Peter vs. Dilbert: la incompetencia laboral

Es frecuente observar que personas con un buen rendimiento en posiciones menores o intermedias de trabajo no ven su capacidad traducida en una excelente labor una vez que son ascendidos a un cargo superior, frecuentemente uno administrativo. Es decir, un buen profesor no hace un buen rector, un excelente alcalde no será necesariamente un gran Presidente, y un abogado adecuado no siempre será un juez hábil –ni imparcial, pero eso es más cuestión de moralidad que de competencias-. ¿Por qué ocurre esto?

En 1969, el educador Lawrence J. Peter exploró esta cuestión a través de un libro con el cual denominó este concepto como principio de Peter, también conocido como principio de incompetencia de Peter, el cual es ampliamente considerado y analizado en la teoría de administración y organización laboral. De acuerdo con el autor, un empleado será ascendido de acuerdo a sus competencias hasta alcanzar una posición laboral en la que no podrá desempeñarse con igual solidez, ascendiendo a su nivel de incompetencia. En palabras coloquiales, “la nata sube hasta que se corta”. Este concepto es un problema que debe evitarse en la elección de cargos administrativos de una empresa, pero que de hecho puede aplicarse a otros campos laborales.

La razón detrás del principio de Peter es que las elecciones para promoción a un cargo superior frecuentemente se basan en la competencia del candidato en su posición actual, en lugar de las competencias requeridas para el cargo al cual son promovidas. Es decir, que el empleado se encontrará en su mayor nivel de competencia laboral, y al ser promovido llegará a un puesto en el cual seguramente no tendrá las habilidades necesarias para trabajar de forma competente, el cual es llamado “nivel de incompetencia”. Como consecuencia estará estancado en la jerarquía laboral, pues ya no tendrá la capacidad para obtener una nueva promoción, no necesariamente porque sea una posición más difícil, sino porque requiere de competencias que el empleado no tiene.


El principio de Peter puede comprenderse con un ejemplo del campo técnico: es frecuente que en la empresa, un buen ingeniero sea promovido a un cargo de liderazgo, como un supervisor. El problema es que al hacerlo, las principales habilidades del ingeniero no están siendo aprovechadas por la empresa, y al no tener competencias en administración o comunicación interpersonal, tendrá problemas para desempeñarse como supervisor.

En la ficción también puede verse con frecuencia este concepto en acción. Quizás el ejemplo contemporáneo más claro es el de Robert Baratheon, de la saga Canción de hielo y fuego y su adaptación, Game of Thrones. Robert era un gran guerrero y, hasta cierto punto, buen general, lo que le permitió ganar la guerra contra el Rey Loco y acabar con la dinastía Targaryen. Sin embargo, su espíritu voluntarioso y hedonista lo hizo un pésimo gobernante, dejando una gran deuda en la Corona y manteniendo un matrimonio en crisis que sería la semilla para su muerte y el posterior caos del reino. Al mismo tiempo, aunque el honor y principios de Ned Stark lo hacían un buen gobernante en el tradicionalista Norte, su falta de pragmatismo y sabiduría política lo convirtieron en una Mano poco competente que sólo aceleró la crisis de sucesión de los Siete Reinos y la Guerra de los Cinco Reyes.

En la vida real, parte de la caída de Napoleón se dio porque sus generales, aunque eran buenos como comandantes de división, eran incapaces de dirigir grandes unidades militares con igual eficiencia: de ahí que Grouchy perdiera la batalla de Waterloo, al quedar prácticamente solo al mando del ejército napoleónico. Jimmy Carter, aunque fue un buen gobernador en Georgia, fue un pésimo presidente al querer manejar todos los departamentos del poder, en lugar de asignar personas más capacitadas. Incluso hace poco, en Colombia, el columnista Antonio Caballero hizo una alusión al principio de Peter al explicar que aunque Jorge Enrique Robledo haya sido un buen senador (desde su punto de vista), su dogmatismo político, su influencia en la opinión pública y el Polo y la falta de unidad en la izquierda lo hacen un pésimo candidato a la Presidencia. Finalmente, el nepotismo y amiguismo en sectores políticos y empresas suele conducir a este problema.

Sin embargo, en los años 90, surgió una observación satírica, aunque no por ello menos veraz, a la gestión empresarias. Scott Adams, el creador de la tira cómica Dilbert, publicó una teoría basada en sus experiencias, según la cual la estrategia de jerarquización de las compañías ha evolucionado hacia otra tendencia: ascender a empleados no muy competentes a puestos de gerencia, usualmente niveles medios, para removerlos del flujo laboral de la empresa y reducir al mínimo el daño que pueden hacer. Esto es conocido, obviamente, como el principio de Dilbert.


En contraposición a Peter, Adams basa el principio de Dilbert no en las competencias observadas, sino en las no requeridas. En su visión de gestión de recursos, para las empresas, los cargos superiores tienen poca relevancia dentro de la producción real, y la mayor parte del trabajo real es realizado por los empleados en puestos inferiores. Por ello, al promover a un trabajador poco competente a un puesto de gerencia, se le está retirando de la fuerza laboral verdadera de modo que no pueda afectarla ni su ausencia reste rendimiento a la productividad de la empresa. Por supuesto, aunque esto en teoría debería funcionar, tanto el principio de Peter como el de Dilbert pueden llevar al empleado promovido a ser lo que en tropos se conoce como el Jefe Pelopunta (Pointy-Haired Boss, en inglés), en alusión al personaje de Dilbert: un gerente totalmente incompetente que da órdenes arbitrarias y absurdas a sus empleados.


Nuevamente, la ficción cuenta con ejemplos para este concepto. Además de la ya mencionada tira cómica, donde en una ocasión el Jefe Pelopunta ascendió a un empleado específicamente porque no tenía ningún conocimiento valioso para la empresa, hay dos ejemplos claros en Los Simpson, ambos involucrando a Homero. En Simpson y Dalila, Homero recupera el cabello y es promovido a un puesto gerencial, donde sus ideas ridículas sobre la cafetería aparentemente incrementan la productividad de los empleados y disminuyen los accidentes. Sin embargo, sabemos que correlación no implica causalidad, y Smithers no tarda en señalar que la reducción en accidentes es proporcionalmente igual a los que Homero causa en su trabajo usual como inspector de seguridad, y que el incremento en productividad es similar al visto la última vez que Homero tomó vacaciones. En otras palabras, a nuestro calvo favorito lo convirtieron en un ejemplo del principio de Dilbert por accidente.

En contraste, en el episodio Sólo se muda dos veces, Homero es contratado por Hank Scorpio, y recibe nuevamente un puesto de gerencia simplemente por ser el empleado más antiguo en la planta nuclear después de Smithers (quien rechazó la oferta laboral). Esta vez, Homero sí resulta ser un buen gerente a pesar de todo. Esto puede ocurrir en ocasiones al aplicar el principio de Dilbert: Homero sabe que no gana nada interfiriendo con el trabajo rutinario de su equipo, y en su lugar se dedica simplemente a tomar medidas que levanten el espíritu de los empleados. Es una de las pocas veces donde realmente su trabajo es competente, aunque el statu quo de la serie no le permitió mantenerlo.

A diferencia del principio de Peter, es raro ubicar el principio de Dilbert fuera del ámbito empresarial, debido principalmente a que en campos como la política es muy difícil promover a una persona incompetente a un puesto de importancia donde no pueda afectar una campaña política o el programa presidencial. Lo más cercano que se me ocurre, de forma no muy convencional, es que en varios gobiernos no es raro que figuras políticas (ministros, secretarios, etc.) que terminan envueltas en escándalos de corrupción y similares reciban “promociones” en el exterior como embajadores o cónsules, para que de esa forma la reacción del público se enfríe y la situación de dicho político no afecte la imagen del gobierno.

Bueno, ¿y por qué estoy hablando de teorías de gerencia en el blog? Puede ser porque actualmente en varios países estamos en coyuntura política. En Estados Unidos, además de los descontentos con Obama y los racistas, muchos votaron por Trump creyendo que un gran empresario como él (que no lo es tanto, en realidad) sabría administrar un cargo político tan importante como el de la Presidencia, especialmente en el ámbito económico, y los meses transcurridos hasta ahora han demostrado que no es así. En Colombia tenemos casi 30 precandidatos presidenciales, muchos ex alcaldes y senadores, y la gente del común cree que por haber tenido una buena labor en su anterior cargo serán buenos presidentes. Eso no siempre se corresponde con la realidad.

No es una apuesta segura, y yo no puedo decirle a la gente que no voten por gente así, porque entonces no podrían votar por nadie. Pero sí vale la pena observar detenidamente su pasado político, pues su trabajo supuestamente incólume en otra posición política, las ideas que defiende, suelen ser pistas de si realmente estas personas son las adecuadas para el cargo más importante del país. Nos corresponde a nosotros romper con esos principios de incompetencia, si queremos asegurar seguir marchando hacia adelante, tanto en el trabajo como en la sociedad.

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