Confusiones ideológicas sobre la sexualidad
La
lucha de los activistas por los derechos LGBTI se ve enfrentada por diferentes
argumentos pobres por parte de la derecha conservadora y religiosa, a menudo
basándose en simples argumentos religiosos, pero con mucha frecuencia en
hipótesis pseudocientíficas y desconfianza a cualquier idea que les huela a
liberalismo de izquierda. Afortunadamente, cada vez son más los países que dan
pasos hacia la inclusión y la igualdad de derechos de esta minoría, pues
comprenden que la oposición falla en sus acusaciones, y que la situación social
y jurídica de aquellos con diferente orientación sexual e identidad de género
no debe basarse en percepciones de nivel ideológico religioso o personal, sino
en la evidencia científica y argumentos legales serios.
Sin
embargo, muchas veces encontramos que desde los mismos activistas hay muchos
que se dan tiros en el pie a sucumbir a ideas posmodernas muy poco científicas
e intelectuales, según las cuales el género es una construcción enteramente
social, y que no hay nada que la biología y la ciencia pueda decirnos sobre los
roles de género y el origen de la identidad en las personas transgénero. Esto
es arriesgado y torpe, porque terminan recurriendo a argumentos
pseudofilosóficos mal armados que minan la fuerza de su lucha y dan aliento a
los que los discriminan, que también pretenden reducir todo el tema de la
sexualidad y el género a pretensiones sociales del liberal mundo moderno.
Para
dar un vistazo un poco más sesudo a esta discordia, he traído un artículo
reciente de Quillete donde se abordan las fallas de la izquierda y la derecha
en torno a la lucha por los derechos de los transgénero, traducido por un lector
habitual del blog que ya me ayudó antes con la
experiencia de Michael Shermer en atracciones creacionistas. Al igual que
la vez anterior, procuré pulir varios aspectos de la traducción. Como siempre,
el título original enlaza al artículo en inglés, para quienes quieran darle un
vistazo.
Los tradicionalistas y activistas
se equivocan ambos sobre el sexo y el género
Por
Gregory Gorelik
Año:
2017
Título
original: Traditionalists
and Activists are Both Wrong About Sex and Gender
Traducido
por Luis Mendoza
Nota:
Ya
casi había terminado este ensayo cuando escuché sobre la medida del presidente
Trump de vetar a los transgénero de entrar en el ejército de los Estados Unidos.
Esta es una clara discriminación hacia la comunidad transgénero. Así como lo
declaro el senador Jhon McCain después del anuncio de Trump, “Cualquier estadounidense
que reúna los requerimientos médicos y la preparación necesaria debería permitírsele
seguir sirviendo. No hay razón para obligar a miembros del servicio que sean capaces
de pelear, entrenar y desplegarse a dejar la milicia, independiente de su
identidad de género. Deberíamos guiarnos por el principio de que cualquier
americano que desee servir a nuestro país y cumpla con los requisitos debería
tener la oportunidad de hacerlo, y ser tratados como los patriotas que son”
Vadear
en las turbulentas corrientes de las políticas sobre sexo, género e identidad
de género requiere un salvavidas. Inevitablemente, uno está obligado a hacer
enojar a una u otra corriente política, ya sean derechos transgénero o los que
apoyan a los roles tradicionales de género. Si no puedo lograr una reconciliación
entre los dos bandos, al menos puedo tratar de enfurecer a los dos. Pero antes
de entrar al por qué muchos de los
activistas de género están mal informados explicaré primero dónde se equivocan
los tradicionalistas.
***
En
apoyo a los derechos transgénero, y en oposicion a ideologías reaccionarias que
intentan armar líneas de batalla a través de los baños públicos en Estados
Unidos, es un hecho que la identidad transgénero no es algo que debe ser
menospreciado como una elección caprichosa hecha por algún millenial hastiado y políticamente correcto.
Tampoco
puede ser reducida a un desorden mental que requiera tratamiento médico
inmediato. La historia y la antropología nos muestran numerosos ejemplos de
individuos que no se conformaban a roles de género tradicionales, desde emperadores
romanos hasta clases
sociales enteras.
Y
en el campo científico del desarrollo sexual, está bien establecido que el
desarrollo típico (normal) de la sexualidad no es activado por un único
mecanismo binario, sino que depende de un proceso complejo regulado por genes,
hormonas y receptores bioquímicos.
Cuando
se trata de genes, los individuos pueden poseer números de cromosomas sexuales que
difieren de los típicos XX (para mujeres) y XY (para hombres). El síndrome de Klinefelter,
por ejemplo, ocurre cuando una persona posee dos X y un Y. Tal individuo puede
desarrollar una combinación de rasgos
femeninos y masculinos, los cuales son tanto físicos como psicológicos y
conductuales.
El
desarrollo sexual típico puede ser igualmente obstruido cuando las hormonas
sexuales no logran activar cascadas de desarrollo apropiadas (jerga científica
para una serie de reacciones químicas que toman lugar en períodos cruciales del
desarrollo como la pubertad). En los varones de sexo típico, el gen SRY en el
cromosoma Y activa la liberación de testosterona, que permite la masculinización
del cerebro y del cuerpo durante el estado fetal del desarrollo. Sin embargo,
ese proceso es entorpecido en personas con el síndrome
de insensibilidad androgénica. Esta es una condición en donde individuos
machos desarrollan rasgos femeninos físicos
y psicológicos porque sus receptores de andrógenos dejan de funcionar. Así
mismo la insensibilidad androgénica no es un fenómeno de todo-o-nada; los
individuos pueden ser sólo parcialmente insensibles a los andrógenos y, como
resultado, puedan mostrar sólo sutiles características femeninas, si hay alguna.
El
síndrome de Klinefelter y el síndrome de insensibilidad androgénica son dos de
las formas más comunes de desarrollo sexual atípico, pero hay otras. El
desarrollo masculino, por ejemplo, es gobernado por procesos separados de masculinización
cerebral y corporal que ocurre antes del nacimiento1. Tras la liberación
de testosterona, la enzima 5α-reductasa se transforma en dihidrotestosterona,
que masculiniza el cuerpo del feto. La enzima aromatasa, en contraste,
convierte la testosterona en estrógeno el cual, a pesar de su reputación como
una hormona típicamente femenina, trabaja para masculinizar el cerebro fetal.
Cualquiera de estos caminos puede romperse sin afectar la otra ruta, conduciendo
al desarrollo de personas con cuerpos, pero no cerebros, masculinos, o
cerebros, más no cuerpos, masculinos.
Lo
que estas condiciones sugieren es que la experiencia de estar atrapado en un
cuerpo que no encaja con el género psicológico de uno, una experiencia que es
comúnmente reportada por personas transgénero, se ciñe en algunos casos a la
biología del desarrollo. De manera similar sugieren que la insistencia de la
derecha religiosa de que los individuos transgénero están engañados no ha
nacido de la ciencia.
Donde
los activistas se equivocan
Pero
la ciencia del desarrollo sexual es apolítica, y los activistas transgénero no
son inmunes al sentimiento anticientífico, Para empezar, los humanos son una
especie sexualmente dimórfica, lo que significa que, a pesar de la complejidad
del desarrollo sexual, la mayoría de los humanos pueden dividirse en formas
masculinas y femeninas. Incluso en los casos previamente discutidos de desarrollo
sexual atípico, son las combinaciones y niveles atípicos de características
masculinas y femeninas las responsables. La pretensión de que hay más de dos géneros
-sin mencionar las más de 50
opciones de género que los usuarios de Facebook pueden seleccionar por sí
mismos- es biológicamente insostenible. Pero hay una ignorancia aún más
profunda entre activistas; una ignorancia que infesta gran parte de las
políticas de izquierda de hoy: la ignorancia sobre el inseparable vínculo entre
cultura y biología.
Feministas de género y
activistas transgénero -al menos los más extremistas- son generalmente recelosos
de los fundamentos biológicos del género. En diferente grado, están informados
por académicos en el campo de los estudios de género que afirman que hay una separación
entre sexo y género.
En
la categoría de sexo se ubican genes,
hormonas y genitales, mientras que en la categoría de género hay diferencias sexuales en la agresión, comportamiento
durante la crianza, e incluso diferencias sexuales en el comportamiento sexual
-todo eso asumido como un producto de la socialización entre fuerzas sociales2.
Pero aquí hay una paradoja. Si el sexo y el género son en verdad entidades
separadas, ¿en que se basan los transgénero cuando afirman que la identidad de género no es una elección?
Dudo que crean que la identidad transgénero arraigada es producto de una socialización
a temprana edad, o del concepto de Judith Butler de “performatividad” (N.T.: capacidad de definir la identidad a través de la comunicación, el
discurso y el comportamiento, relacionada con el concepto de género como
construcción social), pero esta parece ser la única alternativa si la
influencia biológica es ignorada.
La
separación de sexo y género es la versión moderna del dualismo
cartesiano -la separación ilusoria entre la mente y el cuerpo. Ambas
nociones son fallidas en que ambas dependen de una separación que no existe. El
dualismo cartesiano se desmorona al comprenderse que la “materia mental” depende
de “materia física” como las neuronas, neurotransmisores e impulsos eléctricos.
El
dualismo de sexo y género se derrumba tras un encuentro con la creciente
evidencia que existe sobre diferencias
sexuales anatómicas, fisiológicas y conductuales -diferencias que no pueden
ser menospreciadas como productos de construcción social. Nótese, sin embargo, que
tal como a veces es útil hacer una distinción entre cuerpo y mente (a pesar de
la indeleble conexión entre los dos), puede haber momentos cuando sea útil
hacer una distinción entre sexo y género. Si uno estuviera discutiendo
productos culturales como los zapatos de tacón alto de la mujer, o las bicicletas
para “hombres” y “mujeres” por ejemplo,
enmarcar la discusión en términos de diferencias de género sería la
forma de hacerlo.
Pero
cuando se trata de diferencias entre los cerebros de hombres y mujeres y su
comportamiento, no hay una diferencia estricta y rápida entre cultura y
biología.
La
evidencia más clara para esta falta de distinción es el hecho de que la mayoría
de los individuos son cisgénero (individuos cuya identidad de género se alinea
con su sexo biológico). Las estimaciones más progresistas afirman que los individuos
transgénero ocupan sólo del 0,5 al 0,6 por ciento de la población de Estados
Unidos3. Aunque esto no invalida de ninguna forma la lucha por los
derechos transgénero -lo cual seguiría siendo una lucha necesaria aun si sólo
existiera una persona transgénero en el mundo- sí sugiere que el sexo biológico
y la identidad de género se corresponden en la vasta mayoría de personas. Si la
identidad de género estuviera separada completamente del sexo biológico, deberíamos
esperar un mayor número de individuos transgénero dentro de la población -al
menos un porcentaje mayor a la mitad-.
Algunos
podrían afirmar que la socialización de roles de género en sociedades
restrictivas explica el reducido número de individuos transgénero. Pero esta
discordia no se sostiene bien bajo escrutinio. Países igualitarios con el
género como Suecia son similares a países menos igualitarios cuando se trata de
diferencias en preferencias de juguetes entre niños y niñas4. Que
tales diferencias sean más profundas que las prácticas culturales de crianza
también es sugerido por el hallazgo que los monos Rhesus machos, como sus
contrapartes humanas, son más propensos a jugar con camiones que las Rhesus
hembras5, y cuando las chimpancés hembras juveniles no pueden
conseguir muñecas, acunan en su lugar palos6.
Sin
embargo, la imputación más interesante de la hipótesis sobre la socialización
del género que me he encontrado, no era realmente una imputación en sí. Era más
una imputación sobre la dirección de
los efectos de la socialización comúnmente afirmados por investigadores de
estudios de género. Específicamente, las niñas que experimentaron el nivel más
alto de exposición a andrógenos antes del nacimiento eran ligeramente más propensas a mostrar comportamientos
masculinos si eran alentadas a ser femeninas en la infancia7. Esto sugiere que la socialización de los
roles de género tradicionales no tiene efecto sobre -y puede incluso exacerbar-
la no conformidad con el género entre individuos con un perfil hormonal atípico.
No obstante, si aún hay dudas acerca de los límites de la socialización de género,
el triste caso de David Reimer
debería mitigarlas.
Un
activismo biológicamente informado
Como
sucede con la lucha de los derechos gay, la lucha por los derechos transgénero
no debería girar en torno a si la ciencia descubre todas, o alguna, de las
correlaciones biológicas subyacentes de la identidad de género. Aun si la
identidad de género fuera una elección completamente inconexa con las hormonas
sexuales y la fisiología reproductiva (una postura que, extrañamente, es
compartida por la derecha religiosa y los proponentes del dualismo de sexo y
género), la legitimidad de la lucha por los derechos no debería vacilar.
Pero
la necesidad de ambos lados para obtener la ciencia correcta lleva a
consecuencias prácticas para las vidas de millones. Cuando los activistas
conservadores posando como expertos niegan
a los individuos su derecho a identificarse como elijan, están ignorando
las experiencias de personas transgénero y la ciencia de la identidad de
género. Por otro lado, cuando los activistas transgénero acosan a
investigadores legítimos para imponer su agenda política o consagran
leyes que obliguen la adopción de pronombres de género recientemente inventados,
la curiosidad científica y la libertad de expresión son a la larga sacrificadas
en el altar de la corrección política.
Referencias
[1]
Panksepp, J. (1998). Affective Neuroscience. Oxford University Press: New York,
NY, p. 233.
[2]
Para una refutación científica a la aseveración de que las diferencias entre
sexos en agresión, crianza y comportamiento sexual provienen de la
socialización, ver: Baron-Cohen, S. (2005). The empathizing system: A revision
of the 1994 model of the mindreading system. In B. J. Ellis, & D. F.
Bjorklund (Eds.), Origins of the social mind: Evolutionary psychology and child
development (pp. 468-492). New York: Guilford; Clark, R. D., & Hatfield, E.
(1989). Gender differences in receptivity to sexual offers. Journal of
Psychology and Human Sexuality, 2, 39-55; and Daly, M., & Wilson, M.
(1998). Homicide. Hawthorne, NY: Aldine de Gruyter.
[3]Crissman,
H. P., Berger, M. B., Graham, L. F., & Dalton, V. K. (2017). Transgender
demographics: A household probability sample of US adults, 2014. American
Journal of Public Health, 107, 213-215.
[4]
Nelson, A. (2005). Children’s toy collections in Sweden—a less gender-typed
country? Sex Roles, 52, 93-102.
[5]
Hassett, J. M., Siebert, E. R., & Wallen, K. (2008). Sex differences in
rhesus monkey toy preferences parallel those of children. Hormones and
Behavior, 54, 359-364.
[6]
Kahlenberg, S. M., & Wrangham, R. W. (2010). Sex differences in chimpanzees’
use of sticks as play objects resemble those of children. Current
Biology, 20, R1067-R1068.
[7]
Udry, J. R. (2000). Biological limits of gender construction. American
Sociological Review, 65, 443-457.
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