De politiquería y caudillismo
Esta es una entrada que
seguramente me resultará odiosa. Primero, porque evito en lo posible hablar de
la política en cuestiones muy generales, sino en casos más específicos, como en
la
presencia de leyes opresivas o la
intromisión de opiniones religiosas en decisiones legales.
Segundo, porque la política es un caldo de virulencia y rencor, y cualquier
opinión o crítica hacia una ideología o figura en este campo puede ser motivo
de descalificaciones y hasta amenazas. Y tercero, porque tenía la idea de hacer
una entrada más relajada, por fuera de los últimos temas que he comentado aquí.
No obstante, me resulta difícil ignorar lo que voy a exponer aquí, así que
hagamos el exorcismo de estas ideas, y el lector escogerá al final si
contemplarlas o ignorarlas.
Si bien yo mismo me
identifico en la izquierda, el lector habrá percibido que soy muy crítico con
las ideas de muchos movimientos izquierdistas de hoy, pues tienden a ser
anticientíficas, dogmáticas y demagógicas, por lo cual no me siento representado
por ninguno. Aclaro esto porque no faltará el que piense que trato de hacer una
crítica desde el otro lado del espectro, como si eso demeritara lo que tengo
para decir.
Los hechos: hace poco
vi que algunas personas en Facebook compartían una captura de pantalla con un
estado del actual alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, donde lamenta la muerte de
un delincuente, al parecer a manos de una turba iracunda y de un vigilante que
le negó la debida atención médica.
Superficialmente, comparto
la preocupación de Petro y su denuncia ante la deshumanización de los
delincuentes. Yo mismo comenté recientemente al
respecto (no con las mejores palabras, debo admitir): es preocupante
que la gente decida tomar la justicia por su cuenta, y crea que un ladrón,
joven o viejo, no tiene derecho a que se le protejan sus derechos
fundamentales. Es una señal de nuestra inmadurez y frustración ante el fracaso
del sistema judicial, y un mal antecedente ante la posibilidad de los acuerdos
de paz -que parece cada vez más remota-.
Sin embargo, no he
podido evitar hacer un examen más detallado a la anterior imagen y confirmar
algo que ya venía sospechando desde hace tiempo: Petro es otro politiquero y
demagogo más.
Permítanme desglosar
esto: el alcalde hace mención del apoyo económico que el Distrito ofrece a
personas de escasos recursos para la educación. También señala que el guardia
impidió la entrada de “la ambulancia de
Bogotá Humana”, lo que dicho de esa forma podría dar a entender que no se
le permitió la entrada por pertenecer al mencionado programa de la Alcaldía -probablemente
no es la idea, pero vean lo complicado que puede hacerse por sus palabras-.
Manifiesta el dolor de Bogotá Humana ante el deceso del joven, y presenta el
caso como una evidencia de lo que “la
ignorancia y la desinformación premeditada” hacen sobre la sociedad;
nuevamente, la forma en que lo expresa parece indicar que hay una campaña de
desprestigio en contra de su programa de gobierno, y es por ello que ocurren
estas tragedias. No es simplemente una impresión: Petro prácticamente está
usando la muerte del muchacho como campaña ideológica. Por válidas que puedan
ser sus críticas, hacer propaganda de forma tan confusa es, cuando menos,
reprochable.
Y
no es que la pelea de Petro con los medios de comunicación sea algo nuevo, pues
pasa la mitad del tiempo en las redes sociales refiriéndose a la
“desinformación” que existe en su contra. Seguramente el lector conoce la puja
que hubo hace poco entre el alcalde y la periodista María Isabel Rueda, por
cuenta de una columna que esta última escribió acerca de las promesas de
campaña que Petro no cumplió, y que él respondió con una carta trasmitida a
través de las redes sociales, donde señaló que Rueda no destacó los logros y
propósitos de Bogotá Humana, sino los que ella y sus favoritos en política
deseaban. Bien, el portal La Silla Vacía
realizó un
análisis donde evidencian que, aunque Rueda exageró en
algunas cosas o de plano presentó otras falsas, sí dijo muchas verdades sobre
temas que Petro prometió en campaña y que no cumplió, mientras que el alcalde
ignora estos datos y presenta sus logros, que aunque reales, tienen también sus
propios problemas de fondo. En otras palabras, mientras que Rueda exageraba o
“mentía” en algunas cosas, Petro no dijo toda la verdad en otras, y eludió lo
que no le convenía. ¿Realmente sólo es uno de ellos el que desinforma?
Es curioso, pero he
notado que Petro y Uribe comparten ciertas similitudes. Parece arriesgado; sin
embargo, veámoslo bien. Ambos son prácticamente clasistas, puesto que se
enfocan en trabajar para una sola clase social –Uribe con los acomodados, Petro
con los pobres- en detrimento de las demás. Ambos buscaron votos exacerbando
ciertos resentimientos ante diversas situaciones: Uribe, ante el clima de
inseguridad y violencia tras los diálogos del Caguán; Petro, la inequidad
social. Ambos se enfocaron en unas pocas necesidades de la población,
descuidando las demás. Ambos han ignorado el carácter laico del Estado,
favoreciendo a determinadas comunidades religiosas. Finalmente, ambos
son bastante incapaces de reconocer algún error. Toda información que los
desprestigie no es más que un complot, desinformación y persecución en su
contra -irónicamente, Petro sí ha sido criticado y perseguido por aquellos a
quienes apoyó
antes, y entre ellos el mismo Uribe-.
Imagino
que cualquier petrista acérrimo rechazará o ignorará todo lo anterior. Es
normal, y es posible que yo esté exagerando un poco en lo anterior. Lo que no
debería ignorar, y de hecho le recomiendo que no lo haga, es que su posición probablemente
es un reflejo de un fenómeno político que se repite constantemente en la región
y con apoyo de la gente: el caudillismo.
Caudillismo
no es otra cosa que el sistema en el cual un líder popular, denominado
caudillo, llega al poder a través de una gran influencia sobre las masas
multitudinarias. A diferencia de movimientos políticos como los partidos, los
cuales se forman alrededor de ideas y proyectos, y donde son éstos los que
guían a la comunidad a su favor, el caudillismo se construye alrededor de la persona, y la guía son sus ideas e
intereses particulares. Los seguidores del caudillo no dejan de lado las ideas,
pero no es raro que permanezcan al lado de su líder aunque dichas ideas muten
en otras que no sean de agrado o beneficio general. El caudillo, a su vez,
busca siempre desprestigiar al gobernante de turno ante la población; una vez
en el poder, se encarga igualmente de desprestigiar, y en algunos casos incluso
intentar suprimir, la oposición a su gobierno.
Históricamente,
el caudillismo suele ubicarse en el siglo XIX, correspondiendo a las dictaduras
militaristas de las jóvenes repúblicas de Latinoamérica. Personajes como
Gervasio Artigas, Juan Manuel de Rosas o Pedro Alcántara Herrán son ejemplos de
estos caudillos. No obstante, en ese siglo también existieron figuras carismáticas
que pueden llamarse caudillos, aunque no fueran ni militares ni gobernantes,
como el caso del cura Miguel Hidalgo; de manera similar, algunos caudillos
lograron organizar sistemas democráticos necesarios para su nación. El siglo XX
también vio nacer a muchos caudillos populares; tal es el caso de Jorge Eliécer
Gaitán, quien era apoyado por millones de personas en Colombia, antes de su
misterioso asesinato. Hoy en día, las grandes figuras del Socialismo del Siglo
XXI, y especialmente Hugo Chávez, encajan con la descripción del caudillo. En
Colombia, tanto Uribe como Petro podrían igualmente ser considerados caudillos
populares.
Pedro
Castro, doctor del Departamento de Sociología en la Universidad Autónoma
Metropolitana, define bien las principales herramientas del caudillo, aquellas
que lo hacen tan atractivo para la sociedad: su carisma, su carácter certero y
su gran capacidad de proselitismo. “Los
caudillos no han sido necesariamente gente con arreos ideológicos o grandes
proyectos de cambio social; su temeridad guerrera, sus habilidades
organizativas, sus limitados escrúpulos, su capacidad para tomar decisiones
drásticas, los convierten en los hombres del momento”.
Esto
es algo que comparten tanto los caudillos antiguos como los actuales. Si miramos
la historia política reciente de Colombia, de hecho, podríamos asegurar que,
aparte del Partido Liberal y el Conservador, la mayoría de los actuales
partidos son puramente movimientos
caudillistas: santismo (la U, Cambio Radical),
uribismo (Centro Democrático), petrismo (Progresistas), y un cúmulo de
izquierdas que pelean constantemente entre sus líderes (Polo). Todos siguen las
ideas y posturas de sus jefes, y en pocos casos disentirán. No obstante, a
diferencia de movimientos caudillistas anteriores, donde la desaparición o muerte
del líder termina por dispersar a sus seguidores, es difícil determinar en
estos momentos cuánto tiempo de vida le queda a los partidos antes mencionados.
El
caudillismo conduce generalmente a dos costumbres negativas: una ausencia casi
insultante de autocrítica, y el continuismo.
La
primera es más que evidente, y aunque es muy común en muchos movimientos
políticos, es bastante descarado entre los caudillistas. El caudillo siempre
presume de rectitud e incorruptibilidad; no se equivoca ni comete errores. Si
ocurre una crisis durante su gobierno, por lo general la culpa es de terceros,
sean fuerzas internas -partidos de oposición y sus seguidores- o externas -gobiernos
de otros países: los estadounidenses son últimamente los predilectos-. Dichas
acusaciones generalmente cumplen su cometido de aglutinar aún más a los
seguidores del caudillo, quienes lo defenderán a ciegas. ¿Le suena familiar?
Lo
más irónico de esto es que si en otro país un caudillo de diferentes ideas dice
las mismas cosas, otros caudillistas las rechazarán como excusas y mentiras.
¿En serio? ¿Es real cuando lo dice mi caudillo, pero es mentira si lo dice
otro? Aquí estamos viendo un claro sesgo
cognitivo de ideologías, que es muy frecuente en el mundo político.
El
continuismo, por otra parte, es el impulso del caudillo a mantenerse en el
poder por los medios que estén a su alcance. Aquí Castro hace una distinción
clara entre el caudillo decimonónico y el actual. El caudillo de antaño se
aferraba a gobernar bajo cualquier circunstancia y a cualquier precio, y poco
se fijaba en la legitimidad de su mandato, lo que devenía claramente en una
dictadura. Nuestros “héroes” contemporáneos, en cambio, si bien también desean
permanecer todo el tiempo posible como gobernantes, suelen evitar ciertos extremos
del totalitarismo, dando una cierta apariencia de respeto a las leyes.
Ejemplos
actuales de continuismo hay por ambos lados del espectro político. Uribe
consiguió “legalmente” que se cambiara un “articulito” de la Constitución para
hacerse reelegir, y permaneció ocho años; incluso logró que Juan Manuel Santos,
su ministro, fuera presidente, esperando seguramente que fuera un testaferro de
su voluntad. Chávez sacó adelante una nueva Constitución bastante favorable
para sí, mantuvo a sus seguidores dentro de todas las ramas del gobierno y el CNE
de Venezuela, y permaneció hasta su muerte. Los Castro ganaron el apoyo de la
población cubana tras derrocar a Batista, y establecieron una simple y llana
dictadura que sobrevive, irónicamente, gracias a la presión de Estados Unidos.
¡El PRI de México ni siquiera tuvo que mantener a una misma persona en el poder!
Con una red
de corrupción que abarca todos los sectores de la sociedad, y que le
envidiaría cualquier uribista, lograron elegirse una y otra vez, manteniéndose
en el poder durante 71 años -recientemente volvieron al ruedo con el presidente
Peña Nieto, un tipo que es todo forma y nada de fondo-. ¿Es necesario decir que
todo esto no hace sino socavar la democracia?
Para
que no se diga que esto sólo ocurre en nuestra región, Europa tiene un ejemplo
más sutil: tras concluir su segundo período presidencial, Vladimir Putin llevó
al poder a su jefe de gabinete, Dmitri Medvedev, mientras que él continuaría
como primer ministro. Después de que este salió del poder, Putin volvió de
nuevo a la presidencia, y le entregó su cargo a Medvedev. ¿Continuismo, dónde?
En
estos momentos, sería difícil afirmar que de llegar al poder, Petro intentara
perpetuarse, sobre todo después que recientemente se eliminara la reelección
presidencial. No obstante, estoy seguro que a sus seguidores no les molestaría
que se quedara dos, tres o incluso cuatro períodos presidenciales. El problema
es que eso sería restarle oportunidades a otras formas de pensamiento político,
y a la larga es un desgaste para la democracia y el gobierno en sí. Quien llega
a la Presidencia debería darle al pueblo lo que realmente necesita, y no lo que
momentáneamente desea.
Es todo lo que tenía
para decir. A quienes no estén de acuerdo, como siempre, los invito a que tomen
un momento para pensar. Analicen si realmente es adecuado seguir con tanto fervor
a una figura política, y si usted la está juzgando con verdadera objetividad.
Hola otra vez, y que pena contigo. Pues, ¿erdogan seria también un ejemplo de caudillo y dictador no militar?
ResponderEliminarTal como están las cosas, sí que cuenta como uno. Usó el golpe de Estado fallido en su contra para acumular más poder en su persona, y tratándose de alguien que está tratando de desaparecer el legado laico de Ataturk, eso es un retroceso impresionante.
Eliminar