Pastores quemados y caudillos preocupados
Ha
pasado una semana después de las elecciones del pasado 27 de octubre, y tal vez
ya estén un poco más calmados los ánimos para sentarse a reflexionar al
respecto. Prefería no entrar a hablar de política de inmediato, en especial
después de escribir sobre las
manifestaciones en Chile, así que aproveché antes de hablar más sobre los
orígenes del Samhain y he estado redactando una nueva entrada con motivo
del aniversario del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. En todo caso,
ustedes saben que cuando tengo alguna espina clavada sobre un tema en
particular, me resulta imposible evitarlo, así que aquí vamos.
Como
sabrán, la gran señal de las elecciones municipales en Colombia
fue que los votantes prefieren apostar al discurso moderado y al centro del
espectro político. De los
alcaldes y
gobernadores elegidos en los 32 departamentos del país y sus capitales, la
mayoría surgieron a partir de coaliciones progresistas y de centro,
bastante alejadas de la derecha
pero no situadas con exactitud en lo que en este país se identifica como
izquierda (Petro y las FARC): el partido Alianza Verde, en
particular, fue
el mayor victorioso en la contienda, habiendo logrado diversas alcaldías,
tanto por su cuenta (tres alcaldías principales) como en coaliciones, e
incrementó su número de concejales a lo largo del país.
Esto escenario refleja
que hay un desgaste electoral en los partidos políticos: sólo en cuatro
departamentos hubo victorias plenas
sin coalición. Esto es bueno, ya que demuestra que la gente quizás está
prestando más atención a las propuestas de los candidatos, sin atarse por
ideología a un partido, o simplemente que han tomado más conciencia sobre el
papel de caciques locales en los problemas que afronta cada región, y prefieren
apostarle al camino de la independencia. No obstante, como
destacó hace poco Sandra Borda en El Tiempo,
la ausencia de partidos políticos dentro del juego puede dar lugar al
caudillismo y el incumplimiento por parte de la independencia, por lo cual no
podemos desechar de inmediato el partidismo. Yo señalaría que, de forma no tan
irónica, ese caudillismo dio lugar a partidos que se convirtieron en su momento
en verdaderos fenómenos políticos: ese amasijo de uribismo que se hace llamar
con el eufemismo de “Centro Democrático” y la Colombia Humana de Petro.
Y hablando de los partidos
caudillistas, mucho se ha dicho que estos fueron los grandes perdedores en las
pasadas elecciones. Eso tiene su cuota de verdad, pero no tanto como lo
resaltamos. Lo indiscutible, eso sí, es que las elecciones fueron –o deberían ser,
ya llegaremos a eso- un
bofetón a la cara de ambos delirantes mesiánicos, envalentonados por la
abrumadora cantidad de votos que consiguieron el año pasado en la segunda
vuelta presidencial. En medio de su arrogancia, ni Uribe ni Petro han aceptado
que la mayor parte de esos votos sumados no fueron por convicción o un
compromiso con sus ideas políticas, sino por frenar el escenario que el
electorado temía si su rival ganaba, y la incompetencia y anacronismo del
florero presidencial del primero, y la intransigencia e inconstancia del
segundo, les pasaron una factura gorda el domingo. No están tan derrotados, aún
tienen espacio para recuperarse, pero lo alcanzado no es ni por asomo un
reflejo de ese caudal electoral que los convirtió en los protagonistas del
panorama político en el 2018.
Sin duda, el partido de
gobierno fue el que se llevó la peor parte de la decepción en las urnas. El
uribismo incrementó su número de ediles y concejales, y es cierto que tienen
más de 50 alcaldías, pero como aclaró Semana “en la práctica no es lo mismo
ganar la Alcaldía de Bogotá que la de San Vicente del Caguán”. Y la realidad es
que, aparte
de las gobernaciones de Casanare y Vaupés, que ganaron con único aval, se
rajaron en todos los otros departamentos, descontando los logros en coalición,
y aún con esos en alcaldías sólo consiguieron la de Sincelejo. La derrota de
Miguel Uribe en Bogotá era predecible, así como perder la Alcaldía de Cali,
pero ninguno contempló que Antioquia, la patria chica de Álvaro Uribe, o
Medellín escaparían a su control, ni mucho menos que la capital quedaría en
manos de un candidato sin maquinaria, Daniel Quintero Calle. Los golpes en las
grandes capitales provocaron que el mismo Uribe publicara en Twitter, en un
gesto aparentemente humilde pero más bien malicioso, “Perdimos, reconozco la derrota con humildad. La lucha por la democracia
no tiene fin”.
Es obvio que la pobre
gestión subpresidencial de Duque (sumada a la violencia electoral que no habíamos
visto desde 2011) y la reciente indagatoria de Uribe en la Corte Suprema han
sido un choque brutal para el poder del uribismo en el país. Ya ni las típicas
mentiras de campaña sobre “vote por mí para que no nos convirtamos en Venezuela”
sirvieron mucho, y el hecho de que su éxito fuera más en las áreas rurales
indica que es el conflicto el que aún les da electorado, pues es una
preocupación inmediata para el campesino. Duque necesita
de una vez por todas darle una dirección real a su submandato si quiere que
el partido de su señor viva otros cinco años, pero hasta ahora todo
indica que de momento no será posible. Es increíble que yo diga
esto, pero tiene razón el ex ministro Fernando Londoño (a quien, por cierto,
hace poco sentenciaron
a devolver 145 millones de acciones de Ecopetrol que se robó en los 90 cuando
trabajaba en Invercolsa) al decir en su mamarracho radial La hora de la verdad que “elegimos Presidente, pero no tenemos
gobierno”.
Por
cierto, Uribe ahora dice que no tenía
ni idea de que su abogado Diego Cadena estaba entregando dinero por “razones humanitarias”
a testigos en contra suya para que cambiaran su declaración. ¿De verdad nos
quiere hacer creer que la figura política más poderosa del país no conocía
ninguno de los movimientos de sus alfiles? Por favor.
Otro tanto le pasó a Lord
Petrosky. Por mucho que se quiera hacer el pendejo diciendo al principio que
los perdedores fueron Uribe y Sergio Fajardo, el
hecho es que los logros de Colombia Humana fueron también decepcionantes,
considerando el hito de haber alcanzado 8 millones de votos en 2018 a sólo un
año de existir como partido. Si lo vemos desde el número de alcaldías y concejales
conseguidos solos o en coalición (o más bien “respaldo”, que no es lo mismo),
es cierto que su participación política se incrementó bastante en dos años de
personería. Sin embargo, en términos de grandes apuestas salieron tan
derrotados como el uribismo, pues a Nicolás Petro lo dejaron como cayeye recién
servido en las elecciones del Atlántico, y en Bogotá la insistencia en
convertir la campaña a la Alcaldía exclusivamente
en una discusión política sobre el metro, con un candidato bastante cuestionado
como Hollman Morris -escogido además a dedo por el “hijo del pueblo”-, y
señalamientos poco caballerosos a sus rivales políticos, lo arrojó en un tercer
lugar en las votaciones, apenas superando a Miguel Uribe. Su control mesiánico
del partido, brindando avales a distintos candidatos a lo largo del país sin consultar
con sus propias bases y sus ataques a ex figuras de su partido como Ángela
María Robledo, su fórmula vicepresidencial, y viejos colaboradores durante su
paso por la Alcaldía de Bogotá, lograron que se llevara sendas palizas en sus
mayores objetivos electorales.
Y a diferencia de Uribe,
que quiso salvar apariencias con su tuit de supuesta humildad, Petro dio todas las
señales de un mal perdedor. En Bogotá ni siquiera se subió a la tarima con
Morris al conocerse los resultados de las elecciones, y sentenció de inmediato
que harían oposición a Claudia López, ganadora en la capital, afirmando que “ya Bogotá decidió destruir el proyecto del metro
subterráneo para la ciudad”. Luego empezó a sumar a Colombia Humana logros
de otros candidatos que, o pasaron con coalición o respaldo del partido, o de
hecho hasta los ignoró (como Quintero). Es en particular llamativo que mencione
entre sus logros al Magdalena: como samario, sé por experiencia que Carlos
Caicedo, para bien o para mal (y ustedes saben que a mí no me gusta), se ha
construido una base electoral fuerte desde hace años, mucho antes de formar
alianza con Gustavo Petro para las elecciones de 2018, así que encuentro
bastante descarado y mezquino adjudicarse ese logro como de su partido. Y no me
sorprendería que en las otras capitales ocurra de forma similar.
Eso sí, analizó
de forma más objetiva los alcances en Bogotá de los otros candidatos:
Carlos Fernando Galán, quien fue segundo en las elecciones, puede tratar de
recoger las banderas de su padre, el legendario Luis Carlos Galán (quizás hasta
pensando en una nueva alianza para 2022); Hollman puede organizar a los
concejales en Bogotá y aspirar al Congreso; y Uribe, pues… fue el uribista más
votado. Llamativo es que en su análisis no dedique alguna observación a la
futura gestión de Claudia López; al contrario, en otro post de Twitter afirmó
que tratar de reemplazar al saliente Enrique Peñalosa con “los verdes” es un
problema (muy agradecido con el respaldo que le dieron a su hijo Nicolás, ¿no?).
En síntesis, Petro también necesita sentarse a escuchar las señales de
inconformidad que vienen del electorado (no es mentira: si miran sus últimos
tuits, hasta sus mismos seguidores se están cansando de sus peleas de lobo
solitario) y las propias bases de su partido, o por su ese absolutismo extremo
y su manía de decidir todo sin delegar ni consultar con ninguno, va a terminar
quemando sus cartuchos antes de que el Tocineto deje el poder.
Y
sí: Petro polariza (y sus seguidores aún más) cuando pone a todos los que no están de acuerdo con él como
en contra de él, y
en ese aspecto y muchos otros de su personalidad y proceder es idéntico a Uribe,
aunque no
lleve ni de cerca su mismo bagaje jurídico. Dejen de berrear.
Otra observación es
necesaria: la presencia del voto cristiano en las elecciones. Fue en particular
bastante notable el
ungimiento de Miguel Uribe por más de mil pastores de Bogotá para ser su
representante, además que era
el candidato más antilaicista y conservador en las elecciones capitalinas;
no obstante, su pobre resultado sugiere que, a pesar de la influencia de un
pastor cristiano sobre las decisiones de sus fieles, parece que la mayoría de
ellos prefieren seguir sus propias convicciones políticas. De hecho es bastante
refrescante que López haya sido elegida como alcaldesa en un país tan mojigato
y religioso como Colombia, para ridículo terror de pobres diablos como Marco
Fidel Ramírez y ese adefesio de Oswaldo Ortiz.
Y hablando del “concejal
de la familia”, algo así pasó también con Colombia Justa Libres. El
espantapájaros cristiano formado en 2017 tras la polémica sobre las cartillas
de educación sexual no ha podido capitalizar la indignación despertada por las
falsas denuncias de políticos de su cuerda religiosa, y se quemaron en varias
alcaldías a las cuales postularon como independientes (en Santa Marta su
candidato ni siquiera superó al voto en blanco), sin mencionar que sus alianzas
tampoco fueron provechosas. Ramírez fue uno de los afectados, perdiendo su
curul en el Concejo de Bogotá, y dada su reconocida homofobia, su persecución a
la celebración del Halloween y sus ataques a
artistas como Marduk y hasta Shakira, hay
que reconocer que mucha falta no hará.
De
todos modos, este servidor decidió enviarle su apoyo en un momento tan
duro.
Por otro lado, en
Santander la polémica Ángela Hernández, principal promotora de las mencionadas
polémicas, sólo quedó en tercer lugar en su intención de llegar a la
Gobernación. Pero un 20% del total de votos no es poca cosa para quien apenas
hace tres años era diputada (claro que eso se puede explicar también por el
apoyo de la U, el uribismo y los Tarrito Rojo), y genera terror que en unos
cuantos años vuelva a tratar de lanzarse con las mismas banderas en cuanto a la
“defensa de la familia”.
Ahora, no hay que pensar
que el giro hacia opciones moderadas vaya a ser la panacea a las problemáticas
en el país. Es un inicio, pero siempre es necesario un trabajo conjunto entre
los nuevos dirigentes y el Gobierno central, y por supuesto un seguimiento y
control importante de sus decisiones. Si
algo nos ha enseñado el principio de Peter en Colombia es que un gran
senador no se convierte de forma automática en un buen alcalde, así que no hay
una solución mágica. Necesitamos mantener en la mente que cambios fundamentales
como los que necesitamos son un proceso gradual y que debe ser consistente.
Así que eso es todo. Hay
que seguir de cerca cómo trabajarán no sólo estas nuevas autoridades en Colombia,
sino también el proceder de las sacudidas opciones a cada lado del espectro político. Veremos entonces si
el mensaje fue captado.
Adenda 1: Semana publicó recientemente que John
Javier Blanco, el subteniente que colaboró en la verdad sobre el asesinato del
desmovilizado Dilmar Torres, fue
expulsado del Ejército después de haber proporcionado información que tiene
a un coronel y tres soldados en la mira de la Fiscalía. Esto pone en riesgo su
situación, y además deja un claro mensaje de que las Fuerzas Armadas están
dispuestas a salvarse el pellejo antes que aclarar o no su participación en el
crimen.
Adenda 2: Esta semana ocurrieron
dos masacres en el Cauca: una donde cinco indígenas fueron acribillados,
entre ellos una líder local, y la segunda en Corinto y Caloto, donde asesinaron
a cinco personas más. A Duque no se le ocurrió más que usar las mismas frases
vacías de presidente en mal gobierno y enviar a otra comisión con el repudiado
Mindefensa al frente, y los uribistas no han perdido la gracia de echarle la
culpa de todo a “la paz de Santos”. Me sumo a la pregunta de Félix de Bedout: ¿a
qué condenada hora es que lo que pasa en el gobierno de Duque empieza a ser
responsabilidad del gobierno de Duque?¿Y cuándo van a reconocer que esta ola de
homicidios a líderes sociales y defensores es algo sistemático?
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