¿Quién era realmente Antíoco Epífanes?

 

Después de un reinado de doce años, Alejandro murió. Entonces sus generales tomaron el poder, cada uno en su propia región, y tras la muerte de Alejandro fueron coronados como reyes, lo mismo que sus descendientes después de ellos, durante muchos años, y así llenaron de calamidades la tierra. De esa raíz salió un retoño, el malvado Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco, que había estado como rehén en Roma y empezó a reinar el año ciento treinta y siete de la dominación griega.

Primer Libro de los Macabeos, 1: 7-10. La Biblia, versión Dios Habla Hoy.

Una de las primeras cosas que a uno le enseñan en castellano es a distinguir entre mito y leyenda pues, aunque son términos asociados, no son sinónimos. Un mito es un relato fantástico, protagonizado por seres sobrenaturales como dioses, demonios, o héroes semidivinos, que busca explicar el origen de un hecho o un fenómeno observado. Una leyenda, en cambio, es una narración basada en hechos o personajes reales, pero enmarcada en toques fantásticos. Si tomamos la Biblia como ejemplo, la creación del hombre y el Exódo son sin duda mitos fundacionales de los israelitas; en cambio, si bien es bastante probable que haya existido un rey en Judá de nombre David, de acuerdo con las escasas evidencias arqueológicas, un reino unificado de gran extensión y autoridad durante su reinado y el de Salomón, su sucesor, es poco menos que leyenda.

A pesar de que, como siempre digo, la mitología hebrea y la narrativa bíblica son más bien pobres, yo encontraba interesante cuando niño leer aquellos libros donde aparecían reyes, héroes y tiranos. Jueces, los Libros de Samuel, los Libros de los Reyes, los Macabeos, entre otros similares, fueron lecturas recurrentes en el mecedor de la casa de mis abuelos durante mi infancia. Hoy en día, parte de mi interés cuando consulto el relato bíblico es contrastar los pocos personajes históricos presentes en ello con las evidencias externas, y tratar de contextualizarlos por fuera de la narrativa –claramente sesgada, en muchos casos- de los autores. Y uno de los que son más interesantes para mí, aun por encima del buen carpintero de Nazaret, es el repudiado Antíoco IV Epífanes, monarca del Imperio Seléucida y principal adversario de los Macabeos en los libros deuterocanónicos.

Moneda acuñada en Sidón, con la efigie de Antíoco IV. La numismática -esto es, el estudio de las monedas- ofrece un testimonio importante de la historia económica y política de muchos pueblos.

Si nos atenemos a la fuente bíblica, Antíoco IV era prácticamente un tirano antisemita, que al subir al poder se enfocó en introducir cultos paganos a Judea y en destruir las profundas tradiciones del pueblo, en un esfuerzo por helenizar la población, al punto que se dice que profanó los altares dedicados a Yahveh, que “mató a mucha gente, y habló con grandísima insolencia”, y según el Segundo Libro de los Macabeos, fue herido de muerte con una grave putrefacción por el Señor. Por sus atrocidades encontró resistencia en Matatías el Asmoneo, sacerdote de Modín, y sus hijos, los reputados Macabeos que más tarde darían lugar a la dinastía asmonea. Pero no vayamos tan rápido. ¿Quién fue realmente Antíoco IV? ¿De verdad fue tan cruento con los pueblos dominados? ¿Qué propósitos tuvo tras la imposición del helenismo en Jerusalén? Vamos a explorarlo.

Antes que nada, contextualicemos. Como describe el fragmento de 1 Macabeos citado al inicio de esta entrada, Antíoco IV Epífanes (su epíteto significa “Dios manifiesto”), cuyo nombre de pila era Mitrádates, era descendiente de Seleuco I Nicátor, uno de los generales que se repartieron el imperio de Alejandro Magno de Macedonia tras su muerte en el 323 antes de la Era Común, los llamados diádocos. Es uno de los períodos más interesantes y complejos de la historia antigua de Grecia, el cual pueden ver en este video del canal Pero eso es otra historia. Vale decir como resumen que, tras una serie de guerras entre los diádocos y sus sucesores por el control del imperio de Alejandro a lo largo de cuatro décadas, el territorio quedó distribuido entre tres reinos de corte helenístico: el Reino de Macedonia de la dinastía antigónida, el Imperio Seléucida de la familia del mismo nombre, y el Egipto Lágida de los ptolemaicos. Cuando Antíoco Epífanes usurpó el trono (sí, lo usurpó) en el 175 AEC, le correspondía el control del reino helenístico más extenso territorialmente, desde Cilicia y Judea en occidente hasta la región semindependiente de Persia, en el actual Irán.

Extensión del Imperio Seléucida entre los siglos II y I AEC.

No obstante, tal honor vendría con una dura herencia. Las campañas expansionistas de su padre Antíoco III El Grande (222-187 AEC), que buscaba recuperar la grandeza perdida del imperio, lo habían llevado a un conflicto bélico con la creciente potencia de la República de Roma, la cual frenó su afán conquistador con la Batalla de Magnesia en 190 AEC. Como parte de la humillante Paz de Apamea (188 AEC) los seléucidas debían, entre otras cosas, pagar a Roma una suma de quince mil talentos como indemnización, y además el rey tenía que entregar veinte rehenes políticos, entre ellos a su hijo Antíoco (de ahí que el primer capítulo de 1 Macabeos lo describa como preso en Roma). Tras la muerte de Antíoco el Grande su hijo mayor y corregente, Seleuco IV Filópator (187-175 AEC), asumió el trono, y por los términos del tratado en Apamea envió como rehén a su hijo Demetrio I hacia el año 178 AEC, con lo cual su hermano Antíoco quedó libre y se trasladó a Atenas, esperando quizás una oportunidad para reclamar el trono.

No tendría que esperar mucho. Enfocado en recaudar impuestos para pagar la indemnización a Roma, Seleuco IV fue asesinado tras doce años de reinado, al parecer en manos de su legado y tesorero Heliodoro (quien protagoniza un pasaje de 2 Macabeos, donde es supuestamente detenido por tres ángeles en su intento de saquear el Templo de Jerusalén). Al enterarse, su hermano Antíoco, apoyado por Eumenes II de Pérgamo, viajó hasta Siria y echó al asesino, estableciéndose como rey después de una corta corregencia con un hijo infante de Seleuco, otro Antíoco, a quien posiblemente ordenó matar cinco años después. Eso sí, usurpar un torno es más fácil que mantenerlo, así que Epífanes no perdió tiempo en congraciarse con Roma enviando una porción que aún faltaba de la indemnización. Entre este pago y el respaldo político de Pérgamo, aliado de Roma en el Mediterráneo, pudo mantener la corona de Asia a pesar de no ser el legítimo heredero.

Otro problema heredado por Antíoco IV fue un conflicto casi centenario con el Reino Ptolemaico de Egipto: las Guerras Sirias. Durante los siglos III-II AEC, ambas potencias se enfrentaron seis veces por el control de Celesiria (región que hoy corresponde al Valle de la Becá, entre Líbano y Siria), y a Antíoco IV le tocó afrontar la sexta y última (170-168 AEC). Los regentes del joven rey Ptolomeo VI Filómetor, quien era por cierto sobrino de Epífanes, le declararon la guerra a los seléucidas, y Antíoco respondió sitiando Pelusio, una ciudad estratégica en el Delta del Nilo, tras lo cual invadió el debilitado Egipto y conquistó casi todo el reino con excepción de Alejandría, dejando a su sobrino como un títere a su mando. Sin embargo, tras retirarse del territorio (coincidiendo al parecer con un conflicto civil en Judea; ya llego a eso), Alejandría declaró como rey a Ptolomeo VIII Evergetes, hermano de Filómetor.

Cuando Antíoco IV se enteró no sólo de esto, sino que además ambos Ptolomeos se habían reconciliado para compartir el gobierno de Egipto, marchó de nuevo con su ejército para tomar Alejandría, y envió a su vez una flota a Chipre. Esta vez sería detenido por los romanos, aliados de la dinastía lágida, pero que no intervinieron durante la primera invasión seléucida por estar ocupados con la Tercera Guerra Macedónica (la cual, por cierto, significó el final de la dinastía antigónida). Una vez Egipto les informó de las intenciones de Antíoco, el Senado de Roma envió como embajador a Cayo Popilio Lenas para advertir al monarca que retirase sus ejércitos, o sus acciones serían tomadas como declaración de guerra a la República. Es célebre la historia según la cual Antíoco pidió tiempo a Popilio para consultar con sus consejeros, pero el embajador trazó un círculo en la arena a su alrededor y le advirtió que entregase una respuesta a Roma en cuanto lo cruzara. Consciente de que no podía hacer frente a las fuerzas itálicas que vencieron a su padre, Antíoco optó por ceder.

Popilio enviado en embajada ante Antíoco Epífanes para detener el curso de sus estragos en Egipto, cuadro de Lagrenée.

Es aquí donde entramos a la historia que se nos presenta en los Libros de los Macabeos, cuando Antíoco Epífanes introduce “cultos paganos” en Judea y estalla la Revuelta Macabea como una resistencia nacional contra una invasión política y cultural. Sin embargo, la realidad histórica es mucho más compleja e interesante.

La región de Judea había sido vasalla y tributaria de diferentes imperios de Oriente Próximo desde los tiempos de Asiria, y durante el Período del Segundo Templo (516-63 AEC) no sólo se mantuvo esto, sino que además enfrentaron distintas crisis a nivel sociocultural y político. Con el Imperio Seléucida, los judíos cedieron el control de sus asuntos externos y pagaban un tributo; a cambio, los reyes daban cierta autonomía, y respetaban sus costumbres e instituciones, con lo cual Judea gozaba de prosperidad y tranquilidad. En todo caso, fue inevitable que el proceso de helenización iniciado por Alejandro Magno influenciara su cultura, en especial por la inmigración de colonos griegos; no obstante, a diferencia del retrato opresivo presentado en Macabeos, el helenismo no afectó las tradiciones judías ni los oficios sacerdotales.

Las cosas empezaron a cambiar con el reinado de Seleuco IV, donde se aumentaron los impuestos que Antíoco el Grande había reducido sobre los judíos. Y mientras Antíoco Epífanes se encontraba invadiendo Egipto se desató un conflicto civil, al parecer por el puesto de sumo sacerdote de Israel, entre los judíos ortodoxos y los helenizados, quienes disentían entre sí sobre el grado de ejercicio de las leyes bíblicas en un imperio culturalmente distinto a ellos: los más tradicionalistas abogaban por una separación estricta de la comunidad y los extranjeros y judíos palestinos, mientras que los helenizados tenían una visión más laxa de la interacción con los otros pueblos. Al mismo tiempo, la aristocracia judía y buena parte del sacerdocio se helenizó mucho más que el pueblo llano (aunque la influencia griega llegaba a todos los estratos sociales), con varios sumos sacerdotes adoptando nombres griegos (por ejemplo, Jasón y Menelao en 2 Macabeos), lo cual sugiere que hubo motivos socioeconómicos, además de los religiosos, detrás del conflicto.

De acuerdo con el historiador Leon Woods, y lo relatado por Flavio Josefo en Antigüedades de los Judíos y La guerra judaica, el conflicto escaló a guerra civil cuando Celesiria respaldó a los judíos helenísticos, y la facción del depuesto sumo sacerdote de la facción tradicionalista (a quien el autor de 2 Macabeos y Josefo identifican como Jasón) tomó Jerusalén con un pequeño ejército y expulsó a los helenísticos, quienes informaron a Antíoco. En respuesta, el rey invadió la ciudad (en alguna fecha entre 168-167 AEC) y, en contraposición al tratamiento habitual de los anteriores monarcas seléucidas, prohibió las prácticas religiosas tradicionales de los judíos, como represalia por las acciones de los ortodoxos. La población se resistió a la supresión de sus costumbres y Antíoco reforzó su decreto con espada, destruyendo Jerusalén, “profanando” el Segundo Templo y ejecutando a miles de rebeldes, tras lo cual estableció una fortaleza militar. Es en tales circunstancias que Matatías el Asmoneo y sus cinco hijos inician la Revuelta Macabea en el año 167 AEC, y a su muerte el año siguiente su tercer hijo, Judas Macabeo, tomó el mando de la guerrilla y continuó desgastando al ejército seléucida, con su mayor éxito siendo la recaptura de Jerusalén y la restauración del culto judío en el 164 AEC, la cual es conmemorada hasta nuestros días en Hanukkah, la Fiesta de las Luces.

Judas Macabeo ante el ejército de Nicanor. Ilustración de Gustave Doré.

Aunque hay quienes se refieren a Antíoco Epífanes como uno de los mayores antisemitas de la Historia, lo cierto es que en contexto no fue tal, pues no persiguió los cultos de los judíos en otras regiones del Imperio, sino que se limitó a la prohibición de los rituales judíos en Judea y Samaria. Por los registros y lo que sugiere su carácter, lo más seguro es que la brutalidad desplegada en Jerusalén fue consecuencia de un despliegue de fuerza y poder militar y no de convicciones ideológicas, en vistas de que el fracaso de la Sexta Guerra Siria podría haber generado una sensación de debilidad en la región asiática, que fuera aprovechada por naciones rivales y provincias con ansias de independencia. Si tienes una guerra civil dentro de tu territorio, ¿qué mejor forma de poner un ejemplo a otras regiones con ideas revolucionarias que devastar la zona del conflicto, y poner un pie firme sobre el cuello de aquellos que lo instigaron?

Por desgracia, la Revuelta Macabea tuvo justo ese efecto. Partia, una creciente potencia irania, aprovechó la coyuntura seléucida en Levante y lanzó una ofensiva contra los territorios al oriente del imperio helenístico. Temiendo mayores problemas territoriales, Antíoco IV dejó a su general Lisias como gobernador de Siria, al mando de una porción de su ejército, para que se encargara de someter a los Macabeos, y dirigió una campaña al este contra los partos, muriendo repentinamente a finales del 164 AEC. Los relatos judíos de Macabeos y el Rollo de Antíoco son bastante dramáticos en cuanto a su deceso (en especial 2 Macabeos), sin duda por el sesgo anti-helénico, pero lo más probable es que el rey contrajera alguna enfermedad durante la campaña militar.

La muerte de Antíoco Epífanes fue un golpe importante para el Imperio Seléucida, pues con él murió el último heredero de Seleuco Nicátor que logró mantener cierto poder en su vasto territorio. A partir de allí, las guerras de sucesión entre sus descendientes y los de su hermano Seleuco (pues Demetrio I logró escapar de Roma, tres años después de la muerte de su tío) debilitarían gravemente a la potencia helenística, lo cual fue aprovechado por el Imperio Parto y el Reino Greco-Bactriano, los cuales conquistaron grandes territorios en el oriente. Mientras tanto, los Macabeos fortalecieron su control en Judea y consiguieron su independencia, fundando la dinastía de los asmoneos, cuyos etnarcas controlarían el sur del Levante durante todo un siglo (140-37 AEC); los conflictos religiosos y socioeconómicos dentro del judaísmo darían forma a su vez a las escuelas de pensamiento judío de los tiempos de Jesús. El que una vez fuera el territorio más grande de los reinos sucesores del imperio de Alejandro Magno quedó reducido a unas pocas ciudades en Siria, como un estado residual, hasta que el general romano Pompeyo tomó la ciudad de Damasco en el año 63 AEC y convirtió Siria en una provincia de Roma.

Una última curiosidad. Quienes hayan leído el libro bíblico de Daniel y varias de sus supuestas profecías, seguro notarán que el autor parece predecir, cuatro siglos antes, no sólo la campaña de Alejandro Magno contra los persas con la visión del carnero y el chivo, sino también los cuatro reinos que surgieron al morir el macedonio -el cuarto cuerno probablemente hace referencia a la Tracia del diádoco Lisímaco, quien cayó ante Seleuco en la Batalla de Corupedia-, y a Antíoco Epífanes (el pequeño cuerno que crece hasta derribar la tercera parte de las estrellas), quien además precede en el Capítulo 7, en la visión de las cuatro bestias, como el pequeño cuerno de discurso arrogante que crece haciendo caer tres (su hermano Seleuco y sus sobrinos Demetrio y Antíoco) de los diez cuernos (el número de reyes entre Seleuco I y Epífanes) de la cuarta bestia, y repite como el rey despreciable del norte en la profecía final, que invade al sur (Egipto) antes de su muerte. De hecho, Daniel 11 prácticamente describe las Guerras Sirias. ¡Qué preciso el profeta!, ¿verdad?


Excepto que, por supuesto, Daniel no es tan antiguo. Su relato está enmarcado en el siglo VI AEC, pero a pesar de la exactitud con que describe las campañas de Antíoco Epífanes en los Capítulos 7-12, el autor “predice” que el rey moriría en Palestina tras combatir contra Egipto (Daniel 11: 44-45), y no de camino a Partia como ocurrió en verdad. Tampoco hay una profecía sobre la reconstrucción del Segundo Templo de Jerusalén, y el hecho de que no hace parte del canon de los profetas en el Tanakh, compilado hacia finales del siglo III AEC, levanta algunas cejas sobre su supuesta antigüedad. Lo más seguro es que la recopilación de sus historias (los primeros capítulos parecen ser relatos arameos más antiguos) fuera contemporánea a la Revuelta de los Macabeos, siendo completada específicamente poco antes de la recaptura de Jerusalén y la rededicación del Segundo Templo. Eso explicaría la exactitud conveniente de las “profecías” vistas a partir de la segunda mitad del libro, pues el autor, fuera quien fuese, sería un hombre educado que conocía la historia de Alejandro Magno y el Imperio Seléucida, y debió ser testigo presencial de la supresión de las costumbres judías y la Sexta Guerra Siria, pero obviamente no tenía forma de saber que un ejército tan pequeño como el de Judas Macabeo lograría recuperar la ciudad santa, ni que Antíoco IV moriría en una campaña militar al este del imperio.

¿Y por qué decidí hacer esta entrada? Pues porque, como dije al principio, me gustan los pasajes bíblicos que pueden ser contrastados con fuentes y evidencias históricas, ya que nos permite evaluar cómo la verdad tiende a mezclarse con la leyenda –a veces negra-, dependiendo de qué lado te encuentres en un conflicto. Antíoco Epífanes es una figura influyente dentro de la tradición judía, y debido a esto y a ser uno de los herederos del imperio de Alejandro Magno, me parece que merecía una exposición más allá del retrato demonizado que suele tener. No me interesa ni glorificar ni condenar su reinado o sus acciones en Oriente: simplemente, como hice al escribir sobre el origen histórico del culto a Yahveh, mencionar aquello que no se menciona en la Biblia, y que puede ser de interés para otras personas con curiosidad histórica.

Así que de momento me despido, y espero que al menos esta entrada haya sido llamativa para ustedes, y que quizás se propongan leer más sobre otras figuras bíblicas con referencias históricas, como los gobernantes asirios o los regentes de Judea en la época de Jesús. Saludos.

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