sido prerrogativa de niños y bobos señalar que el emperador está desnudo. Pero el bobo sigue siendo bobo, y el emperador, emperador”. Y si nos fijamos en retrospectiva, hay varios momentos de la serie donde Mervyn señala (nunca en presencia de su señor, por supuesto) que Sueño a veces es demasiado excéntrico, que le gusta ser melodramático cuando tiene una ruptura amorosa, o que el clima delata que algo lo incomoda; incluso en el mencionado volumen intenta enfrentar a las Furias por su cuenta, porque sabe que su señor sólo permitiría que devastaran el Sueño antes de decidirse a actuar, debido en parte a su compromiso casi patológico a las reglas y responsabilidades. Mervyn es quizás, fuera de su aspecto, el más simple de los habitantes del Sueño, pero es esto lo que le otorga una perspectiva aguda de las falencias del Rey de los Sueños, y puesto que él sabe todo lo que ocurre en su reino, tolera esos comentarios directos a pesar de su vasta diferencia en poder y autoridad, dado que esa es la función real de Merv.

Volvamos con Encanto. Jared Bush, director y guionista de la película, ha manifestado en una entrevista que el misterio de por qué Mirabel fue la única Madrigal en no recibir un don es intencional, pues no es eso de lo que se trata la historia, y que “ella es quien necesita ser por una muy buena razón”. Teniendo eso en cuenta, y habiendo releído The Sandman en estos días antes de ver Encanto, mi interpretación particular del final es que Mirabel no fue “bendecida” con un don porque su papel en la historia como el corazón de la familia necesitaba que fuera una voz interna y a la vez ajena a los Madrigal: una persona sin poderes, cuya experiencia le permitiera observar las fallas de la abuela Alma y lo que esto estaba causando dentro de la familia, que pudiera no sólo empatizar sino comprender la angustia que estaban pasando muchos de sus parientes. Ella tenía que ser el Mervyn Calabaza de los Madrigal, la niña que contempla a la matriarca y se atreve a exclamar “¡Pero si no lleva nada puesto!”.

Si en efecto Mirabel es quien necesita ser, entonces no hacía falta que recibiera un don tras la restauración de la Casita (algo que los críticos del final aplauden, y que comparto, es que Disney se arriesgara a no recurrir a otro cliché de “siempre tuviste un don mágico”), ya que su naturaleza empática y la experiencia de vivir menospreciada por su “inutilidad” para la familia es lo que hacía falta para que el Milagro pudiera restaurarse y sobrevivir. Es por ello que puede comprender la presión que siente Luisa por el miedo de no cumplir con lo que se espera de ella; por eso empatiza con el ostracismo que sufrió Bruno al no “servirle” adecuadamente a la familia; por eso le cuesta más conectar con Isabela, ya que ella siempre se mantuvo dentro de las expectativas de Alma, pero finalmente comprende que ambas son dos caras de la misma moneda de la presión perfeccionista de su abuela; y por eso es quien tranquiliza a Antonio, habiendo pasado por la misma experiencia a la que él le teme, e incluso lo acompaña en la ceremonia a pesar de lo que significa para ella.

Mirabel no necesita un don porque, en efecto, ella era el don de los Madrigal: era la sanación que requería una familia que se estaba fracturando, literal y figurativamente, por dentro. Y es por ello que es la única que podía ayudar a Alma a superar de verdad su dolor. Al ver lo que sus propias acciones habían causado no sólo en su hogar, sino en su familia, Alma finalmente abre su corazón con su nieta (me encantó el trabajo de María Cecilia Botero en el doblaje latino) y admite su error: que en medio de su temor de no ser digna de la magia que se les había otorgado, olvidó que el verdadero Milagro era su familia. Alma no tenía que probarle a Dios o al pueblo que eran dignos de los dones que habían recibido, porque su familia ya era digna del Milagro: fue tan digna y valiosa a los ojos de Pedro que este no dudó en entregar su vida por ellos, aunque fuera para comprarles unos instantes más. La magia era importante, sí, y es por ello que regresa al final, pero no eran los Madrigal quienes debían servir a la magia como familia; es la magia la que debía servir a ellos, sin restricciones ni perfeccionismos.

Es aquí cuando Alma finalmente emerge de su capullo y logra superar su dolor, decidida a restaurar su relación con su familia y enfocarse en ellos, en restaurar su relación y su Casita, con o sin magia. Y si vemos ese instante final, donde la magia regresa a Encanto y restaura del todo la Casita y los dones de los Madrigal, desde una visión religiosa, podríamos decir que todo el conflicto de la película era necesario como ritual de purificación, una forma de renovar las fuerzas espirituales de la familia y fortalecer la magia que se había debilitado por la presión que Alma ejercía sobre los Madrigal. Es por eso que el Milagro regresa y restaura la magia y los dones de la familia, porque ahora en efecto son de verdad una familia, una que valora a sus miembros más allá de sus talentos y cualidades, algo que simboliza el grabado del portal de la Casita, donde por fin vemos a todos los Madrigal unidos en una misma escena.

En términos generales, esta es mi interpretación del final: la magia regresa porque nunca fue el punto de conflicto en sí de la historia, sino lo que la matriarca familiar había malinterpretado de ella, al valorar más a sus descendientes por sus dones que por ser su familia, cuando en realidad los dones habían nacido para mantener unida y segura a aquella familia por la que su esposo se sacrificó. Puede diferir o no de lo que hayan comprendido otros al verlo, pero me parece que ayuda bastante a que nos alejemos de analizarlo desde la perspectiva clásica de “la magia no era importante”.

Y con esto concluyo. Debo hacer menciones especiales a Prazkat Reviews y a Vale Chikita en Twitter, ya que sus comentarios sobre el final de Encanto fueron los que me inspiraron y ayudaron a construir lo que he expresado aquí. Y si aún no han visto la película, denle una oportunidad, porque de verdad lo vale.

Comentarios

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  2. A mí me encantó la película. Y si bien una crítica recurrente era que "no mostraba la realidad de Colombia", en las últimas escenas tras el derrumbe de Casita y en el encuentro de Mirabel y La Abuela, hay una alusión a La Violencia (y por extensión, al Conflicto Armado Interno), aunque un poco sutil o implícita, de la cual la segunda fue víctima. Sin mencionar la crítica a la "familia tradicional".

    Pienso que debería Disney-Pixar hacer una película sobre Chile y su cultura como han hecho con otra (y con la alusión sutil o implícita a la dictadura).

    Hablando de Chile ¿Qué piensas del gabinete innovador de Gabriel Boric?
    ¿Cómo ves el proceso constituyente hasta el momento?

    Saludos.

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