La fragua de Vulcano

 

A que no pensaron que esta escena de American Gods podía parecer tan real…

Si bien las circunstancias de la actual pandemia habían apaciguado los ánimos en Estados Unidos, las llamas en la comunidad negra por la muerte de George Floyd seguían ardiendo, refugiadas dentro de las casas. Después de volver a presentar al ojo público el problema del racismo y la discriminación de la policía en un país donde es más probable que un afro muera a manos de un oficial que un blanco, y donde el ascenso de Trump alimentó los rescoldos fascistas que surgieron con la era Bush, el debate y la indignación no iban a desaparecer de la noche a la mañana por el confinamiento, mucho más cuando el POTUS se dedicó los primeros meses a negar o minimizar el alcance del COVID-19. En cualquier momento, algún suceso haría restallar la furia.

Entonces ocurrió. El pasado 23 de agosto, un agente de policía, identificado como Rusten Sheskey, disparó siete veces por la espalda a un hombre negro llamado Jacob Blake, a plena luz del día y en frente de sus tres hijos que iban en auto con él en Kenosha, Wisconsin. La policía llegó alertada al sector, y cuando los agentes se encontraron a Blake, quien de acuerdo con los testigos estaba tratando de separar a dos mujeres involucradas en una pelea, trataron de impedir que volviera a su auto cuando Sheskey le disparó. Blake se encuentra en estos momentos en el hospital, y según los médicos que lo atendieron se encuentra paralizado de la cintura para abajo por las lesiones de los disparos, siendo aún una incógnita si quedará parapléjico el resto de su vida.

La furia de la comunidad negra estadounidense desde el asesinato de George Floyd, contenida de nuevo por las disposiciones sanitarias en el país (lo que algunos analistas sugieren que fueron aprobadas al final por la administración Trump por esta misma razón) volvió a salir a flote, y durante la semana se presentaron manifestaciones en Kenosha y disturbios y saqueos en otras ciudades como Oakland y Minneapolis, así como boicots deportivos en la NBA y las Grandes Ligas de Béisbol, en solidaridad con Blake y la indignación de la gente. Mientras tanto, desde sitios web de conspiración y páginas en redes sociales se empezó a pedir apoyo a los civiles armados para que ayudaran en Kenosha a la labor policial, sobrepasada por las manifestaciones: en otras palabras, solicitando la formación de una milicia urbana.

Como resultado, la noche del martes un adolescente de 17 años, Kyle Rittenhouse, mató a dos manifestantes durante un forcejeo e hirió gravemente a un tercero con un fusil semiautomático AR-15, siendo arrestado horas más tarde en su natal Antioch (Illinois), a 24 kilómetros de Kenosha. La corta edad del chico, el tipo de arma que portaba (el porte de armas semiautomáticas y asalto en Wisconsin está autorizado sólo a partir de los 18 años) y el hecho de que docenas de testigos afirman que los agentes de policía cercanos al sitio no sólo no lo detuvieron sino que lo ayudaron a escapar de los manifestantes que pedían su arresto, ha revivido el debate en el país angloparlante sobre el abuso policial, los límites de la Segunda Enmienda, el ascenso de la violencia racial y el supremacismo blanco en Estados Unidos desde la llegada de Trump al poder y, lo que en especial a mí me preocupa, la deshumanización de los contrarios y la legitimización de la violencia extrema como “justicia por mano propia”.

Primero, hay que contextualizar ambos casos. De acuerdo con la información, Blake tenía una orden de búsqueda por delitos sexuales en tercer grado, allanamiento y abuso doméstico. Según la policía de Wisconsin, los agentes que llegaron al sitio por una denuncia de la pelea que estaba ocurriendo sabían de la orden de búsqueda de Blake, que el hombre intentaba robar el auto de la persona que llamó, intentó estrangular con su brazo a un oficial, no pudo ser sometido por un táser, y que además tenía un cuchillo que luego arrojó al piso de su propio auto antes de ser tiroteado por Sheskey. Sobre sus delitos o si los agentes estaban enterados no puedo comentar nada, porque no cuento con esa información, pero lo que sí es cierto es que los testigos afirman que Blake sólo intentaba separar a las mujeres que peleaban, y al menos un testigo asegura que estaba desarmado durante su breve roce con la policía antes de los disparos. Lo del robo del auto es bastante cuestionable, considerando que Blake estaba en su propio auto con sus hijos. Y en cuanto al cuchillo, si bien el fiscal general de Winsconsin asegura que se encontró uno en la escena, se negó a describirlo o a afirmar si tenía algo que ver con los disparos, así que la defensa de Blake pone en tela de juicio esta afirmación; aun en el caso de que en efecto estuviera armado, la proporción de la reacción (siete tiros por la espalda) es a todas luces debatible en el mejor de los casos, por lo cual la División de Investigación Criminal del estado de Wisconsin se encuentra investigando el caso para determinar si en efecto a Blake se le violaron sus derechos.

El caso de Kyle Rittenhouse es aún más complejo. Si me conocen bien saben lo que tengo que decir sobre los saqueos y la violencia por parte de manifestantes, por más que los puedo contextualizar, así que pasemos a lo concreto. De acuerdo con los testigos y las evidencias, Rittenhouse llegó a Kenosha como voluntario para “defender los negocios”, y si bien no hacía parte de las milicias urbanas que se formaron en la ciudad, las cuales recibieron apoyo y agradecimiento de la policía local (a pesar del supuesto rechazo de las autoridades locales al vigilantismo), no fue detenido ni una sola vez a pesar de su obvio aspecto juvenil y el tipo de arma que estaba portando. Cuando se dio la escaramuza la primera víctima, Joseph Rosembaum, le arrojó una bolsa plástica, y tras un corto forcejeo Rittenhouse le disparó cuatro veces, después de lo cual huyó, quedando registrado en su celular su voz diciendo “Acabo de matar a alguien”. Los manifestantes que atestiguaron la escena lo persiguieron y la segunda víctima, Anthony Huber, trató de desarmarlo a golpes con su patineta, tras lo cual Rittenhouse le disparó, momento en el cual Gaige Grosskreutz (quien al parecer sí estaba armado) quiso retirarse con las manos en el aire al ser apuntado, e igual recibió un tiro en el brazo.

Aquí es más difícil tratar de encontrar una respuesta exitosa, pero en principio tenemos que reconocer que es inaceptable por parte de la policía de Kenosha haber permitido a un menor de edad estar circulando con un arma de ese calibre en una zona de disturbios. Por otro lado, si bien Rittenhouse no estaba afiliado a la milicia autodenominada “Guardia de Kenosha”, se sabe que es un ferviente defensor de la policía, respalda el movimiento Blue Lives Matter –una campaña en defensa de la policía como respuesta al Black Lives Matter-, tuvo entrenamiento de cadete y además asistía a mítines políticos a favor de Donald Trump, lo que levanta muchas ampollas dado los discursos incendiarios del presidente en contra de las protestas de los últimos meses. Por último, es difícil trazar la línea si sus acciones al disparar contra Rosembaum y Huber fueron legítima defensa u homicidio, pues tras un segundo disparo el concepto jurídico se hace nebuloso (eso ha dado lugar a discusiones complejas en Colombia, por ejemplo), al menos Rosembaum estaba legítimamente desarmado y dado que Huber sólo tenía una patineta y trató de desarmar a Rittenhouse para proteger a la gente, la legítima defensa más bien le habría correspondido a él.

Hay un tema alrededor de estos casos que, por experiencia local, me preocupa de forma especial: la admiración casi sacra que desde diferentes medios y redes sociales se ha realizado no sólo de Rittenhouse, sino del concepto mismo de que los civiles, aún los más jóvenes, estén facultados a “mantener el orden” y llamar a otros “patriotas” a defender las ciudades, como si dejar la justicia en manos de personas no facultadas para ejercerla, y cuyas ideologías y motivaciones no siempre serán acordes con las leyes o derechos humanos, fuera una fórmula mágica para garantizar la seguridad de la “Patria”.

La relación profunda de la sociedad estadounidense con las armas de fuego es por causa de la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, la cual dice: “Siendo necesaria una Milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido”. Parte de la Carta de Derechos desde 1791, se trata de un artículo incluido tras la victoria de los independentistas en la Revolución Americana, en una época bastante inestable a nivel económico y jurídico, y aunque es difícil precisar si fue creada como una forma de evitar revueltas antifederalistas, garantizar que el pueblo estadounidense tuviera el poder para protegerse de futuras invasiones o gobiernos tiránicos, o incluso (como sugieren algunos) que fue una forma en que algunos Padres de la Patria garantizaron la seguridad de las “patrullas esclavistas” que ejercían control sobre los negros en cautiverio, lo cierto es que en cualquier caso es uno de los derechos más apreciados por su sociedad, tanto entre conservadores como liberales.

Desde hace décadas, se ha generado un intenso debate dentro de la superpotencia mundial sobre la pertinencia de la Segunda Enmienda y el reforzamiento de controles más estrictos al porte de armas, ya que como se vio no sólo en el caso de Kyle Rittenhouse sino también en los altos niveles de violencia con armas de fuego en el país, es perturbadoramente fácil conseguir armas de alto calibre, en especial porque la ley federal no obliga a los vendedores privados a verificar los antecedentes de un potencial comprador y saber si es o no elegible para la posesión de armas. Ha habido campañas y propuestas para cerrar los “shows de armas” (ferias de exhibición y ventas de armas al público) a nivel federal y generar una verificación universal de antecedentes para cada armería en Estados Unidos, sea pública o privada, en especial en las épocas posteriores a masacres como Columbine, Virginia Tech y Sandy Hook; sin embargo, debido a que la Constitución no otorga esas facultades a los gobiernos federales, y la fuerte presión política de la controversial Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés), que cuenta además con un importante lobby en Washington, D.C., nunca logran prosperar.

La discusión se ha hecho más aguda en los últimos años debido al discurso de Donald Trump, que desde su posición en la Casa Blanca ha ayudado a fortalecer posturas racistas, xenofóbicas y discriminadoras en la sociedad. No es su responsabilidad exclusiva, puesto que desde los atentados del 11 de septiembre, y con la guerra en Siria y el surgimiento del Estado Islámico, se empezó a dar un crecimiento de grupos conservadores más autoritarios en el Gigante del Norte y Europa, pero al menos en Estados Unidos fue con la llegada de Trump que grupos más radicales han asumido la suficiente confianza como para realizar marchas ultraderechistas, apoyados de forma indirecta por la derecha evangélica que se opone a los cambios en materia de derechos y equidad que se han alcanzado en años recientes. La Crónica de un Invierno Fascista de Maik Civeira (Ego para los amigos) tiene bien resumido, en una serie de posts, todo lo relacionado a este preocupante fenómeno que parece situarnos en el período de entreguerra que dio lugar al ascenso del fascismo de Mussolini y el nazismo de Hitler, y estoy seguro que pronto tendrá algo que decir también sobre las protestas en Kenosha, con más detallas sobre las cosas que dejé en el tintero.

¿Qué tiene que ver este último párrafo con las milicias urbanas en Kenosha? Bien, primero que todo hay que resaltar la increíble polarización en los medios estadounidenses con el caso de Rittenhouse, empezando por el conservador Fox News, donde en pleno horario estelar sus acciones fueron defendidas por el presentador de noticias Tucker Carlson, mientras otros llamaron al chico un “tesoro nacional” o “él me recuerda por qué voté por Trump como presidente”. El columnista de The Atlantic, Graeme Wood, por su parte, definió las acciones de Rittenhouse como propias de una “mentalidad de perro ovejero, embelesado con la idea de que estaba luchando por defender la “vida y la propiedad” como parte de su deber civil, como si fuera parte de un filme heroico, lo cual es bastante cercano a los conceptos detrás de la Segunda Enmienda. Su párrafo final lo resume así:

Rittenhouse parece haber estado viviendo en un mundo de fantasía donde la policía y las ventas de autos corren más peligro que los hombres negros desarmados en paradas de tráfico, y donde él era un guerrero y autodefensor, en vez de un chico que estúpidamente se enroló en una versión del Medio Oeste de la Cruzada de los Niños. Sólo puedo imaginar su miedo cuando vio la multitud corriendo hacia él –y el miedo de la multitud, cuando vieron que casi un niño estaba disparando salvajemente un rifle más apto para una persona con juicio y buen entrenamiento. No espero que el jurado sea indulgente.

Es en esta “mentalidad de ovejero” donde radica el problema, pues es parte de lo que alimenta el respaldo de muchos ciudadanos no sólo a la conformación de las milicias urbanas sino también a los “vigilantes”, aquellos solitarios que como Kyle Rittenhouse deciden actuar por cuenta propia y sin supervisión contra lo que ellos perciben como amenazas a “la vida y la propiedad”, en especial cuando la labor de los que se supone deben ejercer la ley y el orden es muy deficiente. ¿Conocen al Punisher, cierto? Bueno, viene siendo más o menos lo mismo, sólo que al contrario de Frank Castle es muy seguro que la mayoría no tendrá el mismo entrenamiento militar, ni las experiencias traumáticas para templar su cruzada (o más bien su excusa; los cómics siempre han dejado claro que es un hombre perturbado) y, sobre todo (y esto es lo más peligroso), no van a compartir las mismas restricciones morales ni brújulas racionales en su definición de las “amenazas”.

Es mucho más peligroso porque, en medio de la polarización extrema de la sociedad estadounidense y el fortalecimiento de grupos supremacistas y de ultraderecha que las autoridades prefirieron ignorar, sumado a los discursos en que Trump equipara la violencia de lado y lado, asegura que las protestas en Kenosha son “terrorismo doméstico”, y para colmo ahora tomó la narrativa tercermundista de “si eligen a mi rival político como Presidente, nos convertiremos en una segunda Venezuela”, hace bastante seductor para las masas enfurecidas y armadas convertir a la oposición política en una “amenaza a la vida y propiedad” del pueblo. Y ahora que, encima, el pasado domingo hubo un enfrentamiento en Portland entre simpatizantes de Trump y manifestantes de BLM que dejaron como saldo una persona muerta que dejaron como saldo a una persona muerta –no hace falta que lo diga, pero repruebo la violencia extrema, venga del lado que venga-, un hombre confirmado como miembro de Patriot Prayer, un grupo menor de extrema derecha en la ciudad que es simpatizante de Trump, es conocido por provocar, acosar y atacar manifestaciones de izquierda, ha lanzado amenazas en Internet al Consejo de Relaciones Américo-Islámicas (CAIR) y está vinculado a grupos de nacionalismo blanco, se teme que el fatal deceso alimente la retórica de persecución y “amenaza nacional” de los neofascistas.

Y no, no es que yo esté exagerando: es más que fácil transmutar la justificación de defender “la vida y la propiedad” en una persecución criminal hacia cualquier idea opositora que sea vista como una amenaza a esos conceptos, todo con el pretexto de cosas como la seguridad nacional o la democracia. Ya tuvimos que vivir eso en Colombia, cuando un grupo de terratenientes y empresarios, afectados por los constantes embates de la guerrilla y la inoperancia del Estado, decidieron conformar grupos de autodefensas para combatirlas, y no les bastó mucho tiempo para convertirse en unos criminales incluso peores, que no combatían sólo guerrilleros sino también a cualquier cosa que les oliera a izquierda, entre políticos, empresarios e intelectuales, cometiendo además toda clase de atrocidades contra la población civil –sólo los seis días de terror en la Masacre de El Salado bastan como ejemplo-, desplazando millones de campesinos y financiándose con el narcotráfico, el secuestro y la extorsión, cobijados además por el respaldo de políticos, empresarios, ganaderos e incluso el Ejército. Friedrich Nietzsche fue certero cuando dijo que, si miras por mucho tiempo hacia el abismo, el abismo mira dentro de ti. Y eso si fuera optimista y aceptara que los grupos paramilitares que dieron lugar a las AUC fueron conformados únicamente para enfrentar a la guerrilla por la defensa de la Patria y la propiedad, pues hay evidencia de que algunos de ellos surgieron para proteger sus negocios ilícitos, y otros aprovecharon el músculo armado para ampliar sus terrenos al despojar campesinos y otros dueños de tierras.

Y estoy hablando de un país con mayores restricciones y control de armas (en el papel, claro), no de una nación como Estados Unidos, que lleva un fuerte vínculo con su derecho a portarlas y hacer uso de ellas. Si con las protestas en Kenosha ya se conformaron milicias urbanas que no fueron precisamente detenidas por las autoridades, y además dejaron circular de forma tranquila a un chico de 17 años con un rifle que no sería extraño en las manos de un paramilitar, y que encima actuaba solo, ¿ustedes se imaginan si los sectores más radicales y fascistoides del país decidieran tomar por cuenta y riesgo la defensa de la Nación? Y si después de decenas de tiroteos escolares y cientos de muertos en masacres dentro del país ni siquiera se plantean al menos instaurar una verificación universal de antecedentes para las personas que buscan comprar un arma de fuego, y no parecen estar muy prestos en frenar la legitimización de los discursos políticos más extremos, dudo que esa sea una preocupación que ronde en la cabeza de la gente y las autoridades. Caray, si es que en Twitter ya he visto varias personas (incluyendo, irónicamente, migrantes venezolanos pro Trump) no sólo llamando héroe al chico, sino afirmando que lo único que lamentan es que sólo haya matado a dos manifestantes.

No, yo no estoy en contra del porte de armas. Soy más pacifista que combatiente, y no me imagino teniendo un arma de fuego en mis manos, menos usarla, pero comparto que la gente debe tener el derecho a procurarse su propia seguridad ante determinadas circunstancias. Lo que sí encuentro bastante reprochable es que no se tenga un control más estricto sobre su venta y porte, sea en Colombia, Estados Unidos o Malí, ni que se libre de ciertas responsabilidades a los negocios privados. Y sí encuentro inquietante la exaltación casi religiosa que los estadounidenses, en especial de la derecha, hacen de la Segunda Enmienda, como si la mayor expresión de sus libertades constitucionales girara alrededor de tener un revólver junto a su almohada.

Es aquí donde viene a mi memoria la serie American Gods, de cuya novela hablé hace ya tiempo, donde el sexto episodio de su primera temporada, A Murder of Gods[1], hace una crítica al fervor nacional sobre las armas. Shadow y Mr. Wednesday llegan a un pueblo industrial en Virginia llamado Vulcan, con una fábrica de municiones, un evidente fervor ultranacionalista, varios visos de racismo -todos los ciudadanos que vemos son blancos, hay miradas de desconfianza hacia Sombra y se nos nuestra un viejo árbol de linchamiento- una laxitud sorprendente al porte de armas -las cuales vemos en manos de colegialas y ancianas por igual- y no pocas referencias al neofascismo. Es el santuario de Vulcano, el dios romano de la forja y la metalurgia y contraparte del Hefestos griego, quien después de ser olvidado por los pueblos que lo llevaron a América eligió fortalecerse primero a través de los accidentes laborales que ocurren en su fábrica de municiones, y después alimentándose de la fe y la violencia transmitidas por todos aquellos que usan armas de fuego en el país, tomando las muertes de dicha violencia como sacrificios a su nombre.

Cada bala disparada en un cine lleno de gente es una oración a mi nombre. Y esa oración los hace querer rezar aún más.

Quienes hayan leído la novela sabrán que Vulcano es un personaje original creado para la serie, pues Neil Gaiman prefirió no recurrir al sobreexplotado panteón grecorromano, pero de hecho nació de una experiencia que el escritor británico tuvo en Estados Unidos. De acuerdo con lo revelado por Michael Green, showrunner de American Gods, en una entrevista para Entertainment Weekly en 2016, cuando Gaiman visitó Birmingham, una ciudad industrial de Alabama que nació como un centro siderúrgico –y elegida en 2016 como la tercera ciudad más violenta del país-, se encontró con una estatua de Vulcano y le contaron la historia de una fábrica donde ocurrían muchos accidentes laborales al año, pero por los costos de cierre para el mantenimiento y adecuación de las condiciones, las directivas decidieron que era más barato indemnizar a las familias; en la mente de Gaiman, esto quedó como una definición moderna de sacrificio, y de ahí nació la idea para desarrollar a Vulcano en la serie.

¿Y saben qué es lo mejor, y a la vez lo más triste, de ese concepto? Que resume bastante bien la relación actual del estadounidense y su clase política más conservadora con las armas. Dos décadas después de la masacre de Columbine, y en un país con el mayor número de tiroteos escolares en el mundo, los cientos de muertes han servido incluso como justificación para la NRA y su lobby, que han utilizado sus muertes como argumento para permitir que los maestros lleven armas a las escuelas. Cada Eric Harris, cada Seung-Hui Cho, incluso un Kyle Rittenhouse detrás de esas muertes ha actuado sin saberlo como sacerdote de la Segunda Enmienda, ofreciendo decenas de sacrificios a un fervor casi demente por el poder de las armas y una visión distorsionada del deber cívico y patriótico. Siempre que un político diga que “esas muertes no ocurrirían si los profesores o incluso algunos alumnos recibieran entrenamiento para defenderse” o “necesitamos jóvenes como él, que esté dispuesto a hacer lo que las autoridades no pueden hacer”, esos muertos sólo serán mártires que alimentarán la fragua de la corrupción ética en su sociedad.

Por lo pronto, lo menos que se puede hacer en las actuales circunstancias es cuestionar duramente a aquellos que quieren presentar a Rittenhouse como un héroe y justifican las decisiones individuales de empuñar las armas sin ninguna supervisión ni autorización. No es probable que el debate sobre el control de las armas llegue a buen puerto en mucho tiempo, y menos mientras Trump siga de Presidente, pero jamás estarán de más las denuncias al radicalismo neofascista que ha levantado la voz en los últimos años, ni señalar los graves riesgos de dejar en manos de cualquier persona la impartición de justicia. No se puede seguir templando la ley con sangre.

[1]El título del episodio puede interpretarse como “Asesinato de Dioses” o “Parvada de Dioses”, en referencia a los cuervos que acompañan a Mr. Wednesday, puesto que en inglés murder es también el sustantivo colectivo para denotar una parvada de cuervos. Como plus, puede leer sobre otros sustantivos en inglés para animales en este enlace de Wikipedia.

Comentarios

  1. Una muestra más de que la realidad supera a la ficción.

    Ya que abordas la situación de Estados Unidos con los movimientos alt-right (desde los supremacistas blancos hasta los de la bandera amarilla con la serpiente, de seguro sabes de quienes hablo) y mencionas el caso de Colombia (más ahora que hubo toda la crispación por la detención de Uribe), sólo basta con ver as redes sociales uribistas hablando de "limpiar el país de "la izquierda"" o los que señalan a los no-uribistas de "vagos", "guerrilleros", "viciosos", "petroñeros" (y hay varios uribistas trolls que son más ñeros en su comportamiento y vocabulario que los "petristas" que critican), incluso de "pedófilos". Nada diferente a los extremistas alt-right, de una u otra forma empoderados por el ascenso de Trump.
    Observando tanto los unos como los otros, me hizo recordar los mensajes de odio pregonados en Ruanda por la nefasta RTLM que contribuyeron al genocidio que ya conocemos https://www.youtube.com/watch?v=VNbUeLnxQEI. Si encuentras alguna diferencia entre lo que se dice ahí y los discursos de los alt-right gringos y de cierta derecha colombiana (y latinoamericana, ya puestos) hazmelo saber.

    Como ya lo dije antes en otro comentario, si bien hay comportamientos sectarios de consideración entre la derecha y la izquierda, igualarlos es, cuando menos, exagerado, pues al menos la izquierda no ha llamado a "limpiar el país del uribismo" o "asesinar uribistas o lo que se le parezca". Aunque si le daría razón a Fajardo el que no quiera hacer consulta con Petro por eso de que "un día pide unidad y al otro los ataca", aunque el problema es más de los petristas radicales que de Petro en sí.

    Otra cosa que quiero decir es que me da risa que los supremacistas blancos se llamen a si mismos "verdaderos americanos", cuando esa atribución les correspondería a los indios que han sufrido bastante a manos de los primeros (especialmente en el "Sendero de las lágrimas" y la Fiebre del Oro en California), pero eso ya sería para otra discusión.

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    1. El problema es que sigues confundiendo la equivalencia racional con una equivalencia moral, y por enésima vez yo no estoy postulando lo segundo. Eso no significa que deje de preocuparme la forma en que la misma izquierda se está disparando en el pie.

      En cuanto al discurso de la derecha, pues he visto bastantes también acá en Colombia y en otras partes que no hacen precisamente asco a una "limpieza". Casi que me los imagino con el sombrero de Castaño.

      Sobre los de los "verdaderos americanos"... no sé, ¿a cuántas generaciones de migración deja uno de ser un extranjero y pasa a ser un "nativo verdadero"? Porque en realidad eso aplica para ellos, para los nativos, para los negros, los latinos y todo el que haya nacido en Estados Unidos. Lo demás es puro racismo.

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    2. Pues yo lo último lo decía haciendo uso del recurso retórico de la "reducción al absurdo". Ya que esa gente ataca a los migrantes e hijos de migrantes, aun cuando ellos son....¡descendientes de migrantes!. Además allá en gringolandia (y, cabe admitir, en varios países latinos, especialmente en el Cono Sur y Centroamérica) a los indios, curiosamente, los pusieron a sufrir de lo lindo más en las primeras décadas de la república que en la Colonia, ahí mencioné algunos ejemplos.

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    3. Sí, lo imagino: por eso mismo lo digo. Es una discusión ridícula.

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