Sobre el fanatismo y los “ateos fanáticos”
A pesar de lo que podría sugerirse, el escepticismo no implica una estrechez mental. Al contrario: mirar con un atisbo de duda y reflexión toda idea o información que llega ante ti es poner al límite tu pensamiento racional y también tu capacidad de asombro, tanto para bien como para mal. Además es a través de un lente escéptico que podemos cultivar una de las grandes habilidades del ser humano: cambiar. Dejar de lado visiones erróneas de la realidad, y comprender la complejidad de aquello que nos rodea.
La
razón de este preámbulo es porque en estos días me he encontrado de frente con
viejas ideas que tenía en años anteriores, algunas de las cuales plasmé en este
blog. No porque alguien me las mostrara: después de todo, borrarlas o editarlas
sería como pretender que nunca las defendí, y por eso he dejado esas entradas;
no me interesa entrar al juego infantil de “Harry
Potter es una obra de autor anónimo”. Fue más bien porque me topé con el
clásico debate de si existen o no los ateos “fanáticos”, y la relación
comunismo/ateísmo con ciertas medidas brutales del primer caso.
Un
amigo en Twitter, que no cito aquí porque no sé si le interesa
figurar, comentaba sobre un post donde
aseguraban que un ateo fanático es igual a un fanático evangélico, a
propósito de que, en sus largos años desde que abandonó la creencia en dioses, nunca
ha conocido a algún ateo que se pueda considerar “fanático”. Idiotas sí, como
se les puede encontrar en cualquier grupo o defendiendo cualquier idea, pero no
fanáticos.
Un contacto suyo retrucó usando el ejemplo clásico del comunismo chino, al que varios de nosotros hemos aludido alguna vez cuando intentamos ejercer un escepticismo sano pero de forma incorrecta, o porque genuinamente creen que ateísmo y comunismo son la misma cosa. Cuando mi amigo y otros le reprocharon por ese paso en falso, respondió que había citado a China por ser un Estado antirreligioso, preguntó por la diferencia entre un testigo de Jehová y alguien que decapita una estatua, y después citó el caso de Pekka-Eric Auvinen, un youtuber finlandés que en 2007 masacró a ocho personas en el Instituto Jokela, en Tuusula, antes de quitarse la vida, y quien se proclamó a sí mismo como un “ateo endiosado”. El autor del post original se sumó al rato al debate citando la noticia de Craig Stephen Hicks, el “ateo fanático” que mató a tres estudiantes musulmanes en Estados Unidos, y al que ya me referí en su tiempo en este mismo blog.
Antes
de continuar, les dejo un enlace de mi amigo David Osorio en De Avanzada, cuestionando
la mala equivalencia entre ateísmo y fundamentalismo que hacen algunas personas
en Internet. Si usted es de los que cree que ser ateo, antiteísta o
antirreligioso es lo mismo, y que todas las “categorías” anteriores son
equivalentes con un fanatismo o peor aún, con el fundamentalismo, quizás esa
entrada le ayude a despejarse un poco. Si no, por algo están aquí leyendo lo
que escribo.
También
tengo que aclarar, por supuesto, que buena parte de lo que voy a comentar en
este blog es tanto un análisis lo más objetivo posible de las etiquetas
mencionadas como de una que otra experiencia personal. No pretendo ser el dueño
de la última palabra, y aunque quienes me conocen y leen saben que nunca me he
presentado como ateo (claro que tampoco
he evitado cuestionar a los que se dicen agnósticos 50/50), alguno
podría acusarme de tener cierto sesgo. Lo que
trato es, más bien, sopesar los argumentos descritos en aquel debate sobre el
“fanatismo ateo” y ver si acaso tienen asidero en la realidad.
Lluvia de conceptos
Partamos
por enésima
vez de que el ateísmo no es más que la
ausencia o rechazo de creencia en la existencia de una o más deidades,
y eso es todo. Es una postura en
torno a la existencia o no de las deidades; no es una religión ni es una
filosofía, ni una doctrina, ni mucho menos una ideología política, así que más
allá de no creer en dioses no inspira necesariamente algún código de conducta
en realidad. A lo que sí puede conducir es a un rechazo de los dogmas sociales
impuestos por las religiones, como la discriminación a otros credos, la
coerción de la libertad sobre los derechos de la mujer o la negación de
derechos a las minorías sexuales, dado que como todo dogma se sustentan en la
acepción incuestionable de un texto religioso. Y ni siquiera eso es garantía,
porque estoy seguro que todos hemos
conocido ateos homofóbicos, y tampoco lo son por ser ateos, sino
porque se aferran a otros argumentos para defender esa clase de posturas. Ser
ateo es ser un poco más escéptico, no necesariamente más racional: tampoco es
como que eso excluya que haya ateos respaldando el pánico por la tecnología 5G
o la prohibición/etiquetado de los transgénicos, por citar algunas de las
conspiraciones más populares.
Ya sé que parece por momentos que le estoy dando garrote al ateísmo, pero sea paciente. Expliquemos los otros términos. La antirreligión es una oposición a las instituciones o prácticas religiosas de cualquier clase, así como a la religión organizada, y si el lector es astuto sabrá que eso no es una postura exclusiva al ateísmo; muchos de los jóvenes adultos de mi generación, creyentes sin denominación, aun cuando se aferran a una creencia en un ser superior consideran las instituciones religiosas como grupos corruptos que explotan y se aprovechan del sufrimiento de la gente.
Quizás
la frase de John Lennon en Imagine
resuma bien lo que intento decir, si recordamos que a pesar de la canción, el
ex Beatle se
consideraba a sí mismo “un tipo muy
religioso”.
Por su parte, el antiteísmo cuestiona de forma directa
la utilidad o validez de las creencias teístas en sí, más allá de que sean
parte o no de una religión organizada; postula que aún si ofrecen consuelo o
esperanza para las millones de personas que las mantienen, eso no las hace
menos inválidas ni las convierte en algo a lo que debamos aspirar. Por ejemplo,
el escritor y periodista Christopher Hitchens, en su habitual elocuencia
durante el famoso debate Hitchens vs.
Hitchens, se refería a la nostalgia por la fe religiosa en algunos ateos como
“una Corea del Norte
celestial”, el sometimiento a una autoridad totalitaria en vida
y muerte que se corresponde más con una mentalidad esclava que con las
añoranzas de la libertad: es decir, que las creencias religiosas en sí no son
un ideal que merezca admiración. Es una postura que por desgracia suele ser
caricaturizada con el mote de “ateísmo militante”, a pesar de que:
a) cuestionar las creencias religiosas de forma directa no es abogar por la hostilidad o la violencia contra los creyentes
como tal, ni tampoco se busca quitarle a la gente el derecho de ejercer el
credo de su elección; y b) en un sentido técnico, la oposición de los
religiosos moderados al extremismo religioso también tiene cierto toque de
antiteísmo, pues al menos cuestiona
la adhesión estricta a los dogmas del texto religioso original.
La disección del fanatismo
Ya que despejamos la
leche, pasemos a la carne y el pan: definir fanatismo y fundamentalismo. Es
importante hacer énfasis en que no son
lo mismo, puesto que un fanático religioso siempre será un fundamentalista,
pero un fundamentalista no es necesariamente un fanático. El fanatismo puede tanto un entusiasmo
obsesivo como una pasión desmedida en la defensa de una creencia o idea, a
menudo a un extremo lejano de lo que uno podría llamar normal o saludable. De
acuerdo con un
artículo publicado por Kalmer Marimaa titulado The Many Faces of Fanaticism (Los
muchos rostros del fanatismo), se trata de un fenómeno universal
que se manifiesta principalmente como un rasgo conductual a través de
determinadas acciones (por ejemplo, las protestas de Greenpeace pidiendo el
etiquetado de alimentos con OGM), pero que no es intrínsecamente algo negativo
cuando se despoja de la certeza de verdad absoluta, como en la famosa frase que
Voltaire no dijo. Marimaa enumera una serie de características para identificar
a una persona fanática, aunque no todas deben estar presentes para definirla
como tal:
· Una convicción inquebrantable sobre la exactitud absoluta de su comprensión en un determinado tema. En otras palabras, el fanático siempre estará convencido de que entiende bien sus posturas, y por lo tanto cualquier argumento que las enfrente será rechazado sin más. Un ejemplo típico sería el socialista que rehúsa considerar las experiencias de Cuba, Venezuela o la misma URSS para debatir el modelo socialista arguyendo que “eso no fue verdadero socialismo”, aunque nunca se molesta en explicar lo que es el “verdadero socialismo”. Tú confía en él, que seguro sabe de lo que habla.
· Busca imponer su convicción en otros. Aquí es donde se germina el radicalismo de ciertas posturas, aun cuando muchos simpatizantes no toleran ni comparten dicho enfoque radical. La intromisión de cultos cristianos en temas de derechos humanos como la eutanasia, el aborto y la adopción homoparental en democracias laicas son un ejemplo básico; la campaña de terror de ISIS es un extremo más radical de imposición. No creo que haga falta explicar demasiado en este apartado.
· Una visión dualista del mundo; el clásico “ellos” vs. “nosotros”. Ejemplos hay en todas partes: uribistas vs. petristas, veganos vs. “especistas”, madridistas vs. culés… Puede ser de un estilo más benigno, como burlarse de un madridista porque “Cristiano sólo hace goles en penales”, o con un enfoque más destructivo y maniqueo, como la distinción que las iglesias cristianas hacen entre los cristianos y “el mundo”, o las persecuciones del régimen nazi contra judíos, homosexuales, testigos de Jehová y otros grupos menores. Es la característica más común en un fanático de las conspiraciones, como aquel caballero que decía que el SARS-CoV-2 fue “diseñado” como parte de un plan de las “élites”.
· Devoción y autosacrificio por su objetivo, lo cual es común a todos los fanáticos. Puede ser tanto positivo como negativo, ya sea el atleta que dedica horas diarias a su ejercicio y dieta para estar en óptimas condiciones, o aquel que se inyecta esteroides y usa medicamentos y hormonas con tal de alcanzar el mismo estado en el menor tiempo posible. En general este comportamiento se basa en la complacencia a sus deseos inmediatos, de forma reactiva, sin la reflexión y el autocontrol requeridos. El extremismo religioso y el terrorismo son la decantación más radical de este rasgo.
· La devoción misma es más importante que el objeto de su devoción, otro rasgo universal que va más allá de la religión o la política. Lo que importa es la pasión con la que se defiende una convicción más que la convicción misma, de ahí la frecuencia con que un fanático se adhiere a un movimiento social sin fijarse en sus programas o doctrinas. Y si una idea no complace a una persona devota, simplemente buscará otra idea digna de su devoción. En palabras de Eric Hoffer, los diferentes tipos de fanáticos no son realmente opuestos, sino que se encuentran en un mismo lado de la moneda por su devoción irrestricta; por eso es más fácil que un comunista arrepentido se convierta en un fascista furibundo o un católico rancio que en un simple liberal.
Extenso, ¿cierto? Pues resulta que Marimaa también dedica algunos párrafos para referirse al fundamentalismo, que como dije se suele confundir con el fanatismo. En esencia, el fundamentalismo es un término que en su concepción original es más estrecho que el fanatismo y vinculado exclusivamente a la reacción protestante en inicios del siglo pasado, aunque hoy en día es utilizado con otras denominaciones religiosas. No me voy a detener tanto aquí porque muchos rasgos ya se encuentran en el fanatismo, así que haré la síntesis de sus características: i) una visión dualista del mundo como un campo de batalla entre el bien y el mal; ii) la convicción absoluta de que existe una verdad objetiva accesible sólo para el fundamentalista; iii) esfuerzos constantes de imposición de dicha verdad a la sociedad sin ninguna clase de matiz o compromiso con aquellos que no encajan dentro de su cosmovisión, llegando al punto de la intolerancia más sórdida; y iv) la búsqueda de reconstruir un pasado idealizado.
Si hacen la comparación,
notarán que los rasgos del fundamentalismo son mucho más estrictos y menos
propensos a un enfoque positivo que el fanatismo en sí, puesto que su visión
más estrecha lo hace oponerse de forma hostil a la ciencia y el secularismo,
quienes ofrecen verdades objetivas y fácticas alternativas a su interpretación
literal de escrituras. Aunque ambos términos guardan una fuerte relación, su
diferencia principal es que el fanatismo es un fenómeno conductual, mientras que el fundamentalismo es más actitudinal: mientras que un
fundamentalista siempre defiende una cosmovisión estricta del mundo, inspirada
en un texto sagrado, y busca imponerla a otras personas, las ideas fanáticas no
tienen que estar inspiradas en una escritura y por ello no se adhieren a una
visión tan reducida; además, muchos fanáticos son más bien indiferentes en
lugar de imponentes hacia sus opuestos.
Incluso, un
fundamentalista no siempre se comportará
de forma fanática, aunque mantenga una actitud hostil. Sé que esto suena un
poco contradictorio y confuso, así que véanlo de esta forma: la vecina
evangélica de su esquina, esa que lo mira con desconfianza cuando usted pasa
cerca, como si se hubiera tatuado el 666 en la cara, es una fundamentalista,
pero no será fanática hasta que llegue a tocar a su puerta empeñada en que
usted conozca la palabra de Dios o, peor aún, organizará una marcha en el
barrio para prohibir la adopción homoparental junto al adefesio de Oswaldo
Ortiz.
Entre
uigures y comunistas
Teniendo ya claros los
principales conceptos que surgieron en aquel debate, y que podrían generar
confusión, la primera pregunta que la mayoría se hizo y que yo me hago igual es
¿puede un ateo ser fanático? Potencialmente,
sí. Más de uno de nosotros sabe que
hay ateos que se meten a páginas religiosas en redes sociales a burlarse de las
creencias y a presumir de ser más racional o “inteligente”, y a menudo cruzan
la raya burlándose directamente de las personas, aunque eso es ser más un cretino
inmaduro que un fanático, y hay que estar de acuerdo en que la mayoría de esos
ateos se comportan así de forma temporal: con el tiempo o maduran o sólo
ignoran ese tipo de páginas. Pero no es ese tipo de “fanatismo potencial” al
que quiero aludir.
No, a lo que me refiero es que hay rasgos de una conducta fanática que pueden encontrarse en un ateo o un escéptico religioso, en particular la devoción y autosacrificio por sus ideas y objetivos, y que para algunos la devoción por una idea puede ser superior a la idea misma; quizás un poco de convicción inquebrantable, pero eso está mejor cimentado a través de argumentos como la teteta de Russell, así que es cuando mucho dudoso. Ahora, notarán que esos rasgos de fanatismo son los que albergan un enfoque más positivo o menos destructivo en comparación con los otros (visión dualista e imposición). Por ejemplo, los que hacemos activismo en redes dedicamos horas a redactar posts, entradas de blog o videos de Internet debatiendo sobre temas relacionados con el ateísmo, la religión o los derechos humanos, y eso es un ejemplo de devoción (o si les parece muy mística esa palabra, dedicación) a la defensa de nuestras ideas, tal como el atleta que realiza dos horas diarias de ejercicios y mantiene una dieta balanceada.
Por otro lado, como bien destacó
Paola Nieto Vásquez en Twitter, el ateo fanático más extremo, ese
que ataca directamente al creyente religioso además de sus creencias
religiosas, o que cree que todo aquel que busca consuelo en una fe es un
infradotado mental, cuando mucho es comparable con el fanatismo más leve entre
religiosos, algo así como la señora evangélica que te mira feo pero no trata de
convertirte a fuerza. En cambio, el fanatismo religioso tiende mucho más a la
dicotomía maniquea de la realidad y a la imposición de sus idea por estar
basado en textos sacros que así lo respaldan, y cuando convergen con el
fundamentalismo es entonces que damos lugar al terrorismo islámico y al
extremismo de personas que agarran a tiros una clínica abortista, o que causan
una masacre en un bar gay, cosa que jamás podría verse con el ateísmo por sí
solo, que no es más que la inexistencia de dioses. Tampoco verías a algún ateo
con un altavoz en una gasolinera llamando a la “salvación” de las mentes de los
demás, o que haga parte de algún grupo donde se le enseñe a odiar a las
personas creyentes, porque nada de eso es intrínseco a la postura atea. En
síntesis, un ateo sí puede llegar a ser
un fanático leve, pero jamás un
fundamentalista, y gracias a esto es
técnicamente imposible que llegue a ser un fanático radical.
En un todo, es sensato
asumir que la mayoría de los que acusan a alguien de ser un “fanático ateo” lo
hacen porque están viendo cuestionadas sus creencias personales, y por lo tanto
al acusarlos de intolerancia están desviando el debate hacia otra esquina, la
de las emociones, lo cual es muy
deshonesto. Ninguna creencia o idea está exenta de ser cuestionada,
criticada o incluso burlada, y por supuesto que eso incluye las creencias
religiosas o la ausencia de las mismas. Denunciar como fanático o intolerante
al otro tan sólo porque pone en duda la validez de tus creencias personales termina
siendo evidencia de cobardía e inmadurez racional. Así que por lo general,
cuando alguien lo llama a usted “ateo fanático”, no se inquiete: suele indicar
que se quedó sin argumentos, o que los que vendrán serán tan sólidos como una gelatina
en el patio al mediodía.
¿Y cuál es el argumento más popularmente precedido por la acusación de fanatismo ateo? Exacto, ¡el comunismo!
Sojuz nerušimyj respublik
svobodnyh
Splotila naveki velikaja Rusj!
Dejando de lado el meme
auditivo, el supuesto de la correlación entre comunismo y ateísmo viene al
menos desde el ascenso del fascismo en Europa durante el período de
entreguerras (1918-1939). Recordemos que cuando los bolcheviques se consolidaron
en el poder de Rusia y establecieron la URSS, entre los objetivos de su
proyecto político se encontraba la eliminación de las instituciones y creencias
religiosas organizadas, bajo el postulado estructuralista de Marx de que la
religión organizada puede actuar como un consuelo para el sufrimiento de la
gente (de ahí la editada y manoseada metáfora del “opio del pueblo”), pero como
una limitación para tomar conciencia de clases. Si bien esto suele denominarse
ateísmo de Estado, podría caracterizarse mejor como un proceso de
secularización antirreligiosa y anticlerical radical, pues como tal el
Partido Comunista no prohibía la profesión en privado de un credo particular, y
de hecho en 1941 se sirvieron de la oprimida Iglesia Ortodoxa para despertar el
fervor nacionalista tras la invasión alemana. Por otro lado, el nivel de
control y secretismo dentro de las estructuras de poder de la Unión Soviética
aseguró que las instituciones religiosas fueran reemplazadas por una obediencia
obligada y acrítica a los líderes del Partido, razón por la cual nos solemos
referir al comunismo soviético como una religión de Estado, aunque yo opto más
por verlo como un tribalismo de Estado;
en esencia es como ver una manada de chimpancés, pero a una mayor escala de
estructuración. Muy racional no era, el Partido.
En cuanto a China, si bien las tradiciones populares son una parte integral de la población (de ahí la constante demanda de tráfico animal para su “medicina tradicional”) y el Partido Comunista de China reconoce cinco religiones de forma oficial, en principio una de ellas, el catolicismo, es supervisado por la Iglesia Católica China, que en realidad un órgano estatal de control y no una institución afín a la ICAR, así que no es evidencia de nada. Y por supuesto, hay que reconocer las campañas antirreligiosas promovidas desde el amanecer de la Revolución Cultural se empeñaron en cerrar y destruir lugares de culto, reliquias sagradas, saquear iglesias y ejecutar montes y líderes religiosos. Sin embargo, noten que en principio el sujeto que citó el caso asiático se respondió a sí mismo al referirse a la campaña china como antirreligiosa, no atea. Y si bien es probable que aludiera a la campaña antirreligiosa que inició con el actual Secretario General del PCC, Xi Jinping, y a la cual me referiré en un momento, algo que se olvida con frecuencia al citar las persecuciones antirreligiosas durante la dictadura de Mao es que la Revolución Cultural fue un giro hacia un liderazgo más autoritario, luego de que su Gran Salto Adelante se estrellara de cara contra el pavimento y provocara la Gran Hambruna que condujo a la muerte de millones de personas.
Mao estaba consciente del
fracaso de su proyecto socioeconómico y, seguro temiendo levantamientos en su
contra y el surgimiento de una oposición más fuerte, radicalizó su discurso, barriendo
con violencia las viejas costumbres y tradiciones que pudieran oponerse al
comunismo, eliminando o exiliando a los intelectuales de la época, mientras su
doctrina sociopolítica, el maoísmo, era forzada en las mentes de millones de
sus ciudadanos a través de una reeducación sistemática para acondicionarlos a
la obediencia estricta al partido y sus líderes. Es obvio que el ateísmo es más
una consecuencia lógica que una causa directa del materialismo marxista, pero
también lo es que las persecuciones religiosas en China no sólo obedecen a un
sentimiento antirreligioso, sino también a factores ideológicos, culturales e
incluso étnicos. Y le aseguro al lector que le será muy difícil, si no es que
de plano imposible, encontrar a algún ateo sensato que respalde semejante
brutalidad.
Es aquí donde se hace menester resaltar el liderazgo más estricto de Jinping, quien parece empeñado en revivir el totalitarismo de los años de Mao, y la evidencia reciente más palpable del autoritarismo del gobierno chino: los uigures. Desde 2013, las campañas de supresión religiosa han eliminado miles de cruces cristianas de las agujas de templos, destruido catedrales y cerrado centros de culto, incluso ahora en tiempos de pandemia donde mucha gente se aferra a la fe como consuelo, pero ha tenido un enfoque especialmente abusivo hacia el pueblo uigur. Los uigures son una minoría étnica de lengua túrquica que por la expansión de otros pueblos túrquicos de Asia Central en la Edad Media fue islamizada, al punto que la mayoría de los uigures en la actualidad profesan el Islam y lo consideran una parte importante de su cultura e identidad. De hecho, antaño los chinos se referían a ellos de forma despectiva como ch'an-t'ou, los “cabezas de turbante”. Actualmente, casi la mitad del total de su población en el país vive en la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, la mayor división territorial de la República Popular de China.
Desde 2017, existen abundantes denuncias de Human Rights Watch y otras ONGs defensoras de derechos humanos sobre la detención de más de un millón de uigures y otras minorías túrquicas en campos de detención a lo largo de Sinkiang, donde son forzados a una “reeducación” como parte de la “guerra contra el terror” del gobierno chino, y se busca despojarlos de sus costumbres, creencias e ideas que vayan en contra de los intereses del Partido, a la vez que se han destruido muchos lugares de culto. Peor aún, han surgido también reportes sobre campañas de control natal forzado, que van desde la implantación de dispositivos intrauterinos hasta abortos y esterilización quirúrgica, lo cual ha generado un descenso del 60% en la tasa de crecimiento de la población uigur, en lo que ya es calificado por muchos como una política estatal de genocidio. China, como siempre, negó al principio las acusaciones, pero ahora justifica los campos de concentración como esfuerzos de contraterrorismo y “orientación vocacional”, aun cuando dicen que los están cerrando, y aun cuando recientes evidencias sugieren que eso es lo contrario. Por último, vale la pena destacar que los países islámicos han estado curiosamente silenciosos sobre la represión a sus correligionarios.
¿Hace falta explicar por
qué estas políticas represivas van más allá del ateísmo e incluso la
antirreligión? Seguro que sí. Para empezar, aunque las regiones autónomas de
China gozan de, valga la redundancia, mayor autonomía que las provincias
regulares, en esencia las etnias “mayoritarias” no se dirigen, pues aunque el
gobernador de cada provincia hace parte de dichas etnias, por disposición del
PCC el Secretario del Partido en cada región debe ser Han (la mayor etnia de
China, que compone más del 91% del total de la población), y él es el líder de
facto en cada región autónoma. Por otro lado, las 55 minorías étnicas
reconocidas en China (cerca de un 8,5% de la población) gozaban de ciertos
beneficios a nivel económico y educativo y exenciones de medidas como la famosa
política
del hijo único, como parte de sus políticas de acción afirmativa, pero en años
recientes el gobierno de Jinping ha
empezado a abolir los beneficios de dichas medidas en un esfuerzo por
conformar una única identidad nacional, además de toparse con el descontento de
muchos ciudadanos Han que resentían la acción afirmativa. Finalmente, en las últimas
décadas ha habido una fuerte influencia de grupos separatistas y el extremismo
islámico que han dado lugar a atentados terroristas. Por ello, los centros de
detención de Sinkiang obedecen a una amalgama de xenofobia, asimilación
cultural forzada, chauvinismo Han, campaña antirreligiosa y en síntesis una represión
totalitaria de cualquier ideología disidente.
Conclusiones
Ah, sí: sobre la
comparación entre un testigo de Jehová y alguien que decapita una estatua, pues
diría que es porque el primero no es activamente iconoclasta, un concepto que de
hecho es de carácter racional pero de origen religioso, y que no se detiene en
los íconos religiosos sino en diferentes efigies vistas como símbolos de
pasados cruentos o regímenes opresivos, tal como ha ocurrido con el reciente
debate sobre los monumentos a Colón y diferentes conquistadores peninsulares en
América, así que asociarlo con el ateísmo así sin más es un tanto deshonesto.
Énfasis en activamente, porque los
testigos de Jehová desaprueban el uso de cruces y cualquier otra imagen de
veneración, pero no van por ahí destruyendo estatuas o capillas (hasta donde sé).
En cuanto a la masacre del Instituto Jokela, las evidencias recopiladas en l reporte oficial de la KRP, la agencia nacional de investigación de Finlandia, revelan que Auvinen no sólo era un joven con problemas de depresión y ansiedad, que sufría de matoneo en la escuela, sino que también era un radical interesado en movimientos políticos extremistas de ambas orillas, y expresaba admiración por otros tiroteos escolares como las masacres de Columbine y Virginia Tech, participando en foros de Internet al respecto. Su deseo de morir matando a tantas personas como fuera posible y su manifiesto de “Selector Natural”, un pastiche de filosofía, extremismo y anarquismo donde racionalizaba sus acciones como una purga social contra los “idiotas”, sugieren que actuó más bien por una pura misantropía justificada a través de una visión nihilista de la sociedad, exacerbada por el resentimiento ante sus tristes experiencias de acoso y aislamiento. ¿Ustedes realmente llamarían a eso un ejemplo de “ateísmo militante”, tan sólo porque decía “sus dioses sólo existen en sus cabezas” o “yo soy el dios y el diablo de mi propia vida”?
Leyenda en su camiseta: “La humanidad está sobrevalorada”.
No, amigo lector: no
existe el fanatismo ateo, al menos no como la gente quisquillosa lo podría
concebir. Lo que usted puede encontrarse son ateos con rasgos de fanatismo
comunes a cualquier fanático, y que en un todo no son tan diferentes de un
uribista de Internet o un evangélico común, ni siquiera del vendedor de chicles
que tiene su pared tapizada con banderas del Junior. El escepticismo o el
rechazo a la creencia en dioses no tienen un componente esencialista que pueda
conducir a una persona hasta las conductas más radicales del fanatismo; para
eso hacen falta ideologías más complejas y estructuradas en torno a una visión
más dualista y maniquea del mundo, como los partidos políticos o las
denominaciones religiosas. Mejor dicho, para que queda más claro, habrán ateos fanáticos, pero no fanáticos ateos.
Creo que esto es todo lo
que tenía que decir al respecto. Es una entrada que me gustó hacer, porque a
través de ella pude aprender varias cosas, además de fortalecer mejor algunas
de mis ideas, lo cual siempre se agradece. Espero que puedan también aprender
mucho. Saludos.
Adenda: seis masacres en las últimas dos semanas, 33 en lo que lleva el año, y apenas este fin de semana el (sub)Presidente Duque se ha molestado en tomar algo de conciencia, obnubilado por ignorar las cada vez peores cifras de contagios y muertes por la pandemia de COVID-19 en Colombia y concentrarse en patalear ante la detención domiciliaria en el proceso contra su mentor Álvaro Uribe por soborno y fraude procesal. ¿Será que con semejante despliegue de incompetencia la gente al fin empezará a pasar la página de un uribismo que lleva casi veinte años rematando la democracia?
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