Sobre el bombardeo de citas y lecturas (o no-lecturas) deshonestas
Advertencia: la siguiente
entrada contiene comentarios sobre temas de pedofilia, abuso sexual y
transfobia. No se trata de nada gráfico, pero puede ser incómodo para algunos
lectores, así que recomiendo discreción.
Introducción
Es perfectamente comprensible que haya temas poco fáciles de abordar de modo crítico y pulido. No sólo porque suelen ser complejos y requerir de cierto conocimiento especializado o profesional, sino porque además suelen retar nuestros conceptos sociales y morales sobre lo que es correcto o erróneo. Es normal, pues, que experimentemos cierta reticencia a siquiera considerarlos, y hay que admitir que algunos profesionales tampoco son (somos) muy buenos al transmitir y explicar dichos temas.
El
problema surge cuando, sobre todo en redes sociales, se intentan confrontar o
callar esos temas simplemente sumando referencias de golpe, sin dar contexto a
cada una o argumentar directamente el punto, y es aún peor cuando un examen
cercano muestra que la persona que las usa, o no ha leído lo que cita, o de
plano lo leyó de modo prejuicioso. El bombardeo de citas, referencias y enlaces
es algo que muchos hemos hecho; caray, yo alguna vez también caí al respecto en
algunas conversaciones. Y no es precisamente un buen hábito de discusión,
aunque tampoco es grave en sí.
Pero
si vas a tomarte la molestia de llenar una conversación de enlaces para
“demostrar” tu punto, al menos esfuérzate en haberlos leído primero. Así que
citaré un ejemplo personal que me ocurrió hace unos días, para intentar
explicarles no sólo lo que no se
debe hacer al bombardear referencias, sino (de nuevo) cómo abordar temas
bastante fuertes.
Levantando muñecos de paja
Fue
un intercambio decepcionante dentro de una red social. No voy a entrar en
detalles porque se trata de una persona cercana, y que influyó mucho en mi
elección de carrera y vida, pero no puedo negar que, si bien la situación no
era nueva, sí fue bastante desalentadora en esta ocasión, porque me di cuenta
que no estaba aplicando realmente las herramientas racionales que me ayudó a
cultivar cuando yo aún no salía del INEM.
El caso es que se estaba comentado sobre el documental Jeffrey Epstein: asquerosamente rico en Netflix (que no he visto), y esta persona mencionó, tras un comentario sobre el extraño suicidio en la cárcel del magnate acusado por terribles delitos sexuales con menores de edad, que algunos “ultraliberales” están buscando “normalizar la pedofilia”. Luego de soltar comentarios ni muy considerados ni muy precisos sobre la población trans y la disforia de género, recurriendo más o menos a la retórica del “trastorno psicológico”, saltó a comentar que le preocupa ver que los medios estaban enfocados en “normalizar la pedofilia”. Acto seguido, compartió una serie de enlaces a portales de noticias como The New York Times y la BBC para respaldar su punto.
Antes de avanzar, aclaremos un par de conceptos. En sociología y psicología, la normalización (otra palabra usada a menudo como comodín sin precisión en discursos sociopolíticos) es un proceso social a través del cual las ideas y conductas se transforman y aceptan en algo “normal”, común y aceptado por la sociedad en general a través de la repetición y exposición. Un ejemplo simple, para que se entienda y no se crea que es un concepto inherentemente negativo, es el tabú de amamantar en público: antaño se exigía a las mujeres que se cubrieran el seno con una mantilla o se fueran a un lugar apartado, porque se veía como una acción íntima y familiar, y por la incomodidad de ver el pecho desnudo. A través de las décadas, muchas mujeres han luchado por enmarcar el amamantar como un simple acto natural de darle alimento a un hijo, así que optan por no cubrirse ni apartarse. De esta forma, no tenemos que escandalizarnos cada vez que una mujer se descubra el pecho, y se espera que, con el tiempo, la constante exposición a estos escenarios haga que comprendamos el amamantar como algo perfectamente normal, no erótico ni incómodo.
Por
otro lado, “ideología de género” –ya verán por qué lo cito- es menos fácil de
sintetizar como concepto porque al ser un hombre de paja, su acepción depende
de quién lo esgrima: en el caso que hablo, era decir que “el género es fluido”
y los “niñes” pueden escoger lo que deseen para iniciar tratamiento hormonal
antes de la pubertad (?). En estudios de género y constructivismo social, ideología de género se refiere, en
palabras de A. Kroska, a “actitudes con
respecto a los papeles, derechos y responsabilidades apropiadas de mujeres y
hombres en la sociedad”, así como “creencias
societales extendidas que legitiman la inequidad de género”. En el discurso
público de movimientos conservadores de los últimos años, por otro lado, la “ideología de género” (así, en
comillas) es una caricatura conceptual según la cual, las personas pueden
escoger libremente a qué “sexo” quieren pertenecer, y se busca enseñar desde la
temprana niñez para desdibujar las diferencias “naturales” entre hombres y
mujeres. Este concepto es trazado por los conservadores desde una visión
ingenua y esencialista de la biología, donde el sexo biológico está siempre
alineado en todas sus dimensiones a ser masculino y femenino, destinado a la reproducción,
y por lo tanto cualquier variación en su orientación sexual o identidad es una
corrupción del estado natural y una “elección”.
Ya
he hablado extensamente en este blog de lo que se sabe a nivel de desarrollo,
neurobiología, genética y conducta sobre la sexualidad humana, así que pueden
buscar en las etiquetas al respecto, pero, en síntesis: las orientaciones
sexuales no heterosexuales y las identidades transgénero sí son consistentes con una base biológica natural. No es una elección, en el sentido de
que sea exclusivamente cultural y social, razón por la que igualmente soy
crítico con el constructivismo estricto y algunos detalles de la teoría queer
(aunque admito que no he leído suficiente al respecto), pero no como para
comerme el pánico moral de la “ideología de género”, mucho menos siendo científico.
Hay cosas del activismo LGBTI+ a criticar para mejorar, y sí vale la pena
discutir sobre los factores tras el mayor número de jóvenes trans que buscan
apoyo hoy en día, para que la gente pueda entenderlo mejor, pero no desde muñecos de paja, y definitivamente no desde perspectivas patológicas sin fundamento.
Volvamos
con lo que me ocurrió. Decía, pues, que esta persona soltó unos cinco enlaces
que supuestamente evidenciaban cómo los “ultraliberales” (nunca dejó claro a
quienes se refería con esta etiqueta. ¿Libertarios? ¿Wokes?) buscan la normalización de la pedofilia a través de
mensajes en los medios. Sin comentarlos, simplemente los puso. Así que,
¿realmente apoyaban su tesis? ¿Por qué no los vemos cada uno? Dejo los enlaces
al final de esta entrada, junto con el material que ocupe para esta entrada.
Citando sin leer
El primero era un artículo de opinión de New York Times con un título a primera vista incendiario: “Pedofilia: un trastorno, no un crimen”. Al leer la columna, lo que encontré fue un comentario sobre las evidencias neurológicas detrás de los impulsos de un pedófilo, pero que dicha atracción por sí sola no es criminal -no así el actuar por ella: la pederastia debe seguir siendo un crimen-, y que comprender que es un grave trastorno neurológico puede ayudar a desarrollar mejores estrategias de consejo y prevención para que eviten cometer crímenes, en vez de centrarse en el castigo punitivo cuando ya se han cometido. Más sobre la tesis del trastorno en unos minutos, pero en ningún momento del artículo se exime al pedófilo de su responsabilidad al cometer pederastia.
Los dos artículos de la CNN, más antiguos, se enfocaban en el caso del ex entrenador de fútbol americano Jerry Sandusky, condenado a 30-60 años de cárcel por abuso sexual a menores de edad. Uno citaba al psicólogo y científico James Cantor, de la Clínica de Conductas Sexuales y aunque en el título pregunta si los pedófilos merecen simpatía, una cuestión controversial, Cantor no sólo menciona la evidencia neurológica que NYT cita dos años después, sino que además reitera cómo la sociedad no ofrece muchas oportunidades de que el pedófilo busque ayuda para refrenar sus impulsos, y también enfatiza en hacer responsable al pedófilo que comete pederastia, trastorno o no.
Otro
lleva por título “El mito del ‘monstruo’
pedófilo”, pero si lo leen verán que no hace más que enfatizar algo que ya
sabemos sobre la mayor parte de casos de abuso sexual a cualquier edad: la
mayoría de los delincuentes suelen ser personas públicamente correctas, que
hacen obras sociales y cosas similares, y eso dificulta que la gente acepte que
pueden ser criminales, porque preferimos deshumanizar al delincuente sexual y
pensar que se trata siempre de un monstruo antisocial. Vean si no la forma en
que se ha abordado el reciente caso del futbolista Dani Alves, o la polémica en
torno al fallido nombramiento del académico Víctor de Currea Lugo en la
Embajada de Colombia en Emiratos Árabes.
El cuarto es un testimonio de dos pedófilos que sintieron miedo al darse cuenta que, mientras crecían, la brecha de edad para su interés sexual no aumentaba, y por motivos emocionales y morales optaron por buscar ayuda para evitar cometer un delito. Es, naturalmente, una lectura incómoda, y a mí me hizo sentir inquieto, pero tampoco tiene un tono de exculpación al delincuente. El texto además ofrece enlaces para contactar a unas pocas organizaciones de prevención al abuso infantil.
El último es diferente, pues es de naturaleza más jurídica. Durante el juicio a un violador por el abuso sexual de dos niñas menores de edad en Nueva Zelanda, su abogado defensor recurrió a un recurso defectuoso en el sistema legal del país: aunque la edad de consentimiento es de 16 años en el país, un menor de 16 puede dar consentimiento a relaciones sexuales, no así a actos indecentes. Así, la defensa se centró en negar que hubo abuso con la víctima más pequeña, de apenas ocho años cuando ocurrió el crimen, y en asegurar que la mayor, de doce años entonces, se le había “insinuado”. El juez Richard Earwaker se dirigió al jurado precisamente para recordarles ese detalle de la ley (y es lo que quedó en el titular del enlace, “Juez declara que menores de 12 años pueden consentir al sexo con adultos”, sin ningún matiz real), pero también fue enfático en lo siguiente: “Necesitan considerar si el consentimiento fue otorgado o no basado en la evidencia que tienen. Recuerden que un adulto no puede darle consentimiento a un menor; de hecho, nadie puede dar consentimiento para nada más”. El hombre fue declarado culpable, y este caso también atrajo llamados a solicitar al Parlamento una reforma de las leyes de consentimiento en Nueva Zelanda, pues este elemento legal es muy usado a menudo en juicios por la defensa de los acusados para desestimar los testimonios de los menores y acusarlos de mentir.
De
nuevo, puedo entender que estos son artículos con temas fuertes para muchas
personas, pero he intentado explicar su contenido de forma más o menos sencilla,
e igual pueden leerlos al terminar esta entrada. Lo que espero que quede claro
es que ninguno de ellos presenta nada
cercano a presentar la pedofilia como algo “normal” o en camino de normalizarse.
Hablan de su condición como trastorno parafílico, de no confundir conceptos, y
de enfocarse en acciones preventivas en lugar del mero sistema punitivo; dos de
los artículos critican directamente temas relacionados, como elementos fallidos
en sistemas legales y la defensa psicológica que nos formamos al enterarnos de
casos de abuso sexual; y todos son claros en no quitarle agencia al criminal
pederasta. Los títulos de varias son incómodos, y se pueden criticar los
tendenciosos como el de Nueva Zelanda, pero ninguno en su contenido presenta algo semejante a lo que esta
persona planteaba al compartirlos. Entonces, ¿por qué lo hizo?
Bueno,
una mirada caritativa es que busco en Google y se quedó con los titulares algo
sensacionalistas, cosa que por desgracia pasa mucho, así que compartió los
enlaces sin leer. Otra menos piadosa es que sí leyó algunos, pero no los
interpretó bien, y sumó otros que por su título “parecían” decir lo mismo. Y la
más cruel sería que los leyó todos con un prejuicio de antemano, y los
interpretó de acuerdo a tal prejuicio. Cualquiera de las opciones, en todo
caso, me parece decepcionante, y un ejemplo tristemente adecuado de cuando
nuestros sesgos particulares condicionan los argumentos que buscamos para
respaldar una postura. Nadie está exento de ello, pero es penoso hacerlo sin
revisar siquiera el material con que bombardeas a tus interlocutores.
Por otro lado, las inquietudes que levantó sobre la condición de la pedofilia como trastorno neurológico son pertinentes a nivel general, pues millones son padres alrededor del mundo, y lo primero que pasa por sus cabezas es proteger a sus hijos. Y si no se comprende bien por qué diversidades sexuales y de género como la homosexualidad o la transidentidad dejaron de ser consideradas enfermedades mentales, es fácil trazar una pendiente resbaladiza sobre cómo el “despatologizar” las identidades trans puede llevar a que, en un futuro, la pedofilia deje de considerarse un trastorno y se convierta en algo “normal”, que lo que hizo esta persona con su mala citación de enlaces. ¿Cómo debatir entonces en torno a esta problemática tan compleja e incómoda?
¿Cómo hacer las preguntas correctas?
Lo
primero, por supuesto, es comprender que ningún tema está exento de debatirse o
generar preguntas, pero deben saberse
plantear; a su vez, que el conocimiento que tenemos de muchos aspectos del
ser humano, sobre todo de aquellos alcanzados a través de las ciencias, están
puliéndose y actualizándose a través del tiempo, por lo que la forma en que
entendíamos las cosas hace veinte años puede ser muy diferente a lo que se sabe
ahora.
Es
decir, por ejemplo, la existencia de personas trans ya no está sujeta a debate: lo que sí debe discutirse (mejor dicho,
explicar) a nivel general, y es
parte de lo que se está haciendo hoy en día, es cómo llega a darse esta
condición, qué significa para las mismas personas trans, y cómo podemos
ayudarlas a integrarse socialmente, para desterrar confusiones y prejuicios que
existen sobre ellas. No es un debate fácil porque tanto confusiones como
prejuicios aún soy muy prevalentes, y algunas hipótesis reaccionarias están
generando un retroceso peligroso en materia de derechos de las minorías
sexuales en algunos países. Pero es por ello que lo primero debería ser reconocer la existencia de las personas
trans, y a partir de esto ir trazando los adecuados pasos a seguir para
maximizar su bienestar y el de la sociedad en general.
De
nuevo, una parafilia es un asunto enteramente diferente a una identidad de
género (a menos que seas un ultraconservador religioso, y los equipares sin vergüenza),
así que es comprensible nuestra renuencia a siquiera considerar explicaciones y
estrategias para manejar un trastorno con potencial criminalidad que vayan más
allá de un sistema punitivo clásico. Sin embargo, aunque nos parezca antitético
a nuestra naturaleza prosocial como especie, explorar más alternativas pueden
ayudarnos a mejorar incluso dichas estrategias punitivas de un modo más
racional, y de paso reducir temores que pueden ser aprovechados por grupos
antiderechos para empujar un discurso de “lucha” contra la “perversión social”.
Intentemos, entonces, plantear unas cuantas inquietudes en torno al tema principal. Me disculpo de antemano si las preguntas o las respuestas son bastante directas, pero me veo en la necesidad de ser lo más claro posible.
¿Por qué se considera la pedofilia
como un trastorno?
El DSM-V y el ICD reconocen la pedofilia como un trastorno parafílico que surge antes o durante la pubertad, y que se mantiene estable a través del tiempo, manifestado como una atracción sexual primaria y permanente por prepubescentes. Se le considera así porque es una atracción autodescubierta y no una elección consciente, lo cual lo distingue de delincuentes sexuales que pueden incluir menores de edad entre sus víctimas, pero no por una atracción primaria o permanente –es decir, no todo pederasta es pedófilo-. Aunque sus causas se desconocen, algunos estudios neurológicos han mostrado que ciertas diferencias cerebrales parecen estar asociadas a la atracción atípica por menores: resonancias magnéticas en pedófilos diagnosticados evidencian un menor volumen de materia blanca cerebral, y perturbaciones en el hipotálamo y las redes prefrontales, sugiriendo una disfunción en el procesamiento de la excitación sexual.
Si la pedofilia no es una elección,
¿se le podría llegar a considerar una orientación sexual?
Por supuesto que no. Por dos razones fundamentales: a diferencia de
orientaciones legítimas como la homosexualidad, las acciones de un pedófilo sí pueden causar daño a otras personas;
y porque existen terapias y seguimiento médico profesional que pueden ayudar a
un pedófilo a contener sus impulsos y evitar lastimar a menores de edad.
Si la pedofilia es un trastorno
reconocido, ¿eso no haría entonces que el pedófilo pierda responsabilidad por
sus acciones?
No.
Entender la pedofilia como un trastorno psiquiátrico no reduce la agencia a nivel psicológico, médico o judicial en las
acciones de un pedófilo. Parte del problema es que el término se usa de
forma indistinta con pederastia, que
es la actividad sexual con un menor
prepubescente. No todo pedófilo sucumbe a su atracción y comete pederastia, y
si lo hace es imperativo que reciba la adecuada sentencia de acuerdo a su
crimen. Es decir, por mucho que no pueda elegir una atracción sexual anómala,
sí que puede elegir cometer o no un delito, y por tanto ser objeto de un
proceso judicial.
¿Se puede reformar a un pedófilo?
Al ser un trastorno psiquiátrico asociado a factores prenatales y disfunciones neurológicas, me temo que eso no es posible. Lo que sí existe, como mencioné, son estrategias médicas que buscan controlar o reprimir los impulsos del pedófilo, y de este modo reducir su riesgo a nivel social; en esencia, es el tratamiento usual que se utiliza con pacientes de otros trastornos como el de personalidad antisocial (TPA). Se emplean principalmente intervenciones conductuales, terapia cognitivo-conductual (TCC) y también el uso de medicación para reducir la libido. Algunas de estas estrategias suelen combinarse (por ejemplo, TCC en conjunto con medicación), y hay resultados importantes en reducir la incidencia de cometer abuso sexual infantil, pero la efectividad en general aún tiene resultados mixtos, y faltan estudios más profundos al respecto.
¿Debo, entonces, sentir “simpatía”
por un pedófilo?
No
“debe” sentir algo en sí; no se exige a nadie que empatice con un trastorno
psiquiátrico con potencial riesgo social. Eso sería un falso dilema. En lo
personal, aun comprendiendo lo que he leído y expuesto aquí, no termino de
asimilar la complejidad médica de la pedofilia, y entiendo que para padres de
familia sería casi imposible dar beneficio de duda. Lo que se puede hacer, en
principio, es comprender que se trata de una condición mucho más compleja, que
no toda persona que sienta estos deseos es intrínsecamente un criminal, y que
tal vez una acción conjunta de instituciones médicas y judiciales podría
desarrollar mejores estrategias de prevención de delitos sexuales infantiles en
el futuro. Pero no le estoy pidiendo a ningún lector que empatice con un
pedófilo, y para nada con un pederasta.
Entender la pedofilia como trastorno,
¿no podría llevar a despatologizarla en un futuro, como ocurrió con la disforia
de género?
Debo ser reiterativo con esto: la condición lesiva de las potenciales acciones de un pedófilo descarta de inmediato cualquier probabilidad de que las asociaciones internacionales de psicología la eliminen como trastorno mental y se le considere como una orientación o identidad sexual/de género. Esto no es más que una visión complotista conservadora en torno a las diversidades sexuales, una pendiente resbaladiza que tratan de vender para retroceder décadas en la conquista de derechos sexuales y reproductivos en la sociedad. Pero ni hay forma médica o legal en que tal escenario pueda suceder, ni las organizaciones LGBTI+ están abogando por semejante esperpento.
Esto no significa que (descartando el bulo de la bandera MAP, destrozado por Snopes), por desgracia, no existan ciertas asociaciones pro-pederastia, como la infame NAMBLA, que abogan por la abolición de la edad de consentimiento legal, o propuestas apologistas, como el reciente caso de las “tesis pedófilas” de filosofía en la Universidad de Chile. Pero son uniformemente perseguidas por las autoridades internacionales, y ninguna está vinculada a movimientos de diversidad sexual. Pensar que por la reclasificación de la disforia de género y las identidades trans se abre algún resquicio que permita la normalización de la pedofilia requiere de un temor y prejuicios gigantescos, enraizados en ignorancia o deliberada mala fe.
¿Y por qué se despatologizó la
disforia de género?
Antes de 2013, se diagnosticaba como trastorno de identidad de género (TIG). En ese año, la Asociación Psiquiátrica Americana (APA), la sociedad encargada del DSM, manual utilizado principado a nivel internacional para diagnósticos de enfermedades y trastornos mentales, decidió reemplazar el nombre diagnóstico como disforia de género y aclarar detalles de los criterios de diagnóstico para su quinta edición, porque reconoció que el DSM “no sólo determina cómo son definidos y diagnosticados los trastornos mentales, también impacta en cómo las personas se ven a sí mismas y cómo nos vemos entre nosotros”. En otras palabras, evitar la estigmatización y el maltrato asociados con la condición de ser transgénero, además de ser más precisos con la terminología usada en sexología clínica.
Por
lo que he entendido consultando al respecto (les recuerdo que no soy psicólogo
ni psiquiatra), si aún se mantiene la disforia de género en manuales
diagnóstico, es en parte porque caracterizarlo como una condición médica
permite a las personas transgénero acceder a la atención afirmativa de género, que es actualmente la principal
terapia para ayudarles a superar la ansiedad y angustia generadas por la
disforia, y que se enfoca en reconocer y aceptar su identidad de género (son libres de corregirme o aclararme en comentarios). Dado
que los procesos de transición, que pueden incluir tratamiento hormonal y
cirugía de reasignación, son considerados tratamientos válidos, pueden ser
cubiertos por seguros médicos, y así ser de más fácil acceso a la población
trans. Y vale ser claros: los procesos
en la atención afirmativa de género se ajustan de acuerdo a la edad de la persona, y son reversibles. No es como que de
repente vayan a meterle hormonas a un preadolescente por sentir que su
identidad no se corresponde con su cuerpo o el sexo que le fue asignado: así no
es como se trabaja en el tema.
-O-
Estoy
seguro que pueden surgir otras preguntas con respecto al ejemplo utilizado, y
por supuesto no tienen que estar de acuerdo con todas las respuestas o su
entero contenido. Mi intención en este apartado es tomar ese material en línea
que aquella persona sesgada compartió en la red social sin ningún contexto, y a
partir de lo descrito formular una serie de preguntas para confrontar un temor
natural, pero sin fundamento aparente, con la evidencia real, y de ahí llegar a
una conclusión más robusta que “están normalizando la pedofilia a través de los
medios” o “así como la transexualidad ya no se considera trastorno, podría
pasar lo mismo con la pedofilia”. Pueden intentar hacerlo con temas menos
delicados; de mi parte, aproveché esta decepcionante experiencia para ir
despejando algunas falacias comunes en torno a cómo se entiende un trastorno,
lo que implica para la identidad de género, y por qué no representa un riesgo
de normalizar parafilias o trastornos que sí pueden ser un riesgo social.
Y es una tarea importante, sobre todo si uno se precia de ser escéptico y divulgador, porque son argumentos débiles pero emocionales como los expresados por aquella persona los que dan combustible a movimientos antiderechos que están muy en boga hoy en día. Tan sólo en Estados Unidos, llevan en enero de este año más de 150 proyectos de ley que buscan eliminar derechos de la comunidad trans y restringir o ya de plano borrar su identidad de género a un nivel criminalizante, y sus promotores admiten sin vergüenza que tal es su objetivo, y que usaron la pantalla de “proteger a los niños” para alcanzar más fácilmente un consenso, manipulando así las emociones de la gente. Es seguro que la gran mayoría de tales propuestas no serán ratificadas, pero cada una que logra aprobarse es una derrota a nivel de derechos humanos, y una crisis de salud mental pública. Y no siento que muchos pensadores estemos enfocándonos lo suficiente ni haciendo las preguntas adecuadas al respecto.
Conclusiones
Nuevamente, todo lo expuesto aquí no significa que no haya aspectos por criticar en temas delicados. Sobre cómo abordar a nivel social la pedofilia, aún es necesaria más investigación a nivel médico, antes de poder lograr una correcta integración con el sistema judicial y desarrollar estrategias sólidas de prevención. Y como bien resaltó Quinnehtukqut McLamore, Ph.D. en psicología social, en un reciente artículo en Aeon, hay estándares de cuidado a debatir en asociaciones internacionales de salud transgénero, sobre todo en torno a temas algo descuidados como el pequeño –pero existente- porcentaje de destransiciones. Pero ambos temas deben hacerse desde evidencia seria y dificultades reales, en lugar de recurrir a pánicos morales e hipótesis acientíficas.
Una última recomendación, y ya sé que sueno repetitivo con esto también. Antes de compartir información para respaldar tus opiniones en un debate, dense el tiempo de pasar del título y hacer una lectura honesta de lo que estás compartiendo. Recuerden que todo lo que dicen y comentan puede ser usado para refutarlos, y si no están siendo cuidadosos con verificar lo que dicen leer, dejarán en evidencia no sólo sesgos ideológicos claros, sino además una fuerte pereza intelectual. Y no puede haber debates fructíferos con un perezoso sesgado.
Referencias
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Wikipedia, la enciclopedia libre. Pedophilia. https://en.wikipedia.org/wiki/Pedophilia. Consultado el 25 de enero de 2023.
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