¿Por qué comparamos animales con personas?
Debatiendo con un contacto en Facebook sobre la
fallida ponencia de la adopción gay en Colombia, me vi en la penosa situación
de intentar rebatir su argumento de lo “antinatural” del homosexualismo,
citando como ejemplo los animales. Digo penosa, no porque tuviera miedo de
incomodarlo con mi opinión, sino porque éramos pocos los que opinábamos contra
la corriente en su muro. Digo intentar, no porque no supiera darle ejemplos,
sino porque ni siquiera los analizó: él y otros de su mismo pensar simplemente
se burlaron, diciendo que era absurdo comparar hombres con bonobos e insectos.
Parecería que la biología está muy sobreestimada, entonces…
Este no es un sentimiento nuevo: ya lo he experimentado antes discutiendo con veganos. A la gente se le hace inaudito y hasta grosero que un ser humano sea comparado con un animal, no en términos de derechos, sino física y mentalmente. En la mayoría de los casos se debe a los profundos sentimientos religiosos de la persona (como el caso de mi contacto); en otros, es fundamentalmente ignorancia; y en otros, porque el ser humano simplemente es un animal muy diferente, y en alguna forma superior. Y no es que esto sea exclusivo de religiosos o supersticiosos: conozco biólogos ateos que rechazan estas comparaciones. Podría decirse que es la persistencia de un pensamiento de índole religiosa, pero afirmarlo me parece una salida muy facilista.
Más allá de eso, las dudas de las que parte la
posición de todos los anteriores ejemplos son: ¿por qué molestarse en comparar
a los humanos con otros animales, a nivel de morfología, estructura o forma de
vida? ¿No somos, acaso, animales superiores? ¿No estamos por encima de ellos?
En primer lugar, ¿superiores con respecto a qué? Y
antes de que alguien salte a felicitarme o reprocharme por misántropo, les
aclaro: lo pregunto así porque en biología uno generalmente no habla de rasgos
“primitivos” o “modernos”, ni de adaptaciones “superiores” a otras. Hay
adaptaciones y rasgos que son ventajosos ante determinada situación, y si esto
cambia, puede ser problemático para una especie sobrevivir; de hecho, animales
como tiburones, cocodrilos y tortugas no son muy diferentes de sus parientes más
antiguos.
En el ser humano, ¿cuál es nuestro rasgo adaptativo
más ventajoso? Nuestro intelecto y capacidad de razonar. Si nos quitamos eso,
¿qué nos hace tan especiales? ¿Construir herramientas? Chimpancés, orangutanes
e incluso algunas aves utilizan elementos de su entorno como herramientas, así
que eso no nos hace únicos. ¿Nuestra organización social? Para nada: es de lo
más común entre otros animales. Aún con nuestro intelecto, como dice Stephen
Hawking, “la especie humana no brilla
demasiado por su conducta inteligente”. Entonces, ¿hay acaso algún rasgo
nuestro que nos haga incomparables con otros animales?
Segundo, muchos patrones de comportamiento se
repiten entre los animales. Formas sociales como grupos familiares o harenes;
tácticas de alimentación; migraciones… En ese orden de ideas, no es
descabellado observar en otras especies si existen comportamientos del ser
humano que se repiten en ellas, y cómo podemos explicarlos. Parte de lo que yo
digo aquí es lo que se conoce en los últimos años como psicología
evolucionista, y aunque debe admitirse que es un campo nuevo, y no exento de
algunas fallas, se compone de muchas ideas que nos permitirían comprender
rasgos de nuestra especie como, por ejemplo, por qué muchos hombres se sienten
atraídos por mujeres voluptuosas (lo que no tiene nada que ver con un
estereotipo “vendido” por las empresas).
Dicho todo esto, pasemos a algunos ejemplos. En
concreto, antes de comentar sobre la homosexualidad o la dieta, hablemos de dos
comportamientos que son vistos en otras especies, y que involucran daños a
terceros (tengamos en cuenta, en cambio, que el deseo homosexual en sí y la
alimentación no afectan directamente a otras personas). Comentemos sobre el
infanticidio y el abuso sexual.
Ni uno ni otro son exclusivos de los seres humanos:
a diferencia de lo que muchos creen, los animales sí son crueles contra sus
semejantes, si bien se trata por lo general de instinto. En el caso del infanticidio,
por ejemplo, es frecuente en leones y gorilas. Estos son grupos de harenes: un
macho maduro con un gran número de hembras y sus crías. La posición dominante
no es permanente, y los machos solteros siempre buscan controlar un harén.
Cuando un macho nuevo asume la posición de dominante, en no pocas ocasiones
tiende a matar a las crías del anterior macho. Esto tiene una razón sencilla:
mientras una hembra críe un infante, no entrará en celo, así que el nuevo macho
dominante no podrá reproducirse. ¿Por qué gastar tiempo y energía en mantener
crías que no comparte su material genético? En otras especies más solitarias,
como osos y gatos, si un macho encuentra juveniles, por lo general los matará,
por la misma razón de que retrasan la disponibilidad reproductiva de una hembra
(los gatos suelen matar principalmente machos juveniles, para evitar futuros
competidores).
¿Cómo se relaciona esto con el ser humano? Bien,
algunos de los tristes casos en los que alguna persona asesina a un menor de
edad pueden estar guiados en cierta forma por el instinto de eliminar a
amenazas presentes o futuras para nuestra reproducción. No descarto, por
supuesto, los actos de venganza o problemas mentales, pero observar a otros
animales donde se da este comportamiento puede ayudar a comprender los crímenes
para los cuales no tenemos una explicación tan obvia.
Pasemos a la violación. Se han observado casos
desde artrópodos hasta primates que pueden considerarse, en un sentido
antropológico, como abuso sexual. Por ejemplo, en los solífugos se han visto
casos en los que, cuando la hembra rechaza los avances del macho, este la
somete, abre con sus quelíceros el orificio genital de ella y le deposita su
espermatóforo. De manera similar, es conocido en los orangutanes que los machos inmaduros buscarán forzar sexualmente a las hembras,
aunque estas prefieren a los machos maduros, e incluso buscan protección contra
estos ataques. Incluso hay una leyenda muy popular acerca de orangutanes que
violan mujeres, pero sólo hay constancia de un caso comentado por la
primatóloga Birutė Galdikas.
Como se observa en ambas especies, quienes someten a
las hembras son machos rechazados, ya sea por su estado de desarrollo o
simplemente por un mal cortejo. Si nos vamos con el ser humano, en muchos casos
los abusadores son hombres con poco éxito entre las mujeres en circunstancias
normales. La violación sirve, entonces, como una estrategia alterna de
apareamiento. De nuevo, tampoco desconozco que hay personas que abusan de
menores, de ancianos o discapacitados, ni de que existen esposos que
simplemente no pueden aceptar un “no” de su mujer. Simplemente indico que el
abuso sexual tendría su explicación biológica como una forma de transmitir sus
genes a toda costa.
Hasta ahora me he limitado a hablar de dos
comportamientos lesivos. De más está aclarar que no estamos dominados por los
genes, y si bien puede que el infanticidio y la violación tengan una base
conductual biológica, no por ello son justificables. Expliquemos entonces, por
qué comparamos a las personas con los animales para concluir que la
homosexualidad es algo normal.
Ya es bien sabido que hay decenas de casos de
comportamiento homosexual en el reino animal, aunque sería más adecuado
llamarlo bisexualidad, pues con frecuencia el individuo mantiene intención
reproductiva con el sexo opuesto. Si bien son poco frecuentes las parejas
homosexuales permanentes en otras especies aparte de nosotros, muchos estudios
indican que no se trata de un comportamiento anómalo, sino que puede obedecer a
un desempeño social. Por ejemplo, en los bonobos el sexo es una forma de
reforzar los lazos sociales y resolver conflictos; las relaciones homosexuales
son, entonces, una forma de establecer vínculos sociales que en un futuro serán
útiles.
En otras especies animales, el comportamiento
homosexual puede servir a otros propósitos. Y aquí no puedo dar un ejemplo sin antes citar con gusto a Humon y sus caricaturas. Humon es una dibujante danesa de
Internet, famosa por su serie Scandinavia and
the World (que recomiendo; es un
ejercicio interesante de análisis de la cultura y política de varios países),
pero que también ilustra otros temas. Uno de estos trabajos es el libro Animal Lives, donde expone el comportamiento reproductivo y las
estrategias de apareamiento de muchas especies. Uno de los ejemplos que
presente es el combatiente,
un ave pariente del zarapito. Los machos se exhiben en un área de apareamiento
(lek) para impresionar a las hembras. Y ellas tienen mucho de dónde escoger,
pues hay tres tipos de machos: el macho territorial o independiente, más robusto
y agresivo, con un collarín de plumas oscuras; el macho satélite, más pequeño y
con un collarín blanco; y el faeder, de plumaje similar al de la hembra. Los
dos últimos machos carecen de territorio, pero merodean cerca del territorio
del primero para aparearse con las hembras a escondidas. Y aquí viene un hecho
curioso: el faeder es montado por los otros machos, y con frecuencia también
los monta, lo que indica que los otros saben que realmente es un macho. Pero el
independiente y el satélite se comportan de esta forma por una razón: la cópula
homosexual parece atraer más hembras al territorio, y los machos que se han
“apareado” con el faeder suelen tener un mayor éxito reproductivo con las hembras.
Sorprendente, ¿no?
Un ejemplo del arte de Humon, describiendo la estrategia de apareamiento de los combatientes.
El combatiente y su variedad sexual.
¿Pero qué hay de nuestra especie? ¿Qué ventajas
brinda la homosexualidad? Porque no olvidemos que el propósito de un organismo
es transmitir sus genes. Bueno, parece que hay una explicación:
al parecer, al menos en los hombres homosexuales, sus parientes femeninas son
más fértiles que el promedio. Puesto que el comportamiento homosexual consiste
de un conjunto de patrones y factores genéticos, es posible que dichos factores
incrementen la fertilidad en la mujer, mientras que en el hombre influencian su
orientación sexual. También hay hipótesis que postulan la selección de
parentesco como motivo de la prevalencia de la homosexualidad: es decir, el
individuo no se reproduce, pero incrementa las posibilidades de transmisión de
los genes de su familia al brindar recursos como alimento y cuidado para la
progenie de sus parientes cercanos.
En cuanto a la dieta, poco tengo que añadir que ya
no haya hecho en entradas anteriores. Las adaptaciones de un organismo indican
su modo de vida, y la morfología de la dentadura y el aparato digestivo indican
la dieta del animal. Cuando se compara la anatomía, uno puede observar las
adaptaciones de un consumidor de materia vegetal como una vaca, una liebre o un
gorila, y deducir que el ser humano, que no comparte dichas adaptaciones con
los tres, posee una dieta diferente. ¿Hace falta decir algo más?
Como siempre, seguro algunos lectores estarán en
desacuerdo con lo expuesto aquí. Yo los invito a reflexionar, a que se informen
por su cuenta y lleguen a una conclusión. Debemos aceptar el hecho de que, como
animales, no somos tan únicos y exclusivos en nuestras costumbres como
presumimos. Pero somos seres racionales, y podemos aceptarlo y ver más allá de
eso. Podemos comprender, entonces, que hay comportamientos que no son
anormales, sino que hacen parte del desarrollo de nuestra especie.
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