Una comunidad no siempre comunitaria
Introducción
Estamos
de nuevo en el Mes del Orgullo. Siempre hay cosas de que hablar en esta época,
pues la lucha por los derechos de la comunidad LGBTI+ es algo que necesita
vigilancia y constancia, sobre todo en estos tiempos en que las figuras
reaccionarias y la ultraderecha alrededor del mundo atacan derechos sexuales y
reproductivos. Hemos visto que con una decisión judicial o una orden ejecutiva,
cualquier logro alcanzado en décadas puede ser revertido en un instante, y el
pánico moral y médico ha vuelto. Necesitamos más que nunca mantenernos
sólidamente como comunidad en unidad y cooperación.
Por
lo mismo, hay un tema del que es importante hablar, y que se puede observar con
inquietante frecuencia en redes sociales, pero que igual tiene un peso en el
mundo por fuera de ellas. Me refiero a que, dentro de la propia comunidad
LGBTI+, hay identidades específicas que reciben una cuota importante de recelo,
desconfianza e incluso discriminación, sobre todo aquellas que no son
simplemente gays o lesbianas. Sí, a menudo hay discriminación entre los propios
discriminados. Y necesitamos abordar eso.
Si bien ya he hablado un poco de la discriminación interna que sufren miembros de las comunidades trans y asexual en el blog, esta entrada pretende ser más general, y surgió inspirada a partir de dos eventos que surgieron en estos días. El primero es que la cantante y compositora Billie Eilish, quien se reconoció como bisexual a finales de 2023, fue vista dándose besos con Nat Wolff, un actor al que la verdad sólo conozco por ser Light Turner en esa malograda adaptación de Death Note de Netflix. Parece que esto desató la molestia de muchas personas de la comunidad en Twitter, en particular de lesbianas, quienes acusaron a Billie de usar la identidad de bisexual (o de lesbiana, aparentemente) para vender su música, e incluso de hacer queerbaiting, es decir, una estrategia en obras de ficción –importante destacar este detalle- de sugerir un personaje o una relación LGBT+, pero sin hacer una representación abierta.
No, las personas reales no pueden hacer queerbaiting, y nadie te debe una relación que te confirme su orientación sexual.
El
segundo evento es que, de nuevo en Twitter, ha sido muy comentado el giro en
vivo de una cuenta en inglés que era bastante reconocida por ser un importante
activista de los derechos transgénero como hombre trans, y que en pocos días no
sólo publicó que dejaba el activismo trans por cuestiones personales con la
comunidad, y se acercó a figuras notables del terfismo, sino que además anunció
que iniciará su destransición. La decisión fue recibida con bastantes críticas,
y aunque debo admitir que muchas de ellas fueron bien fundamentadas –como el
hecho de que compartió porno de venganza con alguien acusado de violación-, con
respeto hacia su decisión personal -como debería hacerse con toda persona que
destransiciona-, y manifestando preocupación por su salud mental ante la
potencial manipulación de las TERF –en serio, literal varias se comportaron
como captadoras de un culto-, también es cierto que algunas personas se
expresaron de forma menos amable o argumentada. Por su parte, esta misma cuenta
se ha desentendido por completo de la comunidad trans, presentándose como
activista LGB, y antes había manifestado posiciones debatibles, como defender
el gatekeeping médico y rechazar las
identidades no binarias.
Unas
aclaraciones antes de empezar. Obviamente no pretendo sugerir que todos en las
minorías más reconocidas sean discriminadores. No es como que todas las
lesbianas sean bifóbicas o transfóbicas, que todos los gays rechacen a personas
no binarias, o que todos en general odien a los asexuales. Sólo quiero hablar
de actitudes y prejuicios que se pueden encontrar dentro de la comunidad LGBTI+,
no mayoritarias pero sí frecuentes, y de las que necesitamos librarnos si
queremos que nuestra lucha por los derechos prevalezca para todos.
Por
otro lado, también es cierto que muchas de estas actitudes se encuentran por
fuera de la comunidad LGBTI+. Aún recuerdo ver a la doctora Nancy de ¿Quién tiene la razón? diciendo que la
bisexualidad no existe, y tengo textos extensos en el blog hablando de quienes
afirman que las identidades trans son un invento de la teoría queer. Es también por ello que resulta
importante denunciarlas cuando ocurren entre nosotros: porque son actitudes que
terminan replicando discursos prejuiciosos e incluso de odio que provienen de
sectores conservadores y reaccionarios, y que casi siempre buscar derrumbar los
logros que hemos obtenido a través de los años.
Finalmente,
dejo claro que cuando hablo de comunidad LGBTI+, estoy hablando de la comunidad
como un conjunto social, no como movimiento político. Por lo tanto, si bien voy
a enfocarme en las críticas que he podido ver de sectores progresistas dentro
de las minorías sexuales, por ser las que realmente me interesan abordar,
también mencionaré a algunos conservadores que se prestan fácilmente a replicar
y defender posturas negativas contra algunos sectores de la comunidad, incluso
aquellos a los que pertenecen. Y se hace necesario mencionar que, más que una
única comunidad homogénea, la colectividad LGBTI+ es un conjunto de diferentes
comunidades sexuales, cada una con luchas propias, pero que coluden por algunos
objetivos comunes.
Bisexuales: ¿eternos traidores?
Si
hay una orientación que es constantemente atacada incluso en este mes, esa es
la bisexualidad. Recordemos que ser bisexual es sentir atracción sexual y
romántica por dos o más géneros. En teoría, eso debería permitirles ocupar un
espacio tranquilo dentro de la comunidad LGBTI+, no sólo por escapar de la
heteronormatividad, sino también porque es una orientación que puede
interactuar de forma positiva con prácticamente cualquier otra identidad
sexual. Pero en la práctica, reciben ataques frecuentes de varios lados de la
misma comunidad, pues se le considera sólo inseguridad, una fase
experimentación de personas que no reconocen su propia identidad sexual. Estas
actitudes y prejuicios se concretan en un concepto particular: bifobia.
Entre
sus agresores más frecuentes, destacan sin duda las lesbianas. La cosa es que
es difícil distinguir entre aquellas que agreden por cuestiones de orientación
sexual, aquellas que son feministas lésbicas y las que son lesbianas políticas;
no todas tienen los mismos argumentos, y las últimas ni siquiera se suelen
considerar parte de la comunidad. Como sea, es una de las minorías más vocales
en su bifobia, sobre todo de mujeres. Las críticas que se suelen erigir están
influidas por sus elecciones de pareja. Si es una mujer de la que sólo conocen
parejas masculinas, entonces la acusan de ni siquiera ser una verdadera
bisexual, o que prefiere acomodarse a los privilegios de la heteronormatividad.
Si sólo se le conocen parejas femeninas, entonces se le considera lesbiana de
clóset. Muchas veces, ni siquiera necesitan conocer las parejas de una persona
bisexual: si es mujer, se asume que es lesbiana y punto, y en cuanto le conocen
una pareja del sexo opuesto, es una farsante o una traidora.
Pero
los hombres bisexuales no están exentos de discriminación. Para hombres dentro
del colectivo gay, la bisexualidad puede llegar a ser vista como homofobia,
puesto que es políticamente tradicional considerar la sexualidad masculina como
algo especializado, de modo que un hombre que se vea atraído por hombres y
mujeres está retando esa noción particular de lo que significa la
homosexualidad masculina. Por supuesto, también existen acusaciones de que se
trata sólo de gays que se encuentran en una fase experimental, o que intentan
ocultar su homosexualidad ajustándose a las normas de la sociedad, algo que
desafortunadamente fue muy frecuente en otras épocas, y todavía puede
encontrarse hoy en día.
No
puedo dejar de mencionar la tensión que existe entre bisexuales y pansexuales.
Como los pansexuales se definen en ocasiones a sí mismos como atraídos a todos
los géneros, entienden la bisexualidad como una orientación “inferior” a la
suya, o una que no siente atracción por personas intersexuales y transgénero.
Esto es bastante injusto con las personas bisexuales, pues muchos forman
relaciones con ambas identidades sin problemas, e incluso es una visión con
ciertas raíces transfóbicas. Lo cierto es que, independiente de si se considere
a la pansexualidad como una subcategoría dentro de la bisexualidad o viceversa,
no parece haber diferencias en la forma en que ambos colectivos abordan las discusiones
sobre sexo y género, por lo que como mínimo no tendríamos que tener estas
discusiones.
Y
por supuesto existe esa idea de promiscuidad e hipersexualidad de los
bisexuales. Las diferencias que vemos culturalmente sobre el deseo y la
sexualidad en hombres y mujeres llevan a considerar que las personas bisexuales
no se sienten satisfechas con una sola pareja, y tienen que estar buscando a
otras o formar relaciones poliamorosas. No es extraño ver recomendaciones
hechas a gays y lesbianas de no formar relaciones con parejas bisexuales, bajo
la idea de que seguramente les serán infieles con otra persona, con toda
seguridad del otro género. Y acostúmbrense a que la sexualización de otras
minorías sexuales, expresada en diferentes tonos, será algo frecuente en la
discriminación.
Identidades no cisgénero: invalidar y segregar
En
este apartado hablaré de las identidades trans como un paraguas, por lo que
debo juntar tanto personas transgénero como no binarias, bigénero, género
fluido y agénero. He escrito extensamente
sobre
la
transfobia en
la serie sobre sexo y género del blog, de modo que pueden
revisar esos artículos para tener una comprensión mucho más amplia al respecto.
Para la presente entrada quiero ampliar un poco el tema de la discriminación
interna, del cual hablé en su momento en la serie, pero intentando no repetirme
demasiado.
Tal
como expliqué en su momento, hay un sector poco numeroso, pero vocal, de gays y
lesbianas que consideran que las luchas de la identidad de género no deberían
hacer parte de la comunidad mayor. Su argumento es que, en primer lugar, la
orientación sexual y la identidad de género tienen dos enfoques completamente
diferentes, por lo que sus objetivos, aunque se puedan cruzar, no son los
mismos. En segundo lugar, porque asumen que, si se reconoce a las personas
trans por su identidad y no por su sexo asignado, eso desdibuja el carácter
particular de las orientaciones homosexuales, tanto porque se ve las
identidades trans como una rendición a la normatividad, tratando de encajar en
un molde social binario incluso por encima de su sexo, como porque desdeñan que
la atracción sexual se enfoque en el género y no en características del sexo.
En ese sentido, algunos incluso consideran que todo el tema de las identidades
trans es una forma de homofobia.
Esto
puede conducir a un estigma desafortunado sobre las relaciones de gays y
lesbianas cisgénero con personas transgénero. Para críticos de estas últimas,
una relación entre un hombre gay cis y un hombre trans, así como entre una
lesbiana cis y una mujer trans, no deberían ser consideradas relaciones
homosexuales, puesto que la persona trans sigue siendo esencialmente de su sexo
asignado, y su identidad no tiene un papel que cumplir en la atracción o la
forma en que entendemos dicha relación. Esta forma de verlo no sólo irrespeta a
las personas transgénero, sino que de paso invalida la identidad de aquellos
gays y lesbianas que sí reconocen las identidades transgénero y pueden formar
relaciones con estas personas, sin sentir invalidada su propia orientación
sexual.
Otras
identidades no cisgénero también reciben bastante rechazo. En sus diferentes
expresiones, la no binariedad es vista como una especie de juego performativo,
una forma de no comprometerse con una orientación sexual o una identidad
concreta, o simplemente como una “moda”, una tendencia del discurso postmoderno
(volveremos con esto más adelante) de evitar una categorización fija, o
simplemente una fantasía. En parte porque es difícil concebir una experiencia
que no se reconozca dentro de la binariedad del sexo, y en parte porque se usan
los mismos criterios de discriminación que emplean contra las personas
transgénero, y por lo tanto es imposible que exista algo como la identidad de
género. Es triste porque incluso algunas personas transgénero rechazan
reconocer las identidades no binarias en cualquiera de sus expresiones.
Y
hablando de criterios de discriminación, una de las acusaciones más infames,
aquella de que las personas transgénero son groomers
y depredadores de menores de edad que buscan normalizar la pedofilia, también
ha sido replicada por sectores de la comunidad. Según este criterio, el
incremento de adolescentes que se reconocen como transgénero y no binarias es
el resultado del activismo trans en redes sociales, el cual busca que los
jóvenes modifiquen su cuerpo para satisfacer sus propios intereses sexuales. Lo
notable aquí es que son principalmente lesbianas (sin contar a las políticas)
quienes realizan tales acusaciones, afirmando que se lleva a mujeres jóvenes
lesbianas a mutilarse y esterilizarse por convertirse en hombres trans, pero
igual otros sectores aplican este estigma también. Es impresionante lo poco que
los gays, lesbianas y en ocasiones bisexuales que usan dichos argumentos
reconocen señales históricas, porque no hacen más que replicar viejas
acusaciones esgrimidas contra la homosexualidad en los años setenta.
Asexuales: la comunidad invisible
Siendo
una comunidad a la que le importa principalmente la torta de chocolate y
conquistar Dinamarca, uno pensaría que los asexuales no deberíamos tener
grandes problemas para encajar dentro de la colectividad LGBTI+. No obstante,
lo cierto es que sí debemos enfrentarnos a dificultades y problemas, desde
algunos choques por aspectos del activismo de la comunidad durante el orgullo,
hasta dudas de si realmente pertenecemos a la comunidad LGBTI+.
Desde
su concepto, la asexualidad es a veces difícil de entender para otras minorías
de la comunidad, puesto que se trata de ausencia de atracción sexual, y esta comprende
una parte importante de la identidad de otras orientaciones sexuales, lo cual
es una confusión fácil de sortear si tenemos en cuenta también el papel de la
atracción romántica, la cual los asexuales sí pueden experimentar con más
frecuencia. Otra noción problemática que algunos tienen es que la asexualidad
es una cuestión de heterosexual, y por lo tanto no debería hacer parte de la
comunidad, cuando la realidad es que aun en tal caso seguiría siendo
considerada una minoría sexual, y la ausencia de atracción sexual es
transversal a otras identidades dentro del colectivo: puedes encontrar gays,
lesbianas, bisexuales y trans que también son asexuales.
De
aquí surge también uno de los ataques más constantes, la idea de que la
asexualidad es una farsa, otra de esas sexualidades modernas que la gente
necesitada de atención inventa para sentirse especiales. En realidad, como
expliqué en este blog, descripciones que encajan con lo que
entendemos de la asexualidad existen en sexología desde hace más de cien años,
y las personas asexuales ya eran reconocidas en los años sesenta y setenta. La
percepción de que la asexualidad es un fenómeno nuevo viene de la expansión de
la Internet, que permitió la creación de grupos organizados que hablaban sobre
asexualidad, lo que contribuyó a que se difundiera información clara acerca de
esta orientación, y a que muchas personas pudiésemos reconocer nuestra propia
experiencia e identidad. Y nuevamente, tengo que decir que la acusación de que
todo es influencia de la modernidad es también un prejuicio reciclado de
acusaciones homofóbicas de otros tiempos.
Una situación que
me han comentado, a propósito de las otras orientaciones que se intersectan con
la asexualidad, es que en ocasiones las parejas con una persona por fuera del
espectro asexual pueden ser algo complicadas, porque tienden a enfocarse en la
orientación que comparten al punto de ignorar la influencia de la asexualidad en
su actitud romántica y sexual. Es decir, si es una pareja de lesbianas, aquella
que es alosexual tenderá a fijarse más en que su pareja también es lesbiana que
en el hecho de que también es asexual, lo que puede dar lugar a situaciones
incómodas donde la primera quiera avanzar de modo más físico en contra del
interés de la otra, quizás esperando que pueda haber reciprocidad a pesar de su
falta de atracción sexual porque se comparte una orientación. Cabe destacar que
esto no es exclusivo de parejas LGBTI+, es un problema que también experimentan
aquellos asexuales en relaciones heterosexuales, pero sigue siendo una
dificultad que es necesario mencionar.
Otro
conflicto que he visto de forma intermitente surge de algunas críticas que la
propia comunidad asexual ha elevado sobre los desfiles del Orgullo y parte del
ambiente dentro de la comunidad LGBTI+ en general. Para algunos asexuales,
sobre todo aquellos que sienten aversión por el sexo, los desfiles suelen ser
excesivamente sexualizados, y recomiendan que procuren ser espacios un poco más
inclusivos para aquellos a los que les incomoda toda esa expresión tan cargada
de sexualidad, lo que por supuesto no ha sido recibido con la mejor disposición
por otras comunidades dentro del colectivo, quienes contraponen que tal
exuberancia es una expresión de lucha contra la represión que muchos sufren
dentro de la sociedad.
En
un tono más general, muchos asexuales comentan que el ambiente y las
conversaciones en muchos sitios y grupos LGBTI+ tienden a ser tan sexualizados
como la propia sociedad heteronormativa, y argumentan que desprenderse un poco
de ese tono puede ayudar a la comunidad a enfrentarse mejor tanto a las
críticas externas como a los propios prejuicios internos. Si bien yo no
pretendo decir quién de los dos lados tiene la razón con ese debate, sí hablaré
más tarde de la sexualización como una herramienta de discriminación dentro y
fuera de la comunidad, por lo que es necesario por lo menos analizarla con ojo
crítico.
Pansexuales: ¿qué son ustedes?
Hablar
de la pansexualidad es imposible sin mencionar de nuevo el conflicto que existe
a menudo entre bisexuales y pansexuales, por cuenta de la forma en que puedan
definirse estos últimos. Y es que, como dije en la sección sobre bisexualidad,
hay pansexuales (y otras personas que no son pansexuales) que entienden esta
sexualidad como una mucho más inclusiva que la bisexualidad, lo que ha llevado
a que unos y otros se acusen de transfobia. Una definición más adecuada es que
la pansexualidad es la atracción sexual que se experimenta independiente del
sexo o el género de la otra persona, por lo que podría entenderse como un
opuesto de la asexualidad, y no entra en conflicto con la bisexualidad, donde
sí hay un énfasis en la importancia de cualquier género en la atracción.
Por
otro lado, algunos consideran que la pansexualidad es una categoría bajo el
paraguas de la bisexualidad, otros que la bisexualidad es una categoría
pansexual, y otros que es una identidad completamente diferente. Como es de
esperarse, esto también ha llevado a la acusación de que la pansexualidad no
existe, o que es otra identidad que se ha inventado en tiempos recientes por la
necesidad de atención de los jóvenes. Esto sigue siendo un problema de
invisibilización de una identidad sexual, más allá de si hace parte del
espectro bisexual o es independiente a este.
Por
lo demás, irónicamente bisexuales y pansexuales comparten muchos de los mismos
estigmas de sexualización dentro de la comunidad LGBTI+: promiscuidad,
infidelidad, propensión a relaciones no monógamas e hipersexualidad. La
hipersexualidad merece un pequeño énfasis, porque debido a la propia definición
de que el género no es importante en la atracción, no falta quien crea que los
pansexuales se calientan con cualquier persona, y están dispuestos todo el
tiempo a tener sexo. Es, de nuevo, otro ejemplo de la influencia de la
sexualización en los estigmas y la discriminación contra otras comunidades
dentro de la colectividad LGBTI+.
Intersexuales: el peso de la patologización
La
intersexualidad tiene de entrada una posición compleja dentro de la comunidad
LGBTI+. Para algunos, no debería ser incluido puesto que no implica
necesariamente una orientación no heterosexual o una identidad transgénero, si
bien es cierto que sí existen muchos intersexuales que pueden ser homosexuales,
bisexuales, transgénero, asexuales y así. Por otro lado, quienes defienden la
inclusión de la intersexualidad en el colectivo sostienen que las personas
intersexuales también han sido y son víctimas de la imposición de modelos y
estereotipos de sexo y género en la sociedad, así como de la estandarización de
los modelos corporales desde un punto de vista médico, de modo que se comparten
muchos objetivos sociales y políticos.
Ahora, este reconocimiento puede ser a veces empleado
de forma confusa. No es extraño que muchas personas dentro de la comunidad
confundan intersexuales y transgéneros, y aunque la experiencia puede ser
similar en algunos aspectos, se trata de dos fenómenos diferentes, aunque
relacionados, pues en ambos hay aspectos biológicos relacionados con los
distintos niveles de diferenciación sexual en un individuo. Por ello, si bien
por lo general los intersexuales son receptivos de las personas transgénero, a
algunos de ellos les incomoda que se utilice la intersexualidad para explicar
las identidades transgénero, pero sin reconocimiento de lo que significa ser
intersexual, lo que puede invisibilizar su condición incluso poner en riesgo su
activismo en naciones que reconocen la intersexualidad pero que son ferozmente
antigénero.
Por otro lado, la patologización de la intersexualidad
también puede llevar no sólo a que se niegue su importancia en comprender los
múltiples factores que inciden en la sexualidad y la identidad de un individuo,
sino también en rechazar la propia intersexualidad como una simple anomalía que
no es informativa. No sé qué tan común sea, pero yo sí he visto en ocasiones a
personas de otras minorías sexuales afirmando que la intersexualidad, al ser
una anomalía médica, no sólo no tiene nada que decirnos acerca de la identidad
de género, sino tampoco nada sobre la sexualidad en sí. Esto es un error,
porque si en algo han sido importantes los estudios sobre la intersexualidad
fueron en permitirnos comprender los factores y niveles en los que opera la
diferenciación y la determinación sexual, y a su vez entender cómo esto puede
influir tanto en la orientación sexual como en la identidad de género que
manifestamos.
Al mismo tiempo, también evidenció cómo el
entendimiento clásico de la sexualidad humana influía en la comprensión médica
que se tenía de los pacientes intersexuales, lo que terminó retroalimentándose
y perpetuando el uso de intervenciones quirúrgicas para “corregir” las
percibidas imperfecciones en el individuo intersexual. Desconocer todo esto es
precisamente rechazar la presencia de importancia de la intersexualidad dentro
de nuestra gran comunidad, y es algo que genera conflicto más allá de la
discriminación, pues sectores intersexuales denuncian que en las
reivindicaciones políticas de grupos activistas se ignoran los reclamos por
prohibir las cirugías de reasignación genital en pacientes intersexuales
menores de edad.
No, ni siquiera la homosexualidad se escapa
Si
bien la prevalencia de opiniones e imagen de la L y la G es algo reconocido y
discutido dentro de la comunidad LGBTI+, esto no significa que gays y lesbianas
estén libres de prejuicios y estereotipos internos como ocurre con otras
orientaciones e identidades. Y como no pretendo desconocer estos problemas, en
esta sección hablaré entonces de los problemas que aquejan a lesbianas y gays
dentro de la comunidad, tanto de otros sectores de ella como dentro de sus
propias comunidades.
Si
de estigmas se trata, probablemente las lesbianas son las que salen peor
paradas. Es cierto que hay sectores lésbicos que han sido conflictivos con
grupos específicos como bisexuales y transgénero, pero también lo es que en
redes sociales algunas personas magnifican el alcance de dichos prejuicios como
si fuesen algo general entre lesbianas, al punto de que se raya por momentos en
la lesbofobia. Y de poco nos sirve combatir prejuicios dentro de la comunidad
si estamos alentando o promoviendo otros.
Parte
del problema surge porque las críticas a otros sectores de la comunidad LGBTI+
vienen principalmente del feminismo lésbico y el lesbianismo político, quienes
son bastante activas y vocales en redes sociales, y cuya visión separatista de
la feminidad y prejuicios sobre otras sexualidades comparte tanto con los
discursos del feminismo transexcluyente que hoy en día es casi imposible
distinguirlas de una TERF, y a estas de cualquier conservador lgbtfóbico.
Obviamente muchas lesbianas rechazan tales prejuicios y se oponen al discurso
excluyente y discriminador del lesbianismo político, el feminismo cultural y el
terfismo, pero las dinámicas tóxicas en redes sociales pueden en ocasiones
ahogar su voz, y dar la impresión de que se trata de una actitud mucho más
difundida.
Con
los hombres homosexuales no he visto tantas críticas por parte de otras
minorías sexuales, aparte de que algunos nieguen identidades bi y trans. Creo
que las críticas dentro de la propia comunidad gay son más frecuentes, en
principio por la necesidad de representaciones por fuera del modelo anglosajón
(que no es el enfoque de la entrada, pero vale la pena mencionarlo), pero
también por la eterna discusión sobre estereotipos y expresiones de la
identidad, de si los individuos más camp
deberían con tener su expresión y conducta para evitar reforzar estereotipos, o
si debería abandonarse el intento de encajar socialmente en estereotipos
clásicos de masculinidad. Con esto no me refiero a una atracción o actividad
sexual específica dentro de la atracción gay, como las subculturas bear o leather, sino a los comportamientos y ademanes en un sentido más
general.
Habiendo
mencionado la atracción, debo señalar de nuevo los ataques a aquellos gays y
lesbianas cisgénero que establecen relaciones con personas trans, ataques que
pueden venir de otras minorías sexuales como de sus propias comunidades.
Reitero en que esto no sólo es prejuicioso al negar la identidad de las
personas transgénero, sino que además invisibiliza la propia orientación sexual
de gays y lesbianas, y reduce la atracción a una cuestión de genitalidad, que
puede ser importante, pero no determinante en la atracción sexual.
¿De dónde surge tanto rechazo?
Algo
que habrán notado al revisar prejuicios y estereotipos internos en la comunidad
LGBTI+ es que algo muy constante es la forma en que se les sexualiza en muchos
de ellos. Por sexualización, me refiero a reducir al individuo a su cuerpo
sexual o sus conductas sexuales, sean reales o imaginarias, mientras se
excluyen otras características importantes como sus pensamientos, intereses,
necesidades y experiencias vividas, entre otras cosas. Este concepto se
manifiesta de diferentes formas en nuestra sociedad –objetificación, acoso,
abuso-, y como tal es una parte fundamental que explica gran parte de la
discriminación interna en la comunidad. Pero, ¿por qué ocurre esto?
Para entender cómo se manifiesta la sexualización en los estereotipos externos e internos sobre minorías sexuales, uno de los mejores textos que he leído al respecto es Sexed Up: How Society Sexualizes Us, And How We Can Fight Back (Sexado: Cómo la sociedad nos sexualiza, y cómo podemos combatirlo), un libro escrito por la bióloga y activista feminista y LGBTI+ Julia Serano. En este trabajo, Serano aborda el papel de la sexualización en la discriminación no sólo de mujeres, sino de otros grupos marginalizados como personas de color y minorías sexuales.
Para
Serano, en la sexualización intervienen diferentes mentalidades –es decir,
conjuntos de supuestos, pensamientos y creencias que dan forma a nuestras
decisiones- que son abundantes y reforzadas a través de distintas sociedades, y
que moldean nuestra relación entre sexos y géneros. La autora reconoce tres: la mentalidad de los dos archivadores, la mentalidad de los opuestos, y la mentalidad de no marcado/marcado. La mentalidad de los dos archivadores se
refiere a que cuando observamos el mundo y lo dividimos entre hombres y
mujeres, asociamos una serie de rasgos como atributos masculinos o femeninos, a
veces físicos y muchas veces sociales, de modo que conceptualizamos a hombres y
mujeres como entidades completamente separadas para facilitar su identificación
individual. El problema es que estos archivadores contienen también
expectativas, suposiciones y juicios de valor que dan forma al trato que damos a
personas individuales.
La mentalidad de los opuestos se relaciona con lo anterior. Como tendemos a ver las categorías dicotómicas como opuestas, y hombres y mujeres son considerados entes completamente separados, conceptualizamos rasgos como pares opuestos, de modo que podemos tener pares como fuerte/débil, duro/frágil, activo/pasivo, rebelde/convencional, peligroso/vulnerable, racional/irracional, natural/artificial, sincero/manipulador, entre otros. Notarán que podemos identificar usualmente los opuestos presentados como masculino/femenino, y aunque algunos pueden reflejar hechos biológicos, como que en promedio los varones son más fuertes que las mujeres, muchos otros sólo reflejan mitos sexistas. La mentalidad de los opuestos acaba creando expectativas y exageración social, y también explica por qué usamos insultos específicos al género (por ejemplo, llamar “perra” en ocasiones a una mujer asertiva no tiene un equivalente masculino, porque la asertividad es un atributo asociado con el varón), y cómo desarrollamos juicios de valor en que los términos asociados con la masculinidad suelen ser mejor valorados, o aquellos positivos pero considerados femeninos no son apreciados en varones.
Tabla de Opuestos del Capítulo dos de Sexed Up.
Finalmente,
la mentalidad de no marcado/marcado,
también conocido simplemente como marcación,
es un concepto sociológico que describe cómo rasgos o atributos sobresalen de
forma atípica o “marcada” en comparación a un estado natural o “no marcado”:
por ejemplo, a un turista le puede impresionar mucho el Centro Histórico en su
primera visita a Santa Marta, pero para mí que he vivido desde niño en la
ciudad es algo más natural. En el tema que nos ocupa, típicamente los atributos
del grupo social dominante son los considerados “naturales” y “sinceros”,
mientras que los de un grupo marginalizado en el par opuesto son vistos como
“artificiales” y “manipuladores”, y aunque podamos entender que es un grupo que
surge naturalmente dentro de la población, tendemos entonces a considerarlo
también “anormal” o “antinatural”.
Entonces,
¿cómo se relacionan estas tres mentalidades con la sexualización discriminante
de la población LGBTI+? Bien, la mentalidad de los dos archivadores y la de los
opuestos llevan a que visualicemos que todas las personas encajan perfectamente
en una de las dos categorías de género, y a esperar que las personas actúen de
acuerdo con el género en el que los percibimos, y eso incluye identidad de
género, expresión de género y orientación sexual. Esto conduce a la suposición hetero, la tendencia
inconsciente de que toda persona que conocemos es heterosexual hasta que veamos
evidencia de lo contrario. Por lo tanto, al salir de esos roles y modelos
limitados en los que se visualiza la sociedad, las personas LGBTI+ acabamos
entonces “marcados” por el sexo. Cualquier acto efectuado por nosotros, incluso
algo que por lo general es visto de forma tenue como un beso entre dos
personas, es visto como un acto sexual que debe ser privado.
Eso significa que somos vistos como seres sexuales todo el tiempo, y como lo marcado es considerado “falso” y “artificial”, se imprimen motivos sexuales ocultos acerca de nosotros, como decir que imitamos las relaciones hetero (de ahí la típica idea de que en una relación gay hay un activo y un pasivo), o que somos inversiones implícitas –es decir, que los hombres LGBT+ son más femeninos, y las mujeres LGBT+ son más masculinas-. Todo esto es un intento de encajarnos dentro de una cuarta mentalidad que describe Serano: la mentalidad depredador/presa, según la cual los hombres son siempre iniciadores o agresores sexuales (depredadores) y las mujeres son objetos sexuales de deseo masculino (presas). Si bien la idea de hombres “afeminados” y mujeres “marimachas” es una contradicción a la suposición base, no deja de ser una lectura que intenta mantener esa mentalidad.
Por
ello también encontramos suposiciones aparentemente contradictorias, como que
los hombres gay son hipersexuales, pero carentes de un “objeto sexual”,
mientras que las mujeres lesbianas tienen “objeto sexual”, pero no un “agresor
sexual” legítimo (léase: un pene), lo que conlleva a que se vea las relaciones
gay como “hedonistas”, mientras que las lésbicas no son “sexo real”. En el caso
de la bisexualidad/pansexualidad, debido a que su atracción no se ve limitada a
un único género, se les marca entonces como impulsivos e hipersexuales, y
mientras que a menudo los hombres bisexuales se invisibilizan y/o se les
considera “realmente gay”, las mujeres bisexuales son vistas como “fáciles” y
“realmente heterosexuales”. Por su parte, las personas transgénero sufren de
una disparidad: mientras que los hombres trans son vistos como lesbianas que
intentan escapar de la homofobia y el sexismo, buscando la normalidad y los
privilegios sociales de los hombres, y que las mujeres trans buscan ser
sexualizadas por los hombres. Finalmente, de los asexuales se considera que sus
deseos “carentes” son por malas relaciones o experiencias sexuales pasadas,
abuso infantil, una fase, deseos sexuales reprimidos, o porque no se consideran
atractivas.
Así
podemos pasar por fin a explicar por qué existe la discriminación dentro de la
propia comunidad LGBTI+. Una forma en que los grupos marginalizados se intentan
acercar a la mayoría dominante es convencerlas de que son “normales” y dignas
de respeto, enfocándose en temas “respetables” como el matrimonio o la
adopción, pero sin buscar que se acepte lo queer,
la diferencia en sí; por lo tanto, grupos vistos como menos respetables, tales
como los bisexuales y los transgénero, o “ficticios” como los asexuales y los
nb, son excluidos por temor de que retrasen el progreso de gays y lesbianas.
Por otro lado, gays y lesbianas pueden aplacar los temores de “contagio” de la
población dominante asegurando que no están interesados sexualmente en los
heterosexuales, pues se nace así y nadie se puede convertir, pero este temor se
aplaca menos si consideramos a aquellas minorías sexuales que sí pueden
interactuar sexualmente con heterosexuales, como los bisexuales y los
transgénero, algo a lo que Serano llama política
de contagio. Esto sigue siendo un ejercicio de sexualización que demoniza a
las sexualidades disidentes entre más se les pueda señalar como “engañosas”, y
es uno al que movimientos mainstream
pro-derechos fallan en abordar cuando deciden dejar de lado otras sexualidades.
De tal modo, dicha sexualización acaba por permear dentro de la propia comunidad, con lo que terminamos formando prejuicios sobre aquellas identidades que vemos “peligrosas” para nuestros derechos. Así, terminamos encontrando hombres gay que actúan de forma misógina; las ya clásicas lesbianas transexcluyentes que señalan a las mujeres trans de “depredadores sexuales”, y a los hombres trans como “lesbianas mutiladas”; los transgénero con cirugía de reasignación de género que se presentan como “transexuales verdaderos” y rechazan tanto a personas trans sin cirugía por “aberradas” como a no binarias por “falsas”; y a todos los que rechazan a bisexuales y asexuales como “confundidos”, “faltos de atención” o que se encuentran en “una fase”.
Por
supuesto, la sexualización no es el único problema que enfrenta la comunidad
LGBTI+, y no se puede pretender que se abandone la lucha por la igualdad de
derechos en temas como matrimonio y adopción. Sin embargo, confrontar la
sexualización a la que nos vemos sometidos en lugar de ignorarla o hacerla a un
lado puede ser una ventaja importante, dado que nos permite acabar con
acusaciones horrendas que fundamentan nuestra exclusión, y reducir los
conflictos internos entre identidades específicas. Así mismo, combatir la
sexualización en un sentido general contribuye a beneficiar a aquellos
afectados por fuera de nuestra comunidad, de modo que se puedan estrechar lazos
y coaliciones entre varios movimientos sociales.
Rompiendo los prejuicios
Algo
que supongo ya habrán notado los lectores habituales de este blog es que en los
últimos tiempos he hecho mucho énfasis en la unidad y el poder de la comunidad
en las luchas sociales. Y por supuesto no dejo de creerlo. En tiempos en que el
individualismo ha atomizado a los ciudadanos, manteniéndolos enfocados en sus
propios intereses y la promesa de una mejor vida, es importante y necesario
recordar el espíritu comunitario que ha permitido a nuestra especie triunfar y
desarrollarse tecnológica e individualmente a través de las eras.
Pero,
debemos ser cuidadosos y enfocarnos más allá de la unidad. Como señala Juan Felipe
Salguero de Café Kyoto,
la unidad por el mero hecho de la unidad en sí misma no tiene un valor intrínseco
sin principios o valores que la guíen, y primar la unidad por encima de la
fraternidad y el conocimiento puede ser problemático, pues buscar la fuerza en
la unidad se convierte fácilmente en
la fuerza de la uniformidad, y una
comunidad puede considerar que tienen mucha más fuerza si todos pertenecen a
una misma religión, son de un mismo tono de piel, o comparten una misma
orientación sexual. Y así llegamos a que ciertas personas y organizaciones de
algunas minorías sexuales busquen construir una comunidad y un movimiento
activista uniforme al costo de marginalizar a otras identidades sexuales y de
género.
Se
necesita mantener un balance entre el espíritu de unidad, el vínculo fraternal
y la comprensión de nuestras realidades. Conocer las experiencias, motivaciones
y objetivos de las distintas identidades y orientaciones dentro de la comunidad
LGBTI+ debe permitirnos tener una visión más caritativa de lo que son cada una,
superando las suposiciones y prejuicios, y de este modo construir un lazo de
hermandad y apoyo entre las comunidades dentro de esta gran comunidad. Es así
como podemos realmente aspirar a una unidad más fuerte, una que nos permita
concretar nuestros métodos y metas a nivel social y político.
Hablando
de métodos en política, ¿deberíamos entonces enfocarnos principalmente en
reconocer y combatir las distintas mentalidades que contribuyen a la
marginalización? Es importante integrar este enfoque, pero tampoco se puede
dejar de lado las opresiones generales, como la falta de acceso a derechos que
son universales para la población heterosexual. Centrarse exclusivamente en
estrategias generales o en aquellas enfocadas a estructuras particulares es
complicado. Combatir exclusivamente la lgbtfobia en sus muchas manifestaciones (laboral,
pública, política) puede ignorar la forma en que otros tipos de marginalización
como el racismo, el clasismo o el capacitismo contribuyen a la discriminación
de los individuos, mientras que enfocarse sólo en las distintas formas que toma
la marginalización deja de lado los reclamos específicos de cada grupo marginal.
Confrontar problemas sociales sistémicos requiere de integrar ambos enfoques
para combatirlos en todos sus frentes.
Es
importante, entonces, fortalecer la cohesión de la comunidad LGBTI+
desterrando, en principio, aquellos prejuicios y estereotipos que se mantienen
dentro de la propia comunidad. Nuestra comunidad general podrá crecer y
prosperar en la medida que todos los que la integramos podamos crecer y
prosperar, de modo que es nuestro deber hacer este esfuerzo de ver más allá de
nuestros intereses específicos, y desarrollar una visión mucho más cooperativa,
pluralista y diversa de la propia diversidad sexual. En síntesis, romper con la
marginalización dentro de la propia marginalización.
Conclusiones
Reitero
de nuevo que las situaciones que he descrito aquí no son la norma dentro de la
comunidad LGBTI+. Muchas organizaciones y grupos menos formales mantienen el
espíritu de hermandad y cooperación entre las distintas orientaciones e identidades,
y no ceden ande los embates de sectores más conservadores dentro de ellas, o de
figuras externas a nuestra población que se disfrazan como organizaciones LGB, y
aprovechan el miedo y la ignorancia para crear cismas dentro de la colectividad.
Sin embargo, combatir los prejuicios en contra de las sexualidades diversas
requiere reconocer que algunos de estos prosperan en el interior de nuestra
propia comunidad, y desterrarlos es un paso importante en la reivindicación de
nuestras luchas.
Mientras tanto, no olvidemos lo que significa el Orgullo en este mes: es libertad y aceptación, pero también resistencia a la invisibilización, enfrentarse a la discriminación y el silencio. Y hacerle frente a estas cosas puede hacerse con algo tan simple como reconocer la orientación o la identidad de quienes te rodean. Arriesgarte en conocer y entender al otro es mucho más valioso de lo que se cree, tanto para fortalecer nuestra comunidad como para resistir a las narrativas que la deshumanizan.
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