Quememos los espantapájaros del antiwokismo
Introducción
Donald
Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos en noviembre del año pasado, y
en pocos meses de mandato ha tomado decisiones que ponen en gran riesgo tanto
el carácter democrático como el futuro económico, industrial y científico de su
nación. La eliminación de miles de empleos del sector público por supuestos
recortes de eficiencia económica, presionar a las universidades para que
expulsen profesores y estudiantes que se hayan manifestado a favor de
Palestina, una absurda guerra económica coronada por aranceles que elevan los
precios para su propia gente y ha espantado a las bolsas mundiales, el envío de
miles de personas sin el debido proceso a prisiones en El Salvador, la
eliminación del reconocimiento a personas transgénero en páginas web y
documentos públicos, el nombramiento de incompetentes en cargos de salud que
son escépticos de las vacunas y creen que hay una epidemia de autismo… Y aún no
llegamos a la mitad de su primer año.
Para
muchos, las acciones de Trump no han sido precisamente una sorpresa. Entre sus
declaraciones durante la campaña, que daban cuenta que endurecería su conservatismo
en este segundo mandato, y su vínculo al nefasto Proyecto 2025, las decisiones
de su gobierno eran previsibles, si bien quizás ha sido a un ritmo mucho mayor
de lo que muchos esperamos. Y después de todo, el ascenso de la extrema derecha
en las naciones occidentales, sea que la quieran llamar alt-right, postfascismo o conservatismo radicalizado, es algo que llevamos
años denunciando.
Pero
algo que ha llamado la atención es la reacción de varias figuras intelectuales
en Estados Unidos, no sólo porque manifiestan su indignación con las decisiones
de Trump, sino porque prácticamente todos fueron personas que a través de los años,
o se enfocaron en denunciar los supuestos excesos de la izquierda dentro de la academia
y el campo científico que amenazaban la libre expresión y la investigación:
figuras que podemos englobar en un llamado movimiento anti-woke. Personajes que magnificaron críticas más o menos necesarias hacia
la izquierda como si fuese un problema de alcances gigantescos, que lo presentaban
como la gran guerra cultural del nuevo siglo, y ahora que ven cómo la extrema
derecha que muchos de ellos ignoraron está destrozando la academia, comentan
que tal vez se dejaron llevar por sus
sesgos y descuidaron su atención al conservatismo radical o, peor aún, fueron
usados por él.
Tenemos al comentarista político Richard Hanania, la única figura intelectual que seguía Steven Pinker en Twitter/X, escandalizado de que la red social se convirtiera en una galería de halagos a Hitler tras relajar las normas de censura, y diciendo que tal vez la gente woke se dio cuenta antes que nadie del problema que sería. Scott Alexander, de Astral Codex Ten, se pregunta si tal vez el centrismo tiene su cuota de responsabilidad por el triunfo de la extrema derecha. El propio Pinker, promotor incansable del discurso sobre la decadencia de la academia ante la izquierda posmoderna por años, pidiendo tener “un poco de perspectiva” ante el peligro del giro autoritario de Trump y la obsesión de medios ‘independientes’ como The Free Press en limpiar su imagen. Y James Lindsay, coescritor del reputado trabajo Teorías cínicas, aceptando que sus escritos han sido utilizados por años por figuras nazis para promover sus horribles teorías.
“Para aquellos
que preguntan: sí, votar por Trump fue un error. Pensé que tendríamos una
repetición de la primera administración, pero no fue así. Las señales estaban
ahí, sólo que no tomé en cuenta mis propias ideas sobre lo horrible de Trump y
MAGA con suficiente seriedad.”
Debo
mencionar también como valor agregado al presentador y comediante Jon Stewart,
usualmente atento en detectar las patrañas de figuras políticas, disculpándose hace
unos días y reconociendo que
Trump resultó mucho más autoritario de lo que esperaba. Y por
supuesto el siempre apreciado periodista Jesse Singal, indignado porque le han
señalado en redes que su constante trabajo sobre la población transgénero,
promoviendo desinformación y análisis defectuosos, ofreció buen combustible a la
campaña transfóbica que esgrime el presidente; este no hace realmente un mea
culpa, pero vale la pena señalarlo.
Cualquier
ayuda en denunciar y seguir criticando la erosión de la democracia en manos del
postfascismo contemporáneo debería ser bienvenida, y es de destacar la diversidad
de visiones, pues la mayoría de los personajes mencionados son de corriente
liberal, algunos específicamente libertarios –no el esperpento latinoamericano,
sino un híbrido propio de la política estadounidense entre progresismo social y
capitalismo de libre mercado- e incluso conservadores. Pero, ¿qué está pasando aquí?
¿Por qué de repente todas estas figuras que se la han pasado literales años hablando
de la supuesta toma de las universidades e instituciones científicas por parte
de la izquierda iliberal, la teoría crítica racial y el posmodernismo, están manifestando
cierta responsabilidad en la proliferación de discursos radicales conservadores,
autoritarios e incluso supremacistas? ¿Son genuinas sus reflexiones? ¿Están realmente
conscientes de su papel en el triunfo del discurso ultraderechista y quieren
enmendarlo, o sólo intentan escapar de las consecuencias públicas y sociales de
sus propios discursos?
La decadencia del movimiento anti-woke
Si
bien creo que muchas de las figuras mencionadas son más dañinas que aportantes,
por cuestiones que mencionare más adelante, no pretendo dar una respuesta
específica a esas preguntas. Pero considero que sí que es necesario analizar lo
que algunos consideran la decadencia del movimiento anti-woke, representado en la mayoría de estos y otros personajes, y
cómo esto no sólo tuvo un peso en el crecimiento de la ultraderecha, sino también
en la dificultad para hacerle frente desde otras posturas políticas que, en el
proceso del pánico de la guerra cultural, han terminado desacreditadas.
Siendo un movimiento que incluía liberales de izquierda, centristas, libertarios de derecha e incluso conservadores, el eje que conectaba a los críticos de lo poco definido como woke fue la defensa de la libertad de expresión. La principal denuncia sobre el peligro dentro de las instituciones universitarias es que se estuviese promoviendo una cultura de la hipersensibilidad y el agravio, donde prevalecía la emocionalidad y la subjetividad a los hechos objetivos y la racionalidad. De hecho, fue famosa la carta abierta publicada en Harper’s Magazine en 2020, donde un grupo de intelectuales reconocidos, entre los que se incluían personajes como Pinker, Margaret Atwood, J.K. Rowling, Salman Rushdie y Noam Chomsky, denunciaron un clima iliberal que debilitaba el debate abierto en las instituciones educativas, “una intolerancia de visiones opuestas, una boga para la vergüenza pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver complejos temas de políticas en una cegadora certeza moral”. En otras palabras, la dichosa “cultura de la cancelación”, pero por supuesto enmarcada en términos poco específicos y que ignoran que muchos de los firmantes (Rowling, Singal, Bari Weiss, Matthew Yglesias…) se vieron envueltos –y han seguido envueltos- en fuertes críticas por publicaciones o comentarios que no fueron censurados, sino comprensiblemente cuestionados.
Las
primeras costuras en su supuesta defensa a la libre expresión empezaron a notarse
con el tema de la represión a estudiantes en universidades por
protestas y mensajes a favor del pueblo palestino desde octubre de 2023. Figuras del
gobierno decidieron tratar las manifestaciones como una señal de antisemitismo
o peor, un apoyo directo a Hamas; de repente, cosas tan inocuas como gritar
“Desde el río hasta el mar” o usar una kufiya se volvieron acciones criminalizantes.
Con Trump sólo se ha recrudecido esta postura, al punto que se ha detenido y
deportado a varias personas por simples opiniones, a veces en situaciones claramente
irregulares, como el caso de una estudiante doctoral que fue detenida por
policías enmascarados y vestidos de civil en plena calle, y todo de nuevo con argumentos
muy pobres acerca de combatir el antisemitismo y ninguna evidencia que
justifique las detenciones. Para colmo, el gobierno está usando la misma excusa
para presionar a las universidades para que suspendan o expulsen estudiantes y
docentes que los han criticado, y que incrementen el número de profesionales
conservadores contratados, bajo amenaza de congelar apoyos económicos, en un
golpe directo a la autonomía universitaria.
¿Y los adalides de la libre expresión? Notablemente silenciosos ante ataques tan obvios a la libertad de expresión. Aquellos que denunciaban la intolerancia de una izquierda iliberal parecen no tener mucho que decir sobre acciones claramente iliberales de aquellos que tienen el poder. No hay una carta abierta como la de Harper’s Magazine. Algunos de los firmantes incluso se han empeñado en minimizar las acciones del gobierno, o seguir insistiendo en que la amenaza woke en las instituciones es comparable en peligro. Uno podría verse tentado a sospechar que no les preocupaba la libertad de expresión en un sentido general de la población, sino su libertad de expresión en específico, y que a la hora de enfrentarse vocalmente a quienes detentan el verdadero poder, pues no están tan dispuestos a ponerse en riesgo.
Pero
no se piense el lector que este movimiento anti-woke ha permanecido monolítico con el triunfo del Agente Naranja. Aunque
la obvia tendencia anti-woke de su
gobierno los
ha convertido en la élite, no todos están contentos con el rumbo
que toma, de modo que las luminarias de la libre expresión han girado en diferentes
posturas: protrumpistas como el orgullosamente MAGA Christopher Rufo, que apoyan
directamente todas las decisiones del gobierno; antitrumpistas como Hanania y
Pinker, quienes ya identificaron que este gobierno es peligrosamente autoritario;
y otros que intentan pasar por críticos balanceados, pero que en la práctica
tienden a lavarle la cara a Trump ante sus críticos, como Weiss y el presentador
y comediante Bill Maher.
Por
supuesto, los protrumpistas no son el eje de este escrito, pues están más que
complacidos con la mano dura del presidente. Tenemos que hablar entonces de los
anti-woke del otro lado, aquellos que
en sus palabras, no esperaban verse abrumados por el radicalismo de Trump II y
comentan que, tal vez, se enfocaron en el problema equivocado cuando magnificar
el supuesto ataque de la izquierda woke
y tienen parte de culpa en el desastre actual. Y creo que uno de los propios
intelectuales, Scott Alexander, hace un resumen perfecto del modo en que enmarcaron
el supuesto problema de la guerra cultural, y cómo eso terminó siendo cooptado
por el discurso ultraderechista.
En
su entrada de Star Codex Ten, Alexander
presenta una serie de comentarios en tono “sólo queríamos esto, y obtuvimos
esto” para explicar que el centrismo liberal puede tener cierta responsabilidad
por el regreso de Trump a la presidencia. Veamos entonces su memorial de agravios.
“Todas nuestras buenas ideas, las cosas por las que el experto petulante en desinformación habría tratado de cancelarnos, han sido pervertidas en la forma más deprimente y horripilante posible.”
¿Cancelar?
¿O sólo cuestionar la veracidad o solidez de dichas ideas? Si algo aprende uno
en años de divulgación y contemplar las situaciones sociales es que mucho de lo
que se señala como cancelación no es más que la crítica que muchos no quieren
recibir, a veces bien fundamentada, otras veces no. Valdría la pena fijarse
entonces “cuáles” son esas buenas ideas de las que habla Alexander.
“Queríamos que la gente cuestionara los estudios de psicología con dragado de datos y a los expertos de charlas TED diciendo Las Nueve Formas en que La Ciencia Prueba que El Mérito es Falso. Así que reventamos a algunos expertos charlatanes, y entonces despertamos un día con un antivacunas en el HHS y la mitad del país pensando que la insulina es una conspiración globohomosexual –o lo que sea que estén diciendo en X ahora.”
Pues ya de entrada tenemos una mala caracterización de aquello que intenta cuestionar. A diferencia de cómo lo retrata Alexander, o como lo hizo ese artículo lamentable de hace dos años en defensa del mérito –el cual irónicamente tuvo que ser publicado en una revista de baja calidad porque PNAS no lo consideró meritorio de aceptación-, el diálogo acerca del mérito no se centra en su inexistencia. Más bien, lo que indican estudios es que las métricas de mérito y excelencia que se emplean en instituciones académicas han sido construidas en torno a comunidades históricamente privilegiadas, y por lo tanto pueden enmascarar sesgos racistas o sexistas, por lo cual es necesario identificar dichas condiciones y establecer estrategias realmente enfocadas en la experiencia de los profesionales practicantes.
Irónicamente,
terminaron con un personaje como Robert F. Kennedy Jr. de secretario de salud porque
no hubo métrica alguna de mérito en su nombramiento: simplemente es tan antivacunas
como Trump, y de una familia política muy poderosa. Y no puedo dejar de recordar
que algunas personas –mayormente charlatanes promotores de ideas conservadoras
en Twitter- decían que Kennedy era una buena opción porque está en buena forma
para su edad, así que debe saber mucho sobre salud. ¡Interesante mérito!
“Queríamos un gobierno ligero y veloz que detuviera la asfixia a la innovación y la infraestructura. En su lugar tuvimos despidos a estilo de motosierra, devastación total de la capacidad estatal exactamente en la misma forma que probablemente asfixiará la innovación más que nunca, y las peores y más tontas personas en el mundo presumiendo de cómo resolvieron la “estafa” de enviarle medicamentos que salvan vidas a bebés moribundos.”
El
problema de no dar ejemplos concretos de lo que cuestionas es que suena tan abstracto
que es difícil comprender dónde está el problema. Si hay un país que invierte bastante
en innovación e infraestructura es precisamente Estados Unidos, a veces incluso
en perjuicio de derechos laborales y la salud ambiental, como en desarrollos
tecnológicos como el fracking. A no ser que estemos hablando de fantasías como
las que siempre propone Elon Musk, de implantes neuronales que conecten con
Internet o viajes y terraformación en Marte, en cuyo caso es como ser personero
de colegio y quejarte de que no te dejen construir una piscina olímpica en el patio.
“Queríamos ser capaces de mantener un trabajo sin tener que recitar santo y seña del DEI o llenar un examen de múltiples opciones acerca de cómo la gente blanca causa terremotos. En su lugar tenemos mil estudios cancelados porque usaron el prefijo “trans-” en una oración sobre proteínas transmembranales.”
De
nuevo, una distorsión del debate. Recordemos que DEI es un enfoque de organización
que busca el respeto y participación de todas las personas, con el fin de
integrar y promover la presencia de comunidades sistémicamente marginadas en
entornos públicos y empresas privadas. Tiene sus críticas importantes, como que
en varios casos se emplea sólo como criterio estético, una cuota para llenar de
camino al éxito empresarial. Pero cuando demonizas el enfoque simplemente por
ser un enfoque, y encima lo retratas con una caricatura como la que usa
Alexander, sin analizar con cuidado cada escenario, no es difícil que otros
simplemente asuman que DEI = siempre falta de mérito. Terreno fácil para la
ultraderecha.
“Queríamos ser capaces de discutir sobre hechos del sentido común acerca del sexo y la raza sin ser llamados Hitler. Así que celebramos mientras Musk desmantelaba el complejo industrial de censura, y al día siguiente cada tercer trino era algo como “los judíos están forzando antibióticos sobre ti para debilitarte”, y que Dios me ayude pero muchas personas están empezando a creérselo.”
La vaguedad de este punto me molesta en particular, siendo biólogo y genetista. ¿Cuáles “hechos del sentido común”? ¿Quizás algo de que el sexo es binario (la evidencia sugiere que tiende a ser bimodal)? ¿Que las diferencias físicas entre poblaciones se corresponden con diferencias genéticas o conductuales (no: ni siquiera los clusters biogenómicos son consistentes en diferenciar poblaciones humanas)? Aquí más que en ningún otro punto es necesario ser concreto, porque el “sentido común” suele ser engañoso y sesgado por preconcepciones y prejuicios. Decir “pues yo sí veo diferencias en el CI entre poblaciones negras y blancas; puede que sean genéticas” sin tener en cuenta contextos sociales, históricos y ambientales, es un espejismo de la mente.
“Estábamos tan acostumbrados
a pensar en términos de rechazo a lo woke, que es tiempo de considerar que algunos de los wokes podrían haber
sentido algo en la cultura que el resto de nosotros ignoró y que necesitaba
oposición.”
En
cuanto a lo de la “censura” en Twitter/X, mucha gente identificó de inmediato
que lo que Musk pretendía era incrementar la visibilidad de cuentas de extrema
derecha, no por balancear el debate sino por crearse un fortín político en
Internet, por lo que no tardó en desbloquear a figuras como el supremacista
Nick Fuentes o Kanye West, y el propio Trump, quien además es un constante
promotor de desinformación. De Elon ya teníamos para entonces indicios de sus
posturas muy conservadoras; problema de Alexander si se dejó engañar tan fácilmente
con su discurso, pero lo que vemos hoy en Twitter es lo que muchos habíamos
previsto.
“Queríamos ser capaces de impedir que hombres biológicos con músculos fortalecidos por la testosterona compitieran en ligas deportivas de mujeres. Y de algún modo eso se transformó en un mundo donde cada vez que alguien con más sutileza que Atila el huno trata de replantear su posición sobre algo, bandas errantes de tipos que replican con ojos muertos interponen “¿CUANTOS GÉNEROS HAY? ¡APUESTO QUE NO PUEDES RESPONDER ESO, JAR, JAR, JAR!””
La
primera afirmación, que suena muy redundante (¿hay otro tipo de hombres acaso?
Los hombres trans no son exactamente de icopor), ignora por supuesto el
cuerpo de información científica que existe no sólo a favor de
una inclusión adecuada de las mujeres trans en categorías femeninas, sino también
de la
base neurológica de las identidades transgénero. Y en este caso
tengo que decir que no sólo fueron ultraconservadores y fascistoides los que se
han apropiado de su discurso para promover el desconocimiento y exclusión total
de las personas trans: los propios
liberales centristas e incluso personas de izquierda se apropiaron de
fórmulas del discurso ultraconservador como “ideología de género” para caracterizar
a los activistas transgénero como radicales posmodernos y cultistas. Esa es una
de las mayores fallas de criterio de parte de figuras del nivel de Jerry Coyne
y Richard Dawkins, y una que en este caso contribuyó muy directamente al estado
actual de las cosas.
“Queríamos creer en Silicon Valley, en el poder de tecno-optimistas listos para hacer el bien y cambiar el mundo. En su lugar, esas personas se volvieron contra nosotros y ayudaron a elegir a un lunático a cambio de usar el dinero de los contribuyentes para inflar sus criptopaquetes. El tipo al que creí un héroe y una inspiración durante mis veintes, reducido a un bot que retrina a Catturd.”
Que
la meca de la tecnología en Estados Unidos es realmente un territorio dominado
por empresarios con posturas muy conservadoras, a pesar de la típica asociación
que hacemos entre tecnología y progreso, con todo el riesgo que esto representa
para la democracia, es algo que se ha denunciado desde hace
varios
años.
Nuevamente, no era difícil notar en específico que muchas de las promesas de
Musk no eran más que aceite de culebra, y vean lo rápido que muchos de esos
“tecno-optimistas” han claudicado ante las políticas más radicales de Trump II.
Y lo siento mucho, pero creer que los magnates empresariales tienen el bienestar
del resto de la población por delante de sus intereses económicos es ingenuidad
infantil.
Alexander se pregunta al inicio de su texto: ¿Deberían los centristas heterodoxos edgy aceptar parte de la culpa por Trump? Y la respuesta definitivamente es: ¡sí, por supuesto que tienen culpa! No pretendo que la izquierda sea del todo inocente. Es muy cierto que en algunos sectores prolifera el pensamiento mágico, la pseudociencia y el relativismo, así como ciertos enfoques postestructuralistas que ignoran el beneficio de argumentos materialistas. Y también es verdad que hay muchas actitudes irracionales, más preocupadas en encontrar la siguiente cosa por la cual indignarse que en reunir argumentos sólidos a la hora de cuestionar discursos peligrosos. Todos esos problemas generan un clima de desconfianza, lastiman la capacidad de replicar a argumentos pseudocientíficos, y han sido fáciles de convertir en balas de ataque por parte de los discursos anti-woke. En ese sentido, por más que comprendo las intenciones detrás, y creo que algunas de sus herramientas analíticas pueden ser de provecho -como por ejemplo el concepto de interseccionalidad-, no soy partidario de los enfoques postmodernos.
Pero
la idea de que sean sectores dominantes en la academia y el campo científico es
una dramatización de pánico que no
resiste un
contraste con la
evidencia, una que además fue alimentada con gusto por la ultraderecha
al verla reivindicada por figuras que se ponían en un supuesto punto medio. Es
más, podemos ver que la administración Trump esta reaccionado sobre todo a cosas
que ni siquiera ocurren o existen, como el supuesto daño de las vacunas o el
desperdicio de recursos en ciertas investigaciones. Y si la izquierda merece su
cuota de reproche por no abordar de modo crítico las debilidades de los
sectores más antirracionales, pues el centrismo heterodoxo no es menos responsable
por convertir preocupaciones al menos comprensibles en un gigantesco
espantapájaros y encima promover puntos comunes al discurso ultraconservador.
“¿Quién podría haberlo sabido?”
Algo
de nuevo molesto es que el acto de contrición de varias de estas figuras parece
mucho más estético que real. Sí, reconocen que fueron descuidados y no tuvieron
suficientemente en cuenta el avance de la ultraderecha, pero siguen insistiendo
en que los supuestos ataques generales a la libertad de expresión son reales e
igual de peligrosos, y todavía desdeñan a sus críticos a pesar de reconocer sus
propios fallos porque, y esto se nota también, nunca son específicos en qué fue lo que fallaron como
intelectuales.
Pensemos por ejemplo en Pinker. El psicólogo de pelos necios pide “un poco de perspectiva”, al ver la tendencia apologista de The Free Press (portal que alguna vez recomendó), ante el enorme riesgo que representa Donald Trump a nivel nacional e internacional con sus medidas fascistas y anticientíficas, pero aun en estos tiempos insiste en su Twitter en compartir artículos que llaman hipócritas a las universidades por indignarse en contra de los ataques a su autonomía mientras, supuestamente, permiten la conformidad con visiones políticas dominantes (léase: woke), algo en teoría comparable a la presión directa del presidente. O sea, sigue haciendo lo que ha hecho Pinker por varios años: promover el pánico ante la supuesta pérdida de libertad de expresión en las universidades y la dichosa guerra cultural de la imposición de la corrección política y la teoría crítica racial. En ese sentido, que pida mesura y proporción ante lo que representa el autoritarismo trumpista mientras evita un poco de autorreflexión sobre su papel en la debacle se siente como este meme de El Show de Eric Andre:
En
cuanto a Jon Stewart, ciertamente reconoció en su programa que debió ver venir
que Trump daría un giro autoritario en poco tiempo, y que nadie podría haberlo
visto venir. La cuestión es que Stewart, alguien que fue reconocido por dejar
en ridículo de forma demoledora al infame periodista Tucker Carlson, y que
seguro muchos han visto en Twitter por un video donde increpa a un republicano
por sugerir que los drag shows son más
importantes de intervenir que la libre distribución de armas, no sólo ignoró el
peligro de Trump: fue activamente
desdeñoso de quienes
lo llamaban fascista, afirmando que era una exageración y que sus colegas liberales
estaban siendo histéricos.
Y no es que nadie lo hubiese
visto venir: analistas especializados
en temas de fascismo y el Holocausto fueron rápidos en notar las similitudes
del discurso de Trumpo con discursos extremistas del fascismo. Muchos lo
estuvimos denunciando meses antes de las elecciones. No era imposible de
identificar lo que ocurriría: Trump nunca se esforzó demasiado en ocultarlo.
Esa narrativa de “¿Quién podría haberlo sabido?”, que
no pocos quieren promover desde las elecciones de noviembre, es
otro pobre mea culpa que intenta quitarse la culpa de encima: muchos sabíamos
que Trump sería incluso más antidemocrático al retornar al poder de lo que fue
en su primer mandato.
Hanania y Lindsay no lo hacen mucho mejor. Estos por lo menos sí que parecen mostrarse afligidos por contribuir sin proponérselo al discurso postfascista: mientras que Hanania se arrepiente por promover el voto a Trump II, y nota que el movimiento woke estaba en lo cierto al oponerse a ciertos elementos culturales, Lindsay directamente se arrepiente del trabajo que produjo en la última década, pues “Los nazis me usaron. Y por un largo tiempo supe que estaban usándome, o al menos lo vislumbraba”, incluso replicando a un comentario que se refiere a los nazis detrás del escenario global que vemos, no simplemente a los que se sumaron a la idea de incrementar los poderes del Ejecutivo en EE.UU.
Pero por supuesto, ambos son vagos en las contribuciones que han hecho al movimiento ultraderechista. Hanania no sólo fue un protrumpista por mucho tiempo y un anti-woke: fue columnista con seudónimo en medios supremacistas, y aunque asegura haber abandonado esas creencias, su discurso tiende mucho a ser racista y xenófobo. De Lindsay estoy familiarizado con su trabajo en Teorías cínicas (lo comento un poco por aquí: me parece una obra deficiente), y es un orgulloso anticomunista y anti-izquierda. Y a pesar de su supuesta intelectualidad, ninguno fue capaz de identificar las señales del giro al fascismo descarado que se proponía en la campaña electoral o la forma en que sus mensajes eran utilizados por esa extrema derecha, a pesar de que el propio Lindsay asegura que ha sabido por años que su trabajo es empleado por nazis. ¿Qué criterio pueden tener estos personajes entonces ante la discusión actual? ¿Por qué tendríamos entonces que escucharlos y darles un pase de atención?
Y hablemos entonces de Jesse Singal, que como vimos no está por la labor de reconocer responsabilidades, sino que en serio no entiende por qué muchos lo señalan como culpable de Trump y sus acciones, cosa que me irrita particularmente. Tuvo el cinismo de preguntarse en Twitter por qué John Oliver dedicaba un segmento de más de 40 minutos en su programa a desmontar el discurso de la invasión de atletas transgénero. Y luego, cuando en Twitter alguien le señaló que lleva años pavimentando el camino al discurso ultraderechista con sus ataques a la comunidad trans, el periodista se indignó y dijo que era una tontería que te llamen protrumpista por “cuestionar cualquier aspecto de cualquier mensaje progresista”.
“Cité en un
retrino a este idiota y le dije que se fuera al carajo. Borré eso. No es como
quiero interactuar en este sitio. Pero la idea de que eres pro-Trump si
cuestionas cualquier aspecto de cualquier mensaje progresista es un virus
fundecerebros entre idiotas que se la pasan demasiado tiempo en línea –me gustaría
que muriese.”
Primero que nada, al menos en el comentario que mostró en ningún momento lo llamaron pro-Trump: no tienes que serlo para haber contribuido directa o indirectamente a su triunfo. Eso es una miserable pista falsa. Segundo y más importante, como señala Michael Hobbes en Bluesky, Singal no se dedicó simplemente a “cuestionar cualquier aspecto de cualquier mensaje progresista”, sino que lleva años atacando las identidades transgénero de forma consistente y desinformada (lo explico aquí y aquí), contribuyendo al pánico de supuestos excesos en el diagnóstico y tratamiento de adolescentes –por eso es especialmente hipócrita su crítica a Oliver-, y las pocas veces que hizo pausa al respecto fueron otros escritos que también reflejaban el discurso anti-woke, como hizo en una pieza de 2021 donde presentó a una de las participantes del infame asalto al Capitolio como una víctima del entrenamiento DEI en su universidad, o esta reciente donde sugiere que Trump se comporta como un demócrata radical. Ambas críticas, el supuesto contagio social y la idea de la persecución a figuras que rechazan los enfoques DEI, fueron parte importante de la plataforma de campaña de Trump, y que Singal juegue a hacerse el tonto con su contribución al respecto es molesto. Mismo principio que mencioné antes sobre el papel de la izquierda y el centro en la debacle: en palabras de Hobbes, “si escribes 50 artículos al año acerca de cómo las ardillas están propagando la rabia y los niños están siendo mordidos y ¡córcholis, alguien en serio debería hacer algo al respecto con todas estas ardillas!, no puedes alegar inocencia cuando Estados Unidos elige al Partido Odiamos a las Ardillas”.
Es irónico lo bien que representa a Singal el personaje
de BoJack Horseman que eligió como
imagen en redes, Flip McVicker: un sujeto insufrible que es un escritor mucho
menos creativo e ingenioso de lo que cree ser.
Y
hablando sobre eso de que Trump se comporta como un woke, es también frecuente ver a algunas figuras que, lejos de
cuestionar su propia narrativa anti-woke,
se empeñan en que igual seguía siendo el mayor peligro. David Brooks, por
ejemplo, admite
que subestimó al conservatismo, pero sigue coincidiendo con su
crítica populista sobre la sociedad occidental y sus problemas con la justicia
social. Por su parte, Thomas Chatterton Williams, muy a la Singal, ni siquiera
entretiene la idea de tener responsabilidad alguna, e incluso declara que el
problema no es que Trump II sea anti-woke,
sino
que es demasiado woke.
Vayamos
entonces por un momento a la tercera esquina, esa donde están aquellos que te
pueden hacer algunas críticas sobre Trump, pero tienden más a halagarlo a él y
sus decisiones. Sin duda la figura más representativa de este grupo es Bari
Weiss, dueña de The Free Press, medio
en línea que fundó tras renunciar al New York Times bajo el precepto de
combatir el alcance del progresismo iliberal. Sin embargo, en la práctica es
un portal que replica principalmente discursos conservadores y desinformación,
como pasó cuando publicó sin verificar el testimonio –luego desmentido- de Jamie
Reed sobre terapia de género, y como hace con demasiada frecuencia con las piezas
que aplauden decisiones políticas de Trump, incluso aquellas bastante
antidemocráticas como las
deportaciones. Ocasionalmente presenta alguna crítica puntual,
pero se siente más como un recurso de utilería para mantener la impresión de
ser un diario balanceado, algo que nunca ha sido desde su fundación.
Y no podemos dejar de mencionar a otro presentador y comediante, el libertariano Bill Maher. Reconocido por su película Religulous y sus comentarios políticos mordaces, pero también por haber sido promotor del movimiento antivacunas y criticar la huelga de escritores de Hollywood en 2023, Maher es curiosamente apreciado por la derecha estadounidense por ser crítico del movimiento #MeToo, del cuidado afirmativo de género, y llegó a promover la teoría de fuga de laboratorio del COVID-19. Aunque sin duda ha sido crítico de ciertas políticas de Trump, también ha tenido sus aplausos para él, y hace poco se presentó a una cena con el presidente en la Casa Blanca, comentando que Trump le pareció alguien mesurado y grácil, y que encuentra más fácil hablar de él durante su gobierno que como se sentía hablando de Obama, algo que asegura es emblemático de la impopularidad de los demócratas. Que un sujeto supuestamente racional e inteligente como Maher caiga en la evidencia anecdótica para afirmar que Trump quizás no es tan irracional como se pinta, dejándose llevar por el encanto superficial de un charlatán, sí que parece emblemático de por qué los divulgadores del escepticismo y el Nuevo Ateísmo perdieron su apoyo entre la gente: porque su astucia y racionalidad solían ser más circunstanciales que un ejercicio consistente y cuidadoso, y a menudo caían en argumentos sorprendentemente pobres.
No
pretendo que esto se tome como un ejercicio revanchista, sino indicar lo
difícil que es confiar en el criterio de tantas figuras que han desbalanceado
el debate hacia una supuesta guerra cultura y un falso punto medio que, en la
práctica, se enfocó en un hombre de paja sobre el progresismo y la izquierda
mientras ignoró olímpicamente la ultraderecha al acecho, y ahora pretende que
era algo inimaginable. Tal como explicó Toby Buckle escribiendo
sobre el mismo tema en Liberal Currents:
“[...] Es importante recalcar que estos comentaristas se equivocaron terriblemente. No se trata de ser punitivo: ellos no aprendieron nada. Es bueno que estén en la coalición anti-Trump, pero no deberían liderarla. No deberían ser a quienes la gente busque por respuestas. Los mismos enfoques y sesgos que los hicieron equivocarse antes hará que se equivoquen de nuevo.”
Conclusiones
Un
escenario curioso que tenemos es que en los próximos meses han salido o saldrán
tres libros enfocados en el mismo discurso de que la izquierda posmoderna y
woke, y la tiranía de la corrección política y la teoría crítica racial, son la
mayor amenaza a la libre expresión, el debate y las ciencias. Hace unos días
fue publicado The Free Inquiry Papers
(Los artículos de la investigación libre),
que se centra en que la libertad académica es amenazada por estudiantes y
docentes que intentan restringir aquello que se puede y no estudiar. En los
próximos meses, serán publicados The War
On Science (La guerra contra la ciencia),
compilación de ensayos sobre el ataque a la ciencia por parte del progresismo posmoderno,
editado por el físico Lawrence Krauss (quien por cierto, tiene fuertes denuncias
de acoso y abuso sexual encima); y Summer
of Our Discontent: The Age of Certainty and The Demise of Discourse (El verano de nuestro descontento: la era de
la certeza y el deceso del discurso), del mencionado Chatterton Williams,
un análisis en contra de la llamada ortodoxia de justicia social.
Teniendo
en cuenta el estado actual, en que los recortes de Trump amenazan las universidades
e instituciones científicas, y cancela proyectos y programas de investigación tan
sólo por incluir palabras clave e incluso prefijos, no puedo imaginar un mejor
ejemplo de trabajos que han envejecido tan mal como una jarra de leche al sol,
y peor aún, cuando dos de ellos ni siquiera se han publicado. Al mismo tiempo,
es un ejemplo perfecto para cerrar esta discusión: la falta de previsión y
perspectiva de la que gozan muchos de estos intelectuales, que dejaron crecer
un peligro gigantesco en el horizonte porque se dedicaron a magnificar el alcance
de un problema que nunca fue tan grande ni comparable a lo que vemos hoy.
Y es importante tener esto en cuenta, porque en nuestras latitudes también hay figuras, tanto de derecha como de centro, que han replicado por mucho tiempo los mismos argumentos defectuosos acerca de una toma de la academia y las ciencias por parte de discursos posmodernos y antirracionalistas. La debacle intelectual de sus inspiraciones en la esfera angloparlante debería dotarnos de herramientas para desterrar de una vez estos espantapájaros que terminan dando fuerza a la ultraderecha en nuestra región.
No
tenemos por qué temer el señalar este desequilibrio nocivo en el debate general,
en especial cuando tiene sus consecuencias. Criticar estas posturas no es
reprimir. Cuestionar que se brinden espacios en instituciones educativas que
deberían promover ideas bien fundamentadas a mensajes de desinformación y odio
no es censurar. Y señalar los sesgos y debilidades de quienes contribuyeron al
fortalecimiento del discurso reaccionario no es ningún resentimiento.
Como
siempre, este es un trabajo que debemos hacer no sólo hacia el contrario, sino
también permanecer vigilante hacia nuestros propios ideólogos, nuestros iguales
políticos y sociales. Es importante, pues, que desde nuestras propias tornas seamos
capaces de combatir las narrativas alarmistas que se enfocan en aspectos debatibles,
pero menores, del activismo y la crítica, pero que sobre todo tengamos en cuenta
a aquellos que intentan posar de moderados, pero terminan favoreciendo al lado
más conservador y radical con análisis deficientes.
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Me sorprende los parecidos de este contexto y las acusaciones contra los antiwokistas, liberales y centristas, por su incidencia en la elección de Trump, con la misma acusación de los que optamos por ayudar a elegir Petro, ya sea por desespero y/o esperanza de cambio, ingnorando los excesos y vicios de poder pasados y previsibles, aunque no hayamos votados por estos. Sí, porque de vez en cuando hay amigos que me acusan de haber votado por elegir a Bennedeti como Ministro de Interior, o de la corrupción, o las salidas populistas y autoritarias, pero la verdad es que votamos por un proyecto distinto que pensábamos que podía moderarse con el apoyo de líderes centristas, liberales y racionales.
ResponderEliminarPor otro lado, justamente ayer hablaba sobre los justicieros sociales y el posmodernismo en el discurso ideológico de la identidad trans en Colombia, un tema complejo y del que muchos activistas, políticos, académicos, científicos, feministas, gais, lesbianas y bisexuales, defensores también de la libertad, empezamos alzar la voz, pero que sin duda debemos aprender de la experiencia gringa y evitar a todos costo la alianzas ruinosas con libertarios, fundamentalistas, godos y cristianos antiderechos.
Ahora bien, tener posiciones, argumentos y evidencia científica biológica y social, sobre la inconveniencia de la participación de mujeres trans y la usurpación de los espacios de las mujeres, bajo un lente feminista histórico sobre las violencias basadas en su sexo, así como el rechazo a los tratamientos y terapias de afirmación de género como terapias de conversión a menores de edad, de acuerdo a las advertencias del Informe Cass, entre otras cosas; no lleva a tener o estar de acuerdo o cercano o ser aliado o jugar al mismo bando de los antiderechos y fundamentalistas religiosos, sino de estar de lado de quienes seguimos siendo escépticos, defensores de la ciencia y en contra de las creencias dogmáticas, los intentos de censura y nuevas formas de inquisición (o inqueersición) promovidas por sectores y grupos de estos justicieros sociales posmodernos. Y justamente hay que estar en medio de esos dos discursos, el religioso cristiano y el ideológico de identidad de género, que son son reaccionarios y codependen el uno del otro.
Sin duda es un parecido que no esperaba ver comentado, porque de hecho sí que puedo entender a quienes votaron por Petro sin ser parte de su línea política, y que se sienten decepcionados por los muchos problemas que han surgido en este gobierno. Creo que son precisamente muchos de quienes lo votaron los que más ejemplo han dado de cuestionar las decisiones del gobierno, como las posiciones de Benedetti y Sanabria dentro del mismo, o el mal manejo que se ha tenido con seguridad. Porque el punto es justo tener argumentos, no simplemente hacer oposición porque sí, que es en lo que varias figuras antiwoke terminaron cayendo.
EliminarSobre lo otro que comentas, ya en el blog he hablado de los problemas a nivel metodológico y de interpretación del Informe Cass, y mi opinión sobre el concepto de "ideología de género", pero no espero que coincidamos en esos puntos. Estamos de acuerdo, sí, que ahí a menudo terminan ocurriendo alianzas con grupos ultraconservadores, y eso definitivamente empobrece el debate.