Sobre la objetividad y la falsabilidad
Introducción
Hace años escribí una entrada cuestionando un poco el concepto de intersubjetividad y las críticas de un amigo que decía que “la objetividad no es necesaria”. Repasándola por estos días, y a raíz de algunos debates que han surgido en Twitter sobre si se puede analizar o uno una obra de arte o ficción de forma objetiva, en los cuales se terminó refiriéndose al método científico como algo alejado de la objetividad (¿eh?), me di cuenta que hace falta tanto un desarrollo más robusto del argumento como una disertación de lo que es objetividad, certeza, verdad absoluta, verdad objetiva e incluso sobre la falsabilidad, pues parece que hay una confusión tremenda entre todos esos conceptos.
Una
aclaración previa: esto no va en intención de atacar ni a Marina
Golondrina ni a Albsart;
por desgracia, ya ha salido mucha gente veloz al descalificar sin contexto,
haciendo ataques por completo desproporcionados, y no me interesa contribuir al
odio y la confusión (dudo tener ese nivel de alcance, pero a la gente le gusta
buscar cualquier pretexto para sostener sus prejuicios), tanto por su salud
mental como la mía. Tampoco voy en plan de ridiculización con las posturas que
manifestaron, porque son personas por las cuales he llegado a sentir respeto y
aprecio, y en honor a la verdad los hilos de ambos tienen puntos muy
interesantes. De hecho,
ellos mismos reconocen que lo que expresan son posturas un tanto personales, y
como tales están abiertas al debate (cosa que por ejemplo no
pasó con el tipo que me decía que el SARS-CoV-2 fue diseñado), así que
cumpliendo con esto ofrezco lo que yo puedo comentar al respecto del tema, con
base en argumentos.
¿Qué tan subjetiva es la crítica
artística?
Antes
de iniciar, partiendo desde la discusión original, que era sobre el arte… pues
sí, es difícil hablar de objetividad al analizar una obra artística o una
serie, debido a que esto involucra criterios estéticos los cuales son bastante
diferentes entre las personas, y aun cuando un crítico profesional tenga una
comprensión teórica sobre las técnicas y estilos artísticos, o sobre la
narrativa y la animación, al hablar de lo que es “bello” o “entretenido” es
muchísimo más fácil que se cuelen nuestras apreciaciones íntimas.
Por
otro lado, sí que hay herramientas para hacer algunas apreciaciones más
objetivas (o menos subjetivas, si lo prefieren así) sobre una obra artística.
Si por ejemplo a alguien le parece que Fernando Botero no es un artista muy
bueno porque a nivel de técnica maneja casi siempre expresiones muy rígidas,
figuras rígidas y prácticamente sin perspectiva, herramientas artísticas
básicas para cualquier estudiante de artes, eso ya es una crítica con
fundamentos objetivos. La apreciación final sí puede tener mucho de
subjetividad por lo que entendemos como “bello” o “arte”, que como dije va muy
de la mano con nuestra visión personal, pero no siempre va a carecer por ello de
argumentos tangibles o basados en la metodología. Y… sí, tampoco me gusta
Botero.
Ocurre de forma un tanto similar a nivel de ficción literaria, sea en cómics o libros. Cuando por ejemplo se habla de que Kentaro Miura (autor de Berserk, como recordarán los lectores del blog) tiende a recargar sus fondos con colores oscuros que dificultan distinguir figuras en ocasiones, la gesticulación facial es escasa y las escenas de combate son poco dinámicas en comparación con otras como Vagabond o Vinland Saga (un debate que por cierto Marina también generó, y que ayudó a mostrar lo duro que es para los fanáticos considerar siquiera ciertas opiniones), o que Togashi en Hunter x Hunter ha abusado mucho del exceso de texto en arcos más recientes, esas son críticas que parten desde una base racional, la cual corresponde al uso o mal uso de las herramientas artísticas y narrativas de las que dispone un medio, en este caso el manga. Aun si a nivel personal nos parece que ambas obras son grandiosas, a nivel profesional también se puede apreciar que narran historias con temas profundos de la naturaleza humana, y al mismo tiempo pueden tener ciertas limitaciones o dificultades artísticas: cuestionar aspectos de cada una no significa desvalorizar el trabajo de sus autores, y reconocer esto es un atisbo de madurez que todavía le cuesta a algunos.
Por ejemplo, si nos fijamos en los rostros de esta escena la mayoría se ven un tanto rígidos, sin muchas líneas de expresión. En especial Casca, quien se supone está llorando.
Así
que en efecto, aunque en buena medida la valoración artística es un enfoque que
puede tener muchos sesgos a nivel personal, sí que se cuentan con herramientas
metodológicas que permiten ofrecen al menos algunas bases objetivas a las
conclusiones alcanzadas. Pero, por supuesto, al no ser un crítico de arte ni
estar tan empapado en profesiones de artes plásticas, mi percepción de ello
puede estar obviamente limitada. En el fondo lo mío es la metodología y la
ciencia, así que vamos con ellas.
¿De qué se trata la objetividad?
Como
les comentaba, parece que hay una confusión conceptual tremenda entre lo que es
objetividad, certeza, verdad absoluta y falsabilidad, y creo que eso yace
primordialmente en que muchos no tienen realmente claro lo que significa
objetividad. Y no los culpo, pues de hecho resulta que no es lo mismo la
objetividad como concepto filosófico que objetividad como concepto en el
quehacer científico.
En su concepción filosófica pura, la objetividad es el concepto de verdad, más allá de los sesgos ofrecidos por la subjetividad individual. Es decir, cuando hablamos de una realidad objetiva, nos referimos a la existencia material de las cosas así como sus propiedades, aquello que por ejemplo hace a un perro ser un perro (o en palabras más aristotélicas, la causa formal). Es un poco difícil profundizar este punto sin pasar al siguiente, así que lo que puedo decir aquí es que la forma en que abordamos y comprendemos el conocimiento objetivo es la base en sí de una de las grandes ramas de la filosofía y el desarrollo del método científico, la epistemología.
Por ejemplo, al hablar de un perro en el párrafo anterior, estoy seguro que muchos no pensaron necesariamente en un husky como el de la foto, pero coincidirán conmigo en que igual es un perro.
Desde aquí podemos abordar entonces lo que en las ciencias llamamos objetividad. La objetividad científica vendría siendo, en síntesis, el reconocimiento del error humano en el método científico y los enfoques que deben tomarse para reducirlo lo máximo posible: un criterio operacional, para entendernos. Al aplicar el método científico debe reconocerse que el proceso puede verse afectado tanto por sesgos individuales y cognitivos (emociones, creencias, prejuicios) como muestrales (muestreos no aleatorios, sesgos de selección, etc.) que influirán en las conclusiones alcanzadas a partir de la evidencia obtenida (más o menos lo que explicaba al principio sobre la valoración artística), por lo cual son necesarias diferentes herramientas para minimizar dicho efecto: muestreos aleatorios, modelos de regresión, controles negativos, replicación de datos por terceros, y así. En palabras del paleontólogo Stephen Jay Gould, es un tratamiento justo de los datos que se obtienen a través de la observación, entendiendo esta última no sólo como la adquisición de información a través de la percepción de los sentidos, sino también como el uso de instrumentos y herramientas científicas para obtenerla.
“La mejor forma de objetividad yace en identificar explícitamente las preferencias, para que así su influencia pueda ser reconocida y anulada.”
Explicado
esto, empecemos a separar conceptos. Comentaban en Twitter que hablar de
objetividad en la ciencia es un insulto, citando además el criterio
de falsabilidad de Karl Popper. Esta es la confusión a la cual me
refiero, porque si hay un objetivo marcado y compartido en las diferentes ramas
y enfoques de la ciencia es en buscar
una aproximación lo más objetiva posible al conocimiento de la realidad
material, y esto no se alcanza sólo a través de la falsabilidad de una
hipótesis o experimento, sino también de la reproducibilidad
de los mismos; es decir, que pueda ser confirmado a través de la replicación
posterior por otros agentes. Esos son los pilares del método científico. Decir
que la ciencia desdeña la idea de la objetividad de un conocimiento objetivo a
través del método científico es lo más alejado que se puede estar del criterio
científico, y a nivel subjetivo eso
sí sería un insulto.
Ocurre que, en primer lugar y considerando que citaron a Popper, me parece que se confunde el ser objetivo con ser infalsable, lo que sugiere que se entiende la imposibilidad de refutación como condición de la objetividad. Esto es un error. Popper definía en La lógica de la investigación científica que una teoría científica se considera como tal porque ofrece la posibilidad de ser refutada a través de contraargumentos, y con ello puede ser corregida y actualizada a través de la labor científica: es decir, que esté abierta a un marco objetivo de evaluación de sí misma. Eso es el criterio de falsabilidad como tal, y es por esto que hipótesis paranormales y sobrenaturales como la existencia de dioses o los avistamientos de fantasmas (ejem, el Hisoka invocado) no son consideradas científicos, mientras que propuestas como la homeopatía, el psicoanálisis freudiano o el diseño inteligente son calificadas de pseudociencia: porque no dan espacio a una refutación empírica de sus supuestos. Por ello, cuando la ciencia habla de buscar la objetividad, se refiere de hecho a procurar que, en principio, las hipótesis y teorías que plantean (hablo de nuevo en términos científicos, donde teoría e hipótesis no son lo mismo) sean lo más autoconscientes y falsables que sea posible, siempre teniendo en cuenta que puede existir algún nivel o posibilidad de error.
El famoso capítulo Un dragón en el garaje, en El mundo y sus demonios de Carl Sagan, es quizás el mejor ejemplo construido de aplicación del criterio de falsabilidad.
Ahora,
hay que tener en cuenta que el falsacionismo popperiano cuenta con
algunas limitaciones conceptuales, que de no ser complementadas con
los criterios científicos detrás de la evaluación progresiva de sistemas
teóricos pueden conducir a errores serios de interpretación: de hecho, Popper
tuvo el dudoso honor de calificar la selección natural de Charles Darwin como
una cuasi tautología infalsable (aunque en posteriores
trabajos reconoció su error), cuando en la realidad sabemos no sólo
que se trata apenas de un marco teórico dentro de la biología evolutiva, sino
que además sí
puede ser contrastable a través de la evidencia. De modo que hay que
ir con cuidado cuando se usa la falsabilidad como único criterio de demarcación,
mucho más si erróneamente hacemos una equivalencia dudosa con la ausencia de
objetividad.
Otro
problema es hacer la equivalencia falsa de que una afirmación objetiva es igual a una afirmación certera. Esto es otro campo de discusión
complejo, porque existe tanto una certeza
objetiva, la ausencia de un espacio racional de dudas en una idea, como una
certeza psicológica, el grado máximo
de convencimiento personal en la veracidad de una idea, y mientras que la
segunda puede llegar a ser un criterio más bien subjetivo, alcanzar la primera
es motivo de debate epistemológico. Sin embargo, en términos generales las
ciencias asumen las leyes y teorías como un grado máximo de comprobación, pero
asumiendo no sólo que siempre existen niveles probables de error, sino que
además son susceptibles de ser refutadas o actualizadas por el progreso
científico. De nuevo, hablamos de objetividad como evaluación fáctica, no como
certeza irrestricta.
Pasa
un tanto con lo que se entiende como verdad
o hecho en el campo científico, lo
cual no es un concepto absoluto como se podría entender, por ejemplo, de un
dogma religioso como la Inmaculada Concepción, sino de la coincidencia entre
una afirmación propuesta y la mayor cantidad de evidencia disponible al
respecto, tal como explicaba en el párrafo anterior. El problema
que a bien señaló una ingeniera y artista, Minaya (con un trabajo muy
bueno, por cierto), es que se tiende a visualizar al científico como
una figura dogmática, incuestionable y con una confianza plena (y esto es un
aspecto meramente psicológico) en la certeza al 100% de sus afirmaciones,
cuando en la realidad no ocurre así. No defendemos la evolución de las especies
sólo porque lo propuso una autoridad como Darwin, sino que desde su formulación
de la selección natural se han realizado diferentes experimentos y se ha
encontrado evidencia robusta para respaldar sus hipótesis, e incluso se han
propuesto otras nuevas que han extendido y complementando lo que entendemos
como origen de las especies más allá del darwinismo clásico. Ocurre similar con
la física newtoniana: no fue demolida en su totalidad por la relatividad
general de Eistein, sino que este último amplió y complementó el enfoque más
restringido que tenía Newton sobre la gravedad.
De esa forma, no hay una imposibilidad de contraste entre los “paradigmas” de diferentes sistemas teóricos, como argumentaba Thomas Kuhn de forma confusa con su concepto de inconmensurabilidad, ni tampoco ocurren los cambios de modelos por ser estos construcciones culturales que reflejan la condición social e incluso política de su tiempo (por otro lado, Kuhn aceptó en años recientes los problemas de interpretación que sus vaguedades conceptuales generaron sobre el conocimiento científico), sino porque se alcanzan hechos objetivos basados en descubrimientos, no por ello incontrovertibles, pero que sí pueden llegar a ser irrevocables, como por ejemplo el papel de los microorganismos en las enfermedades infecciosas. Y si algo ha quedado manifiesto con la actual pandemia de COVID-19 es justo que el proceso de obtener conocimiento científico se encuentra siempre con algún nivel de incertidumbre en los hechos confirmados, y que se debe estar abierto a las nuevas evidencias que surgen, siempre que estas cuenten con un robusto respaldo teórico y metodológico.
Para
concluir este punto, antes de enredarnos mucho más, la objetividad no se trata
de alcanzar una certeza absoluta o una verdad irrevocable, sino de la
verificación de los hechos a través de evidencias robustas obtenidas con un
enfoque crítico sobre nuestras propias limitaciones y sesgos potenciales, lo
cual va más allá del criterio falsacionista. Por lo tanto, más que decir que la
ciencia no es objetiva, la realidad es que la ciencia busca aproximarse lo más
posible al alcance de un conocimiento objetivo, y en ese proceso es el sistema
con un mejor respaldo a la hora de obtenerlo. Esto tampoco invalida los aportes
de ramas como la filosofía, las artes o las humanidades al conocimiento, sólo
que hay aspectos del mismo en los cuales estos podrían verse más limitados;
siendo justos, la ciencia se puede complementar muy bien con conceptos
filosóficos o enfoques sociológicos, y viceversa, pues no son “saberes” mono-paradigmáticos.
En síntesis, la objetividad sí existe:
lo que ocurre es que no es como te la imaginas.
Filosofando con la sistemática: el problema
de las especies
Algo
en lo que quizás acertó Kuhn es que a menudo los modelos dentro de los sistemas
teóricos científicos se mantienen imperturbables porque en ocasiones los
científicos pueden alcanzar un consenso sin que la mayoría haga una
comprobación experimental, así que las “anomalías” percibidas se acumulan con
el tiempo hasta que ocurra un remezón. Pero sería injusto decir que esto ocurre
sin raíces teóricas y conceptuales que son evaluadas por cada uno de nosotros
en la comunidad científica; al mismo tiempo, tampoco significa que los modelos
y conceptos estén sin observaciones periódicas y discusión constante. Por ello,
voy a presentar un ejemplo de estas discusiones sobre un tema en concreto que,
aunque podría llegar a ser irresoluble, no significa que haya permanecido
inmutable a través del tiempo, ni que sea ajeno a una observación objetiva en
sus potenciales soluciones.
Por ejemplo, la irrupción de técnicas moleculares y análisis de ADN en la taxonomía (esto es, la clasificación de seres vivos) ha generado un debate con los taxónomos “clásicos”, que se basan en rasgos morfológicos, morfométricos y/o conductuales para clasificar especies, y aunque en buena medida la mayoría hace uso de un enfoque integrativo, combinando diversas herramientas, aún persiste cierta discusión sobre los criterios empleados para distinguir una especie de otra con base en argumentos moleculares. Esto no es más que la extensión de un debate que existe dentro de la biología y en particular la sistemática (el estudio de la clasificación y diversificación de las formas de vida, pasadas y presentes, y su relación a través del tiempo), incluso antes de que Linneo estableciera el rango taxonómico de las especies y el sistema de nomenclatura binomial, y que de hecho va más allá de la ciencia aplicada, pues incorpora argumentos filosóficos para tratar de resolver la interrogante: el problema de las especies.
“Mamá, papá… Hay algo que necesitan saber. ¡Soy un mamífero!”
El
problema surge cuando el biólogo trata de definir qué es una especie, puesto que los seres vivos son tan
diversos en diferentes aspectos que no existe a la fecha un concepto
unificado que pueda satisfacer a todos. Se han planteado cerca de treinta
diferentes conceptos, cada uno con diferentes criterios para definir no sólo a
un determinado grupo de individuos como especie, sino también cómo se da la
especiación en sí, así que al arrancar con investigaciones enfocadas en
especiación se debe tener en cuenta el concepto que se quiere aplicar. Por
ejemplo, el clásico concepto biológico
de especie de Mayr (“Grupos de poblaciones naturales que real o
potencialmente se cruzan, las cuales están reproductivamente aisladas de otros
grupos”), aparte de que obviamente no tiene en cuenta a procariotas
uniparentales, tampoco considera que pueden existir barreras reproductivas
semipermeables entre poblaciones.
Por su parte, el concepto filogenético de Eldredge y Cracraft (“Un cluster diagnosticable de individuos dentro del cual hay un patrón parental de ascendencia y descendencia, más allá del cual no hay, y el cual exhibe un patrón de ascendencia y descendencia filogenética entre unidades de tipo similar”), si bien sí tiene en cuenta a los procariotas, se ve desafiado por organismos uniparentales con poco o un alto intercambio genético, así como por la hibridación, puesto que sus características dificultan definir si se tratan de especies separadas. Y así ocurre con todos los conceptos: incluso el concepto unificado propuesto por de Queiroz, el concepto general de linaje (“(Segmentos de) linajes metapoblacionales que evolucionan de forma separada”), uno de los más completos, tiene sus limitaciones operacionales, pues en el caso de las poblaciones conectadas por un limitado flujo genético se queda corto al clasificar. Todo esto es un debate enorme dentro de la biología evolutiva, pero quizás en algún futuro pueda ampliar más lo que me tocó exponer en clase al respecto.
“Si quieres hacer grande de nuevo a nuestra metapoblación, vamos a necesitar construir puentes, no cercas.”
“¡No necesitamos inmigrantes! ¡Sólo traerán enfermedades!”
Es aquí donde el debate biológico pasa a un campo más conceptual que metodológico, pues el problema de las especies no es más que una arista del famoso problema de los universales, la discusión metafísica sobre la manera en que interpretamos las cualidades de los objetos o entidades. Es decir, ¿existen las propiedades de los objetos sólo a través del pensamiento y el lenguaje con el que los definimos (nominalismo), o dichas propiedades trascienden el lenguaje y existen en la realidad (realismo)? Sé que puede parecer un poco fumado, así que les dejo este video de Josué de Monitor Fantasma exponiendo el tema. El problema de las especies va, por supuesto, en la misma línea: en palabras del biólogo evolutivo y filósofo de la ciencia, Massimo Pigliucci, “el problema de las especies no es primordialmente empírico, sino que está tensado con cuestiones filosóficas que requieren –pero no pueden ser resueltas por- evidencia empírica”. ¿Son las especies clases naturales, que existen más allá de si podemos reconocerlas con nuestra mente y sentidos? ¿O son sólo abstracciones concebidas por nuestra necesidad de clasificar las cosas?
Si miramos, por ejemplo, a los équidos, hay en la actualidad ocho especies reconocidas, pero eso significa que si todas derivan de un ancestro común, en varios puntos a lo largo de la historia evolutiva de la familia, la distinción entre una y otra especie habrá sido muy difícil de señalar.
La
cosa, entonces, no es tan sencilla como decir “¡pero es que 2+2 = 4!”. ¿Se
puede entonces conceptualizar de forma objetiva? Sí. Aun si delimitar cuándo una especie es distinta como tal no es
sencillo, a nivel de investigación se puede abordar el problema de un modo más pragmático, es decir, entendiendo que
aun si las especies no son clases naturales, son una realidad objetiva que
puede ser abordada de forma práctica, como cuando se analiza la estructura genética
de las poblaciones en una especie determinada. Casi cada concepto se puede
usar, pero el investigador debe estar consciente de aceptar lo que significa
entonces el término especie y su delimitación dentro del enfoque conceptual que
asuma para su estudio, por lo cual debe mantenerse dicho enfoque de forma
constante: ni siendo tan nominalista como Occam, ni tan realista como Platón. Por
ejemplo, en mi actual proyecto (patrones de potencial aislamiento reproductivo
en poblaciones de un gusano marino) estoy aplicando tanto el concepto biológico
como el concepto filogenético como enfoques conceptuales para las preguntas de
investigación que tengo planteadas, de manera que los criterios del concepto
filogenético complementen las limitaciones que pueda tener desde el enfoque
biológico.
En
este sentido, el concepto unificado propuesto por Kevin de Queiroz en su
artículo Conceptos de especies
y delimitación de especies parte desde un enfoque más integral, donde
el núcleo del problema de las especies corresponde a que las propiedades de los
distintos conceptos de especies son en realidad criterios operacionales
secundarios que actúan como diferentes líneas de evidencia al evaluar la separación
de linajes, y la única propiedad necesaria para definir una especie es su
existencia como un linaje metapoblacional
(grupo de poblaciones separadas a nivel espacial y conectadas por flujo
genético) que evoluciona de forma separada; es decir, se trata de una “esencia”
no esencialista, sino que puede cambiar a través del tiempo. Como dije antes,
su concepto general de linajes igual tiene algunas dificultades, pero en
general es un enfoque más cercano a las herramientas necesarias para pasar del
debate del concepto de especies a la delimitación y procesos involucrados en el
origen de las mismas. En otras palabras, y pecando de ser muy simplista, aunque
no podamos definir si acaso hay una esencia del perro, sí se puede evaluar de
forma racional las propiedades por las que podemos considerar que un chihuahua
y un gran danés son ambos perros, tanto a nivel conceptual como práctico.
Conclusiones
Reconocer
las limitaciones y sesgos de nuestras percepciones y pensamientos no tiene por
qué ser asumido como una renuncia a alcanzar una plena objetividad; al
contrario, es un primer paso en comprender y aceptar lo que realmente significa
la objetividad. Y aunque esto significa que, en un sentido filosófico, llegar a
una comprensión e interpretación por completo infalible de las evidencias en la
realidad a nuestro alrededor es imposible, nos brinda una oportunidad perfecta para
contrastar de forma más estricta los hechos que vamos descubriendo en la
búsqueda del conocimiento. El método científico reposa, pues, no sólo en
reconocer dichas limitaciones, sino además en actuar que forma que afecten lo
menos posible la información que contrastamos. Ahí es donde yace el
conocimiento objetivo, y
en tanto se comprendan los pasos y normas del método científico y se
cuenten con las herramientas requeridas, es posible que sea alcanzando por
cualquier persona que lo aplique.
De
nuevo, esto no significa que no se puedan alcanzar conocimientos a través de
las mal llamadas “ciencias blandas”, del campo de las humanidades. Esas
no son más que falsas divisiones, tal como ya ejemplifiqué con el problema
de las especies: así como analizar la historia del progreso científico es algo
indispensable para comprender por qué se confía en la solidez del método
científico, la filosofía se puede servir del conocimiento científico para abordar
preguntas concretas, y ciencias sociales como la antropología y la sociología
pueden apoyarse también en temas biológicos o ecológicos para fortalecer sus
planteamientos en cuanto al ser humano y la forma en que se organiza y
relaciona con sus congéneres y el ambiente que lo rodea.
Y
ahora, cabe la pregunta de rigor: ¿soy yo objetivo al escribir mis análisis y
críticas en este blog? Quiero pensar que sí. Por un lado, trato siempre de
ceñirme lo más posible a las evidencias y la información que llega a mis manos,
cuento con experiencia en temas científicos (y en menor medida, epistemológicos)
y en ocho años he podido ir creciendo en ideas, fortaleciendo algunas, madurando
otras y dejando atrás las peores o más débiles. Por otro lado, como decía Mafalda,
nadie es buen Sherlock Holmes de sí mismo, y sé que es muy fácil que en el
calor del momento se filtren opiniones menos fundamentadas o que no se
contextualicen bien; al mismo tiempo, estoy consciente de que como ser humano, somos
muy propensos a defender nuestras propias ideas ante la crítica o la reflexión.
Al menos, en ese sentido tengo presentes mis limitaciones, y trato siempre de
minimizar el ruido que puedan generar en mis observaciones.
Con
esto termino. Fue un trabajo bastante largo, y de hecho agradezco mucho el
debate que generaron Marina y Albsart en las redes, porque me permitió centrarme
para trabajar en este tema, y que además pueda servir en un futuro a otras personas
para que comprendan cómo proceden los avances científicos y el cómo se
contrastan los hechos y la información antes de plantear afirmaciones que
tienen un impacto a nivel científico y social. Después de todo, sin claridad en
esos temas, no seríamos capaces de responder de forma exitosa si la Tierra en
verdad es esférica y no plana, si las orientaciones sexuales diversas o la
identidad transgénero cuentan con bases biológicas o son elecciones sociales, o
si el autismo se puede curar con la oración o “soluciones milagrosas”, ¿no lo
creen?
Excelente, muchas gracias por publicar estas aclaraciones. Quisiera añadir un par de cosas relacionadas con la crítica de arte, yo que soy aficionado a la crítica literaria. Toda crítica se hace desde una teoría, y toda teoría es una serie de conclusiones filosóficas pero en las que también influye la ciencia. La filosofía estética investiga la belleza, pero por supuesto que necesita alguna base científica. ¿Qué causas biológicas, sociales, morales y psicológicas puede haber para que un artificio de, por ejemplo, Borges, cause asombro? ¿Por qué nos gusta la poesía? ¿Por qué necesitamos oír historias? La cuestión es mucho más complicada, pero con esto quería terminar de aclarar que la crítica es objetiva en tanto busca el entendimiento de la naturaleza humana más bien que la imposición de un gusto. También los críticos se ven enfrentados ambigüedades, y de hecho van a la caza de ellas todo el tiempo jaja. Qué gusto me ha dado leerte. ¡Saludos!
ResponderEliminar¡Hola! Lamento mucho responder hasta ahora, pero me gustan los elementos que agregas sobre la crítica artística. En efecto, entiendo que por mucho que haya un elemento personal o subjetivo al analizar un cuadro o una novela, de todos modos hay un marco objetivo al hacerlo para reducir al máximo ese factor humano. Saludos igualmente.
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