¿Qué fueron las Jornadas de Junio?


“Fabien lo observaba sin decirle nada.

“En ese momento Mathieu se parecía a su padre de manera tan evidente, que el tiempo se borró y los recuerdos refluyeron como burbujas danzarinas nacidas en aguas serenas, bajo cielos alegres –su juventud, sus esperanzas, su combate–. Luego se fueron reventando una a una – ¿o tal vez todas al mismo tiempo? – en una explosión de piedras y de balas, de sangre y de sudor durante tres noches de Apocalipsis. Y al final, la mala estrella, la estrella amarga, la cárcel y la muerte para Regnault, y para él, el exilio y esa otra forma de muerte que había sido la vida en Londres.”

-Jacqueline Mirande, El Papagayo Azul, capítulo V.

 

La historia está llena de insurrecciones y eventos revolucionarios, muchos de los cuales contribuyeron a moldear la sociedad y la historia. Y este mes de junio se cumplen 177 años de un evento que fue notable en la historia revolucionaria de Francia, pero que por alguna razón, quizás ensombrecida por eventos más fundamentales en la misma época, veo mencionada con menos frecuencia, al punto que ni siquiera cuenta con una entrada en español en la Wikipedia.

Se trata de las Jornadas de Junio, una insurrección que estalló en París en el mes de junio de 1848, y que involucró a una fuerza de trabajadores enfrentándose a un gobierno que giraba cada vez más hacia el conservatismo. Fue uno de los choques más sangrientos entre los levantamientos que surgieron ese año en Europa, y tristemente terminó como un fracaso que consolidaría el poder de un futuro tirano. Pero vamos por partes.

Estamos en la primera mitad del siglo XIX. Tras el final de las Guerras Napoleónicas, las monarquías europeas afianzaron su poder y el orden tradicional, alertas ante cualquier posible insurrección que diese lugar al próximo Napoleón. En Francia, los Borbones regresaron al poder en 1824, pero en 1830 ocurrió la llamada Revolución de Julio (la que aparece representada en el cuadro La libertad guiando al pueblo), un proceso revolucionario en contra de una serie de medidas absolutistas, que dio lugar a la abdicación del soberano Carlos X en favor de su primo, Luis Felipe de Orleans, consolidándose así la denominada Monarquía de Julio, un gobierno monárquico constitucional.

Proveniente de una rama menor, mucho más liberal, de los Borbones, Luis Felipe I (llamado “el rey ciudadano” o “el rey burgués”) gobernó con poderes limitados, en una transición lenta hacia un gobierno más democrático, pero contó con un gran apoyo de la pequeña burguesía: los banqueros, dueños de minas y ferrocarriles, y terratenientes. La Monarquía de Julio contó con un crecimiento económico importante y el acceso a la Revolución Industrial, modernizando la tecnología de producción. Sin embargo, se permitió cierta censura por temor a movimientos reformistas radicales, la industrialización agravó la inequidad entre burgueses y proletarios y proliferó la explotación laboral, y el derecho al voto estaba limitado a los propietarios de cierta cantidad de tierras, de modo que sólo el 1% de la población podía votar, alienando así a las clases medias y obreras. Para colmo, una crisis financiera y malas cosechas en 1846 dieron lugar a una depresión económica e incrementó el desempleo en áreas urbanas a niveles exorbitantes, lo que hizo proliferar grupos reformistas, tanto liberales y republicanos moderados como socialistas radicales, que se encontraban en banquetes –las reuniones políticas estaban prohibidas- para manifestar su descontento con el régimen y su necesidad de una verdadera república.

Es en este contexto que tiene lugar la Revolución de 1848, un evento que sería la chispa de una serie de revoluciones democráticas y liberales en gran parte de Europa a las que conocemos como las Revoluciones de 1848 o la Primavera de los Pueblos. Cuando se prohibió la celebración de un banquete importante en París, las multitudes se reunieron en París el 22 de febrero en protesta contra esta acción, y pronto se le unieron estudiantes, trabajadores y hasta miembros de la Guardia Nacional, que se manifestaron contra el régimen en general. El 24 de febrero, Luis Felipe I abdicó y los líderes reformistas tomaron el poder en una coalición de republicanos moderados, republicanos radicales y unos pocos socialistas, estableciendo la Segunda República, la cual rápidamente estableció el sufragio masculino universal, la abolición de la esclavitud y la libertad de prensa y asamblea, importantes demandas de la revolución y un cambio inédito en comparación con el orden imperante en el continente.

Una preocupación importante era combatir el desempleo. Por un decreto del 26 de febrero de la mano de Louis Blanc, uno de los pocos socialistas dentro del gobierno provisional, se estableció el derecho al trabajo y se estableció la conformación de los Talleres Nacionales, un programa estatal que designó áreas de trabajo para los desempleados, quienes prestaban su fuerza a las obras designadas por el Estado y recibían un sueldo diario. Los Talleres Nacionales recibieron un flujo importante de cesantes dispuestos a trabajar: de 6.000 personas en marzo a más de 100.000 trabajadores para junio de 1848. Los obreros podían trabajar tanto en labor manual sencilla, como el hilado de banderas, como en construcción municipal, como estaciones de transporte, ferrocarriles y levantamiento de terrenos. Un mes después de su establecimiento, se crearon también talleres y centros de auxilio alimenticio para darles empleo a mujeres. Además, en marzo se redujeron las horas de trabajo: de 11 a 10 horas en París, y de 12 a 11 horas en las provincias.

Talleres Nacionales en Champ-De-Mars.

A pesar de ello, el desempleo seguía siendo alto, pues muchos negocios cerraron en París cuando los acaudalados dejaron la ciudad. Así mismo, el trabajo en los Talleres era monótono y arduo, el salario era bajo para las tareas que se desempeñaban, y los artesanos sin empleo empezaron a verlos con desdén. Por otro lado, en las elecciones de abril a la Asamblea Constituyente (más tarde Nacional) ganó una mayoría moderada de republicanos liberales, gracias al peso del voto de la burguesía y el campesinado, con lo que empezó un giro en la Segunda República hacia el conservatismo. La nueva mayoría empezó a ver con recelo los Talleres Nacionales, por su percibido costo económico –en realidad, parece que representaron apenas el 1% del presupuesto nacional de 1848, pero el Estado llevaba años de déficit acumulado-, y porque se les consideraba focos de propaganda política radical, lo que podía ser una amenaza para la estabilidad del gobierno. Los terratenientes y campesinos también resentían el incremento de impuestos destinados a costear los Talleres, y esto complicó las finanzas del gobierno.

Yo vi morir a muchos en la Calle Saint-Jacques durante esos tres días, jóvenes e incluso viejos, y antiguos soldados, y esos ¡cómo sabían disparar! Porque hay que creerlo, todo el barrio se había sublevado, toda la guardia nacional, los estudiantes, los obreros, y también los artesanos y los burgueses. Estos veían la miseria y el hambre de cerca. Ya no había trabajo ni enganche. Entonces, cuando se dieron cuenta de que estaban cerrando los Talleres Nacionales –hasta eso, después de todo lo que habían esperado de la República–, se encolerizaron.

-El Papagayo Azul, capítulo VIII.

Los conflictos fueron surgiendo entonces. El 15 de mayo, ocurrió una manifestación de obreros y artesanos en París, descontentos con el gobierno, que acabó ingresando por la fuerza en la sala de sesiones de la Asamblea Nacional, con la intención de formar un gobierno revolucionario, pero fueron expulsados por la Guardia Nacional y sus líderes detenidos. Posteriormente, el 24 de mayo, la Comisión Ejecutiva le ordenó al director de los Talleres Nacionales, Émile Thomas, que iniciara los trámites para concluir dicho programa, que los obreros residentes en París por menos de seis meses debían ser expulsados de la ciudad, y los más jóvenes enlistados en el ejército. Thomas se negó ante las duras medidas exigidas, y fue arrestado y enviado a Burdeos, lo que provocó manifestaciones a lo largo de París por parte de obreros que exigían mantener los Talleres, con lo que el gobierno decidió retrasar sus planes.

Manifestación en la Asamblea Nacional el 15 de mayo.

Pero finalmente un mes después, el 21 de junio, se publicó en el periódico Le Moniteur un decreto que declaraba que los Talleres Nacionales serían cerrados en tres días. Los trabajadores tenían tres opciones: los jóvenes debían unirse al ejército, los provinciales debían salir de París y regresar a sus tierras, o serían simplemente expulsados. El 23, el decreto fue firmado por el conde de Falloux. Al verse de nuevo de frente a la miseria y la incertidumbre, los obreros decidieron responder de una forma: revolución.

El 22 de junio, los trabajadores de los Talleres salieron en masa a tomarse las calles de París, y un grupo de unas 500 personas marchó hasta el Ministerio de Obras Públicas, donde se les permitió a cinco miembros reunirse con el ministro Marie, el único miembro de la Comisión Ejecutiva presente en aquel momento. Las conversaciones empeoraron cuando el ministro se dio cuenta que uno de los cinco, Louis Pujol, un encargado del taller, fue parte de la ocupación del 15 de mayo, y Marie acabó replicando: “Si los obreros no quieren irse a las provincias, les obligaremos a irse por la fuerza, ¿me oyes?”. El grupo se dirigió entonces a una manifestación en el Panteón de París, donde Pujol proclamó: “El pueblo ha sido engañado. Tan sólo habéis cambiado de tiranos, y los tiranos de hoy son más odiosos que los de antes. ¡Tenéis que vengaros!”. La verdadera insurrección estalló.

El primer día de barricadas, por la mañana, el gobierno trató de parlamentar y nos mandó a un sabio, un gran republicano, según nos dijeron: Arago, François Arago se llamaba. Ese señor pronunció su discurso diciendo que por qué nos sublevábamos, que si la República, el deber, el honor y esto y aquello. ¿Y sabes lo que le respondió tu padre? Una sola frase, muy cortés, pero muy triste: <<¡Ah, señor Arago, cómo se ve que usted nunca ha tenido hambre!>> El otro se quedó mudo, clavado en el sitio.

-El Papagayo Azul, capítulo VIII.

Daguerrotipo de una barricada en la Calle Fauborg-Du-Temple, tomado el 25 de mayo de 1848.

El 23 de junio, se levantaron barricadas por todo París. Obreros, artesanos desempleados, tenderos, empleados de fábricas y ferrocarriles destrozaron el pavimento y formaron obstáculos en las calles, y se saquearon armerías para prepararse. Más de doscientas barricadas fueron erigidas en la ciudad, y casi toda la parte oriental estaba en manos de los insurgentes para el mediodía. Más tarde, la Guardia Nacional, dirigida por el general Louis-Eugène Cavaignac, fue llamada para someter la revuelta, y el choque fue sangriento, pero a pesar de contar con unos 40.000 efectivos, la milicia no pudo contener a los insurgentes, y muchos de los propios guardias, sobre todo en el sector oriental de París, se unieron voluntariamente a la insurrección o se dejaron despojar de sus armas.

El gobierno estaba sudando frío. Cavaignac, gobernador general de Argelia, trazó sus planes contrainsurgentes de acuerdo a su experiencia con la revolución de febrero de ese mismo año, algo que inquietó a la Comisión Ejecutiva. La Asamblea declaró el estado de sitio en París el día 23, y puso a Cavaignac a cargo del gobierno. Ante el fracaso del primer choque contra los revolucionarios, al día siguiente se decidió disolver la Comisión Ejecutiva, y se le asignaron poderes dictatoriales a Cavaignac, con lo que se convirtió en líder de facto de la nación. Mientras tanto, ninguno de los diputados socialistas en la Asamblea apoyó la insurrección.

Cavaignac llamó entonces al Ejército para marchar hasta París, en particular la Guardia Móvil, una serie de 24 batallones compuestos por jóvenes de quince a veinte años, reclutados de los sectores lumpenproletarios de la sociedad francesa. Más de cien mil efectivos del Ejército se dirigieron a la capital en ferrocarriles para aplastar la revuelta obrera, mientras Cavaignac preparó cañones y artillería contra las calles y barrios donde se ubicaban los insurgentes. Los guardias móviles dispararon contra las barricadas en una ofensiva sangrienta, y las tornas empezaron a cambiar en contra de los trabajadores. El 25 de junio, Denis August Afre, arzobispo de París, se dirigió al barrio de Fauborg Saint-Antoine con el fin de dialogar con el movimiento obrero y cesar las hostilidades, pero murió en medio de un intercambio de disparos entre los insurgentes y la Guardia Nacional.

Finalmente, para el lunes 26 de junio, la última barricada cayó en París. Cuando se asentó el polvo en las calles, unos 1500 soldados y más de 3000 insurgentes habían muerto durante aquellas jornadas de pesadilla. Otros miles de rebeldes fueron capturados, y más de 4000 serían deportados a colonias penales en Argelia. Las Jornadas de Junio fue una de las insurrecciones más sangrientas en la historia de la ciudad, siendo superada sólo 23 años después por la devastación lanzada contra la Comuna de París en 1871.

Otro daguerrotipo de Fauborg-Du-Temple, tomado luego del ataque de tropas del ejército el 26 de mayo.

Cavaignac devolvió los poderes dictatoriales el 28 de junio y fue nombrado Jefe del Poder Ejecutivo, pero el estado de sitio en París no sería levantado hasta octubre. El giro conservador de la revolución se consolidó, y Cavaignac impuso el control sobre los clubes políticos, mientras que cerró diversos diarios de izquierda. En noviembre de ese año se adoptó la Constitución de 1848, y en diciembre se celebraron las elecciones presidenciales, donde el vencedor por una victoria aplastante fue Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del Napoleón, quien había ganado un asiento en la Asamblea en julio y era apoyado por monarquistas, nobles y campesinos. Pero cuando estuvo cerca de terminar su mandato de cuatro años, Luis dio un golpe de Estado el 2 de diciembre de 1851, y en el primer aniversario del golpe estableció el Segundo Imperio, renombrándose como Napoleón III y dominando Francia en un régimen autoritario hasta 1870.

Hay que comprenderlos. Perdieron. Y después de eso, ya casi no creían en la República. Te digo: inclusive yo, si hubiera sabido manejar un fusil, allá en la Calle Saint-Jacques, me habría puesto a disparar con ellos, te lo juro. Pero después, no. Nunca más. Algo se me había roto por dentro. Tal vez es demasiado cruel decirlo, pero para tu padre fue mejor lo que le pasó. No habría podido sobrevivir.

-El Papagayo Azul, capítulo VIII.

Las Jornadas de Junio fueron consideradas no sólo el fracaso en establecer una verdadera república democrática, sino también el final de la propia Revolución de Febrero –de Francia, no confundir con la rusa del mismo nombre-. Marx y Engels, quienes coincidencialmente habían publicado El Manifiesto Comunista a inicios de ese año, siguieron de cerca lo ocurrido gracias a los periodistas en París, y apoyaron a los insurgentes. En julio publicaron un periódico, la Nueva Gaceta Renana, donde señalaron que la Revolución de Febrero había sido la revolución “hermosa, la de las simpatías generales”, porque diferentes sectores de la sociedad se habían aliado contra un mismo adversario, la monarquía, mientras que las Jornadas fueron la revolución “fea, la revolución repelente”, porque en ella se notaron las divergencias entre la burguesía y el proletariado, porque estos últimos se atrevieron a retar realmente el orden, la dominación de clases.

Aun con todo, Marx escribiría más tarde que las Jornadas fueron el punto en que el proletariado se enfrentó a la realidad de que la burguesía nunca reivindicaría realmente sus luchas más que dentro de los límites impuestos por el gobierno. La insurrección obligó a la burguesía a encarnarse como manifestación del Estado y del poder del capital, con lo cual se había despojado de su carácter revolucionario de otros tiempos. En ese sentido, Marx consideraba que las Jornadas de Junio fueron el inicio verdadero de las revoluciones proletarias y sociales.

Habrán notado que he puesto varias citas literarias a lo largo de esta entrada. Son de El Papagayo Azul, una novela corta escrita por Jacqueline Mirande (1925-2018), que relata las aventuras de un adolescente francés viajando en compañía de un exiliado amigo de su padre, rebelde de las Jornadas de Junio, en tiempos del Segundo Imperio. Es un relato juvenil, pero que describe en varias escenas los eventos de las Jornadas, y cómo afectaron la vida de los involucrados. Si pueden conseguirla, se las recomiendo bastante; de paso, mi hermana tiene en su blog literario una entrada acerca de esta novela.

¿Qué puedo decir para concluir esta entrada? La historia de las Jornadas de Junio me llamó mucho la atención cuando era joven porque ofrecía el contexto a una aventura literaria. Hoy en día, la aprecio como un episodio histórico dramático, pero que fue importante en moldear el pensamiento de grandes referentes del pensamiento de izquierda, y como bien ilustró Marx, reflejó el conflicto entre los intereses de los trabajadores y los de la clase acomodada, e incluso con líderes políticos afines en principio. Por lo tanto, creo que es un suceso que vale la pena conocer mejor.

Mientras escribo estas palabras, la ciudad de Los Ángeles se encuentra agitada. El Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) organizó una serie de redadas sin orden judicial contra docenas de inmigrantes, pero las comunidades en los barrios de Compton y Paramount se les enfrentaron, y lograron expulsar a los agentes y rescatar a varios de los detenidos, lo que derivó pronto en protestas en la ciudad. En estos momentos decenas de personas han sido lesionadas con gases lacrimógenos y armas aturdidoras, mientras que Trump llamó a dos mil miembros de la Guardia Nacional para que se despliegue en Los Ángeles.

De destacar de esta última información ha sido el trabajo conjunto de organizaciones locales, activistas y residentes de los barrios, que se organizaron en patrullajes y acciones directas para impedir las redadas. Es necesario, entonces, destacar esa solidaridad y capacidad popular de organización que ha tenido por años la comunidad, y que en estas circunstancias le permitió hacerle frente a la represión del Estado. En unas circunstancias tan complejas son estas expresiones de apoyo mutuo y lucha sin miedo lo que debemos destacar, aquellas en las que brilla el espíritu del pueblo obrero en las Jornadas.

Bibliografía

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