Ineptos a la cacerola
Introducción
Ya era tiempo de dejar de
ver las chanclas al lado de la cama y ponérselas para salir. Desde el 21 de
noviembre, Colombia se sumó a la serie de manifestaciones sociales en América
Latina contra los problemas socioeconómicos en diferentes países. Hay marchas,
un paro que se mantiene de forma indefinida, y aunque Iván Duque ha intentado
controlar la situación con propuestas famélicas, lo cierto es que se le explotó
la pitadora, y no tiene ni una cucharita de café para recoger los fríjoles.
A un mes de iniciadas las
protestas (he tenido que esperar mucho para escribir sobre ello por factores
ajenos a mi control), hay mucho ya que comentar al respecto, pues como ha sido
usual en nuestros países el gobierno ha tratado de exculparse de cualquier
forma, pintando gigantes sobre molinos de viento, mientras las fuerzas del
orden público se prestan a abusos que ya han cobrado algunas víctimas. Tal como
destacó Josué Aguirre en un reciente video de su
canal Monitor fantasma
–que, a mi juicio, se dejó por fuera muchas cosas sobre las razones de las
marchas, aunque quizás por enfocar como fuente al Comité del Paro-, el caso de
Colombia guarda muchas similitudes con las protestas en Chile, que a más de 40
días siguen sin un final cercano en el horizonte. Por ello, trataré de seguir
la misma estructura de la entrada que escribí al respecto: un resumen de lo que
ha pasado hasta ahora, explicación de lo que llevó a este estallido social, los
excesos durante las manifestaciones, la pendeja reacción del gobierno y la
represión. Acompáñenme a ver esta triste historia.
La
historia de esta historia
A finales de octubre y
principios de noviembre ocurrieron varios asesinatos en el Cauca, entre
ellos de cinco indígenas nasa. Esto puso de nuevo sobre la mesa la
grave situación de orden público que atraviesa el departamento por el conflicto
entre grupos criminales desde hace años. A la incapacidad percibida de Duque
para responder a esta problemática se sumó el escándalo durante la moción de
censura al ahora ex Ministro de Defensa, Guillermo Botero, donde se reveló que
en un bombardeo realizado en agosto en el Caguán al campamento de una
disidencia de las FARC, y que el subpresidente presentó como “un operativo impecable”, murieron al menos ocho menores de edad (según
testimonios de la gente del sector, podrían ser hasta 18). Botero tuvo que
renunciar en medio de una gestión incompetente e indolente durante su paso por
Defensa, y el posterior homenaje que le hizo Duque y las miserables
justificaciones de miembros del uribismo sólo ayudaron a caldear más los
ánimos.
Por estos motivos, varios
sectores en redes sociales empezaron a convocar un paro nacional el 21 de
noviembre, al cual se fueron sumando distintos medios y sindicatos, con sus
propias razones para estar descontentos con la pobre gestión del gobierno
actual, todo mientras este seguía la noble costumbre que Gabo describía como
“desmentir la verdad con la retórica”, culpando a agentes externos de
incentivar el paro con mentiras. Todo esto ya lo comenté en una entrada
anterior donde les había adelantado que hay
varios motivos para protestar en contra del subdesgobierno de Iván Duque,
así que eso lo profundizaré en el siguiente apartado. En todo caso, la
estrategia de Duque fracasó, y el 21 Colombia salió a marchar a las calles.
La acogida ha sido
sorprendente, en especial considerando que nuestro país no veía un paro
nacional desde 1977, ni marchas tan masivas a nivel nacional desde las
realizadas en 2008 contra las FARC (respaldadas, además, por el uribismo).
Miles salieron a las calles, y enfocándose en general en la protesta pacífica,
incluso rechazando la presencia de encapuchados en varias ciudades. Y en las
noches, de forma inédita en el país, se han manifestado cacerolazos como una
forma de protesta “silenciosa” ante el actual gobierno.
Por desgracia, como
siempre la fuerza pública estuvo del lado de los abusos (alimentados además por
toques de queda en Bogotá y Cali), y el viernes y sábado se presentaron roces
violentos en ciudades como Bogotá y Neiva, dejando varios heridos y víctimas en
casos lamentables que ya mencionaré más adelante. Además, una oleada de pánico
por mensajes que circulaban en Whatsapp, asegurando que había gente metiéndose
a conjuntos para robar, desequilibró a Cali y sectores de Bogotá, dándose
algunos casos reales de asaltos y saqueos.
De momento, las protestas
se mantienen, y aunque se ha ido apaciguando la situación por el fin de año,
todo indica que estrenaremos el 2020 con protestas. A Bogotá llegó, en medio de
la lluvia, la Guardia Indígena, tomada como un símbolo de resistencia ante la grave
situación nacional, y a pesar de que Tocineto y su vicesubpresidenta (¿o
subvicepresidenta?), Marta Lucía Ramírez, se han enfocado en los brotes de
violencia surgidos dentro de las protestas (respaldados, por supuesto, por los
grandes medios), y aseguran que todo es impulsado por el Foro de São Paulo y
Gustavo Petro para desestabilizar al gobierno de turno, parecen haber
encontrado una fórmula más efectiva para capotear el vendaval: una
“Conversación Nacional” que de momento no flexibiliza su postura con los
representantes del paro. Por ello, la lucha sigue.
Más
que 19 años perdidos
Hay que admitir que la
gota que rebasó la copa fue la crisis de orden público en el Cauca y la
revelación sobre el bombardeo de agosto en el Caguán, puesto que dejó más en
evidencia los extremos rastreros de Duque y el partido de gobierno para
rechazar o ignorar de plano las constantes denuncias sobre los casos de falsos
positivos que nuevamente salpican al Ejército, siendo el más emblemático el caso
de Dimar Torres, el eje principal de la moción de censura que hizo huir a
Botero de Mindefensa (caso por el cual acaba de ser condenado el cabo
responsable del homicidio a 20 años, pero donde los autores intelectuales ni
siquiera tienen un proceso abierto). No obstante, tal como mencioné al
principio, no tardaron en sumarse muchos otros problemas que reflejan el
descontento social ante la desigualdad y la incertidumbre ante el futuro en
Colombia.
Para muchos de los que no
son colombianos, es sorprendente tanto el nivel de las protestas en Colombia
como la situación socioeconómica del país. Eso es de esperarse en cierta forma,
puesto que, como
apunta Inna Afinogenova en el canal Ahí
les Va: “Durante años, en
los grandes medios colombianos e internacionales nos acostumbraron a tantas
noticias sobre el conflicto armado, y en comparación tan pocas sobre su
realidad social, que muchos terminaron creyéndose que la actividad guerrillera
era, no ya el principal, sino el único problema de Colombia”. Tal como
ocurrió en Chile, con diferencias en los enfoques de modelo económica, había
varias grietas en el país que no se perciben a simple vista porque la economía
se encuentra en crecimiento a pesar de todo.
Para empezar, a pesar de
que el PIB colombiano ha crecido, el
desempleo lo ha hecho también. Tan solo este octubre la
tasa llegó a un 9,8%, 0,7 puntos por encima del año pasado, con lo
cual ya casi 2 millones y medio de colombianos se encuentran sin trabajo, a
pesar del repetido sofisma de que aliviar la carga impositiva de las grandes
empresas fortalecería el mercado laboral. Además la devaluación de nuestra
moneda frente al dólar, ya por encima de la barrera de los $3.522 (y que según
la brillante frente-¡perdón!, la brillante mente de Bernal, es culpa de Petro),
significa que nuestro salario mínimo ($828.116 pesos = $236 dólares) ya ha
perdido un poder adquisitivo de unos $130.000 pesos a pesar de su aumento en
comparación con el año pasado –una
familia colombiana de cuatro personas necesitaría cuatro salarios mínimos para
cubrir la canasta básica mensual-, y eso sin contar que el
44% de los trabajadores en Colombia gana menos de ese salario-mínimo.
Finalmente, y por mucho que Duque y Uribe lo estuvieron negando, hay en proceso
una reforma laboral y pensional, cuyas propuestas como el cambio en el régimen
de pensiones de prima media, el salario diferencial a nivel regional y entre
jóvenes, y las contrataciones por hora, son medidas que pauperizan la situación
de empleo y el justo salario que cada persona merece.
La educación y la salud tampoco
son una maravilla. Menos
de la mitad de los estudiantes de secundaria culminan sus estudios,
y aún menos pueden llegar siquiera a la universidad, ya no digamos terminarla.
En cuanto a la salud, la condición de muchas entidades es paupérrima, no hay
una cobertura adecuada, los tiempos de espera para asignación de una cita son
atroces, y reza porque encuentres los medicamentos que necesitas, al punto que
al menos el
80% de las tutelas registradas en Colombia se relacionan con la salud.
Para que se pinten la escena, mi hermana está esperando desde mayo que le
asignen un otorrinolaringólogo para una cita médica en la EPS. Desde. Mayo. Dejo a su imaginación si de una cita para quimioterapia se
tratase. Ah, cierto: que
muchas veces sí se trata de eso también.
Como notarán, en verdad
hay muchas similitudes con el caso chileno: la raíz de fondo de la indignación
nacional es la desigualdad rampante a nivel social y económico que viene desde
tiempos atrás: en Chile, al menos desde la dictadura de Augusto Pinochet, cuyo
modelo económico palió algunos problemas, pero ensalzó otros; y en Colombia,
desde al menos unos 70 años, después que el Bogotazo generara una ola de
violencia que produjo conflictos sociopolíticos a nivel rural que serían el
germen de las guerrillas que nos han asolado por más de medio siglo. No
obstante, hay
detalles particulares en cada caso. Los chilenos viven con una
economía monetarista de libre mercado que ha ido incorporando la mayor parte de
bienes y servicios al sector privado, al punto que el Estado tiene muy poco
poder sobre esos servicios. En Colombia, por el contrario, se da un régimen
compartido de servicios privados y públicos, y aunque unos y otros tienen sus
ventajas (como la estratificación en la tarifa de servicios públicos, cosa que
ni soñarían los gobiernos chilenos), también hay importantes deficiencias en su
ejecución (véase cómo intentan salvar a ese adefesio de Electricaribe con un
impuesto extra al resto del país).
Así que, tal como en el
caso de Chile, en
Colombia estaban dados todos los ingredientes para generar este cóctel
explosivo. La diferencia es que, debido al conflicto armado, por
décadas nuestros gobernantes dedicaron esfuerzo y charlatanería en pintar a la
guerrilla y los paramilitares como la principal fuente de nuestras desgracias,
tapando no sólo la desigualdad sino también la corrupción, y al desmovilizarse
la principal fuerza subversiva, las FARC, quedó en evidencia el nivel de
putrefacción en el sistema. Duque ha intentado por todos los medios, al
desatender el cumplimiento del acuerdo de paz, regresar el conflicto armado a
su vieja posición, pero la gente no es tan estúpida –énfasis en “tan”-, y no se
ha dejado meter los dedos a la boca después de años de expectativas frustradas.
Los
teléfonos rotos
Durante las protestas
también ha habido vandalismo. Esto es usual, aunque no por ello menos
reprochable, y hay que destacar que, a diferencia del caso chileno, no han
ocurrido casos extremos como los incendios en Concepción o la destrucción de
algunas líneas del Metro: de hecho, los mismos manifestantes se procuraron
proteger el Metro de Medellín. No obstante, tanto el gobierno como los grandes
medios de comunicación se han dedicado a enfocar su atención en englobar los
escasos –y créanme, en comparación con lo que he visto acá en Chile, escasos- vandalismos como si fueran el
principal problema del paro. Así que no demoraré mucho en este ítem.
Sí: siempre hay personas
del común que recurren a destruir los bienes públicos y privados (el patético
caso de “Epa Colombia” es un ejemplo extremo, pero real: hay gente que cree que
esa es una forma legítima de protestar). Sí: también es seguro que muchos de
los encapuchados que incitan a la violencia dentro de algunas marchas o atacan
servicios de transporte no son más que infiltrados de la fuerza pública:
recordemos que algunos encapuchados fueron expulsados de una marcha del cuando
se identificaron como miembros de la Policía vestidos de civil, y sin dar una
mejor explicación que “garantizar la seguridad de los manifestantes”, como si
no pudieran hacerlo con su uniforme. Ningún acto de destrucción se justifica. Y
ya sé que valen más las vidas que se pierden que las cosas que se destruyen,
pero eso no hace que atacar una tienda o una estación de Transmilenio sirva
para la lucha: antes sólo le dan argumentos a los idiotas del gobierno, que
fingen apertura al diálogo mientras estigmatizan las marchas, como veremos más
adelante.
Un episodio particular,
que da cuenta de los extremos a los que se han llegado para satanizar las
manifestaciones de estos días fue la
oleada de pánico colectivo en Cali y Bogotá por cuenta de unos mensajes y
audios de Whatsapp. Durante las noches del 21 y 22, a partir de los
toques de queda, empezaron a circular rumores en la red social de que estaban
ocurriendo asaltos en masa a conjuntos residenciales, causando que montones de
personas salieran a proteger sus barrios con palos y cuchillos, llegando incluso
a ocurrir incidentes con heridos. Sin embargo, al cesar la horrible noche
resultó que no se pudo comprobar que de verdad hubiera ocurrido alguno de los
robos masivos que se habían descrito en Whatsapp (siendo francos, un conjunto
sería de los últimos lugares a los que se metería un ladrón, debido a la
seguridad con la que suelen contar), por lo cual la Policía está ahora mismo
tratando de encontrar a los responsables de los mensajes.
¿Y
ahora qué hacemos, viejo?
Desde antes del 21, el
gobierno se dedicó a responder de la manera que lo ha venido haciendo siempre
en estos quince meses: de espaldas a la realidad, tapándose los oídos y
tatareando El negrito del batey. El
subpresidente se la pasó asegurando que el paro estaba siendo promovido a
partir de “mentiras”, a pesar
de que desde tomar el poder estaban anunciando las reformas que después quiso
negar, como la reforma pensional y cambios en la contratación
laboral, y con
los enfrentamientos entre ministros, los espectáculos patéticos de Pacho Santos
en la embajada, y el nombramiento del censurador Juan Pablo Bieri como asesor
de comunicaciones de la Presidencia, Tocineto se dedicó a escupirle
en la cara a sus críticos.
Ya en la noche del 21y el
22 se notó que estaba haciéndose el sordo con los reclamos de la gente, pues no
sólo se centró en las escasas muestras de vandalismo, sino que además presentó
una propuesta difusa sobre una “conversación nacional”, y una serie de
declaraciones que son los típicos lugares comunes de los discursos
presidenciales ante las críticas, sin ofrecer ninguna señal de haber
entendido las razones de la protesta ni una solución concreta. De hecho, su empeño en pasar propuestas muy impopulares e ineficientes
como la creación del Grupo Bicentenario, un holding
financiero para agrupar a 18 compañías financieras del Estado como el Icetex y
el Fondo Nacional del Ahorro, y la nefasta reforma tributaria, antes renombrada
de forma eufemística como Ley de Financiamiento, y ahora Ley de Crecimiento
Económico, sólo sirvieron para avivar la indignación de los sindicatos y
organizaciones dentro del paro, dejando la
sensación de una absoluta ausencia de gobierno que no se tenía desde
los peores años de Andrés Pastrana.
Por supuesto, mientras
Duque empezaba a preparar sus maniobras de dilatación para desgastar el paro,
su partido y los miembros del subgobierno como Marta Lucía siguieron
insistiendo en que no había razones para un paro, y que todo eran puras mentiras
(curioso
que nunca hayan reconocido esas tácticas asquerosas cuando ellos sí las usaban
de verdad). El mismo Duque, en una entrevista con su cuñado en Blu
Radio, acusó
sin “nombrecito” a Gustavo Petro de ser el “pirómano” detrás del paro,
buscando conseguir con violencia “lo que
no ganó en las urnas”. La subvicepresidenta (¿o vicesubpresidenta?), por su
parte, manifestó en una rueda de prensa, a
propósito de resucitar la tenebrosa sugerencia del ex Mindefensa Botero de
regular la protesta social: “Buena
parte de esos encapuchados tienen que de los encapuchados que nos han mandado
desde Venezuela, porque esos no son los estudiantes colombianos y salen a
destruir el Icetex, que es una entidad que está haciendo todo el esfuerzo por
reducir al mínimo el costo de la financiación de la educación” -traten de
no reírse con la descripción del Icetex, por favor-.
Finalmente, según el
director de la Policía General, Óscar Atehortúa, algunos
de esos encapuchados “son personas que
reciben hasta 6 millones de pesos diarios”. O sea, según esas
cuentas alegres, hay encapuchados que en estas dos semanas de paro ya se han
ganado un sueldo mejor que el del Presidente. Lógico, ¿no? Y ojo, que yo estoy
seguro que habrán elementos dentro de las protestas que tienen vínculos con
grupos guerrilleros como el ELN (como pasa con organizaciones estudiantiles en
muchas universidades del país), pero ni esos componen la mayor parte de las
manifestaciones en el país, ni componen seguro todos los pocos actos de
vandalismo que se han presentado. Y dudo mucho que reciban seis millones de
pesos a diario.
En cuanto a Lord
Petrosky… Ufff… Miren, no engaño a nadie si digo que Petro no es mi dulce de
tamarindo preferido. No: por momentos es incluso insoportable, en especial en
Twitter, donde con cada noticia falsa y cada publicación mal formulada no
debería ni tener pulgares. Y no es descabellado sugerir que está
intentando sacar capital político de la actual coyuntura: aquí todos
los líderes políticos piensan en la Casa de Nariño cinco años antes de las
elecciones (excepto tal vez Fajardo, que
con lo esquivo que estuvo a las marchas antes del paro del 4 de diciembre,
enfermo o no, parece querer que lo saquen a patadas del futuro), y Petro por
supuesto lo hace. Sin embargo, la
realidad es que las
razones de las manifestaciones van mucho más allá de las ideas de Petro,
pues son deudas históricas que se tienen con la sociedad, y preocupación ante
la ineptidud del gobierno actual, cosas que no hace falta ser de izquierda o
derecha para exigir.
Por otro lado, los mismos
manifestantes quieren evitar que los políticos se adueñen del movimiento: bien
si Petro o Fajardo quieren sumarse a marchar, pero ellos no son los líderes ni
controlan el movimiento. Y algo que hay que reconocerle a Petro es que ha
sabido leer esta decisión, pues dio órdenes a los miembros de Colombia Humana
de no hacer parte de la dirección en los colectivos que agrupan a las
organizaciones del paro. La excusa de hacer culpable a un solo político, que si
de verdad tuviera semejante poder habría arrasado en la primera vuelta presidencial
sin sudar una gota (cosa que ni Tocineto, con el respaldo de un fenómeno
político como Uribe y posibles fraudes a su favor, logró hacer), no resiste un
análisis crítico serio.
Y no podíamos dejar de
mencionar al insoportable Andrés Pastrana, que no ha tenido ni una pizca de
dignidad para mantener la boca cerrada después de su pésimo gobierno (el peor
de la Constitución del 91 hasta ahora, aunque Duque le va pisando los talones),
al vociferar que el
expresidente Juan Manuel Santos está conspirando para darle un golpe de Estado
a Duque. La sola idea es tan ridícula, sin pies ni cabeza, que uno
no puede menos que reírse de los exabruptos de Pastrana. Me sumo a lo que piden
muchos: así como Santos tiene que ir a explicar el papel de Odebrecht en su
campaña de reelección, Pastrana debería estar más bien explicando cuál fue su relación
con el pederasta Jeffrey Epstein, y si es inocente con respecto al llamado
“Lolita Express”.
Sería bueno que las demás
respuestas del gobierno fueran así de irrisorias y patéticas. Por desgracia no
es así: de hecho, una de ellas ha sido de un consistente abuso que ya genera
incluso terror.
Bestialidades
La actuación de la fuerza
pública ha sido, como era de esperarse, desproporcionada, y aunque no ha
llegado a los niveles de violencia sangrienta del caso chileno, ya han generado
enormes discusiones sobre el papel de la Policía a la hora de limitar las
protestas y el futuro del Escuadrón Móvil Antidisturbios, el controvertido
ESMAD. Dos casos, en particular, sirven como ejemplo del abuso policial a la
hora de lidiar con lo que en una amplia mayoría han sido protestas pacíficas.
El primero ya ha sido tan
comentado en este tiempo que es difícil ampliar mucho. El sábado 23, el ESMAD
disolvió a la fuerza una marcha pacífica. Durante el conflicto, un agente
disparó al joven Dilan Cruz, de 18 años, quien falleció la noche del 25 a causa
de lesiones en el encéfalo debido a que el proyectil utilizado, una
bean bag (munición con un
pequeño saco lleno de perdigones en la punta), el cual ha sido calificado como
probable responsable de los cientos de graves lesiones oculares contra los
manifestantes en Chile, se reventó tras el impacto, en un caso que Medicina
Legal calificó como homicidio. Este lamentable episodio generó
una serie de preguntas sobre la legitimidad del despliegue del escuadrón
ante lo que era, obviamente, una marcha pacífica, y en un todo puso de nuevo
sobre la mesa el debate de
las constantes violaciones del ESMAD a los derechos humanos, pues
aunque se ha intentado por todos los medios lavar la imagen del agente que
disparó a Dilan, todas las evidencias audiovisuales y de análisis de Medicina
Legal demuestran que se violaron todos
los protocolos a la hora de intervenir contra el manifestante. Señores, le
disparó directo a la cabeza. ¿De verdad alguno quiere hacer creer que fue una
reacción proporcionada?
Ah, por supuesto: los
uribistas. Desde el primer momento se dedicaron a decir que era culpa de la
familia de Dilan por dejarlo marchar, que el agente actuó en legítimo uso de la
fuerza contra un vándalo, hicieron publicaciones falsas sobre el muchacho… El
modus operandi usual cuando defienden a capa y espada a la fuerza pública, tal
como hicieron en los primeros días al justificar la brutal patada que recibió una joven en la cara durante una
manifestación. De momento, el agente responsable por la muerte de Dilan será
trasladado a la Justicia Penal Militar, que investigará su caso, y
aunque los argumentos del Consejo Superior de la Judicatura para esta decisión
parecen sólidos, la familia de Dilan teme, no sin justa razón, que
esto conllevará a una sentencia mucho más leve o incluso la exoneración del
miembro del ESMAD. Y por supuesto, haciendo gala de su brillante incompetencia
y falsa de sentido político, Duque no sólo se reunió con el equipo especial
para manifestarles su apoyo, sino que además tomó
la reciente decisión de fortalecer a la entidad, completamente ajeno
a las críticas que han suscitado sus acciones; mientras tanto Trujillo aseguró
que miembros de la contraguerrilla harán parte también del ESMAD, lo cual
podría incrementar la proclividad del cuerpo a sobrepasar la proporcionalidad
de sus respuestas.
Por otro lado, otro
episodio indignante fue cuando agentes del ESMAD detuvieron a una
pareja en Bogotá cerca de una manifestación, y los subieron a coches
particulares sin ningún distintivo del
cuerpo policial. Ante la persecución de los testigos, a la mujer la
soltaron a los pocos minutos, mientras que a su pareja la trasladaron a un CAI.
El caso es vergonzoso y terrorífico, pues quedó como un retrato de secuestro
que recordó a épocas más violentas en el país. Aún peor fue la descarada
respuesta del comandante de Policía de Bogotá, Hoover Penilla (que en este mes
ha mostrado tener un talante repulsivo en cuanto a las protestas), quien
aseguró que los vehículos hacen parte de la institución, y que el único error
del procedimiento fue haber soltado a la mujer ante la presión ciudadana,
pidiendo además a la opinión pública que “no
cuestionen todo lo que hace la Policía”.
No sé si Penilla se ha
enterado, pero la esencia de una democracia es en efecto cuestionar a las
instituciones cuando realizan acciones criticables, y hay mucho que cuestionar
de un procedimiento donde la fuerza pública priva a dos personas de la libertas
en vehículos particulares. La Policía debe actuar todo el tiempo con
transparencia, no de manera furtiva como si se trata de la Securitate de
Ceaucescu. Eso no inspira confianza, mucho menos en un país con altos niveles
de inseguridad y muchos casos de abuso y crímenes por parte de elementos del
Ejército y la misma Policía. Esa actitud canchera de “a mí no me cuestionen” es
inaceptable por parte de un servidor público. No puede ser que el gobierno esté
dejando pasar tan a la ligera comportamientos que rayan en la ilegalidad y la
represión censora, en una reedición del tenebroso Estatuto de Seguridad del
gobierno de “el más bruto de los presidentes” (como suele llamarlo mi papá),
Julio César Turbay.
Le
dicen “el avestruz”
La dichosa “Conversación
Nacional” con Duque empezó
sin tener las ideas claras ni un margen amplio de acción. Aunque el
Comité del Paro presentó una serie corta de seis temas principales para reducir
la tensión en las calles, el subpresidente dejó claro desde un inicio que
algunos de ellos, como retirar la reforma tributaria de su debate en el
Congreso, no estarían en la mesa. Y mientras tanto, decisiones como
reducir la protección a especies de flora amenazadas y el
avance de la reforma laboral, la tributaria y la polémica Ley Arias, así como
la mezquindad de la Mininterior, Nancy Patricia Gutiérrez, con sus despectivos
trinos de #NoPudieron
sobre los manifestantes, evidencian que al gobierno le importa un soberano
huevo los reclamos populares.
Tampoco es como que el
Comité haya hecho bien su trabajo, pues se enfrascaron en discusiones sobre si
levantarse o no de la mesa luego de las declaraciones sobre la muerte de Dilan
Cruz o el avance de las reformas horribles en el Congreso (problema
comprensible, teniendo en cuenta los
distintos componentes y propósitos de los promotores del paro, que van más allá
del Comité mismo), y encima empezaron a prestar oídos a distintas
voces que ofrecían diferentes propuestas, cada una menos seria y segura que la
anterior, como el eterno
sonsonete de una Constituyente del seminefasto Gustavo Bolívar. Terminaron
cayendo víctimas de su propia trampa al presentar el pasado jueves 19 un
pliego de 104 peticiones dentro de un eje de 13 propuestas, lo cual
ha sido duramente criticado incluso por sectores afines al paro por abarcar
sandeces irrealizables e imposibles de cumplir por el gobierno, incrementando
así la
sensación de desorden en las mesas de diálogo y el desespero de los
manifestantes.
Para rematar, después de
una veloz votación en el Senado, el viernes nos levantamos con la noticia de
que en plena madrugada, la
Cámara de Representantes aprobó la reforma tributaria, que busca
recaudar $158 billones de pesos para el próximo año y contentar a la gente con
pendejadas como la devolución del IVA a los más pobres y tres días al año sin
este impuesto, mientras que redujo la carta tributaria a las empresas, además
de crear un fondo para salvar ese esperpento llamado Electricaribe que en la
Costa nos tiene jodidos. No pude evitar pensar en la
tala masiva de árboles en las avenidas de Santa Marta durante la administración
Caicedo, realizada de noche como si se tratara de delincuentes
furtivos, y esa ha sido la percepción general en el país, incrementando la
indignación popular al darse cuenta que ni las marchas, ni los paros, ni el
dichoso Comité han podido sacarle el cerumen de las orejas al gobierno ni
desenterrarle la cabeza a Duque del piso.
No es de sorprender,
pues, que en las encuestas más recientes Duque y su titiritero se encuentren ya
en el 70% y 69% de desaprobación respectivamente. Es evidente que ya no es cosa
sólo de opositores, sino también de quienes votaron por él: Duque ha demostrado
una incompetencia y una desconexión con la realidad que son insultantes. Nadie
tolera ya eso, y
una difusa mención a un supuesto atentado en contra del subpresidente,
que algunos ven como otro típico recurso para aumentar la simpatía de la gente,
sirve de poco.
Conclusiones
Creo que lo único que
podemos esperar a estas alturas es seguir marchando, por más que el gobierno prefiera
hacer de cuenta que le tachonaron los oídos a la Vic Rattlehead. Hemos
comprendido que las protestas son más que una pataleta de mamertos resentidos o
la herramienta de guerrilleros, como han sido estigmatizadas siempre en
Colombia. Son la expresión legítima de inconformidad del pueblo.
Y por supuesto, me alegra
que los hechos violentos y actos de vandalismo se hayan mantenido al mínimo, a
diferencia de Chile, evitando que se empañe el asunto con arenques rojos que
desvíen la discusión sobre las problemáticas de fondo. Sin embargo, creo que el
fin de año está haciendo que se relaje la presión, y ante los bofetones del
gobierno al aprobar reformas nocivas y la incapacidad del Comité para hacer
valer su voz, hay que apretar los torniquetes. Saludos.
P.D.
Aún no recibo mi cheque del Foro de São Paulo. Creo que tendré que ponerme la
máscara de esqueleto y salir a protestar “simbólicamente” en Valdivia para
poder cobrarme unos cuantos pesitos.
Adenda:
recientemente se descubrió en Dabeiba, Antioquia, gracias a las declaraciones
de un oficial del Ejército en la JEP, una
fosa común con unos 50 cuerpos de personas asesinadas por casos de “falsos
positivos”. Las evidencias sugieren que podría haber decenas de
otras fosas similares a lo largo del país, y que hay miles de otros asesinados
que ni hacen parte siquiera de los cálculos de víctimas por este atroz crimen
de Estado de la era Uribe. ¿Entienden por qué hicieron hasta lo imposible para
acabar con la JEP?
Yo me tomé la libertad de leer el pliego de peticiones. Varios puntos (como el primero) son redundantes, pero muchos pueden (y deben) considerarse. Eso sí, varias de esas cuestiones tomarían años en resolverse
ResponderEliminarhttps://docs.google.com/viewerng/viewer?url=http://www.wradio.com.co/docs/201912182804c8e7.pdf
Les diría a los uribeños que si van a criticar, que al menos lean el pliego (aunque dudo mucho que varios de esos temas siquiera les importen). Por cierto, Colombia se viene rajando en las pruebas Pisa desde hace varios años, es decir, no es culpa de "la generación que cree que el uribismo se cura leyendo"
No sé si por aquí se vea el pliego
Eliminarhttps://docs.google.com/viewerng/viewer?url=http://www.wradio.com.co/docs/201912182804c8e7.pdf