Retórica de la discriminación
Una de las formas más astutas de promover discursos en contra de grupos sociales marginalizados es construirlo de forma tal que parezca no estar atacando directamente a las personas, sino a sus ideas y conjunto de posturas a nivel sociopolítico. Es una estrategia bastante efectiva, porque no es difícil vender que el activismo político sólo involucra eso, política, cuando en realidad ocurre que ciertos casos se tratan no sólo de ideas políticas, sino de argumentos culturales, étnicos, médicos e incluso biológicos. Y cuando olvidas todo lo que no es político en ese grupo social que lucha por sus derechos, es difícil notar que estás pasando de la oposición política a una discriminación rayana en el exterminio.
Caso
en punto. Si me siguen en Facebook y Twitter, o han estado al corriente de
algunas noticias recientes, hay un fuerte debate en Estados Unidos sobre los
derechos de la población transgénero. A lo largo del año se han presentado más de 400 proyectos estatales de
ley que van desde
prohibiciones de baños, pasando por retirar las terapias afirmativas de género
y el reconocimiento de su identidad en documentos personales, hasta la
criminalización de drag shows y
exhibiciones públicas de conductas “lascivas”, lo que significa prohibir las
Marchas del Orgullo y movilizaciones similares. Muchos de estos proyectos han
prosperado, y si bien quizás la mayoría se caigan en un juzgado, actualmente
más de una docena de estados son bastante hostiles a la población transgénero,
y se ha reportado a nivel nacional un incremento de casos de ansiedad en
personas trans, ante la incertidumbre de ser criminalizados y perseguidos por
su identidad.
Es aquí donde entra en escena Michael Knowles, un comentarista político conservador miembro de The Daily Wire, una compañía de medios web cofundada por el nefasto Ben Shapiro, la cual es desafortunadamente célebre desde hace unos años por posturas ultraconservadoras y homofóbicas, y su oposición a la vacunación mandatoria durante la pandemia de COVID-19. Knowles, católico devoto, es uno de sus principales presentadores, y es conocido por su fuerte oposición al matrimonio igualitario, llamar “mentalmente enferma” a la activista Greta Thunberg en 2019, y publicar un libro vacío en 2020 llamado Razones para votar por los demócratas, con 266 páginas completamente en blanco.
Resulta
que en un segmento de The Daily Wire
del pasado febrero, Knowles argumentó sobre la necesidad de la “erradicación”
del “transgenerismo”, asegurando que se trataba de un delirio que debe
corregirse, y refiriéndose a las críticas en torno a este lenguaje, que lo
señalan como genocidio, asegurando que “genocidio
se refiere a genes, a genética, a biología”, mientras que “el transgenerismo no tiene nada que ver con
la biología”, por lo que erradicar una “ideología” no califica. El sábado 4
de marzo subió la apuesta durante un discurso en la Conferencia de Acción
Política Conservadora (en inglés CPAC), al afirmar lo siguiente (las negritas son mías):
“No puede haber un punto medio al lidiar con el transgenerismo. Es todo o nada. Si el transgenerismo es verdad, y los hombres pueden convertirse en mujeres, entonces es verdad para todos en todas las edades. Si el transgenerismo es falso -que lo es-, si los hombres no pueden convertirse en mujeres -lo cual no pueden-, entonces es falso para todos también. Y si es falso, entonces no deberíamos ser indulgentes. En especial puesto que esa indulgencia requiere que retiremos los derechos y costumbres de muchas personas. Si es falso, entonces por el bien de la sociedad, y en especial por el bien de las pobres personas que caen presas de este delirio, el transgenerismo debe ser erradicado de la vida pública completamente, la entera y ridícula ideología, a cada nivel.”
Esto no pasó inadvertido por activistas trans y críticos del masivo ataque legislativo a la identidad de género, quienes señalaron con mayor razón que las palabras de Knowles estaban implicando con desparpajo un genocidio de la población transgénero. Sitios de noticias como The Daily Beast y Rolling Stone fueron aún más directos, al afirmar en sus titulares que Knowles pidió directamente la erradicación de la población trans –algo que como explicaré en un rato, no es tan diferente como pretenden el comentarista y sus defensores-. Como se esperaba, Knowles no se tomó nada bien estos encabezados, acusándolos de difamación, y exigiendo su modificación bajo advertencia de demandas.
Algunos portales cedieron por precaución, y presentaron de modo más literal en sus titulares las palabras de Knowles. Tras recoger los comentarios y críticas de activistas trans, y como disculpándose por ceder antes a las pretensiones de Knowles, Rolling Stone replicó con un sardónico y aún más crítico título: “Orador de CPAC llama a la erradicación del ‘transgenerismo’-y de algún modo asegura que no está llamando a la erradicación de las personas transgénero”, mientras expuso en su contenido por qué la distinción entre términos en realidad no hace gran diferencia.
Otra
vez, antes de profundizar en mi crítica principal, especifiquemos el
significado detrás de algunos términos: en concreto, ideología, genocidio, y “transgenerismo”.
Ideología no es más que el conjunto
estructurado de ideas fundamentales que caracterizan a una persona o grupo de
personas, movimiento político, sociedad, religión, etc. Es decir, llamarte a ti
mismo “anti-ideología” mientras te denominas a ti mismo católico, comunista o
libertario es contradictorio y además un tanto ridículo.
Genocidio, por otro lado, se refiere al exterminio sistemático,
total o parcialmente, de un grupo de seres humanos. Contrario a lo que Knowles
afirma en la justificación de su retórica transfóbica, a nivel legal las
Naciones Unidas reconocen como genocidio cinco actos que se cometan con
intención de destruir a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, por lo
que no se reduce a cuestiones de genética o biología (ni siquiera
etimológicamente, pues la raíz griega es genos,
que significa raza o pueblo). Podría sugerirse que, dadas las condiciones y
características, no podría calificarse la persecución a la población
transgénero como “genocidio”, y es cierto que muy a menudo se utiliza la palabra
con intenciones confusas (como las acusaciones de “genocidio blanco” contra el
Episodio VII de La guerra de las galaxias).
No obstante, de nuevo, veremos más adelante que sí hay fuertes razones para
considerarse las palabras de Knowles y las ideas que representa como tales.
Finalmente, y a semejanza de lo ocurrido con “ideología de género” en el sentido reaccionario del término (ver mi entrada sobre no-lecturas deshonestas), “transgenerismo” no es más que una etiqueta desactualizada –a semejanza de cómo se refería antes a la homosexualidad como “homosexualismo”- y resucitada como muñeco de paja por la alt-right estadounidense en años recientes, donde se caracterizan las identidades trans como una ideología anticientífica de izquierda, un invento reciente de los movimientos sexuales y las redes sociales, según la cual basta creerse mujer para ser considerada una o que, directamente, afirma que “los hombres pueden convertirse en mujeres”, con lo cual han engañado a miles de personas influenciables, sobre todo jóvenes, para “mutilarse” de modo irreversible. Nada más alejado de la realidad, igual que la “ideología de género”, pero hay que tener en cuenta esta definición para identificar lo peligroso en la retórica de gente como Knowles, que hace parte del ascenso en un lenguaje político agresivo que busca prohibir y eliminar por completo las identidades trans en Estados Unidos.
El
argumento principal del comentarista es que las identidades trans no son una
categoría legítima de ser, por lo cual apoyar su erradicación no califica dentro
de los conceptos aceptados como genocidio. Primero que nada, y como he escrito
reiteradas veces en el blog, hay suficientes estudios neurológicos que
respaldan la identidad transgénero, y en cómo el cerebro de personas trans
comparten rasgos similares a los del género con el que se identifican. Así que la identidad de género sí está respaldada a
nivel científico, por lo que, de acuerdo con la biología a la que Knowles
dice apelar, sí es una categoría
legítima.
En cuanto a las circunstancias reconocidas bajo la
definición de genocidio, la activista trans e investigadora legislativa Erin
Reed, que ha seguido con gran detalle el presente ciclo legislativo en Estados
Unidos, señaló con precisión que, dadas no sólo las características de la
población trans sino el nivel de las propuestas de prohibición y restricción
que han surgido, no es ninguna pretensión moralista calificar lo que defienden
personas como Knowles, Candace Owens, Charlie Kirk o el ya infame Matt Walsh, como una propuesta genocida a toda marcha. Según la Resolución 96/1 de 1946 de la ONU, se considera como genocidio cometer el
delito por motivos “religiosos, raciales,
políticos o de cualquier otra naturaleza”
(negritas mías), así que, como una comunidad identificada por su identidad de
género, e incluso bajo la definición alt-right
como sólo una ideología política, la comunidad trans seguiría considerándose
susceptible de genocidio, tal como el exterminio de la Unión Patriótica en
Colombia es considerado un genocidio político por algunos politólogos y
juristas.
Por otro lado, de acuerdo con la Convención del Genocidio de la ONU, las características que componen un genocidio son: a) matar miembros del grupo; b) causar serio daño físico o mental a los miembros del grupo; c) infligir deliberadamente sobre el grupo condiciones de vida calculadas para llevar a su destrucción física del todo o en parte; d) imponer medidas que buscar prevenir nacimientos dentro del grupo; e) transferir a la fuerza a niños del grupo en otro grupo. Prohibir la terapia afirmativa, remover los derechos a cambiar tus documentos personales y criminalizar incluso tu acceso a baños son escenarios que califican perfectamente dentro de b) y c), con lo cual, dado el incremento reportado en ansiedad, depresión y riesgo de suicidio en los últimos meses por jóvenes trans, puede desembocar indirectamente en a). Diría que el hecho de que varios proyectos incluyan también la facultad estatal de quitarle la custodia a padres que busquen acceder a terapia afirmativa de género para sus hijos se acerca bastante a e). Entonces, ¿consideran exagerado que una persona trans se encuentre con la “guerra declarada” de Walsh, o la “erradicación del transgenerismo” que propone Knowles, y los señale como intentos de genocidio?
Sería más fácil exponer la retórica anti-trans violenta de Knowles usando el ejemplo de “erradicar el judaísmo de la vida pública”, pero para evitar coqueteos con el ad Hitlerum, por fortuna cuento con un escenario más personal y mucho más similar a la condición trans: el autismo. Sea un derechista radical como Knowles o un postestructuralista rancio como Zizek, si cualquier figura pública dijese que es necesario “erradicar el autismo de la vida pública”, cualquiera medianamente entendido del tema sabría reconocer esas palabras como lo que son, un discurso genocida, así que entenderlo como “erradicar a los autistas” no sería una interpretación errónea. Después de todo, estamos hablando de una condición que define no sólo la neurología, conductas e incluso emociones de una persona, sino su forma de interactuar y reconocerse a sí misma y al mundo que le rodea: el autismo es intrínseco, inseparable e inmutable de la persona autista. Entonces, no puedes decir que tu intención es “erradicar el autismo” sin pasar por eliminar a las personas autistas o, en el mejor de los casos, patologizarlas y suprimirlas a nivel de derechos y presencia en la sociedad, retornándolas a los tiempos en que eran aún más infantilizadas, escondidas en casas o de golpe recluidas en asilos mentales.
Con ese ejemplo, y teniendo en cuenta que, por mucho
que le pese a personas como las mencionadas aquí, las identidades trans son un
asunto neurológico real, y por tanto igual de intrínseco, inseparable y sí,
inmutable de la persona, espero que puedan comprender el punto final. Me temo
que “erradicar el transgenerismo de la vida pública” es la petición de generar
condiciones de vida hostiles que retornen a la población trans a ser ciudadanos
marginalizados de segunda clase y, en el peor de los casos, conduzcan
progresivamente a su eliminación física como individuos. Por consiguiente, sí: estamos hablando de una propuesta
potencialmente genocida, por mucho que se intente disfrazarlo como una
“preocupación social” a través de la retórica.
No es dramático o excesivo permanecer alerta ante el
uso de estrategias de discurso para camuflar la persecución criminal de grupos
sociales, bajo el argumento de libertad de expresión o “proteger a los niños”,
o similares. Históricamente, hemos fallado en otras ocasiones ante más que
evidentes señales de políticas discriminadoras con potencial letal, y a pesar
de ello tenemos al hebdomadario antes conocido como Semana publicando como portada al dictador Nayib Bukele como un
“milagro”. Por eso es importante cuestionar el cubrimiento desbalanceado que
medios como el New York Times han tenido sobre los ataques políticos a la
comunidad trans. Por eso es necesario revisar cuando hipótesis supuestamente
científicas como la “disforia de género de inicio rápido” son consideradas
preguntas válidas a pesar de sus evidentes falencias conceptuales y metodológicas.
Tampoco se puede ignorar el carácter organizado del lobby anti-trans (irónicamente, dado que se sustentan en la existencia de la supuesta “ideología de género”), del cual se reveló recientemente una serie de 2600 correos filtrados entre proponentes de proyectos anti-trans, organizaciones “médicas” anti-trans y grupos feministas transexcluyentes, los cuales evidencian no sólo su conciencia de las tácticas empleadas para una recepción más positiva de sus propuestas, como los rangos de edad para la prohibición de terapia afirmativa, o de su discriminación sexista más allá de la identidad de género sino que, por encima de todo, sus motivaciones clave siempre han sido un fundamentalismo religioso que no ve a las personas trans más allá de ser “obra del Diablo”. Nunca se trató de evidencia ni de preocupaciones por un “daño irreversible” en la juventud, sino de simple y pura discriminación.
Nuevamente, nada de esto significa que no haya debates
necesarios en torno al activismo trans o con ciertos enfoques críticos de
justicia social. Como dije en una entrada anterior, el tema de la
destransición, por raro que sea a nivel estadístico, merece mayor atención, en
especial los factores que conducen a este proceso, los cuales (oh, sorpresa)
van más allá de considerarse “erróneamente” trans. Y es cierto que algunas
personas encuentran irreal hablar incluso de sexo biológico, o que proponen
cambiar términos con peso científico como “macho” o “hembra” para no reforzar
el binarismo -tranquilos, en próximas entradas hablaré de una de estas propuestas-. Pero
no son más que un porcentaje pequeño y menos ruidoso del activismo queer/trans
de lo que se suele creer, y uno que incluso es debatido por los mismos
activistas trans o pensadores progresistas, por lo debe evitarse la
magnificación de problemas por parte de Colin Wrights o J.K. Rowlings, cuyas
objeciones descansan más en prejuicios racionalizados que en evidencia
tangible.
Porque es fácil perder no sólo reputación, sino
también criterio y confianza, cuando se comparte desinformación y bulos dañinos
bajo un supuesto matiz de precaución. Tan sólo esta semana, el reportero científico
Jesse Singal, cuestionado por activistas trans por un percibido sesgo “crítico
de género”, intentó hacer control de daños tras compartir un artículo de Jamie Reed y su declaración jurada sobre la supuesta mala praxis
en una clínica de terapia transgénero (criticada
y además desmentida por padres de más de 20 pacientes), con un artículo tan penoso y además infractor de leyes nacionales de
confidencialidad médica, que no es difícil preguntarse qué tan balanceado y objetivo ha
sido en otros resonados análisis sobre la realidad trans. Como dijo una
terapeuta en Twitter, lo molesto de toda esta situación es que nunca se podrá
saber bien quiénes han sido deliberadamente maliciosos con la desinformación, y
quienes lo bastante ingenuos para picar el anzuelo del “contagio social”, pero
es innegable que acabaron jugando el juego de la derecha ultraconservadora.
Lo que queda, pues, es mantenerse alerta ante los
movimientos del conservadurismo reaccionario, y seguir ejerciendo una autocrítica
al activismo progresista, pues dejarse enredar por retóricas supuestamente
inofensivas u objetivas no es extraño, pero siempre es potencialmente
peligroso. Sé que tal vez he estado hablando mucho sobre identidades trans en
artículos recientes del blog, pero me parece que la actual situación en Estados
Unidos es un ejemplo no sólo del viejo fundamentalismo fortaleciéndose tras
bambalinas en décadas recientes de postfascismo y activismo woke vano, sino de cómo, a través de
discursos maquillados y una retórica cuidadosa, pueden escaparse con propuestas
criminales incluso ante ojos suspicaces.
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