Lo que sigue tras la frustración de la primera vuelta
Como
ya saben los lectores, el pasado domingo 27 de mayo se celebró la primera
vuelta de las elecciones por la Presidencia de Colombia. Los ganadores e
inmediatos contendientes en la segunda vuelta fueron, sin mucha sorpresa (de su
parte, claro) fueron Iván Duque, el candidato del extremista senador Álvaro
Uribe Vélez (y su ficha para el regreso del uribismo al Palacio de Nariño), y
Gustavo Petro, el representante de la (resurgente) izquierda colombiana.
Hay
mucho para decir de todo lo que ocurrió durante estas elecciones. Los que me
siguen en Facebook habrán visto un resumen más o menos inmediato que puse al poco tiempo de conocerse los resultados,
y después de unos pocos días de meditarlo detenidamente, voy a tratar de
ampliar esas percepciones en esta entrada, al igual que exponer lo que viene en
estas pocas semanas (la segunda vuelta es el 17 de junio) y lo que considero es
más conveniente para que la gente que vaya a votar lo haga a conciencia.
Qué podemos decir, qué podemos decir…
¡¿Qué podemos decir?!
Es
notable que estas elecciones hayan sido las más votadas en muchos años.
Aproximadamente el 54% de los votantes habilitados en el país se presentaron a
las urnas. No es suficiente: casi la mitad se quedó en casa, pero eso resalta
la importancia que despertó en muchos colombianos la primera vuelta. Yo lo
asociaría tanto al fervor que despertó el hecho de que dos de los tres
candidatos progresistas tenían posibilidades reales de pasar a segunda vuelta
(Petro y Fajardo) como al hecho de que los candidatos con más opción de
enfrentarse en la misma sean los más polarizantes (Duque y Petro). Es complejo
que tanto el fervor como el miedo hagan que la gente se movilice. Y aunque es posible
que los resultados hayan decepcionado a muchos, lo cierto es que desde que se
creó la Constitución de 1991, la concurrencia a segunda vuelta supera por mucho
a la primera, por lo que es seguro que los candidatos intentarán apostar ahora
por los indecisos.
Notable
fue también que entre los tres candidatos progresistas la votación fuera de
casi 10 millones de personas, lo cual creo que no entraba en los cálculos de
nadie. Particularmente sorpresiva fue la remontada de Sergio Fajardo, que en el
tercer lugar estuvo cerca de Petro por unos cuantos miles de votos. Es
admirable ver que la gente está muy dispuesta a apostarle a las opciones
alternativas, pero también incomoda saber que posiblemente habrían pasado
incluso en primera vuelta de haber formado una gran coalición alternativa. Por
desgracia, los egos y ambiciones fueron un lastre: Petro atacó una cena donde
la coalición se reunió inicialmente porque querían, según él, “reducir a
Petro”; Fajardo y Humberto De la Calle se negaron a una consulta entre los
tres, a sabiendas de que Petro polarizaba mucho y creyéndose ya ganadores; De
la Calle se echó la soga al cuello en la estúpida consulta liberal novembrina;
y al final, las aspiraciones de César Gaviria a tomar sobras del poder del
próximo Presidente, mejor si era Duque (a quien llamaré de ahora en adelante, y
en sintonía con Matador, Tocineto), con la esperanza de un futuro similar para
su hijo Simón, enterraron cualquier posible alianza entre los alternativos no
petristas.
Aunque
las encuestas recuperaron un poco de su credibilidad al marcar correctamente la
tendencia de los votantes por Tocineto y Petro (excepto Cifras y Conceptos, que
basándose en voto estructural predijo que Vargas Lleras pasaría a segunda
vuelta con el candidato uribista), aún se quedaron cortas tanto en la
participación masiva, algo imposible de medir con su metodología, como con el
crecimiento de la Coalición Colombia. Algunas al parecer ya lo habían
registrado, pero la prohibición de publicar resultados una semana antes de las
elecciones es una limitante molesta que no permite evaluar el impacto de
ciertos sucesos, como ocurrió con la sensación de los colombianos tras la firma
del acuerdo de paz con las FARC en 2016, que pudo incidir en el exiguo triunfo
del No.
Y
hablando de impactos, parece que el efecto Maduro que temía el columnista de Semana
Alfonso Cuéllar no ocurrió, o al
menos no se sintió de momento. Para que entiendan: dado que Petro siempre fue
(y aún es) muy afín al gobierno de Hugo Chávez, y sólo recientemente se desligó
del régimen madurista al calificarlo de dictador, cosa que no hizo con el Comandante
(quien en muchos aspectos sí que lo era), sin mencionar que apoyó públicamente
la manipulada Asamblea Constituyente en Venezuela era posible que la previsible
reelección del sucesor de Chávez generara un batacazo en la opinión pública al
recordarles la idea conspiranoica de que un gobierno de izquierda nos llevaría
a un colapso como el del vecino país. Sin embargo, parece que la estrategia de
Petro de marcar sus diferencias con el gobierno chavista, aunque demasiado
tardía y para muchos nada sincera, aligeró un poco la percepción. A pesar de la
gran diferencia de votos que sacó Tocineto, lo cierto es que una buena porción
de los mismos muy probablemente vinieron de otra fuente (a explicar en el
siguiente párrafo), y el aporte del efecto Maduro fue poco o ninguno.
Un
consuelo importante, aunque sólo a medias, fue la gran quemada de Vargas
Lleras. El favorito de los partidos presidenciales, a pesar de que hasta hace
poco rechazaba los acuerdos de paz, el que por ocho años (no nos digamos
mentiras) estuvo haciendo campañas con subsidios y viviendas del estado, no
alcanzó siquiera un 10% del total de la votación. Por una parte, debido a que
las maquinarias y caciques regionales a los que recurrió no fueron estúpidos y
decidieron apostarle al caballo ganador; es decir, Tocineto (de ahí buena parte
de su votación total). Por otra, porque Vargas Lleras es el epítome de la
política tradicional, el clientelismo, el oportunismo y la corrupción, al
aliarse con decenas de políticos cuestionados, sacar su candidatura por firmas
para evitar relacionarse con el desprestigiado Cambio Radical, el cual después
se “adhirió” a su campaña de la cual nunca se desprendió realmente, al asumir
del papel del candidato de un presidente al cual había criticado vehementemente
por sus decisiones con el acuerdo de paz, y acoger como vicepresidente a un
ministro hipócrita que hizo campaña por el Sí para después decir que había
votado No en el plebiscito por “convicción”. Tampoco ayudó su personalidad
seca, arrogante y belicosa, ni sus innumerables exabruptos como el ya memético
coscorrón a un guardaespaldas, o como cuando hace poco dijo ser de los que no
lloran, no supo dar un momento feliz en su vida, y llamó “chimbas” a las
preguntas que le hacía la periodista Yolanda Ruiz.
Otro
derrotado al que hay que ver con mejores ojos es a Humberto De la Calle. El
candidato del Partido “Liberal” aceptó con bastante humildad los resultados y
llamó a una posible alianza entre Fajardo y Petro, tanto que muchos ciudadanos
empezaron una campaña llamada #UnaVacaPorDeLaCalle para recolectar parte de la
deuda que el negociador de los acuerdos con las FARC debe asumir tras la
fallida consulta interna de su partido. Hay que destacar como dije que, entre
todos candidatos, fue por mucho el que llevó la campaña con más mesura y
elegancia, aunque quizás eso le costó tanto en las urnas. Por supuesto, el
inútil gasto de la consulta de noviembre y las proyecciones futuras de César
Gaviria también le jugaron en contra. Como plus, hay que admitir que en los
debates mostró tener bastante carácter, aunque quizás reaccionó de tal forma
mucho después de lo necesario para la campaña.
¿Y
qué podemos decir de Tocineto? Como comenté en Facebook, la verdad es que de
sus muchos seguidores que vi en Twitter y –sobre todo- en Facebook fue muy poco
lo que vi acerca de sus propuestas. Parecería que la razón por la que todos los
uribistas votaron por el hombre fue porque así Petro no dejará el país junto
con las FARC como la dictadura castrochavista de Venezuela, ni homosexualizará
a la población infantil. Obvio eso sería una generalización apresurada, pero
como comento es patético que en meses de campaña esos hayan sido prácticamente
los únicos argumentos con los que yo me topé (y me sigo topando) para votar por
Tocineto. Ah, y por supuesto, porque fue el que dijo Uribe. Lo que curiosamente
también era el Juan Manuel Santos al que tanto insultan ahora.
Contra el bien general
No
tardaron, por supuesto, las alianzas. La repugnancia de los extremos a los que
han llegado ciertos políticos es de contemplar en HD, pero por ahora empecemos
con la previsible, aunque no por ello menos oportunista, adhesión de Vivian
Morales a la campaña uribista. Tras renunciar a la candidatura por ser ignorada
y cuestionada por los medios (y por los votantes, pues nunca superó el margen
de error en las encuestas), no bastaron más que unas cuantas palabras de
Tocineto en una carta para unirse a un grupo político al que ella puso en
aprietos durante la Fiscalía y cuestionó como senadora, y quienes la señalaron
de corrupta y vendida por mucho tiempo. De poco valieron las advertencias del
prófugo Andrés Felipe Arias, pues tanto Uribe como Tocineto se pasaron sus
quejas por donde no da el sol, y con el cuento de la defensa de la familia
tradicional recibieron a la Morales. Así, y con la derrota del pastor Jorge
Trujillo (¿quién?) el domingo, el lechoncito se erige como el candidato de la
derecha cristiana en Colombia.
Tampoco
tuvo vergüenza Vargas Lleras, que tras la aplastante derrota en las urnas buscó
el ala que mejor lo cobijaba y se llevó los puntos de su propuesta política
hasta los pies de Uribe… perdón, de Tocineto. De manera similar, casi todos los
congresistas del grupo santista, con “honrosas” excepciones, se ofrecieron de
inmediato a una alianza con el porcino, aunque entrando por la puerta de atrás,
como corresponde a quienes criticaron de frente la perspectiva destructiva de
un nuevo gobierno uribista, con lo que básicamente regresaron a su viejo nicho
uribista. Y los conservadores, que no estaban todos del lado de Pastrana cuando
se alió con el senador Uribe, se metieron de inmediato bajo la sombrilla, pues
el Partido Conservador siempre ha buscado alianzas con el mejor postor, y ni
soñarían en trabajar con un izquierdista como Petro. Cuando menos parecen respetar
mejor sus viejos principios, por estúpidos que sean, que el Partido “Liberal”.
El
Partido “Liberal”… Esa ha sido la entrega más repulsiva de estos pocos días
post-elecciones, y creo que la mayoría estamos de acuerdo en esto. En una
prevista, y aun así repugnante e impactante, traición de los pocos principios
que todavía tenían (como al forzar la salida de Morales de sus filas al exigir
que se firmara un acuerdo de no disciminación), César Gaviria prostituyó su
poco fortín político y se alió con la campaña uribista, lo que en pocas
palabras quiere decir que la Unidad Nacional del gobierno de Santos pasó a
estar en completo control de Tocineto. Unos pocos miembros del partido, y entre
ellos el senador Juan Manuel Galán, rechazaron por completo las acciones de
Gaviria al convertir el partido en su equipo personal de marketing familiar (o
más bien, como señala María Jimena Duzán, salvar a su hijo Simoncito de las denuncias del caso
Odebrecht), y llamaron a la
resurrección de un Nuevo Liberalismo, como el que su padre Luis Carlos Galán
creó en los ya lejanos ochenta, en vista de que el Partido Rojo (no merece
llamarse Liberal) desechó el espíritu progresista que se supone deberían
representar. Cabe destacar que su hermano Carlos Fernando, en Cambio Radical,
también hizo algo similar con la alianza de Vargas Lleras; él y Juan Manuel no
han sido los más consistentes con las ideas progresistas, pero al menos
supieron reconocer la desvergüenza de sus líderes, aunque ya muy tarde. Como
muchos han señalado en redes sociales, Gaviria ha quedado como el ejemplo de lo
más bajo y arrastrado a lo que puede llegar un político en Colombia.
Tampoco
aceptó De la Calle la decisión de su partido, aunque desde su postura ha optado
por votar en blanco, ya que no se siente representado ni por Tocineto ni por
Lord Petrosky; recientemente, el grupo de jóvenes de El País Primero se unió a
la campaña petrista. Sergio Fajardo decidió votar también en blanco, aunque en
su comunicado afirmó que era su opción personal, y que la gente que votó por él
puede sentirse libre de escoger su camino propio. Desafortunadamente, esa
reacción cayó muy mal entre los petristas y otros votantes, pero ya llegaremos
a eso. En el resto de la Coalición Colombia, el Polo Democrático optó por
apoyar en su mayoría a Gustavo Petro, como ya habían hecho varios miembros
durante la campaña, con la obvia excepción de Robledo y el MOIR, quienes irán
por el voto en blanco. Finalmente, la Alianza Verde dio vía libre a sus
miembros electos de apoyar a Petro o al voto en blanco, pero ordenó abstenerse
de hacerlo con Tocineto, quien consideran es un peligro para la democracia de
la nación.
En
otras palabras, nuevamente el fenómeno Uribe ha puesto a la mayor parte de las
fuerzas políticas de Colombia en su bolsillo, y aunque quisiera ser optimista,
sospecho que gracias a las maquinaciones y ambiciones de corruptos y
miserables, la probabilidad de que la segunda vuelta tenga sabor a jamón
serrano es muy alta.
Buenos presagios
Habiendo
ya expuesto toda la situación durante y después de la primera vuelta, debo
empezar entonces con una diatriba un tanto personal sobre mi postura hacia la
segunda vuelta, las posturas que están tomando petristas y votantes del centro
sobre el destino de dichos votos y las opciones del voto en blanco. Hace unos
casi cuatro años expuse en una entrada de Nacionalismo
inútil una pequeña opinión sobre el abstencionismo y el voto
en blanco; parte de esa opinión ha
cambiado, pero en esencia mi postura es prácticamente la misma, como verán
aquí. Es posible, además, que en algunos momentos empiece a tomar un tono más
fuerte, pero dada la manera tan fina en que muchos están pidiendo apoyo de los
indecisos y “neutrales”, prácticamente estaría en sintonía, aunque no
necesariamente con ellos.
No.
No me gusta Gustavo Petro. Hay más afinidad ideológica con él que con Tocineto,
todo hay que decirlo, y es cierto que ha participado de luchas importantes
contra la corrupción y los nexos de decenas de políticos con paramilitares,
pero como político me parece deficiente en varias cosas. Soy enfático en
sostener que en personalidad y comportamiento político es
exactamente igual a Uribe. Su proyecto político
es interesante y muy bueno en varios aspectos, pero también bastante discutible
y un tanto irreal para cuatro años: hay muchas promesas que no deja enteramente
claras de cómo ejecutar, y ya sabemos que en Bogotá su desempeño como Alcalde,
si bien no fue el desastre que sus detractores acérrimos aseguran, tampoco
destacó como la maravilla que él y sus seguidores pregonan. No creo que sea una
persona totalmente íntegra o de buen criterio en sus posturas y decisiones,
pues apoyó la reelección de Álvaro Uribe en el Congreso y la de Alejandro
Ordóñez como Procurador -y no me cuelen la excusa de que fue por decisión de
bancada, que en el Polo hubo objetores de conciencia para ambos casos-, aun
considera a Chávez un gran estadista, ignorando que ya hacía años que el
régimen venezolano crecía en pasos dictatoriales, y sólo tardíamente reconoció
a Maduro como un autoritario. No, Petro me genera muy poca confianza. Y aun
así, a pesar del escepticismo que me genera un personaje como él, voy a darle
mi voto.
No
es por él. En otras circunstancias, habría votado en blanco sin que me temblara
la mano. Si Colombia fuera más educada y agradecida, la segunda vuelta sería
disputada entre De la Calle y Fajardo, pero no pasó, y estamos atascados entre
los dos extremos de la política. Y eso implica dos escenarios no precisamente
seductores, pero que ni por asomo son iguales. Y en vista de que las propuestas
de Tocineto implican un escenario muchísimo peor para el país, cosa que ya he explicado de otras formas, prefiero ir contra él votando por Petro.
Porque
el porcino no es más que la marioneta de Uribe, y eso lo sabe cualquiera con
dos dedos de frente. Y aunque el maravilloso pasado del gobierno de Uribe debería
ser suficiente para una repulsión
generalizada ante el potencial triunfo de Tocineto, como sé que a muchos ni
siquiera les importa lo que hizo el hombre les regalo razones de más para
desconfiar: en un eventual gobierno uribista, ese adefesio que se hace llamar
Centro Democrático tiene un proyecto legislativo presentado donde propone la eliminación de las Altas Cortes para creación de
una sola, la elección del fiscal general de la Nación por parte del Presidente,
acabar las funciones electorales de los magistrados ante dicha selección,
eliminar la Comisión de Acusación y crear un órgano de investigación criminal
que aligere la carga de la Fiscalía, lo que en castizo sería resucitar el
cuestionado DAS, la entidad usada
por el Gran Colombiano para hacer seguimiento a magistrados y políticos
opositores. De triunfar semejante proyecto, el Ejecutivo estaría en manos de
Tocineto, el Congreso de la nueva alianza uribista, y el propuesto Tribunal
Constitucional Supremo seguramente estaría en sus manos, lo que equivale a un
colapso de la independencia de las ramas del poder. Y eso es mucho más cercano
a una dictadura como la venezolana que cualquier sandez que pudiera proponer
Petro.
“¡Oye,
pero no apoyes a Petro diciendo que es el menor de los males!” Oh, de malas. Que
vaya a votar por Petro, o mejor dicho en contra de Tocineto, no significa que
tengamos que hacernos pasito ni fingir cariño. Si no quedó la opción por la
cual voté, me toca escoger por dos opciones que me representan poco o nada, y
debo tragarme mis escrúpulos para optar a conciencia por una de ellas, sus
seguidores van a tener también que tragarse sus escrúpulos y aguantarse que
vote por dicha opción no por convicción, sino por principios propios. La
ventaja con Petro es que no es muy probable que sufra de epilepsias
antidemocráticas de perpetuarse en el poder, y aun si lo hiciera todavía
tendríamos el contrapeso del Congreso y las Cortes para frenar sus desvaríos.
Con el escenario planteado en un triunfo de Tocineto, tal cosa no sería
posible. Y no nos digamos mentiras, que si alguien ha sido agresivo para tratar
de endosar votos tras el domingo, esos son los petristas. Y aclaro de una vez
que no son todos, pero sí una parte muy importante.
No había terminado la noche del domingo, y
literalmente decenas de seguidores de Petro (o gente que votó por él) ya
estaban maldiciendo entre dientes en redes sociales asegurando que los votantes
de centro se iban a ir con Duque, y ciertamente en todo este tiempo he visto
muy pocos que realmente lo hagan. Sí, obviamente yo soy sólo un caso de muchos,
y mi experiencia no es evidencia suficiente, pero independientemente la
reacción de muchos petristas en estos días ha sido desmedida y asquerosa, y no
soy el único que lo ha visto. La estúpida decisión de Fajardo de ir por el voto
en blanco les ha dado más motores: lo llaman tibio hijueputa, le rebuscaron que
en el 97 apoyó a Uribe cuando era gobernador (convenientemente, no veo a
ninguno quejarse cuando Petro apoyó la reelección y el nombramiento de
Ordóñez), señalando que es (supuestamente, no estoy seguro) primo de la esposa
de Uribe, como si familia fuera igual a apoyo, y en síntesis cualquier cosa que
lo relacione con el bloque derechista de Uribe, porque si alguien no está con
Petro, entonces al parecer es un uribista más. Y ni qué decir de cómo han
tratado a periodistas que no votaron por Petro.
Tampoco se han salvado los que van a optar por el voto
en blanco en segunda vuelta, ya sean líderes de opinión o gente cualquiera
(volveré más adelante con mi opinión al respecto). Los acusan de cobardes, de
Pilatos, de agrandados morales, de que van a regalar el país a Uribe y cosas
muy similares, y de vez en cuando les explican por qué Petro es mejor opción
que Tocineto. Petristas: la cosa ha escalado demasiado y muy mal. Bájenle ya al
tono, que incluso su mesías tuvo que salir en Twitter al menos dos veces
a pedirles que dejen la agresividad. Escogieron la peor estrategia para tratar
de convencer a indecisos y votos en blanco, y adivinen a quién están ayudando
con esa estupidez.
Y ya que les gusta señalar cosas del pasado, les recuerdo también que en
2010 Petro defendió el voto en blanco en segunda vuelta. “¡Oye, pero él le propuso
una alianza a Mockus en ese entonces, y lo rechazaron!” Se me rompe el corazón.
Si Petro hubiera querido dar un mejor ejemplo de conciencia y compromiso con el
momento que atravesaba el país, y que es lo que alega ahora, habría votado igualmente por Mockus no por convicción, sino por saber que la idea de que un lacayo de Uribe
quedara en el poder y continuara su nefasto legado era más peligrosa. Suerte
tuvimos que Santos tuviera más carácter (o menos escrúpulos) y traicionara al
Gran Colombiano. Fajardo ya había rechazado, probablemente de manera insensata,
aliarse con él en primera vuelta, y era previsible que quizás mantendría esa
línea para la segunda. ¿Por qué se supone que aceptaría ahora después que ambos
se han atacado mutuamente? Ah, claro, que ahora Petro es el que va a segunda
vuelta.
Sí, van de maravilla en su misión.
Los tres candidatos progresistas cometieron grandes
errores en perspectiva: Petro por atacar desde un principio la naciente
coalición creyendo que iban contra él, Fajardo rechazando cualquier alianza por
creerse ya ganador, y De la Calle por someterse a la idiota consulta novembrina
del Partido Rojo. A estas alturas ya no vale la pena analizar quién fue más
egocéntrico o si hubo algún santo: esto no es el Cónclave del Vaticano. Hay que
buscar mejores formas de sumar personas a la causa contra el regreso de Uribe a
la Casa de Nariño, e insultarlos y llamarlos cobardes no es la forma.
Pero entonces, sospecho que muchos ya no están en plan
de sumar, sino simplemente de insultar y burlarse. Ya he visto que creen que el
centro nunca existió, que no tienen que convencer a nadie, que las acciones de
Uribe en su gobierno y el oportunismo de los políticos son evidencia
suficiente, como si los resultados del plebiscito en 2016 y los siete millones
del candidato uribista no estuvieran dando un mensaje por sí mismo sobre lo que
piensa la gente. Hay muchas denuncias de fraude a favor de Tocineto, cierto,
pero hasta que no haya evidencias más sólidas y profundas, es muy ingenuo creer
que una gran parte de esos votos vienen de gente afín con las ideas de Uribe,
haga lo que haga, o que simplemente tienen miedo de Petro. Si creen que no
tienen que hacer el trabajo de convencer a nadie, es claro quiénes son los
verdaderos arrogantes.
Miren, Angélica Lozano eligió apoyar a Petro, tal como
había decidido antes apoyar al candidato progresista que pasara a segunda
vuelta, y ya hay varios que se sienten decepcionados porque decidió apoyar a un
candidato que sienten no los representa en lo más mínimo. ¡Esa es la gente a la
que deben convencer! Hay muchos que, por más que no quieran ver a Tocineto de
Presidente, sencillamente no sienten ninguna afinidad por el candidato de
izquierda y no lo apoyarán incluso en un momento tan crítico para el país. A
esas personas pueden intentar convencerlas, y es posible que a pesar de todo lo
logren. Pero con mejores argumentos: muestren las propuestas de Petro (miren,
por ejemplo, cinco importantes diferencias en temas sociales y
económicos de los programas de gobierno de ambos candidatos, que suele ser lo que más le preocupa a la gente),
expliquen los riesgos de un nuevo gobierno uribista (ya mencioné arriba el problema
de la pérdida de contrapesos entre las ramas del poder), pero sobre todo
manejen mesura y respeto.
Suficiente de la diatriba contra los petristas
cansones. Vamos con los votantes de centro. De entrada, aquellos que esperaron
a que Fajardo hiciera pública su decisión de voto, o incluso eligieron
únicamente lo que Fajardo dijera, simplemente no tienen criterio propio. En mi
caso, yo ya tenía decidido qué hacer en caso de que ocurriera lo que ocurrió
finalmente en las urnas: optar por el progresista que pasara a segunda vuelta,
aun si era arrastrando al lastre del Partido Rojo como le hubiera tocado a De
la Calle. Para ser personas que detestaban el fanatismo caudillista que tanto
pulula dentro de las campañas del porcino y Petrosky, pues actuaron con muy poco
criterio propio. Ustedes no fueron por una opción alternativa: sólo buscaron un
caudillo nuevo.
Tampoco veo mucha coherencia con los votantes por
Fajardo que prefieren irse ahora con la propuesta de Tocineto. A estos no los
entiendo en verdad, y se me ocurren a lo tonto dos hipótesis. O 1): estaban
buscando un candidato alternativo a Petro en general porque son de derecha, y
Fajardo les parecía menos extremo que Tocineto (y si no fueron con De la Calle
o Vargas Lleras, tampoco creo que vean con buenos ojos el acuerdo con las FARC
ni el gobierno santista); o 2): simplemente le apostaron al caballo que veían
ganador, y cuando Fajardo no pasó se sumaron al proyecto uribista. Las dos
razones me parecen terribles porque, y en esto tienen razón los petristas que
los critican, jamás buscaron realmente un cambio. Nada de lo que ofrece
Tocineto es remotamente concebible como democrático y progresista, y los únicos
cambios visibles son un giro de 360° hacia el pasado (sí, 360°). Si desde el
principio ya venían con semejante disonancia cognitiva, no sé qué tan efectivo
pueda ser tratar de convencerlos de cambiar su voto.
Quedan entonces las personas que van a votar en blanco
y los abstencionistas. A ambos se les ha echado demasiada mierda encima, y si
bien yo considero que estas opciones no son las mejores para una segunda vuelta
tan compleja, rechazo nuevamente los ataques desmedidos contra tales votantes.
Me sumo, sin embargo, al clamor general que les pide al menos reconsiderar su
voto, pero con las salvedades que siguen.
El mensaje es por igual a votantes y candidatos que
van por el blanco: no me resulta difícil comprender su postura. Ninguno de los
dos candidatos que ahora van a ser elegidos en segunda vuelta ha sabido vender
la suficiente tranquilidad con su posible mandato para hacerse vencedor. La
mayoría de ustedes, si no es que todos, no pueden creer que vaya a salir algo
bueno de un Presidente títere de un senador que en ocho años de Presidencia
nunca tuvo reparos en perseguir opositores, buscar alianzas corruptas e incluso
justificar ejecuciones extrajudiciales, y que ahora propone destruir el
equilibrio de poderes del Estado. Y aún con todo esto, tampoco nos sentimos
enteramente representados por un candidato populista que apela al resentimiento
entre clases y las necesidades de la gente para proponer ideas de gran alcance
y poca ejecución, y que ha tenido que retroceder muy a medias con ideas
estúpidas como buscar una nueva Constitución que no le estorbe y el apoyo a
gobiernos nada democráticos. Con esa perspectiva, es muy comprensible
manifestar nuestro descontento contra la política actual con un voto en blanco,
o incluso abstenerse por completo de votar.
Sin embargo, la realidad en estos momentos es que
desde la Constitución del 91, se han realizado avances en materia de derechos a
minorías, defensa de ideas opuestas a la tradición e importantes progresos que
aún requieren ajustes hacia la paz. Y aunque los dos candidatos de segunda
vuelta son incómodos para muchos, es en estos momentos la candidatura de Iván
Duque (y noten la seriedad del asunto, que vuelvo a llamarlo por su nombre)
encarna, tanto en ideas propias como las de sus aliados, la desintegración de
todos esos avances que ya he mencionado aquí. Y ante tal panorama, un voto en
blanco sólo es un voto menos que podría frenar a la gran mayoría que escogerá,
basada en rencores viejos, engaños manipuladores y convicciones obsoletas, al
arquitecto de dicha desintegración. Por eso les pido que reconsideren con
objetividad su decisión. No es un voto por Petro, ni una patente de corso para
que lleve la Presidencia a su antojo: es una herramienta para proteger el
pluralismo y la defensa de nuestros derechos.
Y si a pesar de esto no puedo convencerlos, sólo me
queda una petición por hacer: no se queden en el blanco o la abstención.
Demuestren que no sólo van por la satisfacción de hacer lo correcto a sus ojos.
Enfréntense a aquel que quede como gobernante del país: háganle saber que no se
tolerarán desmanes ni megalomanías. El comediante George Carlin decía que son
aquellos que no votan ni eligen a un presidente inepto los que tienen mayor
derecho a protestar por ello: hagan que sea así. Vigilen casa paso del próximo
Presidente. Demuestren que tienen suficiente criterio para no quedarse con la
comodidad de su voto, que piden cordura y competencia de la próxima persona que
ocupe la Casa de Nariño.
No siendo más, me despido por ahora. Si hay personas
en desacuerdo con lo que he expuesto aquí, les pido como siempre que se tomen
su tiempo para reflexionar. No sé si pueda escribir otra entrada en los
próximos días, pero en todo caso es seguro que nos veremos después del 17 de
junio.
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