Tolerancia no significa silenciar la crítica
Tolerancia no significa silenciar la crítica
Por Terri Murray
Por Terri Murray
Título original: Tolerance does
not mean silencing criticism
Entre
aquellos en la vanguardia de la arremetida contra los Nuevos Ateos hay muchos
liberales de izquierda y muchos académicos del establishment*, un hecho que siempre he encontrado desconcertante.
Las afirmaciones supuestamente “estridentes” de la talla de Dawkins, Harris y
Hitchens han evocado reacciones más bien susceptibles entre los británicos que
se autodenominan “liberales”. A muchos intelectuales del establishment se les ponen los pelos de punta ante cualquier
muestra de confianza o, me atrevo a decir, coraje acerca de temas morales, ya
sean los documentales argumentadores de Michael Moore o los discursos de
Richard Dawkins sobre las virtudes de la evidencia empírica. El clima cultural
que prevalece es uno en el cual alguna rama relativista y cobarde de
“tolerancia” que es indiscriminada con respecto a los contenidos de expresión,
creencia y opinión, es preferible a tomar una posición. Bajo la tutela cultural
de los medios del establishment, la
“tolerancia” se convierte en un mecanismo para proteger palabras falsas y malas
acciones que contradicen las posibilidades de liberación, razón, justicia e
igualdad para todos.
Como
Herbert Marcuse explicó en su ensayo de 1965 Tolerancia represiva, las condiciones de tolerancia son “cargadas”:
son determinadas y definidas por la inequidad institucionalizada. Estas
limitaciones de fondo de la tolerancia son de dos tipos: (1) la tolerancia
pasiva de actitudes e ideas atrincheradas y establecidas incluso si su efecto
dañino en las personas y la naturaleza es evidente; y (2) la tolerancia, activa
y oficial, garantizada a la derecha al igual que a la izquierda, a movimientos
de agresión al igual que movimientos de paz, al partido de odio como al de
humanidad. Este tipo de tolerancia abstracta y no partidista se abstiene de
tomar posturas –pero al hacerlo de hecho protege la ya establecida maquinaria
de discriminación. Protege y preserva el status quo, o lo que J.S. Mill llamó
la “tiranía de la mayoría”.
Mill
estaría revolcándose en su tumba si viera en lo que se ha convertido la
tolerancia en la Gran Bretaña moderna. La “tolerancia” sustituta de hoy es poco
más que el relativismo moral enloquecido. Erradica el tipo de libertad de
expresión que J.S. Mill (un verdadero liberal) buscaba cuando escribió Sobre la libertad en 1859. Para Mill,
deberíamos permitir “la colisión de opiniones adversas” precisamente porque “rara vez o nunca la opinión general o predominante sobre cualquier tema es la verdad
completa”. Este choque de opiniones diversas, pensaba, asegura que el
“resto de la verdad” tenga una oportunidad de ser suministrada.
Parece
que los críticos del Nuevo Ateísmo no hacen una distinción consistente entre la
certeza y la verdad. Los Nuevos Ateos nunca han pretendido que su confianza en
que cierta opinión sea falsa justifique la supresión de esa visión, pues esto
implicaría no sólo que están confiados de tener la razón, sino que son
infalibles. Dawkins, Dennett y los de su clase han explicado laboriosamente por
qué el falseamiento es el fundamento mismo de la ciencia inductiva, y por qué
las afirmaciones empíricas son en su misma naturaleza tentativas e incompletas.
Los Nuevos Ateos se atreven a mostrar confianza porque, a diferencia de sus
oponentes religiosos, han permitido que sus ideas sean comprobadas contra la
evidencia y los méritos de los puntos de vista alternativos. Mill sentía que no
había nada malo con la certeza. Pero si la tenemos, debe y puede descansar únicamente
en la libertad de expresión misma. Para desarrollar y defender nuestros puntos
de vista, para corregir nuestras opiniones y medir su valor, necesitamos la
libre discusión.
En
el caso de la “tolerancia” hacia el islamismo, los antirracistas de izquierda
piensan que están protegiendo una minoría victimizada, lo cual es un valor
genuinamente liberal. Pero la tolerancia nunca estuvo destinada a anular toda
crítica, debate, sátira y “ofensa” contra las ideologías religiosas. Estas
formas de expresión proporcionan la garantía de que un debate matizado –de
hecho cualquier debate- pueda realmente tomar lugar. Una sociedad tolerante
prohíbe justamente la supresión real por otros del derecho fundamental de
algunas personas a la autodeterminación. También prohíbe asalto físico y
ataques violentos que limiten la libertad de los individuos para buscar sus
propios valores. El islam no es una etnia. Al otorgarle protección exclusiva de
los estándares de escrutinio (y en efecto del ridículo) al que otras ideas y
creencias (por ejemplo, el feminismo) están sujetos en una democracia liberal,
los “liberales” antirracistas sólo apoyan la opresión de otros grupos sociales
vulnerables. Su tolerancia simplemente mantiene el status quo y no hace nada
para ayudar al progreso para las mujeres, para los musulmanes moderados, los
homosexuales musulmanes o los apóstatas musulmanes. Estos liberales pueden
describir su silencio en presencia del islamismo como “tener un debate más
matizado”. Yo lo describiría como prevenir tener uno por completo y escoger en
su lugar exhibir una pasividad cobarde.
*Se
refiere al conjunto de personas que mantienen el poder en una institución.
Puesto que no tiene un equivalente real en español, decidí mantenerla así.
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