Triste respuesta a una pregunta usual
Empezó
un nuevo mes, y aunque estaba tratando de dejar espacio en estos días antes de
intervenir en el blog (ya se enterarán en otra ocasión del porqué),
desafortunadamente ocurrió otro de esos sucesos que hacen imposible mantenerse
silencioso. Es inevitable tener algo qué decir, cosas que reflexionar, ante
hechos que demuestran el peligro de la mezcla entre ignorancia y superstición.
El
pasado martes 28 de febrero, una mujer en Nicaragua, Vilma Trujillo, murió después
de sufrir una semana en el hospital debido a las serias quemaduras que sufrió
durante un supuesto ritual de exorcismo que implicaba arrojarla a una fogata
para, supuestamente, purificarla de aquello que la afectaba.
De
acuerdo con la información recopilada sobre los confusos hechos,
el esposo de la víctima, con quien vivía en un poblado al noreste de Nicaragua,
creía que Vilma había sido embrujada por otro hombre. Sin embargo, los miembros
de una capilla de la iglesia Visión Celestial de las Asambleas de Dios,
presidida por el pastor Juan Gregorio Rocha, se la llevaron a la fuerza el 15
de febrero a su sede, amarrada de pies y manos, para supuestamente hacerle una
oración de sanación, ya que estaba endemoniada. El día 21, tuvieron la
revelación de que debían purificarla a través del fuego, así que crearon una
hoguera y arrojaron a la víctima a ella.
Fuente: Policía Nacional de Nicaragua
Saben,
una de las preguntas más frecuentes que recibe un escéptico religioso cuando
cuestiona la creencia divina o la religión es: “Si no crees en Dios, ¿por qué te la pasas hablando de Él?”. No es
difícil ver que hay una gran confusión de ideas tras esa pregunta.
Aparentemente, para los creyentes, alguien que no crea en Dios debe pasar
simplemente la página y dejarlos vivir su vida. Nunca se les ocurre que hay
muchos otros creyentes que quizás no dejan vivir bien a aquellos que no
comparten su cosmología y que esas son razones justas para cuestionar los grandes
credos, e incluso la creencia religiosa en sí.
Tristemente,
el caso de Vilma Trujillo es una respuesta perfecta para esa molesta y
condescendiente pregunta. Seguimos hablando mucho de Dios y de los creyentes,
pero es precisamente porque los creyentes pueden llegar a ser peligrosamente
ignorantes. Que una mujer haya sido arrojada a una fogata para “purificarla” de
lo que en realidad debía ser probablemente una afección mental es la mejor
prueba de que mezclar ignorancia con superstición es una mala idea contra la
que cualquier persona que se precie de ser altruista y compasiva debería
levantarse.
Pido
disculpas de antemano si en algún momento de la entrada me pongo rudo o incluso
grosero con lo que voy a decir, pero es tiempo de otra cuota de justa indignación
ante lo que es una situación preocupante.
Cuando
los creyentes pretenden que uno se calle y haga de cuenta que con no creer en
Dios ya debe cesar cualquier mención sobre él, es porque sencillamente les
molesta que uno les haga ver las graves falencias que tiene su fe, y el
terrible impacto que puede llegar a tener en el raciocinio de la gente, en
especial de aquellos que no han tenido una adecuada educación, o siquiera
acceso a educación alguna.
No
hubo demonios tras los repentinos cambios de Vilma Trujillo, eso es seguro.
Tampoco estaban influenciados por el demonio el pastor Rocha, ni la diaconesa,
ni las personas que decidieron secundar su retorcida revelación de usar el
fuego como instrumento de “sanación”. No: fueron personas plenamente
conscientes las que decidieron llevarse a Vilma y arrojarla a una fogata,
inspiradas por una interpretación muy literal de la Biblia, con todo lo que eso
conlleva. Y sí, me refiero a todos esos pasajes espantosos del Antiguo
Testamento donde recomiendan apedrear a los brujos y quemar a las hechiceras, y
que la gente culta tan convenientemente ignora.
Sí,
seguramente muchos creyentes se escudarán diciendo que todo ocurrió por la
ignorancia de los miembros del culto y su mala interpretación de las
Escrituras. ¡Por supuesto que fue por la ignorancia, caramba! ¿Qué podía
esperarse cuando se llega a una persona poco culta y se decide no entregarle
las herramientas de la educación, sino llenarle la cabeza con pasajes
contradictorios y agresivos de un libro antiguo al que pretender poner como
algo sagrado, y peor, tomarlo literalmente como palabra divina? ¿Qué resultado
esperaban que pudiera ocurrir cuando gente ignorante y supersticiosa se
encuentra con un caso que no pueden explicar más que por lo que dice la Biblia?
¿Cómo
es posible que a nadie se le haya pasado por la cabeza un momento de reflexión
en que dijera: “Oigan, ¿qué estamos
haciendo? Esto está mal. Podríamos lastimar a esta pobre mujer, o peor.”?
¿Cómo es que ni siquiera al pastor se le ocurrió que lo que estaba a punto de
hacer era una atrocidad? Simple: ninguno podía imaginar una solución que
estuviera fuera de la Biblia. Después de todo, es la verdad infalible de Dios,
y es fuente de su sabiduría ¿no? ¿Cómo se atrevería usted a cuestionar algo
así?
Es
trágico que personas comunes lleguen a semejante barbaridad por tomar una
mitología antigua de forma tan literal y estricta, sin atreverse a pensar más
allá de lo escrito. Es inaudito que en pleno siglo XXI se llegue a caer tan
bajo, en profundidades no muy lejanas a las de los jihadistas violentos a los
que tanto criticamos. Ni siquiera parece un acto compatible con los cristianos
de antaño que supuestamente pregonaban amor y tolerancia: esas personas cayeron
en un primitivismo espantoso, y todo por combinar la falta de educación con la
creencia religiosa literal. No es nada de lo que podamos sentirnos orgullosos.
Podría
intentarse decir que eso es un caso de fundamentalismo extremo, que son
personas trastornadas, y que lo ocurrido no tiene nada que ver con el verdadero
cristianismo. Pero eso sería un razonamiento extraordinariamente falaz, una
forma de esquivar la sana y necesaria autocrítica. La Biblia no es solamente
las enseñanzas de Jesús de Nazaret: es un cuerpo de libros y epístolas, muchos
anteriores al cristianismo en sí, y muchos ciertamente agresivos y bárbaros. Es
insensato pretender que no existen o que no son válidos para nuestra época,
especialmente porque muchos cristianos sólo toman los pasajes que les convienen
y hacen de cuenta que el resto son invisibles. O todo el Levítico es válido, o
sólo una parte lo es, pero dejen de ser tan mediocres de fingir que no tienen
nada que ver con las medidas crueles tomadas en Nicaragua.
Muy
probablemente, las personas que quemaron a Vilma Trujillo están siendo tan honestas
con sus creencias como lo son el creyente moderado o el sermoneador de iglesia
de garaje. Muy seguramente, creían de manera genuina que lo que estaban
haciendo era lo correcto. El problema es que, al tener carencias de educación,
esas personas no contaban con los elementos de juicio suficientes para
comprender las severas falencias morales de las medidas que les ofrecía la
Biblia. Y por supuesto, el hecho de que creyeran de corazón que se trata de la
palabra de Dios no ayudó en nada a que pudieran discernir sobre los alcances de
sus acciones.
Y
es que, en esencia, ese es el problema. Tomar un texto antiguo como una verdad
irrefutable es una receta para el desastre, porque en el momento en que se
piensa que se está cumpliendo con la voluntad divina, la persona asume sus
acciones por encima de los reproches y cuestionamientos racionales. Es un
estado peligroso de enajenación. Podemos hacernos los indiferentes, podemos
decir que eso no tiene nada que ver con el verdadero cristianismo, pero la
verdad es que considerar la Biblia, el Corán o cualquier texto sagrado con
pasajes violentos o discriminatorios como revelación divina incuestionable
siempre es la fuente de este tipo de tragedias. Eso no tiene vuelta de hoja, y
ya es hora de que asumamos de frente este problema.
Es
curioso y lamentable que en estos momentos, muchos cristianos estén más
preocupados porque Disney empezó a mostrar personajes gay en sus trabajos que
por lo ocurrido con una mujer común y corriente. Nada les obliga a manifestarse
por ello, claro, pero teniendo prioridades tan sesgadas de indignación sería
mejor que no se alzaran como guardianes de la moral de la sociedad, cuando ni
siquiera pueden atreverse a cuestionar el impacto que sus creencias llegan a
tener en cualquier persona.
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