Entre cifras impares y conejos lunares
Debo
confesar que tengo varios hábitos metódicos, que para muchas personas pueden
resultar extraños. En particular, una especie de obsesión con los números
impares. Por ejemplo, cuando el almuerzo viene acompañado con banano, suelo
partirlo en once pedazos a medida que voy comiendo; usualmente seis rodajas
iniciales, y después corto el resto. Si es lo bastante grande, puedo partirlo
hasta en trece pedazos, no diez, ni doce. De forma similar, sigo de cerca
algunas series de estilo terror, y me gusta ver los nuevos episodios en días
laborales impares, ya sea lunes, miércoles, o viernes (por lo general, el
viernes es el preferido).
Mientras
veía la película El origen de los
guardianes el fin de semana en televisión, me puse a pensar en estos
hábitos, y cuando hablaban del Hombre de la Luna, me dije a mí mismo: “¡Qué
parecido debo tener con los que veían hombres y conejos en ella!”.
Para
los que no conozcan el término, les explico: el Hombre de la Luna, también
conocido como el Conejo de la Luna, es el nombre popular que se da en varias
culturas al patrón observado a simple vista en las “manchas” de la Luna. Estas
manchas, que no son otra cosa que las áreas oscuras del satélite (llamados
mares lunares por los astrónomos), parecer ordenarse de tal forma que muestran
la figura de un hombre aparentemente en cuclillas. Para algunos, el hombre
lleva un bulto en su espalda; para otros, lo acompaña un perro. En otras
culturas, no es un hombre sino un conejo la criatura que se ve en la Luna. Para
los chinos, el conejo tiene un mortero con el cual fabrica el ansiado elíxir de
la inmortalidad; los aztecas tenían una
curiosa historia sobre cómo un segundo sol, Tecuciztécatl, fue ensombrecido a través
de un “conejazo” en la cara, disminuyendo su luz y de esta forma
transformándose en la Luna.
Las
diferentes interpretaciones dependen de cuántas manchas lunares tomen en cuenta
las personas en su observación. Y todos estos patrones corresponden a una misma
cosa: una pareidolia. La pareidolia es un fenómeno en el cual le asociamos un
patrón determinado a un estímulo aleatorio, otorgándole significado a lo que
carece de alguno. El ejemplo más característico de pareidolia son los numerosos
avistamientos de imágenes de María o Jesucristo en alimentos y superficies, y
las rocas con forma de rostros humanos que abundan como atracciones turísticas.
Un ejemplo muy conocido entre los astrónomos es el rostro de Marte, que resultó
ser un efecto de la disposición de las sombras en una montaña del planeta rojo.
Según Carl Sagan, es posible que la pareidolia
sea una consecuencia de una técnica de supervivencia de nuestros antepasados.
De acuerdo con su hipótesis, los primeros hombres requerían de una aguda
percepción para distinguir los rostros a distancia y con baja visibilidad (por
ejemplo, de noche). Debido a esto, dicha percepción aguda es lo que hace que
hoy en día veamos rostros en objetos de configuración aleatoria. Y por
supuesto, las posturas y creencias de una persona (religiones, eventos
sobrenaturales como OVNIS o fantasmas, etc) pueden influir en los patrones que
observa e identifica.
Agua, de Giuseppe Arcimboldo. El pintor italiano usaba
diferentes figuras como flores, frutos o animales para formar rostros humanos.
¿Qué tiene que ver todo esto con mi obsesión por los
números impares? Bueno, seguramente muchas creencias supersticiosas o
religiosas hayan surgido por un comportamiento similar. Por ejemplo, el número
siete. Se puede observar en la naturaleza (siete colores del arcoíris, siete
planetas clásicos), o en nuestra percepción del tiempo (siete días de la semana).
Esta cifra se repite a lo largo de muchas fes y culturas en el mundo. ¿Es
posible que, al ver esta cifra repetida en los puntos de una mariquita, en los
planetas que se observaban como estrellas, la gente del mundo antiguo empezara
a darle un significado místico? Muy seguramente. El cuatro en las culturas
asiáticas, en comparación se ha transformado en superstición por cuestiones
lingüísticas (los caracteres para “cuatro” y “muerte” se pronuncian de forma
similar), aunque eso no hace que su misticismo sea menor.
Todo esto viene de un intento de darle orden a lo
que se observa o conoce, tratando de ajustarlo a un patrón determinado. Puedo
responder lo mismo en mi caso. El impulso de usar los números impares para
definir cosas tan diferentes como cortar un banano o ver una serie de
televisión es una forma de organizar acciones que siento caóticas, y tratar de
darles continuidad aunque, por supuesto, no busco darle significado místico
alguno. Sólo es una forma de racionalizar un comportamiento más bien extraño.
Pero, ¿es posible que mis acciones, en un futuro,
desemboquen en una especie de reverencia mística hacia los números impares? Lo
dudo. Si bien soy exageradamente metódico con el banano, en más de una ocasión
he visto mis series predilectas fuera de los días impares. Y esto no me ha
provocado estrés o algo parecido. Además, después de todo el salto al escepticismo,
sería bastante difícil retroceder hasta algo tan banal.
De todos modos, prefiero mantener estos extraños
hábitos. Quizás por diversión, o quizás por resistirme al cambio, lo cual es
casi instintivo en el ser humano. Y como un final curioso, es probable que, por
mucho tiempo, sea inevitable no pensar en los conejos en la Luna mientras esté
almorzando.
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