Do Say Gay: una revisión detallada sobre sexo y género (III): historia del orgullo

 


Parte I: prefacio

Parte II: niveles y elementos de la determinación sexual

Introducción

Es prácticamente un axioma social que las generaciones anteriores se sobresalten en contra de escenarios que para las actuales son más normales y habituales, diciendo que en “sus tiempos”, eso no ocurría así, que son inventos modernos. Y es prácticamente axiomático también que sí que ocurrían en “sus tiempos”, sólo que eran menos visibles por prejuicios o ignorancia de la época, o directamente eran cosas que se perseguían. No es regla de oro, pero la tendencia se inclina mucho a que en “otros tiempos”, las cosas podían ser muy diferentes, si bien las inquietudes eran las mismas.

Lo que sí puede ser más cierto es que en los tiempos actuales, comprendamos mejor cosas que en épocas anteriores se veían como inocuas o aberrantes. En otros tiempos se utilizaba el asbesto como material en diferentes construcciones; hoy sabemos que es una sustancia altamente cancerígena. En otros tiempos, se creía que el autismo era causado por una desconexión materna con el hijo; hoy comprendemos que se trata de una condición neurológica con bases genéticas. En otros tiempos, hacer mofa de otras personas por cuestiones físicas como el color de la piel era por supuesto de lo más común; hoy, llegamos a entender la importancia de las sensibilidades étnicas y raciales en la integración social.

¿Qué hay sobre la diversidad sexual? Como vimos en la parte anterior de esta serie, hoy en día sabemos muchas cosas sobre la determinación y la diferenciación sexual en el ser humano, así como atisbos de la forma en que esto influye tanto en la orientación sexual como en la identidad de género. Por supuesto, para algunos lectores eso no sería una respuesta directa a que se traten de variaciones naturales dentro de nuestra especie, ni tampoco que no se trate de una “invención moderna”, o algo que se ha difundido en nuestras sociedades actuales. ¿Pero qué tan cierto es esto? ¿Qué nos dice el registro histórico sobre conductas no heterosexuales e identidades transgénero? ¿Qué otra información tenemos al respecto desde la ciencia? ¿Es sólo cuestión de ideología política o postmodernismo? Demos un vistazo atento para intentar responder tales inquietudes.

Una nota antes de empezar: durante esta entrada, voy a referirme a relaciones homosexuales, bisexuales y otras principalmente como comportamientos o relaciones no heterosexuales. Es difícil identificar personajes explícitamente homosexuales o bisexuales en el registro histórico pre-contemporáneo, y recordemos que muchas personas homosexuales también se casaban y tenían familia por la persecución de otros tiempos, o por la concepción utilitaria que se tenía del matrimonio y la familia. Por ello, a menos que sea específico al respecto, no se extrañen de que parezca ir con “pies de plomo” al hablar de la historia LGBT+; no es por cortesía o mojigatería, sino por intentar ser preciso.

La diversidad sexual a través de la historia

A estas alturas, a menos que no tengas mucha curiosidad o lo descartes todo como mentira, ya tendrías que saber que comportamientos no heterosexuales están registrados históricamente durante miles de años. Tan sólo en la mitología, personajes como Zeus y Heracles tenían tanto amantes femeninas como masculinos; Loki se transformó en una yegua para distraer al caballo de un jotun que construía las murallas de Asgard, y así fue preñado con Sleipnir, el corcel de Odín; y el dios hurrita Kumarbi quedó preñado al arrancarle los genitales a su padre de un mordisco tras destronado. En decenas de cosmologías alrededor del mundo, la homosexualidad y las ambigüedades de género están presentes, a menudo de forma positiva o simplemente habitual para los personajes del mito.

Pero hablemos de la historia en sí, y esa es bastante interesante. Ya en arte rupestre del Mesolítico y Neolítico, se han identificado figuras fálicas en parejas y otras con caracteres sexuales secundarios combinados (es decir, pechos femeninos y genitales masculinos). Y aunque en el Antiguo Egipto los registros sobre relaciones homosexuales no son muy detalladas, la historia de dos sirvientes y “confidentes reales” de un faraón de la V Dinastía, Khnumhotep y Niankhkhnum, ha sido identificada por algunos historiadores y egiptólogos, basados en su representación artística y detalles de sus sepulcros, como la primera pareja de un mismo sexo en la historia antigua. Asumiendo que en efecto se tratase de una pareja en relación homosexual (y hay que destacar que, fuesen gays o bisexuales, ambos tenían familia), estamos hablando de un escenario que se dio hace aproximadamente 4400 años, cuando la Gran Pirámide de Giza –la más antigua de las Siete Maravillas de la Antigüedad- aún no cumplía doscientos.

Detalle de un mural representando a Khnumhotep y Niankhkhnum en un abrazo muy íntimo. Mastaba de Khnumhotep y Niankhkhnum, necrópolis de Saqqara.

Contemos con que eso sea apenas el abrebocas de lo mucho que se sabe ahora sobre relaciones y comportamientos no heterosexuales en la historia. El rey Zimri-Lim, del antiguo reino semita de Mari, tenía amantes masculinos. En el Japón antiguo, está documentado el wakashudo, prácticas homosexuales similares al sistema de pederastia de la antigua Grecia, en que hombres maduros establecían relaciones con otros más jóvenes. Sabemos también de la historia de Safo, la poetisa de Lesbos que exaltaba el amor entre mujeres entre los siglos VII y VI AEC. Y aunque en Mesopotamia se condenaba la violación homosexual con tanta dureza como la heterosexual, como ocurría en Asiria, también era costumbre castrar a algunos esclavos para que sirvieran como amantes, por lo que más que condenar directamente la homosexualidad, se juzgaba la violencia sexual (y calumniar a tu vecino con que le gustaba echarse una cana al aire con otros hombres sin evidencia).

Por fuera de esos territorios tan conocidos, otros registros sobre conductas no heterosexuales también existen como un hecho naturalizado. En la América precolombina, varias culturas integraban prácticas homosexuales de forma ritualizada o con roles sociales, así como a personas en roles de género ambiguos o no tradicionales, como se puede evidenciar en la iconografía de pueblos en la costa del Ecuador, los registros sobre la religión tayrona al norte de Colombia y parte del arte cerámico sobreviviente de la cultura moche en Perú. El pueblo azande del África Central y las mujeres en Lesoto tenían instituciones sociales homosexuales bastante reconocidas y normalizadas en su cultura, pero que desaparecieron por la influencia cristiana del colonialismo europeo. Varios templos hindúes representan actos sexuales entre parejas del mismo sexo en sus muros, y también tenemos la constancia de los hijra, un grupo social considerado un “tercer género” que comprende mujeres transgénero, así como intersexuales y personas que viven en roles femeninos.

Fotografía de una pareja lesbiana en Lesoto. Motsoalle era el nombre de este tipo de relaciones socialmente aceptadas, por lo que no era extraño que una mujer presentara a su pareja como “mi motsoalle”. 

Y ya que menciono a los hijra, no he hablado demasiado sobre los roles de género y personajes no tradicionales históricamente. En principio, no es fácil hablar correctamente de personajes transgénero en la historia, puesto que los conceptos de género, identidad de género y transgénero surgen apenas en el siglo XX, y es complicado distinguir la identidad a partir de cuestiones de expresión y performatividad de género en los registros históricos sin caer en presentismo. De ahí, no me sorprende que haya muchos quienes insistan en que se trata de un “invento reciente”. No obstante, eso se trata a su vez de un error de análisis porque: 1) el hecho de que los roles sociales de género tengan base en algunas conductas de tendencia marcada entre sexos abre perfectamente la posibilidad de que en ciertas sociedades se reconozca la presencia de individuos no normativos a nivel de género; y 2) teniendo esto en cuenta, ignora también que hay una base biológica en la identidad de género. Pero no nos adelantemos.

Roles no normativos de género han existido desde tiempos antiguos. Mientras que Enheduanna, alta sacerdotisa de Inanna, escribía en la Ur del siglo XXIII AEC sobre el poder de la diosa para convertir a un hombre en una mujer y viceversa, dentro de los gala, el grupo de sacerdotes consagrados a Inanna, había una importante cantidad de varones en roles nombres y atributos femeninos, además de prácticas rituales homosexuales. Varios pueblos amerindios como los navajos y los zuni tenían roles sociales y ceremoniales de un tercer género, y hoy en día tal diversidad es integrada en el concepto panindígena de dos espíritus. Así mismo, culturas africanas subsaharianas como los maale de Etiopía, los igbo y distintos pueblos bantúes del sur tienen (o tenían) roles definidos como un tercer género, usualmente varones “afeminados” que en algunos casos vestían y se maquillaban como las mujeres. Y son bien conocidos roles no binarios en el sureste asiático actual como los kathoey de Tailandia, los waria de Indonesia y los cinco géneros reconocidos dentro de los buli de Sulawesi, que comprenden hombres y mujeres cisgénero, hombres y mujeres transgénero, y un quinto género andrógino, bissu.

Bissu durante un ritual ma’giri, en el cual hunden puñales en su piel para demostrar ser poseídos por los dioses.

Hablando de personajes históricos concretos, el emperador romano Heliogábalo (218-222 EC), infame por sus excesos y corrupción, ha sido identificado por algunos como transgénero, pues se sabe que buscaba hacerse cirugías de reasignación. Decenas de restos humanos previamente identificados de un sexo por su ajuar funerario han sido posteriormente identificados en otro gracias a osteología y genética, y si bien en algunos casos se trata de posiciones de autoridad usualmente reservados al género masculino (como la Señora de Cao de los moches), en otros es más evidente que se trata de personas que vivían y eran reconocidas en un género distinto a su sexo (como una tumba medieval en Hattula, Finlandia). En el siglo XIV, el filósofo judío Kalonymus escribía un lamento sobre haber nacido como hombre y desear haber venido al mundo como mujer, trabajo que ha sido identificado como una potencial evidencia de disforia de género. También son bien conocidos casos como el de Charles de Beaumont, diplomática y espía durante la Guerra de los Siete Años conocida posteriormente como la Caballera d’Éon; Albert D.J. Cashier, que sirvió enlistado como hombre en el Ejército de la Unión durante la Guerra Civil en Estados Unidos, y mantuvo dicha identidad durante más de cincuenta años; y el coronel Amelio Robles, que durante la Revolución Mexicana vestía y exigía ser tratado como hombre, siendo reconocido como tal por el gobierno hasta su muerte, a la avanzada edad de 95 años.

Noten que apenas he hecho referencia a las archirrequeteconocidas prácticas homosexuales y bisexuales en la antigua Grecia y Roma. No hacen falta, pues como pueden ver, hay varios ejemplos en distintas culturas a lo largo del globo que desafían las concepciones binarias tradicionales de la orientación sexual y los roles de género, muchas incluso perdurando hasta hoy en día. Es, de nuevo, un testamento de que la diversidad humana ha sido reconocida a través de distintas sociedades y culturas a lo largo de nuestra existencia, de que es algo no sólo antiguo y habitual, sino además reconocido y normalizado, tal como debería ser.

(Entre paréntesis: ¿y los asexuales? Esos son incluso más difíciles de identificar a nivel histórico, y es un campo aún menos conocido. Para una pequeña explicación sobre lo que puede decirse a nivel histórico, vean esta entrada. Cierro paréntesis)

Ahora, seamos rigurosos y hablemos en todo caso al respecto. En la antigua Grecia, las prácticas homosexuales se distinguían por el rol y actitud del individuo dentro de la relación, más que por el género o el deseo sexual. La pederastia en el contexto griego antiguo, alejada de lo que entendemos hoy a nivel judicial y psicológico al respecto, era entonces una relación donde un hombre mayor, el erastes, tomaba a un joven adolescente, el eromenos, no sólo como un compañero sexual, sino como una figura a la que debía educar, amar y proteger hasta que fuese legalmente un adulto, de modo que se transformase en un miembro útil para la sociedad griega. En ese sentido, la pederastia griega puede entenderse más como una institución educativa que como una relación afectiva, por lo que también es motivo de debate si estaba limitada a la aristocracia, o el pueblo llano también tomaba parte en esta. Es cierto que no en todas las polis griegas se permitían las relaciones pederastas, pero sin duda estaba presente en varias de las más importantes como Atenas, Esparta y Tebas.

Por supuesto, la pederastia no era la única práctica homosexual permitida. Aunque menos comunes, hay registros de relaciones entre hombres maduros, ya fuesen erastes que permanecían vinculados a su eromenos, o adultos que se unían de forma consensuada. Historias míticas como las de Aquiles y Patroclo sugieren también que este tipo de relaciones no eran tan desdeñadas como se creía previamente; también se conoce la relación entre Alejandro Magno y su compañero Hefestión, probablemente amantes –y sabemos que en la realeza macedonia no era ajena la bisexualidad-; y está bien documentada la existencia de la Banda Sagrada de Tebas, un cuerpo militar de varones que luchaban junto a sus amantes. Y aunque los registros son escasos, las historias de Safo de Lesbos y algunos datos de la vida espartana sugieren que también podían darse relaciones entre mujeres adultas.

¿Qué hay de Roma, la otra raíz de las sociedades occidentales? Los romanos consideraban el culto a la virilidad como la base de las relaciones entre hombres, y al igual que los antiguos griegos, los roles de dominancia y pasividad en la sociedad eran importantes para definir las relaciones en el lecho. Por ello, los hombres que podían tener prácticas homosexuales sin perder estatus social eran quienes mantenían el rol dominante/de penetración, y el rol pasivo era típicamente de sirvientes, esclavos, prostitutos y ciertos artistas; un ciudadano romano de derecho descubierto en un rol pasivo, o penetrando a alguien dentro de su mismo escalón social, no sólo se arriesgaba en reputación, sino también a nivel legal. Eso sí, las relaciones del mismo sexo entre mujeres parecen haber sido incluso menos comunes que en Grecia. En síntesis, mientras que la homosexualidad entre los griegos era la idealización del eros dentro de un mismo estatus social, para los romanos ocurría como una expresión de la dominación patriarcal de su sociedad.

De Yusuf III a Stonewall: resistencia y activismo LGBT+

Pero si las conductas y las relaciones no heterosexuales, y los roles no binarios de género, han sido frecuentes y tolerados en varias culturas, ¿cómo es que llegamos a la estigmatización social, la discriminación e incluso la persecución judicial y la condena a muerte contra la diversidad sexual? La respuesta breve sería hablar del monoteísmo abrahámico y el papel del cristianismo en la construcción de muchas de las bases en las sociedades occidentales. Y técnicamente es cierto, pero hay que explicarlo con más detalle.

Las relaciones de la temprana Iglesia Católica y la homosexualidad son algo confusas. Es cierto que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenaban el sexo homosexual, no directamente la homosexualidad como tal, pero es innegable también el carácter patriarcal y heteronormativo de los textos hebreos precristianos. Se sabe que autores cristianos como Juan Crisóstomo y Tertuliano condenaban fuertemente los actos homosexuales, y ya en los últimos años del Imperio Romano unificado, emperadores desde Constantino II hasta Arcadio ya decretaban pena de muerte a aquellos hombres que yacieran con otros. Tras la caída del Imperio de Occidente, a finales del siglo V, se puede decir que la Iglesia Católica fue la principal institución aglutinante y homogenizante de las sociedades desconectadas por dicho suceso histórico, y su influencia sobre ellas moldeó tanto la percepción como el tratamiento de la diversidad sexual. Para Tomás de Aquino, por ejemplo, el comportamiento del humano no siempre es moralmente “natural”, sino que ello depende de que sus inclinaciones vayan alineadas con su inclinación a cumplir la naturaleza humana. Así, bajo el concepto cristiano de la ley natural, aquellas conductas como la homosexualidad eran una perversión de su inclinación al propósito nacido de las leyes divinas, obrar en la vida de acuerdo a la mente del Creador.

Por supuesto, esto se ha ampliado a través de los siglos, pero la condena de la Iglesia Católica y las distintas ramas del cristianismo a las conductas homosexuales e incluso la homosexualidad en sí es más que conocido, y permeó las sociedades durante siglos, así que no me detendré demasiado aquí, sólo para matizar que no todas lo atacan de la misma forma. Algunas denominaciones consideran la homosexualidad, sea como orientación o acto, como una abominación elegida; otras “toleran” a los individuos homosexuales, pero sin reconocerles derechos sociales; unas cuantas permiten incluso que puedan servir dentro de la iglesia; y casi todas repudian la mera idea de identidad de género. Tampoco es como que esto evitara que, desde la Edad Media hasta tiempos contemporáneos, diferentes artistas abordaran no sólo expresiones románticas de relaciones no heterosexuales, sino incluso desde el erotismo puro.

Y por contradictorio que parezca, la historia de la homosexualidad en el mundo islámico no era tan diferente a lo que hemos conocido para nosotros. Si bien es cierto que tanto el Corán como en los hadices se condenaba el comportamiento homosexual, no eran raras las relaciones entre otros hombres, así como entre mujeres, y de hecho las artes como la ilustración y la escritura también desarrollaban temas homoeróticos más que evidentes durante los primeros siglos de la historia del islam, como la poesía del persa Abu Nuwas (747-815) y las obras de Yusuf III (1376–1417), del Reino de Granada. A pesar de que el comportamiento homosexual no era tolerado, para algunos, como el filósofo y teólogo andaluz Ibn Hazm, el sentimiento que rodeaba a ese deseo no era más antinatural que tomar un respiro, y era simplemente otra expresión de la naturaleza en la criatura humana que escapaba de su propio control. Sería en el siglo XIX, con la difusión de las escuelas islámicas más fundamentalistas, y las propias leyes europeas que permearon hacia el Imperio Otomano, que este espacio de tolerancia tácita, por llamarlo de algún modo, se desvaneció hasta el radicalismo que conocemos hoy en día: la mayoría de las naciones de mayoría islámica penalizan el comportamiento homosexual y la “transexualidad”, y siete de ellas lo castigan con pena capital (aunque sólo se conoce aplicada en Afganistán e Irán). Y dada la conflictiva relación de Occidente y su pasado colonial en Medio Oriente, al punto de que por el crecimiento de los movimientos pro-derechos sexuales se ha vinculado la diversidad sexual con la “decadencia” de las naciones occidentales, es probable que la situación de la comunidad LGBT+ en la región no cambie demasiado por un largo tiempo.

Estatua de Ibn Hazm

Ya que recién lo menciono, hay que hablar también de cómo el colonialismo afectó el reconocimiento de las diversidades sexuales y los roles no tradicionales de género de las culturas que sometieron. Roles y costumbres como las tradiciones homosexuales y lesbianas en Lesoto o el washakudo japonés fueron borrándose poco a poco a través del contacto, muchas veces por imposición y sangre, de dichas sociedades con la cultura y valores traídos por las potencias europeas y americanas durante el siglo XIX, no sólo homogeneizando sus costumbres y educación, sino también sus prejuicios; otros, como la India y las naciones del sudeste asiático, resistieron más la influencia cristiana de los colonizadores. De pronto, las relaciones que antes eran vistas como instituciones sociales naturales, y los roles no tradicionales que iban más allá de una concepción binaria entre los sexos, se convirtieron en abominaciones, en conductas contrarias a la voluntad y las reglas divinas. Irónicamente, varios de esos países colonizados no sólo persiguen la homosexualidad hoy en día, sino que a su vez la consideran una influencia extranjera de la decadente sociedad occidental.

Y así llegamos a los siglos más recientes. Aunque en el siglo XVIII, algunos pensadores de la Ilustración empezaban a cuestionar el tratamiento de la homosexualidad, y de hecho Francia fue el primer país en despenalizarla tras el triunfo de la Revolución en 1791, la influencia del pensamiento y la moralidad victoriana de la centuria siguiente generó mayor presión social. Las leyes anti-sodomía en naciones como Estados Unidos y Reino Unido oprimían a las minorías sexuales, quienes muchas veces se veían obligados a contraer matrimonio para escapar del escarnio público y la ley, o mantenían relaciones en secreto. En otras sociedades, si bien no estaba expresamente penada la homosexualidad, podía ser motivo para que las fuerzas del orden te la hicieran pasar mal, y no era extraño que incluso personajes de la élite estuvieran envueltos en incidentes escandaloss cuando eran descubiertos reuniones secretas entre parejas del mismo sexo. Son conocidos eventos como el juicio al escritor británico Oscar Wilde en 1895; el baile de los cuarenta y uno en México, durante el Porfiriato de 1901; la redada de Ariston Bathhouse de 1903, en Nueva York; el escándalo Harden-Eulenburg entre miembros del gabinete del káiser Guillermo II de Prusia, entre 1906 y 1907; y el llamado escándalo de los cadetes en la Argentina de un ya tardío 1942, que contribuyó a profundizar la represión contra la homosexualidad tras el ascenso del peronismo.

Recreación del material original de Jorge Ballvé, fotógrafo convertido en chivo expiatorio por el escándalo de los cadetes. Parte de la exposición “Los Cuerpos del Delito”, de Claudio Larrea.

No se puede evitar hablar de una de las expresiones pseudocientíficas más infames de la historia: las “terapias” de conversión (y lo pongo en comillas porque el consenso científico y médico general es que no son terapias legítimas). Intentos correctivos de moldear la orientación o la identidad de una persona para que se alineara con la heterosexualidad han ocurrido de modo informal desde hace siglos, y aun hoy en día no es difícil encontrar historias de lesbianas, bisexuales e incluso asexuales que fueron víctimas de violaciones, en un atroz y fútil intento de “corregir su desviación”. Pero fue en el siglo pasado cuando se desarrollaron diferentes técnicas pseudocientíficas que buscaban cambiar la sexualidad o la identidad de género de una persona: psicoanálisis, hipnosis, oración, conductismo, terapias de aversión, castración e incluso cirugías cerebrales. Muchas de estas “terapias” han desaparecido con el tiempo, y la mayoría de los profesionales son enfáticos en denunciarlas; no obstante, muchas familias aún acuden, a menudo por motivos religiosos o ideológicos, a “campamentos de conversión” y similares, en un intento por modificar a sus hijos. Y como hemos visto con la reciente publicación del nefasto libro When Kids Say They Are Trans: A Guide For Parents (Cuando los niños dicen que son trans: una guía para padres), incluso siguen siendo pseudociencias vendidas y publicitadas.

A pesar de este trágico legado, al mismo tiempo, la ciencia empezaba a ampliar su comprensión de la sexualidad humana, y alejarse de las explicaciones psicológicas que patologizaban las conductas diferentes. El médico británico Havelock Ellis, activista social y pionero en estudios sobre sexualidad diversa, publicaría en 1897 un trabajo donde abordaba la homosexualidad de forma neutral, explicando que no se trataba de una enfermedad ni una inmoralidad. Hacia la misma época, Magnus Hirschfeld desarrollaba en Alemania estudios más profundos sobre la transexualidad y la intersexualidad, fundando el Instituto para la Investigación Sexual, uno de los primeros centros de investigación en torno a la orientación sexual y la identidad de género, y que fue tristemente destruido por la Liga de Estudiantes Nacionalsocialistas en 1933, tras el ascenso de Hitler al poder. Con todo, en 1952 (sí, apenas entonces), la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (en inglés, APA) incluyó la homosexualidad dentro del primer Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-I), y se mantuvo por 16 años a pesar de que ya en 1956 había sido confrontado por un estudio de Evelyn Hooker que desmentía la principal hipótesis de la época sobre el origen de la homosexualidad.

Ilustración del Instituto para la Investigación Sexual

Así mismo, a pesar de la represión social y política, otros activismos tempranos surgieron. A finales del siglo XIX, un círculo de intelectuales británicos fundó la Orden de Queronea, una sociedad secreta británica que luchaba por la legalización de la homosexualidad. En Alemania, además del Instituto, Hirschfeld fundó el Comité Científico-Humanitario, considerada la primera organización de derechos LGBT de la historia, y que se enfrentó a los códigos legales de aquella época, y que logró algunos avances en derechos antes del surgimiento del nazismo.  Figuras políticas activistas como el poeta socialista Edward Carpenter y la escritora y activista Emma Goldman, una de las figuras más importantes del anarquismo durante la primera mitad del siglo XX, también defendían los derechos de las minorías sexuales como parte de su respaldo al “amor libre”.

El punto de quiebre hacia una lucha más activa y fuerte por los derechos sexuales fue en 1969, durante la rebelión de Stonewall. Se trató de una serie de protestas nacidas en el Stonewall Inn, un bar gay en Greenwich, Manhattan, donde diferentes personas de la comunidad LGBT se reunían para bailar –era de hecho el único club de Nueva York donde se podía bailar en general- y departir en privado. Al ser un bar controlado por la mafia, era habitual que la policía organizara redadas por, ejem, billetines, pero durante una redada en la madrugada del 28 de junio, las cerca de 205 personas que estaban asistiendo al bar se rehusaron a acompañar a la policía, más personas se reunieron afuera del bar, y cuando una mujer esposada fue golpeada por la policía en las afueras del bar e instó a los espectadores a que hicieran algo, la revuelta estalló. Los oficiales, superados en cientos, apenas lograron llevarse arrestadas a trece personas entre la lluvia de latas, monedas, basura e improperios, mientras que muchos otros policías quedaron atrapados dentro del bar, que acabó destrozado y en llamas por las protestas.

Única foto tomada durante la primera noche de los disturbios en Stonewall, por Joseph Ambrosini.

Este evento fue fundamental en el activismo LGBT, puesto que tras la rebelión, muchos activistas que hicieron parte de las protestas decidieron aprovechar la energía surgida de forma espontánea para conformar grupos activistas enfocados en luchas sociales para cambiar el reconocimiento y la situación de las minorías sexuales en Estados Unidos, como el Frente de Liberación Gay (GLF), la Alianza de Activistas Gay (GAA) y STAR (siglas en inglés de Revolucionarias de Acción Travesti Callejera). Así mismo, fue en 1970 cuando se instaló el primer Día del Orgullo, un evento que pronto se convirtió en insignia de la población LGBTI+ alrededor del globo. El ejemplo de Stonewall marcó un legado que influyó en las minorías sexuales alrededor del mundo, y si bien, como ya me mencionado antes, hubo sociedades y movimientos activistas previos a la rebelión en 1969, la influencia cultural de la nación norteamericana en gran parte del mundo contribuyó claramente a que el impacto de las rebeliones y el activismo que le siguió moldearan la recepción y el reconocimiento progresivo de derechos sexuales en decenas de países. Y ayudó enormemente que, tras una intensa campaña de activistas gay en eventos de psiquiatría, y la evidencia recopilada por las investigaciones de Hooke y Alfred Kinsey en sexología, la séptima edición del DMS-II eliminara la homosexualidad como enfermedad de su lista de trastornos mentales en 1974.

Si bien es cierto que varias naciones habían despenalizado las prácticas homosexuales desde hace mucho tiempo (con Francia iniciando en 1791, tras el triunfo de la Revolución), y otras nunca la han penalizado expresamente, las luchas de la comunidad LGBT+ durante las décadas posteriores a Stonewall para ser reconocidos como sujetos de derecho y acceder a buena salud, uniones civiles y matrimonios, y derechos familiares como la adopción, ha sido larga y accidentada. El reconocimiento de la identidad de género ha sido incluso más complejo y tardío, pues apenas en el DSM-V se redefinió mejor la disforia de género para dejar de patologizar la identidad en género en sí, y enfocarse en trabajar sobre la ansiedad y la inquietud emocional que genera la discrepancia entre la identidad de género y los otros rasgos sexuales del individuo. Y a pesar de ello, muchos críticos y “transescépticos” siguen visualizando la identidad desde un enfoque patológico y condescendiente –hablaremos de ello en la Parte V de esta serie-.

Los movimientos LGBT+ actuales se han fortalecido además con nuevos marcos teóricos y la evidencia científica disponible. En los primeros, hacia la tercera ola del feminismo, en los 90, nace la teoría queer, un enfoque de teoría crítica post-estructuralista que cuestiona la normatividad social de las identidades cisgénero y heterosexuales, así como visiones esencialistas del sexo y el género. Así mismo, los feminismos interseccionales construidos durante la tercera y actual cuarta ola del feminismo enfatizan en reconocer las distintas luchas y dificultades que enfrentan mujeres racializadas, que pertenecen a diferentes etnias, credos, clases sociales e identidades de género, buscando así ampliar la comprensión y defensa de las personas transgénero más allá de las limitaciones en el paradigma cishetero blanco –volveremos a este tema en la próxima entrada de la serie-. Por otro lado, entre los activistas científicos, si bien varios reciben estos aportes post-estructuralistas del feminismo, recogen también la comprensión que hoy tenemos sobre el desarrollo humano y la sexualidad para alcanzar un enfoque científico no sólo más inclusivo de las minorías sexuales, sino objetivamente más riguroso con la realidad conocida.

No fue un lecho de rosas, por supuesto. Apenas unos doce años después de la rebelión de Stonewall, llegó la epidemia del SIDA al ojo público. La indiferencia de la administración Reagan ante una enfermedad que veía entonces como propia de homosexuales, drogadictos e inmigrantes, permitió que el VIH se diseminara a nivel internacional, transformándose en una pandemia que perdura hasta la actualidad, y generando episodios de violencia y discriminación a nivel internacional. Miles de vidas en la comunidad LGBT+ se apagaron durante aquella época, algo que se reconoce demográficamente en la relativa minoría de individuos LGBT+ de avanzada edad en muchos países, y miles más fueron despedidos de sus trabajos, repudiados por sus familias, y todo sin que muchos de ellos tuviesen el VIH. Las minorías sexuales se enfrentaron de nuevo a los viejos prejuicios de siempre, a ser señalados como degenerados, castigados por Dios a causa de su vida corrupta y disoluta, a que incluso la comunidad científica seguía manteniendo los sesgos y prejuicios que se creían superados desde 1974, y se dieron cuenta que su integración e inclusión dentro de la sociedad sería todavía un camino largo y tortuoso. Así, la tragedia ayudó a que las diferentes identidades dentro de la comunidad se integraran mejor en sus objetivos a través de movimientos sociales, y presionaron a las autoridades y las farmacéuticas para que ofrecieran soluciones y tratamientos no sólo a ellos, sino a la población en general.

En la actualidad, 35 naciones permiten el matrimonio entre parejas del mismo sexo, mientras que en Bolivia y varias naciones del sur y este de Europa reconocen uniones civiles o uniones de facto por cohabitancia. Otras 36 naciones permiten la adopción por parte de parejas homoparentales, con algunas La mayoría de los países también han equiparado las edades legales de consentimiento, que también solían ser una forma de discriminación al ubicarse en mayor edad para las relaciones homosexuales, mientras que en Estonia y San Marino se permiten sólo cuando una pareja en la relación es padre biológico de la criatura. Así mismo, muchas naciones reconocen legalmente el cambio de género y la expresión de la identidad individual, varias sin necesidad de cirugías de reasignación sexual. Por desgracia, pocas naciones prohíben las temibles “terapias de conversión”. Y el reconocimiento de los géneros no binarios sigue siendo bastante limitado a nivel global.

Y si algo hemos aprendido viendo el actual clima político en Estados Unidos, con la derogación de los derechos federales al aborto, los intransigentes proyectos anti-trans y los potenciales riesgos de la Ley KOSA, así como el surgimiento de movimientos políticos y gobiernos de extrema derecha en Europa y otras naciones, es que ninguno de los derechos sexuales y reproductivos de los que hoy gozan millones de personas es inamovible. Se requiere no sólo mantenerse vigilante y activo en manifestarse, sino en saber adaptar nuestros argumentos y herramientas a los tiempos actuales, donde la desinformación fluye de forma veloz, los nuevos movimientos políticos ajustan su retórica para disfrazar sus motivaciones ante la población, y la visión social del liberalismo clásico en torno a los derechos individuales se hace insuficiente para enfrentar el extremismo reaccionario.

Lo que sabemos hoy sobre la diversidad sexual desde la ciencia


Descritos los avances en términos sociales de las minorías sexuales, vale la pena hacer un apartado para profundizar un poco más en el conocimiento actual que tenemos al respecto. Ya hablé en la entrada anterior sobre las bases biológicas y neurológicas de la orientación sexual y la identidad de género. Ahora, eso no es algo a lo que se llegó de un día para otro. ¿Cómo fue evolucionando la ciencia al respecto desde Ellis y Hirschberg? ¿Por qué se retiró en los 70 la homosexualidad del DSM? ¿Por qué se demoró tanto tiempo en hacer lo propio con la transexualidad y reconocerse la identidad de género?

Volvemos a 1952. La homosexualidad estaba clasificada como una “desviación sexual”, una categoría que hoy corresponde a la de parafilia (es decir, un recurrente e intenso deseo sexual a objetos, situaciones, conductas o individuos atípicos), y que también incluía entonces el travestismo (aún no se formularía el concepto de identidad de género). Sin embargo, en 1948, exactamente cuatro años antes, el sexólogo Alfred Kinsey y sus colegas publicaron el primer Reporte Kinsey, Conducta sexual en el macho humano, el cual se basó en un estudio con 5300 hombres, y encontró que apenas la mitad de ellos se mantenía como exclusivamente heterosexual a lo largo de su vida. Así mismo, en 1956, Evelyn Hooker publicaba un estudio comparativo que no encontró diferencias en la salud mental de hombres heterosexuales vs homosexuales, contradiciendo la tesis imperante de que se trataba de un trastorno mental. Por desgracia, ambos trabajos fueron desestimados en aquel entonces por la comunidad científica, que no estaba muy dispuesta a reconocer que los comportamientos no heterosexuales eran más comunes y saludables de lo que reconocía la opinión popular.

Eso cambió tras Stonewall. Y no fue sólo por la presión de los activistas gay surgidos tras la rebelión, sino también por un fuerte movimiento anti-psiquiatría nacido de los 60, y los propios prejuicios dentro del campo médico, como bien reveló el psiquiatra homosexual John E. Fryer durante una conferencia en 1972. Entonces se buscó al psiquiatra Robert Spitzer, consultor técnico del DSM y el Comité de Nomenclatura y Estadística del DSM-II, para que mediara en la controversia. Spitzer no sólo tuvo reuniones con diferentes grupos de derechos LGBT, sino que además revisó los datos de estudios previos como los de Kinsey y Hooker. Con ello, decidió que la homosexualidad debía ser reclasificada como “perturbación de orientación sexual”, quitándole la carga estigmatizante de enfermedad. Así se publicó en 1974, y con posteriores cambios y especificaciones que se han ido sumando con las décadas, hasta el DSM-V (2013), que ya no contiene ninguna categoría diagnóstico aplicable a orientaciones sexuales.

Los trabajos de Kinsey demostraron que la ocurrencia de la homosexualidad no sólo era mucho más frecuente de lo que se pensaba, sino que era una parte de la gran variabilidad en la orientación y expresión sexual. Sus estudios le permitieron posteriormente desarrollar la escala de Kinsey, una de las escalas de comportamiento y orientación sexual más empleadas, que va desde el 0 (exclusivamente heterosexual) al 6 (exclusivamente homosexual), reconociendo no sólo homosexuales, sino también la bisexualidad, que hasta entonces era englobada dentro de las prácticas homosexuales. La escala de Kinsey ha sido desarrollada con los años, y otros marcos descriptivos de la diversidad sexual han surgido en décadas posteriores, pero sigue siendo uno de los principales referentes para comprender cómo se dan los comportamientos sexuales dentro del abanico de la diversidad sexual en el ser humano.

Un diseño actualizado de la escala Kinsey, con una casilla X (“Sin contactos o reacciones sociosexuales”) representando el espectro de la asexualidad.

El camino de la identidad de género fue más complejo, pero también más antiguo de lo que aseguran varios anti-derechos trans. De hecho, fue el propio Hirschfeld quien acuñó el término travesti en 1910, y años después, en 1923 el término alemán del que derivaría la palabra transexual; ambos términos se referían a lo que hoy comprendemos como personas transgénero, es decir, personas cuya identidad de género (aunque en ese tiempo no existía el concepto) discordaba con lo asociado a su sexo asignado. El término identidad de género fue desarrollado en 1964 por Robert Stoller, un profesor de psiquiatría, para referirse al sentido propio de la pertenencia de un individuo a uno u otro sexo. Sin embargo, quien más contribuyó a la popularización del término en el campo profesional fue (suspiro)… el psicólogo John Money.

Probablemente algunos ya reconozcan al nombre y entiendan la reacción, pero déjenme ir paso a paso. Sin duda, Money fue de los profesionales en salud mental más influyentes a la hora de difundir y robustecer los conceptos de identidad de género y rol de género, lo que sin duda es innegable. Por otro lado, su tesis principal sobre la identidad es que los menores nacen como una tabula rasa a nivel de género, y su identidad se desarrolla por la crianza durante los primeros años de vida. De acuerdo con dicha tesis, enmarcada dentro del debate “innato vs adquirido”, si un menor era criado dentro de un género diferente a su sexo de nacimiento, desarrollaría una identidad de género coincidente con el rol de género asignado, y no con su sexo. Hoy sabemos que su tesis de maleabilidad de género es una paparrucha peligrosa, pero en plenos sesenta, digamos que sonaba prometedora. Por desgracia, Money tenía una ética profesional muy cuestionable en torno a la experimentación, y su principal estudio “emblema” para defender su tesis fue el controversial caso de David Reimer.

David era apenas un bebé de ocho meses cuando, en 1966, una torpe circuncisión destruyó su pene. Los desolados padres acudieron a Money para saber lo que podían hacer, y el psicólogo recomendó una cirugía de reasignación sexual, y que lo criaran como niña, asegurándoles que era lo mejor para David. Así, el pequeño fue reasignado y criado por sus padres como Brenda. También recibió tratamiento hormonal. Dado que David tenía un gemelo Brian, la idea detrás de estas antiéticas decisiones de Money era demostrar su tesis de la identidad maleable de género: de acuerdo con sus posturas, “Brenda” desarrollaría una identidad de género concordante con su “nuevo” sexo. Y el caso fue presentado durante los setenta y ochenta, gracias a los varios reportes científicos que Money publicó durante el seguimiento de los gemelos Reiner, denominado “el caso John/Joan”, como un éxito, siendo a su vez una base importante para la reasignación sexual quirúrgica y reconstrucción quirúrgica sin consentimiento en pacientes intersexuales, e incluso en otros sin ambigüedad genital.

Sin embargo, en los 90, la verdad del caso “John/Joan” salió a la luz. A pesar de la crianza femenina y el tratamiento hormonal, “Brenda” sufría una intensa disforia de género, y era matoneada en la escuela, pues nunca se identificó realmente como una mujer. No sólo eso, sino que el tratamiento de Money con los gemelos durante las visitas era totalmente falto de profesionalidad, desestimando las preocupaciones de sus padres, y obligando a “Brenda” y Brian en privado a ver pornografía y posar en diferentes posturas sexuales, cosas que incluso entonces serían consideradas abuso sexual. Tras una amenaza de suicidio a los 13 años, por recomendación de un psiquiatra y endocrinólogo, los padres Reimer le contaron a su “hija” la verdad sobre su sexualidad. Brenda decidió adoptar entonces su identidad masculina, llamándose David, y pasando por cirugías reconstructivas y tratamiento hormonal para revertir los efectos de la “terapia” de Money. El psicólogo intentó defenderse de las críticas que surgieron tras la publicación de la historia de David Reimer en 1997, acusando a sus detractores de esencialistas genéticos y antifeministas, pero también enfrentó fuertes críticas del naciente activismo intersexual, por las políticas de reasignación quirúrgica sin consentimiento realizadas a miles de menores. En cuanto a los gemelos Reimer, David sufrió por mucho tiempo con las marcas psicológicas de su interacción con Money, y la relación con sus padres fue complicada, hasta que en 2006 se quitó la vida a los 38 años, después que su esposa le pidiera el divorcio. Su hermano Brian había fallecido dos años antes, producto de una sobredosis. El legado de Money en sexología no sólo quedó ensombrecido por su total falta de ética, sumado a otras tesis psicológicas que abordaré en la siguiente entrada con respecto a los mitos contra la población transgénero, sino que también terminó siendo uno de los principales motores de los movimientos anti-género y anti-trans de la actualidad.

Si la tesis de Money sobre la identidad de género como una tabula rasa puramente construida por factores sociales fue completamente demolida tras este y otros casos similares, ¿cómo es que el concepto de identidad en sí logró mantenerse hasta la actualidad? Porque en una triste ironía, sí demostró que la identidad de género no sólo tiene una base biológica fuerte, sino que además se desarrolla temprano y es inalterable por factores externos. Eso debería sonar contradictorio con la comprensión que se suele tener en cuanto a las identidades trans, pero en realidad no lo es. De hecho, es por ello que las “terapias de conversión” o los intentos de hacer que una persona trans “haga coincidir” su identidad de género con su sexo fracasan miserablemente, y se trata de una población con altos índices de suicidio pre-transición: porque por más que los padres se esfuercen en reforzarlo, y por más que la sociedad los empuja a reprimirse, su identidad de género no puede cambiar. No lo hace. Está configurada desde temprano, tal como lo está la identidad de una típica persona cisgénero como yo.

Entender las raíces de la identidad de género a nivel neurobiológico, psicológico y psiquiátrico es lo que ha permitido la modificación de su comprensión y diagnosis –contextualmente hablando- en el DSM. Lo que se conocía entonces como trastorno de identidad de género (TIG) fue incluido en 1980 en el DSM-III, y se dividía en dos “subtipos” de diagnósticos psiquiátricos: trastorno de identidad de género de infancia y transexualismo, en el cual se encajaban los casos de disforia para adolescentes y adultos, al cual se añadió en una revisión posterior el TIG de tipo no transexual. Para la cuarta edición (DSM-IV), los diferentes diagnósticos se unieron dentro del TIG para obtener uno sólo, y en la edición más reciente (DSM-V, 2013) se transformó en disforia de género (DG) así como se reformuló su enfoque y definición hacia la angustia y estrés que sufre la persona cuando su identidad de género no encaja con su sexo asignado. Es decir, una persona transgénero puede sufrir de DG como resultado de su identidad y el peso de las interacciones y roles que se esperan de acuerdo a su sexo asignado/visible, pero su identidad no es la disforia en sí. Es por ello que la terapia afirmativa de género es la principal terapia recomendada para tratar la disforia de género: se entienden las identidades transgénero como variaciones naturales dentro del enfoque biopsicosocial de la sexualidad humana.

Como expliqué a inicios de año en otra entrada, la DG se mantiene dentro del DSM-V porque permite acudir a la terapia afirmativa de género para manejar la disforia, pues son tratamientos increíblemente costosos por fuera de los seguros médicos No es algo inusual del enfoque biopsicosocial que se tiene en torno a otras identidades o condiciones incluidas en el manual, pues gran parte de las dificultades que surgen de ellas vienen por el tratamiento que les da la sociedad, y no por características inherentes. No obstante, eso no evita que algunos activistas queer soliciten que se desclasifique la DG, o se le renombre como incongruencia de género, lo cual ayudaría a eliminar  el marco patológico en el que aún se entiende a menudo la identidad transgénero en la actualidad. Y aun así, incluso tales activistas reconocen lo limitada que está la integración e inclusión de la población trans como para acceder de forma libre a terapia afirmativa sin la ventaja de reconocer la disforia dentro del DSM.

No, ser LGBT no es una “opción política”

En este punto, tengo que regresar al tema del activismo para hablar de dos cuestiones. La primera es que aún persisten críticas en torno a la desclasificación de las orientaciones no heterosexuales e identidades transgénero de parte de la comunidad médica, sugiriendo que las raíces de estos cambios yacen principalmente en las acciones de movimientos pro derechos LGBT+, y no en una evidencia científica sólida. La segunda es que, desde ya hace tiempo, una tendencia importante entre figuras libertarias y personajes reaccionarios LGBT+ desde –principalmente- la derecha es el intento de trazar una brecha anti-activismo dentro de las minorías sexuales, bajo el argumento de que el concepto LGBT es simplemente “activismo político queer” e “ideología de género”, y que el acrónimo y los movimientos políticos y sociales relacionados a ello no incluyen a homosexuales, lesbianas o bisexuales del común (sí, no suelen ser muy abiertos a la comunidad transgénero).

No hace falta ser suspicaz para notar que ambos argumentos parecen enfrentados a la naturalización de la diversidad sexual en la sociedad y su presencia pública. Y si bien es cierto que varios de los que esgrimen tales afirmaciones vienen del típico conservadurismo religioso, también es notoria la presencia de libertarianos (ver aquí para comprender por qué prefiero no llamarlos libertarios) y reaccionarios que resienten el activismo LGBT+ como una especie de amenaza a sus derechos individuales, la “imposición” de una supuesta ideología nociva y sin fundamento. De hecho, seamos directos: la idea de que ser LGBT es una opción política o una “ideología” surge sobre todo de una crítica a los movimientos identitarios y de justicia social que se han fortalecido en años recientes, por lo que no es de sorprender que tantos “libertarianos” y liberales “clásicos” individualistas, como algunas figuras del escepticismo angloparlante post-9/11, sean cercanos a este enfoque.

¿Significa eso que los miembros de la comunidad LGBT+ no pueden identificarse con posturas conservadoras o cercanas a la derecha? En absoluto: una identidad biopsicosocial no viene empaquetada con una corriente política, y los individuos son libres de acercarse a aquellas ideas con las que se sientan más cómodos, o con las que crean que prosperen mejor.

¿Significa entonces que no se deberían criticar los movimientos de justicia social? Tampoco. Es cierto que muchos merecen una crítica importante al reducir el problema del factor individual y horizontal en la discriminación, centrándose mucho más en el abuso sistémico y jerárquico, así como un enfoque excesivo en el valor de la identidad por la identidad misma, y no porque el individuo merece expresar y vivir su identidad por ser suya. Y podemos desarrollar mejor nuestras luchas si intentamos trabajar en sus limitaciones y falencias.

Dejando eso claro, ninguna de las dos líneas anti-identitarias mencionadas al principio se corresponden con una crítica seria a los movimientos sociales, y si bien pueden ser esgrimidas por miembros de las minorías sexuales, eso no las convierte en argumentos sensatos o inmunes a la crítica. De la primera ya reconocemos que, si bien es cierto que el activismo por los derechos LGBT fue importante en la desclasificación y despenalización de la homosexualidad, tanto en los setenta como ahora hubo un importante trabajo médico y científico detrás respaldando la naturalidad de las orientaciones no heterosexuales y las distintas identidades de género, como ya he explicado en esta entrada y la anterior. El discurso de la “presión social” está presente sobre todo entre conservadores ultrarreligiosos, así que no vale la pena detenerse mucho aquí.

Es el segundo discurso con el que surgen problemas, pues claramente tiene una base más política e ideológica que científica. Como mencioné, en el caso de (LGB)T+ conservadores, es un intento de separarse de la principal corriente activista LGBT+, sugerir que no sus luchas y objetivos no son representativos de la comunidad en general (por “comunidad”, por supuesto, se refieren a sí mismos individualmente), y para hacerlo intentan vincularla con la muy criticada ideología queer y el hombre de paja de la “ideología de género” construido desde la derecha, según el cual todos esos movimientos buscan imponer ideas que diluyan la diferencia entre sexo y género, y que se diga a todos los niños que pueden ser del género que elijan. El problema no es que personajes como InfoVlogger o Miguel Polo Polo hagan parte de la derecha conservadora -o no es sólo eso, considerando la cercanía del primero con ultraderechistas como VOX-; el problema es que su argumento es débil, y sus motivaciones, menos transparentes.

Un triste ejemplo de su incoherencia es cuando a inicios de año, InfoVlogger respaldó a Chema de la Cierva, militante de VOX recordado por el infame “que te vote Txapote” en vivo, sólo para acabar borrando sus trinos cuando Chema demostró ser un homofóbico recalcitrante (¿recuerdan la posición de VOX sobre los derechos LGBT+?).

La visión del activismo LGBT+ como un solo movimiento monolítico, en torno a un único marco teórico que se puede identificar por su acrónimo, es insostenible. Hay que decir que las siglas LGB empezaron a surgir en los años 70, a medida que lesbianas y bisexuales fueron desarrollando identidades más públicas, pues previo a Stonewall “gay” era un término que agrupaba toda diversidad sexual no normativa. Apenas hacia finales de los 80, se reconoció a la comunidad trans como un grupo con una identidad social y pública concretas, y es en décadas posteriores donde se han incluido la I (como representativo de los intersexuales) o la Q (reconociendo la identidad queer) y la A (espectro asexual y arromántico). Las variantes dependen de qué tanto sientan los individuos o grupos activistas que las letras representen su identidad -por ejemplo, en India es frecuente el acrónimo LGBTIH, la H representando a los hijra-, pero en general es cierto que los acrónimos fueron surgiendo por iniciativa sociopolítica de que la comunidad fuese realmente inclusiva. De manera tristemente irónica, y algo que puede explicar en parte el discurso de “ser gay, no LGBT”, estas luchas no  han evitado que desde los 80, existan conflictos dentro de las minorías sexuales por la marginalización de bisexuales, transgénero y otras identidades no homosexuales, algo que continúa hasta hoy.

Y es así porque, como movimiento que abarca a personas de distintas identidades sexuales y de género, y con diferentes visiones políticas, comprende una gran variedad de corrientes activistas. Hay activistas homosexuales que reivindican su preferencia por cuerpos varoniles y velludos (bears); están drag queens, drag kings y travestis, que no son necesariamente homosexuales, pero sí con expresiones nada normativas en cuanto a género; feministas lesbianas, que construyen su base feminista en torno al cómo su identidad sexual rompe con los esquemas sociales (no confundir con el lesbianismo político); los controversiales constructivistas de género, con un cambio de paradigma que inquieta incluso a algunos dentro de la comunidad LGBT+; e incluso están personajes como el propio InfoVlogger, que son conservadores y nacionalistas, a menudo transfóbicos,

Y por supuesto, también incluye a millones de personas en el mundo que no hacen parte de actividades políticas, pero se identifican bien con sus símbolos y objetivos, pues al final la mayoría de estas corrientes coinciden en un mismo objetivo: la reivindicación y defensa de los derechos de las minorías sexuales en la sociedad. Ser LGBT es una identidad, pero estas no vienen con una configuración política de fábrica: puedes optar por la corriente ideológica que se ajuste a tus necesidades. En otras palabras, por mucho que LGBT sea un término de origen político, no es un movimiento político.

Al ser una comunidad tan diversa, no es de sorprender que haya individuos LGBT+ que no sólo prefieren alejarse del activismo político de la comunidad, sino que trabajan activamente en contra de ella, o en el mejor de los casos minimizando su necesidad actual. Si bien ampliaré un poco sobre esto en la Parte V, ya mencioné que buena parte de estas personas abogan directamente por una escisión entre la comunidad transgénero, a la que suelen señalar de forma muy negativa, y el resto de las minorías sexuales; otros son transgénero en posiciones sociales de poder, como Caitlyn Jenner, por lo cual mantienen una marcada alienación en la que prefieren proteger su estilo de vida que apoyar a otros miembros de la comunidad trans. Tienden en general a ser individuos (LGB)T alienados, de una clase social acomodada, así que no tienen problemas en lanzar del bus a otras personas con las que comparten identidad en temas como la adopción o los matrimonios. Y como varios de ellos se adhieren a ideales conservadores, nada sorprendente que coincidan con los reaccionarios en usar el fantasma de la “ideología de género” y el “marxismo cultural” para justificar su posición.

En cuanto a los reaccionarios disfrazados como “libertarianos”, ellos son directamente anticomunistas, pero su comprensión de comunismo es conspiranoide y simplista. Defienden un modelo de derechos liberales individuales y de libertad de expresión, pero que aventaje individualmente a quienes no perturben mucho el orden social, y su libertad de expresión es una fantochada más similar a una ausencia de consecuencias por expresarse: sin críticas ni burlas hacia sus propias ideas. Por supuesto, ellos no tienen problemas en ridiculizar las ideas del activismo LGBT+, como asegurar que tienen como 200 géneros y no pueden decidirse si son hombres o mujeres, porque no conciben comprender las luchas sociales de las minorías y las identidades si no es a través de horrendos hombres de paja. Creen que la comunidad se traga fácilmente la “inclusión forzada” y el capitalismo rosa de Hollywood, sin fijarse que muy a menudo son los mismos LGBT+ quienes critican la pusilanimidad e hipocresía de los grandes estudios y sus momentos “inclusivos”. Y culpan de la radicalización en grupos conservadores de extrema derecha y el sentimiento anti-trans a la “saturación” de las minorías sexuales en el discurso público.

DrossRotzank se ha vuelto infame en redes sociales durante estos últimos años gracias a su monumental hipocresía con lo que expresa constantemente sobre el activismo LGBT+. Y este debe ser el ejemplo más tenue que ha publicado al respecto.

Eso sí, dirán que apoyan a las personas LGBT+, pero su apoyo es condicional: mientras no “agobies” su día a día siendo demasiado público, todo bien. Son su monedita para seguir escupiendo odio contra las minorías sexuales y su activismo político de forma velada, toda una monumental hipocresía. Encasquetan la justicia social y los activismos contemporáneos en un paquete ecléctico de marxismo cultural promovido a través del capitalismo, para criticarlos por una supuesta pobre capacidad intelectual de reconocerse engañados, mientras devoran con papitas las mediocres tesis sociopolíticas de individuos como Ben Shapiro, Jordan Peterson o Agustín Laje, una graciosa ironía.

Imagino que los lectores ya tendrán el rostro de alguno de los personajes que esgrimen esta línea argumentativa, pero no es importante. Lo que requiere destacarse es que su discurso simplista y empaquetado busca apelar a las emociones de la gente, tanto para perturbarlos por la supuesta conspiración de una agenda marxista mundial, como para halagarlos en la percibida inteligencia al no dejarse engañar por los “ideólogos de género”. Poco se fijan en los argumentos de sus adversarios, y tampoco pulen demasiado los suyos, porque no les interesan realmente los hechos y la lógica, sino conservar intacta su propia postura ideológica, mientras te aseguran que las ideologías no mueven sus propósitos. Así, se encargan de reducir identidades, argumentos, e incluso hechos científicos, como los ya mencionados en la parte anterior de esta serie, como “ideologías” u “elecciones políticas”. Manipulación retórica pura y dura.

¿Qué podemos hacer para enfrentarlos? Reconocer que esto no se trata de un simple debate ideológico: lo que está en juego es la vida y dignidad de personas. Personas que sólo quieren ser reconocidos con los mismos derechos de los que goza todo el mundo, y poder llevar sus vidas sin enfrentar discriminación. No es una opción, no es una ideología, no es una moda: es la identidad de una comunidad, y su derecho a expresarla sin problemas en la sociedad. Reducirlo a “ideología política” es caer en el juego de quienes no reconocen más allá que las mínimas cortesías hacia la comunidad LGBT+, o no los reconocen siquiera. En tiempos convulsos como los actuales, donde avances en materia de derechos humanos están viendo un alto riesgo de retroceso, no podemos caer en el juego de los reaccionarios disfrazados de “defensores de la libertad”, pretendiendo que el derecho de una gran porción de nuestra especie a, simplemente, existir, es nada más una idea que se puede someter a debate.

Mi vida no es una ideología. Mi vida no es adoctrinamiento. Enseñarles a los niños que hay personas diferentes a ellos en el mundo siempre ha sido parte de la educación.”

Conclusiones

Como han visto a lo largo de estos párrafos, la historia de las diversidades sexuales es bastante densa y antigua, más allá de lo que muchas personas en la actualidad estarían dispuestos a admitir. Nunca ha sido tampoco una historia lineal, pues su aceptación o repudio ha variado entre épocas y sociedades. El ambiente político actual, con la extrema derecha tomando fuerza y la sombra de nuevos fascismos asomando en el horizonte, nos recuerda que tenemos que mantenernos siempre atentos. Las minorías son objetivos fáciles de convertir en enemigos por las narrativas extremistas, y sus derechos no son una garantía absoluta.

A pesar de las circunstancias actuales, no todo está perdido. Cada vez son más los grupos activistas que se enfrentan a los movimientos anti-género y las legislaciones anti-trans en EE.UU. y otros países, y los científicos y profesionales de la salud que señalan las debilidades y falencias de toda la pseudociencia en torno a los “críticos de género”. Tan sólo hoy en varias ciudades alrededor de Canadá, una gigantesca movilización de activistas trans y aliados junto a sindicatos de docentes salieron a las calles para rodear y reducir a un suspiro la “marcha del millón de hombres” convocada por grupos conservadores en torno al currículum de Orientación Sexual e Identidad de Género (por sus siglas en inglés, SOGI) implementado en las escuelas. Un ejemplo impresionante de orgullo y comunidad a lo largo del país.

Llegados a este punto, haré una pequeña pausa para hablar en el blog de un tema socieconómico que compete a la biología y la conservación de especies. No se inquieten: por supuesto que seguiré colaborando desde este blog con la presente serie. No tengo un alcance tan grande, pero nunca he dejado que eso me impida apoyar las luchas de la comunidad LGBT+. Y si bien hay cosas que creo que se pueden mejorar en el discurso público, y de eso podemos hablar en la próxima parte de la serie, nada de esto me aleja de la idea de que merecen existir y prosperar tanto como cualquier otro ser humano. Al odio y la ignorancia, ni una línea para ceder.

Fuentes de consulta

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Bully Magnets – Historia Documental. La Epidemia del SIDA - Dibujando la Historia. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=AV1Nfq-OkWg&pp=ygUSYnVsbHkgbWFnbmV0cyBzaWRh

Bully Magnets – Historia Documental. La Rebelión de Stonewall. https://www.youtube.com/watch?v=ZCwuXzSbhII

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Próxima entrada: mitos y realidades de la comunidad transgénero

 

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