Do Say Gay: una revisión detallada sobre sexo y género (I): Prefacio
Introducción
2023 no pinta en principio un Mes del Orgullo cómodo en muchos países que antes respaldaban a cabalidad los derechos de la comunidad LGBTI+. Bajo el argumento de “proteger a los niños”, más de 500 proyectos de ley para prohibir la terapia afirmativa de género en jóvenes y adultos trans, criminalizar la exhibición de espectáculos drag y vetar la enseñanza sobre orientación sexual e identidad de género han sido presentadas en Estados Unidos este año, amenazando también con alcanzar hitos históricos como el aborto y el matrimonio igualitario. La discusión en Reino Unido se ha inclinado peligrosamente a respaldar a los “críticos de género”, que en esa nación rayan bastante en la extrema derecha. Y elementos reaccionarios en Latinoamérica como grupos libertarianos y conservadores religiosos siguen creciendo en influencia con discursos similares.
Es
un momento en el que tanto miembros de la comunidad como aliados por fuera de
ella deberían estar cerrando filas para respaldarlos, y argumentar a favor de
dejarlos vivir y expresarse de acuerdo a cómo se sienten y aman. Y si bien de
esto no ha faltado, es desalentador admitir al mismo tiempo que no sólo personas
que hacen parte de las minorías sexuales están apoyando ideas transfóbicas y
discriminadoras, sino que además figuras científicas y del escepticismo, que se
supone deberían ser más agudos al analizar estas problemáticas, desvían o de
plano alimentan mal la discusión con observaciones científicas que simplifican
el fondo de lo que se discute sobre el sexo y la identidad, más preocupados por
una “batalla cultural” contra la percibida “ideología woke” y su dominio en la
academia contra la libertad de expresión que en fijarse si las opiniones que
intentan proteger son objetivamente meritorias de considerarse.
Hace
unos años, escribí
una entrada que se volvió bastante popular sobre el tema del concepto de
género, y que he visto repuntando nuevamente este mes. Mantengo mucho de lo que
está allí contenido, pero en estos años de pandemia y autorreflexión he
madurado varias ideas, me he informado mucho más de otras cosas, y creo que es
necesario matizar detalles, sobre todo en el cisma que algunos proponen desde
hace años entre la comunidad trans y el resto de las letras del colectivo.
Además, dado el escenario actual, y lo poco que he visto a figuras que son
consideradas luminarias del escepticismo intentando despejar la controversia y
llamar a la cordura desde una perspectiva más racional, siento que es necesario
aportar al debate desde mi propia trinchera.
Probablemente, algunos sientan que el marcado interés reciente que tengo en estos temas se deba a haberme reconocido a finales del año pasado como asexual, y que eso podría afectar un juicio objetivo del tema. No puedo decir que lo descarte –si bien, superar el síndrome de impostor en cuanto al tema tampoco es fácil-, pero, por otro lado, les recuerdo que antes que cualquier cosa soy científico, por lo que mi interés va más hacia ampliar la información que la gente tiene al respecto. Después de todo, creo que parte del problema yace también en que algunos de los que sí reconocen la complejidad detrás del desarrollo y la determinación del sexo lo comunican de forma confusa y un tanto amarillista, con titulares como “el sexo es un espectro”, algo que dicho al aire acaba sonando muy impreciso. Y como divulgadores, nuestro deber no es sólo transmitir información verdadera, sino hacerlo de forma adecuada para que el ciudadano lejano a la ciencia pueda comprenderlo.
Además,
algo que sí tengo que reconocer es que, interactuando en redes con otros
autistas y sobre todo otras personas trans, he notado que nuestras experiencias
de vida en el reconocimiento temprano de nuestra identidad, notándonos
diferentes al resto sin comprender a veces por qué, son más que similares,
razón por la que he llegado a tener bastante más empatía con la cuestión. Y no
me sorprende, tampoco, que acabemos siendo similares en que mucho del discurso
actual se enfoque en quitarnos poder de decisión aludiendo a nuestra situación
mental. Ni que personas de la ola anti-trans promuevan una condescendiente y
grosera hipótesis de vincular TEA no diagnosticado al “contagio social” de las
identidades transgénero. En fin, más razones para comentar al respecto.
Ahora, tengo que dejar claro desde el inicio de esta
serie: mi enfoque en este tema es desde una perspectiva mayoritariamente científica, por lo que no esperen que haga muchos
argumentos desde la visión sociológica del género -si bien será inevitable mencionarla
cuando lleguemos allá-. Tampoco esperen que recurra a lenguajes
constructivistas sobre el asunto. De nuevo, tendrá su mención correspondiente
cuando llegue a la parte de género e identidad, porque sé que muchas personas
(y me incluyo entre ellas) tienden a confundir lo que implica hablar de género como constructo social con un voluntarismo de género. Pero ni soy
sociólogo ni constructivista, así que ese no será el eje de mis argumentos.
Si el lector hace parte de los que consideran que la
ciencia actual está comprada por el “lobby gay” por aceptar que la
homosexualidad y las identidades transgénero tienen bases biológicas, esta
serie de entradas no es para usted.
Si es de los que creen que los transgénero no son más que “groomers pedófilos”
que quieren sexualizar y perjudicar a la infancia, definitivamente esta serie
de entradas no es para usted (y mi
blog menos, ya que estamos). Si cree que los que “sólo hacen preguntas” o
tienen “preocupaciones legítimas” sobre cómo el reconocimiento de las
transidentidades pueda afectar el concepto de lo que significa ser mujer,
quizás quiera quedarse y leer un poco más al respecto, y abrir sus
perspectivas; a menos, claro, que piense que es un movimiento que busca
apoderarse de los espacios para mujeres, porque en tal caso esta serie de
entradas no es para usted. Si cree
que hay una especie de “contagio social” de las identidades trans entre
juventudes, y que adolescentes y personas autistas son más vulnerables, tal vez
le interese saber cómo surgió esa penosa y fraudulenta hipótesis; a no ser que
le parezcan “inquietudes válidas” que están siendo acalladas por el activismo
trans, porque en tal caso esta serie de entradas tampoco es para usted. No es con afán de excluirlos, sino porque,
si de entrada va con un prejuicio tan marcado, probablemente nada de lo que yo
exponga va a hacerle cambiar de parecer, así que mejor evitar el disgusto para
ambos.
Finalmente, una aclaración directa. También habrá
puñetazos hacia este lado de la cancha, tanto para aquellos activistas LGBTI+
que alimentan una división entre la comunidad por su aceptación (o no) de los
transgénero, como a la poca atención que se le ha dado en general a las
pequeñas (pero reales) tasas de destransición que existen, y el manejo
profesional que requieren, entre otros detalles. Pero, sobre todo, a aquellos
divulgadores de ciencia y figuras populares del escepticismo que deberían
actuar como bastiones de la racionalidad y los derechos humanos, y sólo se
enfocan en pelear contra hombres de paja y pistas falsas sobre la cuestión
trans, cuando no están directamente negando su existencia. Nunca he sido mucho
de vacas sagradas, y menos en tiempos como los actuales, donde varias de esas
fallan a lo grande en analizar el escenario contemporáneo. Así que no me
interesa salvar las apariencias con ninguno.
Un glosario preliminar
Dicho
lo anterior, es necesario desde ahora dejar claros algunos de los conceptos que
voy a estar abordando a lo largo de esta serie, tanto para ahorrar tiempo en
futuras entradas como para ayudar a que los lectores mantengan presente el
contexto en el que me refiero a muchos de estos términos, el cómo los estoy
empleando, y qué implica eso para los argumentos que presente. Como bono, este
espacio se irá actualizando a medida que se requiere y solicite por parte de
los lectores.
Sin
más dilación, empecemos.
Sexo: citando la Encyclopaedia Britannica, el sexo es “la suma de rasgos por la cual los miembros de una especie pueden ser divididos en dos grupos –masculino y femenino- que se complementan reproductivamente entre sí”. Siendo un poco más técnico, son la suma de características que permiten diferenciar de forma binaria en especies dioicas, es decir, de sexos separados. Si bien hay muchas especies con reproducción asexual o que son hermafroditas, la mayoría de los organismos pluricelulares cuentan con reproducción sexual, pues esta confiere una serie de ventajas a nivel de variabilidad genética y potencial adaptativo. Por ello, la reproducción sexual tuvo un papel importante en la evolución de la vida y la diversificación de las especies.
Género: esta palabra tiene varias acepciones, pero tomando de nuevo la presente en Encyclopaedia Britannica, aparecen cuatro listadas, de las cuales tomaré la 2) y la 3), ya que la primera va más acorde con otro concepto que mencionaré más adelante. La 2) es “el estado de tener una o dos principales formas corporales (masculina o femenina) que está presente en muchas especies”, y que es equivalente al concepto de sexo. Por otra parte, la 3) alude a “las formas de pensar, comportarse, etc., que son típica o tradicionalmente asociadas con un sexo”. Vinculando estas dos, el género corresponde, pues, al conjunto de aspectos psicológicos, conductuales y socioculturales que se asignan a hombres y mujeres, los cuales tienen una influencia de la biología individual, pero cuya importancia conceptual es más sociológica y cultural. Actualmente, en ciencias naturales y sociales se marca una distinción importante entre sexo y género, comprendiendo que se retroalimentan en cierta forma, pero no son mutuamente determinantes en absoluto. Por lo tanto, si bien mucha gente entiende la acepción 2) cuando habla de “género”, quiero que entienden que, a lo largo de estas entradas, salvo que haga aclaraciones, al usar el término estaré usándolo de acuerdo con el significado 3) y el resumen en negritas.
Comportamiento sexual no reproductivo: como su nombre indica, son el conjunto de conductos y comportamientos de índole sexual que no tienen un propósito reproductivo. Es un término principalmente orientado a especies no humanas, pero también podríamos agregar aquí mucho del ser humano, pues gran parte de nuestras conductas se observan en otras especies. Dentro de este conjunto incluimos comportamiento homosexual, sexo oral/anal, monturas sin penetración, autoerotismo (masturbación) e incluso la necrofilia accidental. Actualmente, comportamientos sexuales no-reproductivos, sobre todo homosexual, se han registrado en al menos más de 400 especies no humanas, una frecuencia que sugiere que la mayoría cumple un papel más allá de la simple procreación. No se dejen meter el perro: biológica y evolutivamente hablando, que no tengan propósito reproductivo no las hace conductas patológicas.
Orientación sexual: aprovechando el texto que escribí el año pasado sobre la asexualidad,
voy a citarme a mí mismo en este caso. La orientación sexual es un patrón
constante de interés romántico o sexual por una pareja determinada, ya sea de
diferente sexo/género o del mismo. Si bien en pocas especies se han observado
individuos estrictamente homosexuales, el comportamiento no heterosexual tiene
bastantes registros en el reino, como he mencionado antes, y se sabe que hay variaciones genéticas asociadas a una
heredabilidad en el comportamiento,
por lo que la diversidad en la orientación sexual humana tiene una base
biológica natural. Así, entendemos que por lo general se aceptan entre tres y
cuatro grandes orientaciones: heterosexualidad,
el interés constante y permanente por parejas de diferente sexo/género; homosexualidad, donde dicho interés es
exclusivo hacia personas del mismo sexo/género; bisexualidad; el interés se comparte hacia parejas de dos o más
géneros; y asexualidad, la ausencia
de atracción sexual primaria por otros individuos.
Atracción sexual: partiendo desde el final del párrafo anterior, y de
nuevo citándome, la atracción sexual es la atracción o interés hacia otra
persona, basada en el deseo sexual que despierta en el individuo. Dicha
atracción puede ser primaria (una
atracción sexual nacida por rasgos identificables a simple vista, como el
físico o un estilo de ropa) o secundaria
(atracción que nace por pensamientos y experiencias que se comparten con la
otra persona). Así, existe la alosexualidad,
la presencia permanente de una capacidad de atracción sexual primaria, y la asexualidad, que es la ausencia de
atracción sexual primaria. Dentro de esta última existen subcategorías,
dependiendo de la presencia y frecuencia de atracción sexual secundaria, y no
excluye tampoco la presencia de actividad sexual con fines estrictamente
reproductivos.
Identidad de género: a nivel de ciencia y medicina, la identidad de género se refiere al sentido personal del propio género de un individuo, cómo se identifica a nivel interno y cómo se expresa a nivel externo, sea masculino, femenino, o como una fluctuación en medio. En la mayoría de las personas, la identidad de género está alineada con el sexo biológico, sea genital, gamético o cromosómico; es decir, son cisgénero. Por otra parte, en un porcentaje de la población su identidad de género difiere del sexo biológico y la forma sociocultural en que se maneja el binarismo del género; es decir, pueden percibirse como hombre, mujer o algo fluctuando en medio sin estar alineado con sus genitales o gametos, por lo cual se les llama transgénero. Como bien menciona la Britannica, la identidad de género básica se establece a temprana edad, alrededor de los tres años, y es extremadamente difícil de modificar (yo diría que de plano es imposible, a no ser que se le obligue al individuo a enmascararla o suprimirla). Hay aspectos de la identidad, como su expresión o performatividad (o sea, constituir la identidad a través de constantes acciones y discursos alineados con un género), que pueden ser influidos por la crianza paterna o el refuerzo social, pero esto no es equivalente a cambiar la identidad de género del individuo. Sobre si es un sentido completamente innato o socialmente construido, lo veremos en próximas entradas.
Diferenciación del sexo: es el proceso embriológico a través del cual las
estructuras embrionarias no diferenciadas se transforman en órganos sexuales masculinos
y femeninos. La diferenciación ocurre por acción de distintos sistemas de determinación sexual que
actúan a diferentes niveles, como los cromosomas, la acción hormonal, la
presencia de genes que codifican una respuesta a dichos niveles, etc. En
organismos como reptiles, anfibios y algunos peces, los sistemas de
determinación son ambientales, por lo cual los embriones se diferencian en
machos o hembras dependiendo de los rangos de temperaturas o la
presencia/ausencia de un sexo en la población.
Dimensiones sexuales: este es un concepto relativamente reciente, relacionado con la sexualidad humana desde una perspectiva integrativa biopsicosocial. Las dimensiones sexuales son aspectos condicionantes que modelan la sexualidad humana a nivel individual, y que actúan solapándose entre sí. Tales dimensiones son la orgánica/biológica (aspectos relacionados con la expresión física y orgánica del sexo), la dimensión psicológica (aspectos relacionados con el comportamiento sexual y afectivo, como la atracción, la orientación y la identidad) y la dimensión social (aspectos relacionados con los roles sociales y convencionalismos culturales asignados a un sexo/género y su expresión dentro de la sociedad).
Sexo gamético: los gametos
son las células haploides reproductivas presentes en organismos pluricelulares.
En especies de sexos separados como la nuestra, son gametos típicamente anisogámicos (es decir, de diferente
tamaño entre sexos), donde los masculinos son pequeños y mótiles y los
femeninos son grandes e inmótiles (no inmóviles). Cuando se habla de sexo
gamético, se refiere entonces a la capacidad de producir estos gametos, o
(reconociendo que hay individuos estériles) tener los tejidos encargados a la
producción de los mismos.
Sexo cromosómico: este concepto es probablemente el que más entiende la gente cuando se habla de “es biología básica”. En nuestra especie, se refiere al sistema de determinación cromosómica XY, en el cual dos cromosomas son los que determinan las características sexuales primarias y secundarias en mamíferos. Por lo general (y entenderán en la próxima entrada por qué digo “por lo general”), un individuo con dos copias del gen X será hembra, mientras que un individuo con una copia del gen X y una del gen Y será macho. Cabe señalar, por si les interesa, que ni este es el único sistema de determinación cromosómico, y como mencionaba en el apartado de diferenciación, tampoco es el único sistema de determinación sexual presente en animales.
Binarismo de género: es la clasificación nominal del género en dos formas
claramente distintas a nivel sociocultural, usualmente de acuerdo con el sexo
genital o gamético. La mayoría de las culturas manejan esa distinción binaria
entre hombres y mujeres, con algunas teniendo tres o más géneros de acuerdo con
distintos contextos sociales, pero lo usual es que los roles, estereotipos y
orientación sexual del individuo se conformen socialmente al sexo asignado, es decir, el que se
puede identificar tras nacer. No confundir con “binarismo de sexo”, que es una
forma menos científica de llamar al dimorfismo sexual o la condición de
especies dioicas.
Dimorfismo sexual: no confundir con especies dioicas. Son las diferencias fenotípicas en los caracteres sexuales secundarios (es decir, aquellos no asociados a la producción de gametos), apreciables entre machos y hembras de una misma especie. Tales diferencias serán no sólo físicas (como el tamaño, la coloración, o la presencia de estructuras exclusivas a un sexo), sino también conductuales. Muchas son adaptaciones producto de una fuerte selección sexual, y usualmente el sexo con menor inversión reproductiva es quien presenta un mayor dimorfismo; de ahí que, por ejemplo, en las aves, los machos tienden a ser mucho más coloridos y vistosos. No obstante, ni en todas las especies es el macho el más vistoso, ni todas las especies dioicas son sexualmente dimórficas. Por cierto, el dimorfismo sexual en los mamíferos es menor en comparación con otros grupos, así que, si bien para nosotros puede parecer bastante evidente distinguir entre machos y hembras, en realidad las diferencias son fenotípicamente menudas.
Bimodalidad sexual: es otro concepto muy reciente, quizás mejor explicado en este artículo de Stephen Novella, en Science-Based Medicine. Al agrupar los rasgos relevantes al sexo en genéticos, morfológicos, orientación/atracción sexual, identidad de género y expresión de género, se puede observar que, con excepción de los gametos, los otros rasgos, si bien tienden estadísticamente en su mayoría a dos extremos en una distribución normal, existe también un porcentaje menor, pero importante, de variaciones que caen en medio de dicha distribución, por lo que, en conjunto, el sexo biológico (y, más apropiadamente, el género) no sería estrictamente binario sino bimodal. No es una idea enteramente popular, y ha sido muy mal caricaturizada por defensores y detractores como “el sexo es un espectro”, pero llegaré a eso en próximas entradas.
Pronombre preferido: recordemos que un pronombre es el morfema en un lenguaje que se usa para designar una
cosa de forma extralingüística, es
decir, sin emplear su nombre propio: por ejemplo, decir “la verdad, Musk
produce pena ajena. En general, él está actuando de forma muy
infantil”. Elon. Están presentes prácticamente en todos los idiomas, y aunque
algunos como el japonés tienden a obviarlos en una conversación y usarlos de
forma neutra, suelen estar asociados a un género gramatical, como él en masculino o ella en femenino. En el contexto del discurso LGBTI+, un pronombre
preferido es dirigirse a una persona transgénero con el pronombre que encuentra
acorde a su identidad de género. Aquí entran no sólo los pronombres clásicos
del idioma, sino pronombres neutros como ello en español o they en inglés –que originalmente era exclusivo para el plural en
tercera persona-, y los llamados neopronombres,
nuevas categorías más allá de los conocidos, como el elle usado en español por personas no binarias o xe/xir, empleado en inglés por personas
agénero.
TERF: acrónimo en inglés que traducido significa “feministas
radicales trans-excluyentes”, un término acuñado hacia 2008 para referirse a
feministas radicales con una visión opuesta al reconocimiento de las mujeres
trans como mujeres, por lo cual se oponen a su presencia en espacios para
mujeres como baños, deportes femeninos e incluso prisiones. Dado que es un tipo
de feminismo bastante conservador a nivel social, con el tiempo el uso del
término se ha expandido para incluir posturas trans-excluyentes de personas que
no son necesariamente feministas radicales, o siquiera feministas. Aunque es
evidentemente una visión transfóbica, no toda feminista radical es TERF, ni
toda feminista trans-excluyente es radical, ni persona con posturas anti-trans
lo es.
“Crítico de género”: eufemismo acuñado por feministas trans-excluyentes
para referirse a sus posturas, y alejarse del término TERF, que consideran
insultante. En tiempos recientes, el término “crítico de género” también ha
sido acuñado por personas que se oponen a la teoría queer (basada en el
constructivismo de género) o a la idea (según ellos) de que basta “sentirse”
hombre o mujer para considerarse uno. Esto incluye científicos y filósofos conservadores
de derecha o izquierda. Los “críticos de género” argumentan que el activismo
trans actual se basa en estereotipos dañinos sobre el género, y que su excesivo
constructivismo pone en riesgo la seguridad de las mujeres en espacios
exclusivos, así como el desarrollo sexual e identitario de los menores de edad;
algunos, como el biólogo Colin Wright, llegan a afirmar que la identidad de
género es una mentira o una “ideología”, en un mal uso de este último concepto.
Genitalismo: acuñado
por el peruano Josué Aguirre, del canal de YouTube Monitor fantasma, es un término que encuentro apropiado para
resumir la visión de algunos “críticos de género”, directamente transfóbicos o
no. El genitalismo es la visión nominalista de que el sexo genital es
determinante para las acciones o papel del individuo a nivel social. El
genitalista a menudo se basa en una concepción ingenua del dimorfismo sexual y
el sexo gamético, los cuales serían entonces la máxima que definen las
categorías sociales de género y las conductas biológicas a nivel individual:
por ello, se oponen al reconocimiento legislativo y social de las identidades
transgénero y las orientaciones no heterosexuales. Irónicamente, como señala
Josué en su decálogo, si bien aseguran que los patrones de comportamiento
vienen dados de forma biológica, creen que pueden adquirirse o alterarse por la
difusión de nuevos patrones.
Conclusiones
Para un prefacio, resultó bastante extenso, ¿cierto? Y es que intenté ser lo más preciso posible con los términos del glosario mientras era lo bastante conciso, además de que era necesario dejar también varias cosas claras en la introducción sobre el tono y la intención de esta serie. Viendo que estamos a 18 de junio (¡Día del Orgullo Autista, por cierto!), calculo que no podré terminar la serie junto con el mes, pero sí que espero llegar al final con, al menos, una explicación detallada de los niveles de determinación sexual que influyen en la determinación, y por lo tanto en la orientación sexual y la identidad de género. Porque sí: contrario a la visión de muchos conservadores y fundamentalistas religiosos, la ciencia tiene bastante que decir sobre la diversidad sexual. Y no va muy alineado con sus creencias.
Próxima entrada: niveles y
elementos de la determinación sexual.
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Voy llegando tarde para esto, pero aquí estoy. Terminé de leer esta primera parte, ya tendré tiempo de leer las siguientes :)
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