Lo que realmente amenaza a las democracias occidentales

 

En tiempos tan convulsos a nivel político alrededor del mundo, con el surgimiento de discursos de ultraderecha y una izquierda que ha perdido fuerza, no es extraño encontrar referencias a la “decadencia de Occidente” en redes sociales. Comentarios sobre el riesgo a las democracias, los temores a dictadores y autócratas y el debilitamiento de las instituciones estatales son bastante comunes, y aunque no son enteramente infundados, muchos se centran, por supuesto, en señalar a los actores equivocados.

Algunos de estos discursos son promovidos por parte de cuentas reaccionarias que intentan vender sutilmente un pasado idílico de jerarquías, segregación y purismo racial. Lo particular es que, aunque son ideas nacidas en latitudes mayores, sobre todo en países europeos que ven el fortalecimiento de la derecha radical, han ido permeando poco a poco en naciones latinoamericanas, como si nuestros contextos sociopolíticos fuesen similares.

Un ejemplo que he visto por montones en Twitter/X, en especial en un año electoral tan importante en Europa, son los mensajes sobre la supuesta islamización del continente, a menudo acompañados por imágenes generadas por IA. Es casi cómico cuántas veces puede uno encontrarse a la misma rubia llorando mientras está rodeada de árabes o personas negras riendo; no lo es tanto que esto sea un ejercicio constante de radicalización hacia la inmigración y las comunidades musulmanas. Y eso sin contar noticias claramente falsas, como que el Nuevo Frente Nacional pretende convertir el árabe en otra lengua oficial en Francia, o que las restricciones a la venta de alcohol en sitios públicos de Suecia son por causa de las reglas islámicas sobre el licor.

Lo particular de esto es que también me he encontrado mensajes prejuiciosos sobre una supuesta invasión islámica que también se cierne sobre Latinoamérica. Por alguna razón, he visto a personas de Argentina y Colombia -usualmente libertarios- prefiriendo que cualquier presencia de migración islámica se mantenga lejos de sus países.

¿Pero es tan dramática la situación? A finales del 2021, las cifras de inmigración llegan apenas a un 5,3% de la población total de la Unión Europea, y la inmigración ilegal -la que más preocupa a algunos- comprende un porcentaje muy menor del total de migrantes. Si observamos ejemplos concretos de países, Francia tiene de hecho un porcentaje de individuos nacidos en el extranjero del 12,8%, muy por debajo de 18,2% en Alemania o el 15,2% en España. Incluso reconociendo que casi la mitad de los inmigrantes franceses son de países africanos en su mayoría musulmanes, están muy lejos de ser ese aterrador colapso proislámico que presentan los radicales en redes sociales con sus espantosas ilustraciones de IA.

Y aunque para 2020 el número de inmigrantes aumentó ligeramente, y no ignoro casos históricos como el atentado a la AMIA en 1994, ¿qué tendría que temer Argentina del flujo migratorio africano, si el 58,2% de extranjeros son paraguayos, bolivianos y chilenos? ¿Es acaso que Paraguay es nación wahabista, o los bolivianos son una célula de Al Qaeda? Ni qué decir de los colombianos que desconocen la importancia de las migraciones sirio-libanesas a nuestro territorio, en particular la Costa Caribe, y su influencia en la cultura y gastronomía de la región. Por supuesto hablamos de contextos históricos diferentes, pero es para señalar que una integración adecuada no es algo imposible. La fijación libertaria en esos discursos de la ultraderecha europea es especialmente absurda.

Es cierto, por otra parte, que la fuerte crisis de refugiados a inicios de la guerra en Siria fue difícil de manejar por parte de las naciones europeas, y un caldo de cultivo para los discursos xenófobos de la derecha radical, con el recuerdo todavía fresco de la llamada “Guerra Contra el Terror”. Por supuesto, el fundamentalismo islámico se ha convertido poco a poco en una excusa para denunciar a cualquier persona de religión musulmana como peligrosa -discurso alentado en parte por los nefastos análisis de figuras intelectuales como Sam  Harris y Ayaan Hirsi Ali-, y en muchos aspectos la supuesta preocupación por Occidente es poco más que una serie de prejuicios mal retazados en una colcha argumentativa que intenta seguir ganando terreno en el votante promedio.

Pero una fijación así ignora la pérdida de influencia que ha tenido Al Qaeda como fuerza terrorista a nivel global, y la circunscripción de grupos como ISIS o Boko Haram a naciones islámicas, por lo que quienes principalmente sufren por estas amenazas son los propios musulmanes. La integración cultural no es fácil, en especial por la fuerte discriminación que aún existe hacia inmigrantes africanos e islámicos, pero mal se hace en buscar las grandes amenazas a la democracia “occidental” en esta gente, en especial en países que poco o nada han tenido que sufrir el flagelo del fundamentalismo islámico.

Si tuviésemos que buscar una amenaza seria a la estabilidad de las democracias en Occidente, sería más prudente que tuviésemos un buen ojo en el crecimiento de discursos iliberales de ruptura y descrédito de las instituciones estatales. De eso ya han probado los europeos en años recientes: Viktor Orban permanece fuerte en Hungría, habiendo reducido el poder judicial y legislativo; el autoritarismo de Vladimir Putin parece imposible de derribar en Rusia; Polonia apenas empezó a enfrentarse a la fuerza ultraconservadora del partido Ley y Justicia -en gobierno desde 2015-, con una alianza de oposición tomando la mayoría de los escaños del Parlamento el año pasado.

Protestas en Hungría en mayo de este año, como respuesta a la reciente elección de Orbán para un tercer período consecutivo.

Y es imposible hablar de iliberales y figuras antidemocráticas sin mencionar a su gran representante en las próximas elecciones de Estados Unidos, el expresidente Donald Trump. Sé que para algunos podría ser un poco controversial hacer una crítica tan directa después del atentado que sufrió el candidato el pasado domingo, cuando un tirador alcanzó a rozarle la oreja durante un mitin político. Pero sería una falta a la verdad pretender que el hombre que alteró la Corte Suprema de Justicia con una mayoría de jueces conservadores y alentó el desconocimiento a los resultados de las elecciones de 2020, lo que desembocó en el asalto al Capitolio en enero de 2021, es un amigo de las instituciones democráticas sólo porque recibió un disparo.

Además del tono más radical que ha adoptado Trump en los últimos meses -como cuando dijo en diciembre que, de reelegirse, sería dictador “sólo” el primer día-, un riesgo importante de otro mandato republicano es la fuerte presencia de elementos ultraconservadores, que han condensado sus ideas en el Proyecto 2025. Llamado también Proyecto Presidencial de Transición Democrática, es un grueso documento diseñado por la Heritage Foundation, un think thank conservador, con una serie de medidas para reformar el gobierno federal de Estados Unidos, con las promesas generales de: 1) “restaurar la familia como el centro de la vida estadounidense y proteger a nuestros niños”, 2) “desmantelar el Estado administrativo y regresar el autogobierno al pueblo estadounidense”, 3) “defender la soberanía, fronteras y subsidio de nuestra nación contra amenazas globales”, y 4): “asegurar nuestro derecho individual otorgado por Dios a disfrutar de “las bendiciones de la libertad”.

En síntesis, el Proyecto 2025 propone reducir la capacidad de organismos como el Departamento de Justicia y el Departamento de Seguridad Nacional, concentrando el poder ejecutivo en manos del Presidente; reemplazar a miles de servidores públicos por conservadores leales; desmantelar el Departamento de Educación; recortar impuestos a las grandes empresas; reducir las regulaciones ambientales y sobre el uso de combustibles fósiles, revirtiendo los pocos esfuerzos en contra del cambio climático; recortar la financiación del Medicare y Medicaid, lo cual limitaría el acceso de miles de personas de bajos recursos a la salud; eliminar los programas de diversidad, equidad e inclusión (DEI); +; prohibir la pornografía -clasificando dentro de esta a la “ideología de género”, con lo que pretenden eliminar cualquier enseñanza sobre orientación sexual e identidad de género-; eliminar las protecciones contra discriminación a la comunidad LGBT; rechazar por completo el aborto y la anticoncepción; entre otras. Es decir, se trata de una propuesta no sólo ultraconservadora, sino peligrosamente autocrática.

Aunque Trump ha manifestado que no tiene nada que ver con el Proyecto 2025, es interesante ver cómo antiguos asesores suyos y cientos de otras personas que han trabajado con él han colaborado con el documento. Y su elección como fórmula vicepresidencial, J.D. Vance, es un sujeto que ha manifestado coincidir con puntos del Proyecto, por lo cual algunos lo ven como un puente para unificar a los sectores más radicales de la derecha conservadora con la plataforma clásica del Partido Republicano.

No tenemos que mirar muy lejos tampoco, pues en Latinoamérica existen también muchos ejemplos. Viejas dictaduras como el chavismo venezolano y Daniel Ortega en Nicaragua se mantienen perpetuos en su control de las ramas de orden público, persiguiendo y encerrando opositores, y nuevas figuras como Nayib Bukele y Javier Milei pretenden cooptar o reducir la influencia del Estado en asuntos de orden público y económico, con el consiguiente debilitamiento de los órganos democráticos encargados de hacerles contrapeso.

Y por supuesto no podemos olvidar a la derecha religiosa, revendiéndose en muchos países como un nacionalismo cristiano que aprovecha el marco de la “guerra cultural” para presentar una narrativa postmoderna del papel de la religión en la construcción de las sociedades occidentales, y de ahí su supuesta importancia en los cimientos de la identidad nacional, en prejuicio de otras denominaciones religiosas y la población no creyente. Y en otras naciones con gobernantes amenazando la democracia -e incluso algunas más estables-, la religión es por supuesto otra herramienta de cohesión y populismo.

Por supuesto, estos proyectos iliberales siempre están buscando amenazas ajenas y completamente inventadas para impulsar sus causas. La inmigración, la islamización de Europa, la “ideología de género”, el divorcio -esto último es en serio-… Como buenas propuestas reaccionarias, sacralizan y enaltecen un pasado ficticio en el que las cosas eran supuestamente mejores, y donde el multiculturalismo, los derechos laborales, los derechos sexuales y reproductivos y las críticas al capitalismo no se permitían o se concebían siquiera. Irónicamente, sus soluciones para “salvar la democracia” consisten en desconocerla reiteradamente.

Son esta clase de propuestas políticas a las que debemos observar con atención y enfrentarlas cuando es debido. Una sociedad sana y estable no puede construirse sobre la inequidad, la discriminación y el fundamentalismo, y mucho menos con la personalización y la concentración de poder. Por eso, debemos mantenernos vigilantes ante discursos radicales camuflados detrás de soluciones supuestamente democráticas.

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