Garissa y el dogma de los textos sagrados

Como comentaba en el último párrafo de la entrada anterior, hace poco ocurrió otra masacre perpetrada por un grupo islámico yihadista, esta vez en la Universidad de Garissa, en Kenia. Allí, los militantes retuvieron a cientos de estudiantes universitarios, y de acuerdo con los sobrevivientes, separaron a los musulmanes de los demás haciéndolos recitar versos del Corán. Como resultado, masacraron a 148 estudiantes ajenos a su religión.

En principio, la reacción a nivel mundial no ha sido la que se esperaba, especialmente si se le compara con la que hubo tras el atentado a Charlie Hebdo. Esto puede sonar a indignación mamerta, pero los hechos son así: los medios de comunicación (y algunos blogs escépticos) no han sido tan rigurosos analizando el episodio. Y por supuesto, en las redes sociales muchos apuntan a un inherente racismo en los medios; otros, principalmente pastores, aseguran que se trata además de un anticristianismo en los mismos (aparentemente la mayoría de las víctimas eran cristianas).


Antes de entrar de lleno en el asunto principal de esta entrada, haré hincapié en las dos críticas anteriores. La primera ya ha sido explicada en que no se trata propiamente de racismo, sino, como lo comentan en la revista Semana, una “jerarquización de la muerte”, basada principalmente en la cercanía y disponibilidad de la información sobre el hecho: es decir, que como Kenia está más alejada que Francia de los grandes medios de comunicación, y seguramente el acceso a los medios locales es menos sencillo, el impacto de la tragedia se ha sentido mucho menos. Además, a muchas personas les parecen más relevantes los hechos nacionales que los extranjeros; la masacre de Túnez y el caso Germanwings, por ejemplo, han tenido buen cubrimiento en nuestro país por la presencia de colombianos en ambas tragedias.

En particular, yo mismo me sorprendo de ver a aquellos que criticaban el cubrimiento al crimen de Charlie Hebdo y otros hechos internacionales como la crisis en Venezuela, por dejar de lado la masacre de los niños de Caquetá, pidiendo más importancia para el crimen de Kenia. Es un extraño pseudohumanismo que me parece paradójico y un poco hipócrita (no exento de cierta fobia a Occidente), pero lo puedo ignorar de momento.

La otra crítica no es nada acertada, y la siento como un grito de las autoridades cristianas para que se limiten las críticas en los medios a su fe, tomando como bandera lo ocurrido en la Universidad de Garissa. Las razones expuestas antes explican bien la falta del impacto requerido ante la masacre: no es necesario secuestrar la noticia para presentarla como una falsa persecución de los medios de comunicación a los cristianos.

Aun así, ¿fue realmente una persecución al cristianismo lo ocurrido en Kenia? Sí, y no. Sí, porque evidentemente los insurgentes estaban tras cualquiera que no fuera musulmán, y dada la influencia occidental y el proselitismo en África, es lógico que los cristianos serían la siguiente mayoría religiosa en el lugar (aunque me sorprendería un poco que entre los asesinados no hubieran otras denominaciones religiosas, e incluso uno que otro no creyente). No, porque los grupos yihadistas actuales, como Estado Islámico o Boko Haram (cuyo nombre significa propiamente “la educación occidental es pecado”), no van propiamente contra los cristianos, sino contra todo elemento en su cultura que provenga de Occidente. Para estos fundamentalistas, regidos por una idea teocrática de la sociedad, la influencia de las culturas europeas y americanas ha plagado a su gente de ideas que no son aprobadas por su forma de pensar: derechos para la mujer y las minorías, libertad de culto, secularismo, laicismo, entre otros. Por supuesto, una de esas ideas llevadas por Occidente es la religión cristiana, por lo cual la persecución a los profesantes de esta fe es, por decirlo así, un objetivo derivado de su causa real.

Entonces, limitar las acciones de los insurgentes yihadistas a la persecución de un grupo religioso no es la mejor observación que hacer sobre lo ocurrido en Kenia. Y cuando se utiliza para denunciar una discriminación inexistente en los medios de comunicación es puro cinismo y sucio descaro.

El principal problema que surge al analizar detenidamente los atentados ocurridos en los últimos meses es el siguiente: cuando ocurren estas tragedias, los relativistas culturales, los defensores del islamismo y muchos musulmanes moderados afirman que tales personas no representan el verdadero espíritu del Islam. Pero la realidad es que no es así. El problema del fundamentalismo no es simplemente que las personas crean ciegamente en un libro de forma tal que se tergiverse lo que dice para justificar tales atrocidades. El problema es que es el mismo libro el que avala ese comportamiento. Y aún peor: ya que el texto antiguo en el cual basan su fe es de inspiración divina, es sagrado e infalible, y como tal debe ser seguido sin cuestionarse, al pie de la letra.

¿Le parece conocido este comportamiento al lector? Debería: es lo mismo para cualquier religión basada en un texto antiguo, sea la Biblia, el Corán, los Vedas o cualquier otro. En cada fe, cada texto es incontrovertible, y hacerlo es básicamente una blasfemia. En tal caso, cualquier tipo de desviación de los postulados de dicho texto debe ser castigada de alguna forma. Y en el Islam es clara la consigna: se castiga con muerte.

Esto no es una actitud islamofóbica, ni nada por el estilo. Yo no estoy diciendo que todos los musulmanes sean violentos homicidas: hay muchos que llevan su vida sin fastidiar a los demás. Pero lo hacen ignorando que dentro del Corán hay llamados a dar muerte a cristianos, judíos, no creyentes y otros grupos, como explican en el blog Sin Dioses. Esto no es ajeno a otras religiones: los cristianos, por ejemplo, suelen ignorar las partes más violentas del Antiguo Testamento y las leyes mosaicas y rescatar las más “inocuas” como el rechazo a la homosexualidad como abominación. Si algo de ello es comentado, suelen responder que la ley de Moisés desapareció tras la llegada de Jesús, o que esos pasajes se deben interpretar. Lo gracioso es que la respuesta a ambas cosas está en la misma Biblia, pero curiosamente deciden ignorarla:

Mateo 5: 17-18: “No piensen que he venido a anular la ley o los profetas; no he venido a anularlos sino a darles cumplimiento. Les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, ni una letra ni una tilde de la ley desaparecerán hasta que todo se haya cumplido” (Nueva Versión Internacional).

1 Corintios 4: 6: “Hermanos, todo esto lo he aplicado a Apolos y a mí mismo para beneficio de ustedes, con el fin de que aprendan de nosotros aquello de ‘no ir más allá de lo que está escrito’. Así ninguno de ustedes podrá engreírse de haber favorecido al uno en perjuicio del otro” (Ídem).

Antes no comprendía, o no quería comprender del todo, cuando un divulgador escéptico comentaba que, a menudo, los religiosos moderados son más difíciles que los fundamentalistas. Ahora lo veo más claro. La moderación religiosa no es mala per se: es la forma más sensata de llevar una fe sin oprimir directamente a otras personas. Incluye mucha disonancia cognitiva con respecto al texto completo de dicha fe, pero prefiero eso al criminal que la interpreta al pie de la letra.

La dificultad es que los moderados religiosos contribuyen, con su actitud, al surgimiento y permanencia de los fundamentalistas. ¿Por qué? Simple: porque mantienen la idea del origen divino del texto sagrado en el cual se basan. Es fácil que un musulmán moderado se horrorice cuando Boko Haram secuestra un grupo de niñas para venderlas como esclavas sexuales, pero al mantener la idea de que dicha acción es única a las personas, en lugar de revisar objetivamente si hay pasajes en el Corán que alimenten estos crímenes, está perpetuando la idea de la infalibilidad de su libro sagrado, y con ello evitando que el análisis crítico y racional contribuya a despejar de la sociedad estas ideas atroces.

Y de nuevo, esto no es exclusivo de los musulmanes. La principal razón por la que el terrorismo fundamentalista es tan común en Oriente y ajeno a nuestra cultura es que los países islámicos, a diferencia de los cristianos, mantienen una organización social y cultural equivalente a la Edad Media, en la cual la religión controlaba el destino de la sociedad. Los musulmanes no pasaron a través de un Renacimiento, una Reforma o una Ilustración que les ayudaran a cultivar desde hace siglos las ideas de los derechos humanos fundamentales. Si recordamos bien las Cruzadas, que es un ejemplo claro de una acción no muy diferente por parte de la comunidad cristiana, a pesar de tener también tintes económicos y políticos, podemos ver que, de no haber tenido tales episodios históricos en Occidente, probablemente nuestra situación sería muy similar a la de los países árabes.

-Creo que ya se lo pregunté antes, pero, ¿qué siglo es este?

Y a pesar de ello, hemos visto casos. Asesinatos de personas por su condición sexual, o ataques a médicos abortistas, no son sino el síntoma de una mentalidad religiosa fundamentalista que se apega al pie de la letra a un libro antiguo, ignorando el contexto histórico, social y cultural en el cual fue escrito, y presentándolo como la verdad única, creada por Dios en persona. Y los moderados que evitan relacionar dichos ataques con su fe sólo contribuyen a perpetuar dicha idea, pues no conciben que su texto más sagrado pueda ser simplemente producto de hombres de otra época, y ajustado a las necesidades y pensamientos de dicha época. Por ello, considero que el primer paso para dejar de buscar excusas estúpidas sobre el fundamentalismo es la desacralización de cualquier texto sagrado; esto es, que se le dé el mismo trato que pueda recibir, por ejemplo, el Enuma Elish o el Popol Vuh. Textos históricos, quizás con pasajes inspiradores, pero que no pueden ni deben convertirse en nuestro código moral.

Sé que la misma idea puede resultar aterradora para muchos creyentes. Y es comprensible. Lo que les estoy pidiendo es que abandonen su zona de confort, lo que para cualquier animal vivo es prácticamente un acto antinatural. Estamos acostumbrados a mantener un puñado de ideas fijas, y nos resistimos a cualquier sugerencia de analizarlas, cuestionarlas o incluso abandonarlas por completo. Pero nada conseguimos si nos mantenemos aferrados a ideas que son claramente nocivas para la sociedad, ciñéndonos a libros antiguos supuestamente inspirados por una divinidad incognoscible. Hay que tener la suficiente madurez para comprender que eso no es un argumento ni una justificación para defender la discriminación, y menos si esta puede conducir a la violencia.

Así que mi frase final es una simple invitación a cualquier creyente a que se reviente su burbuja de aislamiento crítico, y analice con verdadera objetividad su libro sagrado. Aunque le duela.

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