Do Say Gay: una revisión detallada sobre sexo y género (VIII): la larga marcha
Parte I: prefacio
Parte II: niveles y elementos de la
determinación sexual
Parte III: historia y luchas de la
diversidad sexual
Parte IV: mitos y
realidades de la comunidad transgénero
Parte V: la falsa dicotomía de “sólo
hacer preguntas” (partes 1, 2 y 3)
Parte VI: entre feminismos, liberalismos
e interseccionalidad
Parte VII: ¿a quién deberíamos
escuchar?
Introducción
A pesar de que aún falta mucho por ampliar y profundizar, la ciencia en torno a la diversidad sexual humana ha generado muchas sorpresas en los últimos años. Hemos hablado en estas páginas de cómo la diferenciación sexual ocurre durante el desarrollo embrionario, y cómo puede explicar las identidades transgénero. Hemos hablado también de la neurología en torno a las orientaciones sexuales, y la manera en que da apoyo a la tesis de que no es un rasgo adquirido, sino una parte normal de la variación en el ser humano.
Ahora,
¿qué sabemos sobre su origen evolutivo? ¿Cómo surgieron estos rasgos, en
apariencia antitéticos al proceso reproductivo en las especies, entre los seres
vivos? ¿Qué hipótesis se manejan a la hora de explicar las orientaciones no
heterosexuales y las identidades diversas en el ser humano? ¿Qué marcos analíticos
debemos tener en cuenta a la hora de plantear futuras hipótesis sobre el tema?
Hay
mucho por trabajar en estos campos, pero también mucho por decir. Si bien el
origen y evolución de la homosexualidad es un enfoque relativamente reciente de
la biología evolutiva, surgiendo de la segunda mitad del siglo XX, se trata de
uno de los campos de estudio más desafiantes e interesantes de la biología.
Requiere no sólo retar preconceptos de la evolución, sino también visualizar
respuestas que consideren no sólo las bases genéticas, sino también dimensiones
sociales e incluso culturales en nuestra especie.
A la luz de la evolución
Hablar
sobre el origen de la sexualidad diversa en el ser humano requiere un vistazo
detallado al reino animal, y si algo es claro es que se trata de un rasgo
bastante frecuente en la naturaleza. El comportamiento
no heterosexual ha sido registrado de distintas formas en más de 1500
especies en un rango amplio taxonómico, desde invertebrados hasta reptiles,
aves y mamíferos. En ese sentido hablamos, pues, de conductas perfectamente
“naturales”, en contra de la visión limitada de mentes fundamentalistas. El ser
humano no es el primero ni el último que manifiesta interés por individuos de
su mismo sexo, aunque es donde principalmente encontramos una orientación homo
o bisexual constante a través del tiempo; la homosexualidad estricta no es
ajena a otras especies, pero sin duda es menor frecuente que en Homo sapiens.
No
obstante, todo esto encarna, a un primer vistazo de la psicología evolutiva,
una paradoja darwiniana. Esto es
debido a que, en primer lugar, el comportamiento no heterosexual cuenta con un
costo de apareamiento comparable al de comportamientos heterosexuales, en tanto
hay un gasto de energía y tiempo, posible transmisión de enfermedades o
producirse lesiones. En segundo lugar y más importante, porque no ofrece
ventaja reproductiva alguna: relaciones entre individuos del mismo sexo no dan
lugar a la fecundación. Siendo así, una de las grandes interrogantes al
respecto de la sexualidad es comprender por qué es una conducta tan prevalente
entre las especies animales, cómo llegó a evolucionar en tantos linajes, y por
qué se ha mantenido a pesar de que representa un menor éxito reproductivo.
La primera idea que podría saltar a la mente es que, bajo un modelo clásico darwiniano de competencia entre individuos, estas conductas parecen maladaptativas, es decir, son rasgos que conllevan más desventajas que ventajas. Pero esta lectura sería apresurada pues, en primer lugar, toda ventaja adaptativa de un rasgo desarrollado es insuficiente por sí sola para garantizar la supervivencia, sino que requiere de un balance con otras adaptaciones en apariencia antagónicas. En segundo lugar, la prevalencia y frecuencia relativamente alta de las conductas sexuales en un mismo sexo (en inglés, same-sex sexual behavior o SSB) descartarían que se tratase de desventajas recurrentes, así como que sean simplemente producto de identidad confundida o excitación (es decir, que los individuos en celo confundan a uno de su mismo sexo con una potencial pareja). La hipótesis maladaptativa es insuficiente como explicación, pues, para la SSB, y aunque casos de identidad confundida sí se han registrado, tampoco son un fenómeno que pueda responder sobre la conducta entera de más de 1500 especies.
Se
han formulado otras hipótesis no adaptativas para la SSB, pero que igual
sugieren ventajas evolutivas de otro modo. Típicamente, estas hipótesis parten
de la teoría de selección de parentesco, según la cual el comportamiento de un
organismo confiere ventajas reproductivas a sus parientes. En concreto,
hablamos de la “hipótesis del tío gay” y la pleiotropía antagónica. Según la
primera, la frecuencia persistente de la homosexualidad en la población a pesar
de su aparente desventaja adaptativa se debe a que un individuo homosexual
contribuye a la perpetuación de los genes de sus familiares, invirtiendo sus
propios recursos (alimento, cuidado, entre otros) en las crías de sus parientes
cercanos, lo que se llama una conducta avuncular. Por su parte, la pleiotropía
antagónica propone que los genes asociados a conductas homosexuales pueden
incrementar la fertilidad en sus parientes femeninas, permitiendo así que la
base genética de la SSB se mantenga a través del tiempo.
¿Hay evidencias de estas hipótesis cumpliéndose? En humanos, parcialmente. Un estudio italiano de 2004 en una población de 4600 personas encontró que las mujeres parientes de hombres homosexuales tenían una tendencia a tener mayor progenie, y que las mujeres del lado materno de un hombre homosexual tenían más hijos que las del lado paterno, sugiriendo que los genes asociados puedan estar en el cromosoma X. Otros estudios han encontrado fertilidad incrementada en mujeres de la línea materna de hombres homosexuales y bisexuales, incluyendo en culturas que reconocen la homosexualidad y las identidades trans, como los zapotecas y los samoanos, pero al mismo tiempo, investigaciones recientes no hallaron tales diferencias en otras poblaciones, o el efecto en fertilidad fue menor. Si bien esto no descarta por completo la propuesta de pleiotropía antagónica, sugiere que puede no ser la única respuesta a la prevalencia de la homosexualidad en el ser humano. Debe señalarse a su vez que la mayoría de tales investigaciones se centran en hombres homosexuales, por lo que hay una notable escasez de estudios enfocados en el origen de la homosexualidad femenina.
La
“hipótesis del tío gay” cuenta con evidencia aún más contradictoria. En algunos
casos, sí se evidencia una mayor disposición de los hombres homosexuales a
ayudar a sus parientes en comparación a hijos de personas no emparentadas, pero
no hay un marcado altruismo con sus sobrinos; en otros, directamente no se
encontró evidencia de mayor conducta avuncular en comparación con individuos
heterosexuales. Algunos proponen que esto podría verse influenciado por las
normas culturales de determinadas sociedades; no obstante, por ejemplo en
Japón, una sociedad más colectivista que muchas occidentales, se esperaría
observar un mayor altruismo de hombres homosexuales hacia sus parientes, pero
un estudio de 2012 no halló tal evidencia. Otros estudios sugieren que la
tolerancia social juega un papel en la inversión de recursos de hombres
homosexuales, lo que explicaría por qué hay evidencia de mayor avunculado en
culturas como la samoana, que reconoce un tercer género, pero no en sociedades
occidentales con una concepción más binaria de la sexualidad. Si la pleiotropía
antagónica es insuficiente para explicar la homosexualidad, al menos masculina,
la selección de parentesco parece ser una hipótesis menos exitosa.
Volviendo
a un contexto general, se ha sugerido, basados en la pleiotropía genética (es
decir, que un mismo gen es responsable por distintos efectos fenotípicos), que
la homosexualidad en el ser humano podría ser un subproducto de otros rasgos
adaptativos, posiblemente relacionados con selección intersexual. Por ejemplo,
aquellos machos con rasgos de menor agresividad y mayor habilidad social serían
más deseados por las hembras; tales rasgos, considerados más femeninos y
asociados a menor testosterona, conducirían selectivamente a una mayor
feminización del macho, con la homosexualidad siendo un extremo de este efecto
selectivo. Por su parte, aquellas hembras con rasgos más masculinos tendrían
una mayor capacidad de formar alianzas con sus congéneres y una mayor agresión
que les permitiría criar mejor a sus crías y por consiguiente mayor éxito
reproductivo, por lo cual la selección tendería a influir también en su
orientación sexual. Un análisis reciente de la bisexualidad femenina en
animales evaluó diez hipótesis sobre su origen evolutivo, y encontró que la
hipótesis de origen como subproducto cuenta con una evidencia bastante robusta,
aunque no hay evidencia que apunte a una selección masculina hacia hembras con
rasgos masculinizados.
Notarán
que muchas hipótesis sobre el origen de la SSB y la diversidad en orientación
sexual abarcan ventajas a nivel social. ¿Es posible entonces que sea un rasgo
directamente adaptativo? Algunas hipótesis sugieren que sí, enfocándose no
tanto en la SSB como una adaptación sexual,
sino como una adaptación social o,
más apropiadamente, biosocial. De
acuerdo con estas hipótesis, la orientación homosexual habría evolucionado a
partir de la SSB como estrategia para mantener alianzas intrasexuales en grupos
sociales, como un sistema de altruismo recíproco. La formación de tales
alianzas reduce los encuentros agresivos y fortalecen los vínculos entre
individuos no emparentados en un grupo social. Las alianzas intrasexuales por SSB
podrían, así, incrementar la supervivencia de los individuos, quienes podrían
posicionarse en una mejor escala social y acceder a más recursos reproductivos
y alimenticios. Así mismo, la prevalencia mayor de la bisexualidad sería
resultado de una flexibilidad sexual, especialmente en las hembras, que permite
una formación de vínculos fuertes a nivel intrasexual y entre sexos.
Finalmente, la mayor intimidad física permitiría una mayor coordinación y
cooperación entre los miembros de un grupo a través del placer compartido,
evitando así conflictos innecesarios.
En
otras palabras, la SSB surgió de forma independiente en varios clados animales
como estrategia plástica para reducir los conflictos intragrupales y fortalecer
alianzas entre los miembros de un grupo, referida así como homosocialidad, y por selección surgirán entonces individuos cuya
orientación sea estrictamente homosexual o bisexual. Estudios recientes fortalecen
esta visión, como una revisión de la evolución de la SSB en mamíferos que
encontró que es un desarrollo relativamente reciente en varios linajes de
mamíferos, y prevalente sobre todo en clados con especies con alta socialidad,
como los primates. La presencia de SSB también se asoció fuertemente con el
adulticidio en machos, mientras que en hembras fue similarmente frecuente entre
especies adulticidas y no adulticidas, fortaleciendo así la hipótesis del papel
de la homosocialidad en la reducción de agresividad y conflictos intragrupales.
Toda esta información permite orientar mejor el planteamiento de hipótesis y
estudios sobre el origen de la homosexualidad en seres humanos.
Una última hipótesis a considerar, derivada de las propuestas adaptativas biosociales, sobre el origen de la SSB en humanos es la hipótesis sociosexual de la prosocialidad. Desarrollada por Andrew B. Barron y Brian Hare, plantea que, en los procesos evolutivos sociales en el ser humano, sugieren que la atracción sexual entre el mismo sexo tiene una fuerte respuesta selectiva como un rasgo que incrementa la integración social de los individuos, a través de conductas como una mayor tolerancia intragrupal, una reducida agresión, mejor comunicación y mayor afiliación social. Tales rasgos, potencialmente poligénicos (es decir, con una base de múltiples genes), involucraron cambios a nivel anatómico, conductual y neurológico, tal como observamos en los individuos con una mayor atracción entre el mismo sexo, e incrementaría la expresión de sexo sociosexual, tanto en individuos homosexuales como en heterosexuales.
La
hipótesis de la prosocialidad no ha estado exenta de críticas, en ocasiones por
predicciones que de hecho escapan de la propuesta real, o por considerar que se
ignoran hipótesis endocrinas de inversión sexual para el origen de la
homosexualidad (sobre el papel hormonal y neurológico, remito a la Parte II de
esta serie), pero no deja de ser una propuesta con un alcance importante en la
comprobación de sus supuestos. Bajo este marco, deberían detectarse beneficios
en la atracción sexual en cohesión intragrupal o en tareas cooperativas, algo
de lo que ya existe evidencia parcial, así como un incremento suficiente de la
cooperación y desempeño grupal para garantizar beneficios individuales. Así
mismo, permite poner a prueba las hipótesis en modelos animales, en particular
especies altamente sociales, para evaluar las ventajas de la SSB como
comportamiento prosocial.
Tenemos
entonces que el origen de la homosexualidad cuenta con varias hipótesis, desde
no adaptativas, pasando por neutrales hasta propuestas de adaptación y
selección. Sin duda, la evolución de la diversidad en nuestra sexualidad no es
algo que pase desapercibido por la ciencia, aun cuando es cierto que aún hay
mucho trabajo por hacer, en particular una mayor consideración del lesbianismo
en las hipótesis planteadas, y empezar a sugerir vías hipotéticas sobre el
origen de sexualidades menos frecuentes como la asexualidad. El campo es
amplio, y podemos desarrollar mucho más en las próximas décadas, pero si algo
quiero que quede claro aquí es que la homosexualidad no es un rasgo deletéreo
ni una aberración endocrina, sino una variación natural dentro de la vasta
complejidad conductual del ser humano.
Pistas sobre el género y la identidad
Sobre
la diversidad de género en el ser humano es más difícil hablar, por cuanto no
tenemos evidencia de que algo cercano a la identidad de género exista en otras
especies. Lo que sí sabemos es que en muchas otras especies existen individuos
de un determinado sexo que poseen rasgos y conductas similares a las del sexo
opuesto, lo cual, dependiendo de su sexo, llamamos masculinización o
feminización. A pesar de las distancias con respecto al caso humano, este tipo
de escenarios biológicos son importantes a la hora de estudiar la identidad de
género, pues con estos organismos podemos evaluar factores de desarrollo y
procesos de determinación, de modo que podamos entender el papel de genes y
hormonas en su desarrollo físico y conductual, y se construya un modelo
comparativo con el que podamos evaluar posibles análogos en el caso humano.
Siendo
así, ¿qué es lo que sí podemos plantear sobre la evolución del género en Homo sapiens? Existen dos líneas
principales desde las cuales abordar el origen del género: la psicología evolucionista y el modelo biosocial de las relaciones de género.
De acuerdo con el enfoque de la psicología evolucionista, las diferencias
sexuales observadas en la conducta y la psicología de los seres humanos
responde a presiones selectivas de selección intersexual y competencia
intrasexual, las cuales ocurren de forma diferenciada entre los sexos. Así, el
género surge como una respuesta a las diferentes presiones selectivas, con cada
sexo desarrollando distintas estrategias para garantizar su supervivencia. La
división de roles de género sería entonces una forma autoasignada de
organización temprana que habría garantizado el éxito de las primeras
sociedades humanas, y la autoasignación del mismo se desarrollaría como una
ventaja adaptativa que permite una mejor integración y cooperación en los
grupos sociales. La desventaja es que no tiene en cuenta que las estrategias
sexuales diferenciadas pueden deberse a adaptaciones a distintos retos
ambientales, como el ratio de sexo, presiones por patógenos, y los distintos
contextos culturales entre las poblaciones humanas, todos factores que pueden
influir en la respuesta adaptativa de hombres y mujeres, sin fijar
necesariamente estrategias diferenciadas comunes a cada sexo.
Por
su parte, el modelo biosocial de las relaciones de género establece que la
división de roles surge no por presiones selectivas, sino como una interacción
de los atributos físicos y actividades reproductivas de cada sexo con distintas
restricciones y oportunidades a nivel social, económico y tecnológico. En este sentido,
las restricciones biológicas sexo-específicas guiaron hacia la división del
trabajo, y la generalización de la misma fue progresivamente construida y
racionalizada como inequidad de género. Aquí, las preferencias sexuales de
hombres y mujeres no serían producto de la selección, sino de sistemas
socialmente construidos. El problema, por supuesto, es que el modelo de
relaciones de género no logra explicar de forma adecuada la prevalencia de
roles de género en sociedades tradicionales que varían en la contribución
masculina, o la presencia de roles sexistas en sociedades menos dispares
sexualmente, por lo que necesita de mecanismos evolutivos que expliquen el
surgimiento de estrategias desiguales en determinados contextos.
Un
tercer enfoque sobre el origen del género y sus roles lo encontramos en la teoría de estrategias de historia de vida.
Las estrategias de historia de vida son conjuntos de rasgos que sirven a
objetivos reproductivos, y son receptivos a presiones ambientales, por lo que
permiten explorar una flexibilidad conductual en las especies que responde a
distintos ambientes. Para el caso que nos ocupa, la competencia social,
combinada a riesgos extrínsecos como hambrunas, enfermedades o violencia,
tiende a reforzar la división de roles de género como consecuencia de la
priorización de supervivencia y objetivos reproductivos enfocados hacia el
presente, exacerbando también la competencia macho-macho por los objetivos
reproductivos, los cuales influirán en despliegues de competencia antagónica por
recursos. No obstante, se espera entonces que en ambientes con menos riesgos,
más controlados, las estrategias reproductivas con objetivos a largo plazo
serán más prevalentes, reduciendo así la inequidad entre los roles de género y
su división.
Nótese que estos enfoques en general están más centrados en la división de roles de género y la inequidad de género que en la identidad de género como tal. Es decir, sí que intentan responder al género como aspecto conductual y sociocultural, y su importancia sociológica y cultural, pero no tanto al género como experiencia psicológica de identidad. Sabemos, eso sí, que la neuroanatomía da crédito al desarrollo de una identidad transgénero, y aunque la evidencia genética aún es limitada, se ha encontrado al menos en mujeres transgénero la asociación entre disforia de género y varias combinaciones alélicas en los genes responsables de rutas hormonales sexuales. Todo indica, pues, que las identidades trans no dejan de ser variaciones biológicas naturales dentro del género, y están fuertemente establecidas desde temprana edad. La gran duda es, ¿cómo surgieron? ¿Cómo se han mantenido a través de las generaciones?
Tal
como ocurre con la homosexualidad, se ha hipotetizado que las identidades trans
podrían verse beneficiadas por selección antagónica: es decir, que los genes
relacionados con la identidad de género que dan lugar a individuos trans
generen una mayor fertilidad en parientes cisfemeninas. Sin embargo, a la fecha
no hay mucho enfoque en comprobar esta hipótesis, y dado que en individuos
homosexuales la evidencia es contradictoria, es probable que no sea suficiente
como hipótesis para explicar las identidades trans.
Al igual que con la homosexualidad, la selección de parentesco es otra posible explicación de la selección en identidades trans, y aquí debo decir que, a diferencia de la primera, sí que contamos con más evidencia que la respalde, pues como recordarán, se halló una fuerte conducta de apoyo materteral (es decir, de tía) en la población fa’afafine (un tercer género) de Samoa, donde las familias con un miembro fa’afafine presentaron un mayor tamaño comparados con familias sin uno. Ahora, es difícil extrapolar esto como una generalidad, dado que el papel social de la población fa’afafine no es el mismo que tienen otros terceros géneros en diferentes culturas. Así mismo, más que sólo selección de parentesco, puede que la prevalencia de identidades trans sea producto de selección social, dado que en otras culturas las identidades transgénero no sólo cumplen labores hogareñas, sino que muchas veces actúan en papeles sociales más allá de la binariedad, como consejeros o guías espirituales que resuelven conflictos, de modo que representan un rol en la promoción de alianzas y la cooperación e integración social. De tal manera, la prevalencia de la expresión transgénero podría entenderse mejor en el marco de una selección multinivel, actuando no sólo a nivel individual, sino también a nivel familiar, grupal e incluso cultural, puesto que la complejización y diversificación de roles sociales podría contribuir en la fijación de géneros diversos a roles específicos y ajenos a la división binaria, como hemos comentado.
Lo
que quiero que se quede con el lector es que, más allá de supervivencia y
reproducción, la diversidad de géneros en el ser humano puede tener una
respuesta más sólida si lo evaluamos en marcos sociosexuales y de selección social.
No se trata de descartar por completo el papel reproductivo en las conductas y
expresión de género, sino comprender que no es su único propósito, y forzar
nuestra evaluación de tal complejidad en dicho molde puede ser limitante en su
comprensión. Futuras hipótesis que busquen evaluar la prevalencia y frecuencia
histórica de las identidades transgénero necesitan tener en cuenta no sólo
factores genéticos, sino también sociales y culturales.
Modelos teóricos de la sexualidad
Una
vez comprendido que existen bases biológicas del sexo/género, y bastantes
hipótesis evolutivas sobre su origen, es necesario comprender y analizar la
sexualidad humana de forma que pueda abarcar el desarrollo reproductivo y
expresión no sólo de los típicos cuerpos masculinos y femeninos, sino también
de las diferencias y variedades menos frecuentes. Tal integración requiere de
una cuidadosa observación de la variabilidad en los distintos niveles de
diferenciación sexual y su integración en el desarrollo individual. Así, se han
propuesto varios modelos teóricos con este objetivo. Cabe resaltar que en
algunos casos, ya he hablado de ellos en capítulos anteriores, y procuraré que
sea más refrescar sus conceptos, mientras que otros serán definidos y
explicados aquí.
Tenemos, en primer lugar, la teoría de sistemas ontogénicos de Fausto-Sterling. Tal como lo expliqué en la Parte IV, visualiza al individuo humano como un proceso activo, compuesto de distintos sistemas dinámicos que interactúan constantemente en la composición de su sexualidad y la materialización de un género. Fausto-Sterling construye su modelo de forma secuencial pero interconectada, pasando por célula, organismo, psique, relaciones interpersonales, cultura e historia. Este modelo tiene en cuenta no sólo la maquinaria genética y la organización neuronal, sino también el papel de la interacción social en el desarrollo de tales sistemas, así como el papel histórico en la enmarcación de nuestra comprensión sobre el sexo/género, y cómo se expresa culturalmente. De manera similar a una muñeca rusa, cada uno de estos sistemas requiere de los otros, y si un sistema cambia o se modifica, los otros se moldean a su vez. En años recientes, Fausto-Sterling ha ampliado su modelo en una teoría de sistemas dinámicos, enfocada en particular en la exploración del desarrollo y emergencia de sexo/género en los bebés durante los primeros tres años de vida.
Otro
modelo ya explicado es el modelo holístico de Serano, el cual postula que la
gran variedad de orientaciones sexuales y géneros es el resultado de una
interacción entre factores biológicos, sociales y ambientales, y cuya
discrepancia con las normas culturales es el resultado tanto de la variación
biológica como de una socialización situacional. Hay que decir que, más que un
marco científico de estudio, el modelo holístico es un enfoque teórico
propuesto para el discurso feminista. No obstante, lo incluyo aquí porque, de
manera similar a los sistemas ontogénicos de Fausto-Sterling, Serano concibe al
individuo sexualmente distinto como un resultado de la interconexión de
factores biológicos intrínsecos con las condiciones sociales y ambientales en
que reside, de modo que reconoce su existencia no como un producto
contemporáneo o un contagio social, sino como una variabilidad natural al ser
humano. De tal modo, evaluar el sexo/género del ser humano a nivel individual
requiere reconocer este enfoque multifactorial a distintos niveles biológicos y
sociales.
Un tercer modelo, aunque un poco más limitado en los niveles que abarca, es la teoría de diales sexuales de David P. Schmitt. Enfocada principalmente en la dimensión psicológica, invita a visualizar el sexo/género no como un grupo de interruptores categóricos que diferencian entre hombres y mujeres, sino como una serie de diales interconectados. Schmitt recoge información comparativa entre culturas alrededor del mundo para describir diez diales concretos de sexo/género: rasgos físicos, habilidades mentales, preferencias de pareja, deseo sexual, valores personales, intereses ocupacionales, intereses sociales, conductas sociales, salud mental y rasgos de personalidad. Cada dial puede modularse desde un extremo más típicamente masculino hasta un extremo típicamente femenino; así, por ejemplo, en un hombre transgénero tendremos algunos diales girados hacia rasgos físicos y psicológicos más masculinos previo a su transición. De manera similar, en muchas personas su psicología será variada, con diales ajustados más hacia un punto intermedio de su dimensión psicológica. Si bien es cierto que algunos diales se basan en información de la que es difícil separar influencias culturales (como el de los intereses ocupacionales) o ciertos sesgos de investigación (como la prevalencia de condiciones mentales) para la dicotomía observada, la teoría de los diales es un modelo que puede aplicarse no sólo a nivel psicológico, sino también para entender el papel de otras dimensiones como la biológica y la social en el desarrollo sexual individual.
Finalmente,
un modelo teórico recién salido del horno es la performatividad fenotípica de Richard O. Prum. En su libro Performance All the Way Down: Genes, Development and Sexual Difference
(Performance hasta el fondo: genes,
desarrollo y diferencia sexual), publicado apenas el año pasado, Prum se
inspira en el trabajo de Butler y el realismo
agencial de le física y filósofa feminista Karen Barad para proponer que el
fenotipo es “la escenificación
performativa del organismo individual”. En específico, lo que intenta decir
es que los distintos componentes y niveles del organismo (células, tejidos,
órganos) pueden ser vistos como agencias
biológicas que construyen y se construyen entre sí a través de intra-acciones
estructuradas que regulan y contienen el desarrollo fenotípico, materializando
el organismo individual no sólo a través del discurso molecular con señales endocrinas y paracrinas que guían el
desarrollo celular, sino también en la acción de fuerzas físicas durante el
desarrollo de los tejidos. Los genes no son causas, sino que dependen de las
intra-acciones conjuntas con otras agencias, y el proceso de desarrollo no
puede ser reducido a un único componente o agencia.
La performatividad es, entonces, un continuo que se extiende dentro del organismo individual, en la agencia de genes, moléculas, hormonas, enzimas y así, y por encima del individuo, a través de la agencia y evolución cultural en los grupos sociales; performances hasta el fondo. Los procesos de desarrollo sexual pueden ser vistos como un paisaje fenotípico performativo con vías contenidas que canalizan el desarrollo hacia cimas particulares (es decir, fenotipos), y las distintas montañas representando la variación multimodal entre fenotipos. Para Prum, las diferencias en el desarrollo sexual y las identidades trans (“cuerpos queer”, los llama) son resultados esperados de procesos performativos individuales dentro de ese paisaje. Llega incluso a discrepar del concepto de determinación sexual: en la performatividad fenotípica, la masculinidad o la feminidad son, más que esencias, posibilidades reproductivas del genotipo individual dentro del paisaje performativo.
Como
pueden notar, los distintos modelos coinciden en visualizar la expresión
sexo/género en un esquema multifactorial e interactivo, sin centrarse en un
único nivel como “cromosoma” o “entorno”. Esto es porque, como he explicado a
lo largo de estos escritos, no basta simplemente con tener uno u otro
cromosoma, o la presencia/ausencia del gen SRY, para una determinada
diferenciación sexual, sino que son apenas dos elementos en una red de factores
que interactúan entre sí para la expresión de la sexualidad del individuo. Los
modelos reconocen esta complejidad, y por ello parten desde un enfoque
holístico para explicar cómo dicha red da lugar a la amplia diversidad de
sexo/género en el ser humano.
Coinciden
a su vez en destacar la expresión sexual a nivel individual, y en aceptar la
realidad del sexo biológico como su base teórica. En el primer caso, ocurre
porque reconocen que la percepción de la binariedad del sexo/género como un
hecho universal a todo miembro de la especie humana invisibiliza y desconoce
las expresiones y diferencias individuales que van más allá de esta concepción,
por lo que es necesario alejarse de la simplificación esencialista. Por otro
lado, los cuatro modelos reconocen la reproducción sexual y su papel en el
desarrollo y evolución de las especies, así como la importancia de macho y
hembra como categorías que permiten discutir sobre la variabilidad reproductiva
a través de la historia reproductiva de las especies. Lo que rechazan es que
tales categorías sean aplicables y reforzadas sin matices a aquellos individuos
cuya corporalidad no encaja en todos los parámetros categóricos, pero que
irónicamente nos han permitido comprender mejor la complejidad de la propia
sexualidad humana; los modelos buscan el reconocimiento de las sexualidades
diversas como una muestra de la variabilidad en la interacción de los distintos
niveles de desarrollo, diferenciación y determinación sexual individual.
En
donde difieren es en su alcance particular y estilo discursivo. Por ejemplo, la
teoría de diales se enfoca mucho más en la dimensión psicológica de la
sexualidad, por lo cual no interviene mucho en el análisis de niveles
cromosómicos y genéticos de la diferenciación, o su papel en la determinación
individual. Por otro lado, Fausto-Sterling hace principalmente un análisis
histórico y cultural del binarismo de género en el campo de la medicina antes
de fundamentar su teoría de sistemas ontogénicos. Tanto este modelo como el de
la performatividad fenotípica se abren además a la necesidad de estudios
multidisciplinares para abarcar mejor la diversidad sexual humana.
Mientras
tanto, el modelo holístico y la performatividad fenotípica hacen un fuerte uso
del lenguaje de las ciencias sociales y el feminismo queer, al punto de que este último recurre a conceptos butlerianos
e incluso foucaltianos para describir la variabilidad en la expresión
individual del sexo/género. Ambos intentan complementar la crítica feminista
con una base material y biológica de la sexualidad, pero mientras el modelo
holístico se propone más como un modelo teórico destinado al activismo
feminista queer, la performatividad
fenotípica se asienta firmemente como un modelo teórico con poder predictivo
potencial en las ciencias biológicas. Donde Serano plantea al individuo
cishetero o queer como el resultado
de la interacción de factores biológicos, ambientales y sociales, pero sin
profundizar demasiado en ellos, Prum detalla el papel de genes, moléculas y
células en esta diferenciación individual, entendiéndolos dentro de un continuo
performativo del organismo.
¿Debería
el lector escoger un modelo teórico específico? No necesariamente. Cada modelo
teórico tiene sus ventajas y sus limitaciones, así que puede tomar elementos de
cada uno que le hagan entender mejor la variabilidad que observamos en la
sexualidad humana. Y estos son sólo algunos de los modelos que quise mencionar.
Es muy probable que en unos años surjan nuevos modelos, o que los presentados
aquí se vayan desarrollando hacia estados de mayor poder predictivo, como en el
caso de la teoría de sistemas ontogénicos, hoy dinámicos. Algunos podrán
demostrar su poder predictivo, y otros serán dejados atrás. Es parte del
desarrollo científico. El esfuerzo está en que pronto podamos tener un modelo
robusto que nos permita explicar y a la vez comprender de forma exitosa las
muchas formas en las cuales expresamos nuestra sexualidad.
¿Cómo veo yo la sexualidad humana?
Hablar
sobre la variabilidad en la expresión individual del sexo/género en humanos
parece fácil, cuando sólo estás presentando lo que otros plantean, hipotetizan
y proponen acerca de su entendimiento y estudio. Es un compromiso más fuerte
arriesgarse a sugerir otro modelo, o al menos un marco teórico en el cual
expresar todo lo que se ha expuesto sobre la sexualidad humana. En ese orden de
ideas, considero que la mejor forma de cerrar este capítulo es explicando mi
propia visión sobre el desarrollo sexual, la orientación y la identidad de
género en el ser humano.
No tomen lo que voy a describir como un modelo teórico de la sexualidad, sino más como un esquema didáctico. Una inspiración para el desarrollo de mis ideas, eso sí, es el modelo actual de las condiciones de desarrollo neurológico, en concreto en la condición del espectro autista, donde la expresión individual del fenotipo individual es el resultado de la variación graduada entre distintos rasgos de la condición. Es decir, cada persona tendrá un nivel distinto en cómo expresa los rasgos del autismo, pero eso no la hace más o menos autista, sino simplemente un individuo autista.
Si
tuviera que definir la variabilidad en sexo y género dentro de la especie
humana, lo haría como una serie de dimensiones
interconectadas. Pero no las dimensiones biológica, psicológica y social,
sino cada uno de los niveles que se ubican dentro de ellas. Así, por poner
algunos ejemplos, hablo de dimensión cromosómica, gamética, genética, hormonal,
gonadal, morfológica, conductual, identitaria, expresiva, orientación, de rol.
Cada una de estas dimensiones puede ser vista como un continuo entre masculino
y femenino (incluso la gamética, si se toma la no producción de gametos como
estado intermedio), y al estar interconectadas, influyen y son influidas entre
sí. En esta visualización, no hay una “dimensión principal” o un nivel que sea
fundamental para el desarrollo individual de la sexualidad, sino que esta es el
resultado de las graduaciones e intersecciones de las distintas dimensiones.
¿Son modificables estas dimensiones? No al mismo grado, y no me refiero sólo a la intervención biomédica, sino a cambios naturales. Después de todo, nuestras dimensiones morfológicas y gonadales cambian durante la pubertad; las dimensiones conductuales, identitarias y de orientación se verán fuertemente reforzadas. Las dimensiones sociales, como el rol, no pueden modificar la expresión, la orientación o la identidad, pero pueden ayudarlas a prosperar o suprimirlas, que es lo que ocurre con las mal llamadas “terapias de conversión”, y de ahí por qué se les considera inútiles y abusiva, por qué a pesar de que la orientación y la identidad se definen en temprana edad mucha gente las expresa en edades más avanzadas, y el por qué se resalta la importancia de transformar la sociedad más allá del binarismo de género y los estereotipos y roles. Los gametos y cromosomas son las únicas dimensiones que no pueden modificarse o suprimirse post nacimiento, pero de nuevo, son apenas dos de las muchas dimensiones que componen la corporalidad del individuo; no pueden actuar por sí mismos, sino a través de la interacción con dimensiones genéticas y hormonales.
¿Cómo
visualizamos las sexualidades no normativas en este marco? Pensemos por ejemplo
en un hombre homosexual: tenemos un individuo cuyas dimensiones se
interconectan entre sí en un fenotipo típicamente masculino, pero su
orientación sexual se encuentra ajustada hacia la androfilia, es decir, el
interés sexual por los varones. En el caso de una mujer transgénero, tenemos una
persona cuyas dimensiones psicológicas como la identidad, la expresión e
incluso la conducta se ajustan hacia tonos típicamente femeninos; su dimensión
de rol social puede ser ajustada también hacia la feminidad, y las
intervenciones biomédicas pueden modificar a su vez sus dimensiones
morfológicas y hormonales hacia un fenotipo claramente femenino.
En
este marco, el desarrollo sexual de nuestra especie contempla, efectivamente,
una variedad más allá de la típica concepción binaria de masculino y femenino,
que reconoce y da espacio a todos aquellos individuos que se diferencian en
otros fenotipos por fuera de roles y estereotipos sobre el género y la
sexualidad. El reconocimiento de la diversidad no es, al menos para mí, un
rechazo directo al concepto de determinación sexual, pues de nuevo, el
desarrollo de estructuras sexuales existe, pero no depende simplemente de un
sistema cromosómico, sino de sus interacciones con otras dimensiones a nivel
biológico durante el desarrollo del individuo. No hay tampoco una dicotomía o
una base más biológica para el sexo o más social y constructivista para el
género: son indivisibles entre sí, y ambos son influenciados por la
interconexión de dimensiones biológicas y sociales.
Como
dije, esto no pretende ser un nuevo modelo teórico de la sexualidad humana.
Pueden tomarlo en cuenta o no a la hora de intentar comprender cómo es que el
sexo y el género se presentan de tantas formas a nivel individual. Reconocer la
diversidad fenotípica en las características sexuales e identitarias del ser
humano, que es lo que sugiero tanto yo como los que sí han presentado modelos
estructurados, no ignora el papel del sexo en la reproducción del ser humano,
pero sí ayuda a comprender la evolución de nuestra especie más allá de simplificaciones
adaptacionistas, esencialismos genéticos o constructivismos radicales.
Conclusiones
A pesar de su tardío enfoque, las ciencias no han
permanecido quietas con respecto a las sexualidades diversas y su origen. Como
hemos visto a través de estos párrafos, no sólo se reconoce su base biológica,
sino que existen varios estudios e hipótesis acerca de su origen y
funcionalidad, trabajando no sólo en aspectos biológicos, sino también
psicológicos, sociales e incluso culturales. Hay fuertes fundamentos evolutivos
de la diversidad fenotípica en sexo/género en el ser humano. Podemos esperar
que en los próximos años ocurra un desarrollo incluso mayor de nuestra
comprensión en una de las dimensiones más complejas e interesantes de nuestra
especie, que sirva no sólo como fuente de conocimiento, sino también que sea
otra base para el reconocimiento e integración de tantas personas que aún hoy
en día se enfrentan al rechazo y la estigmatización.
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