Un vistazo a la herejía de Amarna
Introducción
Creo
que ya he comentado antes que a mí me apasiona mucho la mitología de los
diferentes pueblos y civilizaciones. Por más que yo no crea en dioses ni
monstruos, las historias que se entretejen alrededor de los panteones, la
diversidad de sus miembros, siempre son algo fascinante. Es una excelente forma
de literatura fantástica: sólo hay que leer la historia de cómo los restos de
Ymir, el padre de los jötnar en la mitología nórdica, fueron usados por Odín y
sus hermanos para construir el mundo, o de cómo Vishnu reencarnó en un hombre león,
Narasimha, para sobrepasar la bendición de un asura que parecía imposible de
destruir. En comparación, la mitología hebrea es bastante simplona, por decir
lo menos.
Pero
si hay algo que es también interesante es observar cómo a través de la historia
un mismo pueblo va transformando sus creencias y dioses, dándole nuevas
categorías a deidades menores, o tomando influencia de las religiones de otros
pueblos, lo que se llama sincretismo. Y un episodio muy interesante, controvertido
y sumamente misterioso fue quizás la primera revolución monoteísta -o más
correctamente, ¿henoteísta? Ya llegaremos a eso- de la
historia, en el antiguo Egipto: el atonismo.
Atón
Partamos
diciendo que estoy hablando del tema porque hoy es el aniversario 97 del
descubrimiento de la tumba de Tutankhamón, el popularísimo rey niño, y técnicamente
último vástago de los faraones de la Dinastía XVIII en Kemet, el nombre que
recibía Egipto por parte de sus nativos. Sin embargo, lo notorio del descubrimiento
viene en parte por el estado “intacto” en que se encontró la tumba (al grado
que el registro de los miles de objetos en su interior tardó casi una década):
en vida, si bien tuvo una labor notable en restaurar en parte el orden político
y social del reino, no fue especialmente importante para los registros
antiguos. Por otro lado, los hallazgos en la tumba del Rey Tut ayudaron a
desentrañar parte del llamado período de Amarna (1353-1336 antes de la era
común), una época muy interesante no sólo en términos de la historia, sino de
las implicaciones sociales, religiosas e incluso artísticas de la época.
Y bueno, ¿de qué se trata? Pasemos a explicar.
Amenhotep, el heredero
Todo
comenzó con el ascenso al trono, en el año 1353 AEC, de Amenhotep IV –llamado
Amenofis por los registros griegos-, el décimo faraón de la Dinastía XVIII que
se desarrolló durante el llamado Imperio Nuevo de Egipto (1550-1295 AEC),
considerado el período de apogeo de esta civilización africana. Amenhotep IV
estaba emparentado no sólo con un linaje de Tutmosis y otros faraones con su
mismo nombre, sino también con la legendaria Hatshepsut, la más poderosa de las
mujeres faraón que alguna vez gobernaron en Egipto. Además heredaba de su
padre, Amenhotep III, no sólo un territorio en apariencia de gran estabilidad
política, sino además con un poder económico considerable. No obstante, heredó
también un conflicto con una pieza importante dentro del ajedrez político del Imperio
Nuevo: el clero de Amón.
Contextualicemos.
Cuando el faraón Mentuhotep II de Tebas, de la Dinastía XI, conquistó
Heracleópolis cerca del 2040 AEC, unificando así todo el territorio egipcio, la
religión egipcia se vio modificada por el ascenso de los dioses tebanos, en
especial Amón, quien era originalmente un dios del aire. La importancia de este
dios se incrementó tras el final del Segundo Período Intermedio (1650-1550 AEC,
aprox.), cuando la Dinastía XVII, también de origen tebano, logró expulsar a
los gobernantes hicsos que habían conquistado el Bajo Egipto y los territorios
al norte del Alto Egipto durante aquella era, unificando de nuevo la región.
Bajo el gobierno de Ahmose I (1550-1525 AEC), fundador de la Dinastía XVIII,
Amón fue elevado a deidad nacional de Kemet, fusionándose con Ra, la deidad
suprema hasta ese entonces, y convirtiéndose en Amón-Ra, ganando un carácter
casi monoteísta. Gracias a esto los sacerdotes del culto de Amón empezaron a
ganar cada vez más poder e influencia, en especial bajo los reinados de
Hatshepsut y Tutmosis III, quienes les construyeron templos y entregaron
cuantiosos tributos para reforzar su posición en el trono, la primera por ser
mujer y el segundo por ser hijo de una esposa secundaria.
El dios Amón (derecha), tal como era representado en
la época del Imperio Nuevo, junto a su fusión Amón-Ra.
Amenhotep
III (1391–1353), quien tuvo en sus manos el mayor período de prosperidad en la
historia del Imperio Nuevo, no fue ciego al poder que poseían los sacerdotes de
Amón, muy cercano al suyo, por lo cual en los últimos años de su reinado
implantó el culto a Atón. Esta deidad (cuyo nombre significa “disco”) era
originalmente una encarnación del disco solar y un aspecto de Ra, lo cual hizo
un tanto fácil su expansión entre el pueblo, en clara oposición a Amón-Ra. No
sólo eso, sino que además el faraón se construyó una residencia real en la
actual Malkata, residencia conocida entonces como el “palacio del
deslumbramiento de Atón”, sugiriendo un intento de romper con la influencia del
clero del dios tebano. Esto empezó a generar conflictos que no hicieron más que
crecer cuando su hijo Amenhotep IV, entonces de unos veinte años, subió al
trono.
Relieve en el Museo Neues de Berlín, en donde aparece representado
Amenhotep IV en una época temprana de su reinado.
Tras
una aparente corregencia con su padre debido a la muerte del legítimo heredero,
Tutmosis, y hacia su quinto año en el poder, el monarca esposo de la también
famosa Nefertiti decidió cambiar su nombre a Akhenatón, que significa “agradable
a Atón”, y al poco tiempo se trasladó con su familia a una nueva ciudad que
estaba siendo construida bajo sus órdenes, Akhetatón (“horizonte de Atón”), hoy
conocida como Amarna, y elevó a Atón a la categoría de dios nacional, en
contraposición a Amón y su clero. Desde allí empezó una serie de reformas
religiosas que constituirían la nueva religión del faraón, conocida por los
historiadores como atonismo o herejía de Amarna.
Akhenatón, el reformista
Busto de arenisca de Akhenatón, encontrado en Karnak.
Al
principio, parece que el faraón empezó su transformación religiosa con guantes
de lino. Puesto que Atón ya era conocido en gran parte del territorio egipicio,
ser elevado como dios nacional no parecería gran cosa para el pueblo llano, a
quienes se les presentó esta deidad como una variación de Amón-Ra, y se
permitió en otro caso el culto a otros dioses. Se construyeron templos
dedicados al disco solar, inconfundibles con el estilo usual de edificios
religiosos por carecer de estatuas y de techos, pues consideraba lo primero
como idolatría, y al Sol Creador había que rendirle culto a plena luz del día.
Eso sí, la construcción de un gran templo a Atón cercano al templo de Karnak,
sede principal del culto a Amón-Ra, fue un obvio reto al poder del clero amoniano.
El traslado de la familia real a Akhetatón sirvió también para evitar que la
corte fuera influida por los sacerdotes de Amón en Tebas.
Sin
embargo, a medida que fue pasando el tiempo, las políticas religiosas de Akhenatón
se hicieron menos indulgentes, hasta un cambio radical hacia el noveno año de
su reinado. Bajo decreto real, Atón ya no era sólo el dios supremo del panteón
egipcio, sino el Creador del mundo y el único dios de Egipto. Además, se
estableció que él, como faraón, era el único intermediario entre Atón y el
pueblo egipcio, no sólo desmantelando de un golpe las estructuras sacerdotales
de los grandes cultos en el Imperio, y cortando el poder del clero de Amón,
sino también rechazando la tradición de muchos faraones de ser considerados la
encarnación de Horus, aunque igual se dio carácter divino al proclamarse Hijo
de Atón. De esta manera, el faraón empezó a cerrar los templos dedicados a
otros dioses alrededor de Egipto y se dedicó a borrar sus nombres y figuras de
diversos registros. La persecución se enfocó sobre todo en Amón, llegando a
vandalizar hasta su nombre de manera similar a como años después sería tratada
su propia existencia.
Detalle de la estela de Djeserka (Museo Petrie,
Londres), donde se ve que el nombre de Amón fue destrozado.
La
iconografía de Atón, demasiado majestuoso y trascendente de su creación para
ser antropomorfizado, cambió hasta fijarse como un disco solar del cual salen
muchas manos como rayos de luz, y se decía que era una deidad tanto masculina
como femenina. Incluso se cambió el estilo El atonismo, de acuerdo a los
escritos en los muros de las tumbas en Akhetatón, pedía que todas las obras
debían realizarse a la luz del Sol, cuando Atón está presente, y se temía a la
noche (“pues es oscura y llena de terrores”, diría Melisandre). Se compusieron
oraciones al único Dios de Egipto; de gran valor es el Gran Himno a Atón, a menudo atribuido al mismo Akhenatón, una pieza
artística de fervor religioso que para algunos incluso refleja una observación
un tanto científica de la influencia de la energía del Sol sobre la Tierra.
Pausa
activa. Hoy en día es motivo de amplio debate si la reforma atonista de Akhenatón
proponía de verdad una transición hacia una religión monoteísta o, al menos, henoteísta,
como ya lo era el culto a Amón-Ra (pueden ver las
diferencias entre ambos conceptos en mi guía
práctica sobre posturas religiosas). Es cierto que se prohibió la
adoración a ídolos y se persiguieron otros cultos, pero en esencia y evidencia la
mayor parte del pueblo seguía adorando a las deidades que conocían, incluso
entre los miembros de la corte real, y muchos seguían usando nombres que
incluían los nombres de otros dioses. Tengamos en cuenta que la religión
egipcia estaba compuesta por más de dos
mil dioses con milenios de tradición local, por lo cual Akhenatón llevaba
las de perder desde el inicio. Lo más sensato quizás sería ver al faraón como
un iconoclasta y anticlerical promotor de una religión más bien monolátrica, pues aunque insistía en que
Atón debía ser el único dios adorado por el pueblo de Egipto, no negaba como
tal la existencia de las otras deidades.
También
hay muchos que asumen que el atonismo ayudó a sentar las bases de la religión
hebrea, llegando incluso algunos a sugerir que la figura de Moisés está
inspirada en Akhenatón. Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, sugirió que
Moisés podría haber sido uno de los pocos sacerdotes atonistas que existían en
la nueva religión, y otros hasta asemejan la relación de Akhenatón como hijo de
Atón al mito de Jesucristo. Es una propuesta interesante, pero lo cierto es que
no hay tanta relación entre el atonismo y el culto a Yahveh, no sólo por la
gran distancia entre uno y otro a través del tiempo (el período de Amarna
ocurrió más de medio milenio antes de que la religión israelita se definiera
como tal), sino también porque sus sistemas de creencias distan mucho entre sí
(los atributos de Yahveh descritos en la Biblia son más similares
a un dios de la tormenta que al disco solar), al igual que su estructura
clerical (caray, ¡si en los templos de Atón ni siquiera recogían impuestos!).
Para más detalle al respecto pueden leer esta
entrada, pero en síntesis no hay mucha evidencia al respecto, más
allá de algunas similitudes superficiales entre el Salmo 104 y el Gran Himno a Atón. No se descarta,
claro, que haya podido tener influencia en el judaísmo y el zoroastrismo, pero
es muy difícil asumirlo sin evidencia más sustancial.
Más
allá del celo religioso de Akhenatón, sus reformas también dieron lugar a un
estilo artístico. De los faraones tonificados y fuertes en estatuas y relieves
antiguos, estáticos e imponentes, el arte de Amarna dotaba al faraón y su reina
de cuerpos más esbeltos, estilizados, con dedos y pies delgados, mentones
prominentes y labios gruesos; Akhenatón, en particular, era representado con cráneo
abombado, caderas anchas, barriga, pecho más bien prominente y miembros flacos.
Las figuras eran más dinámicas, con una mayor sensación de movimiento, y se
desplegaban momentos más bien íntimos de la familia real, dando en general un
tono muy naturalista al estilo de Amarna. Este radical contraste con el arte
egipcio antiguo tiene también desconcertados a los historiadores. Algunos
sugieren que la figura poco agraciada del faraón corresponde a defectos
genéticos propios de la endogamia en la familia real; otros sugieren que se
inspiraba en el carácter dual de Atón que mencioné antes; también se dice que
era una forma de mostrar humildad ante el dios, presentándose como alguien
imperfecto; y no falta el loquito mal peinado que asegura que Akhenatón y
Nefertiti eran extraterrestres.
Estela de Amarna que representa a Akhenatón y
Nefertiti jugando con sus hijas mientras son bendecidos por Atón.
Aunque
se sugiere que las políticas fundamentalistas de Akhenatón hicieron que
empezara a descuidar la política exterior, esto parece ser incorrecto. Por las
Cartas de Amarna, un compendio de correspondencia diplomática escrita en cuneiforme
acadio –algo inusual para los egipcios-, sabemos que el faraón tuvo conflictos
al principio de su reinado con Tushratta, rey de Mittani (un reino poco
conocido pero influyente en Oriente Próximo durante el siglo XIV AEC) por
cuestiones de una dote matrimonial, pero más allá de ello se preocupó por los
conflictos en la región, en especial por la derrota de Mittani a manos de los
hititas de Suppiluliuma I, quien empezaba a conformar su Imperio Hitita. Esto provocó
que muchos vasallos de Egipto empezaran a congraciarse con la nueva potencia, y
aunque Akhenatón se negó a enviar un ejército al norte para proteger a
gobiernos menores en los límites de su imperio, logró mantener la mayor parte
de su poder en la zona del Levante que le correspondía, evitando un conflicto
directo con los hititas.
La muerte del hereje: los faraones
fantasma
Entre
los últimos años de Akhenatón en el poder y el ascenso al trono de Tutankhamón
las cosas se ponen complicadas pues, debido a las acciones de posteriores
faraones en contra de los registros del período de Amarna, las fuentes de
información son escasas. Gracias a los hallazgos en la tumba del rey niño y
otros sitios funerarios en el Valle de los Reyes, lugar de descanso de muchos
antiguos faraones, se ha podido reconstruir parte de esos convulsos años, pero
aún hay muchos detalles que son materia de especulación, así que mantengan
presente:
Hacia
el decimotercer año del reinado de Akhenatón se pierde la pista de varios
miembros de la familia real como tres de las hijas del faraón y Nefertiti, su
madre Tiye y Kiya, una de sus otras esposas. Una carta de Amarna sugiere que
una plaga podría haber llegado al antiguo Egipto durante esa época, cobrando
las vidas de varios miembros del pueblo y la realeza, lo cual generaría
entonces una crisis de gobierno para el rey, quien de acuerdo a la información
en la tumba de Tut gobernaría por otros cuatro años. Es en este último período
del reinado de Akhetatón donde surgen dos nombres que generan todavía bastante
debate: Neferneferuatón y Smenkhkara. Aunque por mucho tiempo se les consideró
la misma persona, debido a que compartían el mismo nombre real -Ankhkheperure-,
los diferentes epítetos y nombres personales encontrados en la poca evidencia
concerniente dan lugar a que casi todos ahora los consideren como dos
gobernantes diferentes, aunque existen dudas sobre en qué momento gobernó cada
uno y si fueron o no corregentes del reformista.
De Neferneferuatón se sabe, por la estructura de su nombre y algunos
epítetos y figuras, que era una mujer revestida con autoridad de faraón, y
debió gobernar al menos por poco más de dos años. Una inscripción sugiere que gobernó
sola hacia el final de su período, pero aún no es claro si ocurrió antes o
después de Smenkhkara, y debido a que en años posteriores se ha determinado que
hasta un 80% del ajuar funerario de Tutankhamón, incluyendo su famosa máscara
de oro, pertenecía en realidad a ella y fue reutilizado para la tumba del rey
niño, quienquiera que fuera su sucesor (todo indica a Tut) o los sirvientes de
este no la tenían en alta estima, seguramente por su papel en la herejía de
Amarna, pues aunque empezó a congraciarse de nuevo con el clero de Amón, aún
mantuvo el culto a Atón. En cuanto a su identidad, lo más probable es que se
tratara de Nefertiti, no sólo por la similitud entre sus nombres sino también
por el reconocido e inusual poder del que gozaba ella durante el reinado de
Akhenatón. Aunque la hipótesis se ponía en duda por la falta de registros de la
reina a partir de año 12 del gobierno de su esposo, un reciente hallazgo de su
nombre en una inscripción fechada en el decimosexto año de Akhenatón, donde
presenta el título de “Gran Esposa Real”, demuestra que aún seguía viva en esa
época, pero siembra más dudas sobre el momento exacto en que empezó a actuar
como corregente de su esposo.
Estela 17813 (Museo Neues, Berlín), que muestra a una reina
con tocado de faraón (izquierda) acariciando al faraón. Posible representación
de Nefertiti actuando como corregente de su esposo.
Más
incertidumbre existe en torno a Smenkhkara. La única certeza en cuanto a su
persona es que su Gran Esposa Real fue Meritatón, la hija mayor de Akhenatón y
Nefertiti. Las evidencias sugieren que su reinado fue muy corto, quizás poco
más de uno o dos años, y es muy probable que no alcanzara a gobernar en
solitario, pero su identidad y relación con la familia real es motivo de debate;
el hecho de que compartiera su nombre de coronación con Neferneferuatón complica
los pocos hallazgos relacionados con él. Con base en esto último, muchos
sugieren que Smenkhkara habría sido corregente de Akhenatón por un corto
período, y al fallecer Neferneferuatón tomó su lugar, usando el mismo nombre
real para dar legitimidad a su mandato; que su derecho fuera retado explicaría
a su vez por qué se le negó un ajuar funerario real a la faraona.
Calco de dos figuras reales, identificadas como Smenkhkara y Meritatón, en un grabado en la tumba
de Meryre II.
Sobre
su identidad se postula que podría haber sido un hermano de Akhenatón, y que la
momia hallada en la tumba KV55 del Valle de los Reyes es la suya. Esta momia,
encontrada en un sarcófago de rostro profanado y los cartuchos reales borrados,
corresponde a un hombre joven de entre 19 y 22 años o 18-26 (el rango de edad
varía de acuerdo a los estudios), y de acuerdo a análisis genéticos sería el
padre de Tutankhamón, pero su identidad aún es discutida. Si bien hace algunos
años una investigación la identificó como “casi
seguramente Akhenatón”, las críticas en torno a la metodología usada para
establecer un mayor rango de edad dejan esta afirmación como dudosa, por lo que
no se descarta que pudiera tratarse del esquivo Smenkhkara. Lo que sí se puede
afirmar es que KV55 no era el sitio de reposo original de esta momia, sino que fue
trasladada en algún momento desde su tumba original.
Como
sea, todo indica que Akhenatón murió tras 17 años de reinado (hacia el 1336
AEC), siendo sepultado en una tumba preparada para la familia real en Amarna. Con
él moriría también el atonismo, pero aún pasaría otra década antes de que el
desorden causado por sus reformas religiosas cesara.
El Rey Tut y el final de una
dinastía
Siendo
aún muy niño Tutankhatón, hijo de la momia KV55, sea quien sea, y la “Joven
Dama” de la tumba KV35 (hija de Amenhotep III, según análisis, y por lo tanto
hermana de Akhenatón), se convirtió en faraón, asesorado por su gran visir Ay,
quien al parecer era tío de Akhenatón, y gobernaría casi una década (1334-1325
AEC). Durante su mandato el rey niño, casado con su media hermana Ankesenpatón,
se dedicó a restaurar las relaciones diplomáticas con los reinos vecinos y
comisionó la construcción de estatuas de diversos dioses, restaurando además al
clero de Amón que Akhenatón había condenado, y colocando a Amón-Ra de nuevo
como la deidad suprema. A los dos años de gobierno cambió su nombre a
Tutankhamón y el de su esposa a Ankesenamón, trasladó la tumba del rey hereje
al Valle de los Reyes, devolvió a Tebas el rango de capital del imperio y
empezó a restaurar monumentos y altares de Amón, fortaleciendo así su reinado
al romper con la herejía de Amarna. Contaba no sólo con el tutelaje de Ay sino
también con el consejo de Horemheb, general del ejército. Debido a la falta de
herederos y la frágil salud del Rey Tut (sufría de escoliosis, paladar hendido,
malaria, y debía caminar con bastón a causa de un pie izquierdo zambo), este
decidió nombrar a Horemheb, quien por cierto era de origen plebeyo, como
Príncipe de la Corona, es decir su heredero.
En
algún momento de sus 18 o 19 años, el rey niño falleció. Siempre ha existido la
idea de que fue asesinado por una conspiración palaciega, pero nunca se han
hallado pruebas al respecto; al contrario, la evidencia sugiere que su muerte
fue producto de la combinación de una fractura en su pierna izquierda, sus achaques
genéticos y la malaria. En cualquier caso debieron pasar meses antes de que
fuera enterrado en una tumba más bien modesta en el Valle de los Reyes, tanto
como para dar lugar a que Ankesenamón sea la probable identidad de la reina
Dahamunzu que aparece en un relato hitita escribiéndole una carta a
Suppiluliuma I, pidiéndole que envié a uno de sus hijos a Egipto para hacerlo
su esposo y convertirse en faraón, pues temía desposarse con un súbdito tras
quedar viuda y sin heredero. A pesar de los designios de Tutankhamón, fue su
visir Ay quien lo sucedió en el trono, quizás aprovechando que Horemheb se
encontraba en campaña fuera del país, y se casó con Ankesenamón, quien no
sobreviviría mucho tiempo, para reforzar su posición como faraón. Sin embargo
su avanzada edad le jugó en contra, y tras unos pocos años falleció.
Horemheb
lo sucedió, y se encargó de aplicar la damnatio
memoriae, tratando de borrar todo rastro del período de Amarna: destruyó la
mayoría de los templos de Atón, utilizó sus piedras para otras construcciones y
suprimió el culto al disco solar por completo; borró los nombres e imágenes de
Akhenatón y sus sucesores de monumentos y registros, y todo cuando pudiera dar
cuenta de la existencia del culto monolátrico y la infame familia real. Y como
para desquitarse con Ay en el más allá por haber usurpado su derecho al trono,
profanó su tumba en el Valle de los Reyes, destrozó su sarcófago y desapareció
su momia. A pesar de su brutal radicalismo, lo cierto es que Horemheb logró
restaurar la estabilidad en el imperio tras el convulso período de Amarna y
antes de morir, como no tenía hijos, designó como su sucesor a su visir
Paramesu, el cual tomaría el nombre de Ramsés I e iniciaría una nueva dinastía.
Fue
de esta forma que la tumba de Tutankhamón permaneció casi intacta por más de
tres milenios hasta ser descubierta en 1922 por Howard Carter, lo que ayudaría
a reconstruir buena parte del enigmático rompecabezas del período de Amarna. No
serían tan afortunados los otros miembros de la familia real: hoy en día se
desconoce el paradero de las momias de Akhenatón, Nefertiti y, de forma
irónica, el mismo Horemheb. Es posible que una de las momias de la tumba KV21
pertenezca a Ankesenamón, pues se identificó como la madre biológica de dos
fetos momificados encontrados en la tumba de Tut, pero no hay pruebas
concluyentes. Y ya comenté antes los detalles de la momia KV55, así que su
identidad sigue siendo una incógnita. En cuanto a Ay, dado el estado de su
tumba y sarcófago se asume como probable que Horemheb cometiera el
sacrilegio de hacerla destruir, algo abominable en la religión egipcia.
¿Y
el clero de Amón, que se vio involucrado en tantos problemas con la familia
real de Amarna? Después de recuperar su posición acumulando poder hasta que,
para finales de la Dinastía XX (1189-1077 AEC), se convirtieron en los líderes
de facto del Alto Egipto y controlaban la economía del imperio. Incluso
llegaron a poner a dos hijos del Sumo Sacerdote de Amón como faraones de la
Dinastía XXI (1069-945 AEC). No obstante, terminarían perdiendo su dominio al
declinar el culto a Amón-Ra en todo el país (con la obvia excepción de Tebas)
tras la fundación de la Dinastía XXII, de origen libio.
Conclusiones
Si
bien aún existe debate al respecto, es verdad que el período de Amarna podría
constituir el primer gran intento de una reforma religiosa de carácter
monoteísta, al menos en un sentido general del término, en la Historia. Es a su
vez un registro del permanente conflicto entre Iglesia y Estado, aunque entre
un Estado donde el gobernante es una autoridad con derecho divino
(característica sustancial de los reyes) y una Iglesia dominante dentro de una
religión politeísta, que no iba a renunciar al poder político que habían ganado.
Por ello, aunque no es ni por asomo una revolución laica, sí es bastante
cercano en sus inicios a un anticlericalismo político, un intento de poner la
fe en manos directas de la gente, aunque luego el fanatismo de su principal promotor
derivó en una persecución religiosa muy contraria a la libertad de culto de
muchas sociedades modernas.
Por
otro lado, el conflicto entre amonismo y atonismo también es evidencia de los
consecuentes problemas al darse una transición del politeísmo al (virtual)
monoteísmo y el contacto de diferentes religiones monoteístas. Las sociedades
politeístas en la época antigua tendían a ser más indiferentes que intolerantes
con otros cultos, debido al arraigo nacionalista de sus panteones: los veían
como dioses de otras tierras o incluso variantes de los suyos -deidades
arquetípicas como un dios creador, una diosa madre o un dios que represente el
ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento son comunes entre muchas religiones-,
y no se hacían mucha mala sangre si existía conflicto con su cosmología (excepciones
hay, por supuesto). Esa identidad religiosa también hace que en la mayoría de
estas sociedades el proselitismo fuera un concepto inexistente, pues los
conflictos se daban más en estilo “mi religión es mejor que la tuya” que “conviértase
o muera”, y la imposición de una religión a un vencido era más una señal de
dominancia que un compromiso de difusión.
En
contraste, una religión monoteísta es en esencia proselitista y excluyente de
otros dioses, y por tanto una sociedad con un culto monoteísta dominante
tenderá a degradar o incluso perseguir a los seguidores de otros cultos, tal
como ocurrió durante los años tardíos del reinado de Akhenatón, y como aún
ocurre gracias a las religiones abrahámicas. El henoteísmo al que había
evolucionado la religión egipcia durante el Imperio Nuevo concentró demasiado
poder en un grupo reducido con gran influencia en el pueblo y la corte, y por
ello era natural que la mejor forma de enfrentarlo fuera mutarlo hacia un
monolatrismo virtual con un culto más personal, que no requiriera de una clase
sacerdotal para hacer comunión con el dios. Una vez asentada la nueva religión,
era cuestión de tiempo antes de forzar un monoteísmo radical.
Eso
me lleva a una pregunta final. ¿En verdad Akhenatón era un fanático religioso con
la visión de reformar las tradiciones religiosas de Egipto, o un político
astuto que vio en una única fe las bases de un gobierno absolutista? Es difícil
saberlo. Puesto que fue Amenhotep III el primero en establecer el culto
nacional de Atón, podría asumirse que trató de continuar con la labor de su padre
de suprimir el poder del clero de Amón y tomar la influencia religiosa sobre el
pueblo bajo su mando. Por otro lado, las manifestaciones artísticas y
literarias del período de Amarna sugieren que podría haberse creído su propia
historia; considerando que el faraón era visto también como una figura divina,
no parece descabellado. O simplemente quiso mostrarse mucho más comprometido a
la nueva fe. Cada uno podrá leer esta historia y formar su propia respuesta.
Saludos
a todos.
Se es un héroe o villano, o quizá solo alguien comprendido o incomprendido dependiendo de cómo haya barajeado uno su mano hacia la historia antes de dejar esta existencia.
ResponderEliminarHay mucho de verdad en eso. Y también ayuda mucho el haber tenido una posición de autoridad en una cultura donde se asume que el gobernante actúa por voluntad divina. Ante la forma en que llevó Akhenatón sus reformas, y la persecución de los registros del período de Amarna, sólo podemos especular sobre sus verdaderas intenciones de acuerdo con lo poco que ha sobrevivido de esos días. Saludos.
EliminarVaya, yo conocia la historia de la película de Sinhue el egipcio, que narra ese periodo, al estilo Hollywood naturalmente. Aca se pinta un escenario más complejo y matizado,. donde Akenaton tenia intencionas mas intrincadas. Buen trabajo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Supe de esa película mientras estaba leyendo al respecto, pero hasta ahora no la he visto.
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