Radiografía de una protesta


Introducción
Si alguno de los lectores habituales leyó mi reciente post en Facebook, sabrán que me ocurrieron muchas cosas que me han tenido alejado de la pantalla del computador. Entre esas, que por cosas de la vida tuve que desplazarme dentro de Chile en medio de la actual crisis y la serie de protestas y disturbios en varias ciudades del país, con el agregado del toque de queda en capitales como Santiago, Concepción y Valdivia.

La pregunta, por supuesto, para los que están fuera de Chile (y para muchos no chilenos que estamos aquí, claro), es: ¿por qué está ocurriendo todo esto? Hay un montón de datos que salen a la luz pública, y seguro que todos andan confundidos por ello. Que si es por el alza en el pasaje del Metro, que si Piñera “está en guerra”, que si Carabineros y los militares están abusando de su poder contra la gente, que si hay saqueos, que si el toque de queda … Bueno, todo eso es cierto, pero es más complejo de lo que parece.


Para tratar de explicar todo lo que está sucediendo en estos momentos en la tierra de Peppo, voy a hacer énfasis en unos puntos fundamentales: las causas de las protestas originales, los subsecuentes desmanes, y la respuesta del Gobierno y las fuerzas del orden. Me disculpo de antemano si algunos factores se me escapan o si hay información que no esté transmitiendo de forma adecuada, pues no soy chileno y eso puede limitar el alcance de mis análisis o interpretaciones. Agradeceré, ni más faltaba, que me compartan más datos al respecto en los comentarios.

1. ¿Qué chucha pasa en Chile?

A inicios de octubre, el gobierno de Sebastián Piñera decretó un alza de $20 CLP en los pasajes del Metro de Santiago, el principal medio de transporte de los capitalinos, con lo cual un viaje en metro pasaría a costar de $800 a $830 (algo así como $1,17 USD). Como respuesta, a inicios de la semana pasada se presentaron manifestaciones en varias estaciones del Metro, en particular en forma de evasiones masivas, lo cual llevó no sólo al cierre de algunas estaciones, sino además a amenazas de acciones legales en contra a amenazas de acciones legales en contra de los líderes de las protestas.

La cosa escaló a mayores el pasado viernes 18, gracias a unas infelices declaraciones de Piñera durante una entrevista radial, en la cual manifestó que se estaba evaluando la posibilidad de aplicar la Ley de Seguridad del Estado, a la vez que calificó de “delincuencia” las protestas en el metro subterráneo, y diciendo que “mañana pueden decidir destruir el Ministerio de Justicia o el Registro Civil”. Mientras, la portavoz del Gobierno, Cecilia Pérez, le achacó la responsabilidad de las protestas a “mil delincuentes”, al igual que el Ministro de Interior, Andrés Chadwick, y para colmo la Ministra de Transportes, Gloria Hutt, reiteró que no se iba a replantear el alza en los pasajes. Gracias a ello, como dice el meme aquel de Woody, se prendió esta mierda. Y se prendió demasiado.

A ver, pero antes, ¿qué es eso de la Ley de Seguridad del Estado? Bien, de modo sucinto esta ley, que formalmente se llama Ley 12927, contempla entre otras cosas los “delitos contra el orden público”, según lo cual aquellas personas que inciten a suspender, interrumpir o destruir elementos de servicio público, o que de plano realicen tales acciones, pueden ser objeto de “presidio, relegación o extrañamiento menores en sus grados mínimo a medio”, lo que en concreto equivale a penas de entre dos meses y tres años de cárcel. El problema, como imaginarán ustedes, es que durante las jornadas de protestas siempre es difícil trazar la línea entre las acciones legítimas y el mero vandalismo, sin mencionar la intencionalidad de fondo en cada acción, y la interpretación de las fuerzas del orden al ejercer una ley es a menudo nebulosa, y no en pocos casos torpe, a falta de un término más adecuado. No es de extrañar que desde hace años se cuestione la Ley de Seguridad del Estado, pues a menudo es percibida como una salida fácil de los gobiernos en Chile para silenciar las protestas e intimidar a la población.

En respuesta, las protestas se recrudecieron en la capital durante la tarde del viernes, llevando a quemas en diversas estaciones del metro y buses, además de ataques a instituciones públicas y los clásicos saqueos a supermercados (retomaré más adelante a profundidad esto). Todo esto generó choques terribles entre los manifestantes y Carabineros, que como es usual actuaron con mano dura, con gases lacrimógenos hasta dentro de las estaciones. Casi como una especie de parodia tercermundista de la toma de la Prisión de La Bastilla durante la Revolución Francesa, un incendio consumió esa misma noche las escaleras de emergencia en el edificio corporativo de la compañía de energía ENEL, de donde se pudo evacuar a unas 40 personas que aún estaban dentro. Como resultado, el Metro de Santiago cerró todas sus líneas y Chadwick invocó la Ley de Seguridad para combatir a manifestantes y vándalos, reforzando no sólo la dotación de los Carabineros sino además llevando al Ejército a las calles, hecho reprochado incluso por el Sindicato Profesionales y Técnicos de Metro de Santiago por esquivar las causas de las protestas. El sábado, y ante la suma de otras ciudades a las manifestaciones y destrozos, el Gobierno declaró Estado de Emergencia y el Ejército decretó toque de queda en Santiago, extendiéndose a horas de la noche a Concepción, mientras que ayer le tocó el turno a Valdivia. A fecha de hoy, martes 22 de octubre, cinco regiones del país se encuentran en estado de emergencia, y hay toque de queda aplicando en diferentes comunas para un total de diez regiones en la misma condición, lo cual ya ha generado largas filas de gente comprando por pánico y riesgo de desabastecimiento por ser una profecía autocumplida, y aunque Piñera decidió revocar el alza en la tarifa del metro, las manifestaciones no han cesado, con un saldo hasta ahora de 15 muertos –cuatro confirmados a manos de las Fuerzas Armadas- y más de 2600 detenidos.


2. No, no es sólo por el Metro.
Si uno se dejara comprar sin más por el discurso de Piñera y sus ministros, además del enfoque de los medios, pensaría que la serie de protestas y disturbios son exclusivamente por el alza en las tarifas del Metro. Pero eso no explicaría por qué en ciudades como Concepción y Valdivia se alteró el orden público, ¿cierto? Además, si en efecto se tratara sólo de eso, las manifestaciones habrían cesado con la suspensión de la medida económica, y como acabo de explicarles no ha pasado así. Y no, no tiene nada que ver con una conspiración desestabilizadora chamitocubana, como sugirieron el cretino de Luis Carlos Vélez en El Espectador y un escritor invitado en una abominable columna de ese pasquín libertario de PanAmPost, que le compraron la delirante jactancia onanista a Maduro y Cabello, quienes ven las protestas en varios países de la región como “brisas bolivarianas”.


La realidad es que la tarifa del metro sólo fue la gota que rebalsó la copa. No es más que el punto máximo de indignación ante décadas de una serie de problemáticas socioeconómicas, más de una heredada de la dictadura militar de Augusto Pinochet (1973-1990) -y que por cierto, no son ajenas a muchos de nuestros países sudamericanos, incluyendo Colombia-, a las que Piñera y otros presidentes antes que él no sólo no han dado soluciones concretas, sino que además las han incrementado. En concreto, de “El Tata” los chilenos heredaron el sistema actual de pensiones y el criticadísimo Código de Aguas. El primero, englobado en las AFPs (Administradoras de Fondos de Pensiones), es cuestionado porque estas entidades de carácter privado no han sabido entregar pensiones dignas a los contribuyentes, y son percibidas por muchos como bancos camuflados de los empresarios chilenos, quienes además contribuyen poco en cuanto a impuestos (¿le suena familiar a Colombia?). En cuanto al Código, éste ha permitido que particulares acaparen derechos sobre las fuentes hídricas (mejor dicho, el agua en Chile está privatizada), generando un desabastecimiento que hoy en día afecta en especial a la zona norte del país, siendo más fuerte este año debido al menor régimen de lluvias.

Otros problemas provienen del modelo económico ocupado por el Estado durante los últimos años del Régimen Militar y el retorno a la democracia. Chile maneja una importante brecha social, donde cerca del 1% de la población concentra más de un cuarto de la riqueza en el país, un parlamentario gana 33 veces el salario mínimo y la mediana de la población trabajadora gana igual o menos de $400.000 pesos ($562 dólares) mensuales, de los cuales en promedio casi el 13% se va en transporte (y en familias de bajos recursos, ese porcentaje crece hasta cerca del 30%), y si se le suman las cotizaciones a salud y pensión, que son unos 75.000 pesos más, casi un tercio de su sueldo queda fuera del alcance para cubrir otras necesidades. Santiago en particular es una ciudad carísima, y el alza en los servicios públicos y la renta han contribuido también al endeudamiento de la mayor parte de la población no sólo de la capital, sino también del país; uno de cada cuatro chilenos mayores de edad tiene moras en el Dicom, y la mayor parte de la población gasta casi otro 30% de su salario en cubrir deudas.

El sistema de salud mixto, donde un 80% de la población tiene acceso al seguro público, cuenta con deficiencias en cuanto a las listas de espera, la disponibilidad de especialistas y centros de salud y los altos costos (enfermarse en Chile es bastante caro, a decir verdad). Y si en Colombia seguro conocen las problemáticas de Transmilenio en Bogotá, no creo que haya que ampliar mucho en cuanto a las falencias de su copia chilena Transantiago, que junto con el metro es uno de los sistemas de transporte más caros del mundo. Por otro lado, la educación ha mejorado un poco después de las protestas en 2006 y 2011, pero aún cuenta con problemas de calidad y se le considera un sistema que fortalece la segregación social en Chile, además de ser bastante costoso. Y para rematar, los casos de corrupción en las instituciones por financiamientos ilegales en campañas, malversación de fondos y fraudes en las fuerzas del orden, y casos de evasión de impuestos y colusión de empresas en sectores de servicios básicos (de nuevo, muy familiar para nosotros en Colombia) han hecho que crezca la desconfianza de la población en la legitimidad de autoridades instituciones.

Todos estos factores han generado un caldo de cultivo para la indignación y la rabia en la población, la cual se ha ido acumulando a través de décadas; el alza en la tarifa del metro no fue más que la proverbial punta del iceberg. Y aunque al lector le parezca imposible, los icebergs explotan. Eso fue justo lo que pasó este fin de semana. Como me dijo un local, esto podría haber pasado en cualquier gobierno chileno. Piñera sólo dio los retoques finales para que la gente se volcara a pedir que se paguen las deudas históricas que el gobierno tiene con la sociedad.

(Nota –no tan- personal: sería interesante un análisis mucho más detallado de la contribución del sistema económico chileno a la actual crisis por parte de Chemazdamundi, que sí que sabe de economía.)

3. ¡A destruir los semáforos opresores!
Algo que se ha llevado los reflectores durante esta crisis han sido los ataques constantes contra servicios e instituciones públicas, así como saqueos de supermercados, farmacias y otros negocios privados: de hecho, fuera de Santiago la mayoría de los disturbios se han limitado a barricadas ardientes y saqueos, aunque también hemos visto cacerolazos y concentraciones pacíficas como en Valdivia (luego, eso sí, de haber quemado y saqueado varios locales comerciales el fin de semana) y Concepción. Tan sólo ayer, en esta última fueron quemados una sede de la Seremi de Educación, una sala del Palacio de Tribunales y un Sodimac que además fue saqueado antes de arder por completo. Y el servicio por el que inició todo esto, el Metro de Santiago, vio incendios graves en 20 estaciones, y otras 57 recibieron daños, por lo que es probable que la totalidad del servicio no se restablezca en meses, sin mencionar los buses de Transantiago que también fueron pasto de llamas. Y aquí es donde yo pregunto: ¿qué rayos tiene que ver eso con vivir dignamente?


Cuando uno critica el vandalismo durante las manifestaciones, por lo general te salta al cuello una cuerda de gente a atacarte porque, según ellos, están más preocupado por las pérdidas materiales que por los abusos de la fuerza pública o las problemáticas por las cuales la gente se está manifestando. Y si acaso alguno de ellos reconoce que en verdad esos destrozos son acciones erróneas, no tardarán en echarles la culpa a infiltrados de la policía o el Ejército con el propósito de darse un pretexto para reprimir de forma agresiva a los manifestantes. Y no es así. Está dentro de la capacidad neuronal de cualquier persona con sentido común repudiar la violencia ejercida por Carabineros y el Ejército, y a la vez condenar los saqueos e incendios a los negocios. Una cosa no invalida la otra. Para citar a Maik en una entrada ya vieja sobre el sectarismo político en México a propósito de una serie de marchas en el DF con resultados similares: “Obviamente, el daño cometido a una persona me indigna más que el daño ocasionado a un objeto o inmueble, pero cada cosa debe analizarse y juzgarse por separado: las cabezas abiertas no hacen que el daño material sea menor o menos condenable, ni éste hace que las detenciones arbitrarias y la brutalidad policiaca sean menos injustas.

Con respecto a ese meme sobre la “doctrina del shock” que anda circulando por ahí, tampoco me creo que todos los saqueos e incendios en varias ciudades sean trabajo de Carabineros y del Ejército. Es también lógico y casi inevitable que dentro de las manifestaciones sociales siempre haya anarquistas o violentos que no saben o no quieren canalizar su rabia e indignación en las medidas pacíficas usuales, así como los carroñeros que aprovechan la confusión para llevarse todo lo que no esté pegado al piso. Eso no excluye, por supuesto, que hayan ocurrido infiltraciones dentro de las manifestaciones –y ya hay más de un video de encapuchados conversando bastante amigables con algún carabinero-, pero en el mejor de los casos el vandalismo y los incendios fueron una respuesta mixta de protestantes y disfrazados más que una expresión única de alguno de los dos lados. Y eso habría sido de todos modos una razón fundamental para rechazar todas las expresiones de vandalismo y piromanía durante las protestas.

Y sí, pueden decirme que la mayoría de esos negocios y sedes institucionales tienen seguros que les permitirán recuperar buena parte de lo perdido en incendios y robos, qué más de uno ya lo ha dicho, pero ¿creen que eso no se lo van a sacar al cliente y al contribuyente con costos altos o impuestos? ¿Y a dónde van a acudir los demás ciudadanos que requieren de sus servicios durante la restauración? Porque eso no lo van a arreglar en un par de días. ¿Y los empleados que dependen de esos negocios para llevar plata a la casa? No creo que sean precisamente cuicos de Ñuñoa, pero dudo que a los que saquearon orgullosos les importara mucho. ¿En verdad era tan difícil mantenerse dentro de las evasiones masivas, que sí que eran una protesta legítima? Claro, igual eran pérdidas económicas para el metro, pero muchísimo menores a lo que costará la restauración de las estaciones perdidas. ¡Ustedes mismos lo pregonaban! ” ¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!” ¿Era imposible seguir ejerciendo presión a través de ese mecanismo?

¿En serio, qué lograron con eso? Una comprensible represión por parte de Carabineros (que por si lo olvidan, están facultados a responder ante daños a servicios públicos), una respuesta desmedida y estúpida por parte del gobierno al instaurar un toque de queda, y el principal transporte que inspiró las protestas, y en el cual se desplazan millones de personas, mutilado e incompleto por meses. En un todo sólo le han regalado argumentos perfectos a sus propios opresores para apretar el torniquete alegando “razones de seguridad nacional” y reducir las justas exigencias tras las manifestaciones a “delincuencia”. Y por supuesto, que muchos ignoren los obvios excesos y abusos violentos de las fuerzas del orden durante estas jornadas de crisis.


4. ¿Me estai webiando, Piñera?

La verdad es que las respuestas desde el Gobierno en cuanto iniciaron las críticas al alza en las tarifas del metro, al decir del chileno, cayeron como el hoyo. Empezando por la pelotudez del Ministro de Trabajo, Juan Andrés Fontaine, que sugirió no más levantarse más temprano para alcanzar el metro con una tarifa más baja, pasando por el desprecio de Gloria Hutt a las protestas de los estudiantes, ya que “no tienen un argumento, no aumentó la tarifa para ellos”, hasta la polémica e incendiaria frase de Piñera el domingo en la noche, afirmando: Estamos en guerra contra un enemigo poderoso e implacable, que está dispuesto a usar violencia sin ningún límite, la cual tuvo el rechazo hasta del jefe de la Defensa Nacional, el general Javier Iturriaga, quien fue rápido en desmarcarse de la actitud del Piñi al asegurar que no está en guerra con nadie. Tiene más empatía una iguana necrófila con anfetaminas que el poder ejecutivo reunido en La Moneda.

Pero quizá dos de las peores cosas que exacerbaron la furia de la gente fueron la fría declaración de Juan Enrique Coeymans, presidente del Panel de Expertos del Transporte Público, que recurrió a una asociación falaz para desestimar las críticas al decir que “cuando suben los tomates, el pan, todas las cosas, no hacen ninguna protesta”, y una foto de Piñera comiendo pizza durante el cumpleaños de su nieto en una pizzería de Vitacura, mientras continuaban las protestas en Santiago durante la noche del sábado, y antes de declarar Estado de Emergencia. Ambos gestos cayeron como un batazo en la ingle para la población, pues la falta de tacto social y político de los dos es el reflejo de una desconexión atroz de las élites en el poder con la realidad de la gente del común.

A Coeymans no le caería mal tener en cuenta algo que me dijo una señora con la que conversaba el fin de semana, a propósito de su frase: “Si no tenemos para comprar pan, pues nos cagamos de hambre. Pero si no nos alcanza para el metro, no podemos ir a trabajar. ¿Y entonces de dónde sacamos para comprar pan?”. En cuanto a Piñera, respeto su derecho a tener un espacio personal con su familia, pero tal vez cualquiera con un atisbo de sensatez comprendería que la situación de orden público ameritaba una mayor compostura y mejor sensibilidad política de su parte, no dar la impresión de esquivar las exigencias de la gente e ignorar la atmósfera del momento. Con esa cena se disparó no en el pie, sino en las rodillas.


Y en cuanto a la torpe frase del “enemigo poderoso e implacable”, me uno a Josué, de Monitor Fantasma, al preguntar: “¿Quién, Sebastián Piñera? ¿Quién es ese enemigo poderoso e implacable? ¿El pueblo?” ¿O quiere seguir el juego de Maduro de sobrestimar su situación y proponer a Venezuela como la mano detrás de las protestas? ¿En serio pretende ignorar que hay demandas de fondo detrás de la situación que está enfrentando hoy en día, y reducirlo todo a un abstracto incomprobable? Ah, pues sí: es más fácil dispararle a muñecos de paja que fajarse los pantalones. La miopía política y social de Piñera es desconcertante. Tal como describe Eugenio Rivera en El Mostrador, en una columna donde compara las actuales protestas en Chile con la trama de fondo en la reciente película Guasón:

El conflicto se le ha escapado de las manos al Gobierno por su falta de conciencia de los problemas que enfrenta la sociedad chilena y por su débil capacidad de gestión política, la cual lo lleva a creer que un país se conduce con medidas efectistas y siguiendo el vaivén de las encuestas. Tanto desde las filas de la coalición de Gobierno como desde la oposición se ha venido llamando a un cambio de gabinete que permita una visión más realista de la situación y negociaciones genuinas con la oposición que echen andar las urgentes reformas que se necesitan para combatir la desigualdad que polariza la sociedad chilena.

Actualización 25/10: Como si por fin hubiera despertado de la ensoñación, el martes en la noche Piñera se presentó en una alocución, pidiendo perdón por la “falta de visión” ante las problemáticas sociales que se han ido acumulando, y anunció una serie de reformas económicas para intentar aplacar a la población, que incluyen entre otras cosas anular el alza en las tarifas eléctricas, un incremento del 20% en la pensión básica, un ingreso mínimo garantizado de $350.000 pesos, un mayor impuesto a personas con altos ingresos y una reducción en las dietas parlamentarias.


Notarán, sin embargo, si se fijan en la sección sobre los motivos de las protestas, que estos son más cambios superficiales que estructurales, por lo cual las protestas están en un punto de no retorno hasta que no se perciba un verdadero esfuerzo por parte del Presidente. No son pocos los que recomiendan un revolcón urgente del gabinete ministerial ante el actual conflicto, empezando por el ministro Chadwick, e incluso otros proponen la creación de una Asamblea Constituyente que redacte una nueva Constitución –tengamos en cuenta que la actual Constitución de 1980, no sólo es de herencia pinochetista, sino que también fue aprobada con un plebiscito cuestionable-, y de paso la renuncia del mismo Piñera.


Oh, y aún falta la cereza del pastel: las fuerzas armadas.

5. Palitos para abollar "ideologías"
Una de las cosas que he notado desde que estoy en Chile es que los carabineros son bastante propensos a resolver casi cualquier protesta con gases lacrimógenos, quizás porque a diferencia de Colombia no hay una división especializada a lo ESMAD, y por lo tanto están facultados a implementar las mismas medidas. Y aun cuando en sentido general, según me han comentado, los chilenos tienden a ser muy respetuosos con las instituciones, casos como el megafraude dentro de Carabineros, Luchsinger-Mackay y la turbia muerte de Camilo Catrillanca tienen en mala postura a esta institución frente a buena parte de la población. Y la mezcla de carabineros y soldados del ejército en la represión de las actuales protestas ha sido un cóctel violento y a todas luces repudiable.


Una pausa para dejar algo en claro: no, Piñera no es un dictador. Amigo chileno, no hace falta que lo sea para que te eche encima a los “milicos” en las calles: sólo se necesita ser medio pusilánime para quebrarse ante la presión y recurrir a una solución facilista sin resolver el fondo del problema. Eso no quita que recurra a acciones que, al menos, son cuestionables en el marco de la democracia. Y créanme que en Colombia sabemos de eso: no hizo falta que Uribe fuera dictador para que empezara a interceptar de forma ilegal a magistrados y opositores, o para que se ejecutaran a inocentes y se disfrazaran como bajas guerrilleras. Eso sí, tampoco es que no aspirara a convertirse en uno al querer modificar más la Constitución para reelegirse indefinidamente, e incluso ahora el senador y ex presidente no cede en su empeño, queriendo construir una suerte de Maximato a través de su títere porcino.

No es como que se pueda culpar a la gente por tener la sensación de un remanso fascistoide en la medida, pues la aplicación de un toque de queda en el país no se veía desde los años de la dictadura, y eso tiene inquietos a muchos chilenos. Pero se necesita mantener la cordura y cabeza fría en estos momentos.

Desde que iniciaron las protestas la represión de las Fuerzas Armadas ha sido contundente y brutal. El Instituto Nacional de Derechos Humanos y la Human Rights Watch han denunciado una serie de abusos por parte de los uniformados, incluyendo lesiones a menores e incluso humillaciones sexuales. Los registros de la brutalidad ejercida en estos días abundan en los medios y las redes sociales, como el caso de un médico que fue apaleado por miembros de Fuerzas Especiales al increparlos por usar gas lacrimógeno contra una mujer embarazada, un individuo torturado en Los Andes por miembros de la PDI, palizas durante una detención en Antofagasta y varias denuncias de mujeres que aseguran haber recibido golpizas, vejámenes e incluso amenazas de violación por parte de uniformados. También se acusa a FFEE de haber provocado los desmanes en Valdivia el fin de semana al reprimir de forma violenta una concentración pacífica. Incluso hay evidencias de ataques a periodistas extranjeros, como una comunicadora de la BBC cuyo entrevistado recibió una bomba lacrimógena en la cabeza mientras lo grababan y un periodista argentino a quien un carabinero disparó con balines de goma durante el cubrimiento de una protesta. ¿Quiénes son entonces los que están “dispuestos a ejercer violencia sin ningún límite”?

No han faltado episodios extraños, como el de un carabinero solitario que se unió a los cacerolazos en Santiago, otros más desubicados a los que les pareció lanzar piropos a una mujer que protestaba, o aquellos que parecían consumir cocaína antes de reprimir las protestas. Otros curiosamente emotivos, como una manifestante abrazando a un carabinero que lloraba. Y aún otros ridículos, como el del carabinero que fue detenido en Coronel por saquear un supermercado, además de un gendarme que estaba en las mismas junto a su madre.

Actualización 23/10: Pero no nos perdamos en estas distracciones, porque la lista de excesos se mantiene. Hay también una denuncia gravísima por la muerte de José Miguel Uribe, un joven de 25 años que recibió un tiro en el pecho durante una manifestación en Curicó, ciudad donde no hay toque de queda, y por lo cual está detenido un miembro del Ejército. El mismo alcalde de Curicó repudió los hechos, destacando que en la ciudad “no hay formalmente militares, entonces cuando algunos piden que necesitamos militares, miren lo que sucede, no han llegado los militares y ya se habla de que habría un muerto a manos de ellos”.

En serio, los videos en Internet abruman. A pesar de que la ambigüedad en los algoritmos y criterios de denuncia de material gráfico hacen un poco difícil mantener accesible la información (lo que no es lo mismo que censurar), aún hay decenas de material que evidencian lo que está ocurriendo en Chile. Un joven al que un militar le dispara en la pierna mientras otro lo mira antes de catearlo, soldados disparando y amenazando con tiros a gente resguardada en Vital, denuncias de militares entrando a las casas y llevándose a la gente e incluso solicitudes para encontrar a gente desaparecida. Algunas serán ciertas, otras no, pero el hecho es que es innegable la brutalidad ejercida por las fuerzas armadas durante estas jornadas. Tal como denunció el director para las Américas de Human Rights Watch, José Miguel Vivanco, “el Presidente Piñera debería dejar en claro la necesidad de respetar derechos humanos y la justicia debe investigar a los responsables”.


Actualización 25/10: Y hay más. El Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH), ante las denuncias de diversas fuentes en redes sociales, envió funcionarios a investigar en el subterráneo de la estación Baquedano del metro, encontrando evidencias de que el sitio fue usado como centro de detención clandestina y torturas, lo cual revivió los peores fantasmas de los años de dictadura militar. Se han sumado además denuncias del uso de armas no letales, como balines de goma, para generar lesiones en los ojos a los manifestantes, y manoseos y desnudamientos a detenidas, lo cual constituye abuso sexual por parte de los que se supone garantizan la seguridad. Para colmo, el Ejército confirmó que durante la tercera noche de protestas en Valdivia, ante la presencia de personas que supuestamente llevaban escopetas y armas de fuego, se vieron obligados a ejercer el uso de fuerza letal. Todos estos hechos han llevado a que la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, la ex presidenta Michelle Bachelet, anunciara el envío de una comisión para investigar las decenas de denuncias de violaciones a los derechos de los ciudadanos.

Conclusiones

Mientras termino la entrada, estoy escuchando cacerolazos a las afueras de casa. Gestos humildes pero significativos, que pueden demostrar que una protesta puede ser ordenada y a la vez contundente. Aunque parece que Piñera va a tener que ceder más de lo que esperaba, por el momento la agitación social se mantiene, y aunque hoy fue más ordenado que el fin de semana, no parece que las aguas se calmen pronto.

No me queda más que pedir a los chilenos que no desfallezcan. Que se mantengan así, firmes pero ordenados, evitando las acciones vandálicas que sólo le dan argumentos al gobierno para mantener la represión. Tienen que enviar el mensaje de que es fundamental empezar a realizar cambios en las estructuras, ir más allá del sistema establecido. Saludos a todos.

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