La influencia del Eclesiastés en el arte
Actualmente es innegable que la Biblia ha tenido
una gran influencia en el desarrollo de la cultura occidental, sea para bien o
para mal. Durante mucho tiempo, reyes estuvieron bajo las órdenes de la
Iglesia, y el arte era creado mayormente con propósitos religiosos, o era
desarrollado únicamente por el clero, como en el caso de la literatura, por ser
quienes podían darse el lujo de una educación profunda. Incluso hoy en día,
muchas obras literarias tienen influencia de conceptos bíblicos e incluso de
varios libros de la misma Biblia. Una de las influencias más notables para
muchos, y quizás una de las más interesantes, es El Eclesiastés.
Eclesiastés es un libro narrado por un personaje desconocido
que se describe como Qohéleth
(traducido como predicador u orador), “hijo de David”, “rey de Jerusalén”, por
lo cual suele atribuirse su autoría a Salomón -los estudiosos, no obstante, lo
consideran de origen postexílico, dada la notable influencia de la filosofía
griega-. Se compone de doce capítulos, en los cuales se hacen reflexiones
acerca de la futilidad de la vida lujosa, los placeres, los límites de la
sabiduría y todas las actividades de provecho al ser humano. En un volumen tan
grande como la Biblia, que con frecuencia muestra a Dios preocupándose por su
pueblo escogido, Eclesiastés resalta
por un tono marcadamente existencialista, y si bien se alude en varias
ocasiones a Dios (casi siempre desde la idea de temerle), para muchos es
probablemente un ejemplo del trasfondo nihilista de la religión abrahámica
(pues si a través de Dios se obtiene la vida eterna y la gloria, los dones
terrenales de nada valen).
Algunos
eruditos consideran que el epílogo de este libro y algunas afirmaciones de
carácter religioso son adiciones posteriores, puesto que el texto en sí es de
un carácter un tanto escéptico e inconformista, razón por la cual es cercano en
temática al Libro de Job (donde el
epónimo personaje se queja ante Dios por su sufrimiento). De hecho, para muchas
personas es notable que el Predicador sea específico en cómo, a pesar de la
fugacidad de la vida, una vez que se confía en Dios se debe aprovecharla,
puesto que no hay nada después de la muerte –tengan en cuenta que el concepto
de un alma inmortal no existe en el judaísmo original-.
El existencialismo y rechazo de los placeres
“mundanos” que presenta El Eclesiastés ha sido quizás una de las mayores
influencias del Antiguo Testamento en el arte. Por ejemplo, si nos fijamos en
la pintura, uno de sus primeros mensajes, “Vanidad
de vanidades, todo es vanidad”, fue convertido en una figura de bodegón
conocida justamente como vanidad, consistente en símbolos de la fugacidad de la
vida. Estos símbolos pueden ser frutas maltratadas o en estado de
descomposición (frecuentes, por ejemplo, en las obras de Caravaggio), cráneos
humanos (los más utilizados como memento
mori), relojes de arena, entre otros. Las vanidades, especialmente los
cráneos, suelen ser colocados en medio de símbolos de actividades humanas, como
libros o instrumentos de ciencia, como un recordatorio de que todo lo que
hacemos y aprendemos en este mundo es pasajero y relativo, y que no perdurará
cuando nos hayamos ido.
Composición de flores y animales
pequeños, de Abraham Mignon (segunda
mitad del siglo XVII). En la parte inferior se encuentra un esqueleto de ave
como vanidad.
Los embajadores, de Hans Holbein el Joven (1533). La figura a los
pies del cuadro es la anamorfosis de un cráneo humano.
En
la literatura también hay ejemplos de la influencia de las ideas de este libro,
pues muchos de sus mensajes tienen un gran eco en Occidente. El Soneto 59 de
Shakespeare abre con una referencia a Eclesiastés. Thomas Wolfe lo consideraba
el libro más noble y sabio de todos los que había leído. Fiesta, de Ernest Hemingway, fue titulado originalmente como The Sun Also Rises, inspirado en Eclesiastés 1:3-5, y que encaja muy bien
en la crítica a las inmoralidades y excesos de la generación de su época. Edith
Warthon escribió La casa de la alegría,
contrastando los términos de “duelo” y “alegría” de Eclesiastés 7:4 con su crítica de la frivolidad y superficialidad
de la alta sociedad neoyorquina de finales del siglo XIX.
Y,
¿por qué me interesó de repente todo esto? Bien, hace poco mi hermana me
comentó sobre las obras de Hemingway y Warthon, y eso encendió una mecha para
leer un poco más al respecto. La verdad no esperaba que su influencia en la
literatura fuera tanta. Además, El Eclesiastés
siempre me ha parecido un libro un tanto extraño para la Biblia: en ocasiones
es más bien pesimista, y particularmente filosófico para pertenecer a ella. Debo
admitir que hay varios pasajes que me gustan. Y, finalmente, porque hay un
fragmento en especial que siempre me ha gustado: Eclesiastés 3:1-8:
En este mundo todo tiene su hora;
hay un momento para todo cuanto ocurre:
Un momento para nacer,
y un momento para morir.
Un momento para plantar,
y un momento para arrancar lo
plantado.
Un momento para matar,
y un momento para curar.
Un momento para destruir,
y un momento para construir.
Un momento para llorar,
y un momento para reír.
Un momento para estar de luto,
y un momento para estar de fiesta.
Un momento para esparcir piedras,
y un momento para recogerlas.
Un momento para abrazarse,
y un momento para separarse.
Un momento para intentar,
y un momento para desistir.
Un momento para guardar,
y un momento para tirar.
Un momento para rasgar,
y un momento para coser.
Un momento para callar,
y un momento para hablar.
Un momento para el amor,
y un momento para el odio.
Un momento para la guerra,
y un momento para la paz.
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