El ombligo de Adán y Alphonse Elric
En
el
proceso de ir componiendo a retazos mi estabilidad mental y el rumbo de mi
carrera, he tenido bastante tiempo para sentarme a pensar en un
montón de cosas, entre pendejadas e introspecciones. Por ejemplo hace poco,
mientras iba en el bus, vi sin proponérmelo a una pareja de chicas sentadas
enfrente de mí dándose besos pequeños con mucha ternura, y sin problemas por
parte de los otros pasajeros; más tarde, ese mismo día, escuchaba sobre una
persona que se quejaba en su trabajo porque una vez vio a dos mujeres que eran
pareja caminando tomadas de la mano, argumentando como siempre que eso “no era
natural”, y que ni los animales hacen eso (uh, si
supiera el caballero…).
Eso
me hizo pensar sobre cómo los cambios y avances progresistas en materia de
derechos en nuestras sociedades se han dado de forma tan “veloz” (muy entre
comillas: la homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad apenas en
los 80, y el apartheid en Suráfrica y
Namibia terminó en 1992) que a muchas personas, en especial a las anteriores
generaciones, les ha costado adaptarse a ello por la ausencia de una adecuada
integración o socialización, y bajo la excusa de “respeto, pero no comparto”
mantienen los mismos prejuicios de siempre. Y es su impulso reaccionario a estos
cambios, sumado a la mala gestión de gobiernos mediocres de corte más liberal (hablando
en términos sociales), y la excesiva pantalla a los extremos más enfermizos de
movimientos sociales -sin restar importancia a circunstancias locales, como la
crisis migratoria de Siria o el acuerdo con las FARC-, lo que ha ayudado a
alcanzar el poder a figuras nefastas como Viktor Orbán en Hungría, Jair
Bolsonaro en Brasil e Iván Duque/Álvaro Uribe en Colombia.
Esto
en realidad no tiene nada que ver con lo que voy a hablar en la presente
entrada, y quizás es una forma muy simplista de analizar el panorama actual:
sólo es una introducción pequeña sobre la forma en que a veces divago, y un
tema que quería convertir en una nota propia, pero que otros han tocado con más
soltura que yo. El tema de hoy va más por la línea de algo que no mencionaba
hace mucho: la religión. Entremos en materia, pues.
Uno
de los argumentos más difíciles de rebatir para los creacionistas sobre el
origen del Universo es su “aparente” edad. Si tomamos de forma literal las
cosmovisiones abrahámicas, que son las que nos ocupan aquí, tendríamos que
aceptar que la Tierra no tendría más de unos seis mil años, y el Universo no
sería mucho más viejo. Sin embargo, el registro geológico, la presencia de miles
de fósiles antiguos y la evidencia astrofísica señalan no sólo que el Universo
y la Tierra tienen miles de millones de años, sino que además la vida ha sido
mucho más variada y diferente a lo largo de la historia del planeta.
Los
creacionistas tienen muchas explicaciones al respecto, y hay que reconocer que
no se trata sólo de decir “Dios creó el mundo, la evolución es
mentira”: existen distintos tipos de creacionismo, resumidos bien en esta
entrada de Maik Civeira. Notarán
que hay algunos más tajantes que otros sobre la literalidad del pasaje del
Génesis; otros son un poco más racionales, recurriendo a la “interpretación”
bíblica; y uno que otro intenta conciliar los hallazgos científicos con el mito
abrahámico. Todos se caen por su peso, claro, pero la idea es que comprendan
que la defensa del creacionismo es un poco más compleja de lo que muchos
podríamos asumir.
La
más peculiar, y por mucho, es la llamada hipótesis Omphalos. Esta surgió a
partir de un libro llamado, en efecto, Omphalos,
escrito por el naturalista Philip Henry Gosse en 1857 –curiosamente, dos años
antes de que Charles Darwin publicara El
origen de las especies-. Antes quiero destacar que Gosse, de hecho, fue un
biólogo marino dedicado, describió varias especies de aves y reptiles en
Jamaica, y era además un fino ilustrador científico. Sin embargo, como muchos
científicos de su época era un cristiano devoto, siendo un creyente firme de la
Segunda Venida e incluso parte de los Hermanos de Plymouth, un movimiento
evangélico muy conservador caracterizados por su creencia en la sola scriptura y el rechazo a un clero
establecido.
No
es de sorprender, pues, que Gosse intentara reconciliar el mito del Génesis con
las evidencias geológicas ya establecidas en su época, aunque su forma de
abordarlo fue bastante heterodoxa. En Omphalos,
el autor respondía a estas dudas usando como ejemplo a Adán: si él, el primer
hombre, fue creado a partir de la tierra, no habría tenido un ombligo (de ahí
el título del libro: omphalos es
griego para “ombligo”), pues jamás estuvo en un vientre materno. Sin embargo,
como un ser humano completo, si Adán tenía ombligo a pesar de nunca haber
nacido como nacemos todos los seres humanos, eso implicaría que la Creación
tiene rastros de un pasado inexistente que se creó de forma instantánea al ser
concebida, tal como por ejemplo debieron ser diseñados los árboles con anillos
de crecimiento, a pesar de haber sido creados por Dios en un instante. Por
ello, la supuesta antigüedad observada en las evidencias geológicas y el
registro fósil no serían más que un espejismo, un subproducto del diseño
divino.
"Adán y Eva tienen ombligo en todas sus representaciones. Piénsalo... Tómate el tiempo que necesites."
Entenderán,
pues, que la propuesta de Gosse fue escandalosa en su época; aún hoy en día la
hipótesis Omphalos tiene pocos defensores. Para un cristiano devoto, la idea de
un Dios “mentiroso” o, para decirlo de forma más suave, uno deliberadamente
engañoso, choca por completo con la concepción de su Creador perfecto, incapaz
de cometer errores o arrepentirse (la página de apologética, Answers in Genesis, está dedicada a
desmentir su formulación), y la mayoría asume no más que Adán no tuvo ombligo.
A ver, es eso o asumir, por el principio de la Navaja de Occam, que la Tierra
sí tiene millones de años y por tanto el relato bíblico es mentira.
No
obstante, algunos Creacionistas de la Tierra Joven han resucitado la Omphalos,
proponiendo que las supuestas evidencias de una Tierra más antigua son
plantadas de forma artificial por el Creador como una prueba para nosotros, y
no es implausible que ocurriera sin llamar a Dios mentiroso, pues, si por
ejemplo creó las estrellas para que las viéramos desde nuestra creación, a
pesar de estar a miles de millones de años luz de distancia, entonces tendrían
que ser visibles para nosotros desde un inicio, y por lo tanto serían creadas
con esa “apariencia” de edad. ¿Por qué habríamos de dudar que el Universo fuese
creado con una aparente edad más antigua que en realidad se correspondería con
su funcionalidad estructural?
Como
comentario final al respecto, no faltan los que dicen que “evidencias” como los
fósiles de los dinosaurios han sido plantadas por Satanás para despistar a la
humanidad y hacerlos perder la fe (a propósito, de ahí el nombre del álbum de
Alice in Chains, The Devil Put Dinosaurs
Here, lanzado en 2013).
Es
obvio que la hipótesis Omphalos tiene serios problemas que yacen en su misma
infalsabilidad, por lo cual no valdría ni tomarla en cuenta para un debate
científico serio, pero para no profundizar mucho al respecto voy a dejarles dos
cuestionamientos que ha generado. Uno es más indirecto, pues no ataca la
apariencia de “edad” del Universo sino la apariencia de “infalibilidad” del
relato bíblico. Natan Sifkin, director del Museo Bíblico de Historia Natural en
Bet Shemesh y rabino ortodoxo, cuyas obras han sido cuestionadas por la
ultraortodoxia judía por “herejes”, ataca la literalidad de la Torah,
proponiendo que el relato del Génesis bien podría ser tan falso como lo es,
según los defensores del Omphalos, la antigüedad del Universo, y si Dios se ha
esforzado tanto para mostrarnos que el planeta tiene miles de millones de años,
sería insensato de nuestra parte luchar contra la evidencia.
La
otra es más directa y mucho más conocida. El filósofo Bertrand Russell propuso
una hipótesis escéptica que expone una reducción al absurdo de la hipótesis
Omphalos, la llamada hipótesis de los
cinco minutos. En El análisis de la
mente (1921), Russell expuso que la evidencia de antigüedad del Universo
podía extenderse hasta el punto de que podría haber sido creado hace apenas
cinco minutos, puesto que “no hay una
conexión lógicamente necesaria entre eventos a diferentes épocas; por lo tanto
nada de lo que está pasando ahora o pasará en el futuro puede refutar la
hipótesis de que el mundo comenzó hace cinco minutos”. Si en efecto Dios
podría haber creado el Universo con la apariencia de edad, bien podría haberlo
creado el jueves pasado, y ya que se trata de una hipótesis infalsable, ¿cómo
podrías refutarla? Y claro, bien podrías decir que el Dios de la Biblia no
engañaría a la humanidad, ¿pero quién dijo que ese Dios es el que en verdad
creó el mundo hace cinco minutos?
Y
ya que estamos planteando la hipótesis de los cinco minutos, pues les hablo de
la hipótesis Omphalos porque hace unas semanas estaba viendo Fullmetal Alchemist: Brotherhood, el
segundo anime basado en el manga Fullmetal
Alchemist de Hiromu Arakawa, por opinión casi unánime el mejor shonen de la historia, y que recomiendo
sin duda. En particular me fijé en el episodio 8, El Laboratorio número 5, donde (spoilers) mientras Alphonse lucha contra Barry el Carnicero, y este
se aprovecha de la ingenuidad de su oponente sugiriendo que su estado, el de un
alma atada a una armadura, significa que podría no ser más que una marioneta
creada por su hermano Edward, con recuerdos artificiales. Debido a una pregunta
que previamente Ed se negó a hacerle por miedo, las palabras de Barry tienen un
eco en Al y lo llevan a un quiebre emocional y una posterior discusión con su
hermano mayor.
Cuando
vi el episodio me acordé no sólo de la hipótesis de los cinco minutos, y por
extensión de la Omphalos, sino también de las discusiones sobre la dualidad
mente-cuerpo y las discusiones en filosofía de la mente y la maleabilidad de
los recuerdos. Películas como Dark City
y la trilogía The Matrix han
planteado discusiones sobre conceptos como la realidad, la mente y los
recuerdos, y la crisis de Al hace una corta pero significativa exploración
sobre el solipsismo y las experiencias subjetivas de una mente consciente.
Así
que ya sabe, amigo lector: si usted creía que el creacionismo es nada más decir
que Dios diseñó en siete días el Universo, pues ahora ya sabe que hay matices
incluso dentro de las explicaciones más descabelladas de la realidad. Y sí, hay
personas que pueden afirmar que los dinosaurios no son más que utilería de la
Creación sin morir de risa en el intento. Saludos a todos, y espero que este
año pueda mantener una periodicidad más robusta para este blog.
Adenda: lo que no es tan gracioso es que Jair Bolsonaro, el
presidente de Brasil, acaba de nombrar como director del CAPES –entidad
encargada de supervisar y evaluar los programas de postgrado en el país-
a
Benedito Guimarães Aguiar, ex rector de la Universidad Presbiteriana Mackenzy y
defensor a ultranza del diseño inteligente. Otro gesto que muestra un desprecio de la actual
administración por la investigación.
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