El dromedario y el camello

 


Introducción

Tal como ocurrió en las últimas semanas en Estados Unidos, la indignación y la rabia que se habían manifestado en Colombia desde las protestas de noviembre, como causa de la incompetencia del (sub)Presidente Iván Duque, contenidas por meses a causa de la actual pandemia, terminaron desbordando ante el reciente asesinato de un civil a manos de la Fuerza Pública, otra muestra del poco respeto que tiene la institución por las vidas de los civiles, y otro ejemplo que entierra la eterna retórica de las manzanas podridas.

La noche del 9 de septiembre fue bastante caótica, en especial en Bogotá, y la actuación de la policía dejó un saldo de ocho civiles muertos, 248 heridos –de los cuales más de 50 fueron lastimados por disparos de la Policía- y varios Centros de Acción Inmediata (CAI) destruidos. Como ocurrió en el caso de Dilan Cruz, han surgido debates en torno a las razones de los disturbios, la validez ideológica de los destrozos, la reacción difusa de las autoridades y así, por lo cual intentaré hacer un análisis del detonante y todo lo que ha surgido a partir de este caso indignante.

“Acto de servicio”

La noche del pasado 7 de septiembre, dos agentes de Policía detuvo con exceso de fuerza a Javier Ordóñez, un ciudadano de 43 años, quien recibió al menos ocho descargas de una pistola de electrochoque (taser) ante la atónita mirada de varias personas. Ordóñez fue trasladado después a un CAI, y de allí salió al hospital, donde fallecería poco después por causa, o al menos eso se creyó en un principio, del uso excesivo de electrochoques. Cuando el crudo metraje donde se evidencia la brutalidad de los agentes, mientras Ordóñez sólo podía gritar “Por favor, paren”, y la gente les pedía que se detuvieran, que él no estaba ofreciendo resistencia, se hizo público, los ánimos se caldearon al ser testigos de una dantesca escena nada diferente al asesinato de George Floyd a manos de la policía en Estados Unidos.


El miércoles 9 en la noche, Bogotá fue sacudida por las protestas y disturbios creados por la gente enfurecida y cansada no sólo por la muerte de Ordóñez, sino también por muchísimos otros casos de abuso policial y delitos cometidos por la Fuerza Pública que han salido a la luz en los últimos años, en especial desde que Duque asumió el (sub)mandato –otras ciudades presentaron disturbios menores-. La Policía, nunca temerosa de responder con excesos contra los manifestantes, actuó como suele hacerlo, y además de los ocho civiles muertos a tiros durante esa noche, entre los cuales había gente que ni siquiera hacía parte de las protestas, quedaron nuevos registros de abuso policíaco, en especial contra personas que estaban grabando los hechos. Lo más triste es que al día siguiente el país conmemoraba el Día Nacional de los Derechos Humanos.

Después de demorar dos días al menos en separar de su cargo a los dos policías implicados en la muerte de Javier Ordóñez, la defensa irracional de Duque a la labor de la Policía y las acusaciones de vandalismo y estigmatización del Ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, quien pidió que no se califique de asesinos a los uniformados, llegaron noticias más macabras. A pesar de que el uso de los tásers en contra de Ordóñez fue en total contravención al reglamento (pues no debían haber aplicado más de dos descargas), informes preliminares de Medicina Legal dan cuenta de que el hombre presentaba nueve fracturas en el cráneo y graves lesiones en el hígado y las costillas, lo que implica que murió no por los electrochoques sino por la paliza que le dieron los uniformados al trasladarlo al CAI. Esto, sumado a otros testimonios y videos que han surgido del sector, sugiere que Ordóñez, abogado, pudo haber sido asesinado por un “ajuste de cuentas” de los uniformados tras no poderlo detener unas noches antes por irregularidades de procedimiento que el civil les hizo ver. La Fiscalía decidió tomar el caso, mientras que los dos policías identificados por el video y otros cinco implicados recientemente por las revelaciones, aseguran que lo ocurrido cuenta como “acto de servicio” y buscaban acogerse por el fuero de la justicia penal militar- al final, la Sala Disciplinaria del Consejo de la Judicatura decidió que el caso sea de la Fiscalía-.

Todo esto aumentó la rabia de la gente, y a pesar de los llamados a una protesta más pacífica por parte de la alcaldesa de Bogotá, Claudia López –quien ha sido desde el principio crítica con la Policía- y políticos como Angélica Lozano y Gustavo Petro, siguieron ocurriendo disturbios en medio de las manifestaciones, y la Policía volvió a ejercer terror. El balance hasta el sábado 12 en la tarde, tras dos días de protestas, fue de 13 civiles muertos y más de 400 heridos, en una jornada caótica que López ha calificado como “una auténtica masacre a los jóvenes de nuestra ciudad” –la edad de las víctimas oscila entre 17 y 40 años- y la situación más violenta que se ha enfrentado desde la infame toma del Palacio de Justicia en 1985. Tras una semana de diferentes reacciones desdeñosas por parte de Palacio y los altos mandos de la Policía, la Fiscalía dictó orden de captura contra los uniformados implicados de la muerte de Ordóñez, y parece que ya tienen identificados a varios de los policías que dispararon contra la gente durante las protestas.

Hastío

En la entrada anterior les comentaba que las protestas en Kenosha no fueron causadas sino activadas por el caso de Jacob Blake, que encendió las llamas de una indignación que estaba encauzada desde el asesinato de George Floyd, además de servir como descarga de la frustración ante el pésimo manejo que la administración Trump ha tenido con el tema del coronavirus, la violencia racial y el abuso de la policía. En Colombia no es diferente: el asesinato de Javier Ordóñez fue el punto culminante de una indignación que encuentra su lugar en el deterioro social, económico y de seguridad que ha venido enfrentando el país desde que Iván Duque (sub)asumió el cargo, y que ha ido sumando decisiones aún más infelices durante los seis meses de cuarentena estricta que el país debió enfrentar.

El portal La Silla Vacía hizo un recuento importante de los mencionados hechos ocurridos antes del caso de Ordóñez: el incremento de masacres en el último mes desde la detención de Álvaro Uribe; la insistencia terca del (sub)Gobierno en llevar a cabo proyectos ambientalmente cuestionables como los pilotos de fracking y la fumigación con glifosato; el préstamo de 370 millones de dólares a Avianca –recientemente suspendido por orden judicial- mientras se descuida a las pequeñas y medianas empresas y la aprobación de una renta básica para paliar el aumento del desempleo; y su negativa constante a reconocer los graves problemas a nivel estructural en la Policía desde el asesinato de Dilan Cruz en noviembre del año pasado. La yesca estaba ahí, oprimida y reposada desde hace tiempo. Sólo hizo falta una chispa.

Y la realidad es que se veía venir. Para nadie es un secreto que la Policía colombiana es maestra en aplicar un exceso de fuerza y, al menos en el Caribe, enfocarse más en multar a mototaxis y gente en los parques que en agarrar criminales, así que en algún momento alguien tendría que registrar en vídeo lo que muchos han atestiguado antes. Lo que quizá no se suele comprender bien es por qué los uniformados son tan proclives a abusar de su autoridad a la hora de reprimir detenidos y manifestantes. Históricamente el Ejército y la Policía fueron usados de forma prácticamente indistinguible en Colombia para resolver las guerras civiles, y con el inicio del conflicto armado desde mediados de los años cincuenta del siglo anterior la Policía tuvo que adaptarse para complementar a las fuerzas militares en su lucha contra las guerrillas, por lo cual hoy en día está vinculada al Ministerio de Defensa y responde a esta cartera. Es decir que, a diferencia de otros países, la Policía Nacional de Colombia no pasó por una transición hacia la civilidad, sino que permanece como una institución militar.


El problema básico con esto es que la Policía no sabe responder como una entidad civil a las protestas o a los civiles que se resisten a un arresto, armados o no, sino como lo haría un soldado contra un grupo de subversivos, porque en su formación los ven casi iguales: una amenaza al orden público, por lo que en sus funciones son muchos los uniformados que no saben reaccionar y actúan de forma desproporcionada a la situación. Además, son también muchas las personas de bajos recursos y con poca educación que buscan vincularse a la entidad para mejorar su posición, y sin una formación complementaria en materia de derechos y deberes es fácil corromper propósitos con una placa en el pecho (ya en estos días saltó el caso de tres mujeres que fueron violadas en un CAI de Bogotá). Y tal como ocurre con el Ejército de Estados Unidos, también existen serias inquietudes sobre el proceso de selección a la hora de evaluar personas con tendencias violentas. Es por esto que en el Acuerdo de paz con las FARC, la guerrilla más numerosa e influyente en Colombia en ese momento, se hablaba de una reforma estructural importante a la Policía, que es lo que hoy en día se está pidiendo, pero Uribe –perdón, Duque- y su partido se han opuesto en reiteradas ocasiones a contemplarlo, más allá de reformar el Código del cuerpo de uniformados, cosa que en la práctica sólo ha generado más abusos, como el absurdo caso de la multa por una empanada del año pasado.

Incluso muchos de los CAI que fueron incendiados por la gente eran vistos como símbolos de corrupción y abuso, pues varios están vinculados a amargas denuncias de delitos cometidos por los uniformados y para colmo, la condición militar de la Policía implica que sus miembros pueden acogerse a la Justicia Penal Militar, la cual es duramente criticada por sus altos casos de impunidad y encubrimiento de rasos y oficiales. Por más que uno rechace esos ataques a edificios –ya tocaré ese punto en un instante-, es imposible no comprender la rabia de la gente ante la flagrante impotencia de las autoridades, más preocupadas por mantener una ya descolorida imagen de una Fuerza Pública intachable y “gallarda” que por administrar verdadera justicia. Ya es físico asco lo que inspiran para el pueblo. Ya la retórica de las manzanas podridas y la “individualización de los casos” no son más que un insulto a la gente.

No, no eres un revolucionario francés

Volvemos como siempre al eterno debate sobre la destrucción de servicios públicos, como los CAI, buses de Transmilenio, y esta vez hasta una estatua de la virgen María llevó del bulto. Y por enésima vez, reitero mi objeción a esos niveles de protesta, no porque me duela más un edificio quemado que una vida derramada –eso jamás-, sino porque esas acciones no hacen más que entorpecer las ya débiles líneas de comunicación con el gobierno, que se sirve de esos desmanes como excusa perfecta para calificar las protestas de vandalismo y rechazar tomar acciones más contundentes sobre la estructura de mando de la Policía. ¿O de verdad se creen que por quemar decenas de CAI van a hacer que caiga la cúpula corrupta de esa institución, como supuestamente pasó en la Guerra de Independencia? Y sí, quiero hacer énfasis en ese “ilustrado” meme donde comparan las protestas actuales con la campaña de Bolívar o la Revolución Francesa.


La verdad es que este meme es tan simplón y estúpidamente idealista como el lema de “la violencia no se enfrenta con violencia”. Si hay algo que la Historia siempre ha dejado claro es que detrás de todas esas revoluciones exitosas y guerras de independencia hubo personas no sólo con una influencia a nivel económico y contactos para procurar equipamiento y armas, sino también con una formación ideológica importante, las intenciones de cambiar el estatus quo de la sociedad imperante en el momento y la capacidad política de mantener los cambios que lograron conseguir al final de su lucha. La Revolución Francesa no se ganó porque Robespierre organizara una “besatón” o un “protestódromo”, cierto, pero no se financió tampoco vendiendo papas fritas en un puente, ni se consolidó por tener más pólvora para disparar que las fuerzas realistas –y eso sin mencionar que los revolucionarios terminaron violando tantos derechos humanos como la Corona francesa-. Si la mera violencia sin propósito o ideología pudiera cambiar el orden de las cosas, el Bogotazo habría demolido por completo la corrupta estructura bipartidista de Colombia. ¿Y en donde estamos 72 años después?

Y como ya he dicho, todos esos abstractos de quemar cabinas de la Policía por ser “símbolos de muerte” a mí me parecen una auténtica memez. Sólo están satisfaciendo su justa indignación, y lo comprendo perfectamente, como ya dije en el punto anterior, pero no van a moverle ni una pestaña a la Fuerza Pública para que les ofrezca alguna clase de respaldo. Y ojo que a mí me importan incluso menos los CAI de la Policía que los negocios locales o incluso un articulado de Transmilenio; si hay algo que no le falta a la Policía es un presupuesto gordo por parte del Gobierno. Pero no dejaré de cuestionar la utilidad a corto y largo plazo de esos desmanes ante cualquier futura propuesta política, en especial ante un Gobierno ya experto en hacerse el sordo ante la menor confrontación. Si de verdad queremos que haya un cambio duradero, vale la pena mantener la visión de planificar y trascender más allá de destruir.

Ah, sí, y sobre la Virgen… Miren, ya he dicho que soy iconoclasta, pero no talibán: no me interesa andar descabezando o destruyendo estatuas de santos o figuras históricas sin al menos una discusión concienzuda sobre la pertinencia de su existencia. Eso sí, me genera dudas la base legal de que una estatua religiosa esté presente en una plaza pública de la ciudad, pero por desgracia ya es costumbre violar el carácter laico de la Constitución hasta en detalles tan ínfimos como el espacio público por “tradición popular”.

"¡Y el que así se burlaba y se reía,

dos jorobas magníficas tenía!"


Las últimas semanas no hicieron más que resaltar la relación complaciente del Gobierno colombiano con la Policía. Desde que se conoció la muerte de Ordóñez, tanto el (sub)Presidente Duque como el MinDefensa saltaron en defensa de los uniformados, incluso después de la primera noche de protestas y asesinatos de civiles, chocando en especial cuando Duque destacó la “gallardía” que había mostrado la fuerza pública. En contraste Claudia López, aunque por la responsabilidad de su cargo criticó los desmanes por parte de civiles, fue directa en atacar el exceso de fuerza de los policías involucrados en el asesinato de Ordóñez, así como la respuesta violenta de los uniformados durante las protestas al responder con armas de fuego, y cuestionó la falta de control de la Institución, que por estar bajo control directo del Ministerio tiende a actuar sin autorización de los gobiernos locales.

Si en algo hay que ser francos es que el segundo año de Duque fue aún peor que el primero, y no sólo en materia de seguridad, sino también en corrupción y más corrupción, derechos, separación de poderes, educación, medio ambiente, libertad de expresión, salud y economía (y no,  estos dos últimos no son culpa exclusiva de la pandemia). Y el grave problema es que el (sub)Presidente, quien por cierto aún no ha dicho nada que lo desvincule de la investigación sobre el “Ñeñe” Hernández, se ha dedicado a alimentar una imagen de abulia e indiferencia por las inquietudes de los ciudadanos mientras se dedica a (sub)gobernar específicamente para su partido, el –dizque- Centro –dizque- Democrático, cometiendo una tras otra trastada que sólo enfurece más a la población y al mismo tiempo acumulando poder en las manos de su partido, entregando en manos de  fichas políticas y amigos cercanos cargos importantes como la Fiscalía General, la Procuraduría y la Defensoría. No nos engañemos: el Tocineto no es tan astuto como sugieren sus seguidores, ni tan estúpido como creemos sus opositores. Es un completo pusilánime, sí, pero por lo mismo es el (sub)mandatario perfecto para la secta uribista, cumpliendo los designios de su patrón en prisión domiciliaria sin una pizca de remordimiento.

Todo el párrafo anterior es para mostrar cómo la actitud de Duque ante las protestas por el abuso policial va en línea con el tono cada vez menos democrático de la Casa de Nariño. El domingo 13, tres días después de la muerte de los civiles en las protestas, la alcaldesa López llamó a un acto de reconciliación y perdón a las familias de las víctimas, pero Duque prefirió delegar el acto a su Comisionado de “Paz”, Miguel Ceballos, acción que fue resaltada con una silla vacía a su nombre que desató una discusión absurda en redes sociales –mi apreciación: fue muy efectista por parte de López, pero tampoco como para pedir la cabeza de nadie- y la Policía Nacional no se molestó en enviar siquiera a un agente de tránsito. Para colmo, después de semejante desplante Duque apareció en un vídeo no sólo reunido con miembros de la Policía, sino además vestido con el uniforme, manifestando un apoyo expreso a la Fuerza Pública que contrastó de inmediato con el silencio que mantuvo por muchos días sobre los civiles asesinados durante las protestas.


Y las cosas no paran aquí. Tras la constante negativa de Duque a una reforma de la Policía, que va más en línea con la pataleta de un autoritario que de un demócrata, y ante el paro programado el pasado 21 de septiembre no sólo por los recientes abusos policiales sino también por la “Conversación Nacional” que Duque dejó de lado, en principio la institución decidió prohibirle a los policías el uso expreso de armas de fuego. Sin embargo, la presencia de vándalos que nunca faltan en las marchas pacíficas desató roces con el ESMAD en la Plaza de Bolívar en Bogotá -y no, Petro, no disolvieron la marcha porque se acercara usted; bájele al ego-, aunque en esta ocasión hubo manifestantes que se enfrentaron a los alborotadores. Según la Cabal, las marchas contra el Gobierno son promovidas por Juan Manuel Santos; infiltradas por el ELN, según el mismo Gobierno; ninguno de los dos ha sido capaz de mostrar evidencia alguna de sus afirmaciones, así que en un todo suena muy parecido a las excusas patéticas de cierto dictador vecino al que Duque se parece cada vez más, y no sólo por decir estupideces en público, y además de ser cierto resalta la incompetencia de un (sub)Presidente que buscaba rescatar el legado de “Seguridad Democrática” de su mentor.


Esta semana los ánimos volvieron a caldearse porque hoy la Corte Suprema de Justicia, detestada por el uribismo por enfrentarse a su líder desde sus años en la Presidencia, ordenó al Gobierno que ofrezca disculpas en las próximas 48 horas a los colombianos por los abusos policiales cometidos durante las protestas del último año, al tiempo que suspendió el uso de escopetas calibre 12 y exigió un protocolo para regular la Fuerza Pública, recordando que la protesta pacífica es parte del derecho a la libertad de expresión y opinión. El MinDefensa, que suena cada vez más como un precandidato presidencial que como un funcionario público, se despachó de forma altanera al respecto, negando una vez más que la Fuerza Pública cometa excesos regularmente y que solicitará revisar el fallo. Eso sí, mientras la sentencia siga en pie, es probable que Holmes Trujillo termine en problemas legales por desacato a una orden judicial, lo que augura más choques.

Y todo esto mientras Duque dio un discurso en las Naciones Unidas destacando la dictadura chavista como una “amenaza contra la democracia” y pidiendo el apoyo mundial para proteger los páramos, todo mientras está quemando el pan en el horno de su propia casa con perfilamientos de redes sociales, el control de cargos públicos importantes en manos de amigos y fichas políticas y proyectos megamineros en zonas de páramo. Toda una serie de omisiones y farsas, expresadas con una hipocresía tan campante, que uno no sabe si se le traspapeló el discurso de Finlandia o es que estaba hablando de la Tierra de Jauja. El Gobierno de Colombia siempre ha sido muy hipócrita en señalar las violaciones a la democracia y los derechos humanos de otros –que no nos engañemos: a estas alturas, apoyar a Maduro es de ignorantes o cínicos- mientras en su tierra se cometen ambos, pero hace mucho tiempo que un Presidente no lo hacía de una manera tan descarada y obnubilada, como aquella fábula de José Rosas que leí de niño hace mucho tiempo, y que ha vuelto a mi memoria en este último mes ante el cada vez más autoritario ejercicio del poder del uribismo:

“¡Válgame Dios! qué veo”,

un camello le dijo a un dromedario,

“tú eres en el desierto necesario,

mas la verdad, amigo, estás muy feo

con esa singular alta joroba,

más grande que una alcoba”.

 

¡Y el que así se burlaba y se reía,

dos jorobas magníficas tenía!

 

Hombres hay que no encuentran nada bueno,’

que aunque son de defectos un acopio,

la paja miran en el ojo ajeno,

y la viga jamás ven en el propio.

Conclusiones

Mentiría si digo que estoy conforme con esta entrada, pues creo que pude haberla estructurado mejor y ampliar algunas cosas. La publico igual porque me resulta imposible quedarme callado y no quiero dilatarla más, pero lo cierto es que no han sido semanas fáciles por mi salud mental, y por lo mismo la realidad de mi país ya me genera incluso hastío y agotamiento mental. No es por sorpresa: se veía venir mucho de lo que hemos experimentado con Duque. Pero ha sido en tan poco tiempo, y con una falta de pudor tal, una ausencia de buen rumbo entre peleas intestinas de la oposición, mediocres mesiánicos y una sistemática extensión de tentáculos corruptos en las ramas del poder, que no veo con mucho optimismo los años que vienen, en especial por la impresionante facilidad con la que el votante colombiano hace borrón y cuenta nueva cada cuatro años.

Sin embargo debo sobreponerme a mi agobio y tratar de contribuir al debate actual. Las circunstancias que estamos atravesando hoy en día son cada vez más cercanas a un régimen dictatorial y, a menos que la gente reaccione de una vez, habremos sucumbido a los delirios de poder de un partido caudillista y reaccionario que critica las dictaduras mientras intentan como mínimo perpetuarse a lo Putin. Eso no puede ocurrir. Tenemos que detener de una vez las pisadas de esa manada de camélidos que se ufanan al señalar las jorobas de otros criminales mientras sus lomos ya parecer una maldita cordillera.

Comentarios

  1. Y mira no más el mononeuronismo de ciertas personas que creer que porque se critica o pide reformar la policía uno está a favor de la delincuencia https://facebook.com/story.php?story_fbid=606020390078962&id=100020130189292

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Meh, eso es muy clásico. Comprender los argumentos del otro requiere un mínimo de honestidad intelectual, y por desgracia es algo que cada vez es más escaso.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares