Diez apuntes sobre la destrucción en Gaza
El pasado 7 de octubre, la organización subversiva Hamas lanzó desde Gaza una serie de misiles e incursiones coordinadas en la frontera con Israel, en pleno sabbat judío y a casi cincuenta años de la Guerra del Yom Kippur. En el ahora llamado “Sábado Negro”, miles de combatientes del grupo terrorista atacaron varios kibutz fronterizos, bases militares e incluso un festival de música rave, dejando un salto de cerca de 1.200 muertos, 859 de ellos civiles, otros miles de heridos, y unos 250 ciudadanos, entre civiles y soldados, tomados como rehenes.
Como
respuesta, el Estado israelí lanzó una ofensiva militar hacia la Franja de
Gaza, enfocados en supuestamente derrotar a Hamas y recuperar a los
secuestrados, bajo el argumento de la legítima defensa. Sin embargo, tras más
de 60 días de conflicto, es difícil seguir otorgando legitimidad a tal
discurso. Mientras escribo estas palabras (20 de diciembre), los intensos
bombardeos y asonadas militares de Israel han provocado la muerte de más de 20.000
civiles palestinos (entre ellos cerca de 10.000 niños), herido a otros 20.000,
y desplazado a casi dos millones de civiles (más del 85% de la población de
Gaza) de sus viviendas. Miles de edificios, incluyendo universidades, hospitales
y hasta mezquitas medievales, se han convertido en polvo bajo el intenso
bombardeo.
El
conflicto entre Israel y Palestina es uno de los más difíciles de analizar, no
sólo por la gran cantidad de pasiones y sesgos que despierta, sino porque
también evidencia la monumental hipocresía de los líderes mundiales en cuanto a
las violaciones a los derechos humanos, la impotencia de las instituciones
internacionales frente a crímenes de guerra, el intenso complejo de culpa de
Occidente y la pereza intelectual de muchos a la hora de considerar cualquier
conflicto que involucre al islam. Mi interés con esta entrada no es ofrecerles
una respuesta final, sino presentar una serie de puntos importantes a tener en
cuenta sobre la actual guerra y lo que yo considero que deberían ser los
caminos a tomar, pero sin exigir compromiso con ello al lector.
I) Es imposible ignorar el contexto
histórico de la violencia en Palestina
Por
mucho que los atentados del pasado 7 de octubre fuesen repudiables, y merezcan
y necesiten el debido rechazo de todo el mundo, el intento de los políticos
israelíes y estadounidenses por empujar la narrativa de que debemos analizar la
actual guerra sólo en el contexto de esa masacre es erróneo. Si queremos
entender de verdad qué es lo que está ocurriendo con Palestina e Israel,
tenemos que remontarnos a la historia tras la fundación del Estado israelí, y
todo el conflicto subsecuente.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, y el ascenso de hostilidades intestinas en el territorio del entonces Mandato Británico de Palestina, las Naciones Unidas formularon en 1947 el Plan de Partición de Palestina, con el objetivo de asegurar un 56% del territorio como nación judía, el naciente Estado de Israel; un 42% seguiría siendo Palestina; y un 2% restante –las ciudades de Jerusalén y Belén- como zona internacional. Este plan no fue visto con buenos ojos por las organizaciones árabes internacionales, ya que la población árabe palestina constituía un 67% del total entonces, y era una violación a su libre autodeterminación. Así que en 1948, tras la fundación del Estado de Israel, la Liga Árabe invadió el territorio, siendo repelida por el naciente Estado. Cerca de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus territorios y huyeron a campos de refugiados en naciones circundantes, evento recordado amargamente hasta hoy como al-Nakba, La Catástrofe.
Pero
en 1967, tras la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó ilegalmente y tomó
control militar de Cisjordania y la Franja de Gaza, territorios palestinos
controlados respectivamente por Jordania y Egipto desde 1948. Más de 300.000
palestinos fueron expulsados de Cisjordania. La ocupación se mantuvo a pesar de
otros intentos de coaliciones árabes por liberar Palestina, y en 1987, esto
provocó la primera intifada, una serie de levantamientos en el territorio
anexado; surgió un proceso de paz que dio lugar a los Acuerdos de Oslo de 1993,
que permitiría a la Organización por la Liberación Palestina (OLP) asentarse en
los territorios ocupados y establecer la Autoridad Nacional Palestina. El
asesinato del Primer Ministro de Israel a manos de un militante connacional de
extrema derecha haría que el nuevo gobierno rechazada los acuerdos.
Tras
la segunda intifada (2000-2005), el Primer Ministro israelí, Ariel Sharon,
decretó la retirada de militares y colonos israelíes de Gaza, terminando así en
formalidad la ocupación, aunque en realidad Israel sigue controlando las rutas
aéreas, marítimas y de bienes y servicios hacia el territorio. En 2007, tras un
choque producto de la escisión entre los grupos insurgentes Fatah y Hamas,
Israel impuso un bloqueo naval a Gaza que persiste hasta hoy. Conflictos
esporádicos han surgido desde entonces, con grandes bajas sobre todo del lado
palestino, hasta que en 2022 subió al poder en Israel la coalición de Benjamin
Netanyahu, que ha implementado políticas de extrema derecha que poco a poco han
apretado la presión sobre Gaza.
Créanme
que esto no alcanza a cubrir toda la extensión del conflicto, sino que es un
resumen más o menos práctico. Lo que deben entender es que no se puede hablar
del choque actual sin situarnos en todos los elementos históricos que dieron
origen a las fuerzas en conflicto, en especial cuando Israel sigue ejerciendo
un férreo control sobre gran parte de los elementos del diario vivir de los
gazatíes. La masacre del 7 de octubre es apenas otro ejemplo reciente de una
larga y cruel historia; ni siquiera se puede considerar una “ruptura genuina”
del cese al fuego, puesto que 39 israelíes y 247 palestinos habían muerto antes
del Sabbat Negro, además de que cientos de palestinos han sido desplazados por
colonos israelíes promovidos por grupos sionistas. En una lucha que lleva
décadas, y que no parece estar cerca de terminar, el contexto histórico es
fundamental.
II) Las acciones del 7/10 son a todas
luces condenables
Dicho
todo lo anterior, las acciones de Hamas y otras milicias aliadas en la invasión
y masacre del 7 de octubre son una
violación grave de derechos humanos, y merecen
el rechazo internacional. Hay muchas lecturas equivocadas o edulcoradas
sobre la organización, pero sus ataques a la población civil deben ser a todas
luces inadmisibles por cualquier persona.
Debo
también contextualizar, porque las comparaciones de “Hamas es ISIS” o que “son
peores que los nazis” son salidas simplistas y ridículas que evitan una
evaluación seria de las partes en conflicto. Hamas no es un grupo
fundamentalista islámico; es difícil incluso considerarle terrorismo religioso,
a pesar de su carácter religioso. Hamas es, ante todo, un grupo subversivo de
corte nacionalista. Nació en 1987 con
la primera intifada, con el objetivo de expulsar a “la entidad sionista” del
territorio palestino y la destrucción del Estado de Israel. Tras unas
elecciones legislativas en 2006, obtuvieron la mayoría en el Concejo
Legislativo Palestino, y desde 2007 tienen el control de la Franja de Gaza; en
2017 presentaron una nueva
carta de objetivos, retirando el lenguaje antisemita, enfocando
su conflicto hacia el sionismo y no a los judíos y abogando por el
reconocimiento de un Estado de Palestina dentro de los límites de 1967.
Irónicamente, han
sido financiados por el propio Israel, quien buscaba de esta
forma mantener en conflicto al pueblo palestino y evitar así la independencia.
Pero
ese contexto no puede distraer del hecho de que Hamas ha cometido crímenes
internacionales. Incluso ignorando los hechos del 10/7, la organización es muy
reconocida por el uso de carros bomba y ataques suicidas a la población civil,
y ha entrado en otras guerras periódicas, no sólo contra Israel sino también
contra Fatah, que han puesto en peligro a la población civil, a pesar de que
cuentan con un amplio apoyo (comprensible, dada la crisis humanitaria por el
rigor de Israel). Sobre el Sabbat Negro, además de las masacres y secuestros,
hay también denuncias de violencia sexual, que si bien no han podido ser
verificadas (y hay razones para poner en tela de juicio el relato de Israel,
ver Punto VII), de comprobarse no deja de ser un uso atroz de la sexualidad
como un arma de guerra, en un día considerado sagrado para el judaísmo. Las
circunstancias de represión y maltrato contra el pueblo palestino no pueden
excusar las acciones del grupo terrorista contra otras poblaciones civiles.
III) Esto es un genocidio
Por supuesto, grupos como Hamas son el resultado del apartheid en el que viven los ciudadanos palestinos en Israel. Aislados en un muro, con permisos laborales restringidos fuera de él, bloqueados por tierra, aire y mar, con los servicios básicos controlados por Israel, y sin una noción verdadera de poder sobre su propio destino, Gaza es considerada por muchos una prisión a cielo abierto o un gigantesco campo de concentración. Y dado el constante estado de violación a los derechos humanos, y el asesinato de civiles palestinos por parte de las fuerzas militares, muchos temían que la represalia de Israel a los atentados del 10/7 fuese una forma de castigo colectivo hacia la población gazatí.
Resultó
siendo mucho peor. Desde la primera semana tras los atentados, se empezó a
denunciar la respuesta desproporcionada de Israel, con bombardeos en alfombra sobre
la ciudad de Gaza. Bajo la justificación de que Hamas ha construido una red de
túneles a lo largo y ancho de la ciudad, la IDF (siglas en inglés de las
Fuerzas de Defensa de Israel) ha destruido en estos meses gran parte de la
infraestructura en Gaza, destruyendo no sólo edificios de apartamento y casas,
sino también hospitales, el
Ayuntamiento de Gaza –donde residían documentos de importancia
histórica-, la
librería Al Mansur, las
universidades de al-Azhar e Islámica de Gaza, y hasta refugios o
áreas a las que previamente había dirigido a la población civil. ¡Incluso ha
habido ataques contra Cisjordania, ciudad que no tuvo nada que ver con las
incursiones de octubre, y donde ni siquiera reside Hamas! A todas luces, la
“aniquilación de Hamas” parece ser una prioridad que pasa sin problemas por
encima del Derecho Internacional Humanitario, incluso considerando la situación
de los rehenes.
De
hecho, es bastante obvio que los secuestrados no son su prioridad, pues el 16
de diciembre se reveló que la
IDF disparó letalmente a tres personas que mostraban telas blancas y gritaban en hebreo que no les
dispararan. Y ni siquiera eso ha sacudido la atención de los muchos apologistas
sionistas por fuera de Israel, que al principio, cuando sólo se sabía del
crimen, aseguraban que Hamas los había disfrazado de mujeres con hiyab, lo cual
sugiere que los mataron no por creerlos combatientes, sino por considerarlos
palestinos. En noviembre se dio un intercambio parcial de rehenes por
prisioneros palestinos (muchos de estos jóvenes que fueron encerrados de
adolescentes bajo cargos absurdos), pero tras el retorno de las hostilidades,
Netanyahu se ha negado reiteradamente a un cese al fuego. El interés de esta
masacre no es salvar a los israelíes, es aniquilar o expulsar a los palestinos
de sus territorios y ocuparlos por completo.
Como comentaba, la población civil palestina ha sido la más afectada por la respuesta de Israel, con grandes bajas especialmente entre los menores de edad. Ni siquiera las ambulancias o la prensa ha sido respetada en estos meses: 89 periodistas han muerto desde el inicio de las hostilidades, 17 en el ejercicio de sus funciones, y varios han sido asesinados en ataques quirúrgicos que dan cuenta de una planificación premeditada. Se trata, proporcional al tiempo, de la guerra más letal para la población civil, y en especial infantil, de los tiempos modernos, y no son pocos quienes catalogan este conflicto como un genocidio contra el pueblo palestino.
La
sugerencia no es exagerada. No sólo porque los crímenes de guerra ya son más
que evidentes a estas alturas (el argumento de Israel de que muchos son escudos
civiles es una pobre racionalización post hoc), sino porque las acciones desde
inicios de octubre, y las condiciones a las que someten a la población
palestina, cumplen de sobra con varias de las características bajo la
Convención del Genocidio, como
las describo aquí. Además de esto, disparan a civiles
desarmados, les han cortado los servicios de agua y electricidad, les lanzan
bombas, e incluso pasan por encima, literalmente, de tiendas donde atienden
heridos… No tiene que cumplir todas las características para notar que, en
medio del discurso etnonacionalista del gobierno de Israel, la represalia
actual tiene todos los visos de una limpieza étnica, y en un todo es una de las
campañas militares más atroces de los tiempos modernos.
IV) Sí hay un incremento en
antisemitismo… al igual que en islamofobia
Cuánto
han afectado las masacres en Gaza a la percepción popular de Israel es un poco
difícil de tasar, en parte porque tanto Israel como sus aliados intentan
empujar el sinsentido de que criticar el proyecto sionista, pedir que Palestina
sea libre, o siquiera un cese al fuego es antisemitismo (ver puntos V y VIII).
Lo que es un hecho es que las reacciones antisemitas y sobre todo islamófobas
en redes sociales se perciben cada vez más frecuentes.
Comentarios
de estilo castigo colectivo contra los judíos, videos celebrando los atentados
de octubre, decir que Hitler tenía razón, que el único problema del Holocausto
es que no fue absoluto… No han sido muy raros en redes sociales como Twitter/X.
Al mismo tiempo, ataques islamófobos, como insinuar que Israel debió eliminar a
Palestina hace tiempo, o que desde concepción todo musulmán es un antisemita
homicida, o que todos en Palestina son terroristas en potencia, se pueden
encontrar con mucha frecuencia. Y es de destacar los increíblemente
irrespetuosos ejemplos de blackface y
burlas que en redes como TitTok han subido decenas de civiles israelíes que
menosprecian o se ríen de la crisis humanitaria de los gazatíes.
Complicando
las soluciones a este contenido están las propias limitaciones operacionales o
reglamentarias en las redes sociales, como el hecho de que Elon Musk despidió a
gran parte del equipo en Twitter que se encargaba de lidiar con la
desinformación y los discursos de odio, y está constantemente replicando
contenido de extrema derecha y antisemita. Las propias ambigüedades en lo que a
discurso protegido se refiere en varias naciones, sumado a la propia narrativa
deshumanizante del gobierno de Israel contra la población gazatí (PuntoVI),
sólo dificultan el control y manejo de estos contenidos.
V) Criticar el sionismo no es
antisemitismo
En
medio de la propaganda israelí (Punto VII), tanto el gobierno como judíos en
todo el mundo, e incluso personas que ni siquiera son judías, han intentado
desviar y reducir las críticas a las acciones criminales del Estado israelí y
el problema del discurso sionista con la carta del antisemitismo. De acuerdo
con esto, si eres antisionista, y rechazas que Israel tenga el derecho a
conformar una nación propia, eres entonces alguien que no quiere que el pueblo
judío viva con tranquilidad, e incluso los repudias. Incluso pensadores como
Jerry Coyne (Punto IX) han caído en esta falsa equivalencia.
Pero por supuesto, el sionismo no es lo mismo que la identidad étnica judía. El sionismo es una doctrina política nacionalista, surgida, sí, ante la persecución antisemita del siglo XIX, pero como parte del auge de movimientos nacionalistas y étnicos de la época. Está influido por la identidad compartida de la religión y la historia, pero es sobre todo una idea política de que los judíos no son una etnia o una religión, sino una nación, y como tal merece un Estado independiente. De hecho, irónicamente, la mayor parte de los sionistas no son judíos, sino cristianos. Hay corrientes evangélicas y protestantes que apoyan el reclamo de Israel, bajo la idea de que una vez que culmine “el exilio de las doce tribus”, iniciará el fin de los tiempos. Otros lo hacen por un complejo sentimiento de culpa por los horrores del Holocausto (Punto VIII). Y otros son irónicamente antisemitas, que prefieren que los judíos estén todos en Israel, y no que hagan parte de su visión blanca y cristiana de la sociedad.
Sin
embargo, esto no significa que pueda tomar decisiones sobre quienes ya
habitaban Palestina por muchos siglos sin consultarles, y menos causar crisis
humanitarias al controlar sus condiciones de vida, razón por la que de hecho,
muchos judíos en el mundo condenan las acciones del Estado de Israel y abogan
por la solución de dos estados. No todo judío es sionista, y esto no los hace
antisemitas, porque el sionismo no es parte de la identidad semita como tal. Es
incluso la presencia de esta doctrina nacionalista, lo que ha acercado al
Estado de Israel a infligir los horrores que el propio pueblo judío padeció en
tiempos anteriores, y que tantas personas parecen evitar reconocer. Es por ello
que cada vez son más las propias comunidades judías que denuncian las
atrocidades de Israel, y abogan por un cese al fuego y una solución de dos
estados.
VI) Israel es un etnoestado con un serio problema de discriminación
Todo esto no ha sido más que reforzado con el discurso agresivo y discriminador del Estado Israelí. “Jamás habrá dos Estados en Israel, “No hay niños inocentes en Gaza”, “Destruiremos a Amalec” (un pueblo bíblico al que Israel buscó exterminar más de una vez en el Antiguo Testamento), “Los palestinos apoyan totalmente las acciones de Hamas”, “Que vayan a ocupar Jordania o los campamentos de refugiados en el Líbano”, “La segunda Nakba”, son algunas de las ruines declaraciones, desde secretarios hasta el propio Netanyahu, quien incluso declaró recientemente que es responsable por el fracaso de la conformación del Estado palestino luego de los Acuerdos de Oslo, y está orgulloso de ello. Es una narrativa ultraconservadora que da cuenta de cómo el sionismo estatizado minimiza y desprecia cualquier posibilidad de que Palestina tenga independencia y una porción del territorio que llevaban siglos ocupando antes de las migraciones judías.
No
es una acusación excesiva. Desde el final de la Guerra de los Seis Días, los
gobiernos israelíes han permitido el asentamiento de colonos israelíes en las
tierras fronterizas de Gaza y sobre todo Cisjordania (una medida ilegal en el derecho internacional), lo
que ha incrementado choques entre civiles, y la agresividad en la ocupación se
ha incrementado durante el gobierno de Netanyahu, aliado con facciones
religiosas ultraconservadoras. Estos colonos, muchas veces armados, son también
ultranacionalistas y sionistas con la meta expresa de bloquear toda posibilidad
de establecer un Estado palestino a través de la ocupación de sus tierras. Por
supuesto, no están muy conmovidos por los ataques a Gaza, e incluso hay
denuncias de su participación en las hostilidades hacia civiles.
Es
incluso peor. Desde 2018, la ley constitucional define a Israel como “la nación
Estado del pueblo judío”, y permitió la construcción de asentamientos en
territorio palestino. Desde la fundación de Israel, distintas medidas de
judaización se han implementado en el área del desierto del Néguev, abusando de
los miles de beduinos que habitan allí. La idea de que los palestinos tienen
suficientes derechos en Israel no es más que una mentira muy bien contada, y en
las últimas décadas Israel se ha empeñado no sólo en que sus condiciones de
vida sean aún más deshumanizantes, sino en cerrar cualquier oportunidad de
libre determinación. Y ni siquiera las propias comunidades judías escapan de su
etnonacionalismo, pues los judíos de origen etíope han elevado por años
denuncias de racismo sistémico en cuanto al acceso a educación, brutalidad
policíaca y restricciones a donaciones de sangre.
VII) La maquinaria de propaganda pro-Israel ha sido manipuladora y deshumanizante
El
gobierno de Israel, sobre todo la IDF, ha sido constante en emitir propaganda a
favor de sus acciones en Gaza, y más
se esfuerzan en generar estas piezas apologistas que
lo que demoran en redes sociales en dejarlos en evidencia. Que
cuarenta bebés fueron decapitados, una mentira que repite hasta Joe Biden,
presidente de EE.UU., a pesar de que se demostró que era un bulo fabricado. Que
bajo el hospital al-Ahli existen túneles y bases periféricas de Hamas, y que
eso justificaba el bombardeo por encima de los heridos, bebés en maternidad y
pacientes en UCI, que no podían ser fácilmente trasladados, y que la grabación
que supuestamente mostraba los túneles era falsa. Que una supuesta enfermera
denunciaba que el hospital había sido tomado por Hamas, a pesar de que ningún
miembro del personal en al-Ahli la reconocía, y su inglés no tenía rastros de
acento árabe. Que enviaron un ultimátum para que el edificio fuese desalojado,
algo que fue desmentido con fuerza por la Organización Mundial para la Salud.
Que
una ambulancia llevaba armamento de Hamas, a pesar de que transportaba heridos,
y el personal médico jamás debe ser objetivo de guerra. Que se violaron
montones de mujeres durante el 10/7, a pesar de que no se ha generado evidencia
hasta ahora, y las autoridades israelíes han sido sospechosamente renuentes a
colaborar con entidades internacionales en la investigación. Que se encontró un
tomo de Mein Kampf en una habitación
infantil, aunque el libro se veía extrañamente limpio para haber salido de un
edificio bombardeado como el que mostraron.
Es
cierto que algunas noticias, como los delitos sexuales, pueden ser plausibles.
Otras se sienten como esfuerzos desesperados por presentar a los palestinos en
general como monstruos que cubren a Hamas sobre cualquier circunstancia. Lo cierto
es que Israel ha salido perdiendo en general con la propaganda internacional,
puesto que a diferencia de acusaciones como la supuesta existencia de armas de
destrucción masiva en Irak, que tardaría años en descubrirse como una mentira,
es difícil ajustar la maquinaria de relaciones públicas con una realidad que se
está viendo a diario, gracias a los cientos de periodistas y los propios
palestinos que transmiten imágenes de la barbarie, las cuales se transmiten a
gran velocidad en la Internet. Sencillamente, Israel no es tan poderoso para
frenar esto.
Por
otro lado, es casi graciosa la forma torpe en que funcionarios del gobierno
israelí acusan a muchos críticos y denunciantes de ser cómplices de Hamas, o
incluso de proteger los intereses del grupo terrorista. A la Creciente Roja,
Médicos sin Fronteras, incluso a la ONU les han acusado de alojar o transportar
en sus instalaciones a militantes de Hamas, o estar alineados ideológicamente
por ellos. Y sepan: todas estas son organizaciones que han denunciado ataques
indiscriminados por parte del ejército israelí a vehículos, instalaciones o
incluso miembros de sus fuerzas. Si no fuese en medio de una brutal represión
militar, sería hasta cómico el esfuerzo tonto de Israel por jugar a la
conspiranoia.
Desafortunadamente,
poco les importa que gran parte del mundo no les crea, si han tenido a
poderosos aliados como Estados Unidos apoyando su causa, y muchos medios
internacionales importantes replican su propaganda sin mucha crítica. Y es
obvio que no les interesa si el público de a pie les cree o no. Después de
todo, los funcionarios públicos no tienen problemas en proponer ideas absurdas
como barrer del todo con Gaza y convertir
el espacio en un memorial como Auschwitz (¿y se supone que los
palestinos serían los criminales de semejante museo?); o un plan de cinco puntos post-Gaza propuesto por el representante de
Israel en la ONU, Danny Danon, en el que se contempla, entre otras cosas, la
“inmigración voluntaria” (léase: desplazamiento forzado) de los gazatíes a
otros países de Oriente, y una “rehabilitación económica” que suena a centros
de reeducación. Demasiado tiempo han contado con el favor de los líderes en
Occidente, y propaganda desmentida o no, parecen sentirse por encima de
cualquier consecuencia.
VIII) Las instituciones internacionales han fallado en condenar a Israel
La
condena a las acciones de Hamas en el 10/7 fue prácticamente universal. Era
esperable y bienvenido, así que las acusaciones de Israel sobre no ver críticas
al grupo terrorista cuando los gobiernos han empezado –muy recientemente- a
pedirle mesura en su campaña de exterminio son absurdas. Si en algo han sido
constantes los líderes de Occidente es en su descontento y rechazo hacia la
muerte de civiles en ataques terroristas.
No
obstante, esa celeridad a la hora de condenar los reiterados ataques de Israel
contra la población civil ha brillado por su ausencia. Durante el primer mes,
lo más cercano a una condena era pedir una respuesta proporcionada, pero al
mismo tiempo apoyar el derecho de Israel a la legítima defensa. Peor aún:
naciones como Estados Unidos, Reino Unido e incluso Alemania han optado por
levantar directivas que condenan como antisemitismo no sólo protestas a favor
de Palestina o criticando el sionismo, sino equiparar cualquier crítica
antisionista o incluso el empleo de frases como “From the River to the Sea, Palestine Will be Free” (Desde el río hasta el mar, Palestina será
libre) como apologías al genocidio, aun cuando funcionarios de Israel han
empleado esta última. Ni siquiera la ONU era particularmente contundente.
Con el tiempo, no obstante, y el incremento de denuncias ante los ataques a fuerzas médicas, periodistas y menores de edad, sumado a las protestas ciudadanas alrededor del mundo, algunos gobiernos empezaron a reaccionar y pedir más respeto por los civiles gazatíes. Y el asesinato de los tres rehenes sólo ha incentivado esa reacción, pues incluso EE.UU. y Reino Unido están abogando por un cese al fuego u otro intercambio de rehenes. Pero no dejan de manifestar aun así su apoyo a las acciones militares de Israel.
Es
indudable que parte de las motivaciones occidentales son políticas y
económicas. Israel es uno de los pocos aliados de EE.UU. y las potencias
europeas en Medio Oriente, y por lo tanto lo han respaldado por décadas,
incluso ante las denuncias de apartheid y violaciones a los derechos humanos en
los territorios palestinos; además, ya se sabe que se
han emitido varias licencias de exploración de gases en Gaza. Pero, por otro lado, percibo que otra gran parte de las
razones tras su pusilanimidad en condenar el genocidio es su propio sentimiento
de culpa con el Holocausto, donde millones de judíos fueron asesinados a pesar
de que el antisemitismo del régimen nazi se estaba denunciando desde antes incluso
de la Segunda Guerra Mundial, y que durante esta ya habían sospechas y
evidencia parcial acerca de la “Solución Final” de Hitler. Tal remordimiento
político, combinando con cierto nacionalismo y un propio antisemitismo
paternalista, fue también parte de la motivación tras la creación de un Estado
de Israel.
El
problema con estas motivaciones es que se acaban silenciando las voces y
evidencias de que está ocurriendo un nuevo episodio de barbarie comparable.
Sobre todo, la insistencia de que conceptos como el Holocausto o el apartheid
deberían ser específicos a un momento histórico y geográfico concreto nos ciega
cuando otros gobiernos, en especial aliados, recurren a herramientas de
opresión similares. Y es peor cuando aquellas medidas extremistas son empleadas
por aquellos que alguna vez fueron víctimas. Esto no es decir ni por asomo que
todo judío es un extremista comparable a un nazi, pero es indudable que el
gobierno de Israel está procediendo con tácticas criminales más cercanas al
fascismo que los persiguió que a un gobierno realmente democrático. Y a sus
aliados les ha importado un comino por demasiado tiempo.
IX) Muchas figuras escépticas han
sido deficientes en su análisis del conflicto
A
comienzos del año pasado, cuando empezó la invasión rusa a Ucrania, el
Escéptico de Jalisco publicó una opinión sobre lo
que los escépticos podemos ofrecer al respecto, más allá de sólo
señalar argumentos deficientes o denunciar noticias falsas en torno a la
guerraa. Pero una mirada personal me hace notar que, con la situación en Gaza, ni
siquiera en esto último hemos tenido un gran papel, a juzgar por la forma en
que muchos observan el conflicto desde el lente del ateísmo como fuente del
problema, lo que ya señalamos que es insuficiente para comprender la
complejidad de la guerra Israel-Gaza. Y ni siquiera es una lente limpia, puesto
que el sesgo antimusulmán en varios casos perturba una observación objetiva de
lo ocurrido, y se quedan en simplificaciones ingenuas y desdeñosas como “un
conflicto entre democracia y antidemocracia” o “un choque entre civilización y
salvajismo”.
Sam
Harris se mantiene en sus trece, con
análisis tan pobres como
el que publicó hace unos años acerca de por qué no critica a Israel, una excusa
perfecta para quienes evitan una reflexión más profunda. Richard Dawkins y
Jerry Coyne participaron en un podcast tan apologista de Israel que incluso
muchos de sus seguidores les reprocharon por propagandistas y
desbalanceados. Bill Maher, por supuesto, intenta
vincular las protestas contra Israel con las “guerras culturales” en Estados
Unidos, mientras culpa a los palestinos de rechazar las ofertas
de paz (ver Punto VI). Michael Shermer ha sido especialmente
reacio en que las
acciones de Hamas son incluso peores que las de los nazis, porque estos últimos
“al menos” intentaban esconder sus crímenes, y que si no apoyas a Israel pues
eres peor que los nazis, lo que viniendo de un especialista del Holocausto es desconcertante
en el mejor de los casos. En contraposición, siendo de los más críticos sobre
la supuesta captura ideológica de la academia por la izquierda y el riesgo a la
libertad de expresión, no parecen especialmente preocupados por la supresión de
discursos y protestas pro-Palestina en algunas universidades, o la destrucción
de mezquitas e iglesias de importancia histórica, algo que en tiempos de los
talibanes o de ISIS habría generado mucha indignación.
Por
supuesto, estos no son todos los escépticos que hay en el mundo, y como dije en
el punto VII, son cada vez menos las personas que caen en la propaganda
israelí, o que visualizan un tema tan complejo en tonos de blanco y negro. Pero
la racionalidad instrumental y el análisis crítico selectivo de estos otrora
ejemplos de intelectualidad deben servir como otro ejemplo de que todos somos
susceptibles a caer en sesgos y disonancias, incluso los que se consideran
libres de supersticiones. Y si soy franco, es otro ejemplo de que muchas de las
figuras intelectuales surgidas tras el 9/11, ancladas en una crítica general a
la religión, no son realmente faros cuidadosos de moralidad o pensamiento
crítico constante, por mucho que sus superventas los hagan parecer tales.
X) ¿Qué podemos hacer?
Es difícil predecir cómo terminará esto. Israel mantiene la ventaja en poder militar y ausencia de represalias políticas internacionales, pero a largo plazo su disposición favorece a Hamas. No porque cada palestino apoye a Hamas por ser palestino, sino porque la muerte y destrucción que ha provocado el Estado israelí crea una huella difícil de borrar entre los jóvenes, y radicaliza a las siguientes generaciones no sólo de palestinos, sino en otras naciones árabes que han seguido de cerca el conflicto. Incluso dentro de Israel ya hay manifestaciones por un alto al fuego y un acuerdo de paz que al menos permita el regreso de los secuestrados por Hamas, que siguen ignorados por el gobierno.
En
todo caso, algunas acciones internacionales como consecuencia de las protestas
y boicots se están percibiendo. Como dijimos en el punto anterior, algunos
gobiernos ya están pidiendo a Israel que cese al fuego, y que respete los
acuerdos internacionales sobre derechos humanos. Las campañas pro-Israel de
algunas empresas que han financiado se están deteniendo. En el Mar Rojo, los
rebeldes hutíes de Yemen están
bloqueando el paso marítimo en el estrecho de Bab el-Mandeb, con
lo que cuatro de las cinco compañías de transporte marítimo más grandes del
mundo han suspendido el tráfico hacia Israel por costos y seguridad (aunque
Estados Unidos ya anunció una coalición internacional para enfrentarlos), y Malasia
ha cerrado sus puertos a todo buque carguero con la bandera israelí.
El descontento sigue creciendo, y ni siquiera las leyes mal concebidas contra
manifestaciones pro-Palestina están frenando.
Sin embargo, no podemos quedarnos tranquilos mientras las tendencias en redes sobre Palestina disminuyen, tal como ha ocurrido antes con Siria, Sudán, Congo o el propio Yemen. Necesitamos más que nunca mantenernos firmes ante la incertidumbre, seguir denunciando la inoperancia e hipocresía de los gobiernos internacionales, y desbaratando los cada vez más desesperados intentos de propaganda del Estado israelí. Solicitar los acuerdos de paz, no sólo para terminar con la violencia en la Franja de Gaza, sino para que por fin el pueblo palestino tenga el control sobre su propio destino, como no ha ocurrido en décadas.
Otras fuentes de consulta
Amnistía Internacional. 2022. Israel’s
apartheid against Palestinians: a cruel system of domination and a crime
against humanity. Amnistía
Internacional. https://www.amnesty.org/en/latest/news/2022/02/israels-apartheid-against-palestinians-a-cruel-system-of-domination-and-a-crime-against-humanity/
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