Cuando la discriminación es más que activa

Nada puede haber más tonto y cretino que dar por hecho la existencia de personas de segunda clase basado en el color de su piel, su credo o su orientación sexual. A menudo, muchas personas que defienden la libertad de pensamiento pretenden llevar dicha libertad a extremos absurdos, argumentando que ninguna idea es mejor que otra, y lo mejor que podemos hacer es no criticarlas. Tristemente, la realidad se encarga constantemente de demostrarles que esta no es una fórmula de paz. Y desafortunadamente, lo demuestra con hechos cruentos.

La madrugada del pasado domingo, un hombre llamado Omar Mateen, estadounidense de origen afgano, abrió fuego en Pulse, un club nocturno de la comunidad gay en Orlando, Florida. Hasta el momento, unas 50 personas fueron asesinadas y 53 más quedaron heridas, en la que ahora se conoce como la peor masacre en la historia de Estados Unidos. Si bien Mateen se comunicó previamente con la policía para manifestar su apoyo a Estado Islámico, aún se está investigando si realmente estaba integrado con la organización terrorista. De momento, y es sumamente claro, esta masacre es un grave crimen de odio.


No hay forma en que eso sea mejor. Los crímenes de odio son un asunto serio, pues son evidencia de las ideas discriminatorias que aún persisten en una sociedad. Y en el caso de la homofobia, es una muestra de cómo las ideas religiosas continúan infectando a la gente. Y no seamos tan cínicos de pensar que esto es cosa exclusiva de los musulmanes. Sólo hay que ver los horribles comentarios de personas miserables -ya lo he dicho antes y lo repito: no hay otra forma de llamar a gente así- sobre la masacre en Orlando. Es complicado polemizar sobre un tema tan delicado para muchos como la religión cuando acaba de ocurrir una tragedia así, pero si hay tantos que se sienten muy nobles al condenar al infierno a las personas que murieron en Pulse, ¿por qué debo callarme yo si intento reflexionar un poco? Es casi imperativo discutir cuál es el problema de fondo en el hecho de que la discriminación activa puede pasar de protestas de odio, como las de la Iglesia Baptista de Westboro, a intentar derribar la aprobación del matrimonio homosexual, como hace el Procurador en Colombia, hasta abrir fuego en una discoteca.

No intentemos enajenarnos: la experiencia y la evidencia me han mostrado que no es necesario ser religioso, ni siquiera creyente, para creer que los homosexuales son ciudadanos de segunda clase. No obstante, hay una diferencia cuando tienes a la religión respaldándote. Cuando tienes la creencia de que hay un creador celestial que considera abominable el sexo entre personas con los mismos genitales, y claramente los condena a muerte, tienes el suficiente valor para desenfundar un arma y disparar contra un grupo de personas que simplemente trataban de disfrutar su noche, puesto que tienes la confianza de que estás haciendo el trabajo de Dios.

Sí, sabemos que Mateen era musulmán, y aun si no pertenecía a EI, claramente se trataba de una persona con ideas fundamentalistas (las declaraciones de su padre indican que él tampoco es muy diferente). Sabemos que es mucho más probable que un musulmán tome las armas contra los infieles que un cristiano, con todo y lo estereotípico que suena eso, porque en un todo sus sociedades aún son terriblemente teocráticas, y no sufrieron periodos históricos como la Ilustración, por lo que no tienen una gran tradición de crítica como en las sociedades cristianas. Pero, no nos engañemos: esos seríamos nosotros, de haber permanecido dominados -totalmente- por la Iglesia Católica y las distintas ramas del protestantismo que han surgido desde la Reforma. Y cuando en Estados Unidos fueron asesinados médicos abortistas por violar la “santidad de la vida”, y conseguir un rifle de asalto es casi tan sencillo como comprar una menta, se entiende que un estadounidense blanco que pueda ser un homicida homofóbico o racista es una realidad que no está lejos.

Ignorar que los crímenes contra minorías como los LGBTI y los no religiosos que ocurren hoy en día tienen profundas raíces religiosas es apuñalarse los ojos como hizo Edipo. Cuando no son blogueros ateos asesinados o encarcelados y azotados en países con una Constitución descaradamente teocrática, o grupos terroristas disparando contra una comunidad que pertenece a una religión diferente, o simplemente a un estilo de vida que desaprueban, son personas que se convencen a sí mismas de ser portadores de la voluntad divina. ¿Cuántas masacres del mismo estilo deben ocurrir antes de que comprendamos que la imperturbabilidad de las creencias religiosas y su pretensión de inmunidad a la crítica es una bomba de tiempo?

Por desgracia, cuando ocurre una tragedia de esta naturaleza siempre hay buitres dispuestos a repartirse la carroña política, y la dimensión del problema real se ahogará en discusiones polémicas y medidas atroces. Ya hemos visto cómo funciona: mientras en la extrema derecha se buscará satanizar a todos los musulmanes para oprimir sus derechos, la izquierda hará maromas mentales para negar que el Islam tiene mucha influencia en la violencia, y al final ninguno resolverá los problemas reales. La masacre de Orlando, además, es oxígeno adicional a la campaña de Donald Trump, quien ya declaró que su próximo discurso será al respecto del “terrorismo islámico radical”, y de paso criticar a Obama y Hillary Clinton por no ser más fuertes en sus declaraciones. Antes nos parecía que Trump como presidente era sólo un chiste absurdo: hoy ya es una monstruosa posibilidad. Un pueblo herido es un pueblo rencoroso, y tragedias como esta hacen que la gente considere votar por quien aparentemente muestra tener una mano fuerte. No porque realmente respeten a los homosexuales (al fin y al cabo, son republicanos), sino porque odian mucho más a los musulmanes.

Cada vez es más evidente que no se puede permitir la supervivencia de ideas que inciten al odio y la discriminación contra otras personas. Es necesario arrancar de raíz esa fuente de desprecio y violencia, y para ello se debe atacar el abono que lo alimenta. Y el abono más nutritivo que tiene hoy en día gran parte del mundo para justificar el rechazo hacia ciertas personas es que así lo exigen sus creencias religiosas. ¿Seremos lo bastante valientes para cuestionarlas?

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