La otra herencia maldita de Escobar
Introducción
Las
actividades criminales del Cartel de Medellín dejaron una huella trágica en la
realidad sociocultural e idiosincracia de Colombia. Pablo Escobar fue un
demonio para millones de personas, pero también un héroe para muchas otras,
pues valiéndose de su dinero e influencias buscó ganar seguidores a través de
obras benéficas para aspirar a una carrera política que nunca pudo alcanzar. Miles
de jóvenes crecieron con el ideal de conseguir dinero fácil a través de
actividades delictivas como el tráfico de drogas o el sicariato, y la
estructura criminal que dejó atrás con su muerte fue ocupada por capos menores,
guerrilleros y paramilitares para financiar su lucha armada, con lo cual
fortaleció aún más el conflicto armado que décadas después sigue azotando
nuestro país.
No
obstante, si bien el daño a nivel cultural que dejó en Colombia es persistente
y muy grave, sus excentricidades y derroches también legaron una problemática
que a largo plazo podría hacerse muy grave, en especial debido a la cobardía de
nuestros dirigentes y autoridades, que están más preocupados por ganarse al
público votante que por beneficiarlo. Sé que a muchas personas que no son
colombianas quizás no comprenden de lo que les estoy hablando, así que en esta
entrada explicaré a fondo el tema, pero muchos otros, en especial tras una
patética videoconferencia organizada por incapaces, reconocerán a lo que me
refiero: los hipopótamos de Escobar.
Imágenes de un hipopótamo paseando por las calles de
Puerto Berrío, Antioquia, captadas en mayo de 2019. Por suerte el animal no
atacó a nadie, quizás por encontrarse fuera de su territorio acuático, y porque
sabiamente los transeúntes se mantuvieron lejos de su camino.
Estoy consciente que el
título de la entrada puede sonar un poco tendencioso para muchos, pero que
quede claro: los hipopótamos son
inocentes. Los llamo “herencia maldita” porque, tal como ocurre con el
narcotráfico y la drogadicción, la inoperancia y cobardía de las autoridades
los han convertido en una fuerza potencialmente destructiva, pero ellos no son
más que víctimas del ego desmedido e irresponsabilidad de un criminal. Son
animales que actúan por instinto y supervivencia, no por sevicia, dentro de un
hábitat diferente al suyo, y han tenido que adaptarse en consecuencia. Por
desgracia los conceptos de inocencia o culpabilidad son construcciones humanas
enfocadas a garantizar la armonía de nuestras interacciones sociales. La
Naturaleza no tiene un solo atisbo intrínseco de justicia o inocencia, así que
si queremos detener el impacto a largo plazo de la estupidez humana de Pablo
Escobar, necesitamos hacer a un lado nuestra idealización bucólica del medio
ambiente y pensar en términos racionales y objetivos.
¿Y dónde está el inmigrante?
A
finales de los años 80, Escobar decidió crear un zoológico personal en su
hacienda Nápoles, a 165 kilómetros de Medellín. Allí, trasladó a decenas de
animales de diferentes partes del mundo: antílopes, elefantes, avestruces y
jirafas, entre muchos otros. Tras la muerte de Escobar en 1993, y debido a los
altos costos de mantener a tantos animales en un mismo sitio, se decidió que la
mayoría de ellos fueran donados a zoológicos locales e internacionales. Los
restantes fueron dejados en la hacienda, ya fuera para convertirlos en
atracción al reconvertirla en un parque, o porque eran demasiado difíciles de
trasladar a otras partes.
Entre
estos últimos se encontraban cuatro hipopótamos, tres hembras y un macho,
traídos de una zona desconocida en África. Los animales fueron dejados en la
hacienda, y por mucho tiempo el Estado no les prestó
atención, hasta que en 2007 la población de entonces 16 hipopótamos salió de
Nápoles y empezó a introducirse en el cercano río Magdalena, principal fuente
hídrica del país. En los años siguientes su población se multiplicó sin control,
al punto que para finales del año pasado su
población se estimó entre 65 y 80 ejemplares distribuidos en zonas de
Antioquia, Bolívar, Boyacá, Cundinamarca y Santander, y se cree que
en 10 años podrían llegar a ser 150 y expandirse hasta la desembocadura del
Magdalena si no se toman medidas de control.
Y habrían seguido siendo
ignorados, en especial en estos tiempos de cuarentena por la pandemia, si no
fuera porque hace dos semanas un
campesino fue herido de gravedad por un hipopótamo en Puerto Triunfo, Antioquia,
mientras buscada agua en un caño cercano a la hacienda donde trabajaba. El
hombre sufrió graves heridas en el tórax, el pulmón y una pierna, por lo cual
debió ser llevado a Rionegro. Este incidente prendió de nuevo las alarmas, pero
en una muestra de debilidad y oportunismo, llevado de la mano con ignorancia
científica, se organizó un conversatorio en línea sobre proteger a la especie
introducida como un “reservorio genético” (no se preocupen, ya les explicaré
más adelante este concepto), el cual fue cuestionado antes de siquiera empezar
por incluir a cinco figuras políticas sin ninguna experiencia en biología de la
conservación o ecología. Luego de una fuerte crítica en redes sociales, a
última hora los organizadores incluyeron como ponentes a la veterinaria Sara
Jaramillo (quien hizo una exposición demasiado idealizada de los beneficios de
mantener a los invasores) y a la bióloga Brigitte Baptiste, experta en temas de
biodiversidad y actual rectora de la Universidad EAN (sí, sé
que me sorprendió su tuit relacionado al video de la urraca y el erizo,
pero en general siempre ha tenido un enfoque muy realista con el tema de los hipopótamos).
Notarán
también que todos son hombres, pero más allá de su género (que como quedó claro
con Jaramillo, no es sinónimo de tener algo constructivo o no para decir), el
grupo original se comprendía de dos abogados, un ex torero, un ingeniero ambiental
y un geólogo. ¿Comprenden el problema?
Antes de continuar, hay
que señalar que en algún momento sí se intentaron tomar medidas cuando se hizo
evidente el problema futuro que podían representar. Cuando en 2009 una pareja
de hipopótamos y su cachorro se escaparon y atacaron al ganado en la cercanía,
alertando a la población del peligro, se ordenó al Ejército que sacrificara a
los ejemplares ferales. El macho adulto, llamado “Pepe”, fue abatido al poco
tiempo, pero una foto que los cretinos miembros del equipo de caza se tomaron
junto al cadáver se hizo pública, y esto generó una reacción airada de grupos
defensores de los derechos animales dentro y fuera del país, así que la
estrategia de sacrificio fue suspendida. Algunos juveniles han sido trasladados
a otros zoológicos, pero la población en estado silvestre es demasiado grande
y, a menos que las autoridades dejen de pensar en términos de apoyo popular y
se enfoquen en el beneficio popular, el problema será cada vez peor.
Y aquí es donde entramos
en la disyuntiva: ¿debemos conservar la población de hipopótamos, o por el
contrario erradicarlos como es el modus operandi con las especies introducidas
o invasoras? ¿Por qué las autoridades están tan renuentes a intervenir en este
asunto de los hipopótamos? ¿Qué impacto tienen estos paquidermos en el
ambiente? ¿Son en verdad tan nocivos, o por el contrario podrían ser de
utilidad a los ecosistemas? ¿Y qué es eso de “reservorio genético”? ¿Cómo se
relacionan los hipopótamos con este tema?
La
amenaza latente
Si los lectores
habituales conocen mis
otras entradas dedicadas
a
temas relacionados, seguro intuirán que mi respuesta no va a ser muy
romántica ni positiva; sin embargo, como muchas otras personas leerán esta
entrada, necesito contextualizar de manera similar a lo que hice en la entrada
anterior para que comprendan todo lo que implica tener una población relativamente
grande de animales tan masivos en tamaño y conducta, las medidas opcionales a
considerar y la conclusión final, que puede no ser del agrado para muchos. En
fin, a los hechos me remitiré.
Si
bien suele encontrarse registrado que eran cuatro los hipopótamos llevados a la
hacienda Nápoles, hubo un segundo macho que murió sedado durante el viaje.
Escobar hizo chapar su cráneo en oro de 24 quilates y lo puso en su oficina.
Tras una subasta de gran parte de los bienes del extinto capo en 2013, el
cráneo fue adquirido por la Last Tuesday Society, y hoy en día hace parte de su
Museo de Curiosidades Viktor Wynd, en Londres.
Aprovechando que la Sociedad
Colombiana de Mastozoología (SCMas) generó un comunicado el pasado 22 de mayo,
después de que su junta directiva asistiera al conversatorio antes mencionado,
voy a usar los hechos y efectos de la presencia de los hipopótamos en el
territorio colombiano que exponen para darle un orden a los argumentos que
permitirán contextualizar la situación que se enfrenta en el país.
1) Existen
diferentes etapas en una invasión biológica, las cuales dependerán
de factores que le permitan superar diferentes tipos de barreras relacionadas a
factores bióticos y abióticos: sus características biológicas, las
características propias del sistema al que ingresan, y la cantidad de
individuos que llegan al ambiente o son liberados en él -el sofisma del agente
Smith en Matrix, según el cual un
mamífero desarrolla por instinto un equilibrio con su hábitat, es mentira, pero si quieren en otra
ocasión profundizo al respecto-; es decir, no todas las especies introducidas
son exitosas al punto de la invasión. De acuerdo con la etapa de invasión,
hablaremos de especies exóticas (presentes en el nuevo territorio en un área
limitada), especies naturalizadas (capaces de reproducirse, establecer
poblaciones y dispersarse por cuenta propia) y especies invasoras (su expansión
geográfica amenaza la estabilidad de los ecosistemas en los cuales se
establecen). En este momento, los hipopótamos de Escobar ya son una especie
invasora, debido a que en efecto su presencia está alterando el equilibrio de
los hábitats y pone en riesgo a muchas especies nativas.
Esquema simplificado de las etapas de una invasión biológica.
2) Los
hipopótamos generan un impacto importante en los ecosistemas de los ríos y
fuentes de agua dulce en Colombia, debido tanto a su dieta como a su desplazamiento.
Lo primero ocurre porque son animales que requieren de un gran volumen de
materia vegetal para alimentarse (35 kg diarios de comida), rompiendo el
equilibrio de la red trófica del ecosistema y liberando una gran cantidad de
heces en el medio acuático, lo
cual altera los parámetros
fisicoquímicos de tales sistemas al ingresar una mayor cantidad de
nutrientes (lo que se conoce como eutrofización) que producen un incremento en las poblaciones de
cianobacterias y efloraciones
(“blooms”) de algas tóxicas. Esto reduce los niveles de oxígeno en el agua y en
consecuencia afecta las comunidades de microorganismos, invertebrados e incluso
de peces. Por otra parte, su mismo tamaño (son animales de 1,5 metros de
altura, hasta 3,5 m de longitud, y pueden alcanzar un peso de entre 1,5-2
toneladas en estado silvestre) altera la estructura física de los lagos y las
ciénagas, creando
al desplazarse canales que conectan fuentes hídricas y las contaminan con sus
heces y orina, y modificando el drenaje natural del suelo con sus
pisadas (un problema ya importante por causa de la ganadería descontrolada en
varias regiones).
3)
Se trata de una especie territorial y muy agresiva, con incisivos y colmillos
de hasta 40 y 50 cm de longitud respectivamente, conocida por volcar botes y
embarcaciones pequeñas en el agua, y a pesar de su tamaño es engañosamente
veloz en tierra (hasta 30 km/h en distancias cortas). En África es por
mucho el animal más peligroso del continente y causa más muertes
humanas por año en las regiones subsaharianas que habita en la actualidad que
el león o el cocodrilo, quienes junto a las hienas manchadas son conocidos por
depredar cachorros y juveniles, pero rara vez se meten con un adulto: de hecho
los hipopótamos son bien conocidos por desplazar e incluso matar cocodrilos del
Nilo cuando se cruzan en zonas riparias. Por ello, aunque faltan estudios al
respecto, se teme que la creciente presencia de hipopótamos en el Magdalena
genere desplazamiento de especies con las que compite por recursos y espacio,
algunas ya amenazadas por la presión antrópica, como el manatí antillano (Trichechus manatus), la nutria
neotropical (Lontra longicaudis), la
babilla (Caiman crocodilus) y varias
tortugas y peces en riesgo que habitan la cuenca magdaleniense, pues además de
su mayor talla y comportamiento agresivo no cuenta con depredadores potenciales
en Colombia; de los tres crocodílidos nativos con tallas comparables a su
pariente africano –todos
amenazados en el país, cabe resaltar-, el caimán aguja es el único
que cohabita con el hipopótamo, pero es menos agresivo que el cocodrilo del
Nilo y los ejemplares de mayor tamaño prefieren habitar en desembocaduras y
zonas costeras, por lo que es poco probable que interactúen con el ungulado
invasor de forma que puedan limitar su expansión.
Un
grupo de hipopótamos rodea a un cocodrilo del Nilo y lo expulsa de forma
violenta del área. Por suerte nuestro
amigo escamoso salió con vida del encuentro.
4)
Por si fuera poco, en algunas poblaciones se
están habituando a la presencia de los hipopótamos, inconscientes
quizás del riesgo que pueden representar a largo plazo, y ya hay incluso
denuncias no investigadas de que en Doradal están
comerciando con crías para venderlas como mascotas a fincas privadas,
siendo un problema adicional no sólo por propiciar la explotación animal, sino
también por poner en riesgo a diferentes personas (recordemos que el hipopótamo
es agresivo y territorial por instinto), e incrementar potencialmente el riesgo
de dispersión a otras áreas del país, empeorando su estatus de invasión.
¿Qué
soluciones existen?
Una vez definidas las
problemáticas asociadas con la invasión de los hipopótamos, ¿qué se puede hacer
para controlar su población? La medida más drástica, y por mucho la más polémica
para animalistas y algunos conservacionistas, es la erradicación de los
individuos en estado salvaje, aunque por ejemplo la doctora Baptiste sugirió en
el conversatorio que se tome una estrategia conjunta en los planes de manejo:
trasladar algunos ejemplares de manera individual a zoológicos o reservas
naturales, pero apretando el gatillo contra la mayor parte de la población. Es
cierto que esto abre un debate ético importante, pero antes de detallarlo
exploremos las otras propuestas relacionadas al tema, y sus debilidades en el
panorama general.
-Relocalización: quizás la más ética de las propuestas, lo que
muchos defensores de los derechos animales piden es que no sólo se envíen los
animales a resguardos dentro del país, sino que incluso sean enviados a otros
países, incluyendo África, para tal vez ser reintroducidos en sus hábitats
naturales. Esto tiene un problema técnico y un problema sanitario. El problema
técnico es que ya se han relocalizado ejemplares a zoológicos en Colombia y
algunos otros países: trasladarlos es un proceso costoso y difícil, al igual que
mantener una criatura tan grande (y ni entremos en que muchos animalistas y
“antiespecistas” cuestionan la misma existencia de los zoológicos), por lo cual
ahora no hay una buena demanda de hipopótamos, mucho menos de una población de
65-80, y mucho menos con la actual pandemia de SARS-CoV-2. El problema
sanitario es que al haber estado por décadas en Colombia, los hipopótamos
ferales pueden ser portadores de enfermedades asociadas al ganado como carbunco
o brucelosis, además de otros patógenos locales, por lo cual enviarlos a sus
territorios naturales sería exponer a sus conespecíficos nativos a potenciales
epidemias. Y por supuesto, muchos países en África tienen bastantes conflictos
internos y problemas económicos como para preocuparse por importar hipopótamos.
Suena rudo, pero es real: no podemos pedirles intervenir en un problema que nos
corresponde en Colombia.
Buki,
un hipopótamo joven que fue reubicado hace unos años en la Fundación Zoológico
de Santa Cruz, en San Antonio del Tequendama, Colombia.
-Castración: emulando las medidas de responsabilidad solicitadas a
dueños de mascotas como dueños y gatos, con el fin de reducir la población de
animales callejeros, muchos otros proponen castrar a los hipopótamos ferales
para evitar que su número incremente. Esto tiene también un problema técnico a
la vez que uno ecológico. El problema técnico es que la castración es también
muy costosa y difícil de realizar, debido a que tanto machos como hembras
poseen genitales internos, requiriendo una compleja cirugía, además de toda la
logística de captura y traslado que involucra: el
proceso de captura, castración y liberación de un solo macho salvaje costó
cerca de $50.000 dólares, y de nuevo hablamos de una población demasiado
grande como para consumir recursos que servirían en planes de conservación de
especies nativas. El problema ecológico es más simple: la castración no hace
nada por mitigar el impacto ambiental de los hipopótamos, y hablamos de una
especie con un tiempo de vida entre los cuarenta y cincuenta años. Si esta
medida se hubiera aplicado hace once o trece años habría sido más efectiva a
largo plazo para detener el crecimiento poblacional, pero dadas las circunstancias
es imposible lograr ese objetivo de forma realista confiando en esta única
propuesta.
-Mantenerlos como restauradores del ecosistema: un
reciente estudio enfocado en especies introducidas como los hipopótamos
sugiere que su presencia como ingenieros ecosistémicos (es decir, especies que
crean, modifican o destruyen un hábitat) podría restaurar las funciones
ecológicas de la antigua megafauna, y de este modo hacer
parte de un proyecto de resilvestración del Pleistoceno, una
propuesta conservacionista que busca restaurar los ecosistemas hasta su estado
previo a las últimas glaciaciones (13.000-10.000 años atrás) al llenar con
especies introducidas los nichos (espacio
multidimensional que ocupa un organismo en el ecosistema, compuesto por los
factores bióticos y abióticos con los cuales interactúa) que quedaron vacíos
tras la extinción de la megafauna. Sin embargo, como la doctora Baptiste ha señalado
en numerosas
ocasiones,
la resilvestración del Pleistoceno (propuesta
discutida desde sus inicios) es un enfoque de conservación demasiado
abstracto e irreal, puesto que no considera al Homo sapiens dentro de su teoría, y dado que los ecosistemas
actuales son muy diferentes en funcionalidad a los del Pleistoceno, y su
capacidad de resiliencia a las alteraciones es muy lenta, podrían tarden miles
o incluso un par de millones de años antes de ajustarse a las especies
invasoras, tiempo durante el cual muchas especies nativas estarán en riesgo de
desaparecer.
Representación artística de un Toxodon, un notoungulado
suramericano extinto cuyo nicho, se sugiere, podría ser ocupado por los
hipopótamos.
-Conservarlos como reservorio genético: esta fue la propuesta
presentada por Sara Jaramillo en el conversatorio. Un reservorio genético es una población natural de una especie que
presenta una alta diversidad genética en comparación con otras poblaciones, una
información que ayuda a tomar decisiones a nivel de conservación de especies
amenazadas. Debido a que los hipopótamos son actualmente una especie vulnerable
según los criterios de la UICN, debido a la destrucción de su hábitat y su caza
para obtener carne y marfil, algunos conservacionistas sugieren proteger la
población introducida en Colombia como una que prospera con mayor éxito que las
africanas.
No me detendré mucho en
esta propuesta, porque a decir verdad no es más que un espejismo sesgado. La
actual población de hipopótamos en Colombia desciende de sólo cuatro ejemplares,
lo que significa que se trata de una población altamente endogámica, y por lo tanto su diversidad genética es muy baja. En
otras palabras, como reservorio genético local de la especie Hippopotamus amphibius es inútil, pues no contribuye a su
conservación. La idea de Jaramillo es poco más que fantasiosa, y la verdad muy
poco científica en sus bases.
-Una vez sopesados los
inconvenientes de las propuestas más “éticas” en cuanto al control de los hipopótamos
invasores, que pueden encontrar resumidas de forma didáctica en este
enlace, hay que contextualizar la más apoyada por investigadores
debido a tener mejor balance de costo/efectividad: sacrificar a los animales ferales.
A nadie le gusta proponer
la muerte de un animal silvestre, y esa es la principal razón por la cual las
autoridades en Colombia han dilatado por tanto tiempo la creación de una
estrategia efectiva de manejo de los hipopótamos, temerosas por volver a
despertar la ira de los defensores de los animales como ocurrió con el caso de
“Pepe” y poner en riesgo su capital político. Comprendí la indignación de ese
entonces porque la foto dio la impresión nefasta de una cacería deportiva más
que una medida de conservación y, como dijo Leela en El ave robot de Helacatraz, las decisiones de tomar la vida de un
animal no deben estar en las manos de personas que los cazan por diversión. Sin
embargo, la erradicación de especies invasoras dista mucho de ser una solución
que se toma sin consideraciones éticas y, como se
explica en este hilo de Twitter de un biólogo de la conservación en el que me
basaré para detallar mis argumentos, está lejos también de ser una
solución sin ética.
En primer lugar, hablando
en términos conservacionistas, debemos entender que las estrategias de control
de una especie invasora dependen del tiempo transcurrido, el área invadida y el
costo de control. El problema principal es que la mayoría de las especies
invasoras son percibidas a nivel público cuando la invasión ya ha cubierto un
área tan grande que las medidas de control requieren un esfuerzo intenso, y
muchas de las menos drásticas se hacen demasiado costosas y son menos efectivas
a ese umbral de tiempo. Debido a esto, el control local de las invasiones debe
basarse en incrementar la tasa de mortalidad de la población en comparación con
la tasa de natalidad para reducir el crecimiento poblacional, y la solución más
efectiva por balance de costo/esfuerzo para lograr esta meta es sacrificar a los
animales.
Diagrama
de la curva de invasión de una especie en relación con el tiempo y los costos
de programas de control.
El control letal es una
medida difícil de comprender para muchas personas, porque la conservación se
suele entender como una mínima intervención, sin matices de ningún tipo, pero
en realidad es una medida requerida en muchos casos si se busca como tal la
conservación de los ecosistemas, en especial si hablamos de
invasiones en islas (que por su área reducida y altos niveles de endemismo, son
ecosistemas muy frágiles), de especies domésticas ferales, e incluso de
especies nativas con poblaciones tan grandes que amenazan sus propios recursos
o a especies más vulnerables. Países como Australia o Nueva Zelanda, que han
sufrido invasiones graves, han tenido que recurrir al sacrificio de millones de
animales como gatos asilvestrados, ratas y sapos, en pos de proteger sus
especies nativas; hoy Nueva Zelanda purgó sus islas de ratas y está enfocado en
conservar las poblaciones de animales en diferentes grados de riesgo como los kiwis, el kakapo y el tuatara, en
vez de atender a la furia de los animalistas o a la cobardía de los políticos. Nunca
es una decisión sencilla, pero las discusiones en torno al sacrificio de
especies invasoras no pueden verse limitadas por conjeturas emocionales o
cálculos electorales.
Algo adicional que
molesta, relacionado con este tema, es que en Colombia hay muchas especies
invasoras que son objeto de estrategias enfocadas en su erradicación desde hace
años, como la rana toro (Lithobates
catesbeianus), el pez león colorado (Pterois
volitans) y el caracol gigante africano (Achatina fulica), pero ninguna de estas especies ha generado ni de
cerca el revuelo que causan los hipopótamos. ¿Por qué? Ah, porque no se tratan
de especies carismáticas, ¿verdad? No son tan cercanos a nosotros como un
mamífero, ¿cierto? Hay mucho de hipocresía y disonancia moral en la forma en
que algunos protestan por el sacrificio de los hipopótamos, pero aún si
aplicáramos un criterio estético a las especies antes mencionadas –y de hecho,
el pez león es una especie ornamental de acuario-, sigue primando el criterio
ecológico: la conservación debe destinarse a las especies nativas, y por más
bonitos que sean los invasores, la salud de los ecosistemas requiere que sean
erradicados.
Por último, existen
argumentos éticos que dan validez al sacrificio de los hipopótamos, tanto desde
un enfoque utilitarista como un enfoque de preservación. La ética utilitarista,
en la que prima la mayor cantidad de recursos disponibles para la mayor
cantidad de seres vivos, nos dice que el control letal de los hipopótamos es
necesario porque su presencia pone en riesgo los recursos disponibles para las
especies nativas por su éxito competitivo, y además son un peligro para los
recursos y la salud de los seres humanos. Por su parte, la ética de
preservación, basada en la hipótesis de la biofilia
propuesta por el biólogo y naturalista Edward O. Wilson en 1984, y según la
cual nuestra especie tiene una conexión innata con otras formas de vida,
implica entonces la preservación de las conexiones dentro de los ecosistemas
reconociendo que hay poblaciones que deben ser sacrificadas para lograrlo, más
allá de la utilidad o no que tengan los recursos del ecosistema para nosotros.
En síntesis, los argumentos éticos dentro de la biología de la conservación sí existen, y a pesar de que los
animalistas se opongan, terminan respaldando la erradicación de una especie
invasora como es el hipopótamo.
Conclusiones
¿Es triste que los
hipopótamos deban morir? Por supuesto que sí. Que sea necesario en pos de
proteger los ecosistemas no quita que desde una perspectiva moral sea una
decisión trágica, y no puedo reprochar a nadie que lo sienta así. Empero, que
debamos recurrir a un control tan drástico es aún más trágico, pues es
consecuencia pura de la extravagancia irresponsable de un criminal, la
pusilanimidad inoperante de las autoridades y la oposición entorpecedora de las
voces animalistas. Todos y cada uno de ellos han contribuido a la actual
situación que enfrentamos y al destino final de los hipopótamos que, como
comenté al inicio, no tienen la culpa de haberse convertido en una maldición
para la flora y fauna de Colombia.
La propuesta integral de
la doctora Baptiste en los planes de manejo de la invasión de hipopótamos,
combinando la erradicación con la relocalización de algunos ejemplares, me
parece también muy positiva y efectiva, aunque tengo la sensación de que lo
hizo para evitar polemizar de más frente a la bucólica percepción de los otros
ponentes y los espectadores. Sin embargo no soy Charles Xavier, así que no
puedo saber lo que piensa con certeza. En cualquier caso la conclusión sobre el
tema es directa: hay que desarrollar
estrategias de control ya, antes de que el problema escale a dimensiones
aún más difíciles de controlar.
Es todo lo que se puede
comentar al respecto. Sé que pueden haber muchas reacciones con este tema, pero
antes de desbordar con ira en los comentarios le sugiero que se tome un momento
para reflexionar. Hay muchos criterios para defender cosas que queremos
proteger por salud mental, empatía mal enfocada o por argumentos morales que nos
parecen absolutos, pero en temas naturales y científicos las decisiones no
pueden basarse sólo en lo que nos parece más positivo, sino en lo que es
necesario. Saludos.
Adenda
1:
invito a seguir a Maik Civeira (Ego) con su serie de posts Diarios
de la pandemia donde reseña, en sus palabras, “obras
clásicas de literatura y cine sobre epidemias, y tomándolas como punto de
partida para reflexionar sobre los sucesos que vivimos hoy”. Son muy
interesantes.
Adenda
2:
en un ejemplo de cursilería mediocre, la página Upsocl –una de esas páginas
sobre “contenido viral interesante” a lo Cultura Colectiva o PlayGround-
publicó unas fotos donde mostraban una
pantera que adoptó a un jaguar bebé y le dio cariño “sin importar la especie”. Como se ve por el enlace roto,
alguien debió decirles el
nivel de estupidez plasmado en la nota, así que la dieron de baja, pero les
comparto la imagen de la publicación para que quede en evidencia. Es molesto
cuando la visión de los postmodernos de hoy pone en entredicho los hechos
científicos, pero es irritante cuando además lo adornan con ese tufo
buenrollista tan nefasto para el pensamiento racional.
Pobres animales. Llevados a tal realidad porque el mencionado líder quería proyectar su poder y sofisticación usándolos como props. Como muchos sabemos y se ha visto en reportajes y documentales extendidos, así mismo han llegado a tener así a todo tipo de animales exóticos en cautiverio.
ResponderEliminarPor desgracia, el impacto de esas extravagancias arrogantes sigue presente.
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