¡Feliz Día Internacional del Pangolín! Pero, ¿qué rayos son los pangolines?

 

Desde hace algunos años, cada tercer sábado de febrero es el Día Internacional del Pangolín. Es un día que se dedica a través del mundo por activistas ecológicos y defensores de los animales para crear conciencia, y que la gente aprenda y se informe sobre estos peculiares mamíferos y las amenazas que sufren en el mundo actual. Y como entusiasta que soy de los animales “extraños”, para bajar los puños en mi relación con algunos grupos animalistas, y porque en el contexto de la actual pandemia es más importante que nunca, quiero aportar mi grano de arena en esta fecha para hacer exposición de mi animal favorito de toda la vida –con disculpas para mis amados tardígrados-.

Mi primer contacto con estos animales fue cuando era muy niño. Aunque no teníamos tanto, en mi casa nunca faltó la buena lectura, y había una enorme enciclopedia de Salvat, El Mundo de los Niños, que contribuyó entre otras cosas a cultivar mi amor por los animales gracias a su quinto volumen. En el capítulo “Para seguir con vida”, que describía ejemplos de mecanismos de camuflaje y defensa, hacían una mención corta sobre pangolines y armadillos, que por desgracia sólo tenía una ilustración (la cual pueden ver aquí, en esta página que tomó el trabajo de recopilar la enciclopedia), pero que fue suficiente para mí. Después llegó el álbum de chocolatinas Jet con sus estampas, y una enciclopedia interactiva con un volumen físico que contenía zoología, y así fue como se convirtió en mi animal de referencia por excelencia antes de llegar a la universidad. ¡Es que son como mini dragones!

Suficientes nostalgias. Lo cierto es que, siendo animales tan particulares, no son conocidos por muchas personas, y por desgracia es parte de lo que ha hecho que sea uno de los animales más amenazados del mundo por causa de la deforestación y el tráfico ilegal. Así que, un poco inspirado por el artículo que escribí sobre murciélagos el año pasado, empezaré explicando un poco de su clasificación y taxonomía, su comportamiento, y las amenazas que enfrentan en la actualidad, mencionando por supuesto su hipotético papel en la transmisión de SARS-CoV-2.

Los pangolines, conocidos también como hormigueros escamosos, son un pequeño grupo de mamíferos del orden Pholidota (“cubierto de escamas”). Las ocho especies actuales hacen parte de la misma familia, Manidae, con cuatro especies asiáticas (Manis) y cuatro del África subsahariana (Phataginus, Smutsia; dos especies en cada género). Todos los pangolines se caracterizan por poseer una serie de grandes y duras escamas de queratina (o sea, la misma sustancia que compone las uñas y el cabello) que cubren todo su cuerpo, a excepción del vientre y la parte interior de sus extremidades, por lo cual su principal mecanismo de defensa es enrollarse a modo de pelota, como los armadillos, protegiendo así sus partes más vulnerables (dato nuevo para mí: esa respuesta defensiva se llama volvación); de ahí proviene su nombre común, derivado del término usado originalmente en malayo para referirse al animal, pengguling (“el que se enrolla”). Vienen en distintos tamaños, desde el pangolín de cola larga (Phataginus tetradactyla), que mide unos 30-40 centímetros sin incluir la cola, hasta el pangolín gigante (Smutsia gigantea), cuyos machos pueden alcanzar hasta 1,4 m.

Un pangolín de cola larga (Phataginus tetradactyla), por cierto la única especie diurna.

A pesar de su otro nombre y de poseer rasgos similares con los osos hormigueros de Sudamérica (fuertes garras delanteras, lengua larga, ausencia de dientes), los pangolines no están emparentados con ellos, siendo un ejemplo de evolución convergente –es decir, dos linajes sin un antecesor común desarrollan estructuras similares-; de hecho, son más cercanos filogenéticamente al orden de los carnívoros (perros, osos, gatos y similares). Las ocho especies divergieron hace unos 60 millones de años, a través de un marco genético donde el desarrollo de escamas reemplazó parte de su sistema inmune, donde una piel protegida por escamas superpuestas protege al animal de ciertas infecciones.

La mayoría de las especies de pangolines son nocturnas, con una mala visión que compensan con un olfato y oído bien desarrollados. Todos son insectívoros, alimentándose en su mayoría de hormigas y termitas. Algunas especies son excavadoras, viviendo en madrigueras poco profundas, mientras que otras son arborícolas, usando sus miembros y su larga y poderosa cola para trepar ramas y troncos (un rasgo también similar a hormigueros como los tamandúas y el hormiguero pigmeo), y viviendo en oquedades de los árboles. También pueden pararse y caminar un poco de forma bípeda -su peculiar postura es fuente de muchos memes graciosos-, y son buenos nadadores. Son muy solitarios, y sólo se juntan para reproducirse; las crías (una a tres por camada) nacen con escamas suaves que se endurecen a los pocos días, y en varias especies se aferran a la cola de su madre cuando ella viaja, alcanzando la madurez sexual a los dos años.

Por supuesto, un animal tan inusual siempre genera curiosidad y fascinación en los seres humanos, y desafortunadamente eso ha dado lugar a la explotación de pangolines desde tiempos antiguos; ya en un tratado de medicina china del siglo VI se recomendaba el uso de sus escamas como medicina para las picaduras de hormigas. En ocasiones eran cazados para fabricar cotas de mallas con sus escamas (algunas incluso fueron obsequiadas en India a soberanos del Imperio británico), pero la principal amenaza que sufren hasta la actualidad es la llamada “medicina tradicional” de países como China y Vietnam, donde se cree que sus escamas mejoran la circulación e incrementan la producción láctea de mujeres lactantes. En países africanos como Nigeria o Ghana también se utilizan como parte de la “medicina tradicional”, e incluso en rituales mágicos o como protección espiritual. Por supuesto, también son muy apreciados como “carne del bosque”, y sin duda la deforestación y la reducción de bosques nativos también ha sido importante en el declive de sus poblaciones silvestres.

Debido a la alta demanda de escamas y otras partes del pangolín, hay importantes líneas de tráfico entre África y Asia, que mueven miles de ejemplares por año, con China como cliente principal (a pesar, o quizás por causa de, que los pangolines están protegidos por la ley desde los años 60-70); se estima que, en la última década, más de un millón de pangolines han sido traficados al sur de China y Vietnam, y decenas de toneladas de escamas son confiscadas cada año en países asiáticos y africanos. Esto ha convertido al pangolín en el mamífero más traficado del mundo, y a pesar de los esfuerzos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) por detener el tráfico de este animal, las ocho especies de pangolín se encuentran en algún nivel de amenaza, con tres de las especies asiáticas en peligro crítico –es decir, un riesgo extremadamente alto de desaparecer en las próximas décadas-.

Y si bien hay conciencia de la situación a la que se enfrentan estos peculiares animales, no habríamos tenido cambios importantes sino hasta el año pasado, con el brote de la actual pandemia de COVID-19. Desde los primeros meses, algunos investigadores fijaron sus ojos en los pangolines como una potencial fuente de la zoonosis que dio lugar al virus, pues un estudio metagenómico de finales de 2019 encontró al SARS-CoV, cepa responsable de la pandemia de 2002-2004, como el coronavirus más distribuido en una muestra de pangolines malayos (Manis javanicus), especie del sudeste asiático. En febrero de 2020, investigadores chinos de Guangzhou confirmaron la presencia de un coronavirus de pangolín cuyas proteínas de unión a receptores celulares eran prácticamente idénticas a las del SARS-CoV-2, y otros investigadores han detectado evidencia de reagrupamiento genético (es decir, mezcla de material genético de diferentes organismos) en el virus causante de la actual pandemia, lo que sugiere que los pangolines están de alguna forma involucrados en su evolución.

Sin embargo, los coronavirus de pangolines comparten sólo un 92% de su genoma con el SARS-Cov-2, menos que otro coronavirus similar detectado en murciélagos, por lo que si bien es seguro que hubo un aporte de recombinación, no es probable que los pangolines sean el reservorio natural o su principal transmisor hacia los humanos (sobre cómo ocurren estas transmisiones y mutaciones virales entre especies, ver aquí, aquí y sobre todo aquí). Por desgracia, se teme que con esta información haya surgido un pánico entre las poblaciones asiáticas que pudiera dar lugar a una mayor matanza de los animales, tal como ocurrió en su tiempo con la civeta de palma, considerado antes transmisor de la cepa de 2002-2004 (hoy, la evidencia sugiere que es más probable que los murciélagos lo transmitieran directamente). Así que no, ningún chino empezó la pandemia por hacerse una sopita de pangolín… aunque, igual sería mejor que el lector jamás lo contemple si quiere pegarse un tour de gastronomía exótica.

Como sea, gracias a esta desafortunada coyuntura global, China, que aún incluía las escamas de pangolín en su compendio oficial de ingredientes en la “medicina tradicional” aprobada, no sólo las retiró de sus listas, sino que además agregó a los pangolines en la Clase 1 de sus leyes de protección de vida silvestre, junto a los pandas, prohibiendo así su tráfico y uso doméstico. No obstante, algunos investigadores encontraron que el veto sólo incluía las escamas como ingredientes de “medicina tradicional”, pero aún permitía su uso en medicamentos patentados, lo que significa que algunos hospitales y compañías farmacéuticas pueden adquirir legalmente las escamas para producir dichas medicinas, y hay otros agujeros legales que por desgracia dejan esa supuesta protección a los pangolines como un Gruyère que aún puede ser aprovechado por traficantes ilegales en África y Asia. En otras palabras, como ya es costumbre, China sólo realiza cambios de forma, pero en el fondo sigue aferrándose a su visión “tradicional” de la salud, la cual les cuesta la vida a millones de animales silvestres por año, no sólo a los pangolines, en búsqueda de recopilar ingredientes que no funcionan en un tratamiento médico real. Y si creen que exagero o estoy estigmatizando por cuestión de drama, busquen si quieren el caso del totoaba y la marsopa vaquita, ya ni hablemos de los clásicos tigres y rinocerontes.

No sé si les parece, si no es mucha molestia, pero ¿podrían consultar con médicos de verdad, en vez de desollarme a mí?

Pero bueno, para no terminar con una nota baja hay que decir que, de todos modos, la actual pandemia ha ayudado a generar una conciencia mayor sobre la explotación que está sufriendo el pangolín, así como seguir fortaleciendo la discusión sobre las costumbres “tradiciones” y su supervivencia a costa de la conservación del medio ambiente. Y por supuesto, la importancia de mejorar nuestra relación con los ecosistemas, pues buena parte del uso desmedido de los recursos en medio del desarrollo agronómico e industrial es responsable de la actual pandemia. Es un camino largo, pero la supervivencia de nuestra especie y de gran parte de la biosfera es replantear la forma en que intervenimos en el medio ambiente.

Espero que con esta pequeña entrada haya podido despertar el interés y la curiosidad de los lectores sobre estas fantásticas criaturas, parte de la inimaginable diversidad de la vida en el planeta. Así que, feliz Día Internacional del Pangolín para todos.

Y bueno, nada como una de mis tiras cómicas favoritas con mi animal favorito.

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