La sombra del rinoceronte

 


I

El pasado 9 de junio se celebraron las elecciones en el Parlamento Europeo. Si bien no fue precisamente sorpresiva para muchos, consolidó un giro de las fuerzas políticas desde el centro político hacia la derecha. El Partido Popular Europeo (PPE), la principal fuerza conservadora en el Parlamento, logró hacerse con 190 de los 720 escaños en la organización internacional, seguidos de los partidos de centro Socialistas y Demócratas (S&D) con 136 escaños, y Renovación Europa con 80.

Por otro lado, aunque no fue con un escenario tan fuerte como se proyectaba, sí se observó un fuerte e inquietante avance en los partidos de ultraderecha. Conservadores y Reformistas (ECR) ganó 76 escaños, 13 más que en las elecciones de 2019, mientras que Identidad y Democracia (ID) se quedó con 58. Dentro de ECR, presidido por la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, se incluyen entre otros su propio partido, Hermanos de Italia, y el partido ultranacionalista español Vox, mientras que en ID participan Agrupación Nacional, de la francesa Marine Le Pen, y Alternativa por Alemania (AfD). Juntos constituyen un total de 134 escaños, una cuarta parte de los escaños del Parlamento, convirtiéndose así en una fuerza importante dentro de las decisiones de esta organización.

A nivel local, los escenarios también llaman la atención. En Francia, Agrupación Nacional se convirtió en la primera fuerza política, mientras que AfD superó en su país a la coalición del primer ministro Olaf Scholz, a pesar de sus propios escándalos de corrupción. La ultraderecha también alcanzó victorias contundentes en naciones como Austria, Bélgica, Hungría y Países Bajos. Sin duda, estos ultras serán jugadores importantes en el panorama político de los próximos años.

¿Y qué políticas presentan estos partidos? Se tratan principalmente de políticas de proteccionismo económico, destinadas en apariencia a rescatar a las naciones de sus fuertes problemas causados por las crisis económicas globales y la transición verde. Pero también hay mensajes nacionalistas, enfocados en restringir el flujo de inmigración, especialmente de países musulmanes, así como una fuerte oposición a temas progresistas como los derechos sexuales y reproductivos y los matrimonios entre parejas del mismo sexo. Aunque son partidos que se distancian de símbolos y discursos explícitamente fascistas –pero no olvidemos el pasado neofascista de Meloni y las denuncias contra miembros de AfD-, utilizan mensajes cercanos en esencia, mucho más disimulados, que hablan de la recuperación de la identidad nacional, la salvación de la verdadera democracia y un apoyo al libre mercado. Es una nueva dinámica política, a la que el historiador Enzo Traverso se refiere en su libro Los nuevos rostros de la derecha como postfascismo.

En su obra El rinoceronte, Eugene Ionesco nos relata el ascenso del fascismo en la sociedad a través de una sátira en que las personas de repente se convierten en rinocerontes que destruyen todo a su paso, y a los cuales la población de un pequeño pueblo al principio teme, pero luego poco a poco se acostumbran y lo normalizan. Así mismo, los discursos más radicales de la derecha se han ido haciendo habituales y tolerados en los últimos años, algo que nos inquieta mucho. ¿Cómo es que hemos llegado a habituarnos a la presencia de estos elementos más extremistas en la sociedad? ¿Por qué cada vez más personas encuentran estos discursos como una opción política viable?

II

Para entender el giro prominente hacia la ultraderecha, necesitamos situarnos en el adecuado contexto sociopolítico. La crisis financiera de 2008 en Estados Unidos repercutió a nivel global a niveles que aún se resienten hoy, y la crisis del euro de 2010 sólo incrementó el problema para las naciones en la Unión Europea, momento en el que movimientos políticos euroescépticos comenzaron a levantar cabeza. Los países decidieron atender en conjunto el problema con políticas de austeridad que significaron importantes recortes en inversión social, mientras al mismo tiempo rescataban financieramente a las instituciones afectadas económicamente por las crisis, con lo que millones de ciudadanos se sintieron traicionados por quienes los gobernaban.

No fueron las únicas dificultades. La guerra en Siria desató una crisis de refugiados que sobrepasó a muchos países europeos. La pandemia de COVID-19 también generó problemas económicos debido a los confinamientos. Las regulaciones debido al cambio climático tienen descontento a sectores rurales y agrícolas, lo que se ha traducido en protestas en Alemania, Bélgica y Francia. Y la reciente invasión de Rusia a Ucrania ha generado inquietudes en la población, tanto por el apoyo de la Unión Europea a Kiev como por las sanciones al combustible ruso, lo que ha disparado los costos de energía.

Pero además, sienten con recelo los cambios acelerados que han ocurrido en la sociedad en los últimos años. De pronto, hay un énfasis en los enfoques de género al hablar sobre violencia. Hay un flujo de inmigrantes que se percibe cada vez mayor. Las minorías sexuales parecen ocupar cada vez más espacios públicos. Esto puede desconcertar a una parte de la población, que siente que sus gobiernos están más ocupados en “contentar” a estos sectores de la población que a una gran parte de la misma que necesita soluciones al diario vivir.

Estos temores son más bien infundados, pero en tal situación, muchas personas han dejado de sentirse representadas por los políticos tradicionales. Mientras el electorado obrero anhela soluciones simples y contundentes ante las problemáticas que enfrenta, los grandes capitales prefieren evitar cambios radicales a nivel comercial que puedan perjudicar su propio poder. Y los ultraderechistas han sabido capitalizar mejor esos temores e inquietudes. Proponen políticas migratorias más estrictas, combatir e incluso revertir las políticas verdes, el rescate de valores tradicionales, el mantenimiento de las jerarquías, el proteccionismo económico, la autonomía nacional.

No nos equivoquemos: las bases políticas postfascistas siguen siendo tan radicales como siempre. Pero su imagen es mucho más atractiva para los votantes. Ante el fracaso del Brexit para Reino Unido, se han alejado del discurso de abandonar la Unión Europea, para más bien influenciarla desde su interior. Se han encargado de sanitizar su discurso a nivel estético, y con demostraciones de aparente moderación: Le Pen, por ejemplo, no sólo cambió el nombre de su partido -antes llamado Frente Nacional- al hacerse su presidenta en 2012, sino que además realizó una purga de los miembros más perjudiciales, incluyendo a su propio padre, el infame Jean-Marie Le Pen. Se presentan como una opción enfrentada al establecimiento, encarnado según ellos en los tecnócratas burocráticos de la Unión Europea y los progresistas pusilánimes a nivel local.

Por otro lado, la derecha más tradicional y el centro han sido responsables en parte de semejante giro. No sólo porque han sido incapaces de poner un freno a los excesos capitalistas de las grandes corporaciones sino porque, asustados por el crecimiento de los derechistas radicales, han ido incorporando poco a poco sus propuestas más duras a nivel local, con el fin de apaciguar a sus votantes, como ha pasado en el tema de la inmigración; incluso el propio Parlamento Europeo ya aceptó un nuevo pacto migratorio más estricto. Pero eso sólo ha legitimado a los partidos de ultraderecha a los ojos del electorado. Si pueden votar por quienes ofrecen el paquete completo, no se conformarán con aquellos que van incorporando sus ideas a cuentagotas.

La izquierda tampoco se libra de su papel en el escenario actual. Ante la crisis económica, los gobiernos de izquierda de la época priorizaron también el apoyo a las grandes empresas mientras exigían austeridad en inversión social, y muchos partidos tuvieron que pactar con otros grupos para mantener la gobernabilidad, con lo que terminaron limitados para ejecutar los cambios prometidos a la población. Por supuesto, el electorado acabó decepcionado de sus gestiones: visto lo ocurrido, para ellos la izquierda acabó siendo otra parte de los políticos de siempre, mientras que muchos de los políticos de ultraderecha se presentan como alejados del establecimiento, encarnando en buena parte un sentimiento antipolítico que también les ha dado fuerza electoral.

Finalmente, no se puede descartar el papel de los medios de comunicación y las redes sociales, tanto en la difusión como en la normalización de contenidos de extrema derecha para la población. En el primer caso, noticieros y periódicos invitan y replican constantemente a personajes como Le Pen, Geert Wilders y Santiago Abascal, muchas veces sin confrontar o analizar objetivamente sus declaraciones, lo que termina dándoles un aire de validez. En el caso de las redes sociales, el enfoque prioritario de sitios como Facebook, Twitter/X y TikTok en la viralización y generar ganancias los ha hecho débiles en controlar la difusión de contenido radical, y la sencillez e inmediatez del mismo ha sido aprovechado por figuras radicales para presentar ideas y propuestas reaccionarias a un público cada vez más joven. Como resultado, el voto a la extrema derecha ha crecido entre el electorado menor de 30 años, tendencia que podría mantenerse en los próximos años.

III

¿Qué podemos esperar a futuro? Las consecuencias de estos resultados no se han hecho esperar. En Francia, Macron decidió adelantar las elecciones parlamentarias, lo que muy probablemente se traduzca en un amplio triunfo para Le Pen. Mientras tanto, en Alemania, la coalición de Scholz tendrá que enfrentar la presión del crecimiento de AfD, y las elecciones serán reñidas cuando deje el cargo el próximo año. El poder de la ultraderecha se mantiene firme en Italia y Hungría, países con gobiernos más conservadores.

La victoria de la ultraderecha también envía un mensaje contundente a Estados Unidos. El descontento de las clases populares ante el alto costo de vida fue bien aprovechado por mensajes radicales que son bastante similares a los empleados por Donald Trump. A pesar de las críticas que enfrenta y su reciente condena judicial, el expresidente tiene fuertes posibilidades de volver a la Casa Blanca, aun cuando su discurso es cada vez más evidentemente autoritario, en contraste al esgrimido por la mayoría de figuras de extrema derecha en Europa.

Ahora, ¿qué tan amplio será el margen de acción de la ultraderecha en el propio Parlamento? Sin duda habrá cambios a nivel de políticas ambientales y el manejo presupuestario. De momento, la presidenta del Parlamento, Ursula von Leyden, ha manifestado su interés de mantener una coalición fuerte con los partidos socialdemócratas y liberales, con lo que parece que buscará establecer un “cordón sanitario” ante el ascenso de ECR e ID. Por otro lado, a nivel local los partidos de extrema derecha tienen preocupaciones e intereses muy específicos a contextos nacionales, lo cual los hace irónicamente menos cohesivos dentro del Parlamento, y ya han tenido discrepancias con respecto a la inclusión de partidos especialmente radicales en una gran coalición. Pero no dejarán de ser piezas importantes en el ajedrez político europeo de los próximos años.

Por su parte, la izquierda necesita reconstruir su mensaje al electorado. Como mostró el triunfo de la Alianza de Izquierda en los comicios locales de Finlandia, por encima del ultraderechista Partido de los Finlandeses –parte de la actual coalición de gobierno-, las propuestas políticas de la izquierda necesitan combinar sus políticas ambientales y climáticas con las inquietudes en materia de derechos laborales, inversión social y distribución de recursos, así como recoger las quejas de la población sobre coyunturas internacionales como la guerra en Gaza y la invasión a Ucrania. Al mismo tiempo, el fracaso de las coaliciones de gobierno en los países nórdicos –los pocos en donde la extrema derecha fue derrotada en las recientes elecciones- ofrece también un ejemplo concreto de cómo la extrema derecha traiciona sus promesas a la ciudadanía al llegar al poder. La izquierda necesita ofrecer, sobre todo, esperanza sobre el futuro. En palabras de Li Andersson, líder de Alianza de Izquierda y futura miembro del Parlamento Europeo:

La extrema derecha gana mucho con el cinismo acerca del futuro. Arrastra la atmósfera política en una dirección donde es tan terrible que mucha gente ya no quiere involucrarse en política. Tiene un efecto negativo y real en la democracia, especialmente para gente en grupos minoritarios. Y así, mi otra lección de los resultados de las elecciones en los países nórdicos es que para contrarrestar a la extrema derecha, necesitamos una política rojiverde que cree esperanza. Necesitamos mostrarle a la gente que somos capaces de responder a la gran crisis ecológica que afecta todo nuestro futuro, que no hemos perdido esta carrera, que hay una posibilidad de cambiar la situación.

Desde las redes sociales, también hay un trabajo importante por realizar. Tenemos que estar combatiendo constantemente la desinformación y las narrativas sesgadas de la extrema derecha. Debemos mantener un ojo crítico y denunciar la irresponsabilidad de los medios de comunicación al promover los discursos ultraconservadores. Pero no sólo explicarle a la gente en qué fallan esos mensajes reaccionarios, sino ayudar también a que puedan identificar por sí mismos cuándo una narrativa en apariencia lógica está buscando simplificar la realidad a través de la estigmatización y el odio.

No podemos seguir habituándonos a la presencia del rinoceronte, porque al final lo único que busca es pisotear todo. Necesitamos contenerlo.

 

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