Regresando al sofisma Smith-Thanos
El pasado mes de abril, el Ministerio de Ambiente en Colombia publicó el borrador de la resolución con la que planean tomar un plan de manejo con respecto a la población de hipopótamos invasores en el Magdalena medio. Atendiendo las inquietudes de los científicos, y observando el impacto que ya están teniendo los cerca de 200 individuos en los cuerpos de agua y las especies que comparten el espacio, el documento recoge tres estrategias fundamentales: esterilización, relocalización y caza de control. Con estas medidas, se espera poder controlar por fin un problema ambiental y de seguridad rural que lleva casi tres décadas sin atenderse.
Por supuesto, la decisión de Minambiente no ha sido vista con buenos ojos por grupos animalistas en el país, los cuales acusan y acosan constantemente a científicos y ecólogos en redes sociales de ser asesinos faltos de ética. Y como es de esperarse en este tipo de discusiones, no son pocos los que han recurrido a frases trilladas como llamar plaga al ser humano, decir que somos la peor especie invasora, y que deberíamos empezar con nosotros mismos antes de “masacrar” a otras especies. En resumen, argumentos que parten desde una visceralidad emocional, de gran impacto pero escasa base racional y científica, y que para colmo rayan en la misantropía tan vocal dentro del animalismo de Internet.
Hace
casi cuatro años, me
referí a este conjunto de frases e ideas como el sofisma Smith-Thanos. Visto que
periódicamente volvemos a los debates sobre el carácter ético del control letal
de especies invasoras y la caricaturización de dicha medida, considero que es
necesario traer de vuelta el sofisma como un punto a afirmar en torno a la
misantropía pseudoambientalista a la que tanto se recurre en redes, así como
afinar algunos detalles que pudieron quedarse sin explicar o que no estaban
bien planteados al respecto en mi comentario original.
Nunca me dediqué a resumir el sofisma Smith-Thanos, pero si tuviera que ponerlo en pocas palabras, sería así: “El ser humano es una especie invasora/virus: por ello, cualquier plan de manejo destinado al exterminio de especies invasoras debe ser aplicado al propio ser humano para, en el mejor de los casos, reducir su población, y así su impacto sobre el medio ambiente”.
Sería
fácil simplemente acusar a quienes adolecen de este razonamiento erróneo de
misantropía sin ambages, y aunque tampoco voy a negar que, en efecto, hay mucho
de eso en el movimiento animalista, creo que es un poco más complejo que eso.
El origen del sofisma Smith-Thanos yace más bien en un conjunto de falencias: una
visión de túnel con respecto al enfoque ético, escaso conocimiento de ecología
y conservación, y sí, una visión algo misántropa del propio ser humano y el
espacio que ocupa en los ecosistemas. Así que, para replicar a los eternos
usuarios de este argumento, debemos abordar con detalle cada una de las
falencias.
La idea de que la caza control es algo ajeno a la conservación de ecosistemas y especies es uno de los principales problemas del movimiento animalista. Lo cierto es que es bastante común, pues en muchas especies en riesgo de extinción, uno de los factores que agrava su condición es la presencia de especies invasoras que compiten o depredan directamente con ellas, como ratas o gatos. Esto es especialmente grave en especies insulares. Por ello, las estrategias de conservación requieren reducir la población de las especies invasoras: es decir, que la tasa de extracción de individuos sea superior a su tasa de natalidad, de modo que no siga incrementando su número.
El
problema es que, como expliqué en mi
entrada sobre los hipopótamos invasores, muchas especies invasoras sólo
son detectadas a nivel público cuando las medidas menos drásticas, como la
captura y la relocalización o confinación en espacios controlados o
artificiales, son insuficientes para incrementar su tasa de extracción a
niveles exitosos: en otras palabras, cuando hay demasiados individuos. En ese
orden de ideas, la forma más efectiva de lograr incrementar la tasa de
extracción es incrementando su tasa de mortalidad, y eso sólo se puede hacer sacrificando
a los individuos.
Como
dije, esto no es ajeno a las estrategias de conservación. El control letal es
otra herramienta más que se aplica. En plantas invasoras, por ejemplo, es lo
más natural arrancar las especies invasoras, pero por supuesto no generan la
misma reacción empática de la población. De hecho, con el caso de los
hipopótamos, se ha reiterado que no todos van a ser sacrificados: hay un
componente importante de relocalización y esterilización de los ejemplares más
cercanos a poblaciones rurales, más fáciles de intervenir y mover. Ocurre, no
obstante, que estas medidas no son suficientes para reducir el crecimiento de
la población, y no podemos dejar 200 individuos simplemente esterilizados en
áreas más grandes y lejanas del Magdalena medio, porque son animales que viven
por décadas, y seguirán afectando los cuerpos de agua que habiten. Es
necesario, entonces, complementar fuertemente con la caza de control.
Decir que esta es una decisión falta de ética, o que matar nunca es la solución, es una incomprensión de cómo se abarcan las discusiones éticas dentro de la ecología. De hecho, las discusiones en torno a la conservación no son sólo debates científicos, sino también éticos. Pero como definió un colega biólogo en un hilo de Twitter/X, se trata de una ética ambiental, una que considera el espacio que ocupan las especies, y busca proteger las interacciones entre los seres vivos y con los factores ambientales que les permiten prosperar; es decir, la ética ambiental busca preservar el equilibrio ecosistémico.
En este caso, lo que ocurre es más un problema de comunicación y una diferencia de enfoque ético entre los movimientos animalistas y los biólogos conservacionistas cuando se habla de especies invasoras. Ambos basan sus argumentos en una ética ambiental, pero mientras que los primeros buscan preservar sobre todo a los seres vivos en abstracto, sin tener en cuenta las interacciones de un hipopótamo con el espacio multidimensional (recursos, espacio físico, otras especies) que ocupa en el ecosistema, los segundos están más interesados en preservar los ecosistemas donde ocurren todas las interacciones entre las especies y los factores ambientales. Es decir, mientras que los animalistas aplican una ética ambiental biocéntrica, los conservacionistas ejercen una ética ambiental ecocéntrica.
¿Cómo
entendemos la presencia del hipopótamo desde el enfoque ecocéntrico? Un
hipopótamo está ocupando el espacio físico de otras especies acuáticas, como
nutrias, caimanes y chigüiros. Consume un gran volumen de materia vegetal, lo
cual priva a otras especies herbívoras de alimento, y pone también en riesgo la
supervivencia de las especies vegetales, sometidas a un nuevo nivel de consumo.
Sus heces generan una gran contaminación y la proliferación de microorganismos
que consumen el nivel de oxígeno de las aguas, poniendo en riesgo también a
peces y plantas acuáticas. Es además una especie territorial y muy agresiva,
conocida por atacar a otras especies que ocupen su territorio, así que también
es un factor de competencia agresiva contra especies autóctonas.
Resumiendo,
pues, como especie invasora, los hipopótamos en el Magdalena medio están
poniendo en riesgo la salud de los ecosistemas acuáticos y las interacciones en
los ecosistemas. Preservar los ecosistemas y las interacciones que contienen
requiere, entonces, retirar a los hipopótamos del Magdalena medio, de modo que
puedan prosperar las especies que allí habitan, incluyendo al propio ser
humano. Y como expliqué en párrafos anteriores, eso requiere, nos guste o no,
de una caza de control. Una que, por cierto, se hace bajo estándares éticos
rigurosos, para garantizar el menor sufrimiento posible del animal, y evitar
que se haga un espectáculo con su muerte, tal como ocurrió con “Pepe” en 2009.
“Un
momento, Pensador”, dirá alguno, “¿pero no sería entonces el ser humano una
especie invasora? ¿Por qué no estamos aplicando entonces las medidas de
conservación con nosotros mismos?” Aquí es donde entra en juego ese matiz
misántropo del que he hablado, y que es un aspecto clave en el sofisma
Smith-Thanos. Requiere también de una incomprensión de la historia y ecología
del ser humano llegar a este razonamiento, y también una visión negativa de
nuestra propia especie.
En este punto debo reconocer que, en mi réplica a los argumentos del sofisma en la entrada original, cometí un error por ligereza, y fue considerar que en efecto somos una especie invasora. No fue sólo un error de juicio, sino también un error profesional, y un análisis defectuoso no muy diferente a quienes ya evalúan negativamente al ser humano. Debemos recordar que nuestra especie dejó África hace miles de años, y a través de los milenos fue migrando naturalmente hasta ocupar nuevos espacios habitables en los cuales establecerse y prosperar. La dispersión del Homo sapiens es consistente con la colonización natural en la historia ecológica de otras especies. En contraste, una especie invasora como el hipopótamo es introducida por acción humana, tal como ha ocurrido con cientos de especies invasoras alrededor del mundo.
Lo
que ocurre es que se suele evaluar la condición del ser humano como invasor no
por su introducción, sino por sus efectos en el ecosistema. Y sería insensato
negar que el deterioro de ecosistemas a nivel mundial, incluyendo el riesgo de
extinción de miles de especies, es consecuencia de la acción humana. Pero aún
aquí hay un error de análisis. No se trata simplemente de la presencia del ser
humano, sino que es una consecuencia de sistemas económicos extractivistas, que
depredan sobre un gran volumen de recursos sin consideración por las
interacciones y factores ambientales que hemos mencionado antes. El actual
modelo de producción es un factor constante de deterioro ambiental, y a pesar
de que se hacen campañas y se presentan estudios y propuestas para frenar el
ritmo de consumo, hay poca voluntad por parte de las instituciones poderosas y
las empresas para ejercer una mayor responsabilidad ambiental.
Para
quienes esgrimen el sofisma Smith-Thanos, sería mucho más fácil reducir o
acabar de golpe con el ser humano para garantizar la supervivencia de las
especies, sin tener en cuenta que es precisamente gracias a la acción del ser
humano que cientos de especies en riesgo se están recuperando. También ignoran
la disparidad en el consumo de recursos entre las poblaciones humanas: el ser
humano es el ser humano, y cada uno parece ser igual de responsable por la
destrucción. Cual Titán Loco, la clave es reducirnos como población, porque la
plaga somos nosotros; no hay espacio para considerar un cambio en el modelo de
producción. Eso tiene un nombre: ecofascismo.
Y lo siento, pero esa misantropía mal disfrazada de ética no va conmigo, y no
debería ir con nadie.
Hay
que repetirlo cuantas veces sea necesario: es muy poco ético poner en riesgo
las vidas de miles de individuos de especies autóctonas por proteger a una sola
invasora. Es ingenuidad, petulancia y misantropía pretender que la mejor forma
de solucionar la crisis ambiental es de plano acabar con la especie humana, o
siquiera sugerir que las estrategias de control sobre especies invasoras
deberían hacerse contra nosotros mismos. Y es ignorancia insistir en que somos
la única o la peor plaga para el medio ambiente. Si queremos proteger de verdad
los ecosistemas, necesitamos tomar decisiones duras, pero no la fantasía de
reducir nuestra propia población, sino de entender que hay especies que no
pueden mantenerse en ecosistemas a los que no pertenecen.
Tampoco
nos podemos quedar en el control de especies, sin tocar el principal problema
tras la contaminación y el deterioro de los recursos naturales. Estamos muy
atrasados en controlar la depredación del extractivismo, en acabar con la
explotación industrializada y el espejismo del crecimiento infinito.
Necesitamos mayor voluntad política en el cambio de modelos productivos, en la
transición de combustibles. La idea de que somos una plaga no es más que una distracción
de tales responsabilidades.
Si
queremos actuar de forma responsable en la conservación de los ecosistemas y
las especies, es absurdo pretender que nuestra desaparición será la solución
más adecuada. Hay muchas especies que sobreviven precisamente gracias a
nuestros esfuerzos por protegerlas, y otras cuya supervivencia depende
exclusivamente de nuestra labor conservacionista. Sí: somos una especie que ha
alterado y deteriorado el medio ambiente. Pero somos la única especie con la
conciencia para intervenir y tratar de resarcir el daño. Aniquilar la especie
humana es simplemente condenar a cientos de especies a una certera extinción.
A estas alturas, supongo que está bastante claro que repudio y rechazo el sofisma Smith-Thanos, así como rechazo la misantropía animalista y el ecofascismo velado en ciertos discursos. La conservación no puede servirse de discursos antiéticos y simplificaciones anticientíficas que sólo bastardizan los esfuerzos que se realizan globalmente en la protección de los ecosistemas. Estamos dispuestos, desde las ciencias, a un diálogo para explicar el porqué de nuestras recomendaciones y propuestas en torno al caso de especies invasoras como los hipopótamos en Colombia. Pero ese diálogo requiere de madurez y disposición para poder escucharnos entre todos. No puede requerirse menos para la protección de los ecosistemas que no sólo nos permiten prosperar a nosotros, sino también a millones de otros seres vivos.
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