¿Qué es lo raro del Uribe del Sagrado Corazón?

Esta va a ser una entrada corta. El domingo pasado, a raíz del reciente cierre de los acuerdos de paz con las FARC en La Habana y el cese definitivo de fuego, la senadora del mal llamado Centro Democrático, Paloma Valencia, compartió un video para iniciar la campaña por el No en el plebiscito del 2 de octubre. Curiosamente, el hecho de que ella y su partido se hayan lanzado en una actitud tan rastrera desde que se iniciaron las conversaciones (nuevamente, eso no significa que no haya cosas para reprochar en los acuerdos) no llamó tanto la atención, como sí lo hizo un objeto de fondo en el video: un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús, sólo que con el rostro de Álvaro Uribe.


Inmediatamente, cientos de personas le cobraron con burlas y críticas este hecho, que encontraron como un reflejo de la idolatría y el complejo mesiánico de los seguidores del senador. Paloma Valencia se defendió diciendo que el cuadro es un regalo de una artista payanesa que lo pintó por motivos satíricos, pretendiendo reflejar la relación del colombiano promedio con la política.

No sé si esto último sea cierto; es muy probable que no lo esté inventando, aunque no significa que necesariamente la tenga a su lado con ese propósito. Tengamos en cuenta, observando las declaraciones anteriores de Valencia, que la senadora no es precisamente inteligente. Ahora, sea que se trate de una sátira política o una manifestación de excesivo fervor caudillista, ¿cuál es la sorpresa? Realmente, no es algo tan revolucionario ni impactante si tenemos en cuenta cómo funciona este país.

Si se trata del primer caso, de una sátira al colombiano y la política, la verdad es bastante acertada. Aquí, el instinto político promedio del colombiano es una exaltación dolorosamente acrítica de un político particular, con una defensa feroz de las ideas y las virtudes de dicho político, a un punto nada diferente de un culto religioso. Tanto así que la adhesión a un partido político ya es una cosa secundaria: no se vota por el partido ni sus propuestas, sino por su representante, a veces sin ver las propuestas. Es de esa forma que tenemos movimientos políticos de estilo caudillista como uribismo, santismo, petrismo, vargasllerismo, mockusismo, peñalosismo y otros horribles –ismos que seguro estoy olvidando. Y todos son malos en el momento que empezamos a creer que sólo nuestro caudillo adorado de turno es el único que puede arreglar los problemas del país (y me refiero a cualquier caudillo).

Si el cuadro fue creado, por el contrario, como una muestra de amor a Uribe, tampoco sería nada sorpresivo. Entre las sectas políticas de Colombia, el uribismo y su espantoso baluarte político es una de las más mesiánicas y de corte más religioso. Empezando porque Uribe es espantosamente conservador, los miembros del mal llamado Centro Democrático defienden los logros de sus ocho años de gobierno de forma casi demente, y lo presentan como el hombre fuerte, como el único capaz de hacerle frente a los problemas del país. No es nuevo dentro del sectarismo político, pero ellos cuentan con la particularidad de que su objeto de culto ya estuvo en el poder, por lo que sienten que están mucho más justificados para seguirlo y defenderlo. No es que cada uribista sea necesariamente un fanático religioso, un ignorante político o alguien poco estudiado: a menudo, también hay personas que han sido golpeadas por adversidades que no veían en los ocho años de su caudillo, o que ven los acuerdos con las FARC como una concesión al terrorismo, y creen que Uribe es el único político con valor para enfrentarse a ellos. Sin embargo, sea el uribista que sea, es casi un hecho que suspenderá su capacidad de autocrítica y su honestidad intelectual en el momento de analizar objetivamente los supuestos logros de la era Uribe y el terrible costo democrático de sus acciones. ¿Y no es ese, acaso, el mismo sistema de razonamiento de muchos fieles dentro de una religión organizada? ¿Qué es lo sorprendente, entonces?


Como es visto, en cualquiera de los dos casos no se trata de nada que hayamos visto antes, así que, en honor a la verdad, no hay mucho espacio para la sorpresa. Probablemente, la reacción de la gente ante el cuadro de Valencia haya sido exagerada; probablemente no. En cualquier caso, la verdad tampoco se puede defender mucho a personas que han decidido seguir de forma tan ciega a un viudo de poder que critica los excesos y errores de unos acuerdos de paz, cuando durante los ocho años que estuvo en el poder se limpió el sieso una y otra vez con la democracia colombiana para mantenerse en la Presidencia y la guerra hasta pudrirse en su oficina.

Y un poco de humor para hacer parte de la tendencia.

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