2019: Asperger, depresión y amor
Tal
como pasó con el 2016, este 2019 acabó sintiéndose como un año horrible para
muchas personas. Asumo que en Latinoamérica al menos se debe a los cambios
recientes en diferentes gobiernos y los estallidos sociales como consecuencia
de políticas económicas opresivas y ausencia de espíritu social. Por otra
parte, en el resto del mundo vemos conflictos que no terminan y otras luchas
que empiezan: las mujeres iraníes se hartaron del velo obligatorio; Donald
Trump se acerca a un juicio político en Estados Unidos, mientras fuimos
testigos del trato inhumano que se le da a los niños inmigrantes; y una pésima
estrategia política en Reino Unido dio el triunfo del zoquete de Boris Johnson,
abriendo las puertes a un brexit acelerado
y quizás poco ventajoso. Muchas otras cosas seguro se me están escapando, pero en
síntesis este año no ha sido maravilloso para muchas personas. Y debo sumarme a
ese descontento general, por razones muy personales.
Quería
esperar un poco antes de hacer esta entrada, para que viniera después de un
análisis que estoy preparando sobre el trastorno antisocial enfocado desde Berserk (sí, lo que están leyendo), pero
ese es un escrito más largo y tendido, y como sabrán los que me siguen hace
tiempo este ha sido un año muy difícil, por lo cual la producción del blog ha
sido mucho menor. Por lo mismo, algunos ya tendrán alguna idea de lo que estoy
por escribir aquí. Tal vez a otros les parezca que este no es el espacio
adecuado para hablar de algo así, pero siento que debo ser sincero ante todo, y
además dar recomendaciones sobre lo que deben hacer si se llegan a encontrar en
mi situación.
Si
bien mi
diagnóstico con síndrome de Asperger es muy reciente, aunque nada sorprendente,
no he sido ajeno a las experiencias con psicología y psiquiatría, no sólo por
el seguimiento del caso de mi hermana sino también por mi propia situación.
Cuando estaba empezando el bachillerato, me diagnosticaron un cuadro de depresión.
Era algo de esperarse, y si mis padres leen la entrada se enterarán así y no
será cómodo, pero los tapujos no valen la pena y lo cierto es que era de
esperarse: el ambiente en la casa siempre ha sido tóxico, pues desde que tengo
memoria mis padres discuten casi todos los días, a mi padre no le conozco
palabras de afecto para con mamá, y mi madre se lamenta muy a menudo con
palabras que duelen escuchar cuando ya empiezas a comprender el mundo
(imagínense cuando apenas tienes ocho o nueve años). Carajo, si recuerdo que en
una reseña que entregué sobre ellos cuando era niño, decía de mi padre
“quisiera que no fueras tan duro con mamá” y de ella “quisiera que no dijeras
que te morirás”. La única razón por la que eso no me afectó tanto cuando era
más pequeño es porque hice casi toda la primaria en Barranquilla, lejos de
ellos.
Como
sea, me ordenaron fluoxetina, y después de unos roces con la psiquiatra que me
recetó, seguí por unos dos o tres años con esa pastilla, aunque no recuerdo que
fuera tan efectiva. Por esa época también nos hicimos mormones en la casa (eso
ya lo he relatado en mi historia de Magufobusters;
tal vez lo amplíe de vuelta en este blog), y a pesar de mis conflictos internos
entre lo que conocía y lo que decía la doctrina, pues seguí allí. Tal vez ese
sentimiento de pertenencia a algo especial me hizo olvidar o suprimir un poco
mis emociones, aunque sí que recuerdo que seguía teniendo las mismas inconformidades
con mis padres. No estoy seguro por qué dejé de tomar flouxetina, pero el caso
es que ya como a los quince dejé de asistir a la iglesia, y me asignaron a
terapia con una psicóloga muy simpática, que por desgracia no pude mantener
debido a nuestros problemas económicos.
Fuera
de allí asistí ocasionalmente a algunas visitas al psiquiatra, pero nunca nada
constante, y aunque el ambiente universitario fue bastante duro, creo que
fueron mis amistades los que me ayudaron mucho a mantenerme más estable, además
de abrirme mucho más en mis relaciones personales, con excepción de las
afectivas, que siempre me han costado muchísimo por mi timidez y mi incapacidad
de hacer esas… no sé, ¿clásicas tácticas de romance de no mostrar el hambre, y
cosas así? ¡Creo que ustedes entienden! El hecho es que por mucho tiempo dejé
de prestarle atención a mi salud mental, hasta que nos dimos cuenta que los
tres hermanos podríamos tener lo mismo, y por ello fuimos con el psiquiatra que
siempre ha atendido a mi hermana, con todo lo que ya les he explicado antes.
Bueno,
después de toda esa cháchara medio boba, vamos a lo que nos compete. Les decía
que este año ha sido horrible para mí por muchas cosas, y todo empezó a mitad
de año. Presenté mi examen de calificación para que aceptaran mi tesis, pero no
superé el examen de conocimientos, y eso en parte porque me agarró una crisis
de ansiedad tal que no podía ni controlarme durante el examen privado. Aunque
es bastante usual que los estudiantes deban repetir esa parte del examen, ese
fue un golpe bastante fuerte para mí. Y por desgracia, acostumbrado como estoy
a que las cosas no siempre salgan como uno quiere, no le presté atención a mi
estado emocional. Ese fue mi primer
error.
No
es como que no los reconociera, pues el año pasado también tuve una crisis
cuando falleció mi casera. Ella y su esposo fueron las primeras personas que me
acogieron cuando llegué a Chile, y me hicieron sentir como en casa, así que su
partida me afectó mucho. Por un mes sólo salía a la Universidad, y me la pasé
encerrado en la cabaña, sin ganas de salir a ninguna parte ni ver nada en la
televisión. Tampoco procuré buscar ayuda en ese entonces pero luego, poco a
poco, superé ese bache.
Desafortunadamente,
al repetir lo mismo este año dejé sin vigilar la frustración del primer examen
fallido, y a eso se fueron sumando las dificultades y atraso que se han
presentado con mi proyecto, lo cual siguió haciéndome sentir más frustrado. A
pesar de que la cosa iba bastante mal, seguí escogiendo ignorar mis síntomas, esforzándome
en tratar de adelantar mis objetivos. Y bueno, hace unos meses la cosa estalló en lo que yo he denominado, no
sin cierta sorna, como La Conspiración Septembrina de mi Química Cerebral (lo
sé, suena como el título de un álbum de Panda).
“Yo tengo malos ratos, ¡pero no malos gustos!
Si al menos tuvieras unos ojos bonitos, como los de Juan Carlos…” Esas
palabras las escuché cuando tenía once años y una chica del colegio me rechazó,
y me han acompañado desde entonces. Tal vez cualquier otra persona se habría
encogido de hombros y se hubiera dicho “Bueno, así es la vida; peces hay muchos
en el mar”, pero esas palabras y otras acciones nada amables de su parte me
golpearon mucho. Ese fracaso y otros más, sumados a mi introversión, me han
hecho muy difícil formar relaciones afectivas. He tenido algunas experiencias
que llevo en mi corazón, pero en general no soy muy bueno para expresar mis
sentimientos, y por ese temor he dejado escapar a personas especiales.
Ese
preámbulo es porque, hace unos meses, ocurrió un episodio que, en
retrospectiva, tampoco debía haberme afectado tanto. No quiero ampliar demasiado
al respecto por respeto a mi amiga pero el hecho es que, aunque tenemos un
afecto mutuo y ella sabe de mis sentimientos, no siente lo mismo por mí, y es
algo que yo acepté. O eso creía, pero lo que pasó me afectó mucho, me hizo
sentir pequeño, y debido a que mi propia condición me dificulta mucho lidiar
con las emociones que me abruman, fue el detonante para que todas esas
frustraciones con la academia explotaran en un cuadro depresivo muy fuerte.
Nunca
me había sentido así. Es como el episodio del año pasado, pero destilado para
potenciar el efecto. Los que han sufrido o sufren de depresión seguro lo han
sentido: es como un agujero, como una nube oscura que se traga tus sensaciones.
Estaba todo el tiempo con una sensación de desasosiego, de frustración, melancolía,
y a menudo había días en que sentía todo el tiempo ganas de llorar, de gritar
en todas partes. Ya casi no salía de casa, y aunque algunas veces me reuní con
los amigos para pasar un rato, se sentían a veces como alegrías pasajeras.
Comunicándome a distancia, mi madre y algunas amigas mías me recomendaron que
debía buscar ayuda profesional, porque percibían que esta vez me estaba
sobrepasando la depresión.
Para comprender esta ilustración: es usual entre las personas con depresión manifestar momentos de alegría ante otras personas. Sólo piensen en las fotos "alegres" de famosos como Robin Williams o Chester Bennington. Como se dice, a menudo la depresión se esconde tras una sonrisa.
¿Y
busqué ayuda? Eso quería, pero por circunstancias de la academia fui a hacer una
salida de campo a finales del mes, y después tuve que trasladarme un tiempo a
otra ciudad, por lo cual pensé que, estando fuera de Valdivia, no podría
hacerme un seguimiento psicológico adecuado, así que no valía la pena buscar
ayuda en otra ciudad, y ese fue mi segundo
error. Durante el terreno cometí un error metodológico del que no me di
cuenta sino hasta el penúltimo día, y la angustia del problema que representaba
me generó una crisis de llanto durante toda esa noche y una sensación de querer morir (no de matarme, ya saben lo
que opino del suicidio, pero aun así). Imagínense mi estado mental en ese
momento, para sentirme así, y lo irresponsable que estaba siendo al descuidarme
así.
En
cuanto a la estadía temporal fuera de la ciudad, por desgracia la empecé una
semana antes del estallido social en Chile, así que la semana en Estado de
Emergencia me agarró sin haber terminado de establecerme para trabajar y me
impidió hacerlo por al menos una semana y media. Debido a esto y a los horarios
restringidos de la universidad, tampoco pude avanzar de la forma que quería, y
terminé regresando a Valdivia con la sensación de no haber logrado nada. Así
que después de dos fines de semana seguidos con crisis depresivas aún mayores,
por fin decidí ir por ayuda profesional.
De
momento estoy medicado con antidepresivos y ansiolíticos al menos por este mes,
ya que es urgente estabilizarme. Además estoy asignado a una psicóloga para que
haya un seguimiento periódico de mi estado emocional, pues es obvio que el
proceso no puede depender sólo de los medicamentos, y tengo también que
notificar a algunos amigos aquí para que estén pendientes por si en algún
momento me da el impulso de tomarme de golpe una sobredosis (poco probable,
pero igual es necesaria la precaución). De nuevo, no parece apropiado que lo
diga de forma tan desenfadada, pero en realidad no me molesta. Nunca me ha
incomodado la idea de tener que ver al médico por cuestiones mentales; esos son
estigmas ridículos que nos tenemos que quitar de encima, ese miedo a que te
tilden de loco si se enteran que estás con psiquiatra o psicólogo. Y es mejor
ser directo con las cosas que he sentido y vivido para que comprendan los
errores que uno puede cometer cuando su estado mental le impide pensar de forma
clara.
Por
lo mismo, entiendo que mucha gente se enfurezca cuando aparece un pendejo con
“actitud positiva” diciendo que la felicidad es sólo cuestión de voluntad, que
aquellos con depresión sólo están haciendo alboroto por problemas pasajeros,
porque son incapaces de distinguir entre un episodio de tristeza y la depresión
clínica. Es cierto que tratar de mantener actividades que nos generen placer y
ser más asertivo es útil para lidiar con la depresión, pero hay que entender
que se trata de un trastorno que afecta en buena medida la valoración de
nuestras cualidades y sensaciones, por lo cual achacar las mejoras a la pura
voluntad es una forma miope de comprenderlo.
También
es cierto que los estudiantes de postgrado, sobre todo en el doctorado, son un
grupo social con altos índices de problemas de salud mental como depresión y
ansiedad, una
problemática de la que apenas se está empezando a concebir su magnitud.
Y eso es aún más notable en zonas como Valdivia, cuyo clima tiende a afectar
mucho el ánimo de la gente debido a una menor exposición anual a horas de sol
(esto ocurre, por ejemplo, en los países nórdicos, donde hay índices fuertes de
depresión). Imagínense
cómo es lidiar con problemas personales para alguien que de por sí
ya tiene problemas para manejar sus
emociones y expresarse con la gente.
Lo
más irónico de todo es que, como suele ocurrir, uno a veces encuentra más fácil
ayudar y aconsejar a los otros con sus problemas que lidiar con los propios. He
tenido que apoyar a varias amigas con problemas de ánimo, y también escuchar a
mi madre cuando tiene inconvenientes: sé que no parece muy sano tratar de
ayudar a tantas personas en medio de mi estado, pero me resulta insoportable no
poder ayudar a mis seres queridos si está dentro de mis posibilidades hacerlo.
De hecho es justo por eso mismo, por una amiga que también ha tenido problemas
depresivos, y por la cual guardo un afecto muy profundo, que decidí al fin
dejarme de rodeos y buscar ayuda profesional: antes de poder apoyarla a ella,
debo también ser responsable por mi propia salud. No es como que a estas
alturas sienta que podamos ser algo más, eso ya lo tengo claro, e incluso
siento que sería un poco deshonesto de mi parte siquiera intentarlo, pero en
todo caso no quiero empezar una futura relación afectiva si no empiezo a
sanarme yo mismo.
Así
que, como podrán comprender los lectores de esta historia rara, lo primero que
deben tener en cuenta es que si sufren de depresión, o ansiedad, o de cualquier
trastorno emocional que sientan que los está abrumando, por favor busquen ayuda profesional. No cometan los mismos errores
que yo: no se aíslen, no ignoren las señales. Su salud está por encima de su
trabajo, de sus estudios y sus responsabilidades. Y busquen apoyo en sus seres queridos, en sus amigos, en su pareja,
en aquellos cercanos a ustedes. No están
solos.
De
manera similar, a aquellos que identifiquen que un amigo o una persona conocida
está pasando por un problema personal, un cuadro de depresión o ansiedad, les
recomiendo que lo apoyen y los ayuden a conseguir un profesional. No es fácil
cargar con nuestras propias dificultades, y si no somos profesionales de la
salud el estado mental de un ser querido puede abrumarnos, por lo cual es
necesario que no estemos solos para apoyarlos, sino también a llevarlos hasta
una ayuda profesional. Y si tengo alguna cualidad que podría destacar es que, a
pesar de que yo mismo me desvivo por dentro, no puedo ignorar a aquellos que
necesitan apoyo y ayuda; sólo que de ahora en adelante tengo también que
recordar que yo también, a veces, necesitaré ayuda.
Es
lo que quería compartir con ustedes. Es de nuevo una entrada muy personal, y de
verdad espero que no sean muchos los que se sientan identificados; si es así,
por favor tomen mi experiencia como un ejemplo de lo que deben y no hacer en
esta situación. Sé que la mayoría de las ilustraciones a lo largo de la entrada
podrían hacer sentir incómodos a algunas personas, pero las encuentro como una
forma bella de hacer arte representando una condición mental muy común, y a la
que no siempre se le presta la atención que merece.
Feliz
Año Nuevo, y de verdad espero que el 2020 sea un mejor año para muchos de
nosotros. Y para no culminar con una nota agridulce, les dejo a Homero Simpson
disparándole a un plato.
No te extrañaremos, año de mierda.
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