Nacionalismo inútil (V): sudando sangre por la camiseta
En
la última entrada de Nacionalismo inútil,
comentaba acerca de las exageraciones
y radicalismos del regionalismo en los países, haciendo particular énfasis,
por supuesto, en Colombia. A pesar de que los estereotipos regionalistas tienen
influencia en algunos actos de discriminación, muy seguramente la mayoría
pensará que suelen ser actos más bien inofensivos, si bien desagradables.
Desafortunadamente, esto no es cierto. El veneno del regionalismo tóxico se
filtra hacia una de las peores expresiones de fanatismo: las barras bravas.
El fútbol es una de las actividades culturales
más apasionantes del ser humano. Es cotidiano que, cuando haya un encuentro
importante, la gente se aglutine en torno al televisor, ya sea en la casa, en
un bar o una tienda, para contemplar el juego, generalmente en un ambiente de
festejo y cordialidad. Sin embargo, este no es siempre el caso, especialmente
dentro de los estadios. Con aterradora frecuencia, grupos de hinchas se
encuentran durante un clásico para irse a los puños, y después a las navajas o usando
cualquier objeto que puedan usar como arma, con el fin de hacerle daño al adversario,
simplemente por ser admirador de otro equipo.
Por
supuesto, este problema no es nuevo, ni es exclusivo de Colombia. El problema
del fanatismo violento en el fútbol puede rastrearse hasta los años treinta,
con la formación en Brasil de la primera torcida
organizada (término utilizado para los fanáticos violentos en dicho país).
Los ultras, como se les conoce habitualmente en Europa, surgieron
aproximadamente entre los años cincuenta y sesenta, representados por grupos que
usaban cantos violentos, con tendencias políticas extremistas (por ejemplo, el
fascismo), y nada tímidos de recurrir a la violencia en su excesivo apoyo a una
camiseta. Estos movimientos se hicieron especialmente famosos por los hooligans
británicos de los años setenta, y hoy en día cuentan con nombres
representativos, como los Irriducibili del Lazio, el Frente Atlético del Madrid
y los Schickeria München del Bayern Munich. Aunque actualmente hay una fuerte
política en contra de estos movimientos, que incluyen vetos en los estadios,
multas y presión policial, lo cierto es que en muchos casos son los mismos
equipos de fútbol los que acogen a los ultras, por miedo de carecer de apoyo
físico en los estadios durante los partidos.
Volvamos a América Latina. El fenómeno de las
barras bravas nació en los sesenta en Argentina, país con una fuerte tradición
futbolística, pero no se convirtió en un problema real en el continente hasta
los años 90. Actualmente muchos países poseen una larga lista de grupos de
hinchas involucrados con episodios violentos, como Los Borrachos del Tablón del
River, los Guerreiros do Almirante del Vasco Da Gama, y la 1912 de Cerro
Porteño. Colombia, por supuesto, no se queda corto en barras bravas, como el lector
tristemente debe saberlo. Nombres como Los Del Sur (L.D.S.) del Nacional,
Disturbio Rojo del América y Comandos Azules del Millonarios quizás hacen
temblar a más de uno, y si usted no sabe de nombres, no desconoce, en todo caso,
el precio que han tenido que pagar tantas personas simplemente por salir a la
calle con la camiseta de un equipo.
Desgraciadamente, las sanciones legales no son
suficientes. Cierto, eso disminuye la violencia en los estadios, pero permanece
la inseguridad en las calles. Puede que los Boixos Noi del Barcelona estén
expulsados de los estadios, y que las barras del Nacional y el Millonarios
fueran sancionadas con seis meses fuera del Campín; no obstante, eso no evita
que sigan reclutando en sus filas a personas que sólo aumentarán la
intolerancia cuando su tiempo de regreso llegue, y mientras tanto se
desquitarán con los hinchas que encuentren en la calle. Seguirán cultivando el
odio en el exilio. Por ello, se requiere de un incremento en la seguridad no
sólo dentro de los estadios, sino fuera de ellos. Y sobre todo, se necesita educación.
No me canso de decir que ninguna idea, ningún pensamiento, ninguna tendencia,
ningún gusto, vale despojar de su vida a personas inocentes. Es una falacia. Es
rendir nuestra mente a un
abstracto que realmente no vale nada, que en realidad no aporta mucho más
que entretenimiento a la vida. Y el entretenimiento no debería ser motivo para
matar a nadie.
Antes
de terminar, quiero hablar también de una forma menor de fanatismo deportivo,
más bien ridícula, pero que no por ello deja de ser nociva. Hay personas que
prefieren, por razones personales, ser seguidores de un equipo de una región
diferente. Y con el regionalismo exagerado imperante, suelen ser criticadas y
ridiculizadas por otros hinchas furibundos, que lo ven como una “traición” a su
tierra. Esto no es más que un fanatismo absurdo. Como he planteado a lo largo
de esta serie de entradas, la tierra de origen no es motivo para atar a nadie.
Uno debe basar sus elecciones en la razón, y no en sentimentalismos. Si para un
samario el Deportivo Cali juega mejor que el Unión Magdalena, ¿por qué es malo
entonces que decida apoyar al primero? Además, es irónico que muchos de estos
fanáticos regionalistas se deleiten al mismo tiempo portando con orgullo
camisetas de equipos de otros países, como el Boca Juniors o el Real Madrid.
¿No es eso acaso una “traición a la patria”?
Hemos terminado. Tal como dije en la anterior
entrada, hay demasiada violencia en el mundo, para acentuar la violencia entre
compatriotas. Y es peor cuando se hace en nombre de una expresión cultural que
debería disfrutarse en calma. Dejemos los odios de lado cuando se goza el
fútbol: sólo es eso, un deporte. Yo no soy admirador del fútbol, pero no
necesito serlo para apreciar el buen ambiente que se forma cuando se contempla
un partido. Por favor, trasladen ese ambiente a los estadios y las calles.
Me tomé el atrevimiento:
ResponderEliminarNacionalismo inútil: La serie http://goo.gl/1Fw6QV
Saludos.
Ningún problema. Es bueno contar con apoyo de otros pensadores escépticos.
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