Una necesaria defensa a Richard Dawkins y la importancia del debate

Esta era una entrada que no tenía en mis planes, ya que fue algo que surgió un poco de repente y me parecía que, con respecto al eje central de la discusión, ya se había aclarado un tanto en la esfera angloparlante. Pero como surgieron consecuencias poco alentadoras, siempre hay gente dispuesta a hacer leña del árbol caído, y es necesario señalar una problemática que nos abarca a todos y que ya he señalado en el blog en otras ocasiones, voy a hacer pausa en los temas generales que tengo proyectados y expresarme aquí.

Suponiendo una constancia de lectura en estos años, los más antiguos del blog recordarán que he escrito de Richard Dawkins en otras ocasiones. Hice una muy mala reseña de El espejismo de Dios, hablé sobre su supuesto abandono del ateísmo, maticé el tema de su menor aporte directo a las ciencias, en comparación con su fama, y expresé puntos sobre la polémica de su presentación cancelada en la NECSS. Como he dicho en esas otras ocasiones, discrepo con algunas ideas y posturas menores, pero reconozco su papel como divulgador científico (Escalando el monte improbable, en especial el capítulo de las avispas de los higos, es una lectura que recomiendo a todo aquel con curiosidad científica), defensor del escepticismo y uno de los reconocidos jinetes del Nuevo Ateísmo, así que más allá de las críticas que pueda tener, tendría que ser muy mezquino para pretender que no merece el reconocimiento que se ha ganado.

Y hay que admitir, tanto sus ideas como su fama le ha traído muy mala leche y peores intenciones por parte de otros personajes dentro del movimiento, que no pierden oportunidad en buscar alguna forma de pintarlo como un prejuicioso. En especial en tiempos como los actuales, donde los movimientos de justicia social han dado lugar a que un sector importante de ellos cultive una irracionalidad fervorosa, entre lo vano y lo dogmático, donde cualquier mención a uno de los temas que se defienden, pero hecha en términos que no sean los suyos, da lugar a acusaciones de fomentar el odio y la discriminación. Y no hablo de “cancelaciones” a series y personajes de ficción que no son tales, o de pataletas ridículas de gente en redes contra monitas chinas: hablo de estigmatizar y humillar a personas reales. Como consecuencia, en el caso que nos ocupa ahora, la American Humanist Association (AHA) decidió retirarle a Dawkins el premio honorario de ‘Humanista del Año’ que le concedió en 1996 por su labor en divulgación, luego de que el biólogo evolutivo supuestamente “usara el disfraz de discurso científico para menospreciar grupos marginalizados”.

Contexto. En 2015 hubo un escándalo fuerte en los Estados Unidos cuando se descubrió que Rachel Dolezal, una activista negra que en aquel entonces era instructora universitaria y presidente de rama de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) en Spokane (Washington), era en realidad una mujer blanca, hija de padres blancos con fuerte ascendencia europea, los cuales habían adoptado además tres niños afroamericanos y uno haitiano; Dolezal, quien se identifica a sí misma como negra, y ha hecho bastantes esfuerzos por hacer que la reconozcan como tal -hay que mencionar que tiene a su haber una serie de testimonios dudosos y denuncias de acoso racial sin comprobar- empezó a cambiar su apariencia hacia el 2009. El caso generó un fuerte debate sobre la identidad étnica, la apropiación cultural y los privilegios y fallos de los programas de acción afirmativa en un país obsesionado por lavarse las culpas de un pasado esclavista, y si bien algunos miembros de su rama de la NAACP la respaldaron, debido a su reconocido trabajo social, la propia Dolezal decidió renunciar a su puesto en junio de ese año.

No escapará a los empapados en temas de género que la argumentación de Dolezal es un tanto similar a la retórica –digo retórica en su significado literal, no en el uso peyorativo que tiene a veces- de la comunidad transgénero en su lucha por el reconocimiento de sus derechos. Por ello, Dawkins quiso abrir un debate hace unos días sobre el por qué se acepta el discurso de unos (la comunidad trans) mientras se rechaza el de otros (Dolezal), a pesar de compartir la misma estructura -o al menos, así lo entendí yo en ese momento-, con el siguiente tuit: “En 2015, Rachel Dolezal, una presidente blanca de una rama de la NAACP, fue denigrada por identificarse como negra. Algunos hombres escogen identificarse como mujeres, y algunas mujeres escogen identificarse como hombres. Serás denigrado si niegas que son literalmente aquello con lo que se identifican. Debatan.

¡Debatan! ¡La que se armó! A pesar de que, como dije en Twitter, era necesario evitar una lectura superficial del trino de Dawkins, para ese momento ya habían varias personas en Internet acusándolo de transfóbico e intolerante, que pretendía desconocer los derechos humanos de la comunidad trans, así como otros asumiendo que, en efecto, el científico británico les estaba dando la razón al afirmar que la identidad de género de una persona no puede discordar con su sexo biológico. Dawkins tuvo que escribir un trino como respuesta aclarando su punto: “Yo no pretendo menospreciar a las personas trans. Veo que mi pregunta académica de ‘Debatan’ ha sido tergiversada de tal forma, y lo deploro. Tampoco era mi intención aliarme de ninguna forma con los intolerantes republicanos en EEUU que están ahora explotando este tema”. Por supuesto, nada de esto fue tenido en cuenta por los prejuiciosos que mencioné antes, quienes no perdieron el tiempo en sacar de toda proporción el asunto.

Aquí debo destacar en particular a Hemant Mehta, un autor y bloguero ateo, fundador y editor del blog de Patheos The Friendly Atheist (El Ateo Amigable), quien estuvo de hecho lo bastante inspirado como para armar un horrendo espantapájaros con el primer trino de Richard, asegurando que estaba comparando a una mentirosa con la gente trans, rechazando sus verdades y “cuestionando su humanidad”, y que comparaba la “raza” con el género. Mehta además sugirió, sin sutilezas, que Dawkins debía ser removido de la mesa de directivos del Center For Inquiry (CIF), del cual su fundación hace parte, en vista de que han respaldado los derechos de la comunidad trans en otras ocasiones.

La opinión de Mehta fue confrontada por el biólogo evolutivo Jerry Coyne, otra figura del Nuevo Ateísmo quien, si bien señala que a Dawkins a menudo no le va bien intentando explicarse en trinos (cómicamente, otros hemos señalado eso antes), y reconoce que no usó un lenguaje adecuado en este, también denuncia de forma correcta la descontextualización y deshonestidad de Mehta no sólo al ignorar el segundo tuit de Richard, sino también condenarlo como un transfóbico a partir de sus interpretaciones propias en lugar de entender el punto: que hay paralelos entre la disonancia y angustia psicológica que ha sufrido Dolezal por su identidad racial (ciertamente no lo hizo por capricho o fama) y la forma en que se manifiesta la identidad trans, sin que esto indique una equivalencia entra raza y género, pero a pesar de ello el asumir una identidad racial diferente a aquella con la que naciste sea mal visto.

Para ilustrar su punto, Coyne trae a la mesa un artículo escrito por la filósofa Rebecca Tuvel en 2017 en el portal feminista Hypatia, en el cual señalaba dichos paralelos entre argumentos transraciales y transgénero sirviéndose de los casos de Dolezal y Caitlin Jenner (quien se declaró públicamente mujer en el mismo año del escándalo de Dolezal), y que fue también repudiado de forma injusta por quienes señalaban una falsa equivalencia que en realidad Tuvel nunca hizo sobre raza y género. En el fondo, tanto Dawkins como Coyne y Tuvel llegan a un mismo punto: el caso de Dolezal revela un preocupante sesgo en anteponer la identidad racial por encima de los otros rasgos individuales, y uno bastante cercano al esencialismo racial, la idea de que hay características esenciales e inmutables asociadas a un color de piel y que identifican al miembro individual de una “raza”. Eso, damas y caballeros, es un precedente de racismo, y un argumento bastante cercano al esencialismo de género esgrimido desde las facciones más conservadoras de la sociedad, que rechazan la existencia de diferentes orientaciones sexuales e identidades de género.

Si bien es cierto que la elección de palabras de Dawkins no fue la mejor, tal como afirma Coyne el principio de caridad debería llevarnos a no razonar de forma precipitada y absurda como Mehta y otros han hecho, y tomar los apartes más problemáticos del trino con pinzas. Por ejemplo, entiende la palabra “elección” como un imperativo psicológico (es decir, no una decisión consciente sino una suerte de comando programático de la mente) en lugar de un capricho, que es como suelen verlo los reaccionarios de la derecha cristiana. En particular no es una palabra que yo usaría en el contexto de la identidad trans, en especial por causa de los constructivistas de género, pero creo que podemos entender sin problemas la explicación de Coyne.

Menos cómodo, pero con respaldo en temas de ciencia para explicarlo, es el tema de “ser literalmente aquello con lo que se identifican”. Como Coyne señala, sí que hay gente que ha sido denigrada por cuestionar que las mujeres trans sean completamente idénticas a las mujeres biológicas o, mejor dicho, mujeres cisgénero; recordemos que ha habido conflictos por sectores del activismo trans que buscan desconocer nociones biológicas de la sexualidad. Aquí las palabras clave son literalmente y completamente, términos absolutos que nos hablan de que algo es tal y como lo estamos expresando, y que comparte todas sus características. El problema es que estos adverbios son malinterpretados a menudo como si fueran excluyentes de casos particulares en contextos generales, y es evidente que, prejuicios aparte contra Dawkins, gran parte de las acusaciones de transfobia se alimentan de ese error conceptual.

Como ya expliqué el año pasado al hablar sobre el género y la sexualidad, el sexo dentro de nuestra especie abarca diferentes dimensiones, donde la identidad de género compone la dimensión psicológica. Si entendemos, por ejemplo, que los hombres y las mujeres trans son personas cuya dimensión identitaria es la de un hombre y una mujer, respectivamente, pero la misma no encaja con sus dimensiones genéticas, gonadales y gaméticas, entonces no podemos decir que una mujer transgénero sea completamente idéntica a una mujer cisgénero. Sin embargo, esto no la excluye como mujer, ni la hace menos mujer: eso es un falso dilema. Es una mujer individual, con una combinación de dimensiones sexuales que no encajan con la tendencia bimodal de sus sistemas, pero que son una variación excepcional y natural dentro de nuestra especie. ¿De verdad sería transfóbico explicar estas cosas?

Lo que me preocupa más de todo este caso de Dawkins no es tanto que sea él el objeto de ataques (no sólo por él; es que a cualquier otro le habría ocurrido), sino que es el último en una fila de ejemplos recientes que dan cuenta de cómo estamos criminalizando cualquier atisbo de duda o debate. Las tendencias restrictivas y antiliberales de sectores contemporáneos de la izquierda han convertido en tabú ciertos temas de justicia social como la identidad y los roles de género, la discriminación sexista y la pertenencia a una cultura, traicionando el espíritu inquisitivo del liberalismo progresista que les dio a luz y la importancia de los planteamientos hipotéticos y argumentos científicos que nos lleven a aplicar un razonamiento crítico. Tal como afirmó en un hilo de Twitter Iona Italia, Dra. en literatura inglesa y editora a cargo de Areo, “que un científico no deba hacer preguntas sobre temas provocadores, complejos o aún no resueltos porque podrían ofender a la gente es una comedura de coco absolutamente galáctica”.

Y si hay algo más que debe reconocerse de Dawkins es que nunca ha temido plantear debates espinosos con temas polémicos en Twitter, como su comentario sobre la elección en abortar o no un feto con síndrome de Down o sobre la importancia de hacer un análisis racional de cualquier tema usando la violación como ejemplo. Claro, son dilemas que con otros ejemplos habrían sido más aceptados, tal como lo que quiso argumentar con el caso de Dolezal, pero eso invalidaría el punto de que ningún tema, por incómodo que sea, está exento de debate, y que el debate mismo no es equivalente a la negación de los derechos o la humanidad de nadie, como pretende gente del calibre de Mehta. El mismo Dawkins advirtió hace años que llegamos a un punto de debate donde preferimos protegernos de preguntas incómodas, en vez de abordarlas y fijarnos en su contenido:

No deberíamos obligar a las personas a entrar en dolorosas discusiones hipotéticas, pero tampoco deberíamos dirigir cacerías de brujas contra las personas preparadas a hacerlo. Temo que algunos de nosotros podríamos estar entrando en zonas tabú, donde la emoción es rey y la razón no se admite; donde la razón, en algunos casos, es activamente intimidada y no se atreve a mostrar su rostro. Y esto lo lamento. Ya tuvimos suficiente de ello con los fieles religiosos. ¿No sería una pena que fuésemos seducidos por una forma diferente de lo sacro, lo sagrado de las zonas de tabú emocional?

Estoy consciente de que hay un debate sobre los factores que contribuyeron al declive de la crítica racional dentro del activismo ateo, pero no es de mi interés aventurarme a sentenciar en torno a un factor en particular. Lo que sí me interesa hacer en este espacio es defender la importancia de que rescatemos la libertad de emitir opiniones y abrir debates sobre temas que, quiéranlo o no, necesitan una exploración honesta que está bastante afectada por los excesos de la justicia social. Por ejemplo, una forma de llevar el caso de Dolezal y los argumentos transraciales desde una perspectiva sociopolítica más crítica, sin darles equivalencia con los argumentos transgénero o caer en reduccionismos de justicia social, sería que ilustra ciertas falencias conceptuales y estructurales a través de las cuales algunos individuos pueden saltarse las reglas y acceder a beneficios sociales destinados a las minorías. Y bajo esa perspectiva, aun reconociendo la existencia objetiva de la identidad transgénero, es ineludible debatir sobre qué argumentos fundamentados se requieren para aceptar a un individuo como trans y evitar episodios similares -pues entonces no bastaría sólo con un “me identifico como X”-, pero sin desconocer sus derechos individuales. No es un debate sencillo, y ciertamente la respuesta parece lejana en el futuro cercano, pero no por ello es innecesario.

Sí, entiendo que ese tipo de dudas son incómodas no sólo porque se siente que puedan poner en tela de juicio los derechos de la comunidad trans como un todo, sino también porque pueden ser apropiadas y tergiversadas por la ultraderecha actual para respaldar su visión discriminadora de la sociedad. Y por desgracia el desdén de algunos sectores progresistas al debate objetivo y los argumentos racionales, y las críticas de varias figuras escépticas a esto, le ha brindado el pretexto a los reaccionarios de presentarse como los campeones de los hechos y la lógica. Así se han granjeado de canales con cierto éxito en redes sociales, escritos desastrosos de notable difusión, e incluso han alcanzado la arena política. Puedo llegar a comprender un mínimo, sólo un mínimo, a Mehta en ese temor.

Ya sé que Laje es un ejemplo predecible a estas alturas, pero no es culpa mía: él es la encarnación perfecta del reaccionario oportunista al cual me refiero.

No obstante, esa inquietud no puede convertirse en un temor a abrir debates necesarios, ni tampoco transformarse en un pretexto para la tergiversación perniciosa como hizo Mehta. Tal como dijo Dawkins, no tienes que sentirte presionado a crear o participar en un debate incómodo para ti: la libertad de expresión también implica que puedes mantener un silencio prudente si es tu deseo. Pero, entonces, permite que otros tengan la libertad y el espacio para hacerlo, y no los satanices si es que trata justo sobre un tema que te incomoda o te parece zanjado. Más allá de las discusiones de lo que es o no es privilegio, de si estás de acuerdo o no con lo que este sujeto está diciendo, o que si este tipo tiene más poder a nivel social entonces atacarlo es menos cuestionable, suprimir el debate y atacar a quienes elevan la duda, en lugar de explorar la duda en sí, jamás ha sido el camino del progreso social.

Podría simplemente haber reducido toda la crítica hacia la justicia social a la caricaturización de una amenaza sin fundamentos teóricos, pero me interesa ser más constructivo. Coincido con lo planteado por Helen Pluckrose: como heredera de los argumentos progresistas sobre una sociedad liberal, el objetivo no debe ser acabar con la justicia social, porque no ha dejado de ser necesaria la lucha en nuestro mundo actual. El asunto es romper con las restricciones de la narrativa de justicia social crítica, aproximada a la identidad colectiva y la detección de dinámicas de poder detrás de los discursos sociales, y retomar los principios de la justicia social liberal, que enfatiza en el valor del individuo, tolerar la libertad de expresión y creencia –dentro de los límites establecidos- y valorar el flujo de ideas y opiniones.

No hablaría de desechar por completo algunas observaciones de la justicia social crítica, como que no siempre es fácil para el público reconocer narrativas discriminadoras racionalizadas y disfrazadas de escepticismo, sino de matizar ese reduccionismo argumentativo, y fortalecer las ideas rescatables con argumentos lógicos y bases racionales desde un enfoque más liberalista. Se trata de buscar una salida del estancamiento y el dogmatismo para alcanzar una justicia social más racional, pues al final del día ambos enfoques de justicia van por el mismo objetivo de alcanzar una sociedad donde no se discrimine a una persona con base en alguna característica, condición o idea. Pero, de mi parte son más bien puntadas desde la penumbra, y reconozco que no sería un proceso fácil mientras una de las partes permanezca cerrada al debate, tal como quedó evidenciado en este penoso episodio.

De momento, es todo lo que tenía ganas de comentar. Si hay algo que el lector debería aprender de todo lo ocurrido es que, si tienen interés de comentar y debatir sobre algún tema, jamás lo evadan ni teman hacerlo, por incómodo que pueda ser, siempre desde un enfoque respetuoso y objetivo. En estos tiempos donde la verdad puede confundirse fácilmente detrás de un discurso, y varios de los que más deberían respaldarla le hacen flaco favor al restringir la apertura de discusión, siempre son necesarias personas con el carácter desafiante y a la vez sensato de Richard Dawkins.

Comentarios

  1. Excelente entrada, preciso y bien hilvanado.

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  2. Muy buen análisis, coincido casi en todo. Reparo en que Dawkins realmente no planteó un debate, sus ideas sueltas con un "discutan" fue más un intento de armar el arenero, como en los demás casos que has mencionado, que ampliar un debate académico y serio como se merece la interpretación que tú le das (cosa que no me queda clara, ¿realmente quería que discutieramos sobre eso?). Qué mejor que lo hubiera planteado fuerte y claro: que no vilipendien a quienes indican que las personas trans no son completamente idénticas a las personas cisgénero.

    Y bueno, el ejemplo que escogió es demasiado pésimo: una mujer que se identifica como negra (no como afroamericana) a la que han vilipendiado y no al revés. Sin embargo, coincido, así como lo hice con la publicación del blog de David Osorio, que la mala fe de los que llaman justicieros sociales debe ser rechazada, no solo porque atacan algo que Dawkins no dijo, sino porque sus justificaciones son una verdadera cacería de brujas de la era digital.

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    1. Creo que es su proceder habitual en Twitter, por lo que he visto. La verdad es que teniendo un blog, debería usarlo para abordar como tal esos temas de "discutan", como hizo Coyne, en vez de buscarle la lengua a la gente.

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    1. Gracias por la observación. Estoy pendiente de tratar de adecuar el formato del blog para que sea más cómodo en lectura.

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