La madre pulpo, el desarrollo sostenible y las voces rurales
Para Bastet
Una de las bases importantes para la conservación de los ecosistemas es el delicado equilibrio que se requiere entre el uso de los recursos naturales por parte del ser humano y la supervivencia a largo plazo de dichos recursos: sean plantas, animales, o sistemas hídricos. Muchas comunidades y sociedades requieren y dependen de estos recursos para prosperar, pero la sobreexplotación y contaminación puede colapsar los ecosistemas, lo cual llevaría a reducir la disponibilidad de recursos, y así afectar a su vez a las comunidades. Por ello, el equilibrio y el consumo responsable son requeridos. Es el principio tras la sostenibilidad ambiental, el mantener la productividad de los ecosistemas sin dejar de atender nuestras propias necesidades como especie.
Es importante hablar de esto, porque hace unos días vi una publicación en México sobre la veda en la pesca del pulpo, que va desde el 1 de agosto hasta el 30 de noviembre. Esto, con el motivo de respetar la temporada reproductiva de los adultos, quienes son el objeto de pesca para consumo. La imagen no sólo es llamativa, sino que sirve para exponer y hablar del tema a tratar de esta entrada, que no sólo involucra aspectos ecológicos, sino también económicos y sociopolíticos.
Pero,
¿qué es una veda? Bien, se trata de una moratoria que prohíbe la explotación de
un recurso durante un período de tiempo que puede ser limitado o
(semi)permanente. Las más conocidas en el ambiente económico son las
vedas de pesca o las vedas de caza, aunque también
existen vedas con distintas especies de plantas. El propósito de
dichas moratorias es, como mencioné previamente, permitir que las especies
puedan mantener sus poblaciones, de modo que sigan siendo aprovechadas como recurso
natural. Por la misma razón, existen vedas permanentes en algunas áreas otrora
centros de explotación, como bancos de peces en el Atlántico Norte, o con
especies que fueron llevadas al borde de la extinción, como es el caso de la
palma de cera del Quindío (Ceroxylon
quindiuense), en el Eje Cafetero colombiano.
Aunque el proceso para establecer vedas es relativamente reciente, los humanos siempre hemos sido atentos a las temporadas de cosecha en las plantas, o los períodos donde los animales adultos se pueden ver en grandes cantidades. Por ejemplo, si los hongos generan cuerpos fructíferos en épocas más húmedas, eso permite a la gente identificarlos y reconocer cuales son directamente comestibles. Las épocas reproductivas de grandes mamíferos y peces tienden a agrupar muchos individuos, así que algunos aprovecharían estas épocas para surtirse. Eso sí, otros tienen el cuidado de no perturbar demasiado el equilibrio de las poblaciones: de ahí que, como regla tácita, por ejemplo los cazadores eviten disparar a hembras embarazadas o con crías.
Ojo: esto no significa que todas las culturas antiguas tuviesen conciencia ecológica y apostaran por el desarrollo sostenible. En diferentes contextos socioeconómicos, ciertas civilizaciones resultaron tan nefastas como les fuese posible con el medio ambiente que los rodeaba. Por ejemplo, de los mayas se sabe hoy en día que sus prácticas de agricultura y la deforestación de bosques para construir sus edificaciones tuvieron graves efectos en la productividad de los suelos, siendo este uno de los factores tras el colapso del Período Clásico. Los fenicios, al ser los únicos productores de la púrpura de Tiro, cotizada por diferentes civilizaciones a lo largo del Levante y el Mediterráneo, guardaban celosamente el secreto de su producción, pero también sobreexplotaron las poblaciones de caracoles marinos que empleaban para el pigmento, al punto que en la actualidad sus prácticas se consideran ecocidio. Los romanos extrajeron oro de las Médulas del Bierzo, en España, erosionando los montes a través de un elaborado sistema acuífero, convirtiendo el sector en la mayor mina aurífera a cielo abierto del Imperio y cambiando el paisaje de forma permanente.
Ocurre
entonces que, cuando surgen modelos productivos con gran demanda en un espacio
relativamente pequeño, no es extraño que el desarrollo se mantenga aún por
encima de los requerimientos de sustentabilidad. Por supuesto, no es como se
pudiese pedir a los mercaderes fenicios o a los líderes mayas que pensaran en
los recursos naturales y sus limitaciones, pero sirve para que entiendan la
importancia de las vedas en nuestro mundo hiperindustrializado.
Porque sí: las revoluciones industriales cumplieron un papel importante en el deterioro ecológico que vemos hasta nuestros días. Pensemos, antes del boom en la extracción petrolífera, en cómo las minas de carbón, las canteras de turba y los barcos balleneros afectaron ecosistemas y poblaciones durante la Primera Revolución Industrial (1760-1840). Tan sólo en este último caso, varias especies de ballenas barbadas fueron llevadas a una extinción casi total por la obtención de su aceite, fundamental para el desarrollo de la maquinaria industrial de la época, antes de que el descubrimiento de combustibles minerales y las fábricas de refinamiento desde la segunda mitad del siglo XIX empezaran a desplazar a los cetáceos como recurso industrial -aunque la caza por propósitos cárnicos continúa-.
Litografía de finales del siglo XIX representando la
cacería de una ballena franca del Atlántico Norte, Eubalaena glacialis. Debido a su naturaleza dócil, hábitos de vida
y alto contenido de grasa (lo cual además causa que floten tras su muerte), las
ballenas francas fueron los principales objetivos en la pesca ballenera.
Y
la producción de combustibles fósiles no detuvo el deterioro de los recursos
naturales. Al contrario: dio paso a un modelo extractivista aún más feroz, que
incrementó la productividad en escalas astronómicas, permitiendo el crecimiento
de las poblaciones humanas y las ciudades, pero que al mismo tiempo llevó al
límite la capacidad de muchos recursos naturales. Las sobrepescas por parte de
industrias pesqueras con pésima administración en el Mar del Norte y el Mar de
China Oriental, por ejemplo, llevaron no sólo al colapso de las poblaciones
locales (stocks) de peces de importancia comercial, sino que también afectaron
a comunidades de pescadores que subsistían a nivel local de los recursos
marinos. El colapso de la pesca de bacalao atlántico (Gadus morhua) en Terranova, las caída en producción de las
pesquerías de anchoveta (Engraulis ringens) en el Perú y la casi completa extinción del atún de aleta azul
del Pacífico (Thunnus orientalis) son
ejemplos paradigmáticos de cómo el abuso desmedido de los recursos amenaza no
sólo la estabilidad de los ecosistemas, sino también de las especies que
dependemos de interactuar con ellos.
El consumo alimenticio y la contaminación asociada a la industria no es la única forma en que afectamos a las especies que aprovechamos. Rituales y costumbres populares pueden también ser nocivas para sus poblaciones. El comercio de la vejiga de totoaba (Totoaba macdonaldi), un pez del Golfo de California, la cual alcanza altísimos precios en el mercado chino por su valor culinario y como supuesto medicamento “tradicional”, no sólo ha llevado a la reducción de sus poblaciones, sino que también condujo directamente a la extinción casi completa de la vaquita marina (Phocoena sinus), el cetáceo más amenazado de la actualidad y del cual se cree que no sobreviven más de una docena de ejemplares. De manera similar, la palma de cera del Quindío sufrió por décadas, entre otras cosas, por la tradición de usar sus hojas en toda Colombia para el Domingo de Ramos, la fiesta que da inicio a la Semana Santa. La reducción de sus poblaciones también golpeó a las poblaciones del loro orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis), un ave endémica que usa la palma de cera como refugio y alimento.
Es
aquí donde retornamos al tema de las vedas. La alta demanda en el mercado
terminaría por aniquilar los recursos naturales sin una regulación de uso
responsable. Por ello, cuando se tienen señales de que las poblaciones de una
especie de consumo se han reducido drásticamente, o están cerca de colapsar en
productividad, se trabajan diferentes tipos de moratorias que permitan a las
poblaciones recuperarse y mantenerse a través del tiempo. El tipo de veda
temporal más común es la que prohíbe el consumo durante la
época reproductiva de las especies; otras son vedas completas
durante un período que pueden ser años o décadas, normalmente enfocadas a una
población en particular; también es muy común en animales marinos trabajar a
partir de una talla promedio, lo que permite a los juveniles crecer y madurar
hasta alcanzar la etapa reproductiva. Esta última moratoria se puede trabajar
en conjunto con los períodos estacionales de veda, sobre todo con especies de
consumo local; las restricciones con la pesca industrial requieren a menudo ser
más drásticas.
Ahora, a pesar de que no hay dudas sobre la importancia y la utilidad de las vedas, hay un elemento que en ocasiones se minimiza o de plano se ignora: su impacto en las comunidades locales, en especial cuando se tratan de vedas permanentes. Por ejemplo, en Perú el pulpo Octopus mimus es de importancia comercial local, extrayendo miles de toneladas por año. Sin embargo, en 2009 se decretó una veda total en los departamentos de Piura y Lambayeque debido a indicios de sobreexplotación en Lobos de Tierra, una isla objetivo de extracción del molusco. Dado que O. mimus es una especie con un período de vida de dos años, puede recuperarse rápidamente con el manejo adecuado, y en 2015 las señales de la población indicaban que la especie podía volver a ser pescada; no obstante, hasta hoy el Ministerio de Producción no ha atendido los llamados del Instituto del Mar del Perú (IMARPE) para levantar la veda. Esto, por supuesto, ha afectado a cerca de 500 familias que vivían de la pesca de este animal.
Tal
situación ayuda a resaltar la importancia de tener en cuenta a las comunidades
rurales en cuanto a la toma de decisiones de sustentabilidad y consumo
responsable, algo que se puede ver afectado por políticas muy centralistas y
pensadas desde una perspectiva urbana. Por ejemplo, el grupo de congresistas
animalistas en Colombia ha presentado diversos proyectos de ley en defensa de
los animales que, si bien pueden partir de premisas nobles, la realidad es que
de una u otra forma terminarían limitando no sólo la investigación científica y
la medicina, sino que también afectan a comunidades rurales cuya economía y
subsistencia requiere del trabajo con animales. La prohibición de pesca
deportiva el año pasado, por ejemplo, la
cual empezó a aplicar en abril de este año, acabaría por
enterrar el turismo en varias riberas del país, donde muchas comunidades
pesqueras viven de los visitantes que llegan a ejercer este tipo de pesca; peor
aún, en muchos casos es un tipo de pesca deportiva donde los animales son
devueltos a las aguas, y de hecho la Corte Constitucional reconoció que faltaba
evidencia científica evidenciando un posible maltrato animal. Por supuesto, es
difícil pedirle a un activismo mascotista y acomodado, empeñados en salvar
hipopótamos invasores a costa de los ecosistemas que ocupan, que tenga en
cuenta la situación socioeconómica de quienes viven por fuera de las ciudades.
Y no es que las comunidades sean ajenas a la presión antrópica que ejercemos sobre los ecosistemas y la necesidad de ser responsables al aprovechar los recursos naturales. Sean pescadores artesanales en el Pacífico colombiano protestando por la prohibición en pesca ancestral de rayas y tiburones o comunidades identificando los servicios ecosistémicos y reducción de los mismos en sistemas forestales de Bután, las comunidades saben identificar la necesidad de preservar o restaurar los ecosistemas y las especies que los habitan. Pero, por supuesto, ellas también hacen parte de los ecosistemas, así que merecen que cualquier proyecto o decisión planteada en torno a moratorias o prohibiciones en la explotación de recursos sea concertada con la comunidad. Hacerlas partícipes de las discusiones sobre su propio futuro.
Hay
diferentes formas de alcanzar un desarrollo sostenible que permita a las
comunidades rurales prosperar económicamente mientras se cuida la estabilidad
de los ecosistemas. El turismo rural, por ejemplo, puede contribuir no sólo al
desarrollo económico de las aldeas y territorios sino también fortalecer la
conservación de los ecosistemas al proteger los ambientes y recursos naturales
que fomentan dicho turismo. Así mismo, considerar el impacto de regulaciones
estrictas sobre los pequeños titulares en contextos rurales debe guiar a un
marco de trabajo que enfatice el cambio del uso de tierras y recursos a
diferentes escalas. Finalmente, es importante involucrar a aquellas comunidades
que viven adyacentes o dentro de territorios protegidos, como ecoparques y
santuarios naturales, con el fin de integrarlos en la protección de los
ecosistemas, de modo que entre distintas partes se puedan construir estrategias
de desarrollo sustentable que puedan beneficiar a todos.
Modificar nuestra relación con los ecosistemas y los servicios que obtenemos de ellos no es una tarea fácil. Como hemos visto a lo largo de esta entrada, requiere mucho compromiso y capacidad de escuchar y consultar a diversas fuentes. Es posible, y muy deseable, que en el futuro el sistema económico actual se modifique o desaparezca, y dependamos menos de plantas y animales que se encuentren en su ambiente natural. Mientras damos esos pasos, es fundamental entonces desarrollar una relación más responsable con lo que consumimos. Así que, mientras dando, dejemos a la madre pulpo en paz cuidando su casa y a sus futuras generaciones.
La imagen es medio cursi, pero se me hizo bonita para cerrar
el texto (no, aún no he visto Krakens y
Sirenas).
Fuentes extra para consultar
Boron,
V., Payán, E., MacMillan, D. & Tzanopoulos, J. 2016. Achieving
sustainable development in rural areas in Colombia: Future scenarios for
biodiversity conservation under land use change. Land Use Policy, 59(31): 27-37.
https://doi.org/10.1016/j.landusepol.2016.08.017
Ćurčić, N., Svitlica, A.M.,
Brankov, J., Bjeljac, Ž., Pavlović, S. & Jandžiković, B. 2021. The Role of Rural Tourism in Strengthening
the Sustainability of Rural Areas: The Case of Zlakusa Village. Sustainability, 13(12): 6747. https://doi.org/10.3390/su13126747
Sturiale,
L., Scuderi, A., Timpanaro, G. & Matarazzo, B. 2020. Sustainable Use and Conservation of the Environmental Resources of the
Etna Park (UNESCO Heritage): Evaluation Model Supporting Sustainable Local
Development Strategies. Sustainability, 12(4): 1453. https://doi.org/10.3390/su12041453
World
Wildlife Foundation. 2022. De acuerdos
locales a nuevas resoluciones AUNAP: avances del ordenamiento pesquero en la
Orinoquia. WWF.org.co
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