Nuestra limitada percepción
¿Se
imagina cómo es el descubrir que no podemos ver el color negro? ¿O que somos
ignorantes de nuestra propia ignorancia? ¿O que existen cosas difíciles o
imposibles de concebir para nosotros, como un color nuevo, el cese de nuestra
propia existencia, o que el universo carece de límites y es, al mismo tiempo,
finito, y que hay partes donde no existen ni siquiera partículas? Bien,
podríamos decir que muchas de esas cosas son difíciles de idear de acuerdo a
nuestra educación, pero otras son porque, sencillamente, no tenemos la
capacidad de hacerlo.
Recordemos
que, como seres físicos, nos guiamos por sentidos físicos, por nuestra
percepción del mundo a nuestro alrededor. El problema de eso, sin embargo, es
que precisamente nos vemos limitados por el rango de percepción de dichos
sentidos, y por lo tanto hay muchas cosas que se nos escapan, o que somos
incapaces de observar.
Una
de las formas más características de notar esto es con la gama de colores.
Recordemos que el color que vemos no es más que el reflejo visible del espectro
lumínico: por ello, no podemos ver luces ultravioleta naturalmente. No
obstante, eso también lleva a ciertas conclusiones: la más sorprendente, de
hecho, es que no existe el color negro.
Lo que vemos sería, técnicamente, un violeta o azul muy, muy, muy oscuro.
Parece
una locura, ¿verdad? Digo, todos hemos visto las camisetas de bandas o la ropa
de funeral, o atuendos góticos. ¿Cómo van a decirnos que eso no es negro? Bien,
fíjense en el párrafo anterior: la visión humana funciona de acuerdo con la luz
reflejada de los objetos. Un limón es verde porque refleja la longitud de onda
correspondiente a tal color, y absorbe las demás. El negro verdadero absorbe
toda la luz, y no refleja ninguna longitud de onda visible, así que básicamente
es invisible a nuestros ojos. De ahí
que los agujeros negros sean detectados por los astrofísicos a través de la
radiación generada y sus efectos sobre otros cuerpos en el espacio. Podemos
crear material que absorba porcentajes casi absolutos de luz, pero nada que
pueda ser, científicamente hablando, un verdadero color negro, sólo algo que
nos parece negro.
Imagen de Vantablack, un material creado con
nanotecnología, y que absorbe hasta un 99,965% de la radiación visible al espectro
lumínico.
Ante
tal limitación de nuestra luz viene otra curiosidad: somos incapaces de
imaginar un color nuevo. Puede intentarlo si lo desea, amigo lector, pero será
inútil, sencillamente porque no podemos concebir un color por fuera del
espectro electromagnético que vemos. Cuando mucho, el cerebro puede
“interpretar” la mezcla de diferentes longitudes de onda como un nuevo tono, al
punto que el color magenta, como tal, no existe,
y el blanco y el gris son ambos mezcla
de diferentes longitudes de onda, sólo que en el blanco hay mayor estimulación
y uniformidad en la concentración de cada longitud. Pero un color nuevo es
imposible de imaginar siquiera: El color
de más allá del espacio, la historia de H.P. Lovecraft, simplemente nos
presenta una cosa tan alienígena, tan extraña a nuestros sentidos, que recibe
el nombre de “color” porque es lo más cercano a lo que puede compararse.
Siguiendo
con la vista, que es claramente nuestro sentido más preciado, recordarán que un
chiste recurrente en Futurama es que
Leela siempre tiene problemas para estacionar la nave. Esto se debe a que, si
bien nuestro cerebro nos permite percibir el mundo en tres dimensiones, nuestro
ojo sólo lo percibe en dos. A través de la información sensorial recibida, y
procesos de reconocimiento de imágenes
en nuestra mente, el cerebro construye nuestra percepción en tres dimensiones.
Por ello, una persona tuerta o con una lesión en un ojo tendrá problemas de
percepción de profundidad, y es la razón por la que Leela se estaciona tan mal.
Cómo es tan buena piloto siendo precisamente un cíclope es un misterio
gracioso.
De
manera similar, tenemos puntos ciegos en el ojo, zonas que carecen de conos y
bastones por la presencia del nervio óptico. El cerebro simplemente rellena la
información para compensar este hecho. Esto puede ser una desventaja: las personas
que sufren quemaduras en la retina, y aquellas con glaucoma de ángulo abierto
frecuentemente no se dan cuenta que están perdiendo progresivamente la vista
hasta que el daño es muy grande y el cerebro no puede seguir “engañándote”.
Y
en un tono menos dramático, nos vemos la nariz todo el tiempo, sólo que el
cerebro ignora esa información para no entorpecer la percepción. Una prueba
fácil de esto se consigue cerrando un ojo.
Nuestros
sentidos y procesos mentales también se ven retados cuando pensamos en lo
siguiente: la idea de que no hay nada después de la muerte. Ya que nos guiamos
por lo que sentimos y percibimos, es difícil concebir que al morir, dejas de
sentir con tu piel, dejas de moverte, e incluso tu mente deja de funcionar.
Todo lo que conocemos, todo lo que sabemos, lo obtenemos a través de nuestra
interacción consciente con la realidad y lo que nuestro cerebro procesa a
partir de ello, por lo que al morir, sencillamente nos convertimos en nada. No
hay forma de imaginar claramente cómo sería eso, y la sola idea es aterradora para muchos. No es de sorprender que para la mayoría ese concepto
sea tan poco atractivo, por mucho que los escépticos religiosos te digan que es
mejor una verdad incómoda.
Y
si algo tan íntimo para nosotros desafía nuestras sensaciones, imagínense
tratar de concebir cosas lejanas como los límites del universo. Es decir,
sabemos que hay una porción finita a la que llamamos universo observable, aquella que podemos detectar porque las
señales de diferentes objetos han tenido tiempo de llegar a la Tierra desde la
expansión cosmológica. Pero el Universo en sí, el universo total, carece de límite y es al mismo tiempo finito.
Depende de la forma en que se observe la cuestión. Como se menciona en esta nota de Live
Science, una forma práctica de
interpretar esto es imaginándose una hormiga caminando sobre un globo. La
hormiga puede caminar en cualquier dirección, y para ella ese globo será
ilimitado, ya que puede llegar al mismo punto del que partió, y aún no habrá
recorrido todo el globo. El globo es una estructura finita, pero carece de
límites o bordes. De manera similar, dado que el Universo es isotrópico (es
decir, su distribución es uniforme en todas direcciones, independientemente de
donde se mire), no hay un límite como tal desde el cual se vea por fuera de él:
puedes recorrerlo en diferentes formas, y te verás siempre rodeado por él.
El universo observable.
Por
otro lado, tal como afirman astrofísicos y físicos como Stephen Hawking, si el
Universo vino de la nada y contiene todo, carece de sentido preguntarse qué hay
más allá, pues, ¿qué puede haber afuera de “todo”? Pensar en cómo el Universo
puede tener finito e ilimitado a la vez es un dolor de cabeza, aunque siempre
es interesante ver hasta dónde nos llevan esos planteamientos.
¿Y
qué tal nos va con nuestra percepción del tiempo? Recordemos que, de acuerdo
con lo que muchos plantean, la forma en que percibimos el transcurso del tiempo
es consecuencia de nuestras limitaciones. En Watchmen, al convertirse en una entidad cuántica, Doctor Manhattan
percibe el tiempo de forma simultánea: para él, todo lo que ha pasado, pasa y
pasará está ocurriendo al mismo tiempo. Es esta percepción especial la que lo
hace desentenderse de la humanidad y caer en el fatalismo: poco importa
intervenir para cambiar un suceso, porque para él ya está ocurriendo. ¿Cómo
sería poder ver el tiempo de esa forma? ¿Nos veríamos a nosotros mismos en
nuestra mente, recordando todo lo que hacemos y decimos y lo que podemos llegar
a decir y hacer, como una especie de collage mental? ¿Saltaríamos a una cuarta
dimensión y nos veríamos como una serpiente compuesta de cada versión de
nosotros mismos en un punto del tiempo? La idea es sumamente intrigante, y
ciertamente nuestra misma forma de percepción del tiempo nos hace difícil
imaginar, si bien representar artísticamente, algo así.
Finalmente,
hay cosas más abstractas para nosotros, como los pensamientos de otra persona,
o la mente y percepción sensorial de personas con discapacidades como los
autistas, que son difíciles de describir o imaginar para nosotros. Incluso
nuestras propias aptitudes y capacidades en ciertos temas pueden llegar a ser,
irónicamente, difíciles de evaluar adecuadamente por nosotros mismos. En otras
palabras, podemos ser incompetentes y no darnos cuenta de ello. Este sesgo
cognitivo, conocido como efecto Dunning-Kruger (descrito a partir de un gracioso incidente con un
ladrón), consiste en que las personas ignorantes o con pocos conocimientos
sobre un tema, por ejemplo biología, creen tener más conocimiento del que
realmente tienen, precisamente porque no poseen los elementos de juicio
necesarios para evaluar su propia competencia. No es difícil eliminar este
sesgo, aunque es complicado conseguir que la gente busque por sí misma formas
de hacerlo. Cuando tienes una ortografía y gramática pésimas, ¿cómo darte
cuenta de ello y entrenarte, si no tienes claras las reglas al respecto, a
menos que otra persona te lo haga percibir?
Como
podemos ver, somos criaturas limitadas por nuestros mismos sentidos y mentes.
Parece gracioso que haya personas que puedan afirmar con tanta certeza la
existencia de dioses u ovnis, si se tiene en cuenta todo esto. Eso sí, esas
mismas limitaciones son las que nos impulsan en ingenio y creatividad para
conseguir mayores ideas, formas de sobrepasar dichos límites, y es
probablemente la mejor cualidad que tenemos como humanos.
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