La otra herencia maldita de Escobar


Introducción

Las actividades criminales del Cartel de Medellín dejaron una huella trágica en la realidad sociocultural e idiosincracia de Colombia. Pablo Escobar fue un demonio para millones de personas, pero también un héroe para muchas otras, pues valiéndose de su dinero e influencias buscó ganar seguidores a través de obras benéficas para aspirar a una carrera política que nunca pudo alcanzar. Miles de jóvenes crecieron con el ideal de conseguir dinero fácil a través de actividades delictivas como el tráfico de drogas o el sicariato, y la estructura criminal que dejó atrás con su muerte fue ocupada por capos menores, guerrilleros y paramilitares para financiar su lucha armada, con lo cual fortaleció aún más el conflicto armado que décadas después sigue azotando nuestro país.

No obstante, si bien el daño a nivel cultural que dejó en Colombia es persistente y muy grave, sus excentricidades y derroches también legaron una problemática que a largo plazo podría hacerse muy grave, en especial debido a la cobardía de nuestros dirigentes y autoridades, que están más preocupados por ganarse al público votante que por beneficiarlo. Sé que a muchas personas que no son colombianas quizás no comprenden de lo que les estoy hablando, así que en esta entrada explicaré a fondo el tema, pero muchos otros, en especial tras una patética videoconferencia organizada por incapaces, reconocerán a lo que me refiero: los hipopótamos de Escobar.

Imágenes de un hipopótamo paseando por las calles de Puerto Berrío, Antioquia, captadas en mayo de 2019. Por suerte el animal no atacó a nadie, quizás por encontrarse fuera de su territorio acuático, y porque sabiamente los transeúntes se mantuvieron lejos de su camino.

Estoy consciente que el título de la entrada puede sonar un poco tendencioso para muchos, pero que quede claro: los hipopótamos son inocentes. Los llamo “herencia maldita” porque, tal como ocurre con el narcotráfico y la drogadicción, la inoperancia y cobardía de las autoridades los han convertido en una fuerza potencialmente destructiva, pero ellos no son más que víctimas del ego desmedido e irresponsabilidad de un criminal. Son animales que actúan por instinto y supervivencia, no por sevicia, dentro de un hábitat diferente al suyo, y han tenido que adaptarse en consecuencia. Por desgracia los conceptos de inocencia o culpabilidad son construcciones humanas enfocadas a garantizar la armonía de nuestras interacciones sociales. La Naturaleza no tiene un solo atisbo intrínseco de justicia o inocencia, así que si queremos detener el impacto a largo plazo de la estupidez humana de Pablo Escobar, necesitamos hacer a un lado nuestra idealización bucólica del medio ambiente y pensar en términos racionales y objetivos.

¿Y dónde está el inmigrante?

A finales de los años 80, Escobar decidió crear un zoológico personal en su hacienda Nápoles, a 165 kilómetros de Medellín. Allí, trasladó a decenas de animales de diferentes partes del mundo: antílopes, elefantes, avestruces y jirafas, entre muchos otros. Tras la muerte de Escobar en 1993, y debido a los altos costos de mantener a tantos animales en un mismo sitio, se decidió que la mayoría de ellos fueran donados a zoológicos locales e internacionales. Los restantes fueron dejados en la hacienda, ya fuera para convertirlos en atracción al reconvertirla en un parque, o porque eran demasiado difíciles de trasladar a otras partes.

Entre estos últimos se encontraban cuatro hipopótamos, tres hembras y un macho, traídos de una zona desconocida en África. Los animales fueron dejados en la hacienda, y por mucho tiempo el Estado no les prestó atención, hasta que en 2007 la población de entonces 16 hipopótamos salió de Nápoles y empezó a introducirse en el cercano río Magdalena, principal fuente hídrica del país. En los años siguientes su población se multiplicó sin control, al punto que para finales del año pasado su población se estimó entre 65 y 80 ejemplares distribuidos en zonas de Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cundinamarca y Santander, y se cree que en 10 años podrían llegar a ser 150 y expandirse hasta la desembocadura del Magdalena si no se toman medidas de control.

Y habrían seguido siendo ignorados, en especial en estos tiempos de cuarentena por la pandemia, si no fuera porque hace dos semanas un campesino fue herido de gravedad por un hipopótamo en Puerto Triunfo, Antioquia, mientras buscada agua en un caño cercano a la hacienda donde trabajaba. El hombre sufrió graves heridas en el tórax, el pulmón y una pierna, por lo cual debió ser llevado a Rionegro. Este incidente prendió de nuevo las alarmas, pero en una muestra de debilidad y oportunismo, llevado de la mano con ignorancia científica, se organizó un conversatorio en línea sobre proteger a la especie introducida como un “reservorio genético” (no se preocupen, ya les explicaré más adelante este concepto), el cual fue cuestionado antes de siquiera empezar por incluir a cinco figuras políticas sin ninguna experiencia en biología de la conservación o ecología. Luego de una fuerte crítica en redes sociales, a última hora los organizadores incluyeron como ponentes a la veterinaria Sara Jaramillo (quien hizo una exposición demasiado idealizada de los beneficios de mantener a los invasores) y a la bióloga Brigitte Baptiste, experta en temas de biodiversidad y actual rectora de la Universidad EAN (sí, sé que me sorprendió su tuit relacionado al video de la urraca y el erizo, pero en general siempre ha tenido un enfoque muy realista con el tema de los hipopótamos).

Notarán también que todos son hombres, pero más allá de su género (que como quedó claro con Jaramillo, no es sinónimo de tener algo constructivo o no para decir), el grupo original se comprendía de dos abogados, un ex torero, un ingeniero ambiental y un geólogo. ¿Comprenden el problema?

Antes de continuar, hay que señalar que en algún momento sí se intentaron tomar medidas cuando se hizo evidente el problema futuro que podían representar. Cuando en 2009 una pareja de hipopótamos y su cachorro se escaparon y atacaron al ganado en la cercanía, alertando a la población del peligro, se ordenó al Ejército que sacrificara a los ejemplares ferales. El macho adulto, llamado “Pepe”, fue abatido al poco tiempo, pero una foto que los cretinos miembros del equipo de caza se tomaron junto al cadáver se hizo pública, y esto generó una reacción airada de grupos defensores de los derechos animales dentro y fuera del país, así que la estrategia de sacrificio fue suspendida. Algunos juveniles han sido trasladados a otros zoológicos, pero la población en estado silvestre es demasiado grande y, a menos que las autoridades dejen de pensar en términos de apoyo popular y se enfoquen en el beneficio popular, el problema será cada vez peor.

Y aquí es donde entramos en la disyuntiva: ¿debemos conservar la población de hipopótamos, o por el contrario erradicarlos como es el modus operandi con las especies introducidas o invasoras? ¿Por qué las autoridades están tan renuentes a intervenir en este asunto de los hipopótamos? ¿Qué impacto tienen estos paquidermos en el ambiente? ¿Son en verdad tan nocivos, o por el contrario podrían ser de utilidad a los ecosistemas? ¿Y qué es eso de “reservorio genético”? ¿Cómo se relacionan los hipopótamos con este tema?

La amenaza latente

Si los lectores habituales conocen mis otras entradas dedicadas a temas relacionados, seguro intuirán que mi respuesta no va a ser muy romántica ni positiva; sin embargo, como muchas otras personas leerán esta entrada, necesito contextualizar de manera similar a lo que hice en la entrada anterior para que comprendan todo lo que implica tener una población relativamente grande de animales tan masivos en tamaño y conducta, las medidas opcionales a considerar y la conclusión final, que puede no ser del agrado para muchos. En fin, a los hechos me remitiré.

Si bien suele encontrarse registrado que eran cuatro los hipopótamos llevados a la hacienda Nápoles, hubo un segundo macho que murió sedado durante el viaje. Escobar hizo chapar su cráneo en oro de 24 quilates y lo puso en su oficina. Tras una subasta de gran parte de los bienes del extinto capo en 2013, el cráneo fue adquirido por la Last Tuesday Society, y hoy en día hace parte de su Museo de Curiosidades Viktor Wynd, en Londres.

Aprovechando que la Sociedad Colombiana de Mastozoología (SCMas) generó un comunicado el pasado 22 de mayo, después de que su junta directiva asistiera al conversatorio antes mencionado, voy a usar los hechos y efectos de la presencia de los hipopótamos en el territorio colombiano que exponen para darle un orden a los argumentos que permitirán contextualizar la situación que se enfrenta en el país.

1) Existen diferentes etapas en una invasión biológica, las cuales dependerán de factores que le permitan superar diferentes tipos de barreras relacionadas a factores bióticos y abióticos: sus características biológicas, las características propias del sistema al que ingresan, y la cantidad de individuos que llegan al ambiente o son liberados en él -el sofisma del agente Smith en Matrix, según el cual un mamífero desarrolla por instinto un equilibrio con su hábitat, es mentira, pero si quieren en otra ocasión profundizo al respecto-; es decir, no todas las especies introducidas son exitosas al punto de la invasión. De acuerdo con la etapa de invasión, hablaremos de especies exóticas (presentes en el nuevo territorio en un área limitada), especies naturalizadas (capaces de reproducirse, establecer poblaciones y dispersarse por cuenta propia) y especies invasoras (su expansión geográfica amenaza la estabilidad de los ecosistemas en los cuales se establecen). En este momento, los hipopótamos de Escobar ya son una especie invasora, debido a que en efecto su presencia está alterando el equilibrio de los hábitats y pone en riesgo a muchas especies nativas.

Esquema simplificado de las etapas de una invasión biológica.

2) Los hipopótamos generan un impacto importante en los ecosistemas de los ríos y fuentes de agua dulce en Colombia, debido tanto a su dieta como a su desplazamiento. Lo primero ocurre porque son animales que requieren de un gran volumen de materia vegetal para alimentarse (35 kg diarios de comida), rompiendo el equilibrio de la red trófica del ecosistema y liberando una gran cantidad de heces en el medio acuático, lo cual altera los parámetros fisicoquímicos de tales sistemas al ingresar una mayor cantidad de nutrientes (lo que se conoce como eutrofización) que producen un incremento en las poblaciones de cianobacterias y efloraciones (“blooms”) de algas tóxicas. Esto reduce los niveles de oxígeno en el agua y en consecuencia afecta las comunidades de microorganismos, invertebrados e incluso de peces. Por otra parte, su mismo tamaño (son animales de 1,5 metros de altura, hasta 3,5 m de longitud, y pueden alcanzar un peso de entre 1,5-2 toneladas en estado silvestre) altera la estructura física de los lagos y las ciénagas, creando al desplazarse canales que conectan fuentes hídricas y las contaminan con sus heces y orina, y modificando el drenaje natural del suelo con sus pisadas (un problema ya importante por causa de la ganadería descontrolada en varias regiones).

3) Se trata de una especie territorial y muy agresiva, con incisivos y colmillos de hasta 40 y 50 cm de longitud respectivamente, conocida por volcar botes y embarcaciones pequeñas en el agua, y a pesar de su tamaño es engañosamente veloz en tierra (hasta 30 km/h en distancias cortas). En África es por mucho el animal más peligroso del continente y causa más muertes humanas por año en las regiones subsaharianas que habita en la actualidad que el león o el cocodrilo, quienes junto a las hienas manchadas son conocidos por depredar cachorros y juveniles, pero rara vez se meten con un adulto: de hecho los hipopótamos son bien conocidos por desplazar e incluso matar cocodrilos del Nilo cuando se cruzan en zonas riparias. Por ello, aunque faltan estudios al respecto, se teme que la creciente presencia de hipopótamos en el Magdalena genere desplazamiento de especies con las que compite por recursos y espacio, algunas ya amenazadas por la presión antrópica, como el manatí antillano (Trichechus manatus), la nutria neotropical (Lontra longicaudis), la babilla (Caiman crocodilus) y varias tortugas y peces en riesgo que habitan la cuenca magdaleniense, pues además de su mayor talla y comportamiento agresivo no cuenta con depredadores potenciales en Colombia; de los tres crocodílidos nativos con tallas comparables a su pariente africano –todos amenazados en el país, cabe resaltar-, el caimán aguja es el único que cohabita con el hipopótamo, pero es menos agresivo que el cocodrilo del Nilo y los ejemplares de mayor tamaño prefieren habitar en desembocaduras y zonas costeras, por lo que es poco probable que interactúen con el ungulado invasor de forma que puedan limitar su expansión.

Un grupo de hipopótamos rodea a un cocodrilo del Nilo y lo expulsa de forma violenta del área. Por suerte nuestro amigo escamoso salió con vida del encuentro.

4) Por si fuera poco, en algunas poblaciones se están habituando a la presencia de los hipopótamos, inconscientes quizás del riesgo que pueden representar a largo plazo, y ya hay incluso denuncias no investigadas de que en Doradal están comerciando con crías para venderlas como mascotas a fincas privadas, siendo un problema adicional no sólo por propiciar la explotación animal, sino también por poner en riesgo a diferentes personas (recordemos que el hipopótamo es agresivo y territorial por instinto), e incrementar potencialmente el riesgo de dispersión a otras áreas del país, empeorando su estatus de invasión.

¿Qué soluciones existen?

Una vez definidas las problemáticas asociadas con la invasión de los hipopótamos, ¿qué se puede hacer para controlar su población? La medida más drástica, y por mucho la más polémica para animalistas y algunos conservacionistas, es la erradicación de los individuos en estado salvaje, aunque por ejemplo la doctora Baptiste sugirió en el conversatorio que se tome una estrategia conjunta en los planes de manejo: trasladar algunos ejemplares de manera individual a zoológicos o reservas naturales, pero apretando el gatillo contra la mayor parte de la población. Es cierto que esto abre un debate ético importante, pero antes de detallarlo exploremos las otras propuestas relacionadas al tema, y sus debilidades en el panorama general.

-Relocalización: quizás la más ética de las propuestas, lo que muchos defensores de los derechos animales piden es que no sólo se envíen los animales a resguardos dentro del país, sino que incluso sean enviados a otros países, incluyendo África, para tal vez ser reintroducidos en sus hábitats naturales. Esto tiene un problema técnico y un problema sanitario. El problema técnico es que ya se han relocalizado ejemplares a zoológicos en Colombia y algunos otros países: trasladarlos es un proceso costoso y difícil, al igual que mantener una criatura tan grande (y ni entremos en que muchos animalistas y “antiespecistas” cuestionan la misma existencia de los zoológicos), por lo cual ahora no hay una buena demanda de hipopótamos, mucho menos de una población de 65-80, y mucho menos con la actual pandemia de SARS-CoV-2. El problema sanitario es que al haber estado por décadas en Colombia, los hipopótamos ferales pueden ser portadores de enfermedades asociadas al ganado como carbunco o brucelosis, además de otros patógenos locales, por lo cual enviarlos a sus territorios naturales sería exponer a sus conespecíficos nativos a potenciales epidemias. Y por supuesto, muchos países en África tienen bastantes conflictos internos y problemas económicos como para preocuparse por importar hipopótamos. Suena rudo, pero es real: no podemos pedirles intervenir en un problema que nos corresponde en Colombia.

Buki, un hipopótamo joven que fue reubicado hace unos años en la Fundación Zoológico de Santa Cruz, en San Antonio del Tequendama, Colombia.

-Castración: emulando las medidas de responsabilidad solicitadas a dueños de mascotas como dueños y gatos, con el fin de reducir la población de animales callejeros, muchos otros proponen castrar a los hipopótamos ferales para evitar que su número incremente. Esto tiene también un problema técnico a la vez que uno ecológico. El problema técnico es que la castración es también muy costosa y difícil de realizar, debido a que tanto machos como hembras poseen genitales internos, requiriendo una compleja cirugía, además de toda la logística de captura y traslado que involucra: el proceso de captura, castración y liberación de un solo macho salvaje costó cerca de $50.000 dólares, y de nuevo hablamos de una población demasiado grande como para consumir recursos que servirían en planes de conservación de especies nativas. El problema ecológico es más simple: la castración no hace nada por mitigar el impacto ambiental de los hipopótamos, y hablamos de una especie con un tiempo de vida entre los cuarenta y cincuenta años. Si esta medida se hubiera aplicado hace once o trece años habría sido más efectiva a largo plazo para detener el crecimiento poblacional, pero dadas las circunstancias es imposible lograr ese objetivo de forma realista confiando en esta única propuesta.

-Mantenerlos como restauradores del ecosistema: un reciente estudio enfocado en especies introducidas como los hipopótamos sugiere que su presencia como ingenieros ecosistémicos (es decir, especies que crean, modifican o destruyen un hábitat) podría restaurar las funciones ecológicas de la antigua megafauna, y de este modo hacer parte de un proyecto de resilvestración del Pleistoceno, una propuesta conservacionista que busca restaurar los ecosistemas hasta su estado previo a las últimas glaciaciones (13.000-10.000 años atrás) al llenar con especies introducidas los nichos (espacio multidimensional que ocupa un organismo en el ecosistema, compuesto por los factores bióticos y abióticos con los cuales interactúa) que quedaron vacíos tras la extinción de la megafauna. Sin embargo, como la doctora Baptiste ha señalado en numerosas ocasiones, la resilvestración del Pleistoceno (propuesta discutida desde sus inicios) es un enfoque de conservación demasiado abstracto e irreal, puesto que no considera al Homo sapiens dentro de su teoría, y dado que los ecosistemas actuales son muy diferentes en funcionalidad a los del Pleistoceno, y su capacidad de resiliencia a las alteraciones es muy lenta, podrían tarden miles o incluso un par de millones de años antes de ajustarse a las especies invasoras, tiempo durante el cual muchas especies nativas estarán en riesgo de desaparecer.

Representación artística de un Toxodon, un notoungulado suramericano extinto cuyo nicho, se sugiere, podría ser ocupado por los hipopótamos.

-Conservarlos como reservorio genético: esta fue la propuesta presentada por Sara Jaramillo en el conversatorio. Un reservorio genético es una población natural de una especie que presenta una alta diversidad genética en comparación con otras poblaciones, una información que ayuda a tomar decisiones a nivel de conservación de especies amenazadas. Debido a que los hipopótamos son actualmente una especie vulnerable según los criterios de la UICN, debido a la destrucción de su hábitat y su caza para obtener carne y marfil, algunos conservacionistas sugieren proteger la población introducida en Colombia como una que prospera con mayor éxito que las africanas.

No me detendré mucho en esta propuesta, porque a decir verdad no es más que un espejismo sesgado. La actual población de hipopótamos en Colombia desciende de sólo cuatro ejemplares, lo que significa que se trata de una población altamente endogámica, y por lo tanto su diversidad genética es muy baja. En otras palabras, como reservorio genético local de la especie Hippopotamus amphibius es inútil, pues no contribuye a su conservación. La idea de Jaramillo es poco más que fantasiosa, y la verdad muy poco científica en sus bases.

-Una vez sopesados los inconvenientes de las propuestas más “éticas” en cuanto al control de los hipopótamos invasores, que pueden encontrar resumidas de forma didáctica en este enlace, hay que contextualizar la más apoyada por investigadores debido a tener mejor balance de costo/efectividad: sacrificar a los animales ferales.

A nadie le gusta proponer la muerte de un animal silvestre, y esa es la principal razón por la cual las autoridades en Colombia han dilatado por tanto tiempo la creación de una estrategia efectiva de manejo de los hipopótamos, temerosas por volver a despertar la ira de los defensores de los animales como ocurrió con el caso de “Pepe” y poner en riesgo su capital político. Comprendí la indignación de ese entonces porque la foto dio la impresión nefasta de una cacería deportiva más que una medida de conservación y, como dijo Leela en El ave robot de Helacatraz, las decisiones de tomar la vida de un animal no deben estar en las manos de personas que los cazan por diversión. Sin embargo, la erradicación de especies invasoras dista mucho de ser una solución que se toma sin consideraciones éticas y, como se explica en este hilo de Twitter de un biólogo de la conservación en el que me basaré para detallar mis argumentos, está lejos también de ser una solución sin ética.

En primer lugar, hablando en términos conservacionistas, debemos entender que las estrategias de control de una especie invasora dependen del tiempo transcurrido, el área invadida y el costo de control. El problema principal es que la mayoría de las especies invasoras son percibidas a nivel público cuando la invasión ya ha cubierto un área tan grande que las medidas de control requieren un esfuerzo intenso, y muchas de las menos drásticas se hacen demasiado costosas y son menos efectivas a ese umbral de tiempo. Debido a esto, el control local de las invasiones debe basarse en incrementar la tasa de mortalidad de la población en comparación con la tasa de natalidad para reducir el crecimiento poblacional, y la solución más efectiva por balance de costo/esfuerzo para lograr esta meta es sacrificar a los animales.

Diagrama de la curva de invasión de una especie en relación con el tiempo y los costos de programas de control.

El control letal es una medida difícil de comprender para muchas personas, porque la conservación se suele entender como una mínima intervención, sin matices de ningún tipo, pero en realidad es una medida requerida en muchos casos si se busca como tal la conservación de los ecosistemas, en especial si hablamos de invasiones en islas (que por su área reducida y altos niveles de endemismo, son ecosistemas muy frágiles), de especies domésticas ferales, e incluso de especies nativas con poblaciones tan grandes que amenazan sus propios recursos o a especies más vulnerables. Países como Australia o Nueva Zelanda, que han sufrido invasiones graves, han tenido que recurrir al sacrificio de millones de animales como gatos asilvestrados, ratas y sapos, en pos de proteger sus especies nativas; hoy Nueva Zelanda purgó sus islas de ratas y está enfocado en conservar las poblaciones de animales en diferentes grados de riesgo como los kiwis, el kakapo y el tuatara, en vez de atender a la furia de los animalistas o a la cobardía de los políticos. Nunca es una decisión sencilla, pero las discusiones en torno al sacrificio de especies invasoras no pueden verse limitadas por conjeturas emocionales o cálculos electorales.


Algo adicional que molesta, relacionado con este tema, es que en Colombia hay muchas especies invasoras que son objeto de estrategias enfocadas en su erradicación desde hace años, como la rana toro (Lithobates catesbeianus), el pez león colorado (Pterois volitans) y el caracol gigante africano (Achatina fulica), pero ninguna de estas especies ha generado ni de cerca el revuelo que causan los hipopótamos. ¿Por qué? Ah, porque no se tratan de especies carismáticas, ¿verdad? No son tan cercanos a nosotros como un mamífero, ¿cierto? Hay mucho de hipocresía y disonancia moral en la forma en que algunos protestan por el sacrificio de los hipopótamos, pero aún si aplicáramos un criterio estético a las especies antes mencionadas –y de hecho, el pez león es una especie ornamental de acuario-, sigue primando el criterio ecológico: la conservación debe destinarse a las especies nativas, y por más bonitos que sean los invasores, la salud de los ecosistemas requiere que sean erradicados.


Por último, existen argumentos éticos que dan validez al sacrificio de los hipopótamos, tanto desde un enfoque utilitarista como un enfoque de preservación. La ética utilitarista, en la que prima la mayor cantidad de recursos disponibles para la mayor cantidad de seres vivos, nos dice que el control letal de los hipopótamos es necesario porque su presencia pone en riesgo los recursos disponibles para las especies nativas por su éxito competitivo, y además son un peligro para los recursos y la salud de los seres humanos. Por su parte, la ética de preservación, basada en la hipótesis de la biofilia propuesta por el biólogo y naturalista Edward O. Wilson en 1984, y según la cual nuestra especie tiene una conexión innata con otras formas de vida, implica entonces la preservación de las conexiones dentro de los ecosistemas reconociendo que hay poblaciones que deben ser sacrificadas para lograrlo, más allá de la utilidad o no que tengan los recursos del ecosistema para nosotros. En síntesis, los argumentos éticos dentro de la biología de la conservación sí existen, y a pesar de que los animalistas se opongan, terminan respaldando la erradicación de una especie invasora como es el hipopótamo.

Conclusiones

¿Es triste que los hipopótamos deban morir? Por supuesto que sí. Que sea necesario en pos de proteger los ecosistemas no quita que desde una perspectiva moral sea una decisión trágica, y no puedo reprochar a nadie que lo sienta así. Empero, que debamos recurrir a un control tan drástico es aún más trágico, pues es consecuencia pura de la extravagancia irresponsable de un criminal, la pusilanimidad inoperante de las autoridades y la oposición entorpecedora de las voces animalistas. Todos y cada uno de ellos han contribuido a la actual situación que enfrentamos y al destino final de los hipopótamos que, como comenté al inicio, no tienen la culpa de haberse convertido en una maldición para la flora y fauna de Colombia.

La propuesta integral de la doctora Baptiste en los planes de manejo de la invasión de hipopótamos, combinando la erradicación con la relocalización de algunos ejemplares, me parece también muy positiva y efectiva, aunque tengo la sensación de que lo hizo para evitar polemizar de más frente a la bucólica percepción de los otros ponentes y los espectadores. Sin embargo no soy Charles Xavier, así que no puedo saber lo que piensa con certeza. En cualquier caso la conclusión sobre el tema es directa: hay que desarrollar estrategias de control ya, antes de que el problema escale a dimensiones aún más difíciles de controlar.

Es todo lo que se puede comentar al respecto. Sé que pueden haber muchas reacciones con este tema, pero antes de desbordar con ira en los comentarios le sugiero que se tome un momento para reflexionar. Hay muchos criterios para defender cosas que queremos proteger por salud mental, empatía mal enfocada o por argumentos morales que nos parecen absolutos, pero en temas naturales y científicos las decisiones no pueden basarse sólo en lo que nos parece más positivo, sino en lo que es necesario. Saludos.

Adenda 1: invito a seguir a Maik Civeira (Ego) con su serie de posts Diarios de la pandemia donde reseña, en sus palabras, “obras clásicas de literatura y cine sobre epidemias, y tomándolas como punto de partida para reflexionar sobre los sucesos que vivimos hoy”. Son muy interesantes.

Adenda 2: en un ejemplo de cursilería mediocre, la página Upsocl –una de esas páginas sobre “contenido viral interesante” a lo Cultura Colectiva o PlayGround- publicó unas fotos donde mostraban una pantera que adoptó a un jaguar bebé y le dio cariño “sin importar la especie. Como se ve por el enlace roto, alguien debió decirles el nivel de estupidez plasmado en la nota, así que la dieron de baja, pero les comparto la imagen de la publicación para que quede en evidencia. Es molesto cuando la visión de los postmodernos de hoy pone en entredicho los hechos científicos, pero es irritante cuando además lo adornan con ese tufo buenrollista tan nefasto para el pensamiento racional.

Comentarios

  1. Pobres animales. Llevados a tal realidad porque el mencionado líder quería proyectar su poder y sofisticación usándolos como props. Como muchos sabemos y se ha visto en reportajes y documentales extendidos, así mismo han llegado a tener así a todo tipo de animales exóticos en cautiverio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Por desgracia, el impacto de esas extravagancias arrogantes sigue presente.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares