El extraño negacionismo del dióxido de carbono
Nuestra responsabilidad en las presiones ambientales que sufre el planeta, como el cambio climático o la extinción potencial de muchas especies, aún es difícil de reconocer por muchas personas. Si bien, por ejemplo, el consenso científico en torno al origen antropogénico del cambio climático es prácticamente unánime, la desconfianza en torno a este hecho es más alta entre el público no especializado.
El
negacionismo del cambio climático puede tomar muchas aristas: desde los que
creen que es sólo parte de fluctuaciones históricas naturales en el régimen
climático, hasta los que directamente rechazan que exista alguna alteración del
clima. Pero uno de los más curiosos, frustrantes y desconcertantes que he visto
es el caso de los que son negacionistas de uno de los gases más importantes en
el caso del cambio climático: el dióxido de carbono, CO2.
Siendo
precisos, no es que nieguen la existencia del CO2 como tal, pero sí
que rechazan que pueda ser una sustancia nociva para la salud climática del
planeta. A menudo, tienen una visión muy ingenua y sin contexto de los
beneficios inmediatos del dióxido, en especial sobre las plantas y los
ecosistemas. Según su concepto, dado que las plantas emplean mucho el CO2
como parte de su metabolismo, el exceso de CO2 en el ambiente sería
entonces fantástico para que las plantas crezcan más, y los más arriesgados
afirman que eso contribuiría a recuperar ecosistemas deteriorados por la
deforestación.
Desempolvemos un poco las clases de ciencia en el colegio para explicar este supuesto. Las plantas obtienen su alimento a través de la fotosíntesis, tomando agua y nutrientes minerales del suelo, los cuales, a través del uso de la luz solar y dióxido de carbono, son transformados en materia orgánica. El papel del CO2 en este proceso es importante, puesto que las moléculas sintetizadas por la energía lumínica -ATP y NADPH- trabajan reduciendo los átomos de CO2 como parte de la síntesis de carbohidratos, y liberan moléculas de O2 al aire. Esto hace que la fotosíntesis sea fundamental no sólo en la constante oxigenación de la atmósfera, sino también en la captura y reducción del CO2 atmosférico como parte del ciclo del carbono -proceso llamado secuestro de carbono-, por lo que las plantas son uno de los sumideros de carbono -depósitos naturales o artificiales de este elemento- más importantes en el planeta.
Ciclo del carbono. Nótese que los océanos son también
un importante sumidero de carbono. Aunque no hablo de ellos en esta entrada, el
aumento de las temperaturas globales afecta su capacidad de absorción de CO2.
Por
supuesto, las
cosas raras veces son tan fáciles como en nuestras expectativas,
en especial cuando estamos poco informados. Y aunque un análisis superficial
nos dice que este escenario es ideal para el medio ambiente, en realidad hay
muchas desventajas y peligros que es necesario considerar.
En primer lugar, ocurre que los niveles de CO2 atmosférico que estas personas consideran son en condiciones más bien ideales, donde su incremento ocurre de forma pausada o acorde con los valores históricos del gas en la atmósfera. Y esta lectura tiene dos problemas. El primero es que, tal como está evidenciado, los niveles de CO2 atmosférico se han incrementado más allá de los niveles máximos que se han podido registrar en miles de años, por lo que no es exactamente un proceso cíclico. El segundo problema es que este aumento ha ocurrido en una ventana de tiempo sumamente estrecha, en el período industrial de la historia humana: de hecho, tan sólo en los últimos 50-70 años, dichos niveles de CO2 prácticamente se han duplicado. Esto pone una presión importante en la capacidad de adaptación de las plantas, pues se trata de una saturación de su capacidad para secuestrar el gas.
Por
otra parte, el carbono no es la única fuente de materia para la producción de
alimento en la fotosíntesis. La
disponibilidad de agua y nutrientes, sobre
todo la primera, es esencial para ese efecto fertilizante del CO2.
Eso representa otra dificultad para la salud de los ecosistemas, puesto que los
regímenes de lluvias y precipitaciones han estado cambiando por causa del
cambio climático, sometiendo a muchas regiones a un estrés hídrico. Y cuando
las plantas tienen menos agua disponible, se reduce mucho el efecto
fertilizante, así que dejan de crecer. Por otra parte, la concentración
de nitrógeno en el suelo también es muy importante, y en suelos
deficientes con este también se reduce el secuestro de CO2; podría
intentar solventarse con el uso de fertilizantes, pero esto generaría otros
problemas como la contaminación de fuentes hídricas.
Un
efecto curioso y preocupante que se ha observado en investigaciones es el
engrosamiento de las hojas en las plantas en los últimos años.
No se ha podido detectar por qué ocurre esta adaptación, pero se ha observado
en muchas plantas de cultivo que sus hojas se han engrosado progresivamente
hasta un tercio. Esto altera el radio de área de superficie y masa, lo que
altera entonces sus procesos de fotosíntesis, enfriamiento o intercambio de
gases. El problema con esto es que dichas hojas parecen ser menos eficientes en
el secuestro de carbono, pues los modelos de clima global muestran que el papel
de las plantas como sumideros de carbono se ha vuelto menos productivo. Con el
incremento gradual de la temperatura global y los niveles de CO2 atmosférico,
me temo que el deterioro de la capacidad de secuestro pueda continuar.
Otro
factor importante a tener en cuenta son las diferencias fisiológicas entre las
especies de plantas en lo que a fotosíntesis se refiere. No todas las plantas
extraen carbono de igual forma, ni pueden adaptarse de igual forma a ambientes
de altas temperaturas y concentraciones de CO2 atmosférico y baja
disponibilidad de agua y nutrientes. En particular, las plantas se diferencian
por el número y tipo de moléculas de carbono que sintetizan y dónde se
almacenan.
Existen, así, tres procesos fotosintéticos entre las plantas: C3, C4 y CAM. La vasta mayoría de especies de plantas usan fotosíntesis C3, donde usando la enzima Rubisco, el CO2 se convierte en ácido 3-fosfoglicérico (PGA), con tres átomos de carbono; el carbono se fija en las células mesófilas de las hojas -es decir, en el tejido donde se realiza la fotosíntesis-. Por su parte, las plantas C4 -un 3% de las especies, con una abundancia dominante en pastizales de los trópicos y regiones templadas- convierten el CO2 en un intermedio de cuatro átomos de carbono a través de la enzima carboxilasa PEP, y el carbono se acumula tanto en células mesófilas como en las células de los haces vasculares. Finalmente, las plantas CAM se encuentra en un 7% de especies de plantas, siendo descubiertas primero en la familia Crassulaceae, y es una adaptación propia de especies con baja disponibilidad de agua. En estas plantas, la absorción y fijación de CO2 ocurre en horarios separados; mientras que en las plantas C3 y C4 ambos procesos se dan durante el día, en las plantas CAM la absorción de CO2 ocurre durante la noche, almacenándolo como ácido málico en las vacuolas, y luego se reconvierte en CO2 durante el día para usarlo en la fotosíntesis.
Esquema de los distintos procesos de fotosíntesis en
las plantas.
¿Y
cómo influyen todas esas características en su relación con el cambio
climático? Bien, resulta que las plantas C3 se hacen mucho menos eficientes y
productivas a grandes temperaturas, lo que es preocupante cuando hablamos de
cerca del 90% de las especies existentes, y que comprenden gran parte de los
cultivos humanos más importantes, como arroz, trigo, papas, tomates, y muchas
frutas, entre otros. Experimentos
con técnicas de enriquecimiento de dióxido de carbono aéreo
(FACE, por sus siglas en inglés) han mostrado que, aunque las plantas C3
tienden en efecto a incrementar su tamaño para una mayor actividad
fotosintética en altas concentraciones de CO2 atmosférico, la
composición química de sus hojas se ve alterada, pues hay una mayor presencia
de carbohidratos no estructurales -almidones y azúcares- para compensar el
aumento de área de la hoja, con una correspondiente reducción en proteínas y
nitrógeno en los tejidos de la hoja; así mismo, la concentración de proteínas
en las papas y en granos de arroz y trigo también disminuye.
En
otras palabras, esto significa que, a medida que la concentración de CO2
sea mayor en la atmósfera, gran parte de nuestra dieta vegetal verá reducida su
calidad nutricional, así como su aporte de nutrientes a los suelos tras la
descomposición, alterando así la estabilidad de los ecosistemas por la
creciente pobreza de los suelos. A su vez, la menor calidad del suelo significa
que las plantas tendrán menos disponibilidad de nutrientes para aprovechar el
incremento de CO2 en la fotosíntesis, y entonces su capacidad de
crecimiento se desplomaría. Se salvarían unas pocas especies de consumo como el
maíz, la caña de azúcar y las legumbres, que son plantas C4, y
cuyo crecimiento no está tan limitado por la presencia de carbono.
También se espera un mayor riesgo de plagas en los cultivos, pues los insectos
y otros animales herbívoros aumentarían su tasa de consumo para compensar la
falta de nutrientes en su dieta.
Y
apenas me queda tiempo para hablar de las
potenciales afecciones genéticas que puedan surgir con el
crecimiento de la temperatura. Aunque aún falta mucha investigación al
respecto, se ha sugerido que la alta concentración de CO2 puede
también desregular los genes involucrados en el transporte radicular del nitrógeno,
y los genes de la propia fotosíntesis.
¿No
podríamos plantar en masa para contrarrestar la concentración de dióxido? Es un
bonito gesto, pero no es una solución infalible. Recuerden que no todas las
plantas tienen la misma capacidad de absorción y fijación de CO2,
y además necesitaríamos un intenso enriquecimiento de los suelos para sus
requerimientos nutricionales, por todo lo expresado anteriormente.
Se ha sugerido que la edición genética podría darnos una mano. En concreto, tratar de desarrollar variedades de plantas C3 con rasgos fisiológicos de plantas C4, con el fin de una mejor adaptación a las grandes concentraciones de CO2, o modificar los genes asociados con la respuesta negativa a tales condiciones. Por supuesto, necesitaríamos identificar primero dichos genes. Y aunque no es una idea que desdeñe, hay que reconocer que por ahora estamos lejos de alcanzar un objetivo semejante. Lo primordial, algo que está dentro de nuestras capacidades, es reducir nuestras emisiones de CO2 pronto. Es una medida que se plantea constantemente, sobre la cual se plantean acuerdos y compromisos internacionales, y aún así seguimos lejos de alcanzar unos mínimos recomendables.
Espero que, con
esta detallada explicación, quede claro que el papel del dióxido de carbono en
el deterioro ambiental no sólo está comprobado, sino que puede llegar a ser
incluso más serio. Mi intención es no sólo darles la información necesaria para
que comprendan esta problemática, sino también para que tengan en cuenta que no
siempre aquellas cosas que nos suenan obvias en un primer vistazo son reales o
simples.
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