Imposturas religiosas: “los ateos no existen”
“Dice el necio en su corazón: no hay Dios.”
Salmos, 14:1.
Seguramente
el lector ha escuchado muchas veces ese fragmento de la Biblia. Yo, en
particular, lo he visto a menudo citado por creyentes que están muy seguros de
que los ateos son ignorantes. Para muchos, la insistencia del escéptico
religioso en mantener su incredulidad es simplemente por tozudez, por pura
terquedad. Otros consideran que el mundo se ha hecho tan individualista, tan
egoísta y petulante, que las personas ya no tienen interés en concebir o
aceptar siquiera la idea de que existe algo más grande que nosotros mismos,
cosa esta última irónica dado que no es muy humilde imaginar que lo único
superior a nuestra especie es algo divino.
Sin
embargo, existe una opinión particular entre otros cristianos sobre el ateo, y
es que la incredulidad en lo divino no existe. Para ellos el ateo, el
agnóstico, cualquiera que afirme que no cree en Dios o no sabe de él se niega a
reconocer la plenitud de su existencia. El escéptico es entonces una persona
frustrada, que sabiendo de la presencia divina se esfuerza en alejarse de ella,
porque en su arrogancia encuentra imposible humillarse ante su majestad. Es
alguien que prefiere creer que todo lo que ocurre en su vida, en el mundo, está
dentro de su control y el de los otros seres humanos. Uno de los pasajes
bíblicos que más se acerca (y sustenta) a esta concepción es el siguiente:
“Porque la ira de Dios se revela desde el
cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con
injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues
Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y
deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas
por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo
conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que
se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.
Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios
incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la
inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron
entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la
mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual
es bendito por los siglos. Amén.” Romanos, 1: 18-25.
Con
frecuencia esta visión del creyente sobre el ateo como un creyente terco va de
la mano con la idea de que los escépticos religiosos terminan adorando otra
cosa, como la ciencia o a sí mismos. Y como seguramente habrán identificado
aquellos que vieron esa
horrible película llamada Dios no está
muerto, también tiende mucho a mezclarse con la idea de que un
ateo es en realidad un creyente cínico cuya fe fue trastornada por una tragedia
personal, por la hipocresía (por decirlo de una forma suave) tan común dentro
de la religión organizada, o porque no entiende cómo puede haber un ser todo
bondad que permita tanta maldad dentro del mundo. En otras palabras, que un
ateo es en realidad un creyente que detesta a Dios, un rebelde religioso.
Por
supuesto, un creyente que odia a Dios y uno que rechaza creer en Dios no son lo
mismo: por obvias razones, un misoteísta -es decir, el primer caso- no rendiría
culto a una deidad a la que detesta, pero quien se empeña en no “creer” o más
específicamente en adorar a Dios no lo hará siempre por odio, sino porque se
esfuerza en negar que cree: quizás porque no lo encuentra conveniente para su
crecimiento personal o (más probable bajo la perspectiva cristiana) su
satisfacción con su vida disoluta. Piensen en algo así como Jonás, que sabía
que debía dar una profecía en Nínive, pero trató de evitar a toda costa llegar
allí porque sabía que quedaría desprestigiado si hacía su profecía y a Dios se
le daba por perdonar a la gente de la ciudad, como en efecto ocurrió.
Del
segundo caso se desprende un concepto con nombre propio: alatrismo. El alatrista es aquel que cree en la existencia de una
deidad pero elige no adorarla, en muchos casos porque si acaso el dios
interviene en nuestras vidas, lo hará por sus propias razones, no porque le
recemos o le rindamos culto. Y si la deidad no actúa jamás de acuerdo a lo que
nosotros le pedimos, ¿qué sentido hay en adorarla?
Pero
divago. Es claro que esta no es la
idea que viene a la mente del cristiano que afirma que los ateos no existen. La
incapacidad de aceptar que exista alguien que no crea en la existencia de una
deidad es porque para el creyente es inconcebible que no se cuenten con un
sistema de creencias. Somos fragmentos de materia consciente existente a pesar
de la frialdad del Universo. Vemos la belleza que nos rodea todo el tiempo.
Casi todas las civilizaciones, tribus, culturas alrededor del mundo cuentan con
una creencia definida hacia algo inmaterial, superior, que está más allá de lo
que vemos a simple vista. Es obvio, entonces, que para el ser humano es imposible
no rendir culto a algo, así que es imposible que un ser humano sea ateo. Por lo
tanto, aquellos que se dicen ateos a la
fuerza han de creer o rendir culto a algo, incluso si no lo admiten.
Por
otro lado, ¿qué sería entonces de la vida sin la creencia en un ser superior?
Para los creyentes, el reconocimiento de una entidad superior no sólo es
inherente sino necesario para nosotros. Sigamos con el ejemplo cristiano, que
por razones culturales es el más cercano a nosotros. Partiendo del principio de
que somos las creaciones de Dios, es nuestro deber reconocerlo y rendirle
culto, tal como define la cita de Romanos, pues es la única forma en que
conoceremos del gozo eterno. Por otro lado, las reglas que definen nuestra vida
y llevan a la salvación han sido construidas por Dios, así que sin su existencia
no tendríamos otra razón para comportarnos de forma recta. Haciendo otro
ejemplo, recuerdo en Matrix Recargado la
primera escena en la que Neo se encuentra con el agente Smith, el cual expone
su idea de la existencia basada a partir del propósito: en sus palabras, “propósito es lo que nos define”. Y ya
que nuestro propósito es rendirle culto a Dios, es imposible escapar de aquello
que define nuestra existencia pues, ¿de qué otro modo podríamos existir?
Por
supuesto, esta es una visión simple y muy condescendiente sobre la no creencia.
No es algo sorprendente, la verdad, porque para este tipo de creyentes es casi
literal que nada hay de sabiduría más allá de su texto sagrado. Es por ello que
esa concepción del escéptico religioso como una imposibilidad es bastante
desacertada.
Me
enfocaré primero en la “evidencia a nuestro alrededor”: en el mejor de los
casos es un argumento cursi. La idea de que la belleza a nuestro alrededor
invoque en nuestro ser la necesidad de que haya un creador detrás de tal magnificencia
es... Bien, es cierto que hay mucho de maravilloso a nuestro alrededor e
incluso más allá si contemplamos el espacio, pero esto también puede explicarse
a través de las leyes físicas que ya conocemos, sin
la necesidad de construir una creencia en una deidad incognoscible.
Decir que no hay excusa en no creer cuando tenemos la evidencia de lo que está
a nuestro alrededor termina convirtiéndose en un razonamiento circular, porque
entonces debemos aceptar de antemano que el Universo no tendría otro argumento
de origen por fuera de la manifestación divina. Y eso es sumamente falaz y
tramposo.
Con
la idea de la necesidad de un Dios para darle propósito y significado a
nuestras vidas hay también bastante tela para cortar. Sobre su existencia como
requerida para nuestro comportamiento ya he hablado antes cuando
analicé el argumento moral, así que no me centraré mucho en esto:
hay argumentos sólidos dentro de la sociobiología para comprender cómo
evolucionó el comportamiento moral de nuestra especie, sin recurrir al Creador.
Hay
que fijarnos, entonces, en el significado y el propósito. ¿De verdad
necesitamos a Dios para darle un sentido a nuestras vidas? Percibo yo que hay
mucho de esencialismo en ese argumento. Si Dios es eterno e inmutable, el
propósito de sus creaciones está definido desde antes de ser creadas, y por
tanto nuestro reconocimiento y veneración de la existencia del Creador, el
propósito de nuestra existencia como seres humanos, es imposible de eludir al
ser nuestra misma esencia. Entonces, aquellos que dicen no adorar a Dios
estarán adorando otras cosas, casi siempre la ciencia o su propio ego, porque
no hay forma de que no rindan culto a algo más. ¡Sería una locura!
El
problema de esa visión del ateo como algo imposible debido a nuestro propósito
viene de una concepción demasiado antropomórfica del Universo, que cree que hay
algo inherentemente personal tras nuestra existencia, algo que nos crea con un
significado, con reglas esenciales al cosmos. Me disculparán los lectores si me
pongo existencialista, pero considero que aquí entra esa frase con la que
Sartre resumía su sistema de ideas, “la
existencia precede a la esencia”, para responder a ese argumento. Bajo este
concepto, el ser humano existe primero, y es después que define su propio
propósito. Nuestra existencia no depende de un significado anterior a sí misma,
pues en un Universo indiferente no existe tal cosa como el propósito o el
significado: esas son concepciones humanas. Es precisamente por dichas
concepciones que creamos a los dioses, tanto para darle una explicación a
aquellas cosas que antiguamente no entendíamos como el rayo, la lluvia o la
muerte, como para darle un sentido metafísico a las reglas sociales que
creamos, y además ofrecer un sentido y propósito a nuestra propia existencia.
Sin embargo, sin una evidencia más allá de los textos “sagrados”, no hay nada
que podamos demostrar sobre los dioses, y eso incluye que nos hayan creado con
un propósito.
Somos
nosotros, entonces, quienes construimos nuestro propósito, quienes le damos un
significado, un rumbo a nuestra vida. Y así como hay muchos que eligen definir
su vida a partir de la fe, de la adoración a una deidad, y afirman que ese
propósito es esencial para su propia existencia, muchos otros preferimos darnos
propósitos más reales y tangibles, ya sea construir una familia propia, ayudar
a los animales, fomentar el conocimiento, etcétera. Como afirma la Muerte en un
pasaje de Papá Puerco, necesitamos
creer en cosas que no son reales, pues sólo así es como llegan a serlo. Por
supuesto, creer en Dios no hace que exista, pero espero que entiendan a lo que
me refiero: que los seres humanos nos planteamos metas, defendemos ideas,
construimos objetivos que cumplir para darnos un propósito personal más allá de
nuestros imperativos biológicos. Y al cumplirlos, nosotros mismos le estaríamos
dando una “esencia” a nuestra existencia.
En
cuanto a lo de tener “fe” en la ciencia o en nosotros mismos, eso ya es
incomprensión terca de la realidad: uno confía
en la ciencia, no le tiene fe. Por definición la fe te exige aceptación de una
idea aun sin evidencia de que sea real o
funcione, y la ciencia no es así: la ciencia posee un conjunto de métodos y
planteamientos para llegar a un conocimiento determinado de manera rigurosa.
Sabemos que funciona, y es hasta ahora la mejor metodología para conocer y
comprender los fenómenos que nos rodean. Y en cuanto a nosotros mismos… Bueno,
ninguno es infalible, ¿pero cómo avanzar en la vida sin tener un poco de
confianza en nuestras propias capacidades? ¿Qué sentido tiene una creación que
todo el tiempo necesita de la intervención divina para lograr todo lo que
desea? A mí me parece un modelo muy inútil de diseño, y si acaso existiera un
dios, no creo que se le haya ocurrido crear a un ser vivo con una capacidad
racional y creativa como el hombre para desaprovecharla en oraciones. En ese
caso Dios sería nuestra muleta, aquello que necesitamos para seguir caminando.
Y dudo que un creador se sienta conforme con ser un bastón.
Hay
quien dice que por ser el único animal con la capacidad de reflexionar sobre su
propia existencia (que sepamos), la espiritualidad es inherente a nuestra
especie, y por ello es inevitable poner nuestra fe en otras cosas, aun en
ausencia de Dios. Aquí depende de lo que entendamos por el término “espiritualidad”,
pues en tiempos modernos está más relacionado a experiencias subjetivas y (de
nuevo) a la búsqueda de nuestro lugar y significado en el Universo, lo cual no
necesariamente se hace desde un contexto religioso. Aun así no es un término
muy apreciado por muchos escépticos, porque la palabra espíritu inevitablemente
nos remite a una idea sobrenatural que puede confundir a aquellos que escuchen
hablar de la espiritualidad de un ateo, y esa no es la intención, pues se
supone que un ateo rechaza la idea de que existan seres espirituales. Pero
véanlo de esta forma si quieren: piensen en todos los procesos bioquímicos que
dan lugar a una flor. Imaginen toda la estructura molecular que la constituye,
desde la hebra más pequeña de materia genético hasta cada pétalo.
Piensen en cómo los procesos estelares que tuvieron lugar hace miles de
años dieron forma a nuestro planeta, y en cómo la ferocidad de sus condiciones
lentamente permitieron que millones de macromoléculas constituyeran la vida
misma. Imaginen cómo millones de años después, cada uno de nosotros ocupa un
lugar en medio de un Universo vasto e imposible de medir, viviendo apenas un
momento en medio de la antigüedad del todo, sabiendo además que no hay una mano
creadora detrás de todo esto, que son las mismas leyes físicas las que han dado
lugar a nuestra existencia, y que pronto seremos pasto del tiempo y nada más.
¿Cómo no maravillarse ante semejante existencia particular? ¿Cómo no buscar
darnos nuestro propósito para aprovechar al máximo esa brevedad de la que
gozamos? ¿Quién diría que ese asombro por todos los procesos naturales que nos
han permitido estar aquí no es una experiencia “espiritual”? ¿Por qué
necesitaríamos creer en deidad alguna para completar nuestra vida?
Para
resumir, amigo lector, sí: los ateos sí que existen. Y no necesitan creer en
ningún abstracto divino. Un ateo puede confiar en el método científico, querer
incrementar su conocimiento, sentirse maravillado por las cosas que lo rodean,
pero nada de eso es equivalente a un sistema religioso o a una creencia
fideísta. Un escéptico religioso no tiene que ser un resentido misoteísta o un
hedonista cobarde. Si ningún creyente puede ofrecer una evidencia sólida de la
existencia de Dios, y las evidencias científicas muestran que nuestro Universo
y la vida en él pudieron surgir sin necesidad de una intervención divina, ¿por
qué esperaría usted que yo crea en su dios?
Así
que, tal como no decía hace tiempo, cualquiera que esté en desacuerdo puede
tomarse un momento para reflexionar al respecto. Siempre es mucho más útil
pensar más allá de lo que dicen sus textos sagrados y comprender que, por más
que a usted le parezca inaudito, miles de personas pueden llevar muy bien sus
vidas sin creer en algo espiritual ni tener fe ciega en otras cosas. Se puede
vivir sin un Creador.
Hola, desde hace varios años sigo tu blog y es la primera vez que comento, por vicisitudes de la vida no dispongo de mucho tiempo para comentarios largos, pero con este post me siento muy identificado felicitaciones sigue así y porfa un poco más activo, como aporte me gustaría decir que el mundo natural no es para nada bello y armonioso, como los creyentes nos lo quieren hacer ver, segundo a segundo seres vivos mueren para que otros (predación y parasitismo) continúen vivos, eso sin contar algunos comportamientos animales que nos parecerían aberrantes (infanticidio, canibalismo, incesto, etc), el planeta tierra es un ecosistema demasiado violento y allí es donde concuerdo contigo, es casi un milagro que los seres humanos existamos, con todos los procesos involucrados para el desarrollo de nuestra especie y más aún cuando somos conocedores de esos procesos, si comparamos eso con que solo somos el capricho de un “programador universal” y nuestro existencia es solo perpetuar ese capricho, no sé quién es más necio.
ResponderEliminarHola. Muchas gracias por tu comentario. La verdad es que por cuestiones de tiempo con el estudio no he podido publicar tanto como quisiera en este último par de años. Espero poder darme un balance para hacerlo con este nuevo año. Saludos.
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