American Gods y el poder de la creencia
Si
hay un escritor de fantasía para jóvenes y adultos de las últimas décadas al
que puedo disfrutar tanto como Terry Pratchett, y en ocasiones incluso más, es
Neil Gaiman. El británico es creador de obras geniales de la literatura como Buenos presagios (coescrita precisamente
junto a Pratchett), Stardust, Coraline y El libro del cementerio, y joyas del cómic como The Sandman, quizás la mejor novela
gráfica que jamás he leído. Como escritor, Gaiman es alguien que juega mucho
con metáforas, simbolismos y referencias a diversas mitologías, y a menudo
dioses y espíritus son recurrentes en su obra.
Recientemente nos enteramos que Starz adaptará a la televisión una de sus novelas más aclamadas, American Gods. La leí hace ya mucho tiempo, y para llegar con la memoria fresca y analizar la adaptación live action (que espero reproduzca la esencia de la novela mientras tenga a la vez su toque propio), decidí releerla en estos pocos días libres que aún tengo (no en físico, por desgracia: conseguir a Gaiman en una librería es un suplicio), a la vez que ofrecerles un pequeño análisis de la premisa central de libro, y tratar de compararla con algunas cuestiones sociales. A fin de no arruinarles la sorpresa a quienes desean leer la novela o ver la serie, trataré de evitar al máximo los spoilers, presentando sólo ideas generales.
En
varios trabajos de Gaiman (The Sandman,
Buenos presagios, El océano al final del camino) se hace
énfasis en la influencia que la creencia y la fe tienen en la realidad, y American Gods no es la excepción. Es, de
hecho, la idea central de la obra: los dioses y seres espirituales existen como
entidades creadas a partir del pensamiento humano. La creencia en ellos les da
poder y forma, y tal como las ideas se desvanecen cuando nadie las defiende,
así los dioses van perdiendo su fuerza y hasta desaparecen con la reducción de
sus fieles. América, o más específicamente Estados Unidos, se ha hecho cuna de
cientos de dioses extranjeros o mejor dicho, versiones de dioses extranjeros,
traídos desde tierras lejanas por los millones de inmigrantes que a lo largo de
la historia han pisado el continente. Sin embargo, lejos de su patria y de su
núcleo mayor de creyentes, muchos de ellos han perdido su poder, y mientras
unos sobreviven a duras penas en la época actual, otros han encontrado la forma
de mantenerse con lo suficiente para existir sin aparentes problemas.
Es en estas circunstancias que un misterioso estafador llamado Mr. Wednesday
contrata a Sombra, un hombre recién salido de la cárcel poco después de la
trágica muerte de su esposa, y le pide sus servicios como guardaespaldas a lo
largo del país. Wednesday está en una cruzada para contactar a los Viejos
Dioses, todos aquellos venidos de tierras lejanas, y reunirlos en una batalla
contra los Nuevos Dioses, entidades nacidas a partir de las preocupaciones y
vicios actuales de la humanidad: la televisión, la Internet, las teorías de
conspiración, etc. Sombra empieza poco a poco a verse inmerso en un mundo
complejo donde nada es lo que parece, y en el que sospecha que hay mucho más en
juego de lo que se le dice.
La
necesidad de creer parece algo arraigado en la humanidad, ya sea en líderes, en
seres sobrenaturales, en ideas o simplemente en nuestros padres. A través de
los siglos, la fe como concepto general quizás sobrevive porque, en el fondo,
la mayoría realmente confiamos en que con creer en algo se puede cambiar
nuestra cotidianidad. He ahí la razón del triunfo de la religión en muchos
países afligidos por calamidades: todo este sufrimiento no será en vano, porque
aún si es en otra vida, debes creer para que puedas recibir algo mejor.
Pero,
¿por qué esa imperiosa necesidad de los dioses porque se crea en ellos? Si
Jehová es realmente justo, ¿no debería recompensar en el más allá a las
personas basado especialmente en sus acciones en vida, y no en aquello en lo
que creían? ¿Por qué se es tan específico en que se debe tener fe en ellos? Gaiman
lo responde de forma metafísica: los
dioses necesitan la fe porque de ella se alimentan. La creencia es su
sustento y su fuerza vital; es con la creencia que un dios puede manifestar su
poder y voluntad para cumplir los deseos de sus fieles; y sin creyentes se
reduce hasta convertirse en nada. No basta con ser un hombre justo si no se
consagran sus acciones a una deidad: a la deidad no le importan tus acciones,
le interesa que se las ofrezcas, pues de otro modo no podría existir.
Es
así que los Viejos Dioses se sienten impotentes y en algunos casos incluso
rencorosos con su actual condición: creados de forma involuntaria e
irresponsable por los inmigrantes a través de las eras, han sido olvidados con
el paso de los siglos, y deben conformarse con ser mendigos e incluso ladrones
de la fuerza necesaria para apenas mantenerse en una tierra que no es de ellos.
A su vez, los Nuevos Dioses son arrogantes y vanos, pero son también temerosos:
saben que los humanos son volubles e inconstantes, y que no son más que
novedades que pronto podrían también ser hechas a un lado ante nuevas
preocupaciones y obsesiones sociales. Es ahí donde radica el conflicto: la
necesidad de unos y otros de sentirse importantes, de sobrevivir con prestigio
y dignidad ante los caprichos de una sociedad que ha dejado o dejará de tener
espacio para ellos.
Para los humanos, que crean o no en nosotros no es un problema, y
carecer de fe tampoco. No nos condenamos, no sufrimos más enfermedades ni nos
hacemos más desgraciados por dejar de creer, simplemente seguimos adelante con
lo que nos ofrece la vida. De igual manera, tal como mencioné antes, algunos de
los Viejos Dioses han encontrado formas de sobrevivir, tomando la fuerza de la
creencia en celebraciones actuales basadas en rituales paganos. Otros
desempeñan labores y trabajos no muy alejados de los rituales que antaño les
daban poder. A pesar del esplendor con el que muchos sueñan, muchos en realidad
son más humanos de lo que querrían admitir, lo cual no es para extrañarse,
siendo que las deidades son construidas a partir de cualidades, defectos,
inspiraciones y atributos muy humanos -de ahí que el Ciberchico, uno de los
Nuevos Dioses, sea tan diferente físicamente en la serie de Starz: American Gods fue publicada en 2001, y
desde entonces Internet y su importancia y significado han cambiado muchísimo-.
Así se verá el Ciberchico en la serie...
...Y así sería en la novela.
Los
que hayan leído The Sandman o visto
la serie Supernatural notarán que hay
muchas similitudes en el tratamiento de los dioses en ambos trabajos con American Gods: en el primero, los dioses
en sí, no versiones locales, requieren de la creencia de la gente para existir
-incluso los Eternos existen porque los
seres vivos existen-, y muchos han “cambiado de profesión” o se aferran a
nuevas formas de absorber poder de la fe para sobrevivir; en el segundo, los
dioses paganos -el Dios judeocristiano es una cuestión diferente, aunque no es
único ni todopoderoso- tienen poder propio, pero sin los sacrificios de sus
creyentes se han convertido en poco más que monstruos comunes, si bien difíciles
de matar. No es de extrañarse, pues The
Sandman (que a su vez se influencia del Mundodisco de Pratchett y su concepción de los
dioses) es una obra muy
anterior a American Gods, y le
permitió a Neil Gaiman explorar a profundidad los conceptos e ideas que luego
plasmaría de forma más urbana en su novela; mientras que Eric Kripke, el
creador original de Supernatural,
admite que la novela de Gaiman fue una de sus mayores influencias para la
serie.
Finalmente,
a pesar de la similitud entre The Sandman
y American Gods, hay diferencias
elementales entre las obras del autor. Por ejemplo, en la primera hay una
marcada presencia de las mitologías judeocristiana y grecorromana, y es claro
que el concepto del Dios bíblico es lo más cercano que se tiene a una deidad
suprema en su universo, aunque quizás esto se explique debido a que The Sandman hace parte del canon del
multiverso de DC Comics, y tal cosa debió limitar un poco a Gaiman. En American Gods, en cambio, no hay tal
cosa como un dios supremo (bueno, depende de la interpretación, pero eso deben
descubrirlo ustedes al leerla), y se hace implícito que Dios, enteramente
ausente en la novela, no es más que otra idea con gran poder a través de la fe
de la gente: en un pasaje, en referencia a la idea de versiones locales de una
deidad, se habla de un Jesucristo en Afganistán, que por obvias razones es tan
miserable que debe hacer autostop para ir de un lugar a otro.
Como
es obvio, recomiendo mucho American Gods,
tanto la novela como la serie (en la que además Gaiman es productor). Es un
trabajo intrigante que te atrapa, y me complace decir que es una de las mejores
novelas que he leído, no sólo por su trama, sino también por lo mucho que puede
relacionarse con la forma en que concebimos nuestro mundo a través de nuestras
propias creencias. Esto último quizás sólo sea lo que interpreto yo después de
leer nuevamente la novela, pero suele ocurrir cuando uno se topa con una obra
de calidad.
Buen
día para todos.
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