El pez de Einstein (II): hikikomoris y políticos
Introducción
Sin
proponérmelo siquiera, una de las entradas más leídas del blog fue una
donde analicé el mal enfoque que muchos suelen darle a una supuesta frase del
físico Albert Einstein. Me llovieron varios comentarios y críticas
al respecto, pero también apoyo de muchos que comprendieron qué era lo que yo
intentaba transmitir, más allá de las exaltadas oraciones de ese texto: no está
mal enfocarnos en nuestras mejores aptitudes y talentos, pero saber al menos lo
esencial en otras áreas del conocimiento es importante en igual manera si
queremos no sólo ejercer mejores juicios racionales, sino también desenvolvernos
con éxito en la vida.
A
casi cuatro años de escribirla, es necesario hacer unos comentarios adicionales
al respecto, no sólo para definir mejor algunas situaciones particulares que
quedaron mal entendidas, sino también para seguir explorando los alcances de la
gratificación de la mediocridad en estos tiempos tan aciagos para nosotros,
donde a menudo buscamos a alguien que actúe con rapidez, y no siempre
fijándonos en que actúe con certeza. Pero ya lo iremos definiendo.
Y ya verán que hay más verdad biológica en esta
caricatura que en la dichosa frase.
Había
visto por ahí una imagen de un cartel que hablaba de que los niños que quieren
ser músicos no necesitan matemáticas, o algo así, de esos que intentan generar
un apoyo a los talentos particulares de una persona mientras que desestiman un
conocimiento básico, pero por desgracia no la he vuelto a encontrar. Eso sí, me
fijé en que no soy el único que encuentra peligroso ese mensaje. Es que en
serio, está muy bien cultivar en los estudiantes sus mejores aptitudes, sea en
el deporte, la música, la química, la pintura, o cualquier campo X. Sin
embargo, la educación contiene un núcleo de áreas del conocimiento por una
razón: son áreas importantes para desarrollar un pensamiento racional general y
el conocimiento suficiente para, al menos, cuestionar afirmaciones de los
charlatanes, como la MMS o la irradiación interna con rayos ultravioleta (sí,
tocaré de nuevo a Trump, y ahora con más solidez), que no necesitan un
doctorado en ciencias, sino al menos una instrucción básica para ponerse en
duda.
Aterrizando las ideas
De
las críticas más frecuentes con respecto a mi análisis, la principal fue que yo
estaba ignorando el trasfondo de la cita, que es no menospreciar a una persona
por tener deficiencias en un área que no domina bien, y permitírsele
desarrollar sus fortalezas. Eso no es del todo cierto, pues tal como lo dije en
esa misma entrada, “tiene cierto grado de
verdad, aunque no el que le suelen dar algunas personas”. Quizás fue
necesario profundizar un poco más al respecto, pero en general sí: está mal menospreciar a alguien por una
deficiencia en un tema que no domina o limitar sus aptitudes, a menos que
esa persona no sólo tenga una posición notable, sino que además se empeñe en
popularizar su ignorancia (digamos, por ejemplo, el
caso de María Fernanda Cabal que recién analicé, o el de Trump que
mencionaré ahora): en esos casos, es requerida una crítica fuerte a
dichas personas.
Jamás
he dicho que uno no deba explotar sus fortalezas, y si acaso lo di a entender
en aquella entrada lo lamento: de hecho, es de las mejores cosas que uno puede
hacer en pos de su paz mental o su realización personal; por eso me dediqué a
la biología, y por mucho tiempo estuve trabajando en taxonomía de tardígrados.
Lo que sí creo, y he visto mucho, es que en estos tiempos hay personas que
miran mal el que, por ejemplo, un chico talentoso con el balón tenga malas
calificaciones en historia o matemáticas, porque ese no es su fuerte, y no
debería presionársele con tales materias. Y ahí yo entro en desacuerdo como en
un 70%: no es mentira que el sistema educativo actual de una vasta cantidad de
países es deficiente en su forma de evaluación, y ha provocado que los alumnos
se enfoquen más en memorizar de forma metódica y sacar buenas notas que en comprender
la información y aplicar lo aprendido. Sin embargo, eso no justifica dejar de lado la búsqueda de un conocimiento mínimo o básico
en diferentes áreas, porque esto es importante si se busca un éxito pleno en la
vida, o por lo menos ser algo más que esa especialidad en la que buscas
enfocarte. ¿Hay en verdad una felicidad plena en tener cinco Balones de Oro o
ser un actor y comediante reconocido, cuando crees que las vacunas causan
autismo, o que la literatura es una pérdida de tiempo? No sé, yo lo veo muy
lejos de un ideal serio de vida.
Sí, Jim Carrey es un ejemplo tristemente célebre de
esto.
Un
ejemplo personal: mi enfoque siempre ha sido la zoología, y en el pregrado me
dediqué de lleno a la taxonomía de tardígrados. Sin embargo, desde que estoy en
Chile, por cuestiones de guía académica y disposición de trabajo, me he tenido
que dedicar no sólo a un grupo animal alejado de los tardígrados, sino además
en un medio acuático, algo muy lejano de mi énfasis en la carrera de biología;
eso implica que he tenido que profundizar en temas de genética de poblaciones,
corrientes oceánicas y efectos de la dinámica intermareal en determinadas
adaptaciones de los organismos de ese sistema, algo que no estaba en mis
principales aficiones y ni siquiera es mi campo de especialidad. No ha sido un
trabajo fácil, pero entiendo que si uno quiere graduarse con un determinado
título, a menudo debes combinar tu afición con otras áreas del conocimiento que
pueden no interesarte, pero que son fundamentales para un proyecto robusto de
investigación; y si quiero además poder dedicarme a futuro a las cosas que me
gustan, tengo que tener una disposición más amplia de trabajo. ¿Debería
entonces limitar mis aspiraciones por el temor a no poder trepar esas nuevas
ramas?
El drama asiático
Explorando
un enfoque negativo de mi planteamiento sobre los peces y la mediocridad, uno
de los ejemplos más duros de presionar a los jóvenes al éxito en cada campo del
saber es el caso de los hikikomoris
de Japón. Este es un fenómeno un poco difícil de comprender para nosotros, y a
menudo se le puede confundir con los llamados “ninis” o “NEETs” (bueno,
técnicamente un hikikomori es un nini, pero un nini no suele ser un hikikomori), pero si bien no es exclusivo del país nipón, es más
prevalente allí que en otro país. Un hikikomori
es un adolescente o adulto que se aísla de forma extrema del mundo exterior,
recluyéndose en su habitación por más de seis meses; a menudo, pueden pasar
años sin salir de casa, y se ha sabido de casos donde la familia incluso debe
construirles una cocina adjunta. Tienen pocos o ningún amigo, y la mayor parte
del tiempo la pasan durmiendo o jugando. A menudo se les estereotipa también
con los otakus, debido a que tienden
a desarrollar actividades obsesivas como la acumulación de productos de manga y
anime, y por razones puntuales a la historia reciente de Japón no suelen ser
representados de forma positiva en los medios.
No
hay un acuerdo general sobre las causas de la prevalencia del comportamiento hikikomori en el país de los cerezos.
Algunos asocian sus rasgos conductuales a condiciones neurológicas que son
parte del trastorno del espectro autista, y debido a los estigmas sociales
sobre los problemas mentales, la fortaleza masculina y la abnegación femenina,
la mayoría de hikikomoris y sus
familias evitan buscar ayuda profesional. Por otro lado, hay una fuerte
influencia de factores socioculturales que no sólo facilitan el que una persona
se convierta en hikikomori, sino que
también se han identificado como fuertes raíces para la prevalencia de este
fenómeno. Es lo que voy a explorar a continuación, y aunque tal vez les parezca
que me salgo de la cuestión de esta entrada, es de hecho para concederles la
razón en cuanto a un posible extremismo de mi planteamiento.
Una
importante tesis con respecto al fenómeno hikikomori
es el paternalismo y fuerte tradición de cuidar a los parientes, que puede
devenir en muchos casos en una indulgencia dañina. Los especialistas en nihonjinron (estudio de cuestiones sobre
la identidad y cultura japonesa) han identificado relaciones causales bastante
fuertes con el estilo de crianza en Japón, relacionado a los conceptos de hon’ne (“sonido real”, los deseos y
sentimientos personales) y tatemae (“fachada”,
el comportamiento
en público), cuya división es
importante para comprender la cultura japonesa. Lo que se ha sugerido es que las condiciones sociales
del moderno país nipón, y un enfoque de la paternidad un tanto restrictivo y
codependiente, han provocado falencias en la transición gradual de los jóvenes
hacia las responsabilidades y expectativas de la adultez, por lo cual los más
susceptibles no logran amoldarse un hon’ne
y una tatemae sanos, ni conciliarlos
entre sí de forma que les permita lidiar con la presión de la vida social adulta.
De
aquí hay que entender también que la sociedad japonesa aboga por la rígida posición
del individuo como engranaje de la sociedad en pos de mantener la armonía y el status quo, debido en parte a la
influencia histórica en Asia Oriental de las doctrinas confucianistas, que
enfatizan la armonía social como resultado de que cada persona conozca su lugar
en el “orden natural”, y una estricta meritocracia; es decir, se enfatiza un
colectivismo que favorece el desarrollo de la tatemae antes que la consolidación del hon’ne. Tal filosofía podría ser un factor importante que ha
influido en la alta prevalencia de hikikomoris
en dicha región, en especial en Japón, donde la afluencia de la clase media
(que permite que los padres puedan apoyar económicamente a los hijos en casa),
la alta competitividad educacional para aspirar a una posición laboral más bien
endeble (lo cual desalienta a muchos jóvenes), y la actual difusión de
tecnologías de comunicación, redes sociales y juegos (que permiten la
interacción no física con otras personas), facilitan que la tendencia a
desarrollar hikikomoris sea tan
notable en el país.
Otro
factor importante para comprender el fenómeno, y que motiva a que lo mencione
en relación con todo este asunto del pez de Einstein, es el sistema educativo
de Asia Oriental, donde hay una presión impresionante sobre la juventud en la
competencia y el éxito, al punto de favorecer la memorización de diferentes
hechos y conceptos para realizar durísimos exámenes de ingreso a universidades
prestigiosas. Esto va muy relacionado con los estereotipos de la kyōiku mama (“mamá educativa”) en Japón y la Madre Tigre de China
y países de esa región; es decir, madres que presionan de forma incesante sobre
la educación de sus hijos a costa de su salud física y emocional. A pesar de
ser un tanto exagerados, como todo estereotipo llevan profundas raíces en
comportamientos reales de su cultura, los cuales se ven facultados por ese
sistema educativo, la visión de los padres a nivel social (recuerden de nuevo
el énfasis colectivista asiático y la preocupación del qué dirán) y los cambios
en las estructuras familiares post-guerra. Tales presiones constantes no son
fáciles de soportar para muchos jóvenes en países como Japón, el cual además
pasó por una fuerte recesión económica seria a finales del siglo
pasado (aquí
pueden encontrar un pequeño análisis de mi parte al respecto), y si bien es a este estilo de educación al que se
deben la disciplina y productividad de su cultura, también influye mucho en las
tasas de suicidio juvenil –a pesar de su reducción, el suicidio es
la mayor causa de muerte entre los 15 y 19 años en Japón, con un alarmante
39,6% en 2017, y
es el único país del G7 donde esta es la principal causa de muerte entre los
15-34 años-, la prevalencia de
jóvenes que evitan el mundo laboral, y fenómenos culturalmente
vinculados como el temido karoshi (muerte por exceso de
trabajo).
Curiosamente,
en la sitcom Fresh Off the Boat, basada en las memorias del chef estadounidense
de origen chino-tailandés Eddie Huang, las personalidades de sus padres fueron
bastante suavizadas; en particular, como
apunta TV Tropes, si su
madre Jessica hubiera sido retratada tal como era en la vida real, “el show probablemente habría sido atacado
por perpetuar el estereotipo de la Madre Tigre asiática”.
Si se preguntan por qué
he incluido toda esta parrafada sobre el fenómeno de los hikikomoris es por una razón: yo no estoy animando a que haya una
presión educacional sobre los hijos. Todos tenemos más o menos la misma
capacidad, tal como sugiere la primera parte de la frase, y aun así al mismo
tiempo hay cosas en las que destacamos más que en otras. Lo que yo sugiero es
que no se descuide un manejo básico de otras áreas del saber mientras se
permite y se alienta a cada uno a fortalecer aquellos talentos que mejor se nos
dan. Sin embargo, a su vez debe evitarse la tozudez que de las personas deben manejar
cada tema como si fueran expertos en ello. No es que yo crea que cada uno deba
ser un polímata como Da Vinci, y de hecho a nadie le recomendaría ser como Da
Vinci –que era un genio incomparable en muchos saberes y artes, ¡pero
metódico y parsimonioso hasta la procrastinación!-; lo que sostengo,
y sigo defendiendo, es que aunque está bien desarrollar nuestras mejores
aptitudes, se puede seguir cumpliendo en tener un cierto dominio en otros conocimientos,
todo en sanas proporciones.
Cuando nos gobiernan los peces
Por
otro lado, cuando pedimos talentos específicos de determinadas personas en
cargos importantes, nos arriesgamos a que tomen decisiones irracionales en
temas que no sólo no son parte de sus capacidades, sino que además no
tienen ni una base de información general como para al menos direccionarlas de
forma objetiva. Creo que Maik Civeira lo retrató a la perfección mostrando
ciertos errores cometidos durante la presidencia de Felipe Calderón,
y es que es con los mandatarios, quienes a menudo son elegidos más por
cuestiones caudillistas, afinidad partidista o cualidades específicas que por
el ejercicio racional y tangible de su proyecto político como un todo, con
quienes podemos explorar mejor las falencias de este patrón educativo. No me
gusta tener que ponerme político con un tema más bien sociocultural y
psicológico, pero si hay algo que la pandemia actual ha sabido retratar son las
limitaciones de diferentes líderes políticos a la hora de tomar decisiones
cruciales o arriesgadas para el bienestar de su sociedad. Y
ya he explicado con ejemplos históricos por qué estos errores cuestan caro.
Si por ejemplo nos
fijamos en Duque, que fue elegido en mayor medida por ser “el que dijo Uribe”,
y porque Petro generaba más miedo que confianza a medida que subía en las
encuestas, su enfoque político deja claro que experiencia sobre ciencia, pues
no tiene mucha. Y aunque hay que reconocer que ha tomado medidas racionales
sobre el aislamiento, a pesar de la presión de los grupos económicos y su
propio enfoque neoliberal (eso sí, no es verdad que Colombia sea el
país más organizado del continente en prevención del COVID), tanto
él como su gabinete han dado traspiés al respecto. La
escalada de contagios en el Amazonas y
su respuesta militar antes que médica lo dejan claro, pero un
ejemplo más triste es cuando el Ministerio de Salud, básicamente, se
dejó estafar comprando miles de pruebas rápidas de detección de COVID a un
proveedor no reconocido por los equipos chinos, las cuales resultaron ser de
mala calidad, y retrasaron al menos una semana el ritmo de
confirmación de diagnósticos, los cuales, como se sabe, ya corresponden de por
sí a reflejar patrones de unas dos semanas anteriores antes que un escenario a
tiempo real.
Pero si de torpezas a
nivel científico se trata, nada asemeja a la mayúscula irresponsabilidad de Donald
Trump, cuando a finales de abril durante una rueda de prensa manifestó la
posibilidad de aplicar tratamientos como inyecciones de desinfectantes y
bombardeo interno con radiación ultravioleta, al tiempo que
preguntaba con total seriedad a la Coordinadora de Respuesta al Coronavirus en
la Casa Blanca, la Dra. Deborah Birx (quien se podía notar además incómoda con
las tamañas imbecilidades del POTUS), si tenía conocimiento sobre ensayos al
respecto. Ninguna de las sugerencias de Trump
encuentra asidero dentro de la realidad de un tratamiento médico, y
cuando el presidente que en el mejor de los casos fue elegido por su percibido
éxito como hombre de negocios se dio cuenta que había metido la pata, optó
por decir que había respondido de forma “sarcástica” y luego culpó a los medios
por enturbiar su imagen.
Por supuesto, ante la
obvia evidencia audiovisual de la entrevista –y siendo Asperger, hasta yo pude notar que no había una
sola señal de sarcasmo en su respuesta- nadie creyó en su defensa, que en todo
caso la haría peor, pues no es un momento en el cual el líder de la nación más
poderosa de la Tierra deba estar bromeando con la salud. Como resultado, hubo
un repunte de llamadas a Emergencias en Estados Unidos por intoxicaciones con
desinfectantes tras las declaraciones irresponsables del primer
ciudadano de la Nación (hay que reconocer que ya a principios de la pandemia
hubo un incremento de tales casos). Y eso sin entrar en el espinoso hecho de
que Trump
estuvo minimizando durante semanas los alcances de la pandemia hasta que fue
demasiado tarde para que el gobierno pudiera contenerla de forma
exitosa.
¡Pero esperen, que hay
alguien peor! El Presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha sido no sólo uno de
los mayores opositores a tomar medidas serias para contener los contagios en su
país (en estos momentos, Brasil
es el país latino con mayor número de casos reportados de SARS-CoV-2),
al punto de llamar “excrementos” a los alcaldes y gobernadores que contravienen
su postura para imponer cuarentenas y medidas de aislamiento entre la población,
sino que además insiste en promover, al igual que Trump, el uso de la
hidroxicloroquina (un medicamento antipalúdico) como tratamiento para la
enfermedad, algo que no sólo ya
está demostrado que no es efectivo, y que incluso podría agravar la salud de
los pacientes, sino que además está privando de la medicina a
personas que sí la necesitan. Es tal su desconexión con la realidad en estos
momentos que dos
de sus Ministros de Salud decidieron renunciar en menos de un mes por
diferencias con el mandatario con respecto al manejo de la crisis.
En
un magnífico trolleo, el periódico Folha de Sao
Paulo publicó hoy la siguiente portada, El
mayor Presidente de la historia de Brasil, con el mensaje: “En reunión, Bolsonaro afirmó que quien fuese
elogiado por la Folha o por O Globo,
perdería su cargo. Así que estamos probando un negocio aquí”.
De nuevo me preguntarán: ¿qué
tiene que ver todo esto con el pez de Einstein? La respuesta es: no es necesario
tener un doctorado en bioquímica para comprender que irradiar los órganos con
UV es una pésima idea, o sospechar al menos que un medicamento para tratar una
enfermedad de origen protista podría no ser muy útil para una infección viral,
ni tampoco especializarte en biología molecular y biotecnología para saber
buscar un proveedor confiable de pruebas de detección (peor aún: el Minsalud de
Colombia es médico y tiene máster en Economía y estudios en salud pública, así
que ¡no tiene excusa!). Un conocimiento al menos básico de biología, química y
áreas relacionadas podría al menos prender las alarmas cuando se está tomando
una decisión que podría costar tiempo y vidas humanas. Pero es muy improbable
que estos y otros presidentes a lo largo del globo tengan un poco de ello:
después de todo, la mayoría tienen una educación más enfocada en dominar áreas
particulares que en enriquecer una base racional. Vamos, que seguro a ninguno de
los mencionados aquí los eligieron por ser duchos en materia de salud: después
de todo, pocos tenían en sus cálculos el surgimiento de la actual pandemia.
Pero ahí está el detalle:
no se trata sólo de manejar un conocimiento mínimo de diferentes temas, sino
también de saber reconocer nuestras propias limitaciones, y por tanto asignar a
la gente competente en los puestos necesarios. Pero si no sólo eres deficiente
en temas de ciencia con los que, repito, un conocimiento básico podría darte
las herramientas para al menos poner en duda tus decisiones, sino que además te
enfrentas directamente con aquellos que sí conocen del tema, entonces el
problema no se limita a que no puedas trepar a los árboles, sino que además le
estás cortando las aletas a los que sí están dispuestos a hacerlo. No se trata
de ser un intelectual: se trata de ser
racional, y por desgracia eso es algo que en la política se echa mucho en
falta, respaldado además por una masa votante que busca más “hombres que
actúen” o sean los menos peores en vez de hombres que piensen. Queremos peces
que naden de la forma que queremos o creemos necesitar, pero cuando no pueden
trepar o no dejan que los que sí saben lo hagan, entonces nos indignamos de que
sólo puedan nadar.
Estoy consciente de que
quizás estoy forzando un poco el análisis de la frase, y de nuevo comprendo su
origen e intención: humanizar a una figura histórica reconocida por su intelecto
al bajarlo a nuestro pedestal es algo natural. Queremos sentirnos identificados
con un planteamiento más optimista en cuanto a nuestros talentos y aptitudes, y
poner en boca de una de las mentes más brillantes de la historia ese mensaje es
alentador. Pero ningún planteamiento puede ser llevado hasta el extremo, y
cuando se empieza a compartir la idea de que aquellos dotados con un talento
especial no requieren de algunos aspectos básicos de enseñanza… oye, pues me
preocupo. Eso es mediocridad:
dominarás a la perfección tus mejores capacidades, pero en lo demás ni destacas
ni te hundes. Y ese tipo de razonamiento da espacio para cometer muchos errores.
Cuando
la Naturaleza te calla
Si hay algo gracioso es
que a menudo hay ejemplos en la Naturaleza que contextualizan de forma positiva
o negativa las metáforas que usamos. Por ejemplo, la frase “loco como una
liebre de marzo”, que conocemos en el mundo hispanófono gracias a Alicia en el país de las maravillas,
hace alusión a la frenética y violenta actividad de las liebres cuando empezaba
la primavera, y con ella la época de apareamiento, ya que se creía que los
machos peleaban entre sí por ese derecho; hoy sabemos que son las hembras las
que apartan a coces a machos demasiado amistosos. La llamada mentalidad del
cangrejo, esa que hace referencia al comportamiento grupal donde un miembro tratará
de reducir la confianza del otro en pos de alcanzar una meta, se basa en el
comportamiento de los crustáceos pescados en una cubeta, donde cualquiera
podría escapar, pero como unos siempre trepan sobre otros hasta derribarlos,
pues todos quedan en el fondo del barril. Hay muchas metáforas animales que,
como pueden ser, tienen raíces en observaciones, muchas reales, aunque otras un
poco exageradas o ya de plano falsas (como la de la rana en la olla hirviendo).
Y algo bastante irónico
es que, con respecto a la frase de Einstein, ¡pues hay muchos peces que no
serían “estúpidos”! Imagino que será una sorpresa para muchos lectores, pero la
realidad es que hay varios géneros de peces anfibios, que además de vivir en el
agua pueden respirar oxígeno del aire por largos períodos, e incluso
desplazarse de forma limitada por fuera del agua. Esto se debe a adaptaciones a
ambientes bastante dinámicos, como estuarios, manglares y ríos pobres en
oxígeno, que van desde una fuerte vascularización en la mucosidad de la boca y
la garganta hasta la presencia de órganos especializados para la respiración
aérea, pasando por supuesto por aletas modificadas para “caminar” en la tierra
hasta encontrar ambientes propicia. Ampliaría un poco más sobre las
modificaciones respiratorias, pero nos interesa que se muevan en tierra,
¿cierto?
Y así hay varias
especies. Está por ejemplo el rivulín de manglar (Kryptolebias marmoratus), que es capaz de saltar en tierra
arqueando su cuerpo hacia su cola, y puede vivir hasta dos meses fuera del agua
dentro de troncos caídos; el bagre andarín (Clarias
batrachus), que usa sus aletas pectorales para afirmarse mientras se menea
como culebra para buscar pantanos y corrientes con poco flujo –por cierto, es
además un invasor exitoso en Estados Unidos y un dolor de cabeza para la
acuicultura-; la perca trepadora (Anabas
testudineus), parte de la familia de gouramis trepadores, que pueden vivir
horas fuera del agua al tomar aire con un órgano especializado y “caminar” por
la tierra usando sus aletas como palas y agarres; y los saltarines del fango
(subfamilia Oxudercinae), los más especializados de todos, con unos curiosos
ojos en la parte superior de la cabeza que les dan aspecto de sapo, y unas
aletas pectorales laterales y robustas que le permiten saltar distancias de 60 cm
en terrenos lodosos y trepar árboles y rocas en los ambientes estuarinos en los
que vive. Y por supuesto, también pueden respirar oxígeno del aire por horas.
¿Eso haría mediocres a
las otras especies de peces por no saber trepar o respirar aire? ¡Por supuesto
que no! Sin embargo, dándole un giro a la metáfora detrás de la frase, todos
estos peces compartirían “conocimientos básicos”: nadan, son acuáticos,
necesitan del agua para vivir de forma totalmente funcional, y se reproducen
fertilizando de forma externa. Todas estas son cosas necesarias para su vida; y
es por ello que, del mismo modo, hay conocimientos que una persona necesita
tener al menos en un sentido general para tener mejor éxito en la vida, aunque
no por ello descuidando o desaprovechando sus habilidades especiales, y mucho
menos menospreciarlos por tener dificultades en saberes básicos o que no son de
su interés. Así que dejemos de usar a los peces como excusas flojas para la
educación.
Espero que con estas
adendas, quede más claro mi punto sobre por qué me preocupa tanto que muchas
personas tomen una frase de intención alentadora y la conviertan en un
testamento para la pasividad del intelecto y la sed de conocimiento. Podemos
fortalecer nuestras mayores habilidades, pero nunca está de más complementarlas
con otras herramientas que nos permitirán avanzar hacia un futuro más
brillante. Saludos.
Adenda:
esta semana se estrenó el primer episodio de la
serie web Matarife, escrita por el
periodista y abogado Daniel Mendoza, basada en investigaciones sobre las
denuncias a lo largo de las décadas sobre las relaciones de Álvaro Uribe Vélez
con el narcotráfico, el paramilitarismo y la corrupción sistemática en Colombia.
Al margen de la
discusión generada sobre el balance del debate político en torno y los límites
de la libertad de expresión, entiendo la desazón que generó en muchas
personas el episodio, y discrepo tanto de los que en redes sociales, y esto lo
digo con nombres, hacen argumentos intelectualoides de “entonces vayan a ver
Netflix o Padres e Hijos” (Físico Impuro) como de los que los reducen a
clasistas “tibios” (Levy Rincón).
Como
pasa a menudo con las estrategias de promoción, Matarife fue un poco víctima de su propio hype: la introducción que ofrece como abrebocas
es comprensible y esperable, pero de momento no ofrece algo muy novedoso para
varias personas (aunque, por ejemplo, yo conocía de los vínculos de Marta Lucía
Ramírez con la élite de El Nogal, pero no los tratos ilícitos que sugiere
Mendoza se daban en el club). Por otro lado, muchos no comprenden que al tratarse
de una serie web destinada a redes de mensajería como WhatsApp o Telegram, Matarife debe constar de episodios cortos, de no más
de cinco o seis minutos, por lo cual es natural que quedaran un poco
decepcionados. Considero que es prudente ir evaluando los próximos episodios
para ofrecer una opinión más balanceada al respecto.
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