Sobre los “hijos de tres padres” y la manipulación genética
El
pasado 3 de febrero, el Reino Unido se convirtió en el primer país del mundo en aprobar una técnica de reproducción asistida in vitro que es popularmente conocida
como “el hijo de tres padres”, tras una votación de 382 parlamentarios a favor
por 128 en contra. Una polémica medida que ha generado un intenso debate entre
conservadores y científicos.
El tratamiento consiste básicamente en la transferencia de mitocondrias, y se planteó para evitar la predisposición a enfermedades genéticas de
origen mitocondrial transmitidas por la madre (la única de los progenitores en
heredar mitocondrias al producto). Al óvulo de una mujer con mitocondrias sanas
se le extrae el núcleo, el cual se reemplaza por el de la madre, y luego simplemente
se fecunda con los espermatozoides del padre. De esta forma, las mitocondrias
heredadas por el bebé son de la donante (lo que representa, en realidad, sólo un 0,1% de toda la información genética heredada), y no habrá riesgos de sufrir
algún tipo de enfermedad mitocondrial, que puede variar entre atrofias oculares
hasta problemas más severos como la enfermedad de Leigh.
Por
supuesto, no todos están contentos con una técnica tan invasiva. La Iglesia
Anglicana y la IC fueron los primeros en criticar la medida y pedir a los
parlamentarios que rechazaran la propuesta, alegando que no se dispone de
suficiente información para empezar a implementar este tipo de modificación
genética. No obstante, como respuesta, la HFEA (Autoridad para la Fertilidad y
Embriología Humanas) aseguró que, después de muchos años de investigaciones y
pruebas con primates, está bastante comprobado que se trata de un procedimiento
seguro.
Es
más probable que el argumento de las autoridades religiosas provenga de su idea
acerca de la “santidad de la vida”, pero ya analizaremos esto más adelante.
Otros son más cautos por razones no tan diferentes, pero quizás un poco más
técnicas. Se considera, por ejemplo, que la transferencia mitocondrial serviría
como un puente para la ingeniería genética, o como lo llamaron, “bebés a la
carta”. Es comprensible que la sombra del nazismo y su programa de eugenesia
aún rondan en la cabeza de muchas personas, y los ejemplos ficticios
presentados en películas como Gattaca
y novelas como Un mundo feliz
muestran posibles consecuencias a la implementación de técnicas de modificación
genética.
¿Son
realmente válidas estas objeciones? ¿Hasta qué punto puede considerarse ética
la intervención en el proceso de fecundación? ¿Es realmente la transferencia de
mitocondrias una técnica eugenésica? Trataré de profundizar a detalle.
Analicemos
primero la idea de que ni siquiera un embrión, sino un óvulo, es una entidad
que debe permanecer inalterable. Este argumento aparentemente tiene dos raíces:
una en el pensamiento religioso, y otra en un planteamiento ético más puro. El
primero se basa en que, puesto que la vida es un patrimonio del Creador, es
blasfemo intervenir en algún grado de su desarrollo; por ello, procedimientos
como el aborto son considerados un crimen, ya que, de acuerdo con este
razonamiento, incluso una célula reproductiva tiene algo intangible, una
especie de alma.
El problema es que aquí se invocan argumentos
sobrenaturales que hasta la fecha no se han comprobados; no hay registros de la
existencia de un alma en el cuerpo humano, mucho menos en una célula, así que
no se está alterando nada intangible. Por otra parte, si es difícil considerar
a un embrión como una “persona”, tanto médica como jurídicamente hablando (por
ejemplo, en Colombia, se considera una persona con derechos cuando el producto
es capaz de sobrevivir por fuera de la madre, y esto se da hacia los seis o
siete meses de embarazo), pensar que estos derechos puedan traspasarse a un
óvulo es simplemente absurdo.
Las
objeciones éticas no religiosas a la modificación genética, por su parte, yacen
en el argumento del límite: intervenir de forma tan invasiva en la especie
humana, y en un momento tan delicado como la concepción, es una falta de
consideración moral, pues nos pone en las mismas condiciones de otros animales
con los cuales experimentamos, y como tal, sería despojar por completo a la
vida humana de su valor intrínseco. Esto último es una objeción válida, pero no
termina de convencerme, pues tiene un cierto aire de esencialismo llevado al
extremo. De nuevo, aquí estamos hablando de células reproductivas, no de un ser
vivo como tal. Puede que un óvulo tenga el potencial de convertirse en un
embrión, pero sin un espermatozoide, esto es prácticamente imposible. Cada
célula por separado no es una vida
intrínseca. Es seguro que aquellos que experimentan con animales no consideran
que el óvulo de una vaca o el semen de un toro sean, por separado, otras vidas
animales. ¿Por qué creer que nuestras células reproductivas son diferentes en
ese sentido.
Es
cierto que al modificar parte de la herencia genética que porta un óvulo, se
está alterando la herencia del futuro hijo, aunque sea un porcentaje tan
pequeño. Pero, dentro del contexto que se discute, una técnica que permitirá
que se conciban bebés sin la preocupación de enfermedades mitocondriales,
¿dónde está lo objetable? Pongamos un ejemplo. Deseo tener mis propios hijos.
Pero, por herencia, sé que hay varias enfermedades en la familia a las que
ellos podrían tener propensión; si bien no son mitocondriales, son también
hereditarias (y les aseguro, todas son reales). Del lado de mi padre hay
astigmatismo, miopía, tendencia a la obesidad, problemas cardiovasculares y
glaucoma. Del de mi madre, miopía, diabetes, enfermedades mentales como
esquizofrenia, y una enfermedad neurodegenerativa que no hemos podido
identificar. Como me dijo una vez una amiga con la que comenté esto, estoy
jodido por parte y parte.
Aun
así, yo deseo tener mis propios hijos (supongamos que la adopción no sea una
opción). Si mi pareja y yo tuviéramos la opción de un tratamiento in vitro a nivel genético para corregir
esas posibles enfermedades, yo la tomaría sin pensarlo dos veces. Podría
parecer una inmoralidad, pero cabe la pregunta: ¿qué es más inmoral? ¿Realizar
una modificación genética en las células para que mi futuro hijo nazca sano, o
tenerlo sin ninguna alteración, y condenarlo al sufrimiento de, por ejemplo,
una esquizofrenia? Yo señalaría de inmediato a la segunda opción como una
inmoralidad. Si se tiene la opción de evitar que un hijo sufra algún tipo de
enfermedad que limite en alguna forma su desarrollo social o su salud entera,
¿por qué sería inmoral aceptarla?
Del
otro lado, muchas personas no ven con buenos ojos la modificación genética
debido a que implica que, en un futuro, podrán cambiarse distintas características
genéticas en un futuro embrión, y con ello se estaría deshumanizando al ser
humano, para dar paso a una era en la que los bebés son prácticamente diseñados
al gusto del “cliente”, por decirlo así. La banalización de la vida, por
decirlo de alguna forma.
Hay
un cierto toque de neoludismo en estas objeciones, puesto que se ve con recelo
un avance tecnológico de uso médico efectivo, sólo porque se cree que se
dependerá cada vez más de la tecnología en nuestras vidas. También aquí se
siente la idea de que la vida es algo inalterable, sea cual sea su estado de
desarrollo. Pero, quizás, el temor que más nutre esta objeción es el uso que
pueda dársele a la modificación genética desde las altas esferas del poder.
Después de los experimentos de los nazis, cualquier tipo de intervención
genética en un embrión o una célula es vista con miedo, ya que podrían existir
gobiernos que busquen reducir el fenotipo humano a un cúmulo de características
específicas. Podrían, por ejemplo, intentan desaparecer a la población negra, a
personas de cierta estatura o complexión, etc.
Es
una exageración ostentosa. Primero, porque existen varios rasgos físicos en una
persona que no dependen de un único gen, sino de la expresión conjunta de varios.
No hay tal cosa como un “gen del negro”, así que trabajar para aislar y
suprimir algo así no sería nada fácil. La transferencia mitocondrial es un
procedimiento relativamente sencillo en comparación con los avances que se
requerirían para una modificación genética de esa naturaleza. Segundo, porque
los experimentos eugenésicos de la Alemania nazi son de una época en la que no
se tenía un organismo a nivel internacional que vigilara las acciones de los
países; hoy en día existen, por ejemplo, la ONU y la OMS. Y finalmente, porque
aquí la decisión de modificar o no parte de la herencia genética de un futuro
hijo cabe exclusivamente en los padres. Y se debe mantener así: sin la
intervención de terceros. Ni de órdenes religiosas ni de políticos temerosos.
Esto
no es banalizar la vida. Banal es creer que hay un privilegio metafísico de
nuestra especie, y que por eso somos intocables. Banal es creer que hay un acto
de moralidad en traer al mundo a un niño que no podrá levantarse de su cama, o
a un hombre que se consumirá poco a poco en la enfermedad. Banal es creer que
hay una recompensa intrínseca en someter a un hijo y a uno mismo a ese
sufrimiento. Banal es creer que estas son cosas que no pueden mejorarse, por el
simple hecho de no ser “naturales”.
Cuando se implementó la fecundación in vitro por primera vez, las críticas
que recibió este método de reproducción asistida no fueron muy diferentes a las
que se enfrenta hoy la transferencia mitocondrial. Hoy en día es una técnica
bastante común. Si estamos hablando de un método de modificación que permite
que los futuros niños nazcan sin el temor de heredar graves enfermedades, yo
doy todo mi apoyo a la transferencia mitocondrial. Es muy posible que en unas
cuantas décadas se convierta en un procedimiento habitual. Se trata de mejorar
las vidas de padres e hijos. Y ese debería ser el único propósito, el único
logro a tener en cuenta.
"de los progenitores en heredad"
ResponderEliminarVengo de metido ignorante, creo que ahí quería decir heredar :D
Una pulida y ya.
Excelente artículo los neoluditas y conspiracionistas religiosos no logran diferenciar la realidad de la ficción, ya imaginarán un gobierno ateo buscando el gen "ateo" en los futuros hijos para "destruir la humanidad"...
Corregido. ¡Gracias!
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