Lo que cuesta ser investigador
Hace
unos días se hizo conocido un
proyecto para un decreto del Ministerio de Ambiente, enfocado en la
reglamentación de una “tasa compensatoria por caza de la fauna silvestre”. Toman
como base lo siguiente: en los artículos 79 y 80 de la Constitución se
establece que es deber del Estado proteger y conservar la diversidad y las
áreas de importancia ecológica, y garantizar el uso adecuado de los recursos
naturales renovables; al mismo tiempo el artículo 42 de la Ley 99 de 1993
establece que se pueden fijar tasas compensatorias para el mantenimiento de la capacidad
de renovación de dichos recursos. Por todo lo anterior, el proyecto busca que
se establezca una tasa de compensación para toda actividad de caza de fauna
silvestre en el país, con una tarifa mínima de $9.000 por espécimen o muestra.
Todo
lo anterior suena fantástico, excepto por la clasificación del término “caza” que
el proyecto presenta. Entre los varios tipos de caza, aparece la siguiente
definición:
“d. Caza científica: Es la que se practica
únicamente con fines de investigación o estudios, e incluye las enmarcadas
dentro de un permiso de estudio con fines de investigación científica, permiso
de recolección de especímenes de especies silvestres de la diversidad biológica
con fines de investigación científica no comercial y el permiso de estudio para
la recolección de especímenes con fines de elaboración de estudios ambientales”.
En
otras palabras, cada vez que un investigador salga a recolectar especímenes o
muestras (en el caso de animales menores a 1 cm, tal como lo establece el
proyecto) faunísticos, deberá pagar por cada uno de ellos. Traten de visualizar
lo anterior: digamos que un estudiante de biología necesita hacer un estudio
del contenido estomacal de una especie de pez, con el fin de determinar,
digamos, su comportamiento alimentario, y si existen variaciones en la dieta
relacionadas con el sexo o la estacionalidad. ¿Cuántos especímenes necesitaría?
La metodología dicta como mínimo unos treinta, pero es muy probable que se deba
trabajar con más. ¿Pueden imaginar cuánto puede costar tal cosa? Digamos que,
por ejemplo, no se trata de pesca incidental, sino que la investigación se hace
buscando específicamente esa especie, valga la redundancia. Y si, además, el
proyecto no cuenta con una gran financiación, cosa que ocurre mucho, ¿cómo
podría pagar la dichosa tasa compensatoria?
Antes de continuar con la idea principal,
explicaré por qué surgió este proyecto en Minambiente. Hace ya tiempo, el inmunólogo
Manuel Elkin Patarroyo se metió en problemas legales al realizar experimentos
con monos de un género actualmente amenazado (Aotus, los monos de noche), los cuales obtuvo a través de tráfico
ilegal, con lo cual terminó contribuyendo a esta lucrativa actividad. Para
complicar aún más las cosas, Patarroyo usó una especie de Aotus que ni siquiera se encuentra en el país, y que dada la problemática
taxonómica que rodea a este género, podrían ser incluso más especies. Debido a
la polémica en torno a este episodio, se decidió formular el proyecto ya
mencionado de tasa compensatoria.
El
problema con este proyecto es que termina oprimiendo a muchos otros
investigadores honestos, quienes no siempre contarán con un presupuesto tan
amplio como para permitirse pagar altas tasas compensatorias, las cuales no
dependerán únicamente de la tarifa mínima mencionada al principio, sino también
de una serie de factores y variables expresados en fórmulas matemáticas.
Variables como el factor regional, el coeficiente biótico o la variable de
nacionalidad (esta última me parece particularmente molesta: ¿un investigador
extranjero que desee colaborar con nosotros tendrá que pagar una tasa mayor?) modificarán
el valor de la compensación que deberá pagar el investigador, y pueden
convertirla en un desbalance.
Un
hecho curioso que conocí es que, en un simposio sobre tardígrados, presentaron
un mapa sobre el conocimiento actual de las especies de este phylum en
Suramérica, y un enorme signo de interrogación se cernía sobre nuestro país.
¿Por qué? Porque no son animales ampliamente estudiados en Colombia, y son
pocos los investigadores extranjeros que se aventuran a nuestro país debido a,
como lo expresaron, las complicaciones que revisten los permisos de
investigación. De alguna forma, eso debería suponer una ventaja para que los
investigadores nacionales desarrollaran mejor una gran variedad de temas de
estudio (especialmente a los que les molesta la intrusión foránea); sin
embargo, y paradójicamente, la tramitomanía con la que debemos lidiar nos
limita mucho. ¡Y ahora se pretende que además se pague por investigar! ¿Qué
pretendemos conseguir entonces? ¿Cómo podemos esperar proyectarnos en
investigación y desarrollo, si nosotros mismos nos estamos poniendo las trabas
para investigar?
Otro
sinsabor que deja el proyecto es que se está subvalorando la investigación en
Colombia. Piensen en esto: cada espécimen provee una información vital en un
estudio que podría tener un gran impacto. Los ejemplares de museo son prácticamente
invaluables, puesto que representan no sólo el esfuerzo de un biólogo o un
ingeniero pesquero, sino que además son una base para centenares más que deseen
enfocarse en diversos aspectos de un animal, y que necesitarán toda la
información que un ejemplar les pueda ofrecer. ¿Cómo se puede calcular eso?
De momento, la tasa compensatoria es solamente
un proyecto, y está en fase de consultas públicas. Tiene, por supuesto, algunos
puntos buenos, como el hecho de que se busque poner un freno a la caza
indiscriminada (aunque también cuestiono un poco que se incluya la caza de
control). Sin embargo, dificultar la labor del investigador en pos de la
protección de los recursos naturales es una guillotina contra dicho propósito,
pues somos los mismos investigadores los que podemos ayudar a comprender cómo
se pueden aprovechar adecuadamente esos recursos. Necesitamos pronunciarnos
ante lo que es evidentemente un atropello y un despropósito nada práctico
contra nuestra labor.
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